Arjuna y Krishna son dos príncipes modélicos; fuertes y eficientes guerreros, justos, imponentes por la fuerza de su musculatura, la nobleza de su postura y el brillo que emana su mirada. Son primos y son personajes centrales, sino protagonistas, del Mahabharata. Pero esto al inicio de la obra todavía no lo sabemos.
Arjuna y Krishna están de paseo con su séquito y paran a la orilla de un lago en el bosque que se llama Khandava. Juegan en el agua con las doncellas que los acompañan, se persiguen, se empujan y al rato, cansados, se acuestan sobre la hierba en un tramo apartado de los carruajes y las tiendas de colores.
De repente, como aparecido de ninguna parte, se encuentran a un anciano delgado y alto, vestido con una tela de tono cobrizo. Tiene el pelo largo, recogido en un moño, y una barba igual de larga, de tonos rojos y anaranjados. La piel muy morena y la mirada encendida.
El anciano les explica que es Agni. Su nombre, Agni, según el diccionario de sánscrito Monier Williams, deriva de la raíz ag, que significa agitación, y significa el número tres, fuego del estómago, fuego sacrificial o el dios del fuego.
Agni está en un apuro. Tiene hambre y quiere, desde hace tiempo, comerse el bosque Khandava, pero Indra no se lo permite. Indra, etimológicamente, está relacionado con los cambios lunares, las mareas, el número uno sobre el dado, una gota – que puede ser una gota del elixir de la inmortalidad, y mitológicamente se le representa como el portador del rayo.
En un principio, hace varios eones, los dioses estaban regidos desde las profundidades de los cielos nocturnos por Varuna, un dios lejano que gobierna desde un palacio de mil puertas que solamente se puede visitar en esa parte que uno siempre olvida del sueño. Más tarde Indra, por el valor de sus proezas, desbancó a Varuna y se irguió como el rey de los dioses. Así lo cuentan los cantos más antiguos. Y era Indra, el dios del relámpago y la lluvia, el que protegía personalmente el bosque en el que se encontraban Arjuna y Krishna, por su amistad con el rey de las serpientes, que tenía su residencia en ese mismo bosque.
Siempre que Agni ha querido consumir al bosque de Khandava Indra se lo ha impedido, apagando sus llamas con lluvia. Pero con la fiereza de Arjuna y Krishna de su lado, y sus conjuros de combate, Agni podría quemar el bosque, digerirlo, mientras los dos guerreros pongan Indra a raya.
A cambio, les ofrecerá armas mágicas, más poderosas de lo que nunca habían soñado.
Así que lo que sigue a esta propuesta es una matanza:
Las llamas del fuego suben varios metros hacia el cielo y evaporan la lluvia torrencial que cae sobre ellas. Arjuna y Krishna, riendo según documenta el texto, disparan hacia el cielo conjuros que dispersan y debilitan la furia de las nubes, y decenas y decenas de flechas con punta de hierro contra los animales que intentan escapar. Agni quiere consumir todo el contenido del lugar. La condición es que nadie, o nada, consiga huir. El texto describe el horror y la desesperación de los animales con un detallismo que recuerda los peores holocaustos de la historia. La grasa derretida de las bestias se derrama a chorros sobre las rocas que quiebran y explotan a causa del calor.
Del bosque no queda nada.
Pero queda el rencor. El rencor del rey de las serpientes, Takshaka, quien se vengará en el futuro matando al nieto de Arjuna.
Hay mucho que decir sobre el bosque de Khandava. De hecho todo este tercer año del proyecto Respirar el Mahabharata girará en torno a esta capítulo del Mahabharata. Por ahora, podemos dejarlo en que a causa del incendio en el bosque Khandava conocemos el Mahabharata. El rey de las serpientes pierde su familia en el incendio. El rey de las serpientes se venga matando –quemando- al nieto de Arjuna. El bisnieto de Arjuna se venga organizando un ritual mágico que dura 12 años, con el objetivo de quemar, allí donde se encuentre, hasta la última serpiente del mundo. A lo largo de esos 12 años, unos de los sacerdotes presentes narró todas las historias que conocemos como el cuerpo de la tradición oral india. Desde la creación del mundo, al nacimiento de la raza humana y los primeros milenios de la historia hasta llegar al mencionado ritual. Historia que hoy hubiéramos olvidado si no fuera por esa transmisión.
Las historias se cuentan mejor frente al fuego, porque en sus crestas podemos ver las formas que la imaginación interior proyecta sobre los tonos danzantes de las llamas. Y llevando la idea un poco más lejos, ¿y si todo lo que vemos fueran llamas de una realidad danzante y mutable sobre las que proyectamos las historias que nos contamos? Una realidad que es tan injusta como bella, dulce y dolorosa.
Hay mucho más que decir sobre el bosque Khandava, y quedan muchos meses hasta el estreno del tercer espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre.
INTERESANTE RELATO
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