He leído en el Mahabharata que el mundo es infinito. O esto me ha parecido entender, que el mundo existe siempre. La humanidad también. Pero la humanidad nace y muere, renace y se extingue, y vuelve a nacer. El mundo, por su lado, también. El mundo explota, se desintegra, se inunda, se quema y vuelve a brotar. Por esto no tiene fin. La muerte siempre existe y la vida también. Tiene sentido.
Levanto la cabeza y abro un momento los ojos, después los cierro y escucho el sonido que me atraviesa, y siento ese impulso en la barriga que me empuja a hacer, a respirar, a querer. Siento que existo. No sabría cómo explicarlo de otra manera. El universo existe, ahora. Y ahora es siempre.
Pero el mundo se destruye también. Lo veo. Lo sé. Sé que las personas esconden monstruos. Y una persona te puede salvar la vida. Lo sé.
Me siento como si caminara al borde de un precipicio. A cada paso veo una puerta retorcida y fea que lleva al infierno y a su vez siento que algo me llama; no sé ni qué es ni hacia dónde me atrae, pero lo siento en todo el cuerpo. El sendero por el que avanza este llamado sigue un curso que ni las almas más grandes de la tierra pueden entender. Esto también lo he leído en el Mahabharata. Y tiene sentido. Porque todos sabemos que vivimos pero ¿quién conoce las razones profundas de su vivir?¿Quién sabe, realmente, cuál es su destino y qué futuro le espera?¿Quién conoce los resultados que tendrán sus acciones?
En el Mahabharata leí, ya hace unos años, que vivimos en una era en la que nadie sabe lo que tiene que hacer. Y tiene sentido. Gastar dinero, viajar, cantar, quemar incienso, drogarme, arriesgar la vida, meditar, ayunos y excesos orgiásticos, fanatismo, cinismo, la arrogancia y la duda, ¿dónde me han llevado? Al mismo sitio. A la vida. Y esta vida sigue empujando, hacia el mismo lugar desconocido. El enigma sigue siendo el mismo.
Pero en el Mahabharata he leído, también, que hubo una era en la que quedaban en el mundo personas que sí sabían lo que se tenía que hacer. Pero esa era pasó. Aquellas grandes personas son hoy cenizas y solamente nos queda su leyenda. Y lo que catalizó la caída de aquella era mejor fue la humillación de una mujer.
Ella fue la esposa del emperador del mundo, que era justo y sincero. La llaman, en el Mahabharata, por el nombre de su linaje: Draupadi, hija del rey Drupada, o Pancali: la que viene del reino de Pancala. Cuando la leyenda quiere ser más personal la llama Krishnā, la oscura. Por el color de su piel, y quién sabe si por algo más.
Ella era todavía emperadora del mundo cuando fue arrastrada por su larga cabellera negra con tonos azulados hacia el centro de una asamblea de hombres. Vestida con una sola tela fina, manchada por su menstruación. Y aun así, parecía un león rodeado de gacelas. Su mirada era la que más miedo causaba en aquella sala.
Su esposo, el emperador, se acababa de jugar todo su reino (el mundo) en aquella misma sala, minutos antes de que la hubieran forzado a entrar. El emperador del mundo se jugó a sus hermanos, apostando, y a sí mismo. Y perdió. Después sus contrincantes le instigaron para jugarse a su esposa.
-¿Si se perdió a sí mismo, de quién era señor cuando me apostó a mí?
¿A quién perdió antes el emperador, a sí mismo o a mí? preguntó Krishnā, la oscura, hija del rey Drupada, nacida en el reino de Pancala. Y nadie supo responder con propiedad.
Hubieron voces en la sala -cuenta el Mahabharata-, idas y venidas, promesas y amenazas; y se desencadenó una guerra, como nunca se había visto. Y murió el conocimiento de lo correcto. Pero la pregunta nunca fue contestada. Sigue abierta, como un acertijo que contiene la llave a la comprensión de esta fuerza que nos sigue empujando hacia la vida. Tal vez la llave para comprender esta sangre de humillados, estafadores, santos y asesinos que corre por nuestras venas humanas.
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Esta entrada, está basada en la descripción de la apuesta de Yudisthira con su tío Shakuni en en el fragamento llamado Dyuta Parva del Mahabharata.
En este cuarto año de Respirar el Mahabharata estoy basando el desarrolla del cuarto espectáculo en el tablero del juego de Lila, que comparto en el apartado Flechas y Serpientes de este mismo blog. En cada entrada contrasto un fragmento del Mahabharata con tres casillas del tablero y después de 15 días de reflexión sobre ello comparto el escrito resultante. Así, hasta cubrir todo el tablero antes de llegar al 12 de Diciembre de 2019, cuando se estrene el cuarto capitulo de esta performance, en la sala del colectivo CRA’P. Este escrito está influenciado por una reflexión sobre las casillas 41, 43 y 19.
Esta entrada también está influenciada por el reto que me propuso Jorge Ariza, de escribir sobre la relación entre voto y espacio sagrado.