El miedo al conflicto en nuestra humanidad compartida

Saludos a ti, que estás leyendo estas líneas. Bienvenid@ a este viaje a bordo del Mahābhārata, la historia más larga del mundo: En este escrito propongo introducir uno de los referentes menos conocidos en el Mahābhārata, Satyaki, para proponer una reflexión sobre algo que nos hace humanos, con una mención a la inteligencia artificial.

Hago un inciso antes de empezar, para remarcar que no uso la palabra “personaje” para referirme a Satyaki, porque el Mahābhārata no tiene personajes. Un personaje es la invención de uno o varios autores. Puede estar inspirado en alguien que existió realmente, pero su historia es inventada. El Mahābhārata se presenta, en cambio, como la crónica de unos hechos antiguos, pre-historicos, pre-recuerdo, pero reales. No es lo mismo habar de un personaje que de un ancestro. Aunque con el tiempo el recuerdo de lo que hizo un ancestro se puede fraccionar en versiones distintas y contradictorias no es el mismo respeto el que la situación nos impone cuando hablamos de un ancestro que cuando hablamos de un personaje inventado. Cuando hablamos del Mahābhārata hablamos de ancestros y es este tipo de respeto el que la situación pide. Aunque sin perder, por supuesto, la mirada crítica y el derecho a formarnos nuestra propia opinión de los hechos. Porque este escrito va de opiniones personales, en gran medida.

Satyaki fue un guerrero del clan de los Yadava. Un clan que tenía como capital la ciudad costera de Dvarak, cuya característica más destacable es que fue el clan en el que nació Krishna, la encarnación de la divinidad en la tierra.

Satyaki tuvo una relación especialmente cercana a Krishna. Fue discípulo especial del primo de Krishna, Arjuna, de quien se decía que era el guerrero perfecto. Antes del gran choque entre los Pandava y los Kaurava por la sucesión del imperio, Satyaki acompañó a Krishna en una misión de paz a la corte de los Kaurava. Krishna quiso probar un último intento para convencer al emperador de aceptar las condiciones de paz que le ofrecían los Pandava, y evitar así la guerra.

En aquel encuentro el emperador Duryodhana dio la orden de atar a Krishna y encarcelarlo, por el atrevimiento de pedirle que cambiara de opinión. Y entonces tuvo lugar uno de los eventos más importantes de los que relata el Mahābhārata, porque Krishna descartó su forma humana y manifestó su forma original, con brazos que llegan a todos los rincones del mundo y pies enraizados en la base de la existencia.

La mayoría de los presentes se desmayó, o no fue capaz de visionar aquella revelación, pero Satyaki fue uno de los pocos que permaneció plenamente consciente y nunca olvidó quién era realmente Krishna. Por esto, cuando Krishna se ofreció a dirigir en persona el carro del rebelde Arjuna, pero en cambio ceder el control las tropas que comandaba al déspota Duryodhana, Satyaki no acató la orden; aun siendo soldado de Krishna. A pesar de que, por acuerdo político, y por orden de Krishna, Satyaki debía luchar junto a Duryodhana, se negó a hacerlo y optó por tomar el bando de Arjuna, su maestro. El bando que era también el de Krishna, de quien sabía que era la encarnación de la divinidad. Y a esto quería yo llegar: al desacato de Satyaki, por “lealtad”. Porque siento que el Mahābhārata nos muestra aquí una de las claves de lo que nos hace humanos: La opinión personal.

Volviendo al tema de la inteligencia artificial, que mencioné en la entrada pasada, es interesante mencionar el estudio publicado por el equipo del investigador Jerry Wei, donde demuestra que uno de los defectos de la inteligencia artificial es que puede dar información falsa al usuario si intuye que esto es lo quiere oír (ver concepto sycophancy). Esto es así en lo referente a ideales políticos, pero también resultados matemáticos. Y pasa porque el programa funciona como herramienta y no expresa ninguna opinión personal. La diferencia con los humanos es que tenemos una opinión. De las opiniones nacen enfrentamientos, más o menos pacíficos. Y cuando el Mahābhārata dedica tantas páginas (un par de miles) a describir con detalle un conflicto -la guerra en la que luchó Satyaki junto a Arjuna y Krishna- leerlo se convierte en una meditación sobre el conflicto, y uno empieza a ver que el conflicto forma parte de esta humanidad compartida que somos.

Lo humano no está confinado al cuerpo de cada uno de nosotras, ni tampoco a las ideas que nuestras neuronas barajan, sino que se encuentra en el campo que compartimos: un campo externo e interno a la vez. Lo humano está en el encuentro: en el espacio físico, emocional e intelectual que compartimos, y este espacio es también la arena en la que nos enfrentamos unos a otros.

Dado que no somos herramienta, tenemos opinión y nos respondemos unos a otras. Vivir nuestra humanidad no pasa por negar nuestras opiniones, sino por encontrar el equilibrio para expresarlas sin tener que llegar a la guerra. Así nos avisa el Mahābhārata, la voz de la humanidad anterior.

Viaje hacia el origen

En el origen Puruṣa preguntó ¿dónde me moveré? ¿Cómo me pondré en movimiento? ¿En qué matriz me estableceré?

¿Pero quién, o qué, es Puruṣa?

Puruṣa no es un objeto, es un ser vivo, y por tanto sería más respetuoso preguntar quién es Puruṣa; igual que cada una de nosotras no es algo, sino alguien. Puruṣa es una palabra sánscrita que se puede traducir como la luz, primordial, que está en todo. Pero no es una luz, como la entendemos, o vemos, porque Puruṣa existía antes de que existieran los sentidos. Estaba sola en el universo. Su pregunta, ¿dónde me moveré, cómo, y en qué matriz me estableceré?, reverberó como ondas de sonido. Y a partir de entonces, todo lo que había era sonido. Así fue creado el sentido del oído. 

La fricción, o resonancia, entre las ondas de sonido se fue intensificando hasta el punto de poder mover corrientes de energía por el infinito que acababa de ser creado. Así se formaron el viento y el sentido del tacto. 

La fricción que causaban las corrientes de ondas energéticas al cruzarse y enroscarse una con otra produjo calor ascendente hasta hacer aparecer un destello en el universo. La primera llama de fuego, y con ella la luz, y el sentido de la vista. 

El calor del fuego separó corrientes más cálidas de otras más frías y densas. Así se separó el aire del agua, y con el nueve elemento líquido apareció el sabor, y el sentido del gusto. 

En el fondo de aquellas aguas primordiales se fueron agrupando las partículas más pesadas. Así se formó la tierra, y cuando la tierra surgió a la superficie trajo los aromas, y con ellos el sentido del olfato.  Así Puruṣa, quien no se puede comprender con la mente, o percibir con los sentidos, se convirtió en los cinco elementos. Desde entonces los oídos se alimentan de sonido, que convierten en luz, los ojos se alimentan de colores, que convierten en sensaciones táctiles; la piel se alimenta de contacto -con el viento, u otras pieles- y lo convierte en emociones; la nariz se alimenta de aromas que convierte en sabores y la lengua se alimenta de materia, que convierte en sangre. 

De la unión de sangre y semen nace un nuevo embrión, en el que se desarrolla una columna vertebral y una consciencia individual: Con el pensamiento “este soy yo” aparece el sentido de la mente: la identificación con la rueda de emociones que se suceden una a otra.

A partir del séptimo mes de embarazo el embrión empieza a meditar en la sílaba Om, el sonido de la vibración cósmica original; la primera pregunta de Puruṣa, que se responde con el mismo existir. 

En el noveno mes el feto recuerda miles de vidas pasadas. Recuerda todos los alimentos que ha tomado, la cantidad de madres que ha tenido y los pechos de los que ha mamado. 

-Cuando salga tomaré refugio en una práctica espiritual – piensa el feto en el útero -Cuando salga me refugiaré en la vía de la liberación; en Maheshvara, Narayana, Allah, Mahadevi, Jesús, el gran espíritu o el máximo bien común. No importa cómo lo llamemos ahora, pero el feto entiende en qué está pensando, porque está meditando en su sonido original.

Pero cuando pasa por el canal del nacimiento el cuerpo queda atravesado, capa a capa, por māyā, la red de la ilusión del frío y el calor, el dolor y el placer, el perseguir o rechazar… Entonces el recién nacido olvida su propósito. Durante su vida buscará fuera, en el bosque de las posibilidades que le ofrezca el mundo. Buscará dentro, en el laberinto interior de los recuerdos y las interpretaciones. Y a veces, por instantes, encontrará. La respiración de la madre, como un bebé dormido sobre el pecho de su padre. Sus pulmones respirarán el aire del planeta mientras descansa sobre su seno. 

-Créeme, te amo – nos dice un voz sin voz. -No me conoces del todo, pero soy el universo. Yo soy la comprensión, la tolerancia, compasión y la verdad. Lo que se ve y lo que no se ve, son mis expresiones.  Miedo y valentía, violencia y ecuanimidad, son también mis formas.  Igual que la flor no puede quedarse su aroma para sí misma, así emana su manera de ser cada una de las partículas del universo; cada uno de sus fenómenos. Los seres sensibles y los insensibles, los minerales, la luna y las estrellas, tienen su propio sabor; su aroma, su luz.

Así Puruṣa, quien es la semilla original, y a su vez el útero que contiene todos los elementos, se mueve y renace de madre en madre.  Pero todo esto solo son palabras. Una manera de decir. Las palabras pasarán y se desvanecerán en el tiempo. La realidad prevalecerá. 

Texto basado en el texto esotérico Garbha Upanishad y el capítulo de la Bhagavad Gita, incluido en el gran Mahabharata.

¿Qué nos diferencia?

La diferencia entre idiomas puede ser una barrera difícil de atravesar. Responder una llamada telefónica a quien habla un idioma que no conocemos es una tarea difícil de ejecutar, a menos que la persona al otro lado solo necesite que alguien la calme, o la haga reír, para lo cual el tono de voz, o la mera escucha, sería suficiente. La diferencia lingüística es algo palpable cuando comparamos lenguas muy lejanas entre sí, pero también es posible que como humanos no siempre le hayamos dado la misma importancia a esta cuestión. Folkloristas y etnógrafos como Joan Amades  recogieron a fines del siglo XIX y principios del XX testimonio de no solo diferencias léxicas y dialectales importantes desaparecidas entre poblaciones de Catalunya, sino incluso de idiomas propios de comunidades relacionadas con ciertos barrios de Barcelona (trinxeraires) o comunidades, hoy aparentemente extintas, que vivían en el interior de los bosques y tenían la mínima relación con los aldeanos (Patots). Herencia de una era en la que la diferencia lingüística no era tan importante como lo podía ser la religiosa. Porque es con la expansión y coagulación del nacionalismo como cosmovisión compartida que la religión se fue volviendo un afer personal, cosa de cada uno, y aumentó la importancia que damos a la diferencia entre lenguas oficiales, incluso entre países que hablan lenguas suficientemente cercanas como para poderse entender, con un poco de voluntad, como puedan ser Portugal, España, Francia o Italia. Pero quizá no siempre fue así. En tiempos anteriores a la modernidad, y al nacionalismo, la transición entre idiomas era más progresiva y alrededor de cada frontera se hablaban idiomas comunes. La diferencia entre grupos era más bien religiosa. Entre miembros de una misma religión, usaran el dialecto o idioma que usaran, uno sentía que sabía cómo actuar, a diferencia de los miembros de religiones distintas, que podían tener costumbres incomprensibles o intraducibles. Desde fines del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX cristalizó en el mundo moderno una nueva cosmogonía que basa las diferencias en lo cultural, más que lo religioso. Según esta nueva manera de ver, si hay algo que nos pueda alejar del otro es su “manera de vivir el día a día”, siendo el idioma la expresión de una serie de costumbres, una ética y unos valores determinados. Y uno de los pilares sobre los que fue desarrollada esta cosmovisión fue la creencia en una diferencia esencial entre la tradición semita y la indoeuropea. De nuevo, el punto de separación no fue necesariamente la religión, sino el idioma. Las etimologías de las palabras indoeuropeas, de las que derivan las familias lingüísticas del griego, latín, sánscrito, o lenguas germánicas, tienen una esencia común (derivada del origen cultural-lingüístico compartido) que es de raíz diferente de las culturas que puedan estar ligadas a los idiomas que derivan de raíces etimológicas semitas (como el hebreo, árabe o arameo). Es una idea que no se airea con el mismo entusiasmo hoy que antes de la segunda guerra mundial, pero se puede encontrar todavía en las aguas profundas de la islamofobia contemporánea, por ejemplo. Al inicio de este octavo año de Respirar el Mahābhārata propuse comparar la versión original sánscrita de la Bhagavad Gita, el canto más conocido del Mahābhārata, con su traducción hebrea, buscando indagar en este axioma seminconsciente que es la diferencia entre la concepción hebrea y sánscrita. Pero en las últimas entradas he escrito sobre otros aspectos del Mahābhārata porque llegué a la duda de si el parecido y la diferencia no están más que en la mirada. De esto iba la entrada que publiqué sobre el origen del lenguaje, aunque dando un rodeo. Dado que todo es único, i cada partícula del universo es irrepetible, podremos encontrar diferencias allí donde queramos mirar, y hacer clasificaciones de todas, ordenándolas en casillas y columnas, añadiendo datos generación tras generación. Esto no es en sí nada nocivo, sirve propósitos determinados que pueden ser útiles en su contexto. Pero no es la búsqueda de Respirar el Mahābhārata. Y, a su vez, buscar la comunión entre las diferencias es, igualmente, un propósito auto satisfactorio: dado que cada elemento del universo es único, si queremos encontrar puntos en común entre ellos siempre los podremos encontrar, en la universalidad de le experiencia cósmica. Una búsqueda no anula la otra. Las diferencias no anulan lo común, sino que coexisten con ello. Algo que nos une como humanos es el tono y la respiración. Su lenguaje es transcultural. Y si el objetivo de Respirar el Mahābhārata es desarrollar y proponer la narración del trauma compartido de la humanidad, el trauma de la pérdida y la separación, en un lenguaje que sane las heridas en lugar de empeorarlas, la narración debería aspirar a calmar, profundizar y armonizar la respiración del oyente. Y los escritos de este blog apuntarían al mismo aspecto mediante la palabra escrita. En el verso 10.34 de la Bhagavad Gita Krishna dice que entre las cualidades femeninas (nāriņi) él es el origen de todo, y es Vac, la palabra sagrada, aspecto de la diosa, y Śrī, que el traductor al hebreo traduce por tif’eret, una palabra que significa esplendor, o “espectacular”, pero en el judaísmo esotérico está también relacionada con la emanación de belleza del aspecto femenino de la divinidad (shechiná).  Porque Krishna es dios y dios es mujer. O, mejor dicho, esto no lo dice literalmente, pero las cualidades que enumera en este verso como propias son las cualidades de la diosa, de la presencia femenina universal: Śrī. Dios puede ser mujer, o puede ser hombre, dependiendo de cómo lo queramos mirar. O puede ser los dos. O no existe, pero el hombre y la mujer sí. O tampoco. La cuestión es, ¿queremos separar o queremos unir? ¿Cómo se equilibra el discernimiento con la comprensión? ¿Qué diferencia hay entre el hombre y la mujer? Probemos con esta temática como hilo conductor: No puede haber reproducción sin esta diferencia, y sin embargo somos uno en la experiencia humana. ¿Cómo cambia nuestra respiración cuando recordamos que dios es hombre y mujer a la vez? Memoria, inteligencia, palabra, fama, firmeza, paciencia y esplendor, cualidades femeninas que sostiene a todos los seres; al guerrero más temido, al árbol más fornido, así como al brote más tierno, y también los cuerpos celestes. Porque son cualidades que hacen circular la vida por el planeta, generación tras generación, más allá de las despedidas y los olvidos. Antes de partir ya somos semilla en un óvulo, sol en el cielo y fuego en el agua.  

Memorias del Sol

Tengo 8 años. Nos estamos manifestando en las calles de la ciudad que amo. Alrededor de la manifestación, en las aceras, hay gente que nos escupe y nos llama traidores. Puedo oler la primavera en los árboles y no comprendo las miradas que nos rodean; me parecen exageradas. Desorbitadas.

De repente llegan policías montados sobre caballos enormes. Todos corremos. Nos golpean con palos y gente cae delante de mí. Al final de la calle abren las puertas furgonetas policiales y hombres uniformados arrastran manifestantes a su interior.

Este es el yoga que le enseñé a Vivashvan, el brillante dios del sol– dijo Krishna en medio de otra batalla, milenios antes que aquella otra que pulsa en mis memorias. –Yo he creado esta acción y sus despliegues, pero no siempre actúo; la acción no me afecta, no me veo manchado por ella ni deseo sus frutos. Quien entiende esto no se ve enredado en las cuerdas de la acción. (Bhagavad Gita 4.13).

La palabra sánscrita que usa el texto de la Bhagavad Gita para decir “enredado” es bandha, o a veces su derivado nibandha, ambas palabras elaboradas a partir de la raíz bandh (बन्ध), que significa todo lo relacionado con atar, frenar, asir, enredar, bloquear o inmovilizar con un nudo. La pabra “chevel” (כבל) , en hebreo, significa cuerda, o atadura, y es la usada para la traducción al hebreo de nibandha. Es interesante observar que la raíz bandh (बन्ध्) es muy cercana fonéticamente a la raíz badh (बध्), que significa sufrimiento, rechazo o aflicción. Es interesante porque en hebreo si se escribe “chevel” con la letra het (חבל) suena prácticamente igual que escrito con la letra chaf (כבל), pero significa también dolor, o daño, en lugar de atadura.

Esto no es filología académica, ¿pero no es inspirador? Porque hay una relación obvia entre la atadura y el dolor. Y creo que no es solamente que aquello que nos ata nos produce dolor, sino que también aquello que duele nos ata. Las memorias dolorosas nos atrapan y volvemos a ellas una y otra vez, en miles de versiones distintas, de manera más o menos consciente. Memorias dolorosas de nuestro pasado personal y memorias dolorosas de nuestro pasado colectivo, como una guerra civil o la guerra del Mahābhārata.

¿Pero por qué recurrir a una etimología creativa para decir esto? Porque el lenguaje es un juego, como cubos de construcción o piezas de lego traslúcidas que refractan la luz y limitan el viento. No hay mucha distancia entre la etimología creativa y este discurso que estoy haciendo. El dolor, las memorias y las ataduras existen por sí mismas, sin necesidad del lenguaje, y lo que nos libera de ellas también, pero el lenguaje nos lo recuerda. El lenguaje recuerda las ataduras, y recuerda también aquello que nos libera de ellas. «Este es el yoga que le enseñé al sol», dice Krishna en la Bhagavad Gita, un poco antes del origen de nuestra era, durante la batalla que terminó la era anterior. ¿Cómo le enseñó Krishna al sol su yoga? (resumido en la invitación a actuar sin esperar nada a cambio) ¿En qué idioma se hizo la transmisión? ¿Se parecía a nuestros idiomas humanos? ¿Sonaba parecido? ¿se veía igual? ¿Tenía forma?

Preguntémosle al sol, que brilla para todes por igual. ¿En qué idioma nos responde?

Por todo el mundo se estudian escrituras sagradas sin cesar. Pero nadie se vuelve sabio.

Para comprender realmente basta entender dos letras y media de amor.

Kabir.

La tierra y “lo creado”

Vapor de una sopa elevándose

hacia nubes grises de primavera.

Mañana no estaremos.

Dicen las historias antiguas -cuentan- que existió otra humanidad antes de esta que conocemos ahora. Una humanidad tan humana como nosotros, pero distinta, que vivió en esta misma tierra, que era un poco distinta: más fértil y más rica en portales interdimensionales.

Cuando se cuentan en sánscrito, estas historias llaman a la tierra bhū (भू). Las leyendas usan la raíz sánscrita bhū, que se podría traducir por “hacerse”, o “ocurrir. Como si las palabras sánscritas asociaran a todo lo que llamamos tierra con lo que se está haciendo, o lo que está ocurriendo.

Todo esto que está ocurriendo es La Tierra. Y todos los mundos, desde el centro de la galaxia hasta los asteroides que flotan en nuestro sistema solar, o los remolinos del vaho de un té servido bajo nubes grises de primavera, forman parte de La Tierra.

Bhūta (भूत), en sánscrito, es un tiempo perfecto de la raíz bhū. Si bhū es “hacerse”, bhūta sería “hecho”.

Bhūta son los seres. Los animales y los seres humanos. También espectros y fantasmas.

Algo realizado, moldeado, hecho, ya ocurrido, somos cada uno de nosotras.

Hechos con el corazón y con la mente.

Con el corazón del universo

y la mente original.

Ocurridos, en el pasado. Esta tierra de la que formamos parte es algo que nos encontramos. Inercias y condiciones heredadas que transformamos juntos.

Una traducción hebrea de la palabra sánscrita bhūta es “nivraim” (נבראים). El perfecto de bará (ברא): “creado”. Lo “creado”, como “lo ocurrido”, lo que ya está hecho, es “nivrá”.

«En el origen Dios creó (bará) el cielo y la tierra, y su viento (ruah) sobrevolaba las aguas». Es casi imposible expresar la palabra nivrá en hebreo sin pensar en la primera frase de la Biblia. Los creados (nivraim) somos los habitantes del mundo que creó (bará) en el origen eso que es el origen de todo, la fuente de la que todo sale y a la que todo vuelve – lo que crea, destruye y preserva: Krishna, en la Bhagavad Gita: «Yo soy el viento (ruah) en todos los creados (nivraim)» dice Krishna en la traducción hebrea del verso 10.22. «Yo soy la consciencia (cita) en todos los seres (bhūta)» en el original sánscrito.

La consciencia ilumina las palabras que las criaturas humanas usamos. Las palabras aprendidas de nuestros mayores. Las palabras que nuestros mayores aprendieron de sus mayores, y sus mayores de los suyos, en una cadena que se pierde en el origen de la memoria.

¿Quiénes fuimos antes de las palabras?

¿Quiénes somos más allá de las palabras?

Palabras que habitamos.

Palabras que nos acogen.

Consciencia que ilumina sonidos heredados, costumbres

y conversaciones copiadas a nuestros mayores.

Esoidad

Tú y yo nunca hemos dejado de estar aquí, igual que toda esta gente, ni nunca dejaremos de estar.

Empiezo el escrito con esta frase, que expresa el consuelo más real y profundo que he podido encontrar en forma de palabras. Sale del párrafo que reproduce lo que expresó Krishna a su amigo Arjuna (Bhagavad Gita 2.11-12):

«Estás sufriendo por lo que no es necesario sufrir, porque tú y yo, igual que toda esta gente, nunca hemos dejado de estar aquí, ni nunca dejaremos de estar»

Una frase que apunta directamente al sentido de todo, y que, de hecho, sintetiza el mensaje de la Bhagavad Gita, porque el resto del canto básicamente recoge las preguntas que Arjuna hace para aclarar el sentido de esta frase. Preguntas que Krishna responde con paciencia y generosidad, para el consuelo de la humanidad que vendrá.

Arjuna está apenado, sufriendo o en luto -en las traducciones inglesas de este verso se usa a menudo el verbo mourn: una pena con connotaciones de luto. Porque lo que Arjuna está viendo es la muerte inminente de sus seres queridos.

En sánscrito, los verbos que usa Krishna están derivados de la raíz śuc (शुच्) (de ahí aśocyan: ser lamentado, avaśocas: has lamentado y anuśocyati: ellos lamentan), pero curiosamente śuc se usa para indicar el brillo de algo. Vivaścuc es una llama, la llama de una hoguera, y a la vez sufrimiento. Agni śuci es el brillo del sol y suśucat puede significar incendiar o también causar sufrimiento. Una traducción forzada, pero valida, sería «Te estás consumiendo».

Arjuna, «estás en llamas, por lo que no te deberías quemar». Así es el sufrimiento de Arjuna, su pena, ante la visión de la muerte de sus queridos.

Pero tú y yo siempre hemos estado aquí. Siempre estamos.

Nada de esto desaparece, solo nuestras ideas de lo que deberíamos ser.

El sol, las estrellas, el viento y la canción del ocaso; la brisa nocturna y las caricias en la piel;

el aroma de nuestra respiración.

Se difuminan como nuestras aspiraciones al morir.

Nada de esto ha pasado, por que nunca dejará de pasar. La vida es como una luz que quema, y esta luz nunca deja de brillar.

¿De dónde viene este fuego original que no deja de brillar? ¿Y cuál es su representación en la tierra?

«Nunca yo (aham) no he existido» (asami – Imperfecto de la raíz as: ser) dice Krishna. «Ni tú ni todos estos nacidos no se dejarán de manifestar» (bhavisyámas – futuro de la raíz verbal bhu: manifestarse)

El sánscrito para decir “existo” es asmi, palabra relacionada con el sum latín, o el eimi del griego antiguo. En la traducción hebrea de la Bhagavad Gita se usa el verbo hayinu (היינוּ), «hemos sido», de la raíz hayá (היה): fue, o ser.

Me viene ante la mirada interna la imagen del encuentro de Moisés con la zarza ardiente en el desierto -un eco del encuentro de Arjuna con su sufrimiento ardiente (śuc)- donde Moisés preguntó al fuego parlante por su nombre, y las llamas respondieron «seré quien seré» o «soy quien soy», dependiendo de cómo se interprete la gramática bíblica: «eheié asher ehié (אהיה אשר אהיה); una frase basada en la misma raíz hayá.

En la primera traducción griega de la biblia se tradujo esta frase por ego eimi ho on (έγώ είμί ὀ ὤν) «yo soy el ser», usando el verbo griego eimi, emparentado con el mismo verbo sánscrito asmi que usa Krishna.

Yo soy el ser. Seré lo que seré. Nunca hemos dejado de existir.

Nunca dejamos de ser.

Soy, ser, existir, son los umbrales entre el lenguaje y la realidad.

Las palabras como los pensamientos. Vegetación inevitable de este bosque de la realidad. Un paisaje en transformación, que puede desgarrar nuestro corazón con la dicha o con el dolor.

La relación entre la vegetación, las transformaciones del entorno natural, las llamas de una hoguera y el cielo de nacimientos y muertes de nuestra comunidad es el movimiento. La transformación. El ser.

¿Pero qué consuelo otorga recordar que todo se mueve y está en transformación? ¿Qué todo esto es? ¿Qué todos nosotros moriremos, pero el movimiento no dejará de existir?

Yo no lo sabría explicar, pero es curioso observar cómo el verbo ser acaba asociado con Dios tanto en la biblia como en la Bhagavad Gita. Porque Dios está en el umbral entre el ser y el no ser. Dios es el origen del ser. Dios es, pero no existe. Porque no podemos volver a creer en Dios como nuestros antepasados lo hicieron. El lenguaje está roto. La ciencia ha expuesto las entrañas de la religión. Y sin embargo siento alivio cuando me dicen que todo esto nunca ha dejado de existir. ¿Qué es este llamado a ir más allá de mí?

Seguimos aquí, frente a la zarza ardiente, en el sufrimiento de la batalla entre la vida y la muerte, porque nunca hemos dejado de existir, ni nunca lo haremos. La pregunta es ¿qué somos? ¿Células, sangre, ideas, calor, aliento o sonido?

Saber

En aquél campo de batalla, donde se desplegó [una vez más] nuestro destino, el emperador Duryodhana dijo a su maestro de armas:

Mira el bando enemigo, ordenado perfectamente por tu inteligente discípulo.

Así lo cuenta la Bhagavad Gita, este capítulo tan conocido del Mahābhārata, que transmite un diálogo metafísico y existencial que tuvo lugar en un campo de batalla.

Y la palabra sobre la que vale la pena detenerse esta vez es dhīmatā, que se traduce como inteligente (Fernando Tola) o experto (Gita tal como es), porque dice mucho más de lo que parece:

Observa, dice una voz desde las profundidades. Aunque estés cansado; aunque tengas miedo; aún en el vértigo, y en el éxtasis. Siempre la misma voz, que no se escucha con los oídos ni con la mente. Que sale de los abismos del corazón, y repite siempre lo mismo: -Observa. Date cuenta. Despierta. Algo está pasando.

Porque dhímatá en sánscrito es un compuesto de la raíz dhí, con el sufijo –mat de posesión: dhimat es el que posee dhí (dhímatá es la declinación instrumental del compuesto, de ahí que se traduzca también como “con inteligencia”, o “con sabiduría”).

Poseer dhí es poseer algo tan valioso que el sanscritista Jan Gonda le dedicó una obra completa a esta raíz (The visión of the vedic poets). Porqué dhí designa una creatividad que tenemos dentro, y se usa en tantos contextos diferentes que se ha llegado a traducir como visión interior de Dios, luz, posesión o identificación. De hecho la palabra para meditación (dhyana) deriva de la raíz dhí. El capítulo 6 de la Bhagava Gita se llama tradicionalmente «dhyána yoga» («yoga de la meditación») y en él se describe la técnica de la meditación sentada, pero es llamativo que la palabra dhyana no se usa en todo el capítulo. Probablemente porque no se puede describir dhí con palabras. Solo se pueden describir los elementos necesarios para llegar a ello. Es decir, la postura corporal y la actitud hacia los pensamientos, pero no la experiencia en sí.

Se puede describir la postura corporal y el tipo de concentración necesaria para alcanzar dhí -para que se produzca dhí– , pero dhí no se puede describir, porque precisamente dhí es la misma luz, o la creatividad, que describe el mundo (Ver también The Artful Universe: An Introduction to the Vedic Religious Imagination, de William K.Mahony). Querer describir dhí sería como si un espejo quisiera reflejar otro espejo.

En la traducción hebrea de la Bhagavad Gita que estoy usando (1956) el traductor Emanuel Olsenberg traduce dhīmatā (धीमता) por rico en da’at (אשיר דעת). Interesantísima traducción, porque la palabra da’at es uno de los sinónimos que tiene el hebreo para decir sabiduría, o inteligencia, junto a hochmá o binah, que son sinónimos de esto que es tan difícil de definir satisfactoriamente, pero que es en lo que se basa nuestra capacidad de comprender el mundo.

La elección es interesante desde un punto de vista narrativo, porque da’at es también el nombre del árbol del paraíso bíblico. Junto al árbol de la vida, estaba el árbol de da’at, que se tradujo al griego en el tercer siglo antes de la era común por to xylon tou eidenai gnoston (ξύλον τοῦ εἰδέναι γνωστὸ) la “madera de la visión de la comprensión”, porque eidenai está etimológicamente relacionada con la raíz sánscrita vid, visión, y gnoston sería «conocer», otra manera de traducir da’at. La versión griega traduce de dos maneras distintas la misma (da’at) para cubrir una ambigüedad gramatical que contiene el hebreo original de la biblia, que siete siglos después se solventaría en la traducción al latín de la Biblia Vulgata por lignum scientiae, “el tronco del conocimiento”, conocido también como el árbol del conocimiento…

Da’at es una tipo de conocimiento del ser, o de lo que hay; como una fruta sagrada que otorga una visión discernidora que impele la humanidad a buscar su camino de vuelta al origen. Dhí es eso que da color, luz y creatividad a todo, pero no se puede describir en sí. Como la consciencia. Porque la consciencia de la vista es la luz y los colores; la consciencia del oído son los sonidos; la del olfato los olores, la del gusto los sabores, la del tacto las sensaciones y la consciencia de la mente son los recuerdos y las ideas. Las palabras, como dhimati, dhí, da’at o ciencia, aúnan la consciencia del oído con la de la mente. Las palabras son sonido y memoria. Sonido y pensamiento. Y el pensamiento es como un reflejo interno de nuestras percepciones; un reflejo que baila como una llama en nuestro interior.

Habiendo hecho del mortal su hogar los dioses accedieron al ser humano, cada uno según el lugar que le tocaba.

Los dioses entran en este mundo desde la naturaleza escondida del humano[1].

Reflejo es también una palabra; una palabra que evoca el recuerdo de algo que hemos visto en otra parte: en un charco o un lago, en un espejo o sobre una superficie pulida y brillante.

Un reflejo es algo que hemos aprendido a reconocer, igual que hemos aprendido a distinguir la llama de la luz.

Cualquier palabra que usemos para describir el pensamiento corresponderá a algo ya aprendido con el mismo pensamiento.

Las palabras fusionan la tradición con la eternidad. Hemos aprendido a usar las palabras de nuestros mayores, y ellos aprendieron de sus mayores, quienes aprendieron de los suyos, y así sucesivamente hasta perderse en el horizonte del recuerdo mítico, de una humanidad homínida reunida alrededor del fuego. El fuego externo, de una hoguera prehistórica, que resuena con el fuego interior del presente: de esta danza de impresiones que vibra en la eternidad.

Las palabras son el recuerdo del presente, y una reunión de todos nuestros ancestros.

Así transitan los fenómenos mezclados de consciencia. Como luces que surcan las ventanas de un tren nocturno y caballos pastando entre rocas y pinos. Frío en invierno y calor en verano. En un campo de batalla o en la cima de la montaña, hospital o patio de juegos, la consciencia aviva todo lo que existe sin discriminación. La vida es el fuego de la consciencia, y sus llamas son las impresiones, los pensamientos, que se elevan al cielo, desaparecen y vuelven a nacer.


[1] Ver Atharvaveda 11.8.18 y Rig Veda 3.38.3, Citado por Mahony, en The Artful Universe, pg.153

El llamado a la reunión

Continúo con la comparación etimológica y poética de la traducción hebrea de la Bhagavad Gita con el texto sánscrito original. La Bhagavad Gita es un canto metafísico sobre el rol del ser humano en el mundo, pero forma parte de una obra más extensa, que es el Mahābhārata. El Mahābhārata es el relato de una gran guerra, y la Bhagavad Gita testimonia lo que se dice que le dijo el guerrero Krishna a Arjuna, su compañero de armas. Arjuna se preguntó por el sentido de la guerra, en nombre de la humanidad, y Krishna contestó sobre el sentido de la vida, en nombre de la eternidad. Ese dialogo, entre el ahora y el siempre, o entre el cuerpo y el universo, sigue reverberando en nosotros en este mismo momento, y cada vez que nos preocupamos y con cada cosa que nos maravilla.

Pero el primer verso de la Bhagavad Gita no salió de la boca de Krishna ni de Arjuna, sino del rey Dhritarashtra, cuyos hijos son los que se disponían a enfrentarse en el campo de batalla. El consejero del rey Dhritarshtra había recibido el don de saber de manera simultánea todo lo que pasaba y se decía en el campo de batalla -Había recibido el don de la mano del narrador del Mahābhārata, de Vedavyasa- y en un momento trágico de la batalla Dhritarashtra se arrepiente de no haber hecho suficiente por evitar la tragedia, y pregunta a su consejero qué fue lo que le dijo Krishna a Arjuna en el campo de batalla, antes de empezar a luchar:

[Estando] -recuerda Dhritarashtra- “Reunidos en el campo del deber, en Kurukshetra, ansiosos por combatir” (Según la traducción de Fernando Tola[1]). Y en una entrada anterior ya me detuve en la primera parte del verso: “Reunidos en el campo del deber” por lo que aquí propongo observar la composición lingüística de “ansiosos por luchar”, porque en la comparación entre el sánscrito y el hebreo se escucha el sonido lejano de un llamado distante, pero cercano, que no se percibe solamente con los oídos.

Es importante explicar que el primer verso de la Bhagavad Gita, leído literalmente, está dividido en dos partes: una primera, de ocho sílabas, dice: “en el campo del dharma, en el campo de los Kuru” y una segunda línea, también de ocho sílabas, se puede traducir como: “ansiosos por luchar”. Porque la palabra sánscrita samavetās combina el prefijo sam– usado para significados como junto, juntar o unir, con el participio de la raíz verbal –i, que se usa con significados como llevar a, empujar, impulsar, animar, promover, ofrecer o también defender. La raíz verbal –i (o su derivado –ava) infunde énfasis, vida y movimiento a la palabra con la que forma un compuesto. En este caso la palabra es sama: Una reunión. Una reunión con énfasis. Samaveta: participio pasivo en pasado de sam + ava: Reunidos (pero con ganas, con énfasis), de aquí la acertada traducción hebrea por nikhalim, el pasivo de la raíz kahal, que se usa para designar congregaciones y reuniones de personas.

De he hecho, la palabra kahal se usa tradicionalmente para designar a los miembros de la comunidad judía, y en cuando a lo que atañe a la traducción de la Bhagavad Gita al hebreo, probablemente no sea lo más relevante ahora definir los diferentes tipos de organización que ha tenido la comunidad judía a lo largo de la historia, pero sí es interesante abrir los oídos a los campos semánticos que invoca esta palabra: como reunión, por ejemplo, comunidad e incluso llamado, porque uno de los sinónimos de kahal, en el lenguaje bíblico, es mikrá: llamado. Los traductores de la biblia de los setenta (septuaginta) al griego, eligieron traducir la palabra kahal y sus derivados por la palabra ekklesía (έκκλησια) derivada etimológicamente del verbo kleo, llamar, pero usada para designar a la asamblea democrática ateniense en la época en que se tradujo la biblia al griego. Asamblea, como en kahal, en el sentido de una comunidad congregada; convocada. Porque una pregunta interesante es ¿qué es lo que “llama”, o convoca, una comunidad? ¿No será que, de alguna manera, lo que convierte un grupo de personas en comunidad es aquello que los ha convocado a todos? El lenguaje, en general, distingue entre el caos y la construcción, o entre la forma y lo indefinido. Distingue entre el sonido y el lenguaje, entre el rugido y el discurso, o entre la multitud y el grupo reunido, entre ekklesía y un montón disgregado.

La Bhagavad Gita habla de una batalla; los guerreros reunidos en ese campo sagrado (campo del dharma) fueron convocados por un mismo llamado. Vemos dos bandos, pero que han venido a hacer lo mismo; han venido a luchar. Y en el caso de la Bhagavad Gita quien emitió el llamado fue la misma tierra:

 En el primer libro del Mahābhārata – la obra de la cual la Bhagavad Gita es un capítulo- se explica que la diosa tierra se sentía oprimida por el peso de los guerreros y la dureza de sus acciones, por eso pidió ayuda a Vishnu, o “lo que permea todo”. Vishnu nació, entonces, como Krishna, para guiar a todos los guerreros del mundo a ese campo de batalla sagrado. Por esto son samaveta, en sánscrito: reunidos con entusiasmo… ¿o bajo un mismo llamado?

Y para no dejar dudas sobre la intensidad que caracteriza la reunión que describe el primer verso de la Bhagava Gita, la siguiente palabra es un verbo que está en forma desiderativa (que muestra entusiasmo), que en sánscrito se forma repitiendo la raíz verbal:

Yuyutsavas es una repeticiónde la raíz yud: luchar, enfrentar, superar, guerrear. Yuyutsavas sería como decir “reunidos para luchar luchar”, en el sentido de reunidos (o llamados a encontrarse) con “muchas ganas de luchar”. Para lo que la versión hebrea usa la palabra sasón: que se usa como exaltación, alegría en festividades, o entusiasmo. “Convocados para la batalla con entusiasmo”, pondría en hebreo, siendo interesante mencionar que la palabra hebrea para batalla (krav – קרב) es básicamente la misma que cercanía (krv – קרב), siendo plausible que la palabra para cercanía sea el origen de la palabra batalla en hebreo.

Las palabras clave aquí son unión, comunión y lo que emana de ellas. ¿Si toda la raza humana comparte un mismo espacio (loka) o mundo, qué es lo que nos mantiene separados o unidos? ¿Acaso no estamos todos reunidos en un mismo mundo? ¿No hemos sido todos convocados a esta misma vida juntos? ¿Qué es lo que nos separa y qué es lo que nos une?

Los soldados convocados al mismo campo están separados por dos bandos, pero unidos por una misma batalla. La batalla a la que acuden con ganas, o con entusiasmo.

La vida ruge, y susurra. El lenguaje es un templo de arena en el agua, sostenido por convenciones temporales. A estas profundidades extensas, inasibles como el cielo, hemos sido convocados, enfáticamente; llamados a vivir juntos en esta misma dimensión, en este mismo momento. Aquí y ahora. En este espacio y en este lugar, invocado por las miradas de los presentes y por lo que pueda pasar. Como si fuera el potencial creativo lo que hiciera al lugar. Como si el lugar fuera el mismo encuentro.

Los que hemos sido convocados a este mundo nos reunimos en sus páginas – en sus sonidos – en sus pensamientos, colores, sombras, sensaciones, sabores y aromas.

¿Para qué? Eso le preguntó Arjuna a Krishna en el campo del dharma; eso le preguntó Nára a Naráyana en el centro del universo; eso le preguntó la duda al corazón. Veamos qué nos dice la Bhagavad Gita, escuchemos qué nos dice nuestro aliento al respecto.

Recitación del primer verso de la Bhagavad Gita:


[1] Tola, Fernando Trad. Bhagavad Gita, el canto del señor Monte Ávila, Buenos Aires.

Entre Yavé y Brahma

Continúo con la propuesta del octavo año de Respirar el Mahābhārata, que consiste en comparar el original sánscrito de la Bhagavad Gita con su traducción hebrea. Lo que pueda aportar una reflexión de este tipo se irá viendo a lo largo de este año 2023. El sánscrito y el hebreo son idiomas considerados sagrados, porque la creación del mundo tuvo -tiene- lugar mediante sus sonidos. Traducir la Bhagavad Gita al hebreo es re crear su mensaje con sonidos distintos, pero con una carga religiosa parecida. La comparación entre los dos idiomas sirve de indagación en el significado de lo sagrado, y narrar este proceso es un acto creativo -artístico- que entronca con la motivación de este voto de 12 años.

El sánscrito y el hebreo también comparten la condición especial de ser idiomas “revivivdos”. Más de una vez he oído la pregunta de si el sánscrito todavía se usa o si es un idioma “muerto”, lo cual me remite al hebreo como otro lenguaje que fue rescatado de la muerte para la construcción de un estado. Es interesante el uso de la palabra “muerto”, porque ni el hebreo ni el sánscrito nunca se han dejado de usar en un contexto religioso, ni se ha dejado de escribir poesía mística, o espiritual, en ambos idiomas. Cuando en la edad moderna se habla de revivir el sánscrito, ampliando su uso a la conversación diaria en poblaciones indias como Mattur o Hosahalli, o de revivir el hebreo para que sea usado en ámbitos seculares en el estado e Israel, ¿de qué tipo de muerte han de ser revividos ambos idiomas? ¿Acaso el ámbito de la liturgia, el debate religioso y la poesía mística es el de la muerte, y el ámbito secular corresponde a la vida? Dejo esta pregunta abierta y si quieres comentar algo al respeto puedes hacerlo en los comentarios. No siento que sea el momento para mí para opinar sobre esta cuestión, porque en esta entrada quiero apuntar más bien a la importancia de la palabra vida. Para entender a qué nos referimos hoy cuando decimos lenguaje vivo, o muerto, habría que definir qué es la vida para nosotros.

Por ejemplo, en esta entrada, considero que vale la pena comentar un fragmento de la introducción al traducción que estoy usando, de Immanuel Olsvanger (quien estudió sánscrito en Konigsberg, Bern y Basel, antes de emigrar a Palestina en 1933). Una introducción escrita en India, por N.I. Nikam, de la universidad de Mysore, de quien lamentablemente no he podido encontrar más información, y publicada en hebreo en la edición original de la traducción. Un texto breve en el profesor presenta la Bhagavad Gita definiéndola como un texto universal, que representa el interés instintivo por la religión que tiene el ser humano, más allá de credos y sectas.

El autor presenta dos puntos centrales para la Bhagavad Gita, que según él son también los pilares centrales de toda vía de pensamiento hindú: Brahmavidya (ब्रह्मविद्या), que queda traducida al hebreo como “hăvāyāh”   (הֲוָיָה) y Yogashastra (योगशास्त्र) que se traduce aquí por “mishmá’át ruchānit” (מִשְמְַעַת רוּחָנִית).

Brahmavidya es un compuesto de las palabras Brahma y Vidya: La palabra Vidya está derivada de la raíz verbal Vid, que se puede traducir por: conocer o comprender.

Vidya se puede traducir como ciencia, aprendizaje o filosofía. Tradicionalmente se ha dicho que existen cuatro tipos de Vidya:

Trayīvidyā: conocimiento de los tres veda (textos religiosos) principales, o conocimiento del ritual.

Ānvīkshikiīvidyā: lógica y metafísica.

Daņdanītividyā: conocimiento de cómo gobernar correctamente.

Vārttāvidyā: Conocimiento práctico, como agricultura, comercio o medicina.

Más adelante se añade Ātmavidyā: conocimiento interior. Y el autor de la introducción abarca todas estas ramas con el compuesto Brahmavidya, o “conocimiento de Brahma”. ¿Pero qué es Brahma?

La palabra Brahma deriva de la raíz Bŗih, que se puede traducir por: crecer, aumentar, expandir, promover e, incluso, “espesar”. De esta raíz deriva el nombre del dios Brahmā, quien da forma y modifica la creación. La fuerza creativa de la realidad, que de una manera más metafísica podría llamarse Brahmán: “aquello que posee expansión”; la realidad profunda de las cosas, un movimiento expansivo hacia dentro y hacia fuera, en todas las dimensiones. Conocer esto (Brahmavidya) es uno de los pilares del hinduismo, según N.I. Nikam, e Immanuel Olsvanger lo traduce al hebreo como Havayá (הֲוָיָה), derivado de Hové: presente, ahora.

El místico judío de la Zaragoza del siglo XI, Iben Pakuda, en su obra Hovót Halevavot, traducida al castellano como Guía de los deberes, habla de de la Havayá como “aquello a lo que uno sale después de formarse en el útero materno”. Mientras en algunos contextos Havayá podría traducirse como “la vivencia” del mundo, o “la manera de ser” de algo. Y en un sentido religioso, “el nombre de toda esta vivencia del mundo (shem havayá) es el nombre que incluye todos los nombres: el nombre completo de la divinidad.

Yavé, el nombre de la divinidad, está compuesto de la misma raíz que Havayá, de ahí la relación con Brahma, que es una palabra que alude tanto al creador personificado como a la realidad, en todos sus aspectos conocibles.

Lo que cada un@ pueda entender de esta comparación lingüística queda influenciado por nuestra constelación de asociaciones personal, dependiendo de qué asociamos a la palabra mundo, experiencia o creación. Lo que propongo como ejercicio es parar un momento la lectura y visionar, como si miráramos las nubes pasar sobre la montaña, las imágenes e ideas que se dibujan en nuestro paisaje interior.

Más que hacer el esfuerzo de definir la experiencia a la que apuntan estas palabras, propongo el ejercicio de vivenciar la experiencia lingüística en sí. Un ejercicio que se irá puliendo a lo largo de este octavo año de Respirar el Mahābhārata.

El otro pilar, o punto central, de la visión hindú, según el autor mencionado, es Yogashastra; y esta palabra es igual de fascinante que la anterior, porque es prácticamente imposible de traducir de manera literal. La prueba es que las traducciones más contemporáneas de la Bhagava Gita ya tienden a dejarla en el sánscrito original, confiando en que el uso repetido de la palabra vaya habituando a los lectores interesados a sus diversos significados posibles. Yoga, derivada de la raíz yuj, se puede traducir como: atar, yugo, pero también disciplina, o arte, dependiendo del contexto.

En el Mahābhārata, por ejemplo, la palabra Yoga aparece en muchas ocasiones y en contextos aparentemente distintos: Los guerreros hablan del yoga del tiro al arco, que han aprendido de sus maestros, y la reina Gandhari tiene la capacidad de volver a su hijo invencible con el acto de poner en él su mirada, gracias al yoga de haber mantenido los ojos cerrados durante décadas. Hay místicos que saben todo lo que ha pasado, siempre, en el mundo gracias a su yoga y existen armas mágicas con capacidad de destrucción masiva que se consiguen gracias a un yoga determinado.

En la Bhagavad Gita se habla de varios yoga, que supongo iremos viendo a lo largo de este año, y para nosotros, los lectores contemporáneos, yoga son secuencias de posturas físicas practicadas regularmente, asociadas a un estilo de vida austero y meditativo. ¿Qué es lo que une todos estos significaos, con el sentido de la raíz sánscrita yuj: atar?

Shastra, la segunda palabra del compuesto, es igual de ambigua. La traducción más coherente en el contexto de esta introducción es la de Enseñanzas. Probablemente el autor se refería a esto, a las enseñanzas de yoga (aunque, de nuevo, ¿en qué pensaba al decir yoga?). Y aún así, es interesante tener en cuenta que la raíz shas se puede traducir por cortar, y shastra puede ser cualquier instrucción oral tanto como manual escrito o compendio de normas.

El segundo pilar, entonces, junto a Brahmavidya, es Yogashastra: “comprender las enseñanzas del yoga”, lo cual Immanuel Olsvanger traduce por Mishma’at Ruhanit. Mishma’at se puede traducir por disciplina, pero vale la pena mencionar que deriva de la raíz sham’a, que tiene que ver con la escucha. En este caso disciplina tiene que ver con “oír”, en el sentido de “hacer caso”, obedeciendo al tópico hebreo de que oír de verdad significa hacer. Según Maimonides, en sus escritos editados a la comunidad de Yemen (Epístola a Yemen): Oír, callar y hacer trae el bien verdadero.

Pero, ¿oír qué? Pues la palabra ruhaní deriva de ruah, que se puede traducir por viento. ¿Oír, hacer caso al viento? ¿A los vientos de Brahma, la expansión universal? Todas las palabras hebreas que se refieren al interior sutil e inasible del cuerpo tienen que ver con el aliento y la respiración. Nefesh, neshamah, ruah, son sinónimos de alma, o se refieren a aspectos distintos del alma, si se quiere, pero se pueden traducir también por soplo, respiro y viento. En el segundo verso del libro bíblico de Génesis lo que vuela encima de las aguas sin forma es la ruah divina. En la traducción al griego conocida como “la de los setenta”, en el siglo III a.e.c la palabra ruah de este verso se tradujo por primera vez por pneuma, y de ahí al latín en la Biblia Vulgata como spiritus dei. Por esto la traducción más común de ruah es “espiritual”. Mishma’at Ruhanit: Disciplina espiritual, o escuchar la voz del viento divino: Yogashastra, conocer las enseñanzas espirituales.

Considero la traducción bien escogida, porque la tradición insiste en que el yoga no es especulación sino acción. La misma Bhagavad Gita insiste en ello. En el sentido de “escuchar es hacer”, la traducción de yoga por mishma’at, disciplina espiritual, es inspiradora, y abre campos semánticos interesantes. Si volvemos a la pregunta de ¿Qué es vida?, con la que ha empezado este escrito, puede ser muy indicativo el tener en cuenta los pilares de comprender la expansión del mundo y escuchar los vientos espirituales, para serles fiel.

Escuchar cómo respiran los fenómenos. Escuchar con la piel. Escuchar el espíritu de la escucha. Caminar, respirar, es escuchar. Escuchar es estar. Estar es hacer.

Entre la comprensión del mundo y una vía espiritual; entre el hebreo y el sánscrito; se abre el misterio de la vida. Esta vida que pasa rápida como el vuelo de una flecha. Entre las palabras y el silencio. ¿Qué aportan a nuestro mundo las palabras? ¿Y qué le quitan?

Entre el sánscrito y el hebreo

Sobre las llanuras salvajes se delinean las poblaciones humanas, como diagramas de paredes y costumbres que recuerdan vagamente algo que vimos antes de nacer. Por esto a veces tiene sentido, todavía, lo nuestro y lo que construyeron nuestros antepasados; lo que nos han contado y enseñado. Pero a veces no. Como un parpadeo.

Sobre los terrenos fértiles crecen y desaparecen bosques, o ciudades que se convierten en desiertos y desiertos que florecen y se convierten en ciudades…

El Mahābhārata es el relato de una guerra cósmica que atraviesa varios planos existenciales. Visto desde el plano material, la guerra ocurrió en un pasado lejano, pero en otros planos el conflicto continúa. El Mahābhārata habla del conflicto y de la paz que permea todo conflicto. Para escuchar su mensaje es necesario abrirse a la posibilidad de que nuestra vida transcurre simultáneamente en varios niveles de existencia y uno de ellos transciende toda descripción, todo conflicto y, además, nos habla subjetiva y personalmente a cada un@ nosotr@s.

En el centro del Mahābhārata, cuando se dispone a empezar en el plano material y temporal la gran batalla mencionada, el guerrero Arjuna entra en crisis y cuestiona a su compañero Krishna el sentido de todo. En ese momento Krishna se revela como la voz de ese plano eterno y personal del cual emanan todos los demás. Por esto el texto que recoge su respuesta es llamado Bhagavad Gita: La raíz sánscrita bhag tiene significados relacionados con la repartición de abundancia, o el brotar, como una fuente, de contenido. –Van es un sufijo de posesión, de ahí la palabra Bhagavan, “el que posee abundancia para repartir”. Bhagavan es uno de los nombres de la divinidad, en sánscrito, ¿porque qué reparte toda la abundancia de los mundos sino la divinidad?

Bhagavan, también, se ha usado tradicionalmente en sánscrito para referirse a reyes y lideres regionales, en tanto a que el monarca, o el patrón, es quien reparte entre los súbitos la abundancia de las tierras que le pertenecen. De ahí que Bhagavad Gita, “el canto de bhagavan”, se traduce a menudo como “el canto del señor”, siendo Dios el señor de todos los mundos, aunque podría perfectamente traducirse como “el canto de la fuente de todo lo que existe”, porque quien habla en este texto es la fuente cósmica, universal, de la cual emanan todas las dimensiones que habitamos.

Lo que quiero decir con esto, aparte de introducir la Bhagavad Gita, es que las traducciones de este texto tan esencial abren nuevas perspectivas, alejan y acercan al original, como una exploración guiada, tanto de las posibilidades del lenguaje como de los pliegues del mundo que el lenguaje muestra y esconde.

Para este octavo año de Respirar el Mahābhārata propongo una exploración artística de la traducción hebrea de la Bhagavad Gita, narrando en este idioma que estoy usando para el blog las cercanías o distancias entre el sánscrito y el hebreo. Lo que puede aportar un trabajo así se irá viendo a lo largo de este año 2023. El sánscrito y el hebreo son dos idiomas que se consideran sagrados porque la creación del mundo tuvo -tiene- lugar mediante sus sonidos. Traducir la Bhagavad Gita al hebreo es volver a crear su mensaje con otros sonidos, y narrar este proceso es un acto artístico, creativo, que entronca con la motivación de este voto de 12 años.

Para este ejercicio me propongo usar la traducción de Immanuel Olsvanger, de 1956, junto con la de Itamar Teodor, mucho más moderna pero que todavía no ha llegado a mis manos. Estas son los únicas traducciones directas del original sánscrito al hebreo, a mi saber. Las otras traducciones de la Bhagavad Gita publicadas en hebreo se han traducido a partir de traducciones inglesas del texto.

Para evitar análisis lingüísticos demasiado técnicos, que pueden dar más protagonismo a las palabras que a la inspiración, propongo ir presentando cada 15 días textos basados en los campos semánticos de las palabras sánscritas y sus correspondencias hebreas. Si leyendo esto tienes alguna duda más técnica puedes escribirme a respirarelmahabharata@gmail.com, o añadir un comentario.   

Dharmakṣetre kurukṣetre (धमृक्षेत्रेकुरुक्षेत्रे)

Dharma (धमृ) – firme / sostener / decreto / práctica / uso / costumbre / justo / correcto / ley / doctrina / disciplina.

Kōdésh (קֹדֶשׁ) – Cercano a dios / aquello que transciende lo secular / el país del “kodesh” es la tierra santa / la ciudad de “kodesh” es Jerusalén / actos de “kodesh” son las costumbres / el idioma de “kodesh” es el hebreo / el pueblo de “kodesh” es el judío.

Kṣetra (क्षेत्र) – propiedad / terreno delimitado / región / país / una figura geométrica / diagrama / signo zodiacal /

Derivados: útero fértil / cuerpo / marido

En forma verbal: Raíz kshi, clase 2: residir / habitar

Sdēh (שׂדֵה) – Terreno para agricultura / comarca / zona / terreno no habitado (animales del שׂדֵה)

Kuru – linaje de los kuru

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