En el origen Puruṣa preguntó ¿dónde me moveré? ¿Cómo me pondré en movimiento? ¿En qué matriz me estableceré?
¿Pero quién, o qué, es Puruṣa?
Puruṣa no es un objeto, es un ser vivo, y por tanto sería más respetuoso preguntar quién es Puruṣa; igual que cada una de nosotras no es algo, sino alguien. Puruṣa es una palabra sánscrita que se puede traducir como la luz, primordial, que está en todo. Pero no es una luz, como la entendemos, o vemos, porque Puruṣa existía antes de que existieran los sentidos. Estaba sola en el universo. Su pregunta, ¿dónde me moveré, cómo, y en qué matriz me estableceré?, reverberó como ondas de sonido. Y a partir de entonces, todo lo que había era sonido. Así fue creado el sentido del oído.
La fricción, o resonancia, entre las ondas de sonido se fue intensificando hasta el punto de poder mover corrientes de energía por el infinito que acababa de ser creado. Así se formaron el viento y el sentido del tacto.
La fricción que causaban las corrientes de ondas energéticas al cruzarse y enroscarse una con otra produjo calor ascendente hasta hacer aparecer un destello en el universo. La primera llama de fuego, y con ella la luz, y el sentido de la vista.
El calor del fuego separó corrientes más cálidas de otras más frías y densas. Así se separó el aire del agua, y con el nueve elemento líquido apareció el sabor, y el sentido del gusto.
En el fondo de aquellas aguas primordiales se fueron agrupando las partículas más pesadas. Así se formó la tierra, y cuando la tierra surgió a la superficie trajo los aromas, y con ellos el sentido del olfato. Así Puruṣa, quien no se puede comprender con la mente, o percibir con los sentidos, se convirtió en los cinco elementos. Desde entonces los oídos se alimentan de sonido, que convierten en luz, los ojos se alimentan de colores, que convierten en sensaciones táctiles; la piel se alimenta de contacto -con el viento, u otras pieles- y lo convierte en emociones; la nariz se alimenta de aromas que convierte en sabores y la lengua se alimenta de materia, que convierte en sangre.
De la unión de sangre y semen nace un nuevo embrión, en el que se desarrolla una columna vertebral y una consciencia individual: Con el pensamiento “este soy yo” aparece el sentido de la mente: la identificación con la rueda de emociones que se suceden una a otra.
A partir del séptimo mes de embarazo el embrión empieza a meditar en la sílaba Om, el sonido de la vibración cósmica original; la primera pregunta de Puruṣa, que se responde con el mismo existir.
En el noveno mes el feto recuerda miles de vidas pasadas. Recuerda todos los alimentos que ha tomado, la cantidad de madres que ha tenido y los pechos de los que ha mamado.
-Cuando salga tomaré refugio en una práctica espiritual – piensa el feto en el útero -Cuando salga me refugiaré en la vía de la liberación; en Maheshvara, Narayana, Allah, Mahadevi, Jesús, el gran espíritu o el máximo bien común. No importa cómo lo llamemos ahora, pero el feto entiende en qué está pensando, porque está meditando en su sonido original.
Pero cuando pasa por el canal del nacimiento el cuerpo queda atravesado, capa a capa, por māyā, la red de la ilusión del frío y el calor, el dolor y el placer, el perseguir o rechazar… Entonces el recién nacido olvida su propósito. Durante su vida buscará fuera, en el bosque de las posibilidades que le ofrezca el mundo. Buscará dentro, en el laberinto interior de los recuerdos y las interpretaciones. Y a veces, por instantes, encontrará. La respiración de la madre, como un bebé dormido sobre el pecho de su padre. Sus pulmones respirarán el aire del planeta mientras descansa sobre su seno.
-Créeme, te amo – nos dice un voz sin voz. -No me conoces del todo, pero soy el universo. Yo soy la comprensión, la tolerancia, compasión y la verdad. Lo que se ve y lo que no se ve, son mis expresiones. Miedo y valentía, violencia y ecuanimidad, son también mis formas. Igual que la flor no puede quedarse su aroma para sí misma, así emana su manera de ser cada una de las partículas del universo; cada uno de sus fenómenos. Los seres sensibles y los insensibles, los minerales, la luna y las estrellas, tienen su propio sabor; su aroma, su luz.
Así Puruṣa, quien es la semilla original, y a su vez el útero que contiene todos los elementos, se mueve y renace de madre en madre. Pero todo esto solo son palabras. Una manera de decir. Las palabras pasarán y se desvanecerán en el tiempo. La realidad prevalecerá.
Texto basado en el texto esotérico Garbha Upanishad y el capítulo de la Bhagavad Gita, incluido en el gran Mahabharata.
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