¿Qué nos diferencia?

La diferencia entre idiomas puede ser una barrera difícil de atravesar. Responder una llamada telefónica a quien habla un idioma que no conocemos es una tarea difícil de ejecutar, a menos que la persona al otro lado solo necesite que alguien la calme, o la haga reír, para lo cual el tono de voz, o la mera escucha, sería suficiente. La diferencia lingüística es algo palpable cuando comparamos lenguas muy lejanas entre sí, pero también es posible que como humanos no siempre le hayamos dado la misma importancia a esta cuestión. Folkloristas y etnógrafos como Joan Amades  recogieron a fines del siglo XIX y principios del XX testimonio de no solo diferencias léxicas y dialectales importantes desaparecidas entre poblaciones de Catalunya, sino incluso de idiomas propios de comunidades relacionadas con ciertos barrios de Barcelona (trinxeraires) o comunidades, hoy aparentemente extintas, que vivían en el interior de los bosques y tenían la mínima relación con los aldeanos (Patots). Herencia de una era en la que la diferencia lingüística no era tan importante como lo podía ser la religiosa. Porque es con la expansión y coagulación del nacionalismo como cosmovisión compartida que la religión se fue volviendo un afer personal, cosa de cada uno, y aumentó la importancia que damos a la diferencia entre lenguas oficiales, incluso entre países que hablan lenguas suficientemente cercanas como para poderse entender, con un poco de voluntad, como puedan ser Portugal, España, Francia o Italia. Pero quizá no siempre fue así. En tiempos anteriores a la modernidad, y al nacionalismo, la transición entre idiomas era más progresiva y alrededor de cada frontera se hablaban idiomas comunes. La diferencia entre grupos era más bien religiosa. Entre miembros de una misma religión, usaran el dialecto o idioma que usaran, uno sentía que sabía cómo actuar, a diferencia de los miembros de religiones distintas, que podían tener costumbres incomprensibles o intraducibles. Desde fines del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX cristalizó en el mundo moderno una nueva cosmogonía que basa las diferencias en lo cultural, más que lo religioso. Según esta nueva manera de ver, si hay algo que nos pueda alejar del otro es su “manera de vivir el día a día”, siendo el idioma la expresión de una serie de costumbres, una ética y unos valores determinados. Y uno de los pilares sobre los que fue desarrollada esta cosmovisión fue la creencia en una diferencia esencial entre la tradición semita y la indoeuropea. De nuevo, el punto de separación no fue necesariamente la religión, sino el idioma. Las etimologías de las palabras indoeuropeas, de las que derivan las familias lingüísticas del griego, latín, sánscrito, o lenguas germánicas, tienen una esencia común (derivada del origen cultural-lingüístico compartido) que es de raíz diferente de las culturas que puedan estar ligadas a los idiomas que derivan de raíces etimológicas semitas (como el hebreo, árabe o arameo). Es una idea que no se airea con el mismo entusiasmo hoy que antes de la segunda guerra mundial, pero se puede encontrar todavía en las aguas profundas de la islamofobia contemporánea, por ejemplo. Al inicio de este octavo año de Respirar el Mahābhārata propuse comparar la versión original sánscrita de la Bhagavad Gita, el canto más conocido del Mahābhārata, con su traducción hebrea, buscando indagar en este axioma seminconsciente que es la diferencia entre la concepción hebrea y sánscrita. Pero en las últimas entradas he escrito sobre otros aspectos del Mahābhārata porque llegué a la duda de si el parecido y la diferencia no están más que en la mirada. De esto iba la entrada que publiqué sobre el origen del lenguaje, aunque dando un rodeo. Dado que todo es único, i cada partícula del universo es irrepetible, podremos encontrar diferencias allí donde queramos mirar, y hacer clasificaciones de todas, ordenándolas en casillas y columnas, añadiendo datos generación tras generación. Esto no es en sí nada nocivo, sirve propósitos determinados que pueden ser útiles en su contexto. Pero no es la búsqueda de Respirar el Mahābhārata. Y, a su vez, buscar la comunión entre las diferencias es, igualmente, un propósito auto satisfactorio: dado que cada elemento del universo es único, si queremos encontrar puntos en común entre ellos siempre los podremos encontrar, en la universalidad de le experiencia cósmica. Una búsqueda no anula la otra. Las diferencias no anulan lo común, sino que coexisten con ello. Algo que nos une como humanos es el tono y la respiración. Su lenguaje es transcultural. Y si el objetivo de Respirar el Mahābhārata es desarrollar y proponer la narración del trauma compartido de la humanidad, el trauma de la pérdida y la separación, en un lenguaje que sane las heridas en lugar de empeorarlas, la narración debería aspirar a calmar, profundizar y armonizar la respiración del oyente. Y los escritos de este blog apuntarían al mismo aspecto mediante la palabra escrita. En el verso 10.34 de la Bhagavad Gita Krishna dice que entre las cualidades femeninas (nāriņi) él es el origen de todo, y es Vac, la palabra sagrada, aspecto de la diosa, y Śrī, que el traductor al hebreo traduce por tif’eret, una palabra que significa esplendor, o “espectacular”, pero en el judaísmo esotérico está también relacionada con la emanación de belleza del aspecto femenino de la divinidad (shechiná).  Porque Krishna es dios y dios es mujer. O, mejor dicho, esto no lo dice literalmente, pero las cualidades que enumera en este verso como propias son las cualidades de la diosa, de la presencia femenina universal: Śrī. Dios puede ser mujer, o puede ser hombre, dependiendo de cómo lo queramos mirar. O puede ser los dos. O no existe, pero el hombre y la mujer sí. O tampoco. La cuestión es, ¿queremos separar o queremos unir? ¿Cómo se equilibra el discernimiento con la comprensión? ¿Qué diferencia hay entre el hombre y la mujer? Probemos con esta temática como hilo conductor: No puede haber reproducción sin esta diferencia, y sin embargo somos uno en la experiencia humana. ¿Cómo cambia nuestra respiración cuando recordamos que dios es hombre y mujer a la vez? Memoria, inteligencia, palabra, fama, firmeza, paciencia y esplendor, cualidades femeninas que sostiene a todos los seres; al guerrero más temido, al árbol más fornido, así como al brote más tierno, y también los cuerpos celestes. Porque son cualidades que hacen circular la vida por el planeta, generación tras generación, más allá de las despedidas y los olvidos. Antes de partir ya somos semilla en un óvulo, sol en el cielo y fuego en el agua.  

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