¿Qué es más real, lo subjetivo o lo objetivo?

La historia bíblica del llamado a Abraham para sacrificar a su hijo Isaac, igual que la historia del rey Harishchandra que vengo compartiendo en las entradas anteriores de este blog, remiten ambas a un punto de intersección en el paso el sacrificio humano/animal, al ritual simbólico.

En la historia del rey Harischandra el monarca desea tener descendencia y el dios Varuna le promete cumplir su deseo, con la condición de que se le ofrezca en sacrificio al primogénito. Y a partir de ahí podemos reconocer en la historia un juego de contrastes entre la dimensión transpersonal y la experiencia subjetiva personal: Cuando el rey ve nacer a su hijo queda prendado a él como individuo y es incapaz de sacrificarlo, a pesar del prospecto de tener más descendencia después. El rey suplica, una y otra vez, pasar por los ritos de nombramiento del hijo, del primer corte de pelo, de su introducción en sociedad y de su primera instrucción espiritual. El argumento del rey/padre es que hasta que su hijo no pase por esos ritos no sería una persona completa, y por tanto el sacrificio no sería real, porque no estaría sacrificando realmente a su hijo, como pedía el dios, sino a un ser anónimo. Porque detrás de estas palabras se esconde, primero, el intenso lazo emocional de padre a hijo, y segundo, la pregunta que subyace a esta historia, y también al Mahābhārata; y que es parte de la motivación del voto de 12 años que ritualiza este blog: ¿qué es lo que hace que el humano sea humano?

Cuando el hijo del rey Harischandra llegó a la edad de recibir su instrucción espiritual fuera de casa, en la preadolescencia, decidió huir para salvar su vida – otra decisión con motivación subjetiva, que contrasta con el deber universal (sobre esta decisión escribí algo en la entrada pasada)

El rey Harishchandra fue maldito entonces con la enfermedad de la gota, por haber fallado al dios Varuna en sacrificar a su primogénito, y, desesperado por el dolor, recurrió a un recurso extremo: Un brahmán (sacerdote) del reino aceptó vender su hijo mediano para ejecutar el sacrificio.

Los sacerdotes reales dictaron que un hijo comprado se convierte en un hijo legítimo, por tanto apto para sacrificar, y encontraron a un brahmán empobrecido, desesperado por poder alimentar al resto de su familia. El brahmán aceptó vender a su hijo Sunashepa pero este, una vez atado al poste sacrificial, lloró con tanta angustia que ninguno de los sacerdotes reales fue capaz de llevar a cabo el sacrificio – de nuevo por la conexión empática, y subjetiva, con la víctima-. Y, en aquel momento, uno de los sacerdotes dirigió al rey unas palabras que hablaban, una vez más, de la bisagra entre el sacrificio literal y el simbólico: “Lo que está escrito sobre los sacrificios animales está pensado para las personas con inclinación hacia los objetos de los sentidos, para atraerlos hacia la vida ritual (…) Quien compadece a todos los seres, se contenta con lo recibido y calma sus sentidos, agrada a la divinidad”.

El equilibrio entre lo personal y lo transpersonal es sutil. El contexto en el que se expresa el dilema del sacrificio humano de Sunashepa, la victima comprada, parece ser el de una sociedad basada en el ritual estricto, pero resulta que dentro de toda esta transpersonalidad la compasión tiene suficiente peso como para transgredir la norma – “para agradar a Dios”, ¿Porque, qué sentido tiene el ritual cuando deja de agradar a Dios?

A continuación la historia cambia ligeramente de dirección: el rishi Vashishtha y su competidor Vishvamitra se encontraron en los cielos de Indra y discutieron sobre los logros del rey Harishchandra. Es decir, de sus méritos personales: Vashishtha defendía que el rey había sido justo y ecuánime con sus súbitos, mientras Vishvamitra opinaba que había sido un tramposo, que engañó al dios Varuna. Así empezó otra historia con ecos bíblicos, en este caso con la historia de Job, cuando Vishvamitra apostó todos sus méritos místicos con Vashishtha a que demostraríala maldad del rey Harishchandra acosándolo con una vía tortuosa de calamidades:

Vishvamitra creó un demonio en forma de jabalí que empezó a destruir los bosques del reino. El rey organizó una partida de caza para atrapar al monstruo, pero la ferocidad del enfrentamiento lo dejó aislado de sus soldados y extraviado. Entonces Vishvamitra se apareció ante él tomando la forma de un eremita renunciante, ofreciendo al rey solaz, baño y consejo. Harishchandra quedó profundamente agradecido y ofreció regalar al ermitaño “lo que le pidiera”. Así que Vishvamitra creó la ilusión de un chico y una chica jóvenes, y dijo a Harishchandra que para casar a aquella pareja le pedía como regalo de bodas el reino entero. Harischanddra aceptó, para ser fiel a su palabra, con el convencimiento de que aquello era lo último que podía perder, pero Vishvamitra añadió entonces que como impuesto por la transacción el rey le debía también dos medidas y media de oro, quedando así Harischandra en deuda con Vishvamitra, porque sin su reino ya no tenía ningún tesoro del que extraer aquella cantidad.

Por compasión por él, y para que su marido no tuviera que faltar a su palabra, la esposa de Harischanra le propuso entre lágrimas que la vendiera a ella como criada, y pagara así su deuda. Un sacrificio hecho por amor, que afectó tanto al rey que se llegó a desmayar. Por amor a su esposa, el rey se negaba a ponerla en venta, pero oír como lloraba de hambre su hijo (quien había vuelto de su escondite) hace que los dos se decidan. Otra vez, el poder de la empatía personal frente al deber de defender el reino.

Entonces Harishchandra, muy a su pesar, anunció en un cruce de caminos que estaba vendiendo a su esposa, y Vishvamitra, de nuevo, fue quien apareció en el lugar, en forma de un anciano esta vez, buscando una criada para todas las labores del hogar. El anciano procedió a dejar su pieza de oro en el suelo y llevarse a la reina tirándole del pelo, pero el hijo se puso a llorar de pena. El dolor de madre e hijo (personal, subjetivo, único) era tan intenso que ella suplico y convenció al anciano de comprar también al niño, alegando que no sería capaz de concentrarse y trabajar.

Antes de partir, la reina prometió al rey que se volverían a ver, y Harischandra dijo que el dolor de perder a su hijo y esposa era superior al del exilio y la ruina. Pero lo pagado por la reina y el príncipe no sumaba la deuda de Harishchandra y como no tenía otra manera de pagar, aceptó que  Vishvamitra lo vendiera a Yama – el dios del dharma, u orden universal, así como el guía de las almas entre los mundos- quien, para la ocasión, había tomado forma en este plano la forma de un hombre con el pelo enmarañado y la barriga caída, dientes largos y que emitía un olor asqueroso.

Vishvamitra recibió del extraño individuo riquezas incontables y la deuda del rey quedó saldada, pero Harishachandra tenía de servir a su nuevo amo, recogiendo pedazos de mortaja en un crematorio donde escuchaba durante todo el día el llanto de familiares y amigos lamentando la partida de sus queridos. Entre la descripción de los cuerpos quemados desintegrándose y los gritos de desesperación volvemos a ver el contraste entre la vida vista como proceso biológico y el poder de las relaciones personales.

Como dice Jana Rasó, psicóloga, arte terapeuta y formadora de yoga: la repetición es algo que sucede y sucede, y sucede, de manera que puede ser automática: como una muletilla de consciencia, como cuando repetimos la lista de compras de camino al supermercado para no olvidarla– Eso que decimos que somos, es una repetición de elementos. Repetición de gustos, patrones y recuerdos que llamamos “yo”. Repetición de patrones que llamamos “hijo”, “pareja”, “padre o “madre”. Y cuán importante es esta repetición.

Una experiencia – continuando con la cita de Jana Rasó- es el poder estar presente a las sensaciones que provoca (o suceden) en una acción concreta – Y ahí está la importancia de prestar atención a la experiencia de la repetición personal. En la tensión entre la conceptualización de lo transpersonal, y la experiencia de lo personal, por muy ilusoria que esta sea, está el poder de la vida.

Todo fenómeno es una condensación de repeticiones en el tiempo. La vida de un ser sensible es la condensación de un soplo en el tiempo. Mientras el soplo dura se repiten los ecos de un ser, cuando el soplo pierde fuerza se dispersa la vida en recuerdos, historias, grabaciones… hasta la disolución total. ¡Pero cuán importante es este paso por el tiempo!

Cuando se pierde el camino aparece la virtud;

Cuando se pierde la virtud, aparece la humanidad;

Cuando se pierde la humanidad, aparece la justicia;

Cuando se pierde la justicia, aparecen los ritos.

Pues los ritos

Son lo superficial de la lealtad y la fidelidad,

Son el origen del desorden.

(…)[1]

Pero el Mahābhārata nos dice que es itihasa (“así pasó”):  nos está recordando que no es de palabras de lo que nos está hablando, sino de “lo que pasa”, y no son “personajes” los que mueren en él, sino seres como nosotros, diferentes, pero auténticos, que exceden las palabras y las clasificaciones.

El Mahābhārata parece un proceso de aprendizaje, para vernos en la mirada de ese campo (kshetra) de pluralidad, donde lo subjetivo es tan real como lo objetivo, y el equilibrio entre ellos es un delicado y precioso instante. En este instante se esconde la verdad (Satya) que secretamente anhelamos.

El Mahābhārata, esta gran historia de la humanidad, habla de la caída desde la verdad hasta el desorden, y del renacimiento de la verdad en el desorden. El ritual es una misteriosa bisagra que confunde, y a la vez recuerda de dónde venimos y a dónde queremos volver.

Dentro de quince días compartiré el final del calvario de Harischandra y su esposa, con otra respuesta original a la pregunta de qué es la repetición, y qué es la experiencia. Mientras tanto, si te interesa bucear en la vivencia física e estas historias maravillosas te recomiendo dar un vistazo al curso que estoy ofreciendo gracias a la escuela Equilibrium Yoga.

Información: La mitología como viaje interior


[1] Daodejing 38, citado por Chantal Maillard en Las venas del dragón, Confucianismo, taoísmo y budismo, Galaxia Gutenberg, 2021, pg106

¿Quién fue Drona? Tercera parte – El sagrado femenino

La sabiduría viene del cielo. Más concretamente, del centro de la galaxia. O mejor dicho del centro del universo, que resuena con nuestro corazón.

Cuando digo sabiduría me refiero a la compasión. La verdadera sabiduría es el amor; esto lo sabemos todos. La sabiduría emana luz, desde el centro de la espiral galáctica que contiene nuestro planeta; luz que salpica cuerpos incandescentes a todas las direcciones. Porque las estrellas que vemos desde la tierra forman un texto en un tipo de escritura braille ancestral, extendida sobre nuestras cabezas. Si no levantamos el mentón no la vemos así que, a veces, y por compasión, descienden de las estrellas mensajes, en forma de marcas sobre el suelo.

En las eras antiguas cuando una de estas señales cósmicas era reconocida se construían sobre su ubicación templos y altares. Ahora, cuando vemos una señal extraordinaria, llamamos a la televisión, o subimos nosotros mismos la fotografía a la red. Subimos grabaciones de pequeños milagros, que pueden ser así ridiculizados. Sorna, juicio, cinismo y sarcasmo bañan al fenómeno y la relación que se pueda establecer con esta muestra de compasión emanada del centro de nuestro corazón queda teñida por la sospecha. Porque tal vez sean estos los templos de nuestra era: el rumor y las habladurías.

El sabio Gautama fue una de aquellas estrellas que habían bajado a la tierra en la forma de un ser humano. Su esposa Ahalya también lo fue. ¿Qué recuerdo nos queda de aquella relación? Esta es una pregunta importante. Porque todas estas historias que llamamos míticas son apuntes de un pasado eterno que resuena con nuestro presente. Más allá de las palabras, y todos los vacíos que se abren entre estas escuetas descripciones, lo interesante sería sentir en qué silencios reverberan los ecos de aquella relación. ¿Qué recuerda nuestro corazón -que siempre está vibrando con el mundo- de aquella presencia estelar en la tierra?

Lo que la historia nos cuenta es que Gautama y Ahalya tenían un hijo, que el Mahābhārata llama Shradavan. Gautama fue al río a hacer unas abluciones y cuando Ahalya se quedó sola, recibió las visita de Indra, el rey de los deva. Indra había tomado la forma del marido de Ahalya. Parecía como si Gautama hubiera vuelto del río, pero era Indra. Gautama seguía en el río.

Indra, el que cabalga sobre el elefante blanco atronador, con el relámpago diamantino como arma, hizo el amor con Ahalya. No sabemos con certeza si Ahalya fue engañada, o intuyó que aquél era Indra disfrazado, pero las consecuencias fueron las que fueron. Cuando Gautama volvió del río descubrió a su mujer y la convirtió en piedra. Ahalya quedó atrapada, hasta que fue redimida por la mirada de Rama, muchos siglos después.

Hay muchos misterios que se abren con esta historia cuando le damos el respeto que se merece. Sin embargo ahora me quedaría con el hecho de que Shradavan, el hijo de Gautama y Ahalya, creció sin madre. O con una estatua como referente materno. Lo cual nos remite al linaje de Drona, que –como mencioné hace dos entradas– creció sin madre, igual que lo había hecho su padre, también.

Shradavan creció sin la cercanía de una figura materna, y dedicó su vida a estudiar el arte del tiro al arco (dhanurveda). En su juventud, mientras recitaba mantras en el bosque Shradavan vio pasar entre la vegetación a una ápsara: una apariencia femenina líquida, sensual como los meandros de los ríos, que emanaba seducción. La presencia de aquella ápsara fue tan excitante para Shradavan, que tuvo una expulsión involuntaria. Su simiente cayó sobre un filamento de hierba, se derramó sobre ella y se dividió en dos gotas. De aquellas dos gotas nacieron unos mellizos: Kripa y Kripi, el masculino y el femenino de Kŗpā, que se puede traducir en este caso por ternura, o suavidad. Quizá por la suavidad que tuvo aquél líquido al dividirse.

Kripi, la melliza femenina, se casó con Drona.

Antes de que Drona fuera contratado como maestro de armas de los protagonistas del Mahābhārata, era un místico que vivía de austeridades en el bosque. Su esposa Kripi  y él tenían lo justo para sobrevivir, y pidieron, mediante ceremonias y meditaciones, a Rudra, el aullido que agita todos los mundos, tener un hijo poderoso. Y tan poderoso fue Ashvattama, el hijo de los dos, que causó uno de los actos más trágicos de la guerra del Mahābhārata: La infame matanza nocturna que rompió la confianza que la humanidad tenía en sí misma.

Si el Mahābhārata fuera un objeto, estaría cubierto de jeroglíficos enigmáticos que despiertan visiones, sueños y comprensiones de las raíces de nuestro ser original. El entramado intrincado de historias que lo compone nos evoca recuerdos anteriores a nuestro nacimiento individual, y una lectura del Mahābhārata que propongo es la de leer en él un compendio de los errores que la humanidad ha venido cometiendo hasta llegar al lugar en el que estamos. Porque el Mahābhārata habla de una espiral descendiente, que ha llevado al mundo de la armonía al caos en el que estamos. Y, a su vez, el Mahābhārata habla de una espiral ascendente, que nos lleva a reconocer la armonía de nuevo, aún desde el caos. Teniendo esto en cuenta, es interesante observar la ausencia de presencia femenina en las vidas de los héroes de la caída de la humanidad. No solo presencia física y viva, como en el caso de la petrificada Ahalya, sino también en el modo de vivir (como en las aspiraciones de poder de Kripi, la esposa de Drona).

¿Dónde se sitúa cada uno de nosotros ante esto? ¿Cuál es nuestra relación con el femenino sagrado? ¿Y qué es el femenino sagrado, y dónde se encuentra? Estas son las preguntas que probablemente sea más interesante responder.

Viaje hacia el centro de la tierra

Nárada es, fue y será, una y otra vez, y de nuevo, una vez más, el hijo de la causa del Big Bang. Nace y renace con cada explosión.
Vyása es el nombre del poeta místico que nos cantó la historia de nuestros orígenes, a la humanidad; y lo hizo antes de la prehistoria.
Se dice que, en una ocasión, un discípulo de Vyása le habló al rey sobre un encuentro entre Vyása y Nárada. Vyása le preguntó a Nárada si sabía quién era el arquitecto supremo del universo, y si sabía si este era eterno o universal, y si se creaba a partir de un solo foco o de varios.
Nárada, se cuenta, le respondió a Vyása que esto mismo le había preguntado él a su padre Brahma, quien es la explosión de energía infinita que impulsa nuestro viaje por el tiempo.
-Me sentía anegado en este mar de formas y apariencias (māyā)- le confesó Nárada a Vyása -Mi corazón estaba agitado por las dudas, y le hice estas preguntas a mi padre, quien me contestó:
-Cuando abrí los ojos en el mundo me encontré sentado entre miles de pétalos de luz y allí donde alcanzaba mi mirada solo veía agua oscura.
Esto sobre lo que estoy sentado es como una flor de loto, pensé, y la flor de loto hunde sus raíces en la tierra para extender su tallo a través de las aguas.
Así que buceé en las aguas sobre las que flotaba siguiendo el tallo del loto que me servía de asiento (āsana). Pero las aguas eran oscuras y aunque pasara años buceando no llegaba al fondo.
De repente, escuché una voz en mi interior que me dijo:
-¡Crea!
Pero yo no entendía qué podía crear, y con qué elementos, si a mi alrededor solo veía negrura líquida.
Entonces aparecieron en las aguas dos demonios sombríos como la duda que agitaron el tallo que me sostenía y me arrastraron al fondo de las aguas con una velocidad vertiginosa. Parecía que me llevaran hasta el fondo de los fondos y pensé que me iba a pasar la eternidad así, entre sus garras. Pero de repente tocamos fondo y pude reconocer a mi alrededor la silueta de un ser enorme; un cuerpo que abarcaba todo lo que existía; que dormía.
Aterrizamos sobre el muslo de este enorme ser durmiente y había allí otra figura, en postura de meditación, que parecía ajena a nosotros. Pero de repente apareció en medio de la oscuridad una luz brillante como nunca había visto. Aunque cerrara los ojos y los cubriera con las manos nada cambiaba, seguía viendo el brillo de la luz con la misma intensidad. Y su forma era como la del cuerpo de una mujer.
Y nos habló:
-Desprendeos de la pereza y haced vuestro trabajo de creación, preservación y destrucción.
Y oyendo la voz suave de la diosa respondimos los tres:
-Oh madre, pero no hay tierra aquí, no existen los elementos, ni los sentidos ni las cualidades.
-Abandonad el miedo y subid a este carro- nos dijo -os mostraré algo maravilloso.
Y nos subimos a una plataforma decorada con gemas variadas, cubierta de perlas y rodeada del sonido de tintineantes campanadas. Esta plataforma se elevó sobre los cielos y se puso a volar sobre las aguas.
Nos quedamos asombrados cuando de repente volamos sobre una tierra firme que apareció en medio de las aguas. Era un lugar que resonaba con el sonido de los pájaros cuco y abundaban los árboles fruteros, los bosques y los jardines. Habían grandes ríos, lagos, cascadas, estancos pequeños, mujeres y hombres.
Vimos una ciudad rodeada de una muralla divina con varios templos y palacios en su interior, así como otros edificios magníficos.
A continuación vimos un rey brillante salir a cazar al bosque.
El aeroplano que nos llevaba se elevó a gran velocidad y llegamos a un jardín en el que solo había dicha (Nanada). Allí vimos la vaca de la abundancia universal (Surabhi) descansando a la sombra de un árbol.
Vimos ninfas a su alrededor, jugando y bailando. Habían cientos de espíritus jugando con el viento, los árboles susurraban rezos y agradecimientos.
Entonces el carro volvió a elevarse y en un parpadeo nos encontramos en el centro de la expansión cósmica (Brahmā loka), donde fuimos saludados por cientos de dioses.
Allí mis compañeros de viaje, el que lo abarcaba todo (Viṣṇu) y el que meditaba en silencio (Śiva), se sorprendieron de ver otro Brahma igual que yo. Estaba rodeado de las cuatro caras del conocimiento (Veda) y serpientes traslúcidas.
-¿Quién es este Brahma eterno, me preguntaron?
-No lo sé, – les dije. -No lo conozco. ¿Quién es él?¿Quién soy yo? Vosotros también sois dioses, decídmelo vosotros.
Pero antes de que me contestaran seguimos volando y llegamos al monte Kailasa, donde entre sonidos de tambores vimos otro Shiva cabalgando el toro de la tierra y, antes de que pudiéramos preguntarnos nada, el carro nos apartó de ahí con la fuerza del viento y nos encontramos en la corte de la belleza.
El lugar emanaba una maravillosa manifestación de poder, y nuestro compañero se sorprendió mucho al ver allí otro Vishnu, con cuatro brazos, cabalgando el ave que cada amanecer vuelve a robar el elixir de la inmortalidad a los dioses (Gāruḍa / Gāyatrī)
Nuestro transporte se siguió elevando y vimos un océano de néctar (Sudhā Sāgara) con olas que jugaban sobre su superficie, y vimos en su centro una isla de gemas (Mani-Dvīpa) y árboles en flor. Resonaba en ella el zumbar de las abejas e instrumentos musicales armoniosos.
Y desde nuestra plataforma, vimos en la distancia un diván, cubierto de joyas y perlas, y en él había una mujer divina sentada, con una tela roja y la piel cubierta de sándalo.
Parecía más bella que millones de diosas de la belleza juntas. Nunca habíamos visto una forma igual.
-Incluso los pájaros en este maravilloso lugar entonan la sílaba mística Hrim… Hrim… Hrim… – nos dijimos.
La mujer tenía el color del sol naciente y estaba adornada con todos los atributos de la naturaleza.
Estaba rodeada también de mujeres jóvenes con cuerpos que eran llamas doradas.
-¿Quién es esta mujer?- Nos preguntamos -¿Cómo se llama? No la podemos reconocer desde esta distancia.
Y mientras decíamos esto ella abrió de repente mil ojos, y mil manos, y mil pies, o algo así nos pareció a nosotros, porque no había lugar que su presencia no alcanzara. Y de repente Vishnu, por su inteligencia, llegó a la conclusión y dijo:
-¡Ella es la gran diosa- inalcanzable y eterna!¡Ella es la plenitud!¡Es la causa de todos nosotros! Es inconcebible para el intelecto. Es eterna y no eterna. Es la fuerza de voluntad del Yo universal. Es la creadora original del universo.
Durante la destrucción del universo es ella la que atrae hacia su corazón todos los cuerpos sutiles (liṅgā śarīra) para jugar.
A su alrededor se disponían todas sus potencias (vibhutis), como si fueran todas reflejos y sombras de la Diosa, en forma de riquezas (śrī), consciencia (Buddhi), fortaleza (Dhritti), memoria y amor (smṛti), fe (śrāddha), inteligencia (medha), compasión (dayā), modestia (lajjā), avidez (tṛṣṇā), perdón (kṣaṇa), rigor (akṣaṇa), brillo (kānta), paz (Śānti), sueño (nidrā), entumecimiento y pesadez (tandrā), vejez (jarā), falta de vejez (ajarā), conocimiento (vidyā), ignorancia (avidyā), deseos (sprihā), fuerza (śakti), debilidad (aśakti), grasa (vasā), tuétano (majjā), piel (tvak), vista (dṛṣṭi), palabras justas e injustas (satyāsatya vākyasatyāsatya vākya) y los 35 millones de canales energéticos del universo (Nādi) – todos estaban allí a su alrededor.
-¿Ves Brahma?- ella se dirigió hacia mí : -¿Qué sustancia puede haber en el mundo que no esté conectada a mí? Yo soy todas las formas. En esta creación soy una, y mucho. Penetro toda sustancia y soy siempre la causa. Soy el frescor del agua y el calor del fuego; soy el brillo del sol. Así, y de muchas otras maneras, manifiesto mi poder. Soy el frío de la nieve. Sin mi poder la tierra no podría sostener ni un solo átomo; mucho menos los seres vivos.
Soy el océano, soy la nieve y soy el palpitar de tu corazón. Yo cuido los velos de la realidad.
Esto le dijo la diosa a Brahma, o algo que sonaba a esto. Brahma se lo contó a Nárada, por lo que sabemos. Nárada se lo contó a Vyása, en la orilla del Ganges. Lo escucharon las aguas y se lo contaron al viento. El viento lo sopló en los oídos de Arjuna, en la cima de los mundos, en un lugar del Himalaya, y a Arjuna le pareció suficiente; y volvió a casa.
-¿Pero quién es Arjuna y qué hacía en la cima del mundo? Si quieres leer esto continúa a la entrada anterior.

El tiempo que dura el mundo

En cada átomo hay un movimiento. Danzas circulares acompasadas con el ritmo del jardín secreto de nuestro corazón, que es un sol, que brilla en un templo con forma de cosmos, que tiene un altar invisible que sostiene un caldero sin fondo que guarda un universo en su interior; y en el centro de este universo hay un lugar que absorbe toda partícula, impulso, flujo, onda y pensamiento hasta transformarse y separarse en dos. De su lado izquierdo nace su reflejo femenino y entre los dos aparece el amor.

Viviendo el amor hacen el amor. De las gotas de sudor que resbalan sobre le piel de él y ella, cuando hacen su amor, nacen los ríos.

-¿Y cuánto tiempo hacen el amor?

Para responder esta pregunta iría bien entender primero qué es el tiempo.

Para comprender el tiempo es útil hacerse la idea de que con la separación nace el amor y con el amor nace la consciencia de ser en el universo. La consciencia de ser uno, que quiere estar con el otro.

El otro se transforma a medida que buscan sentirlo los sentidos, a medida que se imagina; el otro toma formas, colores, gustos, texturas y cualidades. Se vuelve físico e imaginado, se idealiza. Cuando se acerca la forma física del otro se aleja la idea que tenemos de él y cuando se acerca la idea se aleja el cuerpo. El otro se vuelve muchos y así un solo amor expande, a medida que lo experimenta, al universo como si fuera una gran nube luminosa; como un huevo luminiscente, lleno de polvo dorado, que contiene todas las formas de la creación; como un gran útero.

Dentro de este aureo y cósmico recipiente el amor se busca en las formas y a través de ellas se transmuta en ideales y proyecciones, que se acaban destilando en la energía pura que siempre fueron. Quien dirige la transmutación de la energía a través de los sentidos de los cuerpos es el rey de los dioses. Los dioses expanden el impulso de la energía a través del cielo, las nubes, los bosques, ríos, lagos y campos sembrados con el alimento que los humanos les ofrendan en cada celebración. Las celebraciones se hacen en ciclos anuales, mensuales y semanales.

El sol se eleva por el este y desciende en el horizonte opuesto. Así empieza la noche. El intervalo que va de un amanecer a otro amanecer es un día. 30 días forman un mes. 12 meses son un año humano. 1 año humano es un solo día de los dioses.

El rey de los dioses vive cientos de miles de millones de años divinos.

Cuando muere un rey de los dioses lo sucede otro y la sucesión de 28 reyes de los dioses compone 1 día del huevo cósmico.

108 años cósmicos son una vida de la acción del ser en el universo.

Después todo se reabsorbe en uno y no existe la separación.

Todo el despliegue del universo, la expansión del huevo cósmico, los dioses, los planetas y la humanidad es un parpadeo de la diosa que hace el amor con su compañero. Cuando abre los ojos se expande el universo ante su mirada, cuando los cierra se repliega toda la creación hacia la unidad.

¿Quién podría comprender el tiempo que dura su amor?

 

(Para Gisele)

 

 

Fuentes:

Rumi – El cant del sol. Ed. Olañeta

Devi Bhagavata Purana, Libro IX, cantos I y IX.

Escuchar el Mahabharata

¿Cómo se escribe la escucha?
Intentar describir la escucha con palabras sería incongruente, porque un texto es un discurso y el discurso es precisamente lo opuesto a la escucha. Sin embargo me he propuesto esta vez intentar escribir la escucha. Me lo he propuesto porque la intención de este cuaderno de bitácora es ir documentando el estado en el que me encuentro dentro de este proyecto llamado Respirar el Mahabharata y siento que estas últimas semanas he comenzado a escuchar el Mahabharata.
Hasta ahora he cuestionado el texto, y estoy aprendiendo que cuando uno hace una pregunta tiene que tomarse el tiempo también para escuchar la respuesta. Ahora que se acerca la fecha del estreno de la representación de la narración del primer tomo del Mahabharata (el próximo 12 de Diciembre), he decidido releer una vez más las primeras 500-600 páginas de la obra pero de principio a fin como si fuera una novela. No tomo ninguna nota, no releo ningún capítulo, no investigo más, solo leo poco a poco y siento lo que me pasa sin juzgar ni analizar. Estoy escuchando el Mahabharata con una apertura que no había tenido hasta ahora. De hecho la manera en que leo los Purana (otros textos que complementan al Mahabharata) ha cambiado también. Ya no intento memorizar nada. Me doy cuenta de que los Purana ya repiten por sí mismos los puntos importantes, y de manera diferente cada vez. No me esfuerzo en memorizar las historias sino que las leo y observo cómo van transformando mi manera de pensar y de vivir mi día a día como si observara el cambio de las estaciones en el parque que tengo delante de casa.
¿Sería posible, me pregunto, compartir la experiencia que tengo cuando escucho el Mahabharata? Porque ninguna de estas historias que ya conozco me suenan igual, ahora que las leo con otra intención. ¿Pero cómo describir lo que veo ahora? Podría armar escritos sobre mis nuevas conclusiones, pero estos se volverían discursos simbólicos y esotéricos que probablemente tengan sentido solo para mí o en el mejor de los casos representarían un discurso más, compuesto con el Mahabharata como excusa. Pero lo que me interesa es describir el acto de escuchar un texto.
Lo primero que se me ocurre, para escribir sobre la escucha, es decir el Mahabharata más que parecerse a una novela tiene características de jeroglífico. Y esto es algo que yo tampoco comprendo del todo, pero me esfuerzo en describir aquí qué entiendo por un “texto jeroglífico” con la intención de ordenarme las ideas y de paso creo que me ayudará indirectamente a describir la experiencia de la escucha.
Cuando digo que el Mahabharata es un jeroglífico pienso en que no está compuesto de un argumento lineal sino de historias que comienzan y antes de terminar inician otra historia que contiene en su interior otra historia a su vez, u otra, u otra más, y todo mezclado con invocaciones, discursos éticos, consejos de decoro, reglas de rituales y diálogos filosóficos. Dependiendo del estado de ánimo que se tenga, se leen en el Mahabharata cosas diferentes; uno se fija en aquello hacia lo que está más receptivo cada vez. El Mahabharata tiene una cualidad más abierta que una novela, o una historia. No es una fábula, ni es meramente un mito.
Por poner un ejemplo, hace unos meses compartí una breve descripción de la historia de Garuda, el ave de fuego que robó el elixir de la inmortalidad a los dioses (Deva). Cuando compartí un esbozo de su historia tuve que resumir y omití la descripción de su nacimiento. Voy a compartir ahora una traducción del fragmento que describe el nacimiento de Garuda, añadiendo entre paréntesis y en cursiva comentarios y preguntas que me hago sobre este fragmento a medida que lo leo. Con esto quiero compartir cuánta curiosidad puede crear un texto tan corto y en principio tan críptico:
«Cuando llegó el momento Garuda, lleno de energía, quebró el huevo sin la ayuda de su madre y emergió. Parecía una masa de fuego en llamas y su apariencia infundía el terror. En el momento en que nació, el ave creció hasta alcanzar un tamaño gigantesco, elevándose hacia el cielo. Al verlo, todos los seres buscaron refugio en el más brillante entre los bienes; se postraron ante la forma universal de este dios, que estaba sentado en su lugar asignado, y se dirigieron a él de esta manera: «Oh Agni (fuego), no extiendas tu cuerpo. ¿Es que has decidido calcinarnos? Mira lo que está pasando, la enorme masa de llamas se está expandiendo». Y Agni les respondió: «¡Oh perseguidores de asuras! No es lo que pensáis. Es el poderoso Garuda, equivalente a mí en energía». Informados de esta manera, los dioses y todos los sabios se dirigieron a Garuda y desde la distancia le adoraron con estas palabras: «¡Oh señor de las aves! Eres un Rishi. Puedes obtener la mejor parte de la ceremonia. Eres un dios. Eres el supremo protector. Eres el océano de poder, eres pureza. Estás más allá de las cualidades y la oscuridad. Eres el dueño del furor (¿dueño del furor?). No puedes ser conquistado. Hemos oído que eres el hacedor de todas las grandes hazañas. Eres todo lo que no ha sido y todo lo que ha sido. Eres el conocimiento supremo (¿qué significa conocimiento supremo?). Sobrepasando los rayos del sol, produces todo lo que es permanente y todo lo que es transitorio (esto es porque el sol que vemos, esa bola de fuego que arde en el centro de nuestro sistema solar, no es el sol propiamente, sino un objeto creado por el arquitecto de los dioses que nos permite soportar el brillo del auténtico sol. El sol verdadero es la energía que enciende el sol que podemos ver). Oscureciendo el brillo del sol, eres el destructor de todo. Eres todo lo que muere y todo lo que no lo hace. ¡Oh Dios! Con un brillo equivalente al del fuego lo consumes todo, igual que el sol quema todos los seres en su furia. Eres como el fuego horrible que todo lo consume al final de una era, cuando todo se consume en el ciclo de la destrucción. ¡Oh rey de las aves! Acercándonos a ti buscamos tu protección. Te mueves por el cielo, tu energía no tiene restricción, eres poderoso como el fuego (todo el fuego, no solo las llamas visibles en una hoguera, también el calor que mueve todos los cuerpos). Eres la majestuosa ave Garuda, alcanzas las nubes. Nos hemos acercado a ti. Eres el que concede las ayudas e incomparable en tu fuerza.»
Una cosa que me gusta del Mahabharata es que no tiene ningún complejo para el uso del énfasis. No encuentro fácilmente textos tan entusiastas en la literatura moderna. Pero por otra parte, ¿por qué iba a ser menos entusiasta? Está hablando de Garuda, algo que se expande mucho más allá de nuestra comprensión. Sin embargo el siguiente párrafo del Mahabharata contrasta esta poderosa expresión de admiración con un detalle tierno. Dice que «entonces ese pájaro, capaz de viajar a cualquier lugar según su voluntad y capaz de reunir energía en el momento en que lo desee, fue a la casa de su mamá». Evito ahora posibles comentarios sobre el alto contenido simbólico de las líneas citadas para no caer en la parrafada esotérica que ya he conseguido evitar al principio de este escrito. Lo que voy a hacer, para abrir más el campo de visión, o la escucha, es relacionar este texto con una descripción que recojo del Devi Bhagavata Purana, una recopilación de historias sagradas en las que aparecen muchos de los elementos de los que habla el Mahabharata, pero desde el punto de vista de lo femenino. El Mahabharata dice que Garuda es energía, equivalente al fuego, y tiene una madre. En el Devi Bhagavata Purana encontramos un texto de veneración al principio femenino del universo, que el texto sánscrito denomina Shakti y traduzco aquí por Fuerza tomando el ejemplo Swami Vijnanananda. También traduzco al castellano términos sánscritos que habitualmente no se traducen para compartir una versión más cercana del texto:
«Algunas personas mencionan a Vishnu como el omnipresente, el que protege a todos los dioses porque es el mejor entre ellos. Según estas personas todo lo que contiene este universo, lo móvil y lo inmóvil, es creado por La llamada que reside en el corazón y despierta hombres y mujeres para que sigan su camino, se postran ante ella y la llaman Vishnu. Otros adoran a la vibración original que percute todas las acciones, la llaman Shiva, el que reside sentado en el centro del universo con su esposa dorada compartiendo la mitad de su cuerpo. Hay personas que conocen los textos sagrados y adoran cada día al sol, por la mañana, al mediodía y al atardecer. Otros, expertos en los textos, adoran los dioses, al fuego, al que rige los sentidos y al guardián de la justicia de cuerpo oscuro y mirada dorada. Los que son grandes pensadores declaran que la percepción, la inferencia y el testimonio verbal son los tres modos de probar la realidad. Otros pensadores añaden a estas tres maneras de comprender la realidad una cuarta: la comparación. Otros añaden una quinta: la deducción a partir de elementos conocidos, y las escrituras de la escuela filosófica llamada Vedanta declaran que la Causa Elemental del Universo no puede ser comprendida usando ninguna de estas técnicas. Los seguidores de esta escuela usan la razón para llegar a la comprensión de la existencia irrefutable del Ser. Una persona inteligente debería asumir aquello que se percibe como evidente y aquello que puede ser inferido por la observación y el análisis de la conducta adecuada. Las historias sagradas dicen que la Fuerza primordial está presente en Brahma como la fuerza creadora, en Hari como la fuerza que preserva, en Hara como la fuerza que destruye y en la tortuga Kurma y la serpiente de mil cabezas Ananta como la fuerza que guarda; en el fuego como fuerza que quema, en el aire como la fuerza que mueve y que la Fuerza está presente en todas partes en todas las manifestaciones.
En todo el universo todo lo que existe es incapaz de efectuar ninguna acción si es privado de su fuerza. La fuerza está presente en todas partes y en cada elemento del universo desde el supremo Brahma hasta la más pequeña brizna de hierba, en todo lo móvil y en lo inmóvil a la vez. Todo se vuelve inerte si es privado de su fuerza; la conquista de los enemigos, el moverse de un sitio a otro o comer, nada de esto es posible sin fuerza. Quienes son inteligentes deberían adorarla a Ella en todas sus formas y asumir su presencia en la realidad por todos los medios posibles. En Vishnu existe la fuerza benefactora, así puede preservar, sino sería bastante inútil. En Shiva hay fuerza oscura, así destruye, sin ella es bastante inútil. En Brahma hay fuerza activa, así puede crear, sin ella es bastante inútil. Todo el mundo debería acercarse al conocimiento de la Fuerza Original, su mera voluntad crea y preserva este universo y Ella es quién lo destruye cuando llega la hora. El fuego, los sentidos, y todos los dioses son capaces de hacer su trabajo usando esta Fuerza Original. Que ella sola está presente en cada causa, en cada efecto y en cada acción, puede ser observado sin dificultad. Los que están apegados a las sensaciones adoran las formas de La Fuerza y los menos apegados adoran su aspecto no manifiesto. Cuando se trata de la manera adecuada, La Fuerza concede todos los deseos. Aquellos que están seducidos por el juego de espejismos de este mundo La desconocen del todo; otras personas que La conocen solo un poco encantan a otros mientras algunos estudiosos aburridos, a causa de sus prisas y confusión, La usan para fundar sectas de heréticos para mantener lleno su estómago.
¿Si Brahma, Vishnu y Shiva son las divinidades supremas, porque estos tres dioses siguen meditando en lo que está más allá de la palabra, más allá de la mente? Ellos conocen al Ser Supremo, la eterna Fuerza, la eterna Devi Shakti».
Recuerdo una vez más que esta fuerza es la que da a Garuda la fuerza que tiene, y es su “madre”. Pero además quiero hacer hincapié en un último elemento que creo define un poco más la calidad “jeroglífica” de estos textos. Shakti, la Fuerza, es una diosa. Vishnu y Shiva, son dioses, el fuego es un dios, incluso el sol, y Garuda también es un dios, que asusta a todos los dioses. Ahora, la palabra sánscrita que usan estos textos es deva, o devi en femenino. Un deva es un dios, para entendernos. Si queremos traducir cualquier fragmento del Mahabharata podemos traducir la palabra deva por dios cada vez que aparezca porque sería una traducción correcta. ¿Pero qué matices nos abre cuestionar la etimología de la palabra sánscrita deva?
Recuerdo, antes de empezar, que esto no es un ejercicio filológico con el rigor necesario sino más bien jugar con el diccionario. Lo que estoy buscando no es demostrar una hipótesis sobre el significado de ninguno de estos textos sino describir la experiencia de la escucha. Entonces, volviendo a la palabra deva, según el diccionario sánscrito Monier Williams, y basándose este en la gramática sánscrita de Panini (Pāņini) recopilada en el cuarto siglo de la era común, la raíz de la palabra deva es div, que significa: lanzar, arrojar unos dados, apostar, jugar, bromear, expandir, aumentar, brillar, regocijarse, desear o ir.
En algunos textos he visto traducir el plural de deva como los brillantes, porque me parece lo menos confuso para la idea que tenemos de dioses. Pero deva es una explosión de mucho más. Deva, en femenino o masculino, suena a… bueno, todo lo dicho en el párrafo anterior, pero junto.
Entonces, cuando leo sobre la expansión de Garuda, y sumo a su expansión todos los sentidos de la raíz div, y sumo a esto que toda expansión de Garuda viene impulsada por la expansión de la fuerza que lo impulsa… algo pasa. Algo pasa en mi cuerpo, que me atraviesa. Imaginemos el dibujo de un pájaro en llamas, pongamos la imagen de una galaxia detrás, y la fotografía de una mujer embarazada, y un cartel que diga «todo esto te incumbe»… ¿me explico? – Hay que leer el Mahabharata.
Y si prefieres escuchar el Mahabharata narrado, te invito el próximo 12 de Diciembre a la sala de la tetería Mailuna, situada en la calle Valldonzella, número 48, en Barcelona, para escuchar la narración del primer tomo del Mahabharata. Llevo un año preparándola, y tendremos un acompañamiento musical de lujo, y juegos de mesa. Puedes escribir para reservar sitio, o recibir más información, a: respirarelmahabharata@gmail.com

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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