El verdadero origen del fuego

Rudra es un nombre que muchos traducirían como el aullador. Shiva (El bondadoso) es otro nombre que recibe lo mismo, que es algo que no es algo, porque no es un objeto, pero tampoco es nada.
Si uno tiene muchas ganas de conocer a Shiva, cuando sueña se puede encontrar con una figura delgada y alta, que tiene forma humana pero no lo es, quien le puede indicar que suba a un autobús, o coche, o le enseñe un mapa o le indique un puente colgante o unas vías de tren abandonadas, que llevan al sueño profundo – al silencio, del cual no recordamos nunca nada durante la vigilia. Y más allá de ese silencio está Shiva. Por esto Shiva está siempre aquí, pero lejos. En un lugar que lo permea todo, como el líquido de las aguas.
Aquí, pero lejos, Shiva se refleja en Vishnu. Dos nombres equivalentes, eternos, pero uno es siempre y el otro nunca, o uno es todo y el otro nada, y ya no se sabe quién es qué; o los que lo saben no lo recuerdan, o los que lo recuerdan no se lo cuentan a cualquiera.
En ese lugar, nace del ombligo de Vishnu una flor de loto, que esconde dentro de sus pétalos a Brahma, el poeta que creó a los poetas; el que otorga formas a la realidad, con las palabras que inventa.
Cada letra que pronuncia Brahma es como una llama que se enciende en el seno del calor. Por esto se dice que quien logra recordar algo de este lugar recuerda treinta y seis mil fuegos, que son las letras que crean los sueños.
Durante la vigilia la mente cabalga estas letras como a una yegua en llamas, difícil de domar.
Pero en fin, en ese lugar, Brahma habla con Shiva, y juntos deciden hacer una visita a Vishnu. Porque Vishnu vive en una isla blanca, hecha de finísima arena. Y cuando Brahma, acompañado de Shiva, se sienta ante Vishnu, ve salir de él, como si fueran cientos de miles de millones de velos que lo cubrem, y descubren, siluetas de una multitud de apsaras: mujeres desnudas y cubiertas de joyas que bailan y mueven brazos, codos y dedos, de las manos y los pies, al ritmo de los cantos armoniosos que ellas mismas entonan. Una levanta una rodilla, otra rota suavemente el muslo, una golpea la arena con la planta desnuda del pié, otra hace volar su cabellera, una parpadea, otra sonríe. Suben y bajan los pechos, se gira una cadera amplia y una mano con los dedos extendidos tapa otra cadera algo más estrecha.
La mera visión de las bailarinas fantásticas que rodean a Vishnu, los pechos redondos de las apsara, sus nalgas en tensión y la fluidez de sus movimientos, acaloran el cuerpo de Brahma, que siente en sus genitales un ardor que le acaba haciendo eyacular, solo, antes de poder tomar el control de sí.
Brahma siente vergüenza e intenta tapar las pruebas con una parte de su vestido. Envuelve con tela, en un movimiento rápido, su semilla mezclada con arena blanca, y lanza el atado al mar.
Al instante sale de las aguas primordiales un niño luminoso, que brilla como el sol de soles, y se abraza llorando a Brahma.
Tras él, antes de que nadie pueda reaccionar, se eleva desde el mar Varuna, el dios de las aguas profundas. El dios de todas las aguas negras del inconsciente.
-Vengo a reclamar mi hijo – exclama Varuna. Pero Brahma ya le ha cogido cariño al niño y de un manotazo hace volar a Varuna lejos de la orilla.
Pero Varuna vuelve, y reclama de nuevo su hijo.
-¿Cómo puedo abandonar alguien que se está abrazando a mí con todas sus fuerzas y me pide amparo y refugio? – Dice Brahma.
Ante lo cual, interviene Vishnu:
-He visto bien toda la secuencia, Brahma. Este niño es hijo tuyo, fruto de tu deseo. Pero ha nacido en las aguas de Varuna. Los sabios saben que el maestro de uno es como un segundo padre, así que si Varuna acepta al niño brillante como discípulo, los dos compartiréis la paternidad.
Al niño, lo llaman Agni, y es el fuego. También fue bautizado Hutāsana, que lo consume todo, porque nació del deseo desbocado de Brahma y eso le impregnó, de raíz, de un hambre infinito que solamente las enseñanzas de Varuna, el dios del agua, puede regular y calmar.
Agni es inquieto también, y no hay lugar del universo en el que no quiera estar. Por esto Brahma le encargó recoger las ofrendas de los corazones que todos los seres, con o sin forma, hacen a los dioses, a Vishnu y a Shiva.
Al poco tiempo, sin embargo, Brahma se dio cuenta de que ninguna ofrenda llegaba a los dioses y se concentró en la raíz de la realidad (mūlaprakṛti), donde vislumbró una energía femenina de color azul, que reconoció como aquello que faltaba a su hijo Agni.
Le había costado a Brahma reconocer a esta diosa sutil porque ella tenía su atención dirigida exclusivamente a Shiva, y no tenía ningún deseo ni intención de dispersarse entre los tres mundos.
Shiva intervino en ayuda de Brahma, y todo los dioses, y prometió a la energía azul, de nombre Svāhā, que dado que el fuego está en todas partes si se casaba con el fuego una parte de ella siempre estaría en el mundo de Shiva, junto a él, mientras en otros planos temporales podría acompañar al fuego.
Así es como Svāhā aceptó acompañar a Agni y se la puede reconocer siempre en los matices azulados de las llamas.
Tras 12 años cósmicos de estar juntos Agni y Svāhā tuvieron tres hijos: Dakshināgni, Gārhyapatyāgnī y Āhavaniyāgni; el fuego ceremonial, el que se cuida en el hogar y el de las invocaciones.
Todas estas llamas son los hijos de Agni y Svāhā. Las crestas de las llamas, ese lugar donde el calor dorado de cada lengua del fuego se difumina en el aire, es Rudra. Porque Rudra es el aullido del fuego. Y los tintes azulados en la base de las llamas son la esposa del fuego, Svāhā, que vive abrazada a él, pero tiene el corazón con Rudra. – Es por ella que todas las ofrendas transcienden allende los tres planos, van más allá de los sueños y más allá del silencio.
El deseo es la fuerza que ilumina la vida, el fuego es su forma y Svāhā es la guía para volver al origen, que está aquí y lejos, porque está en todas partes, es inmensurable e indescriptible.
También indestructible.
Ninguna de las palabras que escribo aquí son la realidad, pero a la vez lo son todas. Las palabras son pequeños destellos en las aguas oscuras de lo que hay. Cuando las palabras se invocan junto a Svāhā, se convierten en el corcel flamante sobre el que la mente puede cabalgar hacia el lugar del que venimos todos, más allá de las palabras y más allá del silencio.

Las fuentes de esta narración son el Brahma-Vaivarta Puranam y el Devi Bhagavata Purana, así como citas de Brahmanas y diversas Upanishads recogidas en el clásico La presencia de Shiva, de Stella Kramrisch y los comentarios a los Brahmā Sutras en la edición castellana de Consuelo Martín. También en El Ardor, de Roberto Calasso.
El secreto de los nombres de Dios, de Ibn Arabi, también ha influenciado esta narración.

Esta es la última narración del tercer año de la performance Respirar el Mahabharata; dedicado al fuego. El próximo, si dios quiere y lo permite, será el “manifiesto del tercer año”, en el que me esforzaré por expresar, como los años anteriores, en qué lugar se encuentra el proyecto ahora ante el estreno del tercer capítulo del espectáculo, el próximo 12 de Diciembre de 2018.

El mundo como oblación

Cuando digo fuego pienso en llamas, en calor y luz. Pienso en la parte visible del fenómeno fuego; pienso en el calor, o el sonido del crepitar de los materiales que se consumen en una hoguera. Pienso en lo perceptible del fuego.
La llama de una vela es un flujo continuo de moléculas pasando por una transformación química, igual que la mente es el resultado de un flujo de pensamientos pasando por una transformación.
¿Qué es entonces, en esencia, el fuego?¿Dónde empieza?¿Cómo se llega, desde la expansión de la materia universal por el frío y omniabsorbente espacio hasta la formación del sol, una pelota monstruosa de materia en llamas?¿Y desde el sol a los planetas que lo circunvalan?¿Y del magma del centro de la tierra a la vida?¿Y de la vida a las historias que nos contamos?
El fuego no lo es todo, pero parece que tampoco falta en ninguna parte.
El fuego tiene coordenadas. Aire y material para consumir. El material para consumir es el mundo. ¿Y qué es el mundo?
Los pensamientos, las fantasías, las emociones, las sensaciones, todos los objetos, los fenómenos meteorológicos, los agujeros negros y mucho, mucho más. Todo forma parte del mundo. El mundo es un flujo, un río terrible que tiene corrientes que fluyen en todas las direcciones. Así lo describe un discurso del Mahabharata (Moksha Dharma Parva 239-245)
Los cinco sentidos son cocodrilos que viven en el río y la mente, -continúa el discurso del Mahabharata- y la resolución, son sus diques cubiertos con la maleza de la avaricia y la confusión. El deseo y la rabia son otros reptiles.
Mientras la verdad constituye los vados sagrados para cruzar el río (tirthas), la falsedad forma sus olas. La furia es el barro de ese gran río supremo; se apila desde lo inasible y desliza velozmente por sus aguas. Este río fluye hacia el océano de la vida y su útero son los mundos ocultos; fluye desde el nacimiento de uno y en este mundo perceptible sus torbellinos son imposibles de cruzar.
El universo no es femenino, masculino ni neutro; no experimenta ni pena ni dicha. Es el pasado, presente y futuro. Quien entiende esto es como una vaca que retorna a su corral y no ha de volver a nacer.
Espacio, viento, luz, agua y la tierra, como quinto; la existencia, la no-existencia y el tiempo, se encuentran en todos los seres a través de estos cinco elementos.
Los intervalos son el espacio y el sentido del oído es formado por ellos.
El movimiento de entrada y salida de la energía es constituido por el viento; el sentido de tacto es su esencia.
El calor y el brillo en la mirada son la luz, sus cualidades son el calor en el cuerpo.
Los desechos líquidos, flujos y grasa, pertenecen al agua. El sentido del sabor y la lengua representan las cualidades del agua.
Huesos, dientes, uñas, vello corporal, pelo, venas, arterias, piel y todos los objetos sólidos son la esencia de la tierra. La nariz representa el sentido del olfato. El sentido asociado con el aroma representa las cualidades de la tierra.
Cada elemento acumula las cualidades del anterior, en este orden, y los sabios saben que todo fluye en el agregado de los cinco elementos.
El mundo es eterno pero a causa de sus cualidades no es eterno en los seres vivos. La energía del mundo se encuentra en el corazón de todos y, aunque no se pueda ver en sus cuerpos, es firme como el relámpago.
Todas las caras y matices que menciona el Mahabharata, todas las facetas del mundo, se mezclan en los remolinos del ensordecedor torrente de la existencia y fluyen sin límite, volcados como oblación, sobre la llama de la vida.

Todos los escritos de este blog representan el diario de un viaje de exploración del contenido del Mahabharata. La parte más importante de este proyecto es la narración oral del contenido del Mahabharata, que puedes ver acudiendo a los estrenos de los doce espectáculos del proyecto, cada 12 de Diciembre, o a alguna de las actividades asociadas, que puedes ver anunciadas en el apartado Próximos eventos, en la parte superior de la página.

Pintura de Mamani Mamani

 

Escribiendo el fuego

Todas mis acciones pasadas y todas las posibilidades que sopesé, más las posibilidades que no pude concebir porque nunca emergieron del fondo inescrutable de las profundidades del océano desconocido que es el mundo para mí, son como circunferencias que forma con su movimiento circular una cadena de reacciones y consecuencias enroscadas alrededor de sí mismas. Una cadena de consecuencias de la cual no puedo vislumbrar ni el principio ni el fin.
La conjunción de elementos que me ha llevado hasta aquí, hasta este cuerpo y este lugar, hasta esta consciencia que me pide escribir estas palabras, danza en un espacio ilimitado, que crece a medida que se le observa. Con cada decisión descubro un mundo nuevo en mi interior. Un nuevo espacio. Un nuevo planeta. Nuevos valles y lunas por descubrir.
La vida despliega sus facetas a medida que se vive: sus colores, sus aromas y los sonidos que los anuncian. Sus sabores. sus emociones. Sus picos de intensidades y sus posibilidades: el estudio, las costumbres y rutinas, los encuentros, las decisiones y sus consecuencias. Reflejos, todos, de una misma fuerza que disfruta y asimila; que encienda en mi la percepción y la concepción, más allá de su comprensión, de un proceso de transformación continuo que evapora residuos de memorias, que se dispersan como los últimos recuerdos del sueño de la madrugada.
Mi mundo, los paisajes de mis proyecciones y anhelos, mis ideas, mis miedos y los senderos que despiertan mi curiosidad, se ven continuamente transfigurados; como si ardiera en su centro el fuego de un sacrificio continuo en el que se consumen las opiniones y las frustraciones, y se destila una verdad que me parece infinitamente refinable.
Así es como el mundo que conozco se desintegra y se funde en el cosmos, y renace, a cada instante, reintegrando elementos que brotan del vasto espacio desconocido que reconozco en mi interior, en mi vida y en el mundo que me contiene.

Este texto está basado en los versos 4.23 hasta 4.38 de la Bhagavad Gita. La Bhagavad Gita es uno de los discursos existenciales, con un matiz entre filosófico y teleológico, que contiene el Mahabharata; no el único, pero sí el más conocido. En cada uno de estos discursos que aparecen en el Mahabharata alguien más instruido o más inspirado enseña, o recuerda, a alguien más confundido que él, el sentido verdadero de la vida, explicado según los parámetros de la cosmovisión que representa el Mahabharata.
Los consejos y enseñanzas que ofrecen estos discursos son simbólicos. De hecho, la última cuarta parte del Mahabharata es un largo compendio de enseñanzas que imparte el abuelo político de los protagonistas al rey heredero (Bishma a Yudhiṣṭhira), y una frase que el maestro repite a menudo es: “medita sobre el sentido verdadero de estas enseñanzas”, como si impulsara a su aprendiz, y al lector, a ir más allá de lo literal. Más aún porque otro de los axiomas que se repiten es que los consejos prácticos que se ofrecen en el Mahabharata ya no servirán en las épocas venideras, como lo es la nuestra, porque la confusión interior y general de los siglos a por llegar hará inefectivos la gran mayoría de las ceremonias.
En los versos de la Bhagavad Gita que acabo de mencionar se habla de la vida como un yajña, que viene a ser un sacrificio u ofrenda. Es decir, en lo exterior está claro qué es un yajña; se trata de una ceremonia articulada que se compone de ofrendas al fuego en un orden determinado, unidas a cánticos adecuados. Pero la Bhagavad Gita no habla de la ceremonia exterior, sino de su significado interior, que es lo que se mantiene más efectivo en esta era confusa.
Desde lo misticológico, se habla de la forma circular por la que la serpiente infinita del tiempo se enrosca sobre sí. Unas espirales sobre las que yace “aquello que lo pernea todo”, Viṣṇu, que es la fuente eterna, Bhagavān. Del ombligo de Viṣṇu brota brahmā, quien expande la realidad, y las diversas caras de Brahmā son todas las formas posibles de sacrificar (yajña) que permite el mundo.
Y todo sacrificio es posible gracias al fuego, que es lo que une la parte con el todo.
En el escrito que inicia esta entrada he intentado escribir el fuego interior, el fuego simbólico que consume mi vida y la convierte en un sacrificio, para profundizar en la búsqueda que caracteriza este tercer año del proyecto, y entender mejor qué busco con esta simbólica peregrinación interior.

Consultas:
C. Radhakrishnan Bhagavad Gita, Modern Reading and Scientific Study, High Tech Books, 2017
Sri Aurobindo The Bhagavad Gita with text, translation and commentary in the words of Sri Aurobindo, Sri Aurobindo Divine Life Trust, 2014
Sri Aurobindo The Secret of the Veda, (Cap. IV: Agni, The Illuminated Will), Sri Aurobindo Ashram Trust, 1998.
Consuelo Martín, Ed. Bhagavad Gītā con los comentarios advaita de Śankara, Trotta, 2009

Esta entrada forma parte del diario escrito de una performance de 12 años que tiene como expresión más importante los encuentros de narración oral de historias del Mahabharata y la tradición india. En el apartado “próximas actividades” puedes ver las opciones que van apareciendo para poder disfrutar de alguno de estos encuentros.

Cómo respira el mundo

La verdad del universo en el que vivimos es inmanifiesta y, por tanto, transcendental: Es transcendental porque es eterna, y es lo que rige, en las profundidades, toda manifestación de la realidad.

Esta verdad es infinita e inescrutable. Es lo que controla todo y es omnifacética. No tiene olor, color o sabor; no emite sonido ni se puede tocar. No envejece, es estable e “inexhaustible”.

Está establecida en sí misma.

Este es el cuerpo cósmico de todos los seres vivos. Esto es lo único que existe al principio. No tiene principio ni final. Es sutil y está compuesto por tres tendencias: la pesadez, la acción revolucionaria y la ligereza. Cuando estas tendencias están en equilibrio todo duerme, y a esto se le llama la gran noche.

Al amanecer se despierta aquello que, por ser manifiesto, reside en todos los seres. Como si una cálida brisa de primavera agitara pasiones en una mujer, así se estremece la realidad en cada amanecer.

La gran semilla (Mahat) universal se remueve y separa en su interior la inteligencia (prajña), la facultad de discriminación (khyati), la memoria (smrti) y la comprensión (samvit).

Aparece entre estas cualidades la auto-valoración (abhimatra), y la sensación de ser el agente de la acción, el pensador o un alma individual (ahamkara). De esto surge toda la acción en el universo.

Las relaciones de tensión y reciprocidad entre estas cualidades producen unas vibraciones sutiles, que se mueven en este espacio inasible (akasha). Estas vibraciones constituyen el sonido (shabda).

Cuando, a causa de la agitación, la vibración se vuelve más densa, empieza a ser percibida por el tacto (sparsha) y los vaivenes del éter se convierten en el viento (vayu). De esta fricción táctil emerge el fuego (agni), que tiene forma y color (rupa): es perceptible a la mirada.

Las modificaciones que causa el calor forman la fluidez que produce los líquidos, que son el receptáculo del sabor (rasa). Cuando las aguas se modifican se forma la tierra, como el polvo que posa en su interior, y de la tierra sale el olor (gandha).

Ninguno de estos elementos era capaz de crear los seres por sí mismo, solo la completa unión entre ellos pudo crear el universo: todos los elementos burbujearon juntos y así nació lo que es capaz de conocer el campo de acción, lo que comprende el universo, el alma original (ksetrajña), al cual llamamos Brahma.

Brahma es el primer ser encarnado, el primero en un cuerpo, el creador de todos los seres vivos, que existe desde el inicio del universo. Los sabios lo llaman purusha (el que reside en el cuerpo), cisne o el nacido del útero dorado.

Los océanos se convirtieron en el líquido amniótico de esta gran alma y dentro de este útero, o huevo cósmico, evolucionó el universo compuesto de dioses y sus enemigos, humanos, la luna, el sol, las constelaciones, los planetas y el viento.

Cada día presencia la destrucción y el nacimiento de alguno de estos seres.

Al término de mil eras, finalmente se vuelven a equilibrar las cualidades universales y por cien años deja de llover. Esta terrible sequía destruye todos los seres vivos, que se disuelven y se convierten en tierra (Bhumi). El sol se levanta y resplandece con sus siete rayos; su energía se vuelve insportable. Con sus rayos, el sol, consume todas las aguas. Las aguas se vuelven brillantes y al evaporarse se convierten en siete soles, que queman del todo los mundos. Las llamas se mezclan con el fuego solar en una fiera unidad. Los planetas quemados parecen caparazones de tortugas. Los dioses y los animales astrales son disueltos en el calor. El fuego, con siete almas, reduce todos los planos a cenizas. No queda nada escondido y todo es iluminado por los rayos del sol, que penetran el universo entero.

Entonces flotan en el espacio nubes terribles con los restos del universo. Nubes en forma de elefantes gigantescos, embellecidos con relámpagos.

Algunas son oscuras como los lotos azules, otras parecen lirios acuáticos; algunas tienen el color del humo; algunas son amarillas; algunas tienen el color de los burros, y otras parecen laca. Otras son blancas como las caracolas, otras parecen arsénico rojo o palomas. Algunas parecen luciérnagas y otras son como el arco iris. Algunas flotan por el paraíso. Algunas son como montañas, algunas parecen grandes manadas de elefantes, otras son como pilas de brasas calientes y algunas son como bancos de peces.

Todas estas nubes llenan los firmamentos y estallan en truenos etruendosos que descargan torrentes de lluvia que apagan los fuegos.

El universo entero se sumerge en aguas. Todos los seres ya han desaparecido y en estas aguas oscuras se duerme el cuerpo cósmico.

Hasta el próximo amanecer.

 

Basado en Kurma Purana I-4 y II-45.

Danza de palabras

Érase una vez un jove príncipe que creía en todo, salvo en tres cosas. No creía en las princesas, no creía en las islas y no creía en Dios. Su padre, el rey, le había dicho que esas cosas no existían. Como no había princesas, ni islas en los dominios de su padre, y ningún signo de Dios, el príncipe le creía a su padre.

Pero un día el príncipe se escapó de su palacio y llegó a otras tierras. Ahí, ante su asombro, vio islas desde la costa, y en estas islas vio a unas extrañas criaturas que no se atrevió a nombrar. Mientras buscaba un bote, se le aproximó un hombre vestido de etiqueta.

¿Esas son islas verdaderas?, preguntó el joven príncipe.

Por supuesto que son islas verdaderas, dijo el hombre.

¿Y esas extrañas criaturas?

Son princesas auténticas y genuinas.

Entonces ¡Dios también debe existir!, exclamó el príncipe.

<Yo soy Dios>, respondió el hombre vestido de etiqueta, haciendo una reverencia.

El joven príncipe regresó a casa lo más rápido que pudo.

<Veo que has regresado>, dijo su padre, el rey.

<He visto a islas, he visto princesas y he visto a Dios>, dijo el príncipe en tono de reproche.

El rey permaneció inmutable.

<No existen las islas verdaderas, ni princesas verdaderas, ni Dios verdadero>.

<¡Yo los vi!>

<Dime cómo estaba vestido Dios>.

<Dios estaba vestido de etiqueta>.

<¿Tenía las mangas enrolladas de su chaqueta?>

El príncipe recordó que efectivamente, el hombre llevaba las mangas de su chaqueta enrolladas. El rey sonrió.

<Ese es el uniforme de un mago. Has sido engañado>.

Ante esto, el príncipe regresó a esas tierras, y fue a la misma playa, donde nuevamente se encontró con el hombre.

<Mi padre, el rey, me ha dicho quién eres tú>, dijo el príncipe indignado. <La última vez me engañaste, pero no lo harás nuevamente. Ahora sé que esas no son islas verdaderas, ni princesas verdaderas porque eres un mago>.

El hombre de la playa sonrió.

<Eres tú quién está engañado, muchacho. En el reino de tu padre hay muchas islas y muchas princesas. Pero tú estás bajo el hechizo de tu padre y no puedes verlas>.

Pensativamente, el joven regresó a casa. Al ver a su padre lo miró a los ojos.

<¿Padre, es cierto que tú no eres un verdadero rey, sino solo un mago?>.

<Sí, hijo mío, soy solo un mago>.

<Entonces, el hombre de la playa es Dios>.

<El hombre de la playa es otro mago>.

<Debo saber la verdad, la verdad más allá de la magia>pp1.

Las palabras son magia. Las princesas son magia y las islas son magia porque son palabras. Las palabras modifican nuestra realidad porque nuestra realidad se compone de palabras. Los animales no tienen palabra para decir muerte y aun así mueren. Las personas llamamos a la muerte por su nombre y aun así morimos. Pero todo lo que muere, muere porque vive. Sin vida no hay muerte y sin realidad no hay palabras. ¿Qué es lo que existe? ¿La muerte, o la vida? ¿La palabra, o la realidad?
Muerte y vida son dos caras de una misma realidad, porque son palabras. Las palabras están fuera del tiempo, hablan de realidades inmóviles, aunque nuestra vivencia de la realidad sea cambiante.
Un año, es siempre un año. La palabra año significa un ciclo, una vuelta de la tierra alrededor del sol; nuestra relación con cada año es diferente, pero el año en tanto a ciclo, en tanto a palabra año, no cambia. Por esto en sánscrito al año se le llama también rta (pronunciado rita). Rta es también el orden cósmico, porque la armonía está compuesta de años, siglos, horas, eones, segundos, etc (pp2).
Dado que nacen de rta, del orden cósmico, y de los años, a las estaciones de las llama rtus (ritus): hijas de rta.
Las estaciones se llaman también pitrs (pitris), antepasados, porque son los antepasados de la tierra.
Algunos antepasados son jugosos, otros brillantes, otros furiosos y otros terribles y fríos. Así son las estaciones.
Los hijos de las estaciones son los humanos, cuadrúpedos, aves, reptiles y árboles. Estos viven las estaciones como cambios. En el tiempo, las estaciones se suceden; fuera del tiempo son siempre las mismas.
Los dioses viven en las estaciones. Al año se le puede llamar prajaapati, “el señor de los seres vivos”, porque en él nacen las criaturas, o se le llama también Agni, “fuego”, porque el año es como el fuego que consume las ofrendas que las criaturas ofrecen en los ritos, para los dioses que viven fuera de él. Por eso al fuego se le llama también Bharata, “sostén”: porque es el sostén de los dioses, es lo que los alimenta.
¿Maha bharata: “el gran fuego”?
El fuego funde las palabras del mago con la realidad. La vida con la muerte o el tiempo con la eternidad.
El rito une la palabra con el tiempo, con la estación correcta.
Decir la palabra justa, en el momento justo, es como el rito: una ofrenda a los dioses. Los dioses son los nombres de la realidad. La realidad es lo que hay

<No hay verdad más allá de la magia. Respondió el rey>
Al príncipe lo invadió una gran tristeza.
Dijo: <Entonces me mataré>.
El rey, mediante la magia, hizo aparecer a la muerte. La muerte se detuvo en la puerta, llamando al príncipe. Este se estremeció. Recordó las bellas, pero irreales islas y las irreales, pero bellas princesas.
<Muy bien>, dijo, <puedo aceptar que tú seas mi mago>.
<Ves, hijo mío>, dijo el rey, <También tú ya comienzas a ser un mago>.

 

pp1: “El Mago”, de John Fowles, citado en Ejercicios de psicología Sufí, de Abdul Karim Baudino. Huwa Ed. Rosario, Argentina, 2017.

pp2: Todas las comparaciones linguísticas / etimológicas que aparecen aquí están transcritas directamente del Vaayu Purana 30.1-30, que a su vez remite a Taitiriya Brahmana 1.4.10.8. Uso la versión de Motilal Banarsidass, Delhi, 2013.

Esto que acabas de leer forma parte de una performance de 12 años que consiste en vivir estudiando el Mahabharata y narrar esta gran obra. Los textos que aparecen cada 15 días en este blog documentan el estado del proyecto, según las premisas que puedes ver en este enlace. Lo más interesante, sin embargo, son los eventos presenciales.
La dimensión más interesante del Mahabharata es la que se abre con su exposición oral. En este enlace puedes ver cuáles son los próximos eventos programados, en los que narro de diferentes maneras, y con diferentes colaboradores, lo aprendido del pozo de sabiduría que es la tradición de historias sagradas de la India.

Fuego, agua, palabras

«¿Alguien piensa que el océano es solamente lo que aparece en su superficie?

Por la observación de su matiz y movimiento, el ojo penetrante puede percibir indicaciones de la profundidad de ese océano insondable. La compasión y la misericordia del Señor son un océano sin orilla, provisto de variadas e infinitas vistas para todos aquellos quienes navegan su superficie; pero la suprema maravilla y satisfacción está reservada para aquellas “criaturas del mar” para quienes esa misericordia se ha vuelto su medio.

El Señor nos llama a través de un Amor y una Atracción Divina que ha sido implantada en nuestros corazones, un amor que puede ser comprendido y sentido conscientemente como Divino por algunos, y solo indirectamente como amor por Sus criaturas, o creación, por otros. En ambos casos la tracción de las fibras de nuestro corazón nos arrastra a esos Océanos de Misericordia, al igual que nuestros cuerpos físicos se sienten arrastrados a un cálido y apacible mar.

Por medio de la revelación de Libros Sagrados y a través del ejemplo establecido por Profetas y Santos, todos los seres humanos han sido puestos en contacto con esos Océanos.

Para toda la humanidad, estas revelaciones sirven como naves, o como “manuales de instrucción” para construir y mantener las naves que navegan esos espaciosos mares, pero para aquellos que tienen la capacidad de leer entre líneas, una gran revelación emerge: que nosotros somos ese mar, que nuestro lugar, nuestro hogar está en sus profundidades, no en su superficie.

El Señor está llamándonos a entrar a ese Océano de Unidad mientras estamos todavía en esta vida, para disolvernos como el azúcar se disuelve en el té. Cuando el azúcar se disuelve, tú ya no puedes decir, “Esto es azúcar y aquello es té”. La invitación de nuestro Señor a participar de Su Unidad está siempre extendida, y es nuestro destino sufrir hasta que respondamos a esa invitación. Mientras nos aferremos a nuestra demanda de autonomía, tendremos que soportar el peso de las duras lecciones que este mundo tiene para ofrecernos y gritar de dolor. Suéltala y nada podrá dañarte.[1]»

La fuente de la realidad se compara con las inmensurablemente profundas aguas de un océano infinito en el texto que acabo de citar. Sin embargo cuando, en el centro del Mahabharata, habla Krishna, a quien se describe también como Aprameyaḥ: inmesurable, en nombre de este ser supremo que es la realidad – porque la realidad es un Ser, un continuo ser siendo y ser haciendo– Krishna no se compara a sí mismo con el agua sino con el fuego[2]:

«-Contempla mis cientos y miles de formas divinas de diferentes figuras y colores.

Contempla mi cuerpo: el universo entero, animado e inanimado, es uno conmigo; y contempla cualquier otra cosa que quieras ver. Pero no puedes verme con tus ojos naturales [uno diría: “has de disolverte en el océano para poder ver las criaturas que habitan mis profundidades”].

Arjuna [el interlocutor, quien ve en su amigo Krishna la profundidad del universo], contempló entonces, en el cuerpo del Dios de dioses, la unidad del universo con su inmensa diversidad. Era tal el resplandor de aquel excelso Ser que podría compararse a la luz de mil soles que brillaran a la vez en el firmamento – Y sobrecogido por el asombro, con el cabello erizado, inclinó su cabeza y juntando las manos susurró:

-Estoy viendo la forma cósmica que me ha sido velada por ti: En tu cuerpo contemplo todos los dioses y las infinitas variedades de los seres. Veo por doquier las formas infinitas de tus numerosos brazos, pechos, bocas y ojos.

¡Dios del Universo, Espíritu cósmico, en ti no existe principio ni medio ni fin! Una mole de luz que resplandece alrededor tuyo impide contemplarte de frente desde cualquier lado, ya que resplandeces como el fuego flamígero y el sol radiante e inmenso.

Veo que no tienes principio, medio ni fin, y tu poder es infinito. Te veo con innumerables brazos, con el sol y la luna como ojos, con una boca de fuego flamígero. El universo arde en tu resplandor.

Los espacios que se encuentran en el cielo y la tierra y todas las regiones del orbe están llenos de ti. A ti van los dioses en tropel, y sobrecogidos de temor algunos te invocan con las manos juntas. Gran cantidad de sabios y santos te alaban entonando sublimes cánticos de gloria. Al verte tocando el cielo, resplandeciente en múltiples colores, con tus abiertas bocas y tus enormes y fieros ojos, mi mente se espanta, Vishnu- que lo penetras todo- y no puedo encontrar la paz y la serenidad.

Cuando veo tus mandíbulas con sus amenazadores dientes que parecen el fuego de la disolución, pierdo mi equilibrio y no me siento bien. ¡Ten piedad de mí, Dios de dioses, morada del universo!

Y a ti van todos mis familiares y las multitudes de gobernantes de la tierra, los héroes y mi peor enemigo, junto a los mejores guerreros de nuestro bando. Corren a precipitarse en tus horribles bocas de despiadados dientes. Como las múltiples corrientes de las aguas de los ríos van hacia el mar, así esos héroes del mundo humano se lanzan en tus llameantes bocas. Como insectos que se precipitan volando en el ardiente fuego que los destruye, así también las criaturas se lanzan en tus bocas con acelerado ímpetu para destruirse. Por todas partes tus labios absorben las criaturas y tus flamígeras fauces, todo lo devoran. El universo entero está lleno de ese ardor, Vishnu, y en tus fieros rayos se abrasa.»

A Arjuna le cuesta sostener la intensidad de la visión y le pide a Krishna que vuelva a mostrarle su forma humana. Krishna y Arjuna vuelven a ser dos personas, un guerrero armado y el conductor del carro en el que se encuentran los dos. Dos hombres en medio de un campo de batalla. ¿Es esta la realidad?

Agua y fuego; dos palabras, dos elementos incompatibles, para definir lo mismo. El puente entre las dos es el humano. El nacimiento humano contiene la llama que evapora su cuerpo físico en pensamientos y acciones, en una participación en la cadena de la historia. El cuerpo de la persona se mueve, accionado desde el interior por Agni, el nombre del fuego, hasta consumirse en las ondas expansivas de las consecuencias de sus acciones, que encuentran el espacio para permear en el océano universal. El oscuro- por profundo y receptivo- océano celeste recibe las acciones de la raza humana en su seno. Pero no es el océano físico, no el espacio material únicamente, el cielo del que estamos hablando, sino el inconsciente colectivo del universo. Varuna, el dios de las aguas primordiales –Las aguas profundas de la consciencia que sueña el universo, es quien recibe a Agni en su seno.

La consciencia humana es una hoguera subiendo al cenit nocturno. Pero no solo eso. Porque fuego y agua son solamente palabras y la vida es más que palabras.

Respirar hondo, y que el fuego de mi pecho desaparezca en el calor que me rodea – o que la compasión que esconde mi corazón se reconozca en la compasión de otros corazones, o que mi consciencia fluya hacia la consciencia cósmica:

 

«Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año;

en la mente del hombre cuatro estaciones hay.

Él tiene su fecunda primavera, cuando su fantasía

absorbe, despejada, pronto, toda belleza.

Conoce su verano, cuando con honda calma

le apasiona rumiar aquel primaveral y dulce pasto

del pensamiento en flor, y en tal ensoñación logra elevarse

lo más cerca del cielo. Quietas calas

atraviesa su alma en el otoño.

Cuando sus alas pliega, contento con mirar

la niebla ociosamente, con dejar que las cosas más hermosas

pasen inadvertidas como un tranquilo arroyo.

también tiene su invierno, de apagado semblante,

pues no puede abolir su condición mortal.[3]»

Así es como ante el hogar, con una mantita en las rodillas, vemos la inmensidad crepitar.

¿Y si dijera que todo es muerte consumiendo la vida y vida penetrando la muerte?

«¿Es poesía el verso que describe

fríamente aquello que acontece?

Pero ¿qué es lo que acontece?[4]»

 

En el apartado próximas fechas de este blog puedes ver un calendario de propuestas de espectáculos y cursos basados en el Mahabharata y la narración espiritual.

 

[1] Mawlana Sheikh Nazim Amor  SeresSeres Ediciones, Mar del Plata, Argentina, 2003.

[2] Bhagavad Gita 11, resúmen a partir de la traducción de Consuelo Martín – Bhagavad Gītā con los comentarios advaita de Śankara, Trotta, Madrid, 2009.

[3] Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año, de John Keats, en Belleza y verdad, Edición y traducción de Lorenzo Oliván, Pre-Textos, Buenos Aires – Valencia, 2010.

[4] Matar a Platón, Tusquets, 2004.

Año 3, elemento fuego.

Arjuna y Krishna son dos príncipes modélicos; fuertes y eficientes guerreros, justos, imponentes por la fuerza de su musculatura, la nobleza de su postura y el brillo que emana su mirada. Son primos y son personajes centrales, sino protagonistas, del Mahabharata. Pero esto al inicio de la obra todavía no lo sabemos.

Arjuna y Krishna están de paseo con su séquito y paran a la orilla de un lago en el bosque que se llama Khandava. Juegan en el agua con las doncellas que los acompañan, se persiguen, se empujan y al rato, cansados, se acuestan sobre la hierba en un tramo apartado de los carruajes y las tiendas de colores.

De repente, como aparecido de ninguna parte, se encuentran a un anciano delgado y alto, vestido con una tela de tono cobrizo. Tiene el pelo largo, recogido en un moño, y una barba igual de larga, de tonos rojos y anaranjados. La piel muy morena y la mirada encendida.

El anciano les explica que es Agni. Su nombre, Agni, según el diccionario de sánscrito Monier Williams, deriva de la raíz ag, que significa agitación, y significa el número tres, fuego del estómago, fuego sacrificial o el dios del fuego.

Agni está en un apuro. Tiene hambre y quiere, desde hace tiempo, comerse el bosque Khandava, pero Indra no se lo permite. Indra, etimológicamente, está relacionado con los cambios lunares, las mareas, el número uno sobre el dado, una gota – que puede ser una gota del elixir de la inmortalidad, y mitológicamente se le representa como el portador del rayo.

En un principio, hace varios eones, los dioses estaban regidos desde las profundidades de los cielos nocturnos por Varuna, un dios lejano que gobierna desde un palacio de mil puertas que solamente se puede visitar en esa parte que uno siempre olvida del sueño. Más tarde Indra, por el valor de sus proezas, desbancó a Varuna y se irguió como el rey de los dioses. Así lo cuentan los cantos más antiguos. Y era Indra, el dios del relámpago y la lluvia, el que protegía personalmente el bosque en el que se encontraban Arjuna y Krishna, por su amistad con el rey de las serpientes, que tenía su residencia en ese mismo bosque.

Siempre que Agni ha querido consumir al bosque de Khandava Indra se lo ha impedido,  apagando sus llamas con lluvia. Pero con la  fiereza de Arjuna y Krishna de su lado, y sus conjuros de combate, Agni podría quemar el bosque, digerirlo, mientras los dos guerreros pongan Indra a raya.

A cambio, les ofrecerá armas mágicas, más poderosas de lo que nunca habían soñado.

Así que lo que sigue a esta propuesta es una matanza:

Las llamas del fuego suben varios metros hacia el cielo y evaporan la lluvia torrencial que cae sobre ellas. Arjuna y Krishna, riendo según documenta el texto, disparan hacia el cielo conjuros que dispersan y debilitan la furia de las nubes, y decenas y decenas de flechas con punta de hierro contra los animales que intentan escapar. Agni quiere consumir todo el contenido del lugar. La condición es que nadie, o nada, consiga huir. El texto describe el horror y la desesperación de los animales con un detallismo que recuerda los peores holocaustos de la historia. La grasa derretida de las bestias se derrama a chorros sobre las rocas que quiebran y explotan a causa del calor.

Del bosque no queda nada.

Pero queda el rencor. El rencor del rey de las serpientes, Takshaka, quien se vengará en el futuro matando al nieto de Arjuna.

Hay mucho que decir sobre el bosque de Khandava. De hecho todo este tercer año del proyecto Respirar el Mahabharata girará en torno a esta capítulo del Mahabharata. Por ahora, podemos dejarlo en que a causa del incendio en el bosque Khandava conocemos el Mahabharata. El rey de las serpientes pierde su familia en el incendio. El rey de las serpientes se venga matando –quemando- al nieto de Arjuna. El bisnieto de Arjuna se venga organizando un ritual mágico que dura 12 años, con el objetivo de quemar, allí donde se encuentre, hasta la última serpiente del mundo. A lo largo de esos 12 años, unos de los sacerdotes presentes narró todas las historias que conocemos como el cuerpo de la tradición oral india. Desde la creación del mundo, al nacimiento de la raza humana y los primeros milenios de la historia hasta llegar al mencionado ritual. Historia que hoy hubiéramos olvidado si no fuera por esa transmisión.

Las historias se cuentan mejor frente al fuego, porque en sus crestas podemos ver las formas que la imaginación interior proyecta sobre los tonos danzantes de las llamas. Y llevando la idea un poco más lejos, ¿y si todo lo que vemos fueran llamas de una realidad danzante y mutable sobre las que proyectamos las historias que nos contamos? Una realidad que es tan injusta como bella, dulce y dolorosa.

Hay mucho más que decir sobre el bosque Khandava, y quedan muchos meses hasta el estreno del tercer espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre.

Fuego en el Mahabharata

El relato del Mahābhārata comienza ante un fuego. Toda la historia que conocemos como Mahābhārata se cuenta durante un sacrificio que dura 12 años; un sacrificio en el que el rey y los sacerdotes (brahmanes) lanzan al fuego mantequilla clarificada, la crema de la vida, siguiendo un ritmo ritual muy preciso. Este ritual reúne dos elementos que considero muy cercanos a mí, y creo que para muchas más personas.

El primer elemento, es la confusión que ha dejado el final de una época. Ya he escrito en entradas previas a esta que el sacrifico con el que comienza el Mahābhārata representa un encuentro ritual organizado al final de una era: el mundo ha quedado arrasado por una guerra, reinos prósperos y pacíficos se han desintegrado y con ellos se han extinguido unos valores que no volverán. Este siglo XXI de la actual era común también está comenzando de manera parecida: las utopías políticas han quedado en ruinas, los países democráticos parecen tener más características de empresa comercial que de otra cosa y ya no podemos decir ni siquiera que el hedonismo nos convenza, o por lo menos no nos convence más que cualquier experiencia espiritual exótica. El siglo XXI es un siglo de recomienzo. Pero, por otra parte, ¿qué siglo no lo ha sido?

Cuando visualizo la historia del Mahābhārata a la luz del trabajo artístico-chamánico de María Stoyanova, la veo como la historia de la intensidad de la vida. El Mahābhārata habla de grandes tragedias; de los eventos como las guerras, la muerte o las catástrofes naturales, con los cuales la humanidad lidia desde que existe como tal.

Cuando pienso en las guerras interminables del planeta, en la opresión y en el apego que tenemos las personas a nuestros queridos y el dolor que nos causa la separación, el Mahābhārata se me aparece como la historia de la tensión existencial entre lo que nos gustaría que fuera y lo que hay – La tensión entre las aspiraciones de eternidad que tiene la vida y la inevitable descomposición de los cuerpos – La tensión entre el absoluto ser y el no-ser. Y esto me lleva al segundo elemento que considero cercano a mí en el inicio del Mahābhārata: La fricción entre la manera en que nos gustaría que fuera el mundo y cómo este realmente es. Esta tensión constante crea una intensidad, un calor. Este calor en sánscrito se llama tapas, y es el primer elemento que aparece en el universo cuando este se comienza a expandir. Este calor es el que arde en forma de llamas en cada hoguera, y es el mismo que mueve nuestros cuerpos.

El Mahābhārata comienza alrededor de una hoguera, porque la hoguera en el centro representa el fuego que tenemos todos dentro, y el fuego representa también calor del sol, y el fuego representa a su vez la tragedia que la tierra acaba de pasar; las tragedias del Mahābhārata y las de nuestro siglo XXI. Porque la historia, y las injusticias, y las guerras, queman como el fuego, emocionalmente, a los que las padecen, a los que las hacen y a los que miran desde los márgenes. La vida quema. O más bien, nuestras vidas son las llamas del fuego de la historia.

En el contexto del Mahābhārata, al fuego se le llama Agni, y Agni habla y tiene voluntad. Cuando la vida comenzó Agni no se alimentaba de cualquier cosa como ahora, sino que comía solamente la mantequilla clarificada que las estrellas le ofrecían durante los sacrificios. Digo las estrellas porque lo primero que nace en el universo eterno es la expansión, y con la expansión nace el tiempo y el espacio. De la mente de Brahmā, que es quién representa la expansión, nacen primero los Rishi, y de ellos, o por mediación de ellos, nace la raza humana.  Los Rishi son representados como sabios ancianos, pero a la vez cada uno de ellos es una de las estrellas que vemos en el cielo. Los siete primeros Rishi, los saptarishi, son las estrellas de la osa mayor, y Bhŗgu, el nombre del Rishi que nos ocupará en la siguiente historia, es el nombre del planeta Venus. De los Rishi desciende el conocimiento humano, que es parecido a decir que el conocimiento desciende de las estrellas. En el caso de Bhŗgu en concreto, el Rishi protagonista de la historia que quiero contar, él es quién transmitió a la humanidad el conocimiento de la astronomía y astrología. Pero Bhŗgu también es el planeta venus. Y Bhŗgu es quién desencadenó las cualidades destructivas del fuego.

En el Mahābhārata se cuenta que Bhŗgu estaba casado con una mujer que había elegido vivir con él, a pesar de que sus padres la habían comprometido con un demonio (rakashasa). Cierto día el rakshasa entró en la cabaña donde vivían Bhŗgu y su esposa y le preguntó a las llamas del fuego: “¡Oh Agni! Tú que estás presente en los actos de cada ser vivo, en los justos y los injustos, contéstame con sinceridad: ¿es cierto que la esposa de Bhŗgu es la misma mujer que fue casada conmigo antaño?”. Esto es, porque el fuego está presente en todo. En el calor del cuerpo y en el pequeño fuego del hogar. También en cada estrella. El fuego siempre está presente.

Agni, el fuego, no tuvo más remedio que decir la verdad, porque esta historia pasa en una época en la que todavía no se usaba la mentira. El demonio secuestra a la mujer pero ella estaba embarazada del hijo de Bhŗgu y con el espanto del secuestro sufre un aborto. El hijo cae al suelo, deslumbrando como un sol, lo cual provoca que el demonio se incendie y se consuma en llamas hasta acabar convertido en cenizas.

Cuando Bhŗgu vuelve y escucha cómo Agni les ha delatado a él y a su mujer, se enfada y maldice a Agni para que a partir de ese día sea omnívoro. Agni se ofende y responde: “¿Qué pretendes actuando tan precipitadamente? Sabes que yo siempre me mantengo en el camino justo y digo la verdad de manera imparcial. Cuando se me preguntó, contesté la verdad. ¿En qué he transgredido? (…) Aunque ya sepas esto, te lo volveré a contar: Estoy presente en multiples formas, en las oblaciones al fuego (agnihotras), en los sacrificios a la luna nueva (sattras) y otros rituales. Cuando la mantequilla clarificada (ghee) se me ofrece de acuerdo a los rituales prescritos por los Vedas, los dioses y los ancestros aparecen en ellos y son satisfechos. Los dioses son las aguas y los ancestros también son las aguas. Los dioses y los ancestros tienen el mismo derecho a hacer sacrificios. Por lo tanto, los dioses son los ancestros y los ancestros son los dioses. Dependiendo del estado de la luna, se veneran como uno o por separado. Los dioses y los ancestros comen lo que se vuelca en mí. Yo soy conocido como la boca de los treinta y tres dioses y de los ancestros. En los días de luna nueva los ancestros y en los días de luna llena los dioses, son alimentados a través de mi boca con la mantequilla (ghee) que se me ofrece. ¿Cómo puedo ser yo omnívoro?

Ofendido, Agni se retira del universo y todo queda detenido. Los dioses y los ancestros piden que intervenga Brahmā y este cita a Agni.

Agni es, según el Mahābhārata, el creador del mundo, al igual que Brahmā. Como si el fuego y la expansión fueran uno. Brahmā le dice a Agni, con un tono muy suave: “Tú eres el creador de los mundos y también su destructor. Preservas los tres mundos y cuidas que todas las ceremonias se lleven a cabo. Señor de los mundos, actúa de forma que los ritos prosperen. Comedor del ghee sacrificial, ¡¿te has confundido?! Tú siempre eres puro en el universo. Eres el refugio de los seres vivos. En cuerpo entero, no es posible que te vuelvas omnívoro. Oh fuego con la cresta hecha de llamas, solo las llamas de las oblaciones lo devorarán todo. Así como todo lo tocado por los rayos del sol se vuelve puro, todo lo que sea quemado por tus llamas se volverá puro. ¡Oh Agni! Tú eres la suprema energía. Has brotado de tu propia energía. Por tu propio poder, haz que las palabras del sabio (Bhŗgu) se vuelvan ciertas. Acepta la parte de los dioses, y la tuya, cuando sean ofrecidas a tu boca

Agni aceptó las palabras de Brahmā y desde entonces es lo que es. Las llamas del fuego, como dice Brahmā, están pensadas para los sacrificios, y pueden comer todo. Sin embargo el cuerpo de Agni no lo come todo, y yo cuando leo esto entiendo que el cuerpo de Agni es el calor que conecta todo el universo. El calor de la sangre humana y de la hierba bendecida por el sol, esto también es Agni, pero no es omnívoro. Agni come lo que se le dé solo cuando manifiesta su cresta de llamas.

Los humanos, en el plano material, somos el animal que hace fuego. Si imaginamos una panorámica a vista de pájaro del hábitat de todos los animales si hay algo que nos distinga especialmente como homínidos esto es el resplandor de las hogueras en nuestros refugios. Los humanos somos el animal que explota el fuego, que lo invoca y se cobija en su poder. Pero el fuego está en todo, el calor de Agni es lo que mueve los átomos del universo. El calor de Agni es el dolor de la historia, y es la transformación del dolor en paz. La vida es fuego y el fuego es ambos peligro y bendición; esto es lo primero que se cuenta en el Mahābhārata, alrededor de una hoguera, al término de una guerra catastrófica. El fuego es también la luz de la esperanza en el cielo, que nunca se apaga. Me parece que me queda mucho por aprender del Mahābhārata.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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