En esta entrada comparto una historia del Mahābhārata que revela un secreto importante de Droupadi, relacionado con la imagen que puedes ver encima de estas líneas, para proponer una pregunta abierta sobre qué es lo que nos hace humanos en contraste con la inteligencia artificial:
En la entrada anterior compartí junto al escrito una imagen producida por una plataforma de generación de imágenes a partir de texto por inteligencia artificial. La polémica sobre el uso de la inteligencia artificial me parece profundamente relevante para los fundamentos de la propuesta de Respirar el Mahābhārata. Porque una de las motivaciones de este voto de doce años es la de indagar en la vivencia de lo humano. Y no hablo de un formato binario de pregunta-respuesta que responda “qué es lo humano” con más palabras y discurso, sino atravesar la experiencia humana mediante una propuesta (narrar el Mahābhārata en doce años) que difícilmente se puede reproducir de otra manera que no sea viviéndola.
El Mahābhārata es sorprendentemente extenso y minucioso, como texto, y doce años son suficiente tiempo como para que yo, y quienes seguís la propuesta, vayamos olvidando detalles y reencontrándonos con ellos como si fueran nuevos. Como, por ejemplo, esta semana, cuando he querido consultar los últimos capítulos del Mahābhārata y me ha sorprendido encontrar ya subrayado en lápiz lo que buscaba. Lo hice yo, pero no recuerdo muy bien cuándo. La experiencia humana en el tiempo tiene un carácter de disolución y construcción simultánea; indagar en el punto donde se encuentran estas dos tendencias es profundizar en la incógnita humana.
Humanidad son los gestos que hacemos con el cuerpo, las voces, palabras, letras y dibujos que dejamos sobre las paredes, pero hay maneras y maneras de combinarlos. La robotización, o automatización, de nuestros discursos, y nuestra manera de aprender, comienza mucho antes que la llegada de la inteligencia artificial. Porque también los humanos hemos aprendido a copiar unos de otros, y buscar repetir lo que ya ha sido definido, y etiquetado, y le ha funcionado a otro. La tendencia a buscar lo conocido para sentirse seguro ya tiene mucho de automatismo. Y no lo digo porque defienda necesariamente el uso de la inteligencia artificial para producir texto e imágenes, pero digo que en este momento histórico se nos plantea una pregunta que no es nueva, pero reaparece con más insistencia: ¿Qué es lo que no puede sustituir ninguna máquina o herramienta?
No es el cuerpo, parece, y tampoco es la mente, ni la imaginación. Probablemente tampoco la consciencia. Y sin embargo sigue aquí, lo humano, que permea y excede todos estos elementos mencionados.
Me aventuro de decir que el Mahābhārata también va de esto, de la incógnita de lo humano. Narrarlo en vivo en la era de la inteligencia artificial me parece tan anticuado como imprescindible:
Hay un fragmento del Mahābhārata en el que los Pandava se reúnen en un ashram a los pies del monte Mandara para descansar tras 12 años de peregrinaje en el exilio. Estando allí, Droupadi, la esposa de los cinco hermanos, paseando sola por los alrededores del lugar, vio un árbol de peras de agua, o Jambu, la fruta simbólica que representa este mundo [La tierra se llama Jambu Dvipa, la isla de “Jambu” o las “peras de agua”, en el Mahābhārata].
Droupadi se tentó con la jugosidad de uno de los frutos y lo cosechó del árbol, pero escuchó de repente un grito de dolor. Era el Yaksha, o espíritu emocional, que vivía en el árbol. Gritaba indignado:
-¡Esta fruta estaba reservada para un asceta, que lleva meditando doce años sin probar bocado! Justo hoy iba a terminar sus austeridades. Le estaba guardando esta fruta para que rompiera su ayuno. ¡Las consecuencias de este acto descuidado te van a perseguir donde vayas!
Estas palabras asustaron a Droupadi, quien fue a pedir ayuda a sus maridos. Quería revertir la maldición de cualquier manera.
Sahadeva, el sabio entre los Pandava e hijo de los dioses gemelos, los Ashvin, quienes enseñaron la medicina a la humanidad, sabía cómo reconectar la fruta a la rama de la que provenía, pero cuando llegaron al lugar el espíritu del árbol se negaba a recibir la fruta de vuelta.
-Esta fruta no puede volver al árbol a causa del secreto que Droupadi guarda – dijo el Yaksha. -Ella está escondiendo algo que la separa de vosotros.
Y no hace falta decir que a los Pandava no les tranquilizó el mensaje.
-Su corazón siente un amor que no os ha confesado – insistió el árbol.
Y entonces Droupadi, timida, dijo que quería enormemente a Krishna, encarnación de la divinidad sobre la tierra. Lo quería como a un hermano y a un padre, confesó Droupadi.
Pero el árbol se indignó:
-Sabes que no es este el amor que estás escondiendo, Droupadi.
Entonces Droupadi bajó la mirada, y con voz baja confesó que se enamoró de Karna, el día que se conocieron.
El padre de Droupadi organizó un torneo para que guerreros de todos los reinos demostraran frente a ella sus habilidades, y el verdadero ganador del torneo fue Karna, un guerrero misterioso que llevaba una placa de oro que protegía su pecho, pegada como si fuera su propia piel, y unos pendientes, también hechos de un oro tan puro que brillaba como el sol hubiera bajado a la tierra.
Karna sobresalió entre los participantes y superó al mismo Arjuna, pero cuando se le preguntó por su origen confesó ser hijo de conductores de carros, de casta mezclada. Karna fue ridiculizado a causa de su origen no noble, humillado en público por la misma Droupadi, y descartado como pretendiente. Entonces Arjuna fue casado con Droupadi, y junto a él sus hermanos. Pero secretamente Droupadi sí se había enamorado de Karna, y ese amor no se había desvanecido.
-De hecho – añade Droupadi -si él hubiera sido mi marido, estoy segura de que no hubiera permitido que se me humillara como lo permitisteis vosotros, cuando os apostasteis mi libertad. Él no hubiera aceptado este exilio vejatorio de 12 años que hemos pasado.
Una vez destapado el secreto la fruta pudo volver al árbol, pero los cinco hermanos y su esposa regresaron al ashram en silencio.
Krishna justo esta allí, de visita, y los Pandava fueron a verle cabizbajos.
Miradando el suelo, le contaron lo que había descubierto, pero Krishna les contestó con tranquilidad:
-No podéis juzgar a Droupadi, ella es la gran diosa, Mahadevi, quien ha nacido en la tierra, con el cuerpo de una mujer.
Entonces los cinco Pandava tuvieron cada uno la misma visión: cientos de miles de dioses adorando a la gran diosa ante un árbol carmesí. Esta visión resucitó sus ánimos.
Y cuando, por probar, he introducido la línea: “cientos de dioses adorando a la gran Diosa ante un árbol carmesí” en la aplicación de generación de imágenes por inteligencia artificial llamada dreamspace, el programa me he propuesto las imágenes que adjunto en el título de esta entrada. La manera como el programa ha ilustrado el árbol carmesí me ha hecho pensar en las venas del cuerpo humano, y que tal vez sea éste el árbol del que habla el texto. Tal vez la diosa esté encarnada en nuestro sistema vascular; en el árbol carmesí que nuestro cuerpo contiene. Y a éste árbol acuden los dioses. Quizá por esto la visión sirvió de respuesta a los Pandava, porque una visión no se ve solamente con los ojos sino con todo el cuerpo. Lo llamamos visiones, pero son comprensiones físicas: las traducimos en una imagen interior, pero las vivimos con todos los niveles de comprensión. Es por esto que las visiones son difíciles de comunicar, y este reto, el reto de cómo compartir una visión interna, es una de las claves del arte. El arte humano.
¿Me ha enseñado algo la inteligencia artificial, o ha sido el Mahābhārata, el que me ha enseñado, jugando con la inteligencia artificial? Es difícil saber. Estoy seguro que un androide podría narrar el Mahābhārata de una manera mucho más espectacular que yo, con una memoria infalibles y registro perfecto de todos los nombre y detalles de la historia; con capacidad de producir voces diferentes, proyectar video y hologramas en el espacio, musicar la narración con orquestras y un sinfín de instrumentos musicales diferentes, pero faltaría el encuentro humano. De la misma manera, una narración espectacular, con texto memorizado, acrobacias y recursos escénicos de luz y sonido, puede ser espectacular, pero alejarse de la sinceridad. Lo que la inteligencia artificial hace es una síntesis de información a disposición del usuario. Esto es lo que hace nuestra mente, también, cuando pensamos. Pero hay algo más. ¿Qué?
La búsqueda de este voto de 12 años es la del reposo en la dimensión humana; en el sentido del encuentro que abren las palabras del Mahābhārata, y la entrega a lo que nos muestra esta obra, y a lo que los ancestros nos vienen repitiendo desde hace milenios. Por esto te invito a participar de la próxima narración del Mahābhārata, tal vez el 12 de Diciembre, sino antes: para indagar juntos en lo que nos hace reales, más allá de nuestros órganos, nuestra respiración, sentido, pensamientos, visiones o consciencia.
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