El silencio canta

La palabra escrita tiene la voz del silencio. El silencio absorbe, recibe, modifica y diluye los pensamientos en su interior; es un canto sutil que se escucha con todos los sentidos a la vez.

La palabra escrita se apoya en la existencia de la comunidad, porque depende de la transmisión del idioma, de mayores a niños, generación tras generación. Pero la palabra escrita ha sido primero voz. Voz humana, que expresa las estrellas, el viento y las fragancias del mar y del humo de la hoguera.

La cosmogonía sánscrita se sostiene en la presencia de individuos llamados rishi. Hombres y mujeres misteriosos, mezclados entre la sociedad con vestimentas de sacerdotes, campesinos, nómadas o artesanos. Elles compusieron los cantos que originaron la cultura humana y parieron el lenguaje.

Los gramáticos no concuerdan sobre la etimología del término rishi. Se sospecha una relación con la raíz drish (दृश्)-ver-,

o la palabra ric (ऋच्) -himno,

y también rish (ऋश्) -fluir, mover.

Por esto en la traducción hebrea de la Bhagavad Gita de Itamar Theodor una palabra hebrea propuesta para rishi es hozé (חוזה), que se puede traducir por visionario, porque la raíz h-z-h tiene que ver con “ver”, ser testimonio, y también predecir, y ver más allá de lo obvio. Pero hozé también tendría que ver (no seguro, pero posiblemente) con la palabra hazán (חזן) , que es el nombre que recibe en las ceremonias hebreas el/la encargado de recitar o cantar los textos sagrados. La palabra hazán es emparentable, probablemente, dicen, con el arameo hazanu: sacerdote. ¿Sacerdote cantor? Ya no lo sabemos, porque no quedan recuerdos suficientes de los antiguos rituales arameos.

Lo que sabemos de las palabras es que alguien nos las tiene que enseñar. Es decir, que para aprender un lenguaje hacen falta palabras: Palabras que se repiten una y otra vez en un mismo contexto.

¿Quié fue el primero?

¿Lo hubo?

¿Alguien inventó una primera palabra de la cual derivaron las demás?

De este hipotético evento -ese “big bang” de las palabras- no tenemos ningún registro, solo lo podemos imaginar. La manera cómo nos lo imaginemos se convertirá en nuestro mito fundacional del lenguaje, porque definirá cómo vivimos nuestra vida hoy.

Si imaginamos que la primer palabra fue “peligro” creeremos en un mundo hostil en el que el ser humano lucha contra todo para sobrevivir: Hace ¿millones? de años, en una manda de homínidos gruñones alguien rugió “ápada”, peligro, o daño (en sánscrito) y toda la manada repitió ¡ápada, ápada! Y a partir de ahí se sumaron lentamente otros sonidos, que definían de qué tipo de peligro se trataba. Peligro de tormenta, ápada de fuego, de depredador, etc. Después, en los momentos de más tranquilidad, tal vez, se inventaron la poesía y las canciones.

Pero podemos también imaginar que la primera palabra fue min, o sexo, en hebreo, y de ahí derivaron las palabras que especificaban dónde, cuándo y cómo se produciría el acto sexual. En este caso la vida es una pulsión inconsciente de voluntad de reproducción y la poesía, y las canciones, son seducción sublimada.

El mido fundacional de la cosmogonía sánscrita, y también de la hebrea, es que el lenguaje original (que es el sánscrito, o el hebreo, respectivamente) reproduce el canto de la sabiduría universal. O el canto de la creación:

La creación es un canto y los rishi, esos seres que se esconden entre nosotros y han renunciado al rechazo, al miedo y al odio, entonan el canto de la creación que ellos escuchan a las estrellas cantar. Este canto se transmite con sonidos, que interpretamos y diferenciamos hasta convertirlos en palabras, con las que escribimos manuales tecnológicos o cotilleos, pero también poesía que nos puede recordar nuestro origen real. De manera que, visto así, la vida es un canto divino de creación y la poesía, y la música, son un retorno a nuestra naturaleza esencial. Al ser humano.

Desenredando los remolinos de esta cascada brillante de sabiduría que baja sobre las montañas nevadas, el aliento revela las sílabas mediante sonidos distintos y funde cada una con la siguiente. Se inflaman las aguas en las que brillan las estrellas y desborda el canto de los dioses, que sabe a inmortalidad.

El canto de la vía láctea se convierte en cuatro puntos cardinales; en transiciones de luz a oscuridad y de la oscuridad a la luz; en noche y en día; en siete colores del arco iris; en siete notas; en lluvias, estaciones, truenos y recitaciones.

Todo esto es el silencio al que volvemos cuando nos quedamos solos.

(Párrafo final basado en Vākyapadiya 1.115 y Rig Veda 4.58)

Memorias del Sol

Tengo 8 años. Nos estamos manifestando en las calles de la ciudad que amo. Alrededor de la manifestación, en las aceras, hay gente que nos escupe y nos llama traidores. Puedo oler la primavera en los árboles y no comprendo las miradas que nos rodean; me parecen exageradas. Desorbitadas.

De repente llegan policías montados sobre caballos enormes. Todos corremos. Nos golpean con palos y gente cae delante de mí. Al final de la calle abren las puertas furgonetas policiales y hombres uniformados arrastran manifestantes a su interior.

Este es el yoga que le enseñé a Vivashvan, el brillante dios del sol– dijo Krishna en medio de otra batalla, milenios antes que aquella otra que pulsa en mis memorias. –Yo he creado esta acción y sus despliegues, pero no siempre actúo; la acción no me afecta, no me veo manchado por ella ni deseo sus frutos. Quien entiende esto no se ve enredado en las cuerdas de la acción. (Bhagavad Gita 4.13).

La palabra sánscrita que usa el texto de la Bhagavad Gita para decir “enredado” es bandha, o a veces su derivado nibandha, ambas palabras elaboradas a partir de la raíz bandh (बन्ध), que significa todo lo relacionado con atar, frenar, asir, enredar, bloquear o inmovilizar con un nudo. La pabra “chevel” (כבל) , en hebreo, significa cuerda, o atadura, y es la usada para la traducción al hebreo de nibandha. Es interesante observar que la raíz bandh (बन्ध्) es muy cercana fonéticamente a la raíz badh (बध्), que significa sufrimiento, rechazo o aflicción. Es interesante porque en hebreo si se escribe “chevel” con la letra het (חבל) suena prácticamente igual que escrito con la letra chaf (כבל), pero significa también dolor, o daño, en lugar de atadura.

Esto no es filología académica, ¿pero no es inspirador? Porque hay una relación obvia entre la atadura y el dolor. Y creo que no es solamente que aquello que nos ata nos produce dolor, sino que también aquello que duele nos ata. Las memorias dolorosas nos atrapan y volvemos a ellas una y otra vez, en miles de versiones distintas, de manera más o menos consciente. Memorias dolorosas de nuestro pasado personal y memorias dolorosas de nuestro pasado colectivo, como una guerra civil o la guerra del Mahābhārata.

¿Pero por qué recurrir a una etimología creativa para decir esto? Porque el lenguaje es un juego, como cubos de construcción o piezas de lego traslúcidas que refractan la luz y limitan el viento. No hay mucha distancia entre la etimología creativa y este discurso que estoy haciendo. El dolor, las memorias y las ataduras existen por sí mismas, sin necesidad del lenguaje, y lo que nos libera de ellas también, pero el lenguaje nos lo recuerda. El lenguaje recuerda las ataduras, y recuerda también aquello que nos libera de ellas. «Este es el yoga que le enseñé al sol», dice Krishna en la Bhagavad Gita, un poco antes del origen de nuestra era, durante la batalla que terminó la era anterior. ¿Cómo le enseñó Krishna al sol su yoga? (resumido en la invitación a actuar sin esperar nada a cambio) ¿En qué idioma se hizo la transmisión? ¿Se parecía a nuestros idiomas humanos? ¿Sonaba parecido? ¿se veía igual? ¿Tenía forma?

Preguntémosle al sol, que brilla para todes por igual. ¿En qué idioma nos responde?

Por todo el mundo se estudian escrituras sagradas sin cesar. Pero nadie se vuelve sabio.

Para comprender realmente basta entender dos letras y media de amor.

Kabir.

Sacrifico y la continuidad de la vida

Las ideas que tengo sobre mí son pétalos de una rosa que no deja de florecer.

Algún día estos pensamientos cambiarán,

y no quedará nada de lo que hoy me identifica.

Parece que escribo sobre mí, pero estoy escribiendo sobre el Mahābhārata, una larga historia sobre los orígenes de la humanidad. Una historia anciana: El referente más antiguo que tenemos del Mahābhārata es un manuscrito del siglo 3, pero probablemente ya se contaba antes… quién sabe desde cuánto tiempo antes. Y hace miles de años el Mahabharata ya decía cosas que siguen vigentes hoy a las puertas de la era de la inteligencia artificial. Vigentes, más que nunca, porque definen lo que nos hace realmente humanos, más allá de todas las cualidades que podamos imitar -y aumentar- de manera artificial, como la percepción, la fuerza, la velocidad o la inteligencia.

Nada me llevo de este mundo.

Nada dejo.

Esta es la gran maravilla.

-Para esto has nacido, oh rosa de la creación.

Cantan los ángeles a los ecos de la comprensión.

La gloria del Mahābhārata es la capacidad que tiene esta obra para hablar de los temas más incómodos de una manera soportable, incluso bella, sin simplificar ni rehuir las implicaciones de lo tratado. Una de las herramientas principales que usa es la extensión: El Mahābhārata es especialmente largo, y se toma muchísimo tiempo para decir lo que tiene que decir. Esta lentitud humaniza el mensaje y da al oyente/lector/a el tiempo necesario para procesar emocionalmente los temas propuestos.

Es muy difícil transmitir el tono cuidados del Mahābhārata en un escrito de pocas páginas, por lo que pido disculpas a la sensibilidad que pueda ser “estresada”, o “presionada”, por mis limitaciones personales. Insisto en apuntar a las perlas que el Mahābhārata va hilando por la maravilla que cada una contiene.

El Mahābhārata habla de una guerra. No solo de una guerra, sino un exterminio. De hecho, un sacrificio. Porque el Mahābhārata habla de unos tiempos lejanos en los que la tierra no podía soportar el peso de los guerreros que la poblaban y suplicó a la divinidad que la aliviara de su pesar. Así nacieron sobre la tierra un hombre llamado Krishna y una mujer llamada Draupadi: para destruir a todos los héroes en un gran sacrificio. Aunque, de hecho, todo es un sacrificio. «El ser original (Prajapati) creó al sacrificio junto a los nacimientos», dijo Krishna en el campo de batalla, o el campo del sacrificio (Bhagavad Gita 3:15). «Y Prajapati dijo: moved (śu: impulsad) el mundo con esto»

El actuar en el mundo origina el sacrificio, y la acción se origina en la misma transformación vertiginosa que expande y contrae la realidad. Entre los versos 10 y 19 Krishna compara las acciones en el mundo con los seres humanos y el sacrificio. Los presenta como una sola cosa, o por lo menos sinónimos.

Ofrendar la propia vida a la vida;

A la rosa de la inmortalidad

La palabra que Krishna usa, en sánscrito, que se traduce como sacrificio, es yajña (यज्ञ). Yajña deriva de la raíz yaj (यज्), que se puede traducir por honrar, consagrar, adorar y palabras relacionadas con esta actitud tan clara, por una parte, y tan abierta por otra. Yajña es el acto ritual de adoración, y se traduce por sacrificio.

He sido sacrificado al nacer.

Se me ha entregado esta invitación única

a participar en la ceremonia vital.

Consumir y ser consumido

por los pétalos del fuego de la inmortalidad.

En la traducción hebrea de este discurso deKrishna en el campo de batalla se traduce yajña por korbán (קרבן). En hebreo la palabra korbán deriva de la raíz k.r.v, que se usa también para decir “acercar”. El acto ritual del sacrificio se entiende como un acercamiento físico al lugar en el que va a tener lugar la ofrenda, o acercarse espiritualmente a Dios. Porque en la cultura hebrea se considera que Dios no necesita ofrendas materiales para existir. Según el rabino y pensador toledano Yehuda Halevi (siglo XI), el hecho de que un sacrificio se pueda llevar a cabo implica una ordenación: que el sacrificante haya podido llegar al lugar, que hayan podido reunir los ingredientes adecuados y las condiciones sociales y atmosféricas hayan permitido que se lleve a cabo el ritual ya implica una “bendición divina”. Porque el sentido del ritual está en sí mismo: no hay lejanía entre sacrificante, sacrificio, sacrificado y eso que las palabras no pueden definir, que llamamos Dios por falta de vocabulario. Eso que unos creen que existe y otros no, porque no está en ninguna parte y no nos permite acumular pruebas de su existencia, pero tampoco de su inexistencia.

Krishna habla en nombre de Dios.

«No tomaré de tu hogar ningún animal porque todas las bestias de los bosques y sobre los millares de colinas ya son mías», dice Dios en el salmo número 50: «Si tuviera hambre no te pediría a ti, pues la plenitud del mundo ya me pertenece. ¿Acaso necesito comer carne de toros y beber sangre de cabras? Ofrende gratitud a las alturas y paga a lo supremo tus deudas.» Quien toma estos regalos de la tierra sin agradecer, y los consume como si le pertenecieran solo a él, es como un ladrón. Así habla la voz de Krishna en la Bhagavad Gita (3:12,13). Mis pensamientos, mi tiempo, mi aliento, no son solo míos. Mi vida es la de todos.

 Estamos de paso, pero no vamos a ninguna parte. Aquella humanidad anterior somos nosotros, y también la que vendrá.

El pueblo Anishinaabe del norte del continente americano recuerda que en el origen de los tiempos el guardián del fuego se acercó al humano original y le dijo: «Este es el mismo fuego que templa el hogar. Todo poder tiene dos caras, el poder de crear y el de destruir. Hemos de reconocer ambos, pero entregar todos nuestros dones al lado creador.»

El ser humano original descubrió que en la dualidad de todas las cosas, igual que él buscaba el equilibrio, tenía un hermano gemelo que buscaba el desequilibrio. Ese hermano había conocido la correlación entre la creación y la destrucción y la agitaba como un barco en un mar bravío para que la gente nunca hallase calma. Observó que, en la arrogancia, todo poder podía utilizarse para impulsar un crecimiento ilimitado, una forma desmedida y cancerosa de creación que llevaría inexorablemente a la destrucción. Nanbozho (el humano original) prometió caminar siempre en la humildad para intentar equilibrar la soberbia de su hermano. Esa es también la tarea de aquellos que deciden seguir sus pasos.

La paz nunca podrá destruir la guerra, porque ya no sería paz. La paz acepta la destrucción y reconstruye aquello que se va rompiendo con paciencia infinita.

Actuar sin esperar nada a cambio, recomienda Krishna en la Bhagavad Gita. Participar en el sacrificio sin desear sus frutos. Entregar la vida a la vida.

Dejar ir no es desaparecer, sino dejar entrar al mundo. Dejar que florezca la rosa de la creación.

La tierra y “lo creado”

Vapor de una sopa elevándose

hacia nubes grises de primavera.

Mañana no estaremos.

Dicen las historias antiguas -cuentan- que existió otra humanidad antes de esta que conocemos ahora. Una humanidad tan humana como nosotros, pero distinta, que vivió en esta misma tierra, que era un poco distinta: más fértil y más rica en portales interdimensionales.

Cuando se cuentan en sánscrito, estas historias llaman a la tierra bhū (भू). Las leyendas usan la raíz sánscrita bhū, que se podría traducir por “hacerse”, o “ocurrir. Como si las palabras sánscritas asociaran a todo lo que llamamos tierra con lo que se está haciendo, o lo que está ocurriendo.

Todo esto que está ocurriendo es La Tierra. Y todos los mundos, desde el centro de la galaxia hasta los asteroides que flotan en nuestro sistema solar, o los remolinos del vaho de un té servido bajo nubes grises de primavera, forman parte de La Tierra.

Bhūta (भूत), en sánscrito, es un tiempo perfecto de la raíz bhū. Si bhū es “hacerse”, bhūta sería “hecho”.

Bhūta son los seres. Los animales y los seres humanos. También espectros y fantasmas.

Algo realizado, moldeado, hecho, ya ocurrido, somos cada uno de nosotras.

Hechos con el corazón y con la mente.

Con el corazón del universo

y la mente original.

Ocurridos, en el pasado. Esta tierra de la que formamos parte es algo que nos encontramos. Inercias y condiciones heredadas que transformamos juntos.

Una traducción hebrea de la palabra sánscrita bhūta es “nivraim” (נבראים). El perfecto de bará (ברא): “creado”. Lo “creado”, como “lo ocurrido”, lo que ya está hecho, es “nivrá”.

«En el origen Dios creó (bará) el cielo y la tierra, y su viento (ruah) sobrevolaba las aguas». Es casi imposible expresar la palabra nivrá en hebreo sin pensar en la primera frase de la Biblia. Los creados (nivraim) somos los habitantes del mundo que creó (bará) en el origen eso que es el origen de todo, la fuente de la que todo sale y a la que todo vuelve – lo que crea, destruye y preserva: Krishna, en la Bhagavad Gita: «Yo soy el viento (ruah) en todos los creados (nivraim)» dice Krishna en la traducción hebrea del verso 10.22. «Yo soy la consciencia (cita) en todos los seres (bhūta)» en el original sánscrito.

La consciencia ilumina las palabras que las criaturas humanas usamos. Las palabras aprendidas de nuestros mayores. Las palabras que nuestros mayores aprendieron de sus mayores, y sus mayores de los suyos, en una cadena que se pierde en el origen de la memoria.

¿Quiénes fuimos antes de las palabras?

¿Quiénes somos más allá de las palabras?

Palabras que habitamos.

Palabras que nos acogen.

Consciencia que ilumina sonidos heredados, costumbres

y conversaciones copiadas a nuestros mayores.

Cambio

Lo que no existe nunca se podrá reflejar en el mundo manifestado; lo manifestado no puede mostrar lo que no existe. Quienes entienden lo saben.

Así lo dijo Krishna, así se recuerda en la Bhagavad Gita. Dicen que las palabras de Krishna le devolvieron la chispa vital a un guerrero en crisis. La Bhagavad Gita reproduce aquellas palabras: el canto de la vida, que fue entonado en un campo de batalla.

Viviendo me consumo, se diría el cuerpo a sí mismo. Me alimento de mí mismo. Consumo mi tiempo vital para ver, oír, oler, saborear, moverme, sentir y pensar.

Pero tú yo siempre hemos existido, responde el viento. Todo existe, responden las restrellas. Nosotras, que parpadeamos lejos de ti, nos hemos manifestado en tu cielo. (Bhagavad Gita 2:16)

Lo que hay, lo que existe (Satya), se ha manifestado como un urdimbre (en sánscrito tatam, derivado tan) en todas partes. (Bhagavad Gita 2:17)

Todos estos cuerpos finitos (en sánscrito dehā, derivado de la raíz dih: moldear), estas formas amasadas por el tiempo y los sentidos, son el sostén (śarira, derivado de śrī: energía y sostén) de lo que no cambia. De aquello que permanece en el cambio mismo (Bhagavad Gita 2:18).

Así explica Krishna la frase «tú y yo siempre hemos existido»: lo que existe está en estas formas que vemos y tocamos, y lo que existe sigue existiendo. Lo que existe se transforma, los cuerpos mueren y vuelven a nacer, pero lo hacen siempre en la existencia.

Avyaya, la palabra que usa la Bhagavad Gita para referirse a lo que no tiene cambio, se compone de la negación a- (en sánscrito a=no) más la palabra vyaya: desaparición, desintegración, o cambio. En hebreo se ha traducido vyaya por shinui (שנוי), de la raíz shaná, compuesta de las letras shin (ש), nun (נ) y hei (ה). Una raíz de la que se deriva shaná (año), shinun (repetición y aprendizaje) y shení (segundo).

Lo que considero que vale la pena notar es la relación de la raíz hebrea para expresar cambio con el número dos. Repetir algo es hacer una segunda acción, a partir de la primera, y esto es el cambio: incontables repeticiones y ecos que quedan modificados progresivamente por la interacción entre sí mismos. ¿Pero, ecos de qué? La relación del significado de cambio con segundo, en el hebreo, parece apuntar a que hubo un primero. ¿Tal vez el uno, del que todo deriva y a lo que todo vuelve?

La palabra sánscrita avyaya se puede leer como la combinación de a– (negación) con el prefijo vi– (dividir, separar) y –aya, que se puede leer como medida. Vyaya= vi+aya: dividir la medida. Otras palabras en sánscrito para expresar cambio pueden ser vikara (vi– + –kara): “hacer división”, o parivat (pari– + –vat), donde el sufijo pari– sería similar al latín peri-, y –vat significa contener. Parivat: “Que contiene vuelta, rodeo, o giro”.

Podríamos decir que en sánscrito no hay una presencia de un primero tan clara como en el hebreo. El cambio es giro y división de lo que hay, mientras que en hebreo es una repetición en el tiempo que se va modificando por refracción y reverberación, pero una repetición que parte de un primero.

¿Pero podríamos decir que detrás de toda división (vikara) habría un primero que se divide? ¿Una base, que sufre modificaciones? ¿O tal vez cambios y base sean uno?

Estos cuerpos moldeados que se marchitan, polinizan y brotan dentro de otros cuerpos, en el seno del gran cuerpo de la tierra. Estos fuegos centelleantes que explotan, se dividen y reagrupan en movimientos que duran millones y millones de años: Todo esto es lo manifestado, y lo manifestado expresa lo que hay, la realidad.

La realidad nunca deja de existir. ¿Y tal vez las diferencias entre el sánscrito y el hebreo estén donde las queramos ver?

He decidido dedicar este octavo año de Respirar el Mahābhārata a comparar el original sánscrito de la Bhagavad Gita con su traducción hebrea, para indagar en las diferencias entre la cosmovisión hebrea, judía y semita con la cosmovisión india, o sánscrita, representante de lo indoeuropeo. Lo que me pregunto es cuan “indo” es realmente lo “europeo”, y cuán sánscrito puede ser el hebreo y viceversa. Pero lo que veo es que para responder estas preguntas es necesario plantearse un poco más a fondo qué queremos saber.

Si la motivación es profundizar en el sentido de la vida, en general, todas estas palabras no son tan importantes. El sentido de la vida está en la existencia misma, en las formas de lo manifestado. En el canto de un pájaro de madrugada ya se encuentra todo el sentido que uno quiera encontrar. ¿Para qué sirve, entonces, comparar idiomas? ¿Para entendernos mejor? ¿Pero no nos entendemos ya dándonos la mano?

Este viaje de la humanidad por la dimensión de las palabras es lo que me ata al Mahābhārata: La pregunta de cómo nos alejan o nos acercan estas construcciones mentales y sonoras que son las palabras. Cómo nos reconocemos en las palabras y cómo nos alienamos como individuos, como grupos y como especie. Cómo las palabras pueden acercar o alejar a los seres sensibles.

El Mahābhārata es la historia de una guerra. Una narración larga, sobre un conflicto, que contiene también la semilla de la paz.

Esoidad

Tú y yo nunca hemos dejado de estar aquí, igual que toda esta gente, ni nunca dejaremos de estar.

Empiezo el escrito con esta frase, que expresa el consuelo más real y profundo que he podido encontrar en forma de palabras. Sale del párrafo que reproduce lo que expresó Krishna a su amigo Arjuna (Bhagavad Gita 2.11-12):

«Estás sufriendo por lo que no es necesario sufrir, porque tú y yo, igual que toda esta gente, nunca hemos dejado de estar aquí, ni nunca dejaremos de estar»

Una frase que apunta directamente al sentido de todo, y que, de hecho, sintetiza el mensaje de la Bhagavad Gita, porque el resto del canto básicamente recoge las preguntas que Arjuna hace para aclarar el sentido de esta frase. Preguntas que Krishna responde con paciencia y generosidad, para el consuelo de la humanidad que vendrá.

Arjuna está apenado, sufriendo o en luto -en las traducciones inglesas de este verso se usa a menudo el verbo mourn: una pena con connotaciones de luto. Porque lo que Arjuna está viendo es la muerte inminente de sus seres queridos.

En sánscrito, los verbos que usa Krishna están derivados de la raíz śuc (शुच्) (de ahí aśocyan: ser lamentado, avaśocas: has lamentado y anuśocyati: ellos lamentan), pero curiosamente śuc se usa para indicar el brillo de algo. Vivaścuc es una llama, la llama de una hoguera, y a la vez sufrimiento. Agni śuci es el brillo del sol y suśucat puede significar incendiar o también causar sufrimiento. Una traducción forzada, pero valida, sería «Te estás consumiendo».

Arjuna, «estás en llamas, por lo que no te deberías quemar». Así es el sufrimiento de Arjuna, su pena, ante la visión de la muerte de sus queridos.

Pero tú y yo siempre hemos estado aquí. Siempre estamos.

Nada de esto desaparece, solo nuestras ideas de lo que deberíamos ser.

El sol, las estrellas, el viento y la canción del ocaso; la brisa nocturna y las caricias en la piel;

el aroma de nuestra respiración.

Se difuminan como nuestras aspiraciones al morir.

Nada de esto ha pasado, por que nunca dejará de pasar. La vida es como una luz que quema, y esta luz nunca deja de brillar.

¿De dónde viene este fuego original que no deja de brillar? ¿Y cuál es su representación en la tierra?

«Nunca yo (aham) no he existido» (asami – Imperfecto de la raíz as: ser) dice Krishna. «Ni tú ni todos estos nacidos no se dejarán de manifestar» (bhavisyámas – futuro de la raíz verbal bhu: manifestarse)

El sánscrito para decir “existo” es asmi, palabra relacionada con el sum latín, o el eimi del griego antiguo. En la traducción hebrea de la Bhagavad Gita se usa el verbo hayinu (היינוּ), «hemos sido», de la raíz hayá (היה): fue, o ser.

Me viene ante la mirada interna la imagen del encuentro de Moisés con la zarza ardiente en el desierto -un eco del encuentro de Arjuna con su sufrimiento ardiente (śuc)- donde Moisés preguntó al fuego parlante por su nombre, y las llamas respondieron «seré quien seré» o «soy quien soy», dependiendo de cómo se interprete la gramática bíblica: «eheié asher ehié (אהיה אשר אהיה); una frase basada en la misma raíz hayá.

En la primera traducción griega de la biblia se tradujo esta frase por ego eimi ho on (έγώ είμί ὀ ὤν) «yo soy el ser», usando el verbo griego eimi, emparentado con el mismo verbo sánscrito asmi que usa Krishna.

Yo soy el ser. Seré lo que seré. Nunca hemos dejado de existir.

Nunca dejamos de ser.

Soy, ser, existir, son los umbrales entre el lenguaje y la realidad.

Las palabras como los pensamientos. Vegetación inevitable de este bosque de la realidad. Un paisaje en transformación, que puede desgarrar nuestro corazón con la dicha o con el dolor.

La relación entre la vegetación, las transformaciones del entorno natural, las llamas de una hoguera y el cielo de nacimientos y muertes de nuestra comunidad es el movimiento. La transformación. El ser.

¿Pero qué consuelo otorga recordar que todo se mueve y está en transformación? ¿Qué todo esto es? ¿Qué todos nosotros moriremos, pero el movimiento no dejará de existir?

Yo no lo sabría explicar, pero es curioso observar cómo el verbo ser acaba asociado con Dios tanto en la biblia como en la Bhagavad Gita. Porque Dios está en el umbral entre el ser y el no ser. Dios es el origen del ser. Dios es, pero no existe. Porque no podemos volver a creer en Dios como nuestros antepasados lo hicieron. El lenguaje está roto. La ciencia ha expuesto las entrañas de la religión. Y sin embargo siento alivio cuando me dicen que todo esto nunca ha dejado de existir. ¿Qué es este llamado a ir más allá de mí?

Seguimos aquí, frente a la zarza ardiente, en el sufrimiento de la batalla entre la vida y la muerte, porque nunca hemos dejado de existir, ni nunca lo haremos. La pregunta es ¿qué somos? ¿Células, sangre, ideas, calor, aliento o sonido?

La sensación de pecado

Estaban los ejércitos alineados, como un mar de banderines, lanzas, elefantes y carros preparados para luchar. Y en medio de aquellas aguas de la destrucción había una isla; una llanura; una esplanada limpia de soldados. Un espacio abierto, en el que iban a chocar las armas y apagarse en los cuerpos la chispa vital.

Arjuna, el guerrero perfecto, entró en crisis porque reconoció en el bando opuesto a familiares y gente con la que había crecido.

-Lo que vamos a hacer es pāpā (पापा – pronunciado pápá) la dice a su compañero Krishna, y nos llevará a Nāraka (नरक).

La palabra sánscrita pápá se traduce a menudo por pecado, pero es interesante observar que algunas traducciones evitan esta opción, ofreciendo sustitutos como: destruir -o corromperlas buenas costumbres. Porque existe la idea de que la palabra sánscrita pápá no corresponde exactamente a la idea de pecado. Pápá es una transgresión de las normas de una ceremonia, consciente o no, que interfiere en su funcionamiento. También es una transgresión del código social. Como por ejemplo en el Mahābhārata los guerreros carentes de pápá son los que nunca se olvidan de atender a los invitados, de escuchar a los sabios y proteger a los necesitados. Recomiendo el escrito más exhaustivo sobre el uso de la palabra pápá del sanscritista Francisco Javier Rubio Orcecilla: El pecado, la culpa y la vergüenza en el pensamiento védico, donde menciona el concepto “cultura de la vergüenza” frente a la “cultura de la culpa”: una teoría que propone la opinión de que en la cultura sánscrita la transgresión se sanciona como error a corregir ritualmente, más que fuente de culpa personal.

En este verso (1.44) de la Bhagavad Gita Arjuna recuerda que la consecuencia de una transgresión no corregida (pápá) es el descenso a Náraka, un compendio de mundos subterráneos en los que a consciencia sufre castigos equivalentes a la transgresión efectuada: El adúltero se ve obligado a abrazar una estatua de la persona con quien transgredió el acuerdo matrimonial, hecha de hierro candente, el rey corrupto se ve obligado a nadar solo en fosares llenos de estiércol, etc.

El paso por Náraka es temporal, como lo es el dolor que causan las olas de pensamientos de culpa y auto-castigo. Quizá de ahí la elección de Emanuel Olsenberg, el traductor al hebreo de la Bhagavad Gita (1956), de equiparar Náraka a la palabra hebrea Shaol (שאול). Igual que Náraka, Shaol es una dimensión subterránea, más profunda que el abismo (tehóm: תהום) que se abre bajo la tierra, donde la estancia es temporal, porque Dios decide quién desciende a Shaol y quién asciende de él; así se menciona en el libro bíblico de Samuel (Libro 1, 2:6), donde también se describen rituales de comunicación con almas que se encuentran en los inframundos (Shaol).

Mi corazón está envuelto en niebla y me veo difuminado en el espejo.

¿Cuántas ramas he dejado rotas en el camino? ¿Cuántos caracoles habré pisado?

La traducción que E. Olsenberg propone para la palabra pápá es heta (חטא). Literalmente, lehtía, el verbo derivado de la raíz heta, significa fallar, errar la diana. Salirse del camino recto, errar el propósito del ser humano. Una etimología cercana a la del peccatum latín. Dejar de hacer lo que nos toca, o fallar en el intento, por inconsciencia.

Pero lo que me pregunto es si el enfoque llamado “cultura de la vergüenza” es tan diferente a una “cultura de la culpa”, o viceversa. Porque dicho así parece que sea la sociedad, el grupo humano, quien decide qué está bien y qué está mal, y si hay que sentir vergüenza o culpa, pero ¿hasta qué punto depende de nosotros?

¿Cómo vive cada uno de nosotros el impacto, cuando en las profundidades de nuestro ser nos damos cuenta que hemos dañado al mundo? ¿Dónde lo notamos? ¿De dónde viene este dolor?

El dolor de haber ofendido a un amigo, de habernos olvidado de la pena de un familiar, de darnos cuenta que hemos estado ignorando a nuestro hijo, o roto el juguete con el que le gustaba jugar, ¿de dónde viene? Más allá de la vergüenza o la culpa siento el dolor del mundo, en el estómago, y en los pulmones. Un dolor que compartimos todos los seres sintientes, las plantas sobre las que trepan los caracoles y nuestros antepasados, cuando nos visitan en sueños. Sé que lo sentimos todos, le demos el nombre que le demos, e independientemente de lo que decidamos hacer al respecto.

¿Cómo transitar este fuego? Sigamos leyendo la Bhagavad Gita, atentamente, en busca de una respuesta sincera a esta pregunta candente.

Saber

En aquél campo de batalla, donde se desplegó [una vez más] nuestro destino, el emperador Duryodhana dijo a su maestro de armas:

Mira el bando enemigo, ordenado perfectamente por tu inteligente discípulo.

Así lo cuenta la Bhagavad Gita, este capítulo tan conocido del Mahābhārata, que transmite un diálogo metafísico y existencial que tuvo lugar en un campo de batalla.

Y la palabra sobre la que vale la pena detenerse esta vez es dhīmatā, que se traduce como inteligente (Fernando Tola) o experto (Gita tal como es), porque dice mucho más de lo que parece:

Observa, dice una voz desde las profundidades. Aunque estés cansado; aunque tengas miedo; aún en el vértigo, y en el éxtasis. Siempre la misma voz, que no se escucha con los oídos ni con la mente. Que sale de los abismos del corazón, y repite siempre lo mismo: -Observa. Date cuenta. Despierta. Algo está pasando.

Porque dhímatá en sánscrito es un compuesto de la raíz dhí, con el sufijo –mat de posesión: dhimat es el que posee dhí (dhímatá es la declinación instrumental del compuesto, de ahí que se traduzca también como “con inteligencia”, o “con sabiduría”).

Poseer dhí es poseer algo tan valioso que el sanscritista Jan Gonda le dedicó una obra completa a esta raíz (The visión of the vedic poets). Porqué dhí designa una creatividad que tenemos dentro, y se usa en tantos contextos diferentes que se ha llegado a traducir como visión interior de Dios, luz, posesión o identificación. De hecho la palabra para meditación (dhyana) deriva de la raíz dhí. El capítulo 6 de la Bhagava Gita se llama tradicionalmente «dhyána yoga» («yoga de la meditación») y en él se describe la técnica de la meditación sentada, pero es llamativo que la palabra dhyana no se usa en todo el capítulo. Probablemente porque no se puede describir dhí con palabras. Solo se pueden describir los elementos necesarios para llegar a ello. Es decir, la postura corporal y la actitud hacia los pensamientos, pero no la experiencia en sí.

Se puede describir la postura corporal y el tipo de concentración necesaria para alcanzar dhí -para que se produzca dhí– , pero dhí no se puede describir, porque precisamente dhí es la misma luz, o la creatividad, que describe el mundo (Ver también The Artful Universe: An Introduction to the Vedic Religious Imagination, de William K.Mahony). Querer describir dhí sería como si un espejo quisiera reflejar otro espejo.

En la traducción hebrea de la Bhagavad Gita que estoy usando (1956) el traductor Emanuel Olsenberg traduce dhīmatā (धीमता) por rico en da’at (אשיר דעת). Interesantísima traducción, porque la palabra da’at es uno de los sinónimos que tiene el hebreo para decir sabiduría, o inteligencia, junto a hochmá o binah, que son sinónimos de esto que es tan difícil de definir satisfactoriamente, pero que es en lo que se basa nuestra capacidad de comprender el mundo.

La elección es interesante desde un punto de vista narrativo, porque da’at es también el nombre del árbol del paraíso bíblico. Junto al árbol de la vida, estaba el árbol de da’at, que se tradujo al griego en el tercer siglo antes de la era común por to xylon tou eidenai gnoston (ξύλον τοῦ εἰδέναι γνωστὸ) la “madera de la visión de la comprensión”, porque eidenai está etimológicamente relacionada con la raíz sánscrita vid, visión, y gnoston sería «conocer», otra manera de traducir da’at. La versión griega traduce de dos maneras distintas la misma (da’at) para cubrir una ambigüedad gramatical que contiene el hebreo original de la biblia, que siete siglos después se solventaría en la traducción al latín de la Biblia Vulgata por lignum scientiae, “el tronco del conocimiento”, conocido también como el árbol del conocimiento…

Da’at es una tipo de conocimiento del ser, o de lo que hay; como una fruta sagrada que otorga una visión discernidora que impele la humanidad a buscar su camino de vuelta al origen. Dhí es eso que da color, luz y creatividad a todo, pero no se puede describir en sí. Como la consciencia. Porque la consciencia de la vista es la luz y los colores; la consciencia del oído son los sonidos; la del olfato los olores, la del gusto los sabores, la del tacto las sensaciones y la consciencia de la mente son los recuerdos y las ideas. Las palabras, como dhimati, dhí, da’at o ciencia, aúnan la consciencia del oído con la de la mente. Las palabras son sonido y memoria. Sonido y pensamiento. Y el pensamiento es como un reflejo interno de nuestras percepciones; un reflejo que baila como una llama en nuestro interior.

Habiendo hecho del mortal su hogar los dioses accedieron al ser humano, cada uno según el lugar que le tocaba.

Los dioses entran en este mundo desde la naturaleza escondida del humano[1].

Reflejo es también una palabra; una palabra que evoca el recuerdo de algo que hemos visto en otra parte: en un charco o un lago, en un espejo o sobre una superficie pulida y brillante.

Un reflejo es algo que hemos aprendido a reconocer, igual que hemos aprendido a distinguir la llama de la luz.

Cualquier palabra que usemos para describir el pensamiento corresponderá a algo ya aprendido con el mismo pensamiento.

Las palabras fusionan la tradición con la eternidad. Hemos aprendido a usar las palabras de nuestros mayores, y ellos aprendieron de sus mayores, quienes aprendieron de los suyos, y así sucesivamente hasta perderse en el horizonte del recuerdo mítico, de una humanidad homínida reunida alrededor del fuego. El fuego externo, de una hoguera prehistórica, que resuena con el fuego interior del presente: de esta danza de impresiones que vibra en la eternidad.

Las palabras son el recuerdo del presente, y una reunión de todos nuestros ancestros.

Así transitan los fenómenos mezclados de consciencia. Como luces que surcan las ventanas de un tren nocturno y caballos pastando entre rocas y pinos. Frío en invierno y calor en verano. En un campo de batalla o en la cima de la montaña, hospital o patio de juegos, la consciencia aviva todo lo que existe sin discriminación. La vida es el fuego de la consciencia, y sus llamas son las impresiones, los pensamientos, que se elevan al cielo, desaparecen y vuelven a nacer.


[1] Ver Atharvaveda 11.8.18 y Rig Veda 3.38.3, Citado por Mahony, en The Artful Universe, pg.153

El llamado a la reunión

Continúo con la comparación etimológica y poética de la traducción hebrea de la Bhagavad Gita con el texto sánscrito original. La Bhagavad Gita es un canto metafísico sobre el rol del ser humano en el mundo, pero forma parte de una obra más extensa, que es el Mahābhārata. El Mahābhārata es el relato de una gran guerra, y la Bhagavad Gita testimonia lo que se dice que le dijo el guerrero Krishna a Arjuna, su compañero de armas. Arjuna se preguntó por el sentido de la guerra, en nombre de la humanidad, y Krishna contestó sobre el sentido de la vida, en nombre de la eternidad. Ese dialogo, entre el ahora y el siempre, o entre el cuerpo y el universo, sigue reverberando en nosotros en este mismo momento, y cada vez que nos preocupamos y con cada cosa que nos maravilla.

Pero el primer verso de la Bhagavad Gita no salió de la boca de Krishna ni de Arjuna, sino del rey Dhritarashtra, cuyos hijos son los que se disponían a enfrentarse en el campo de batalla. El consejero del rey Dhritarshtra había recibido el don de saber de manera simultánea todo lo que pasaba y se decía en el campo de batalla -Había recibido el don de la mano del narrador del Mahābhārata, de Vedavyasa- y en un momento trágico de la batalla Dhritarashtra se arrepiente de no haber hecho suficiente por evitar la tragedia, y pregunta a su consejero qué fue lo que le dijo Krishna a Arjuna en el campo de batalla, antes de empezar a luchar:

[Estando] -recuerda Dhritarashtra- “Reunidos en el campo del deber, en Kurukshetra, ansiosos por combatir” (Según la traducción de Fernando Tola[1]). Y en una entrada anterior ya me detuve en la primera parte del verso: “Reunidos en el campo del deber” por lo que aquí propongo observar la composición lingüística de “ansiosos por luchar”, porque en la comparación entre el sánscrito y el hebreo se escucha el sonido lejano de un llamado distante, pero cercano, que no se percibe solamente con los oídos.

Es importante explicar que el primer verso de la Bhagavad Gita, leído literalmente, está dividido en dos partes: una primera, de ocho sílabas, dice: “en el campo del dharma, en el campo de los Kuru” y una segunda línea, también de ocho sílabas, se puede traducir como: “ansiosos por luchar”. Porque la palabra sánscrita samavetās combina el prefijo sam– usado para significados como junto, juntar o unir, con el participio de la raíz verbal –i, que se usa con significados como llevar a, empujar, impulsar, animar, promover, ofrecer o también defender. La raíz verbal –i (o su derivado –ava) infunde énfasis, vida y movimiento a la palabra con la que forma un compuesto. En este caso la palabra es sama: Una reunión. Una reunión con énfasis. Samaveta: participio pasivo en pasado de sam + ava: Reunidos (pero con ganas, con énfasis), de aquí la acertada traducción hebrea por nikhalim, el pasivo de la raíz kahal, que se usa para designar congregaciones y reuniones de personas.

De he hecho, la palabra kahal se usa tradicionalmente para designar a los miembros de la comunidad judía, y en cuando a lo que atañe a la traducción de la Bhagavad Gita al hebreo, probablemente no sea lo más relevante ahora definir los diferentes tipos de organización que ha tenido la comunidad judía a lo largo de la historia, pero sí es interesante abrir los oídos a los campos semánticos que invoca esta palabra: como reunión, por ejemplo, comunidad e incluso llamado, porque uno de los sinónimos de kahal, en el lenguaje bíblico, es mikrá: llamado. Los traductores de la biblia de los setenta (septuaginta) al griego, eligieron traducir la palabra kahal y sus derivados por la palabra ekklesía (έκκλησια) derivada etimológicamente del verbo kleo, llamar, pero usada para designar a la asamblea democrática ateniense en la época en que se tradujo la biblia al griego. Asamblea, como en kahal, en el sentido de una comunidad congregada; convocada. Porque una pregunta interesante es ¿qué es lo que “llama”, o convoca, una comunidad? ¿No será que, de alguna manera, lo que convierte un grupo de personas en comunidad es aquello que los ha convocado a todos? El lenguaje, en general, distingue entre el caos y la construcción, o entre la forma y lo indefinido. Distingue entre el sonido y el lenguaje, entre el rugido y el discurso, o entre la multitud y el grupo reunido, entre ekklesía y un montón disgregado.

La Bhagavad Gita habla de una batalla; los guerreros reunidos en ese campo sagrado (campo del dharma) fueron convocados por un mismo llamado. Vemos dos bandos, pero que han venido a hacer lo mismo; han venido a luchar. Y en el caso de la Bhagavad Gita quien emitió el llamado fue la misma tierra:

 En el primer libro del Mahābhārata – la obra de la cual la Bhagavad Gita es un capítulo- se explica que la diosa tierra se sentía oprimida por el peso de los guerreros y la dureza de sus acciones, por eso pidió ayuda a Vishnu, o “lo que permea todo”. Vishnu nació, entonces, como Krishna, para guiar a todos los guerreros del mundo a ese campo de batalla sagrado. Por esto son samaveta, en sánscrito: reunidos con entusiasmo… ¿o bajo un mismo llamado?

Y para no dejar dudas sobre la intensidad que caracteriza la reunión que describe el primer verso de la Bhagava Gita, la siguiente palabra es un verbo que está en forma desiderativa (que muestra entusiasmo), que en sánscrito se forma repitiendo la raíz verbal:

Yuyutsavas es una repeticiónde la raíz yud: luchar, enfrentar, superar, guerrear. Yuyutsavas sería como decir “reunidos para luchar luchar”, en el sentido de reunidos (o llamados a encontrarse) con “muchas ganas de luchar”. Para lo que la versión hebrea usa la palabra sasón: que se usa como exaltación, alegría en festividades, o entusiasmo. “Convocados para la batalla con entusiasmo”, pondría en hebreo, siendo interesante mencionar que la palabra hebrea para batalla (krav – קרב) es básicamente la misma que cercanía (krv – קרב), siendo plausible que la palabra para cercanía sea el origen de la palabra batalla en hebreo.

Las palabras clave aquí son unión, comunión y lo que emana de ellas. ¿Si toda la raza humana comparte un mismo espacio (loka) o mundo, qué es lo que nos mantiene separados o unidos? ¿Acaso no estamos todos reunidos en un mismo mundo? ¿No hemos sido todos convocados a esta misma vida juntos? ¿Qué es lo que nos separa y qué es lo que nos une?

Los soldados convocados al mismo campo están separados por dos bandos, pero unidos por una misma batalla. La batalla a la que acuden con ganas, o con entusiasmo.

La vida ruge, y susurra. El lenguaje es un templo de arena en el agua, sostenido por convenciones temporales. A estas profundidades extensas, inasibles como el cielo, hemos sido convocados, enfáticamente; llamados a vivir juntos en esta misma dimensión, en este mismo momento. Aquí y ahora. En este espacio y en este lugar, invocado por las miradas de los presentes y por lo que pueda pasar. Como si fuera el potencial creativo lo que hiciera al lugar. Como si el lugar fuera el mismo encuentro.

Los que hemos sido convocados a este mundo nos reunimos en sus páginas – en sus sonidos – en sus pensamientos, colores, sombras, sensaciones, sabores y aromas.

¿Para qué? Eso le preguntó Arjuna a Krishna en el campo del dharma; eso le preguntó Nára a Naráyana en el centro del universo; eso le preguntó la duda al corazón. Veamos qué nos dice la Bhagavad Gita, escuchemos qué nos dice nuestro aliento al respecto.

Recitación del primer verso de la Bhagavad Gita:


[1] Tola, Fernando Trad. Bhagavad Gita, el canto del señor Monte Ávila, Buenos Aires.

Entre Yavé y Brahma

Continúo con la propuesta del octavo año de Respirar el Mahābhārata, que consiste en comparar el original sánscrito de la Bhagavad Gita con su traducción hebrea. Lo que pueda aportar una reflexión de este tipo se irá viendo a lo largo de este año 2023. El sánscrito y el hebreo son idiomas considerados sagrados, porque la creación del mundo tuvo -tiene- lugar mediante sus sonidos. Traducir la Bhagavad Gita al hebreo es re crear su mensaje con sonidos distintos, pero con una carga religiosa parecida. La comparación entre los dos idiomas sirve de indagación en el significado de lo sagrado, y narrar este proceso es un acto creativo -artístico- que entronca con la motivación de este voto de 12 años.

El sánscrito y el hebreo también comparten la condición especial de ser idiomas “revivivdos”. Más de una vez he oído la pregunta de si el sánscrito todavía se usa o si es un idioma “muerto”, lo cual me remite al hebreo como otro lenguaje que fue rescatado de la muerte para la construcción de un estado. Es interesante el uso de la palabra “muerto”, porque ni el hebreo ni el sánscrito nunca se han dejado de usar en un contexto religioso, ni se ha dejado de escribir poesía mística, o espiritual, en ambos idiomas. Cuando en la edad moderna se habla de revivir el sánscrito, ampliando su uso a la conversación diaria en poblaciones indias como Mattur o Hosahalli, o de revivir el hebreo para que sea usado en ámbitos seculares en el estado e Israel, ¿de qué tipo de muerte han de ser revividos ambos idiomas? ¿Acaso el ámbito de la liturgia, el debate religioso y la poesía mística es el de la muerte, y el ámbito secular corresponde a la vida? Dejo esta pregunta abierta y si quieres comentar algo al respeto puedes hacerlo en los comentarios. No siento que sea el momento para mí para opinar sobre esta cuestión, porque en esta entrada quiero apuntar más bien a la importancia de la palabra vida. Para entender a qué nos referimos hoy cuando decimos lenguaje vivo, o muerto, habría que definir qué es la vida para nosotros.

Por ejemplo, en esta entrada, considero que vale la pena comentar un fragmento de la introducción al traducción que estoy usando, de Immanuel Olsvanger (quien estudió sánscrito en Konigsberg, Bern y Basel, antes de emigrar a Palestina en 1933). Una introducción escrita en India, por N.I. Nikam, de la universidad de Mysore, de quien lamentablemente no he podido encontrar más información, y publicada en hebreo en la edición original de la traducción. Un texto breve en el profesor presenta la Bhagavad Gita definiéndola como un texto universal, que representa el interés instintivo por la religión que tiene el ser humano, más allá de credos y sectas.

El autor presenta dos puntos centrales para la Bhagavad Gita, que según él son también los pilares centrales de toda vía de pensamiento hindú: Brahmavidya (ब्रह्मविद्या), que queda traducida al hebreo como “hăvāyāh”   (הֲוָיָה) y Yogashastra (योगशास्त्र) que se traduce aquí por “mishmá’át ruchānit” (מִשְמְַעַת רוּחָנִית).

Brahmavidya es un compuesto de las palabras Brahma y Vidya: La palabra Vidya está derivada de la raíz verbal Vid, que se puede traducir por: conocer o comprender.

Vidya se puede traducir como ciencia, aprendizaje o filosofía. Tradicionalmente se ha dicho que existen cuatro tipos de Vidya:

Trayīvidyā: conocimiento de los tres veda (textos religiosos) principales, o conocimiento del ritual.

Ānvīkshikiīvidyā: lógica y metafísica.

Daņdanītividyā: conocimiento de cómo gobernar correctamente.

Vārttāvidyā: Conocimiento práctico, como agricultura, comercio o medicina.

Más adelante se añade Ātmavidyā: conocimiento interior. Y el autor de la introducción abarca todas estas ramas con el compuesto Brahmavidya, o “conocimiento de Brahma”. ¿Pero qué es Brahma?

La palabra Brahma deriva de la raíz Bŗih, que se puede traducir por: crecer, aumentar, expandir, promover e, incluso, “espesar”. De esta raíz deriva el nombre del dios Brahmā, quien da forma y modifica la creación. La fuerza creativa de la realidad, que de una manera más metafísica podría llamarse Brahmán: “aquello que posee expansión”; la realidad profunda de las cosas, un movimiento expansivo hacia dentro y hacia fuera, en todas las dimensiones. Conocer esto (Brahmavidya) es uno de los pilares del hinduismo, según N.I. Nikam, e Immanuel Olsvanger lo traduce al hebreo como Havayá (הֲוָיָה), derivado de Hové: presente, ahora.

El místico judío de la Zaragoza del siglo XI, Iben Pakuda, en su obra Hovót Halevavot, traducida al castellano como Guía de los deberes, habla de de la Havayá como “aquello a lo que uno sale después de formarse en el útero materno”. Mientras en algunos contextos Havayá podría traducirse como “la vivencia” del mundo, o “la manera de ser” de algo. Y en un sentido religioso, “el nombre de toda esta vivencia del mundo (shem havayá) es el nombre que incluye todos los nombres: el nombre completo de la divinidad.

Yavé, el nombre de la divinidad, está compuesto de la misma raíz que Havayá, de ahí la relación con Brahma, que es una palabra que alude tanto al creador personificado como a la realidad, en todos sus aspectos conocibles.

Lo que cada un@ pueda entender de esta comparación lingüística queda influenciado por nuestra constelación de asociaciones personal, dependiendo de qué asociamos a la palabra mundo, experiencia o creación. Lo que propongo como ejercicio es parar un momento la lectura y visionar, como si miráramos las nubes pasar sobre la montaña, las imágenes e ideas que se dibujan en nuestro paisaje interior.

Más que hacer el esfuerzo de definir la experiencia a la que apuntan estas palabras, propongo el ejercicio de vivenciar la experiencia lingüística en sí. Un ejercicio que se irá puliendo a lo largo de este octavo año de Respirar el Mahābhārata.

El otro pilar, o punto central, de la visión hindú, según el autor mencionado, es Yogashastra; y esta palabra es igual de fascinante que la anterior, porque es prácticamente imposible de traducir de manera literal. La prueba es que las traducciones más contemporáneas de la Bhagava Gita ya tienden a dejarla en el sánscrito original, confiando en que el uso repetido de la palabra vaya habituando a los lectores interesados a sus diversos significados posibles. Yoga, derivada de la raíz yuj, se puede traducir como: atar, yugo, pero también disciplina, o arte, dependiendo del contexto.

En el Mahābhārata, por ejemplo, la palabra Yoga aparece en muchas ocasiones y en contextos aparentemente distintos: Los guerreros hablan del yoga del tiro al arco, que han aprendido de sus maestros, y la reina Gandhari tiene la capacidad de volver a su hijo invencible con el acto de poner en él su mirada, gracias al yoga de haber mantenido los ojos cerrados durante décadas. Hay místicos que saben todo lo que ha pasado, siempre, en el mundo gracias a su yoga y existen armas mágicas con capacidad de destrucción masiva que se consiguen gracias a un yoga determinado.

En la Bhagavad Gita se habla de varios yoga, que supongo iremos viendo a lo largo de este año, y para nosotros, los lectores contemporáneos, yoga son secuencias de posturas físicas practicadas regularmente, asociadas a un estilo de vida austero y meditativo. ¿Qué es lo que une todos estos significaos, con el sentido de la raíz sánscrita yuj: atar?

Shastra, la segunda palabra del compuesto, es igual de ambigua. La traducción más coherente en el contexto de esta introducción es la de Enseñanzas. Probablemente el autor se refería a esto, a las enseñanzas de yoga (aunque, de nuevo, ¿en qué pensaba al decir yoga?). Y aún así, es interesante tener en cuenta que la raíz shas se puede traducir por cortar, y shastra puede ser cualquier instrucción oral tanto como manual escrito o compendio de normas.

El segundo pilar, entonces, junto a Brahmavidya, es Yogashastra: “comprender las enseñanzas del yoga”, lo cual Immanuel Olsvanger traduce por Mishma’at Ruhanit. Mishma’at se puede traducir por disciplina, pero vale la pena mencionar que deriva de la raíz sham’a, que tiene que ver con la escucha. En este caso disciplina tiene que ver con “oír”, en el sentido de “hacer caso”, obedeciendo al tópico hebreo de que oír de verdad significa hacer. Según Maimonides, en sus escritos editados a la comunidad de Yemen (Epístola a Yemen): Oír, callar y hacer trae el bien verdadero.

Pero, ¿oír qué? Pues la palabra ruhaní deriva de ruah, que se puede traducir por viento. ¿Oír, hacer caso al viento? ¿A los vientos de Brahma, la expansión universal? Todas las palabras hebreas que se refieren al interior sutil e inasible del cuerpo tienen que ver con el aliento y la respiración. Nefesh, neshamah, ruah, son sinónimos de alma, o se refieren a aspectos distintos del alma, si se quiere, pero se pueden traducir también por soplo, respiro y viento. En el segundo verso del libro bíblico de Génesis lo que vuela encima de las aguas sin forma es la ruah divina. En la traducción al griego conocida como “la de los setenta”, en el siglo III a.e.c la palabra ruah de este verso se tradujo por primera vez por pneuma, y de ahí al latín en la Biblia Vulgata como spiritus dei. Por esto la traducción más común de ruah es “espiritual”. Mishma’at Ruhanit: Disciplina espiritual, o escuchar la voz del viento divino: Yogashastra, conocer las enseñanzas espirituales.

Considero la traducción bien escogida, porque la tradición insiste en que el yoga no es especulación sino acción. La misma Bhagavad Gita insiste en ello. En el sentido de “escuchar es hacer”, la traducción de yoga por mishma’at, disciplina espiritual, es inspiradora, y abre campos semánticos interesantes. Si volvemos a la pregunta de ¿Qué es vida?, con la que ha empezado este escrito, puede ser muy indicativo el tener en cuenta los pilares de comprender la expansión del mundo y escuchar los vientos espirituales, para serles fiel.

Escuchar cómo respiran los fenómenos. Escuchar con la piel. Escuchar el espíritu de la escucha. Caminar, respirar, es escuchar. Escuchar es estar. Estar es hacer.

Entre la comprensión del mundo y una vía espiritual; entre el hebreo y el sánscrito; se abre el misterio de la vida. Esta vida que pasa rápida como el vuelo de una flecha. Entre las palabras y el silencio. ¿Qué aportan a nuestro mundo las palabras? ¿Y qué le quitan?

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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