La hora de escuchar

Para leer este relato ¡atención!, deténgase un instante la lectura y diríjase la concentración a la nariz, a las fosas nasales, y obsérvese:

¿Hay aire que entra, o sale, por ellas? ¿Con qué intensidad? ¿Qué temperatura?

¿A qué ritmo se llenan y se vacían los pulmones?

Pregúntese:

¿Estoy dirigiendo la respiración cuando observo su funcionamiento? ¿Estoy forzando la inspiración? ¿Estoy reteniendo el aire al expirar?

Y por unos instantes más, propongo dirigirse al aire con un saludo; con un agradecimiento por sostener nuestra vida:

-Saludos, señor de la vida. Agradezco tu presencia en el mundo. Agradezco tu paso por el tiempo.

Porque el aire corre sobre los campos de la historia. Estuvo aquí cuando nació nuestra raza y cuidó de nuestra madre cuando flotábamos en sus aguas.

Antes de la historia que conocemos, el aire tuvo un hijo con una mujer terrestre: Bhima. El hermano mayor de Bhima fue el hijo del dharma, y fue proclamado emperador universal. El hermano menor del hijo del aire fue Arjuna, el mejor guerrero que la tierra haya visto luchar. Sus hermanastros fueron Nakula y Sahadeva. Gemelos. Hijos de la transición entre la luz y la oscuridad.

Los cinco se casaron con una misma mujer: Draupadi, la oscura; hija del fuego y la furia. La mujer más atractiva que su era hubiera visto, y la más peligrosa. Porque si el fuego quema, su hija también. Y eso fue lo que Draupadi explicó a su pretendiente indeseado:

-¡Atención! Yo quemo.

En las tres entradas anteriores he venido escribiendo sobre ese suceso: los cinco hermanos, más su esposa, fueron robados de su reino y exiliados. Huyendo de sus enemigos pasaron un año escondidos, usando identidades falsas. Durante un año los seis convivieron en una misma corte, fingiendo ser desconocidos y ejerciendo oficios distintos. La reina, disfrazada de concubina, ante el acoso del general del reino, avisó:

-Estoy casada con cinco gandharvas. Cinco seres celestiales incorpóreos pero poderosos como el relámpago. No los podéis ver, pero me están cuidando. Aunque lo parezca, no soy soltera. Nadie debería acercarse a mí.

Entre palabras:

-No deseéis mis llamas: quemo.

Porque el peligro no era tan etéreo como unos gandharvas, sino que sus cinco maridos estaban escondidos en la corte. Cinco guerreros, velados pero alerta. Cinco leones escondidos entre la vegetación.

Las palabras de Draupadi fueron misteriosas, pero su mensaje claro. Su pedido fue simple: que no se codiciara su sexualidad. Que se la dejara en paz. Y el general Kichaka no quiso escuchar. Insistió, a pesar de los avisos. Y murió.

Después, los familiares del general se quisieron vengar. Asumieron que el horrible asesinato del general tenía que haberse llevado a cabo por los mencionados gandharvas, y decidieron castigar a la culpable. A la concubina. A la extranjera. A la desconocida. A la seductora que había causado la muerte de su familiar.

Entonces volvió a aparecer Bhima, el hijo del viento. Cuando la reina velada ya estaba llegando a la pira en la que la querían quemar. Entre las antorchas y la noche, como un vendaval, Bhima arrancó un árbol y destrozó con su tronco a todos los familiares del general.

Al amanecer, en el lugar de la pira se encontró la decena de cadáveres.

Una vez más, la falta de escucha.

Yo quemo, dijo Draupadi.

Si el fuego quema, ¿por qué arriesgarse? ¿Por qué no escuchar?

El Mahabharata es la historia de una crisis. Es la gran historia de la crisis de la humanidad. ¿Seremos capaces de escuchar, entonces? Cuando el fuego y la tierra hablan ¿escuchamos? ¿Escuchamos al viento, y lo que nos tiene que contar? ¿Escuchamos el corazón de nuestros semejantes? ¿Escuchamos lo que nos tienen que decir? ¿Escuchamos al destino?

Es una pregunta abierta. Tal vez el Mahabharata también, como la tierra, el cielo y el fuego, nos quiere decir:

Atención.

Para.

Escucha.

El verdadero origen del fuego

Rudra es un nombre que muchos traducirían como el aullador. Shiva (El bondadoso) es otro nombre que recibe lo mismo, que es algo que no es algo, porque no es un objeto, pero tampoco es nada.
Si uno tiene muchas ganas de conocer a Shiva, cuando sueña se puede encontrar con una figura delgada y alta, que tiene forma humana pero no lo es, quien le puede indicar que suba a un autobús, o coche, o le enseñe un mapa o le indique un puente colgante o unas vías de tren abandonadas, que llevan al sueño profundo – al silencio, del cual no recordamos nunca nada durante la vigilia. Y más allá de ese silencio está Shiva. Por esto Shiva está siempre aquí, pero lejos. En un lugar que lo permea todo, como el líquido de las aguas.
Aquí, pero lejos, Shiva se refleja en Vishnu. Dos nombres equivalentes, eternos, pero uno es siempre y el otro nunca, o uno es todo y el otro nada, y ya no se sabe quién es qué; o los que lo saben no lo recuerdan, o los que lo recuerdan no se lo cuentan a cualquiera.
En ese lugar, nace del ombligo de Vishnu una flor de loto, que esconde dentro de sus pétalos a Brahma, el poeta que creó a los poetas; el que otorga formas a la realidad, con las palabras que inventa.
Cada letra que pronuncia Brahma es como una llama que se enciende en el seno del calor. Por esto se dice que quien logra recordar algo de este lugar recuerda treinta y seis mil fuegos, que son las letras que crean los sueños.
Durante la vigilia la mente cabalga estas letras como a una yegua en llamas, difícil de domar.
Pero en fin, en ese lugar, Brahma habla con Shiva, y juntos deciden hacer una visita a Vishnu. Porque Vishnu vive en una isla blanca, hecha de finísima arena. Y cuando Brahma, acompañado de Shiva, se sienta ante Vishnu, ve salir de él, como si fueran cientos de miles de millones de velos que lo cubrem, y descubren, siluetas de una multitud de apsaras: mujeres desnudas y cubiertas de joyas que bailan y mueven brazos, codos y dedos, de las manos y los pies, al ritmo de los cantos armoniosos que ellas mismas entonan. Una levanta una rodilla, otra rota suavemente el muslo, una golpea la arena con la planta desnuda del pié, otra hace volar su cabellera, una parpadea, otra sonríe. Suben y bajan los pechos, se gira una cadera amplia y una mano con los dedos extendidos tapa otra cadera algo más estrecha.
La mera visión de las bailarinas fantásticas que rodean a Vishnu, los pechos redondos de las apsara, sus nalgas en tensión y la fluidez de sus movimientos, acaloran el cuerpo de Brahma, que siente en sus genitales un ardor que le acaba haciendo eyacular, solo, antes de poder tomar el control de sí.
Brahma siente vergüenza e intenta tapar las pruebas con una parte de su vestido. Envuelve con tela, en un movimiento rápido, su semilla mezclada con arena blanca, y lanza el atado al mar.
Al instante sale de las aguas primordiales un niño luminoso, que brilla como el sol de soles, y se abraza llorando a Brahma.
Tras él, antes de que nadie pueda reaccionar, se eleva desde el mar Varuna, el dios de las aguas profundas. El dios de todas las aguas negras del inconsciente.
-Vengo a reclamar mi hijo – exclama Varuna. Pero Brahma ya le ha cogido cariño al niño y de un manotazo hace volar a Varuna lejos de la orilla.
Pero Varuna vuelve, y reclama de nuevo su hijo.
-¿Cómo puedo abandonar alguien que se está abrazando a mí con todas sus fuerzas y me pide amparo y refugio? – Dice Brahma.
Ante lo cual, interviene Vishnu:
-He visto bien toda la secuencia, Brahma. Este niño es hijo tuyo, fruto de tu deseo. Pero ha nacido en las aguas de Varuna. Los sabios saben que el maestro de uno es como un segundo padre, así que si Varuna acepta al niño brillante como discípulo, los dos compartiréis la paternidad.
Al niño, lo llaman Agni, y es el fuego. También fue bautizado Hutāsana, que lo consume todo, porque nació del deseo desbocado de Brahma y eso le impregnó, de raíz, de un hambre infinito que solamente las enseñanzas de Varuna, el dios del agua, puede regular y calmar.
Agni es inquieto también, y no hay lugar del universo en el que no quiera estar. Por esto Brahma le encargó recoger las ofrendas de los corazones que todos los seres, con o sin forma, hacen a los dioses, a Vishnu y a Shiva.
Al poco tiempo, sin embargo, Brahma se dio cuenta de que ninguna ofrenda llegaba a los dioses y se concentró en la raíz de la realidad (mūlaprakṛti), donde vislumbró una energía femenina de color azul, que reconoció como aquello que faltaba a su hijo Agni.
Le había costado a Brahma reconocer a esta diosa sutil porque ella tenía su atención dirigida exclusivamente a Shiva, y no tenía ningún deseo ni intención de dispersarse entre los tres mundos.
Shiva intervino en ayuda de Brahma, y todo los dioses, y prometió a la energía azul, de nombre Svāhā, que dado que el fuego está en todas partes si se casaba con el fuego una parte de ella siempre estaría en el mundo de Shiva, junto a él, mientras en otros planos temporales podría acompañar al fuego.
Así es como Svāhā aceptó acompañar a Agni y se la puede reconocer siempre en los matices azulados de las llamas.
Tras 12 años cósmicos de estar juntos Agni y Svāhā tuvieron tres hijos: Dakshināgni, Gārhyapatyāgnī y Āhavaniyāgni; el fuego ceremonial, el que se cuida en el hogar y el de las invocaciones.
Todas estas llamas son los hijos de Agni y Svāhā. Las crestas de las llamas, ese lugar donde el calor dorado de cada lengua del fuego se difumina en el aire, es Rudra. Porque Rudra es el aullido del fuego. Y los tintes azulados en la base de las llamas son la esposa del fuego, Svāhā, que vive abrazada a él, pero tiene el corazón con Rudra. – Es por ella que todas las ofrendas transcienden allende los tres planos, van más allá de los sueños y más allá del silencio.
El deseo es la fuerza que ilumina la vida, el fuego es su forma y Svāhā es la guía para volver al origen, que está aquí y lejos, porque está en todas partes, es inmensurable e indescriptible.
También indestructible.
Ninguna de las palabras que escribo aquí son la realidad, pero a la vez lo son todas. Las palabras son pequeños destellos en las aguas oscuras de lo que hay. Cuando las palabras se invocan junto a Svāhā, se convierten en el corcel flamante sobre el que la mente puede cabalgar hacia el lugar del que venimos todos, más allá de las palabras y más allá del silencio.

Las fuentes de esta narración son el Brahma-Vaivarta Puranam y el Devi Bhagavata Purana, así como citas de Brahmanas y diversas Upanishads recogidas en el clásico La presencia de Shiva, de Stella Kramrisch y los comentarios a los Brahmā Sutras en la edición castellana de Consuelo Martín. También en El Ardor, de Roberto Calasso.
El secreto de los nombres de Dios, de Ibn Arabi, también ha influenciado esta narración.

Esta es la última narración del tercer año de la performance Respirar el Mahabharata; dedicado al fuego. El próximo, si dios quiere y lo permite, será el “manifiesto del tercer año”, en el que me esforzaré por expresar, como los años anteriores, en qué lugar se encuentra el proyecto ahora ante el estreno del tercer capítulo del espectáculo, el próximo 12 de Diciembre de 2018.

El fuego, la justicia, la rabia y la luz

La corte del rey Kirtavirya tuvo la suerte de acoger a los sacerdotes del linaje de los Bhrigus, de quienes se decía que tenían una sabiduría que iluminaba la tierra como los relámpagos la noche de tormenta. Aquellos sacerdotes del reino de Kirtavirya eran descendientes de los que en tiempos de los orígenes habían seguido los pasos del fuego como a las huellas de un animal extinguido. Persiguieron al fuego hasta encontrarlo en las nubes, allí donde las lluvias se reúnen, y le dieron un lugar entre las personas. Los Bhrigus amigaron al fuego con la humanidad y con su ayuda elevaban el esplendor de los reyes a los que servían, hacia las praderas doradas de los dioses.
Los Bhrigus conocían el sendero que conecta la luz con la materia, lo cual equivale a decir que conocían el secreto de la inmortalidad – sabían cómo servir el Soma, la placentera bebida de la eternidad.
El rey Kirtavirya regaló a sus sacerdotes grano y riquezas en abundancia, pero generaciones más tarde sus descendientes se vieron en situación de carencia económica y acudieron a los Bhrigus disfrazados de mendigos.
Para salvar a sus riquezas indestructibles la mayoría de los Bhrigus escondieron las que tenían bajo tierra; algunos las ofrendaron rápidamente a otros sacerdotes (brahmanes) y unos pocos les dieron tanto como podían a los hambrientos nobles (kshatriya).
Pero ocurrió que un día los nobles, siguiendo su intuición, cavaron en los terrenos de residencia de los Bhrigus y descubrieron el tesoro que escondían.
Furiosos, los nobles dispararon sus flechas contra el clan de los Bhrigus sin escuchar sus gritos de clemencia. Persiguieron a sus sacerdotes por toda la tierra, matando incluso a los que quedaban por nacer.
Las esposas de los descendientes de Bhrigu se vieron forzadas a huir a las montañas del Himalaya y esconderse allí donde podían.
Entre las mujeres de los Bhrigu había una doncella con bellas piernas que había tomado la resolución de perpetuar la raza de sus esposo. Escondió a su embrión en uno de sus muslos, pero fue descubierta finalmente por los furiosos nobles. En ese crítico momento apareció el niño del muslo de su madre, como el fuego lo hace del tronco de madera, cegando a los guerreros como el sol de mediodía.
Privados de la vista, los nobles vagaron por los pasos difíciles y peligrosos de la montaña.
Frustrados, derrotados y asustados, pidieron clemencia ante la impecable mujer del linaje de los sacerdotes – le suplicaron que les devolviera la vista. Estaban ensombrecidos por el dolor, ciegos, como fuegos apagados.

-¡Ilustre señora! Por tu gracia, devuelve la vista a los guerreros. Nos marcharemos todos de aquí con nuestros actos malvados. Tenednos compasión, tú y tu hijo. Devuelve la vista a los reyes.

-Hijos, yo no os he robado la vista, ni tampoco estoy enfadada con vosotros. Es el descendiente de los Bhrigus que ha nacido de mi muslo el que está furioso. Es su furia, debida a la perdida de sus familiares, la que os ha dejado ciegos.
He llevado a mi hijo en el muslo durante cien años, mientras vosotros nos matabais hasta en el útero. Lo he llevado para que hiciera lo mejor para su linaje. Es su fulgor el que os ha cegado; si calmáis su furia con vuestras súplicas os restaurará la vista.

Oído esto, los guerreros dirigieron sus súplicas al descendiente de los descubridores del fuego, a quien habían llamado Ourva (muslo, en sánscrito).
Ourva, por una parte, fue compasivo con los reyes y les curó la vista, pero seguía reteniendo la energía de la furia que había acumulado y decidió dirigirla de todas maneras hacia el mundo. Para recuperar el honor del clan de los Bhrigus, y hacer justicia, Ourva convirtió en fuego la furia que albergaba su cuerpo y estaba dispuesto a dejar que sus llamas incendiaran todos los mundos, incluyendo los planos celestiales, tanto a los dioses y a los enemigos de los dioses como a la raza humana y el resto de los seres.
Viendo lo que su descendiente se proponía hacer los ancestros de Ourva se presentaron ante él desde las llanuras blancas en las que habitaban, allende el brillo de la luna.

-Ourva, hijo, controla tu furia. Te estamos viendo desde las praderas ilimitadas donde pastan los búfalos de cuernos dorados. Habitamos entre los siete ríos de la verdad, la misma verdad que tú buscas, y nos nutrimos de las urbes de las vacas de la luz. Vivimos junto a la gran madre; vemos las olas imperceptibles que forman sus pensamientos y vemos como todos los seres nacen de las interacciones entre estas ondas primordiales y cómo todos estos seres están sujetos a cambios, nacimiento, evolución y muerte. A causa de este fondo impermanente todos los seres son vulnerables, débiles e imperfectos; su vida y sustancia están gobernados por la Gran Madre Naturaleza (parā prakṛti). Todas estas formas se disuelven de nuevo en ondas inasibles (Akshara) y en ellas pastoreamos el ganado dorado del sol.
No te enfurezcas Ourva. Los Bhrigus no estábamos indefensos, ni éramos indiferentes a nuestra matanza. Estábamos cansados de nuestras largas vidas y sabíamos que estos reyes y príncipes se enfadarían. Estábamos cansados del mundo terrenal pero sabíamos que no íbamos a alcanzar la eternidad a través del suicidio. Decidimos hacer enfadar a los nobles para ser muertos por sus manos.
¿De qué nos sirven las riquezas en el otro mundo?
Ourva, ningún noble en ninguno de los siete planos ha ofendido realmente a los Bhrigus.

-Ancestros, he hecho el voto de destruir los mundos con mi furia y no puedo faltar a mi palabra. La persona que reprime una furia que sabe que es justa nunca podrá proteger su lugar en la sociedad. La rabia tiene la función de limitar al mal y proteger el bien. Los reyes que desean conquistar el cielo usan la rabia por una causa justa.
Cuando estaba dentro de mi madre sentí el terror de las mujeres de nuestro clan y la indiferencia del mundo a la injusticia que estábamos sufriendo, siendo perseguidos incluso en el interior de nuestras madres.
Si queda alguien que castigue el crimen en el mundo la gente se lo seguirá pensando antes de cometer uno. El que puede castigar un crimen y no lo hace queda manchado por el mismo acto, aún si se trata de Dios mismo. Me es imposible obedecer a vuestro pedido; haciéndolo animaría la proliferación del mal en el mundo. Si intento suprimir esta energía que arde en mi con mis fuerzas, me consumirá. Os lo pido ancestros, vosotros que siempre tenéis el mayor bienestar del mundo en mente, aconsejadme.
¿Qué es lo que puedo hacer?

Y los Bhrigus contestaron:
-El fuego que ha nacido de tu furia desea consumir los mundos. Arrójalo al agua y siéntete afortunado porque todos los mundos están hechos de agua. Cada jugo está basado en el agua. De hecho, el universo entero está hecho de agua. Permite que la rabia sea el fuego en el gran océano, el territorio de Varuna, el dios de las aguas, cuya fuerza y pasión ni los pájaros en su vuelo pueden alcanzar, ni estas aguas que corren sin dormir, ni aquellos que planean sobre la grandeza del viento.

Desde entonces, en el fondo del océano compartido que habitan nuestras células, que comparten la placenta con el corazón, pulmones, sudor, nubes, ríos y mares; en el fondo del líquido oscuro de nuestro inconsciente, donde no llegan las olas, reluce la llama de la justicia como una yegua blanca, cuya crines flamígeras danzan en la oscuridad, y nos calientan los pies a los que nos enfadamos.

Rig Veda X, 46; I, 56; VI, 15
The Secret of the Veda, de Sri Aurobindo
Comentario de C. Radhakrishan al verso 9.8 de la Bhagavad Gita

¿Cómo nació el viento?

El fuego, para cumplir su función, para arder, necesita combustible y su combustible es el mundo. El combustible del fuego cósmico es el universo, todo lo que se incluye en él; también nosotros.
Nos consumimos en el fuego del tiempo hasta la evaporación, ¿pero por qué?, y ¿Cómo podemos aceptar la pérdida de aquellos que se consumen antes que nosotros?
Personas buenas, creativas, inspiradoras y cercanas a nuestro corazón; algunos de ellos incluso han sido ejemplo para cientos, o miles, de personas y ahora nos referimos a ellos con la palabra “muerto”. ¿Por qué es el mundo de los sentidos un mundo de partidas y despedidas?
En una de las dinastías que se expandieron con justicia sobre la tierra, durante los arcanos siglos de la casi olvidada era de la luz, cuando todos sabíamos lo que teníamos que hacer y lo hacíamos, reinó un monarca llamado Avikampaka. Sus carros fueron todos destruidos en la batalla y quedó a manos del enemigo. Su hijo se llamaba Hari y era iguala Nārāyaṇa en sus cualidades, pero fue muerto en la batalla.
Torturado por la temprana partida de su hijo, el rey deambuló sobre la tierra en busca de sosiego interior. Así se encontró a Nārada, el asceta quien era hijo del mismo impulso de creación universal. Nārada, el vidente, quien vive entre las estrellas y visita la tierra por compasión.
-Escucha con atención- le dijo Nārada al rey: -El señor de todas las criaturas es pura expansión (Lo llaman Brahmā, o Prajāpati). Lo que hace, ante todo, es crear, y al principio las criaturas que creaba no morían, solo se multiplicaban. Se volvían extremadamente viejos pero no morían, y se reproducían, así que todos los mundos se llenaron de tantos seres que nadie era capaz de respirar.
El creador pensaba y pensaba en una solución pero nada se le ocurría. No veía ninguna razón para su destrucción.
De la frustración del creador por esta situación, de la furia que crecía en su interior, nació un fuego que envolvió su cuerpo y quemó todas las direcciones, el cielo, la tierra, el firmamento y el universo entero, con sus seres móviles e inmóviles.
El gran abuelo se enfureció tanto que no quedó nada de la creación. Y entonces escuchó en su interior la voz de una bondad insondable -como si le hablara desde el lugar en el que el universo entero se puede refugiar- (Shiva):
-No deberías enfadarte con los que has creado.
-No estoy enfadado, ni es mi deseo que los sujetos dejen de existir, pero los destruyo para aligerar el peso de la tierra, que se está hundiendo en las aguas por culpa de tantas criaturas.
-Déjalos, al menos, que retornen, una vez destruidos.
Oyendo estas palabras, el creador (Brahmā) contuvo el fuego en su interior. El creador apretó tanto la furia en su interior que del fondo de su alma se manifestó de repente una joven mujer.
Era oscura y vestía atuendos rojos, y rojos eran también sus ojos, y las palmas de las manos. Llevaba pendientes celestiales y joyas divinas. Se colocó a la derecha de Brahmā y este le dijo:
-¡Muerte, cosecha a los sujetos! Te he pensado como la destructora. Destrúyelos, ya sean ignorantes o sabios. Destrúyelos sin diferenciar.
La diosa de la muerte llevaba una guirnalda de flores de loto, y se puso a llorar. Se dobló como un tallo sin fuerza y suplicó con las manos juntas:
-¿Cómo puedes enrolar a una señorita como yo en un acto tan terrible, oh tú, que eres temido por todos los seres? Puedes ver que estoy aterrorizada. Algunos de estos seres son niños, jóvenes y ancianos que no me han hecho ningún mal. Te lo suplico de rodillas. Habrán hijos queridos entre ellos; amigos, hermanos, madres y padres. Si los mato me temo que estaré cometiendo un gran crimen. La pena de los sobrevivientes me abrasará por la eternidad.
Pero Brahmā solo contestó:
-Oh muerte, te he ideado para la destrucción de los sujetos, no pienses más en la cuestión. Ve y destruye; ya no lo puedes remediar.
Pero la bella doncella no se podía mover. Se mantuvo ante Brahmā inmóvil y callada.
Y se dice que después se marchó y estuvo haciendo grandes ejercicios ascéticos, increíblemente difíciles de conseguir. Se mantuvo sobre un pié, canalizando la energía que atravesaba su cuerpo, durante quince millones de años.
Brahmā le volvió a ordenar que hiciera su misión pero ella contestó con más ascetismo (tapas) durante 18 millones de años. Después merodeó con los ciervos y volvió a ejercitar su resistencia por diez millones de años. Después cumplió un extraordinario voto de silencio. Vivió sumergida en el agua 18 millones de años. Peregrinó al Ganges y al monte Meru, en el centro del universo, y se mantuvo inmóvil allí, deseando el bien de todos los seres. Peregrinó al lugar donde se reúnen los dioses sobre el Himālaya y mantuvo el equilibrio sobre la punta de los dedos de los pies por un millón de años.
-Oh muerte, no habrá nada malo en tus actos. Actuaras de acuerdo al ritmo y los designios del universo (Dharma). Los sujetos se afligirán por las enfermedades pero no se te atribuirá ningún pecado. Serás hombre entre los hombres, mujer entre las mujeres y tercer sexo entre los andróginos.
Veo que caen las lágrimas de tus ojos y las estás sosteniendo en tus palmas. Estas lágrimas se convertirán en enfermedades entre los humanos; enfermedades con formas terribles. Oh muerte, en el momento apropiado afligirán a los seres, y cuando llegue su fin estos se verán unidos con el deseo y la rabia. Pero dado que no discriminarás en tu conducta, estarás actuando justamente y nada se te podrá reprochar.
Después de estas palabras la muerte se asustó y empezó a distribuir deseo y rabia para confundir a los seres y llevarlos a su destrucción. La lágrimas que vertía al hacer su trabajo se convertían en enfermedades.
Pero en ese mismo momento, para que pudieran volver, desde el interior de los seres nació Vāyu, el viento, terrible e inmensamente energético. El aliento de todos los seres, que emite un rugido atronador y atraviesa, y llena, y sale expulsado entre todos los cuerpos, los llena y los abandona, los conecta y los separa. Esta es la razón por la que el viento es especial y es conocido como dios de dioses. Todos los dioses tienen características mortales y los mortales tienen rasgos divinos.
-Oh león entre los reyes- concluyó Narada, -Usa tu inteligencia y no te apenes por los mortales. No llores más por tu hijo porque tu hijo ruge con el viento y truena con las tormentas. Reconócelo en la brisa que mece los cultivos y en el aliento que ahora mismo exhalas.

Vāyu, el dios viento, manifiesta las energías ocultas; es el revelador de la felicidad y el que hace todo trabajo. Viene cabalgando su carro de luz y felicidad a verter el elixir de la inmortalidad.
Vāyu acude, con su ímpetu huracanado, a derribar todas las barreras, todas las palabras y todas las expresiones.
Vāyu viene cabalgando noventa y nueve corceles brillantes, que se vuelven cientos, miles, y siguen en aumento.
Cuando llega Vāyu, el toro muge atronadoramente; grande es la Divinidad que ha entrado en los mortales.

Fuentes:
Mahābhārata, Moksha Dharma Parva 248-250
Rig Veda IV.50


Lo que se puede leer en este blog representa un diario del tránsito por este proyecto de 12 años que consiste en preparar 12 espectáculos basados en la narración oral del Mahābhārata, durante 12 años. El aspecto más importante de este proyecto son los encuentros de narración oral. En la puerta superior de la pantalla se pueden encontrar los enlaces a una explicación algo más detallada de la propuesta de este proyecto y a un calendario de los próximos encuentros a los que uno puede acudir.

Escribiendo el fuego

Todas mis acciones pasadas y todas las posibilidades que sopesé, más las posibilidades que no pude concebir porque nunca emergieron del fondo inescrutable de las profundidades del océano desconocido que es el mundo para mí, son como circunferencias que forma con su movimiento circular una cadena de reacciones y consecuencias enroscadas alrededor de sí mismas. Una cadena de consecuencias de la cual no puedo vislumbrar ni el principio ni el fin.
La conjunción de elementos que me ha llevado hasta aquí, hasta este cuerpo y este lugar, hasta esta consciencia que me pide escribir estas palabras, danza en un espacio ilimitado, que crece a medida que se le observa. Con cada decisión descubro un mundo nuevo en mi interior. Un nuevo espacio. Un nuevo planeta. Nuevos valles y lunas por descubrir.
La vida despliega sus facetas a medida que se vive: sus colores, sus aromas y los sonidos que los anuncian. Sus sabores. sus emociones. Sus picos de intensidades y sus posibilidades: el estudio, las costumbres y rutinas, los encuentros, las decisiones y sus consecuencias. Reflejos, todos, de una misma fuerza que disfruta y asimila; que encienda en mi la percepción y la concepción, más allá de su comprensión, de un proceso de transformación continuo que evapora residuos de memorias, que se dispersan como los últimos recuerdos del sueño de la madrugada.
Mi mundo, los paisajes de mis proyecciones y anhelos, mis ideas, mis miedos y los senderos que despiertan mi curiosidad, se ven continuamente transfigurados; como si ardiera en su centro el fuego de un sacrificio continuo en el que se consumen las opiniones y las frustraciones, y se destila una verdad que me parece infinitamente refinable.
Así es como el mundo que conozco se desintegra y se funde en el cosmos, y renace, a cada instante, reintegrando elementos que brotan del vasto espacio desconocido que reconozco en mi interior, en mi vida y en el mundo que me contiene.

Este texto está basado en los versos 4.23 hasta 4.38 de la Bhagavad Gita. La Bhagavad Gita es uno de los discursos existenciales, con un matiz entre filosófico y teleológico, que contiene el Mahabharata; no el único, pero sí el más conocido. En cada uno de estos discursos que aparecen en el Mahabharata alguien más instruido o más inspirado enseña, o recuerda, a alguien más confundido que él, el sentido verdadero de la vida, explicado según los parámetros de la cosmovisión que representa el Mahabharata.
Los consejos y enseñanzas que ofrecen estos discursos son simbólicos. De hecho, la última cuarta parte del Mahabharata es un largo compendio de enseñanzas que imparte el abuelo político de los protagonistas al rey heredero (Bishma a Yudhiṣṭhira), y una frase que el maestro repite a menudo es: “medita sobre el sentido verdadero de estas enseñanzas”, como si impulsara a su aprendiz, y al lector, a ir más allá de lo literal. Más aún porque otro de los axiomas que se repiten es que los consejos prácticos que se ofrecen en el Mahabharata ya no servirán en las épocas venideras, como lo es la nuestra, porque la confusión interior y general de los siglos a por llegar hará inefectivos la gran mayoría de las ceremonias.
En los versos de la Bhagavad Gita que acabo de mencionar se habla de la vida como un yajña, que viene a ser un sacrificio u ofrenda. Es decir, en lo exterior está claro qué es un yajña; se trata de una ceremonia articulada que se compone de ofrendas al fuego en un orden determinado, unidas a cánticos adecuados. Pero la Bhagavad Gita no habla de la ceremonia exterior, sino de su significado interior, que es lo que se mantiene más efectivo en esta era confusa.
Desde lo misticológico, se habla de la forma circular por la que la serpiente infinita del tiempo se enrosca sobre sí. Unas espirales sobre las que yace “aquello que lo pernea todo”, Viṣṇu, que es la fuente eterna, Bhagavān. Del ombligo de Viṣṇu brota brahmā, quien expande la realidad, y las diversas caras de Brahmā son todas las formas posibles de sacrificar (yajña) que permite el mundo.
Y todo sacrificio es posible gracias al fuego, que es lo que une la parte con el todo.
En el escrito que inicia esta entrada he intentado escribir el fuego interior, el fuego simbólico que consume mi vida y la convierte en un sacrificio, para profundizar en la búsqueda que caracteriza este tercer año del proyecto, y entender mejor qué busco con esta simbólica peregrinación interior.

Consultas:
C. Radhakrishnan Bhagavad Gita, Modern Reading and Scientific Study, High Tech Books, 2017
Sri Aurobindo The Bhagavad Gita with text, translation and commentary in the words of Sri Aurobindo, Sri Aurobindo Divine Life Trust, 2014
Sri Aurobindo The Secret of the Veda, (Cap. IV: Agni, The Illuminated Will), Sri Aurobindo Ashram Trust, 1998.
Consuelo Martín, Ed. Bhagavad Gītā con los comentarios advaita de Śankara, Trotta, 2009

Esta entrada forma parte del diario escrito de una performance de 12 años que tiene como expresión más importante los encuentros de narración oral de historias del Mahabharata y la tradición india. En el apartado “próximas actividades” puedes ver las opciones que van apareciendo para poder disfrutar de alguno de estos encuentros.

Fuego, agua, palabras

«¿Alguien piensa que el océano es solamente lo que aparece en su superficie?

Por la observación de su matiz y movimiento, el ojo penetrante puede percibir indicaciones de la profundidad de ese océano insondable. La compasión y la misericordia del Señor son un océano sin orilla, provisto de variadas e infinitas vistas para todos aquellos quienes navegan su superficie; pero la suprema maravilla y satisfacción está reservada para aquellas “criaturas del mar” para quienes esa misericordia se ha vuelto su medio.

El Señor nos llama a través de un Amor y una Atracción Divina que ha sido implantada en nuestros corazones, un amor que puede ser comprendido y sentido conscientemente como Divino por algunos, y solo indirectamente como amor por Sus criaturas, o creación, por otros. En ambos casos la tracción de las fibras de nuestro corazón nos arrastra a esos Océanos de Misericordia, al igual que nuestros cuerpos físicos se sienten arrastrados a un cálido y apacible mar.

Por medio de la revelación de Libros Sagrados y a través del ejemplo establecido por Profetas y Santos, todos los seres humanos han sido puestos en contacto con esos Océanos.

Para toda la humanidad, estas revelaciones sirven como naves, o como “manuales de instrucción” para construir y mantener las naves que navegan esos espaciosos mares, pero para aquellos que tienen la capacidad de leer entre líneas, una gran revelación emerge: que nosotros somos ese mar, que nuestro lugar, nuestro hogar está en sus profundidades, no en su superficie.

El Señor está llamándonos a entrar a ese Océano de Unidad mientras estamos todavía en esta vida, para disolvernos como el azúcar se disuelve en el té. Cuando el azúcar se disuelve, tú ya no puedes decir, “Esto es azúcar y aquello es té”. La invitación de nuestro Señor a participar de Su Unidad está siempre extendida, y es nuestro destino sufrir hasta que respondamos a esa invitación. Mientras nos aferremos a nuestra demanda de autonomía, tendremos que soportar el peso de las duras lecciones que este mundo tiene para ofrecernos y gritar de dolor. Suéltala y nada podrá dañarte.[1]»

La fuente de la realidad se compara con las inmensurablemente profundas aguas de un océano infinito en el texto que acabo de citar. Sin embargo cuando, en el centro del Mahabharata, habla Krishna, a quien se describe también como Aprameyaḥ: inmesurable, en nombre de este ser supremo que es la realidad – porque la realidad es un Ser, un continuo ser siendo y ser haciendo– Krishna no se compara a sí mismo con el agua sino con el fuego[2]:

«-Contempla mis cientos y miles de formas divinas de diferentes figuras y colores.

Contempla mi cuerpo: el universo entero, animado e inanimado, es uno conmigo; y contempla cualquier otra cosa que quieras ver. Pero no puedes verme con tus ojos naturales [uno diría: “has de disolverte en el océano para poder ver las criaturas que habitan mis profundidades”].

Arjuna [el interlocutor, quien ve en su amigo Krishna la profundidad del universo], contempló entonces, en el cuerpo del Dios de dioses, la unidad del universo con su inmensa diversidad. Era tal el resplandor de aquel excelso Ser que podría compararse a la luz de mil soles que brillaran a la vez en el firmamento – Y sobrecogido por el asombro, con el cabello erizado, inclinó su cabeza y juntando las manos susurró:

-Estoy viendo la forma cósmica que me ha sido velada por ti: En tu cuerpo contemplo todos los dioses y las infinitas variedades de los seres. Veo por doquier las formas infinitas de tus numerosos brazos, pechos, bocas y ojos.

¡Dios del Universo, Espíritu cósmico, en ti no existe principio ni medio ni fin! Una mole de luz que resplandece alrededor tuyo impide contemplarte de frente desde cualquier lado, ya que resplandeces como el fuego flamígero y el sol radiante e inmenso.

Veo que no tienes principio, medio ni fin, y tu poder es infinito. Te veo con innumerables brazos, con el sol y la luna como ojos, con una boca de fuego flamígero. El universo arde en tu resplandor.

Los espacios que se encuentran en el cielo y la tierra y todas las regiones del orbe están llenos de ti. A ti van los dioses en tropel, y sobrecogidos de temor algunos te invocan con las manos juntas. Gran cantidad de sabios y santos te alaban entonando sublimes cánticos de gloria. Al verte tocando el cielo, resplandeciente en múltiples colores, con tus abiertas bocas y tus enormes y fieros ojos, mi mente se espanta, Vishnu- que lo penetras todo- y no puedo encontrar la paz y la serenidad.

Cuando veo tus mandíbulas con sus amenazadores dientes que parecen el fuego de la disolución, pierdo mi equilibrio y no me siento bien. ¡Ten piedad de mí, Dios de dioses, morada del universo!

Y a ti van todos mis familiares y las multitudes de gobernantes de la tierra, los héroes y mi peor enemigo, junto a los mejores guerreros de nuestro bando. Corren a precipitarse en tus horribles bocas de despiadados dientes. Como las múltiples corrientes de las aguas de los ríos van hacia el mar, así esos héroes del mundo humano se lanzan en tus llameantes bocas. Como insectos que se precipitan volando en el ardiente fuego que los destruye, así también las criaturas se lanzan en tus bocas con acelerado ímpetu para destruirse. Por todas partes tus labios absorben las criaturas y tus flamígeras fauces, todo lo devoran. El universo entero está lleno de ese ardor, Vishnu, y en tus fieros rayos se abrasa.»

A Arjuna le cuesta sostener la intensidad de la visión y le pide a Krishna que vuelva a mostrarle su forma humana. Krishna y Arjuna vuelven a ser dos personas, un guerrero armado y el conductor del carro en el que se encuentran los dos. Dos hombres en medio de un campo de batalla. ¿Es esta la realidad?

Agua y fuego; dos palabras, dos elementos incompatibles, para definir lo mismo. El puente entre las dos es el humano. El nacimiento humano contiene la llama que evapora su cuerpo físico en pensamientos y acciones, en una participación en la cadena de la historia. El cuerpo de la persona se mueve, accionado desde el interior por Agni, el nombre del fuego, hasta consumirse en las ondas expansivas de las consecuencias de sus acciones, que encuentran el espacio para permear en el océano universal. El oscuro- por profundo y receptivo- océano celeste recibe las acciones de la raza humana en su seno. Pero no es el océano físico, no el espacio material únicamente, el cielo del que estamos hablando, sino el inconsciente colectivo del universo. Varuna, el dios de las aguas primordiales –Las aguas profundas de la consciencia que sueña el universo, es quien recibe a Agni en su seno.

La consciencia humana es una hoguera subiendo al cenit nocturno. Pero no solo eso. Porque fuego y agua son solamente palabras y la vida es más que palabras.

Respirar hondo, y que el fuego de mi pecho desaparezca en el calor que me rodea – o que la compasión que esconde mi corazón se reconozca en la compasión de otros corazones, o que mi consciencia fluya hacia la consciencia cósmica:

 

«Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año;

en la mente del hombre cuatro estaciones hay.

Él tiene su fecunda primavera, cuando su fantasía

absorbe, despejada, pronto, toda belleza.

Conoce su verano, cuando con honda calma

le apasiona rumiar aquel primaveral y dulce pasto

del pensamiento en flor, y en tal ensoñación logra elevarse

lo más cerca del cielo. Quietas calas

atraviesa su alma en el otoño.

Cuando sus alas pliega, contento con mirar

la niebla ociosamente, con dejar que las cosas más hermosas

pasen inadvertidas como un tranquilo arroyo.

también tiene su invierno, de apagado semblante,

pues no puede abolir su condición mortal.[3]»

Así es como ante el hogar, con una mantita en las rodillas, vemos la inmensidad crepitar.

¿Y si dijera que todo es muerte consumiendo la vida y vida penetrando la muerte?

«¿Es poesía el verso que describe

fríamente aquello que acontece?

Pero ¿qué es lo que acontece?[4]»

 

En el apartado próximas fechas de este blog puedes ver un calendario de propuestas de espectáculos y cursos basados en el Mahabharata y la narración espiritual.

 

[1] Mawlana Sheikh Nazim Amor  SeresSeres Ediciones, Mar del Plata, Argentina, 2003.

[2] Bhagavad Gita 11, resúmen a partir de la traducción de Consuelo Martín – Bhagavad Gītā con los comentarios advaita de Śankara, Trotta, Madrid, 2009.

[3] Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año, de John Keats, en Belleza y verdad, Edición y traducción de Lorenzo Oliván, Pre-Textos, Buenos Aires – Valencia, 2010.

[4] Matar a Platón, Tusquets, 2004.

Año 3, elemento fuego.

Arjuna y Krishna son dos príncipes modélicos; fuertes y eficientes guerreros, justos, imponentes por la fuerza de su musculatura, la nobleza de su postura y el brillo que emana su mirada. Son primos y son personajes centrales, sino protagonistas, del Mahabharata. Pero esto al inicio de la obra todavía no lo sabemos.

Arjuna y Krishna están de paseo con su séquito y paran a la orilla de un lago en el bosque que se llama Khandava. Juegan en el agua con las doncellas que los acompañan, se persiguen, se empujan y al rato, cansados, se acuestan sobre la hierba en un tramo apartado de los carruajes y las tiendas de colores.

De repente, como aparecido de ninguna parte, se encuentran a un anciano delgado y alto, vestido con una tela de tono cobrizo. Tiene el pelo largo, recogido en un moño, y una barba igual de larga, de tonos rojos y anaranjados. La piel muy morena y la mirada encendida.

El anciano les explica que es Agni. Su nombre, Agni, según el diccionario de sánscrito Monier Williams, deriva de la raíz ag, que significa agitación, y significa el número tres, fuego del estómago, fuego sacrificial o el dios del fuego.

Agni está en un apuro. Tiene hambre y quiere, desde hace tiempo, comerse el bosque Khandava, pero Indra no se lo permite. Indra, etimológicamente, está relacionado con los cambios lunares, las mareas, el número uno sobre el dado, una gota – que puede ser una gota del elixir de la inmortalidad, y mitológicamente se le representa como el portador del rayo.

En un principio, hace varios eones, los dioses estaban regidos desde las profundidades de los cielos nocturnos por Varuna, un dios lejano que gobierna desde un palacio de mil puertas que solamente se puede visitar en esa parte que uno siempre olvida del sueño. Más tarde Indra, por el valor de sus proezas, desbancó a Varuna y se irguió como el rey de los dioses. Así lo cuentan los cantos más antiguos. Y era Indra, el dios del relámpago y la lluvia, el que protegía personalmente el bosque en el que se encontraban Arjuna y Krishna, por su amistad con el rey de las serpientes, que tenía su residencia en ese mismo bosque.

Siempre que Agni ha querido consumir al bosque de Khandava Indra se lo ha impedido,  apagando sus llamas con lluvia. Pero con la  fiereza de Arjuna y Krishna de su lado, y sus conjuros de combate, Agni podría quemar el bosque, digerirlo, mientras los dos guerreros pongan Indra a raya.

A cambio, les ofrecerá armas mágicas, más poderosas de lo que nunca habían soñado.

Así que lo que sigue a esta propuesta es una matanza:

Las llamas del fuego suben varios metros hacia el cielo y evaporan la lluvia torrencial que cae sobre ellas. Arjuna y Krishna, riendo según documenta el texto, disparan hacia el cielo conjuros que dispersan y debilitan la furia de las nubes, y decenas y decenas de flechas con punta de hierro contra los animales que intentan escapar. Agni quiere consumir todo el contenido del lugar. La condición es que nadie, o nada, consiga huir. El texto describe el horror y la desesperación de los animales con un detallismo que recuerda los peores holocaustos de la historia. La grasa derretida de las bestias se derrama a chorros sobre las rocas que quiebran y explotan a causa del calor.

Del bosque no queda nada.

Pero queda el rencor. El rencor del rey de las serpientes, Takshaka, quien se vengará en el futuro matando al nieto de Arjuna.

Hay mucho que decir sobre el bosque de Khandava. De hecho todo este tercer año del proyecto Respirar el Mahabharata girará en torno a esta capítulo del Mahabharata. Por ahora, podemos dejarlo en que a causa del incendio en el bosque Khandava conocemos el Mahabharata. El rey de las serpientes pierde su familia en el incendio. El rey de las serpientes se venga matando –quemando- al nieto de Arjuna. El bisnieto de Arjuna se venga organizando un ritual mágico que dura 12 años, con el objetivo de quemar, allí donde se encuentre, hasta la última serpiente del mundo. A lo largo de esos 12 años, unos de los sacerdotes presentes narró todas las historias que conocemos como el cuerpo de la tradición oral india. Desde la creación del mundo, al nacimiento de la raza humana y los primeros milenios de la historia hasta llegar al mencionado ritual. Historia que hoy hubiéramos olvidado si no fuera por esa transmisión.

Las historias se cuentan mejor frente al fuego, porque en sus crestas podemos ver las formas que la imaginación interior proyecta sobre los tonos danzantes de las llamas. Y llevando la idea un poco más lejos, ¿y si todo lo que vemos fueran llamas de una realidad danzante y mutable sobre las que proyectamos las historias que nos contamos? Una realidad que es tan injusta como bella, dulce y dolorosa.

Hay mucho más que decir sobre el bosque Khandava, y quedan muchos meses hasta el estreno del tercer espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre.

Serpientes en el tapiz

El próximo 23 de Junio, noche de San Juan, por invitación de mi directora María Stoyanova, tenemos la intención de presentar en el contexto del Experimental Room Festival un esbozo del trabajo definitivo sobre el primer libro del Mahābhārata que se presentará el 12 de Diciembre de 2016. Esto es, la primera narración performance de este proyecto.

Me encuentro por esta razón ordenando una vez más el material y asombrándome, una vez más, ante la profundidad (vasta profundidad, lo digo, aunque sea un cliché, porque la profundidad del Mahābhārata es verdaderamente vasta) del Mahābhārata.

Por consejo de María Stoyanova, me encuentro recogiendo todas las historias de este primer bloque del Mahābhārata en 7 temas principales y el ejercicio resulta mucho menos fácil de lo que pueda parecer. María y yo dedicamos una sentada de alrededor de seis horas para poder resumir el material recogido en un número de temas principales, a los cuales llegamos gracias a una preparación previa de varios meses, es fácil perderse en el océano del Mahābhārata. A continuación, el ejercicio de resumir las historias relacionadas con cada tema principal es toda una aventura. De hecho, si uno no quiere dejar de lado las enigmáticas narraciones secundarias que van sacando la cabeza por el Mahābhārata, reunir el texto en pocas líneas argumentales es prácticamente imposible. Es imposible para mí ordenar el material en temas principales, si no quiero acabar renarrando el Mahābhārata.

Por suerte justo la semana pasada me animó la introducción del autor de origen indio Vishnu Sakhram Khandekar a su novela Yayati, basada en uno de los personajes secundarios del Mahābhārata precisamente, en la que defiende que el Mahābhārata existe para ser renarrado en cada época. De la misma manera Lomaharshana, el narrador original del Mahābhārata, está de hecho renarrando lo que aprendió de su maestro Vedavyāsa. ¿Cómo fue la primera narración del mítico Vedavyāsa? Nunca lo sabremos.

Porque el Mahābhārata se contó entero en un ritual. El mundo se estaba reconstruyendo desde las ruinas de lo que había sido. Quedaban muy pocos de los reinos de antaño, y pocos nobles. Un grupo de hombres estaba a punto de empezar un ritual, en medio de la desolación de la época.

Vieron acercarse al lugar a Lomaharshana, el conductor de carros que es quien hace el servicio de explicar, transmitir y comunicar; no desde la memoria sino desde el presente, desde lo aprendido de Vedavyāsa y los rishi, que son las estrellas de la osa mayor. Los rishi son el conocimiento, la consciencia de la expansión del universo. El lugar de encuentro con los rishi es una interacción, un fluir; es el lugar donde se encuentran las propiedades de un extremo con las del otro. El lugar de encuentro es un punto de la interacción entre lo percibido y la interpretación que hacemos de lo percibido, en medio de lo desconocido. Donde se encuentran los rishi se encuentra el universo con la tierra. En ese lugar transmite el conductor Lomaharshana, en forma de historias, no aquello que recuerda, ni lo que sabe, sino lo que es, su esencia inmortal, que es la semilla y el combustible que alimenta el Mahābhārata.

¿Pero de dónde viene Lomaharshana y por qué está el mundo como está?

Lomaharshana viene de presenciar un ritual para matar a todas las serpientes. Un ritual que falló. El mundo está en el estado en el que está a causa de la gran guerra civil, que arrastró tras de sí a todos los reinos de la tierra.

Los nobles han muerto en la gran guerra. Los cinco Pandava, los hijos ideales de los dioses, que pisaban la tierra con la suavidad del felino, han perdido sus ejércitos. Los cinco hermanos ejemplares han tenido que luchar contra su maestro de armas, contra su gurú. Es más, para ganar esta guerra devoradora se han visto obligados a matar a su propio maestro con un engaño.

Este terrible y decepcionante acto no ha quedado sin responder. El hijo del gurú muerto, Aśhvatthāmā es su nombre, entró en el campamento de los Pandava de noche y mató a todos los durmientes, a sus esposas y a sus hijos, a todos los combatientes y a sus descendientes. Aśhvatthāmā levantó hacia el cielo la punta de su flecha, transformó su trayectoria con las sílabas de un encantamiento secreto y dirigió su efecto mortífero contra las matrices de todas las mujeres del bando de sus enemigos. Todos los embriones que se encontraban en las aguas de la gestación fueron asesinados antes de nacer, abrasados por el fuego de la venganza.

Pero en el fondo de la creación, desde el interior de la existencia, desde los tiempos en que los demonios intentaron hundir la tierra en las aguas de la indiferencia, Dios gruñe en su forma de jabalí arcano. Los roncos gruñidos de Dios son tan penetrantes, tan profundos, que alteran las formas de nuestra percepción, siempre buscando sostener la continuidad de la vida y el orden universal. La vibración divina que tomó la forma de Krishna, el amigo hechicero de los Pandava, devuelve la vida al primogénito del hermano mayor, a Parikșit, el “nacido débil”, para que la vida y la familia de los Pandava tenga continuidad.

Parikșit pudo nacer, a pesar del ataque mágico y gracias a Krishna, pero murió mordido por el rey de las serpientes. Parikșit nace, gracias al gruñido cavernoso de Dios, en un cuerpo humano, y el cuerpo humano se cansa y cambia de estados de ánimo con la temperatura ambiente, la humedad del clima y según el tipo y la cantidad de alimento que ha consumido: Parikșit llega cansado y hambriento a la cabaña en la que vive retirado un sabio silente, un rishi, en medio del bosque. Parikșit pide agua y algo de alimento, pero el Rishi ni contesta ni se mueve, y Parikșit, embriagado por el cansancio del cuerpo, moviéndose entre el enfado y el cinismo burlón, decide levantar del suelo el cadáver de una serpiente que divisa entre la vegetación y colgarla encima de los hombros inmóviles del rishi, quién sigue sin moverse. Cuando el hijo del Rishi sale de la cabaña y ve a su padre meditando con una serpiente muerta colgando de los hombros, al lado del insolente rey, maldice a Parikșit a morir por la mordedura de una serpiente.

“Porque todos nacemos bajo una maldición, explica el Mahābhārata: la maldición de los eventos pasados; la maldición de todo lo que precedió nuestro nacimiento, la maldición de las consecuencias del pasado; del karma”

Es por esta razón que Parikșit vive el resto de sus días en el palacio, protegido por mantras y hierbas que curan el veneno. Pero Takșaka, el rey de las serpientes, consciente de los hilos del destino que se deben tejer, reduce su tamaño y entra en el palacio del rey escondido en la fruta de una ofrenda. Cuando el rey Parikșit lo levanta con dos dedos, justo cuando se está poniendo el sol, Takșaka vuelve a su forma original y ante la impotencia de los guardianes y consejeros presentes en la sala, envuelve como una boa a Parikșit, el último superviviente de la masacre del clan de los Pandava. Ambos se elevan al cielo juntos, peleando, y se incendian hasta convertirse en una gran masa llameante y en esta forma son absorbidos por la tierra hacia las profundidades, hacia los pasadizos subterráneos en los que reinan las serpientes.

En el ritual organizado para vengar este evento estuvo presente Lomaharshana. De allí viene, y allí escuchó todos los pormenores de la guerra que dejó el mundo en el estado en el que lo dejó.

¿Y las serpientes fueron todas destruidas entonces?

No lo fueron. No fueron todas las serpientes destruidas porque antes de la creación del mundo los dioses se aliaron con sus enemigos, los Asura, para batir el océano universal y extraer de él un elixir. Los dioses colocaron a la montaña Madara sobre la espalda de la tortuga Akupāra, que vive en el fondo del océano universal; querían usar a la montaña de hélice y a la tortuga de punto de apoyo, pero necesitaban una cuerda suficientemente larga para enrollar alrededor de la montaña y hacerla girar. Vāsukī, la serpiente, gracias a su habilidad de tomar el tamaño que quería, se ofreció para ser usada como cuerda. El movimiento creaba tanta energía que de la boca de la serpiente salían vientos en llamas y tanto humo negro, y tan espeso, que se convirtió en nubes de tormenta de las que cayeron rayos y lluvia mezclada con fragmentos de flores y plantas que salían volando de la montaña en su virar. A causa del esfuerzo de la serpiente, y conscientes de la maldición que existía sobre todas las sierpes, los dioses pidieron a Brahma, el que da forma al destino, que hiciera algo por Vāsukī y su clan.

La bendición de Brahma fue decretar que la hermana de Vāsukī se casaría con alguien que tuviera su mismo nombre, y el hijo de ambos sería la salvación de las serpientes. Este hijo fue Āstika.

¿Pero cuál es la maldición de las serpientes y de dónde viene, y cómo salvó Āstika a sus hermanos?

Todas las serpientes originales nacieron de una sola madre. En aquellos tiempos la reproducción no era sexual, el mundo no estaba tan sumido en la dualidad como ahora (discurso Bhisma) sino que se concebía por decisión. El padre de las serpientes tenía dos esposas: una pidió tener más de mil hijos que pudieran tomar las formas que quisieran y fueran los más poderosos sobre la tierra. La madre de las serpientes creó un huevo, y de él nacieron todas las serpientes originales. En una ocasión las dos esposas hicieron una apuesta: la madre de las serpientes insistía en que la cola del caballo original, el primer caballo que cabalgó sobre la tierra, era negra y la otra esposa mantenía que era blanca. Las dos esposas apostaron que la que se equivocase se volvería esclava de la otra y dado que la cola del caballo original era blanca, la madre de las serpientes les pidió a sus hijos que se convirtieran en pelos negros y cubrieran juntos la cola del caballo. Las serpientes se negaron, en un primer momento, y su madre las maldijo a todas a morir en el fuego, cuando en un futuro lejano el rey hiciera un ritual para matarlas. Dado que el poder de las serpientes era excesivo, Brahma aprobó la maldición. Sin embargo  gracias a los esfuerzos desinteresados de Vāsukī Brahma permitió también el nacimiento de un salvador para las serpientes.

Cuando el ritual comienza a hacer su efecto y la combinación de cantos y actos mágicos empieza a absorber hacia el fuego del ritual a todas las serpientes de la tierra, como ríos al mar, y el humo de sus grasas quemadas empieza a elevarse hacia el cielo, la hermana de Vāsukī llama a su hijo y le explica que ha llegado el momento en el que puede cumplir la razón por la que nació, el destino de su vida. Āstika, el salvador de las serpientes, se acerca al lugar del ritual, a pié y solo, y se presenta ante el rey alabando todas las cualidades que un rey como él debe tener. Āstika demuestra conocer profundamente el significado de la figura real y transcendente del rey. El discurso que ejecuta es largo y permite múltiples lecturas y relecturas a la luz de las enseñanzas del resto del Mahābhārata. Āstika asocia al rey con la importancia de su linaje, de sus ancestros, y puntualiza el significado simbólico o esotérico de un ritual oficiado por el rey, comparando el ritual que está viendo con rituales que se efectúan paralelamente en otros planos de la realidad. Los rituales que efectúa el rey humano en la tierra resuenan en los rituales que todos sus antepasados hicieron y aquellos que harán sus descendientes. Los rituales del rey resuenan en los rituales que hace en el plano celestial Indra, el rey de los dioses. Los presentes en el ritual tienen la misma importancia que los planetas y las estrellas en el espacio, sosteniendo la materia con su campo gravitacional; gracias a este sostén los humanos pueden vagar sobre la tierra, y el humo espeso que se eleva de la hoguera es el trazo que deja la transformación de los elementos, siempre necesaria para el movimiento del universo.

A todo esto el rey queda impresionado, y declara que el chico que tiene delante habla como un anciano. Satisfecho, el rey le ofrece a Āstika que le pida el favor que desee. Āstika no se lo piensa y con firmeza exige que se suspenda el ritual.

Āstika vuelve victorioso y las serpientes estas le ofrecen todas, a su vez, que les pida el favor que quiera. Āstika pide a las serpientes que quienes escuchen contar su historia pierdan el miedo al veneno de las serpientes subterráneas.

Los deberes que me pone María Stoyanova es concretar qué son las serpientes. Creo que esta pregunta queda abierta, de momento, pero lo que quiero señalar en esta entrada es todo lo que tengo que dejar de lado para que un resumen del ritual inicial del Mahābhārata se convierta en una narración lineal. Nos falta la historia del hermanastro de las serpientes, Garuḍa, hijo de la madre que perdió la apuesta, nos falta ver algo más quién es Vedavyāsa, por qué Dios gruñe como un jabalí, quién es krishna, por qué no se movió el rishi que burló el rey, con quién se casó la hermana de la serpiente Vāsukī y cómo reaccionó el rey cuando Āstika le pidió suspender el ritual, entre otros.

La historia del batir del océano universal, además, el evento en el que Vāsukī fue tan útil a los dioses, es otro de los puntos clave del inicio del Mahābhārata. La historia del batir del océano merece un resumen de por sí, y lo tendrá, pero inevitablemente tengo que mencionar esta historia en el resumen del primer punto. Hablando exclusivamente del ritual inicial del Mahābhārata, y resumiendo al máximo, es inevitable hablar del final del Mahābhārata y de los primeros eventos de la creación: el batir del océano universal y el jabalí divino. El Mahābhārata es como un tapiz tejido hacia todas las dimensiones y la única manera de narrar el Mahābhārata con coherencia es hilar uno mismo su propio hilo, con palabras propias añadidas a las del Mahābhārata. La vida, para mí, es igual. Todos los eventos y las interpretaciones que hacemos de los eventos están relacionadas, de alguna manera. Existo gracias al campo gravitacional de los planetas en el universo, gracias a las condiciones atmosféricas de la tierra, a los eventos históricos que me precedieron, a la relación de mis padres, etc. Hablar con coherencia con cada vecino, y hablar de lo que toca, del presente, sin irse por las ramas, es todo un arte. En la vida y contando el Mahābhārata. El valor añadido del Mahābhārata, a mi parecer, es el recordarnos, a los lectores y oyentes, que la vida tiene muchas capas y muchos planos. Los dioses, la historia, los objetos materiales, las fantasías que proyectamos, todo existe. El arte es poder verlo todo, sin negar la vida, y moverse con acierto dentro de este tapiz multidimensional.

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Fuego en el Mahabharata

El relato del Mahābhārata comienza ante un fuego. Toda la historia que conocemos como Mahābhārata se cuenta durante un sacrificio que dura 12 años; un sacrificio en el que el rey y los sacerdotes (brahmanes) lanzan al fuego mantequilla clarificada, la crema de la vida, siguiendo un ritmo ritual muy preciso. Este ritual reúne dos elementos que considero muy cercanos a mí, y creo que para muchas más personas.

El primer elemento, es la confusión que ha dejado el final de una época. Ya he escrito en entradas previas a esta que el sacrifico con el que comienza el Mahābhārata representa un encuentro ritual organizado al final de una era: el mundo ha quedado arrasado por una guerra, reinos prósperos y pacíficos se han desintegrado y con ellos se han extinguido unos valores que no volverán. Este siglo XXI de la actual era común también está comenzando de manera parecida: las utopías políticas han quedado en ruinas, los países democráticos parecen tener más características de empresa comercial que de otra cosa y ya no podemos decir ni siquiera que el hedonismo nos convenza, o por lo menos no nos convence más que cualquier experiencia espiritual exótica. El siglo XXI es un siglo de recomienzo. Pero, por otra parte, ¿qué siglo no lo ha sido?

Cuando visualizo la historia del Mahābhārata a la luz del trabajo artístico-chamánico de María Stoyanova, la veo como la historia de la intensidad de la vida. El Mahābhārata habla de grandes tragedias; de los eventos como las guerras, la muerte o las catástrofes naturales, con los cuales la humanidad lidia desde que existe como tal.

Cuando pienso en las guerras interminables del planeta, en la opresión y en el apego que tenemos las personas a nuestros queridos y el dolor que nos causa la separación, el Mahābhārata se me aparece como la historia de la tensión existencial entre lo que nos gustaría que fuera y lo que hay – La tensión entre las aspiraciones de eternidad que tiene la vida y la inevitable descomposición de los cuerpos – La tensión entre el absoluto ser y el no-ser. Y esto me lleva al segundo elemento que considero cercano a mí en el inicio del Mahābhārata: La fricción entre la manera en que nos gustaría que fuera el mundo y cómo este realmente es. Esta tensión constante crea una intensidad, un calor. Este calor en sánscrito se llama tapas, y es el primer elemento que aparece en el universo cuando este se comienza a expandir. Este calor es el que arde en forma de llamas en cada hoguera, y es el mismo que mueve nuestros cuerpos.

El Mahābhārata comienza alrededor de una hoguera, porque la hoguera en el centro representa el fuego que tenemos todos dentro, y el fuego representa también calor del sol, y el fuego representa a su vez la tragedia que la tierra acaba de pasar; las tragedias del Mahābhārata y las de nuestro siglo XXI. Porque la historia, y las injusticias, y las guerras, queman como el fuego, emocionalmente, a los que las padecen, a los que las hacen y a los que miran desde los márgenes. La vida quema. O más bien, nuestras vidas son las llamas del fuego de la historia.

En el contexto del Mahābhārata, al fuego se le llama Agni, y Agni habla y tiene voluntad. Cuando la vida comenzó Agni no se alimentaba de cualquier cosa como ahora, sino que comía solamente la mantequilla clarificada que las estrellas le ofrecían durante los sacrificios. Digo las estrellas porque lo primero que nace en el universo eterno es la expansión, y con la expansión nace el tiempo y el espacio. De la mente de Brahmā, que es quién representa la expansión, nacen primero los Rishi, y de ellos, o por mediación de ellos, nace la raza humana.  Los Rishi son representados como sabios ancianos, pero a la vez cada uno de ellos es una de las estrellas que vemos en el cielo. Los siete primeros Rishi, los saptarishi, son las estrellas de la osa mayor, y Bhŗgu, el nombre del Rishi que nos ocupará en la siguiente historia, es el nombre del planeta Venus. De los Rishi desciende el conocimiento humano, que es parecido a decir que el conocimiento desciende de las estrellas. En el caso de Bhŗgu en concreto, el Rishi protagonista de la historia que quiero contar, él es quién transmitió a la humanidad el conocimiento de la astronomía y astrología. Pero Bhŗgu también es el planeta venus. Y Bhŗgu es quién desencadenó las cualidades destructivas del fuego.

En el Mahābhārata se cuenta que Bhŗgu estaba casado con una mujer que había elegido vivir con él, a pesar de que sus padres la habían comprometido con un demonio (rakashasa). Cierto día el rakshasa entró en la cabaña donde vivían Bhŗgu y su esposa y le preguntó a las llamas del fuego: “¡Oh Agni! Tú que estás presente en los actos de cada ser vivo, en los justos y los injustos, contéstame con sinceridad: ¿es cierto que la esposa de Bhŗgu es la misma mujer que fue casada conmigo antaño?”. Esto es, porque el fuego está presente en todo. En el calor del cuerpo y en el pequeño fuego del hogar. También en cada estrella. El fuego siempre está presente.

Agni, el fuego, no tuvo más remedio que decir la verdad, porque esta historia pasa en una época en la que todavía no se usaba la mentira. El demonio secuestra a la mujer pero ella estaba embarazada del hijo de Bhŗgu y con el espanto del secuestro sufre un aborto. El hijo cae al suelo, deslumbrando como un sol, lo cual provoca que el demonio se incendie y se consuma en llamas hasta acabar convertido en cenizas.

Cuando Bhŗgu vuelve y escucha cómo Agni les ha delatado a él y a su mujer, se enfada y maldice a Agni para que a partir de ese día sea omnívoro. Agni se ofende y responde: “¿Qué pretendes actuando tan precipitadamente? Sabes que yo siempre me mantengo en el camino justo y digo la verdad de manera imparcial. Cuando se me preguntó, contesté la verdad. ¿En qué he transgredido? (…) Aunque ya sepas esto, te lo volveré a contar: Estoy presente en multiples formas, en las oblaciones al fuego (agnihotras), en los sacrificios a la luna nueva (sattras) y otros rituales. Cuando la mantequilla clarificada (ghee) se me ofrece de acuerdo a los rituales prescritos por los Vedas, los dioses y los ancestros aparecen en ellos y son satisfechos. Los dioses son las aguas y los ancestros también son las aguas. Los dioses y los ancestros tienen el mismo derecho a hacer sacrificios. Por lo tanto, los dioses son los ancestros y los ancestros son los dioses. Dependiendo del estado de la luna, se veneran como uno o por separado. Los dioses y los ancestros comen lo que se vuelca en mí. Yo soy conocido como la boca de los treinta y tres dioses y de los ancestros. En los días de luna nueva los ancestros y en los días de luna llena los dioses, son alimentados a través de mi boca con la mantequilla (ghee) que se me ofrece. ¿Cómo puedo ser yo omnívoro?

Ofendido, Agni se retira del universo y todo queda detenido. Los dioses y los ancestros piden que intervenga Brahmā y este cita a Agni.

Agni es, según el Mahābhārata, el creador del mundo, al igual que Brahmā. Como si el fuego y la expansión fueran uno. Brahmā le dice a Agni, con un tono muy suave: “Tú eres el creador de los mundos y también su destructor. Preservas los tres mundos y cuidas que todas las ceremonias se lleven a cabo. Señor de los mundos, actúa de forma que los ritos prosperen. Comedor del ghee sacrificial, ¡¿te has confundido?! Tú siempre eres puro en el universo. Eres el refugio de los seres vivos. En cuerpo entero, no es posible que te vuelvas omnívoro. Oh fuego con la cresta hecha de llamas, solo las llamas de las oblaciones lo devorarán todo. Así como todo lo tocado por los rayos del sol se vuelve puro, todo lo que sea quemado por tus llamas se volverá puro. ¡Oh Agni! Tú eres la suprema energía. Has brotado de tu propia energía. Por tu propio poder, haz que las palabras del sabio (Bhŗgu) se vuelvan ciertas. Acepta la parte de los dioses, y la tuya, cuando sean ofrecidas a tu boca

Agni aceptó las palabras de Brahmā y desde entonces es lo que es. Las llamas del fuego, como dice Brahmā, están pensadas para los sacrificios, y pueden comer todo. Sin embargo el cuerpo de Agni no lo come todo, y yo cuando leo esto entiendo que el cuerpo de Agni es el calor que conecta todo el universo. El calor de la sangre humana y de la hierba bendecida por el sol, esto también es Agni, pero no es omnívoro. Agni come lo que se le dé solo cuando manifiesta su cresta de llamas.

Los humanos, en el plano material, somos el animal que hace fuego. Si imaginamos una panorámica a vista de pájaro del hábitat de todos los animales si hay algo que nos distinga especialmente como homínidos esto es el resplandor de las hogueras en nuestros refugios. Los humanos somos el animal que explota el fuego, que lo invoca y se cobija en su poder. Pero el fuego está en todo, el calor de Agni es lo que mueve los átomos del universo. El calor de Agni es el dolor de la historia, y es la transformación del dolor en paz. La vida es fuego y el fuego es ambos peligro y bendición; esto es lo primero que se cuenta en el Mahābhārata, alrededor de una hoguera, al término de una guerra catastrófica. El fuego es también la luz de la esperanza en el cielo, que nunca se apaga. Me parece que me queda mucho por aprender del Mahābhārata.

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