En la entrada pasada de este blog empezó una buena historia, que prometí continuar. Escribí sobre una aventura que comenzaba con los cuatro protagonistas del Mahabharata y su esposa, junto a un guía, disponiéndose a entrar en un lugar especial, que les exigía máxima atención. Ahí, el lector atento, habrá podido ver que algo fallaba en mi narración, pues los protagonistas del Mahabharata son cinco, y no cuatro.
Volvamos un poco atrás para explicar esta situación:
El Mahabharata es, ante todo, nuestra historia. El Mahabharata cuenta quiénes somos, como humanidad, y de dónde venimos. El Mahabharata cuenta la historia de la crisis que trajo consigo este velo de olvido que nos afecta, que está estrechamente ligado a la duda. La duda, que deriva en desconfianza, hace que olvidemos nuestro origen porque, aunque nos lo cuenten, lo veamos o lo sintamos, no nos lo creemos. Esa crisis conllevó una guerra. Una guerra universal en la que participaron seres de todos los planetas.
El Mahabharata cuenta la historia del último emperador de la tierra, uno de los pocos en la historia que han sido dignos de llevar este título. El Mahabharata cuenta cómo ese emperador perdió su reino en una larga partida de dados amañada. Y ese emperador destronado se llamó Yudisthira, y siempre iba acompañado de sus cuatro hermanos. Cinco hermanos, en total, como los cinco dedos de la mano, o como cinco sentidos. Cinco hermanos que se casaron, todos, con una misma mujer.
Estos seis siempre iban juntos, y cuando Yudisthira, el mayor, perdió su reino de manera injusta, los cinco hermanos se prepararon, junto a su esposa, para una guerra que sabían que se iba a convertir en un conflicto sin precedentes. Los hermanos sabían que necesitaban de toda la ayuda disponible y por ello el tercero en nacer, el más hábil entre los cinco, de nombre Arjuna, se ofreció para viajar a los mundos de los guardianes luminosos (Deva), que quedan allende los cielos, pero son accesibles por portales escondidos en montes, bosques y ríos. – Arjuna aceptó el riesgo de un viaje de esas características para traer las armas superiores que estos seres poseían. Armas capaces de destruir la tierra si no se usan correctamente.
Este fragmento que quiero narrar corresponde a lo que se cuenta de cuando los cuatro hermanos que se habían quedado en la tierra, y su mujer, fueron informados de que Arjuna, el hermano que falta, se disponía a bajar de los mundos que había ido a visitar. Arjuna iba a regresar descendiendo desde la cima del monte Gandhamādana, cuya cima llega a los palacios brillantes de los guardianes de la inmortalidad y su falda queda cubierta por los fascinantes bosques de Kubera, guardián del portal hacia el cielo, señor de las cuevas y los espíritus. Esas eran (y son) tierras en las que los humanos no eran bienvenidos. Bosques de difícil acceso, que inquietan al guía de los protagonistas:
-Para acceder a estas tierras tenemos que estar muy atentos- dice el Mahabharata que dijo el guía.
¿Y qué significa estar atento? Son estos momentos en los que esta historia parece estar dando pistas de lo más importante. Señales que apuntan a aquello que hemos olvidado como humanidad.
Para atravesar los bosques de los espíritus furiosos (rākṣasa) y los elementales (yakṣa) es necesario ser consciente de los propios pensamientos. Si los Pandava pensaran lo primero que les viniera a la cabeza o siguieran cada pensamiento pasajero se perderían. No debían temer a los seres invisibles y era necesario que controlaran el hambre y la sed, porque si no lo hicieran quedarían a merced de los rākṣasa, los merodeadores nocturnos que pueden poseernos cuando estamos desprevenidos.
Otra cosa, importante, que la situación requería de ellos era ser fiel a sus votos. Si habían decidido hacer algo tenían que ser consecuentes con ello. Si decidían por decidir se perderían en el bosque. Y Precisamente por esta razón se adentra el grupo entero en el lugar y no solo Yudisthira, el destronado emperador mundial, quien en un primer lugar propone adentrarse en las tierras de Kubera con los gemelos, los hermanos menores de la familia, y que su esposa se quedara acampando junto al segundo hermano, Bhīma, el hijo del viento.
-Ella no se quedará fuera del bosque porque también ha tomado la decisión de ir al encuentro de Arjuna. Y yo, he tomado el voto de protegerla allí donde vaya. Si no podemos usar nuestros carros para transitar estas montañas llenas de cuevas iremos a pie. Y si el terreno es demasiado escarpado yo la llevaré a cuestas. Esto es lo que he decidido. – Dijo Bhima.
Entonces Krishná (Kṛṣṇā), “la oscura”, conocida también como Droupadi, rió y dijo: -Viajaré por mi cuenta, no os preocupéis por mí.
-Siendo fieles a nuestros votos podremos cruzar el monte Gandhamadana- dijo el guía -Hagámoslo juntos.
Es con esa actitud que los cuatro Pandava entraron en las tierras de Kubera, al encuentro de su hermano. Vieron tierras ricas en elefantes y plagadas de aves y tribus de cazadores que les saludaban al pasar.
-Oh Bhima, hijo del viento- dijo Yudisthira, el hermano mayor- Oh gemelos, oh Krishnā, hija del rey Drupada y descendiente del reino de Panchala, escuchad: No existe nada en los seres que sea realmente destruido. Al monte de Kubera no puede entrar nadie que no haya sido fiel a su palabra, ni nadie cruel o avaricioso, o que no haya calmado sus impulsos.
Así llegaron al monte Gandhamadana, al monte de aromas que desquician. Y vieron una nube de polvo elevarse, una masa de hojas secas y tierra que subía hacia el cielo como un muro. Y quedaron cubiertos por una tormenta violenta, de viento y lluvias torrenciales.
Su mirada quedó envuelta en oscuridad y había tanto viento, y polvo, que no podían comunicarse lo que pasaba por sus mentes. Ni siquiera podían verse unos a otros. Los golpeaban piedras y escuchaban troncos de árboles desgarrarse y espetar.
– ¿Se está cayendo el cielo? ¿Está quebrando la montaña? – Se preguntaba cada uno por separado. Seguían el camino tanteando con la mano y agarrándose a troncos de árboles, termiteros e incluso las rocas rotas en el suelo.
Abrazando fuerte a Krishnā, Bhima encontró refugio bajo las raíces de un árbol. El emperador destronado, Yudisthira, y el guía que los acompañaba, tuvieron que acurrucarse en el suelo en posición fetal y Sahadeva, uno de los gemelos, se sentó pegado a un montículo de tierra para proteger la llama del fuego sagrado, que él transportaba.
Cuando el viento se calmó cayó lluvia incesante de los cielos. La tierra se deshacía y ríos marrones, llenos de restos, fluía desde todas partes hacia el océano. Cuando la intensidad de la lluvia se calmó la tierra empezó a absorber el agua hacia sus profundidades. Y el sol reapareció.
Entonces, cuando volvieron a ponerse en ruta, Droupadi, Krishnā, la esposa de los cinco, se abrazó a sí misma y sus muslos temblaron y no fueron capaces de sostener su peso. Nakula, uno de los gemelos, fue el primero en verla desmayar y corrió a sostener la caída de su cuerpo.
La tristeza cayó sobre los hermanos como un coro sordo de seres invisibles. Ellos eran nobles y ella una princesa. Su vida debía transcurrir entre cojines bordados. ¿Qué vida le estaban dando a su esposa, que yacía cubierta de tierra en el suelo? ¿Y cómo habían llegado ellos a encontrarse a las puertas de ese apocalipsis inminente?
Los ascetas que viven en los bosques se acercaron al grupo y empezaron a entonar cantos de protección y cura. Bhima, el hijo del viento, estaba de rodillas.
-¿Papá?
Se escuchó en el aire.
-¡¿Papá?!
Era una voz gutural con la potencia del trueno.
-¿Qué haces aquí?
Era la voz de Gatotkacha, el hijo medio rakshasa de Bhima.
En un momento del Mahabharata, que ya ha sido reescrito en este blog, Bhima, el segundo hermano entre los Pandava, los hermanos protagonistas, se enamoró de una rakshasa, uno de los espíritus coléricos de la oscuridad, que se lo llevó durante años a volar y hacer el amor sin forma. De noche, siempre, porque esa es la hora de los espectros. De día, durante el horario propio de los humanos, Bhima vivía con sus hermanos, su madre y su esposa humana. De noche volvía con su amada del otro lado. El hijo que tuvieron se llamó Gatotkacha y fue uno de los seres más poderosos en la tierra, por ser hijo de un espíritu de la furia, una rakshasa, y Bhima, hijo de una reina humana con el dios del viento. Gatotkacha vivía y jugaba en el plano de los rakshasa, en las tierras de Kubera, a los pies del monte Gandhamadana, cuyas cimas conectan con los planetas de los Deva, los guardianes luminosos.
-¿Por qué habéis entrado en estas tierras? – rugió Gatotkacha. Y rió, feliz de encontrarse a su padre por sorpresa.
-Yo os puedo llevar a cuestas- se ofreció Gatotkacha -Os llevaré volando hacia la ermita de Badari, donde conversan Nara y Narayana. Allí estaréis seguros…
… Si quieres saber cómo continuarán las aventuras de los Pandava y qué pasará en la ermita de Badari, no te pierdas la próxima entrada dentro de quince días.
…
Esta entrada viene a responder la pregunta que me ha hecho, a raíz de la entrada pasada, una lectora del blog y seguidora de esta performance, quien ha hecho el voto de seguimiento de 12 años, sobre las condiciones que debían cumplir los Pandava para cruzar los bosques de Kubera.
Esta entrada está basada en un fragmento del Mahabharata recogido en Tirtha Yatra Parva 145, con la influencia de las casillas 15, 42 y 71 del juego de Lilah. El viaje por el simbolismo de las casillas del juego de Lilah, el azar y el destino, de este cuarto año de Respirar el Mahabharata, está pensado para desembocar en un taller basado en el juego de Lilah, que está programado para estrenarse el próximo 12 de Diciembre en la sala del colectivo CRA’P en Mollet del Vallès, Barcelona.