La hora de escuchar

Para leer este relato ¡atención!, deténgase un instante la lectura y diríjase la concentración a la nariz, a las fosas nasales, y obsérvese:

¿Hay aire que entra, o sale, por ellas? ¿Con qué intensidad? ¿Qué temperatura?

¿A qué ritmo se llenan y se vacían los pulmones?

Pregúntese:

¿Estoy dirigiendo la respiración cuando observo su funcionamiento? ¿Estoy forzando la inspiración? ¿Estoy reteniendo el aire al expirar?

Y por unos instantes más, propongo dirigirse al aire con un saludo; con un agradecimiento por sostener nuestra vida:

-Saludos, señor de la vida. Agradezco tu presencia en el mundo. Agradezco tu paso por el tiempo.

Porque el aire corre sobre los campos de la historia. Estuvo aquí cuando nació nuestra raza y cuidó de nuestra madre cuando flotábamos en sus aguas.

Antes de la historia que conocemos, el aire tuvo un hijo con una mujer terrestre: Bhima. El hermano mayor de Bhima fue el hijo del dharma, y fue proclamado emperador universal. El hermano menor del hijo del aire fue Arjuna, el mejor guerrero que la tierra haya visto luchar. Sus hermanastros fueron Nakula y Sahadeva. Gemelos. Hijos de la transición entre la luz y la oscuridad.

Los cinco se casaron con una misma mujer: Draupadi, la oscura; hija del fuego y la furia. La mujer más atractiva que su era hubiera visto, y la más peligrosa. Porque si el fuego quema, su hija también. Y eso fue lo que Draupadi explicó a su pretendiente indeseado:

-¡Atención! Yo quemo.

En las tres entradas anteriores he venido escribiendo sobre ese suceso: los cinco hermanos, más su esposa, fueron robados de su reino y exiliados. Huyendo de sus enemigos pasaron un año escondidos, usando identidades falsas. Durante un año los seis convivieron en una misma corte, fingiendo ser desconocidos y ejerciendo oficios distintos. La reina, disfrazada de concubina, ante el acoso del general del reino, avisó:

-Estoy casada con cinco gandharvas. Cinco seres celestiales incorpóreos pero poderosos como el relámpago. No los podéis ver, pero me están cuidando. Aunque lo parezca, no soy soltera. Nadie debería acercarse a mí.

Entre palabras:

-No deseéis mis llamas: quemo.

Porque el peligro no era tan etéreo como unos gandharvas, sino que sus cinco maridos estaban escondidos en la corte. Cinco guerreros, velados pero alerta. Cinco leones escondidos entre la vegetación.

Las palabras de Draupadi fueron misteriosas, pero su mensaje claro. Su pedido fue simple: que no se codiciara su sexualidad. Que se la dejara en paz. Y el general Kichaka no quiso escuchar. Insistió, a pesar de los avisos. Y murió.

Después, los familiares del general se quisieron vengar. Asumieron que el horrible asesinato del general tenía que haberse llevado a cabo por los mencionados gandharvas, y decidieron castigar a la culpable. A la concubina. A la extranjera. A la desconocida. A la seductora que había causado la muerte de su familiar.

Entonces volvió a aparecer Bhima, el hijo del viento. Cuando la reina velada ya estaba llegando a la pira en la que la querían quemar. Entre las antorchas y la noche, como un vendaval, Bhima arrancó un árbol y destrozó con su tronco a todos los familiares del general.

Al amanecer, en el lugar de la pira se encontró la decena de cadáveres.

Una vez más, la falta de escucha.

Yo quemo, dijo Draupadi.

Si el fuego quema, ¿por qué arriesgarse? ¿Por qué no escuchar?

El Mahabharata es la historia de una crisis. Es la gran historia de la crisis de la humanidad. ¿Seremos capaces de escuchar, entonces? Cuando el fuego y la tierra hablan ¿escuchamos? ¿Escuchamos al viento, y lo que nos tiene que contar? ¿Escuchamos el corazón de nuestros semejantes? ¿Escuchamos lo que nos tienen que decir? ¿Escuchamos al destino?

Es una pregunta abierta. Tal vez el Mahabharata también, como la tierra, el cielo y el fuego, nos quiere decir:

Atención.

Para.

Escucha.

Cuerpo y aliento

Bhrigu (Bhṛgu) fue un sabio; un explorador infatigable del ser, de la comprensión y de lo correcto. Bhrigu navegó hacia las aguas del silencio, más allá de lasmpalabras y las formas.

En el fondo del océano cósmico Bhrigu se reunió con Varuna, el dios de las profundidades, para preguntar de qué estaba hecho el universo. Y Varuna lo envió a investigar las cuatro direcciones cardinales.

Yendo al este Bhrigu vio hombres que despedazaban a otros hombres.

Yendo después al norte Bhrigu vio como unos hombres se comían a otros en medio de gritos desgarradores.

Buscando después hacia el oeste, Bhrigu vio hombres sentados, comiéndose en silencio a otros hombres como ellos.

Continuando hacia el sur, Bhrigu vio más hombres siendo despedazados por otros, igual que los que lo hacían yendo hacia el este.

El sabio volvió al seno de las profundidades, en silencio. Había perdido la palabra.

-Los hombres que viste yendo al este son los árboles. – habló Varuna –Los del oeste fueron las manadas de animales. En el sur viste las hierbas y los que gritaban en el norte eran las aguas, que chillan en su lenguaje cuando son bebidas.

El mundo está hecho de alimento. Del espacio sale el aire, del aire el fuego, del fuego el agua, del agua la tierra, de la tierra las plantas, de las plantas la comida, de la comida el ser. Los seres están hechos de alimento, viven de alimento y al final se convierten en alimento.

El cuerpo está hecho de alimento y, junto a la respiración, vive. El hijo de la respiración, el hijo del diose del viento, el hijo de Prána (Prāņa), el aliento vital, fue Bhima. Bhima fue hermano del emperador del mundo. Bhima, junto a su hermano, fue expulsado de su reino por un ardid. Su historia se cuenta en el Mahabharata, el gran relato de la humanidad.

Cuando Bhima, sus hermanos, y la esposa que todos compartían tuvieron que tomar identidades falsas para huir de sus enemigos, Bhima trabajó como cocinero en la corte del rey Virata. Cocinero y Govikartṛ: carnicero. Y no cualquier carnicero, sino un sacrificador de vacas; el encargado de separar los órganos del ganado de la luz cada vez que se sacrificaba uno de estos apacibles mamíferos.

Cada noche, durante un año entero, cuando Bhima terminaba sus labores en la cocina y el matadero, se lavaba el olor a humo y especias de la cara y las fosas nasales. Se lavaba el pelo, y sentía la presencia de su padre, el viento, en la piel. Su corazón roto viajaba hacia su esposa, quien dormía con las concubinas en el mismo palacio. Separados por un puñado de pasadizos y paredes, más uno o dos patios, los dos amantes miraban las mismas estrellas.

Reyes exiliados. Amantes distanciados por las circunstancias políticas. Se reconocían al pasar, pero disimulaban,

Un año entero.

Y cuando Bhima vio como el general del reino golpeaba a su esposa; cómo la humillaba ante la corte en un festín, no hizo nada. Para no desvelar su identidad. Él, que podía arrancar árboles a manotazos.

Pero por supuesto que aquella situación no terminó bien. Bhima se encontró de noche a solas con el general y lo descuartizó como ganado. Por pegar a Draupadi, y quién sabe qué razón más.

La muerte del general fue humillante y no quiero repetirla. Quien quiera conocer los detalles grotescos puede leer el fragmento en el Mahabharata. Ningún resumen omite este macabro evento, porque hay algo ominoso, perturbador, conmovedor, en el cuerpo humano convertido en masa inerte. Cuando alguien, un sujeto -no importa si amado u odiado- se transforma en un trozo de carne, un escalofrío desagradable recorre nuestras espaldas. Primero. Después viene la náusea, Y después la emoción.

Cuando estamos demasiado enfurecidos, inatentos, confundidos o embotados -o sumidos en la negación- no queremos reconocerlo. Son muchas las maneras por las que intentamos evitar esta sensación. Pero vuelve. Repta por nuestra espalda cuando bajamos la guardia. La consciencia de la carne. De que somos alimento andante, impregnado de un aliento vital. Una mezcla que no comprendemos, que brilla en las estrellas y en el amor.

La vida es tan grande que puede incluir al amor, la violencia, incluso la muerte, en un mismo océano de profundidades incomprensibles. Tal vez en el silencio seré capaz de asumir su magnitud.

Fuentes:

Virata Parava, Mahabharata

Katha Upanishad (Kaṭhopaniṣad)

Taittirīya Upanishad, segundo Vali.

Artículo de Alf Hiltebeitel: Śiva, the Godess, and the Disguises of the Pāņdavas and Draupadi. Publicado por Chicago University Press en Journal of Religions, Vol. 20 Nº 1/2

La situación en la que estamos

Te invito las palabras que junto, a continuación, porque esta historia sobre la que llevo cuatro años escribiendo me lleva a descubrir algo nuevo sobre mí mismo cada día, y soy de la convicción de que puede hablar al corazón de todo ser humano.

Lo que se relata aquí son hechos que son históricos, pero sucedieron en una era anterior a la posibilidad de todo registro material. Antes de los antiguos imperios en ruinas, antes de las pinturas rupestres. En una era de la que solamente tienen registro los corazones humanos.

En aquellos tiempos, cuenta la historia, el mundo entero aceptó como emperador a un solo rey. Porque el poder de aquél rey lo permitía, y porque era justo y bajo el sistema de organización que él representaba se vivía bien. Pero el primo de aquel emperador universal le tenía celos y dado que no tenía poder militar ni político para arrebatarle la autoridad por la fuerza, recurrió al engaño. El primo celoso retó al emperador del mundo a una partida de dados; a un juego de apuestas amañado a su favor. El emperador del mundo aceptó jugar, dice la historia, por ser fiel a su palabra, y al destino. La razón por la que el emperador universal aceptó jugárselo todo a una partida que sabía que era amañada es un enigma articulado sobre el que se ha escrito mucho y no voy a comentar ahora, porque es de otra cosa de lo que quiero escribir.

Lo que cuenta la historia es que el emperador universal lo perdió todo. Perdió su reino y su hogar. Quedó exiliado, sin tierra ni pertenecías. Él, sus cuatro hermanos y la esposa que los compartía. Porque los cinco estaban casados con una mujer muy especial, de tez negra como la noche y mirada brillante como el fuego.

Los cinco hermanos fueron exiliados a peregrinar sobre la faz de la tierra mientras el primo tramposo ocupaba su palacio. Desde allí el primo mandaba espías reales para que le informaran de lo que hacían el antiguo emperador exiliado y sus hermanos:

-El mayor de los hermanos -informaban los espías -el que fue justamente coronado como emperador universal, acepta solemnemente su destino y espera pacientemente el fin de su exilio. El tercer hermano, quien es el mejor guerrero sobre la tierra y posee armas secretas que le fueron entregadas por los dioses, se mantiene fiel al mayor y no moverá un pelo si su hermano no se lo prdena. El segundo, sin embargo, quien es grande como dos personas y fuerte como cien, sopla y resopla. Está furioso y le cuesta contenerse.

Él, acostumbrado a las sedas y a los lechos lujosos, duerme ahora sobre la tierra dura, bajo las estrellas. En el palacio, se levantaba cada mañana oyendo las palabras de los bardos alabando su ser, su fuerza y su porte. Esto lo calmaba. Ahora, en la intemperie, se levanta escuchando sus propios pensamientos de venganza y destrucción. Está furioso y su enfado es peligroso. –

Eso decían los espías, cuenta la historia. Y en este pequeño detalle el Mahabharata (que es el nombre de esta gran historia) me hace pensar en la importancia de las palabras. Palabras que pueden calmar; palabras que pueden dañar, enamorar, deprimir o redirigir nuestra atención dispersa hacia la fuente de la energía que nos mueve. Palabras que llevan a la vida y palabras que llevan a la guerra.

Cuidemos nuestras palabras, digo. Cuidemos lo que nos decimos y lo que le decimos a los demás, porque las palabras son armas secretas; son herramientas mágicas y se merecen el correspondiente respeto.

Sobre las formas

Para leer esta historia (que continua de la entrada anterior) imagínese primero a sus personajes y la situación en la que se encuentran: cuatro hermanos – uno, el mayor, sabio como el destino; el segundo, grande como una montaña y fuerte como el viento. Dos gemelos, bellos como el atardecer en otoño, y una mujer; oscura, dicen, negra como la noche, con mirada de fuego, que está casada con los cuatro. Un personaje más, el guía; un hombre anciano en experiencias. La situación: los cuatro están volando, transportados por un rākṣasa, un descendiente del linaje de la furia.

¿Cómo transporta este ser a los personajes humanos de la historia? ¿Sobre la espalda? ¿En la palma de la mano? ¿En los pliegues de su túnica negra y purpura? ¿En su caballera interminable? ¿O por una modificación quántica de las leyes de la materia y el espacio? Quién sabe. Lo importante es que los protagonistas son transportados, y se ahorran el cruzar caminando los bosques que cubren la falda del monte de los aromas que enloquecen (Gandhamādana), cuyas cimas enlazan este mundo con los planetas de los luminosos (devaloka), los seres a los que llamamos dioses.

Los personajes de la historia están volando, dicen, usando los senderos que usan los siddhas, aquellos que se transportan con sus poderes cada noche hacia los mundos perfectos. Sobrevuelan los montes que son las fuentes de todos los minerales, sobre redes de ríos adornados con monos.

Así llegan los protagonistas a los pies de un árbol jinjolero gigante (en sánscrito, badari). Su tronco es redondo y recto, su copa es redonda y carga frutas llenas de miel. En ese lugar no hay mosquitos. No hay oscuridad, pero tampoco afligen los rayos del sol. Allí no existen ni el hambre, ni la sed, ni el calor ni el frío. A ese lugar llegan la mayoría de las ofrendas que se hacen en la tierra, porque allí conversan Nara y Nārāyaṇa: El humano y la vía que de la que desciende la humanidad. La persona – el semejante – la ficha con la que jugamos al juego de la vida, conversa allí con la mano que la mueve – con el destino, o el origen del azar. A ese lugar fluye el Ganges cósmico, invisible a la mirada material. Fluye desde el origen del universo (bindusara).

Alrededor de ese punto central se establecieron los Pandava y su esposa, los protagonistas de esta saga. Allí esperaron que Arjuna bajara del mundo de los luminosos con armas mágicas.

Allí disfrutaron los cuatro hermanos viendo a su esposa pasear con libertad.

Entonces, por su propia voluntad, una brisa sopló desde el noreste. Panchali, la descendiente del linaje de Panchala, esposa de los Pandava –los legítimos gobernantes del mundo-, vio descender sobre el aire una bella flor de loto dorada que irradiaba una intensa y dulce fragancia divina.

-¡Bhima!- dijo Panchali -¡Mira estas flores brillantes. Han maravillado mi corazón. Quiero traerle un ramo de ellas a Yudisthira. ¿Por qué no me buscas más?

Conociendo los deseos de la reina Bhima se irguió y su torso se recortó contra la silueta de la montaña con el poder de un elefante en celo. Queriendo hacer lo que satisfaga a su amada Bhima comenzó a subir por la montaña; ahí donde no había accedido ningún humano antes.

A su alrededor todo eran árboles, enredaderas y piedras azules. La montaña parecía un brazo de la tierra estirándose hacia el cielo y Bhima lo ascendía. El padre de Bhima (Bhima fue hijo del viento) lo acariciaba con una brisa fresca que aliviaba su cansancio. En los lados descubiertos de la montaña se veía oro y plata entre la tierra, como si el paisaje hubiera sido pintado con los dedos. Donde el agua caía desde las alturas parecía collares de perlas rompiéndose al vacío.

Bhima caminaba rompiendo enredaderas con sus muslos y a su alrededor las esposas de los invisibles espíritus de los elementos y la belleza (Yakṣa y Gandharva), junto a sus esposos, lo señalaban y comentaban sus avances. La tierra temblaba cuando Bhima la pisaba como si fuera el fin del mundo. Los árboles quebraban ante el pechode de Bhima cuando avanzaba. Ante su paso se asustaban los animales, que escapaban en manada hacia todas las direcciones.

Bhima vio pájaros huir por el cielo y sus alas goteaban agua. Siguió el punto de partida de las aves y encontró un lago entre la vegetación, cubierto de lotos y lirios.

Después de bañarse Bhima hizo sonar su concha. El sonido asustó a los leones en sus cuevas, que rugieron todos al unísono. Esto asustó a los elefantes, que tronaron todos sus trompetas en manada.

Hanuman, toro entre los monos, dormía junto a ese lago. Oyendo aquel alboroto empezó a bostezar. Era grande como la bandera de Indra, el rey de los dioses. Cuando bostezaba restallaba con su cola el suelo y los golpes eran como truenos. Las rocas de la montaña resonaban con ese sonido y los pelos Bhima se erizaron.

Queriendo identificar la fuente del sonido Bhima llegó a Hanuman, que dormía sobre la roca plana, en medio del bosque de banianos. Era difícil de mirar porque su pelaje amarillo brillaba como la electricidad y sus gestos eran rápidos como el rayo. Su cara era como la luna brillante. Resplandecía como el fuego y tenía los ojos color miel.

Cuando lo vio, Bhima lo desafió rugiendo tan fuerte que más manadas de animales huyeron despavoridas. Hanuman abrió ligeramente los ojos.

-Me encontraba débil y dormía plácidamente. ¿Por qué me has despertado? ¿No sabes que tu deber es mostrar compasión a todos los seres? Dado que tenemos un nacimiento inferior no conocemos el dharma, el orden universal, pero las personas tienen inteligencia y deberían mostrar compasión a los animales. ¿Por qué actúas con brutalidad en cuerpo, habla y corazón? Estás bendecido por la inteligencia, pero la usas poco en tu infantilidad. ¿Quién eres? Eres un hombre, pero merodeas estas tierras que no pertenecen a los humanos. De aquí en adelante no puedes seguir, estos son senderos reservados a lo más puro. Oh valiente, te freno por compasión. Acepta mis palabras, relájate y come de estas raíces, que tienen el sabor de la ambrosia.

-¡¿Quién eres y por qué has tomado la forma de un mono?!- clamó Bhima -¡Apártate! Es un kshatriya que te lo ordena, un noble y un guerrero.

-Estoy débil y no tengo fuerzas para levantarme- contestó Hanuman -Si tanto quieres pasar salta encima de mí.

-El alma universal (paramātman) permea tu cuerpo- contestó Bhima – y solo se puede percibir con el conocimiento. No puedo insultar el alma cósmica saltando encima de ti. Por la formación que he recibido conozco la eterna expansión y sé que todos los seres provienen de ella. Si no fuera así saltaría encima de ti como Hanuman saltó sobre el océano.

– ¿Y quién es este Hanuman, que saltó sobre el océano?- preguntó Hanuman.

– Hanuman nació en una era anterior a esta y luchó al servicio de Rama, la mejor persona que ha conocido la tierra. La amada de Rama se llama Sita y los dos eran como uno. Sita era el resplandor de Rama y Rama la firmeza de Sita. Cuando caminaban juntos el universo se regocijaba, pero Sita fue secuestrada por Ravana, un brujo que vivía en la ciudad dorada de Lanka, que estaba en medio del mar. Allí Ravana reinaba sobre los espíritus de la furia que le rendían tributo.

Rama esta desolado cuando perdió a Sita y en este estado encontró a Hanuman. Cuando Hanuman vio a Rama por primera vez sintió que volvía a su origen, más allá del tiempo. Por Rama, y Sita, Hanuman encontró la ciudad de Lanka y saltó encima del océano, en una proeza que nunca será olvidada. Hanuman encontró a Sita en Lanka y ayudó a Rama a llegar a ella. Mientras haya ríos y montañas en la tierra se seguirá hablando de Sita y Rama y mientras se hable de Sita y Rama Hanuman seguirá vivo. El gran Hanuman fue hijo del viento -del que transporta la vida por toda la tierra-. Yo también soy hijo del viento y Hanuman es mi hermano. – Eso proclamó Bhima. – Así que mono, aparta de mi camino o encontrarás la destrucción en mis manos.

-Oh poderoso guerrero – contestó Hanuman -Yo soy un mono viejo y no puedo ni levantar mi larga cola del suelo. Por favor, levanta tú mi cola y déjala a un lado para poder pasar. No te molestaré más.

Satisfecho, Bhima cerró las palmas de sus fuertes manos sobre el pelaje de la cola del mono, pero al estirar no fue capaz de levantarla. Era como intentar mover la tierra de su eje sin tener dónde apoyarse. Bhima rugía como truenos y volcanes pero su fuerza no era suficiente para mover la cola.

Exhausto y frustrado, Bhima bajó la mirada avergonzado. Con las manos juntas, ante el corazón, saludó a Hanuman, postrando su cabeza ante el mono, diciendo:

-Oh rey entre los monos. No sé si eres un ser totalmente desarrollado (siddha), un dios o qué tipo de criatura. Por favor, dime quién eres realmente porque tu poder es sobrecogedor.

-Oh Bhima. Si tanto quieres saberlo te diré que yo soy Hanuman, devoto de Sita y Rama e hijo del viento. Yo soy tu hermano; yo estuve en Lanka y luché contra Ravana.

Te saludo hermano.-

Con esto Bhima y Hanuman se abrazaron, llorando de emoción, y Bhima preguntó a Hanuman sobre sus heroicidades, y sobre Sita y Rama, a quienes Hanuman había conocido en persona.

Entonces Bhima pidió a Hanuman:

-Oh hermano, cuando saltaste encima del océano para llegar a la fortaleza dorada que encerraba a Sita tu cuerpo se volvió gigante. Dicen que las plantas de tus pies rompieron las rocas sobre las que se apoyaban y exprimieron sus raíces. ¿Podrías enseñarme esa forma, la misma que tomaste entonces?

-Oh Bhima- contestó entonces Hanuman -No puedes ver la forma que tomé en aquella era con los ojos de esta. El mundo vive una sucesión de eras (yuga) que ven un declinar progresivo de todas las cualidades hasta renacer en la perfección, una y otra vez. El mundo es perfecto y todo funciona en armonía. Todos los seres saben lo que tienen que hacer y lo hacen. Pero el mundo vive una crisis, inevitablemente, y entra en una era en la que no todos los humanos saben lo que tienen que hacer. Esta entropía lleva a un aumento de la confusión que deriva en una era en la que no todos saben lo que tienen que hacer y entre los que lo saben no todos hacen lo que toca. Esta es la era en la que te ha tocado vivir, la era en la que te encuentras. Estamos al final de esta era y cuando termine, en el mundo no quedará nadie que sepa realmente lo que tiene que hacer. La gente vivirá y tendrá cada vez menos memoria y atención. La tierra será menos fértil y se valorará a las personas por sus bienes materiales. Esa era será barrida por las inundaciones y el fuego y tras ella renacerá una era perfecta de nuevo. Así ciclicamnete. Una y otra vez. Entre una era y la otra todo cambia Bhima. Los ríos de la era anterior, cunado yo salté el océano, no eran los de ahora. El océano era diferente. Los dioses eran diferentes. No puedes ver con ojos de esta era la forma que yo tuve en la otra. –

Así habló Hanuman, dicen, cuando se encontró con Bhima. Y eso pasó en una era anterior a la nuestra, en la que todo era distinto.

Los ríos que cruzaron los protagonistas del Mahabharata eran diferentes. Eran diferentes las montañas, las nubes y el viento. No podríamos ver con los ojos de nuestra era, la era de la confusión, las formas de los héroes de antaño. Pero Hanuman vive. Mientras se cuenten las hazañas de los héroes de las eras antiguas, las hazañas de Sita y Rama, Hanuman vivirá.

¿En qué forma?

 

 

Esta es la conclusión de la descripción de un viaje que comenzó hace tres entradas. Era importante para mí compartir este fragmento del Mahabharata, por la importancia que tiene este encuentro con Hanuman y la conclusión de su conversación con Bhima. El Mahabharata es la historia de alqgo que pasó en otra era, en la que todas las normas eran diferentes. El Mahabharata repite este concepto una y otra vez y no se puede ignorar. Esto abre un debate interesante sobre la literalidad del Mahabharata y cómo se debería escuchar una historia que, de alguna manera, nos recuerda constantemente que habla de lo que no puede hablar porque no lo entenderíamos de otra manera.

Si te interesa la interpretación hermenéutica del Mahabharata, teniendo en cuenta lo que el propio Mahabharata dice sobre sí mismo, recomiendo leer la introducción del libro: Ways and Reasons for Thinking about the Mahabharata as a Whole, de Vishwa Adluri.

 

Sobre lo que nos conviene hacer

En la entrada pasada de este blog empezó una buena historia, que prometí continuar. Escribí sobre una aventura que comenzaba con los cuatro protagonistas del Mahabharata y su esposa, junto a un guía, disponiéndose a entrar en un lugar especial, que les exigía máxima atención. Ahí, el lector atento, habrá podido ver que algo fallaba en mi narración, pues los protagonistas del Mahabharata son cinco, y no cuatro.

Volvamos un poco atrás para explicar esta situación:

El Mahabharata es, ante todo, nuestra historia. El Mahabharata cuenta quiénes somos, como humanidad, y de dónde venimos. El Mahabharata cuenta la historia de la crisis que trajo consigo este velo de olvido que nos afecta, que está estrechamente ligado a la duda. La duda, que deriva en desconfianza, hace que olvidemos nuestro origen porque, aunque nos lo cuenten, lo veamos o lo sintamos, no nos lo creemos. Esa crisis conllevó una guerra. Una guerra universal en la que participaron seres de todos los planetas.

El Mahabharata cuenta la historia del último emperador de la tierra, uno de los pocos en la historia que han sido dignos de llevar este título. El Mahabharata cuenta cómo ese emperador perdió su reino en una larga partida de dados amañada. Y ese emperador destronado se llamó Yudisthira, y siempre iba acompañado de sus cuatro hermanos. Cinco hermanos, en total, como los cinco dedos de la mano, o como cinco sentidos. Cinco hermanos que se casaron, todos, con una misma mujer.

Estos seis siempre iban juntos, y cuando Yudisthira, el mayor, perdió su reino de manera injusta, los cinco hermanos se prepararon, junto a su esposa, para una guerra que sabían que se iba a convertir en un conflicto sin precedentes. Los hermanos sabían que necesitaban de toda la ayuda disponible y por ello el tercero en nacer, el más hábil entre los cinco, de nombre Arjuna, se ofreció para viajar a los mundos de los guardianes luminosos (Deva), que quedan allende los cielos, pero son accesibles por portales escondidos en montes, bosques y ríos. – Arjuna aceptó el riesgo de un viaje de esas características para traer las armas superiores que estos seres poseían. Armas capaces de destruir la tierra si no se usan correctamente.

Este fragmento que quiero narrar corresponde a lo que se cuenta de cuando los cuatro hermanos que se habían quedado en la tierra, y su mujer, fueron informados de que Arjuna, el hermano que falta, se disponía a bajar de los mundos que había ido a visitar. Arjuna iba a regresar descendiendo desde la cima del monte Gandhamādana, cuya cima llega a los palacios brillantes de los guardianes de la inmortalidad y su falda queda cubierta por los fascinantes bosques de Kubera, guardián del portal hacia el cielo, señor de las cuevas y los espíritus. Esas eran (y son) tierras en las que los humanos no eran bienvenidos. Bosques de difícil acceso, que inquietan al guía de los protagonistas:

-Para acceder a estas tierras tenemos que estar muy atentos- dice el Mahabharata que dijo el guía.

¿Y qué significa estar atento? Son estos momentos en los que esta historia parece estar dando pistas de lo más importante. Señales que apuntan a aquello que hemos olvidado como humanidad.

Para atravesar los bosques de los espíritus furiosos (rākṣasa) y los elementales (yakṣa) es necesario ser consciente de los propios pensamientos. Si los Pandava pensaran lo primero que les viniera a la cabeza o siguieran cada pensamiento pasajero se perderían. No debían temer a los seres invisibles y era necesario que controlaran el hambre y la sed, porque si no lo hicieran quedarían a merced de los rākṣasa, los merodeadores nocturnos que pueden poseernos cuando estamos desprevenidos.

Otra cosa, importante, que la situación requería de ellos era ser fiel a sus votos. Si habían decidido hacer algo tenían que ser consecuentes con ello. Si decidían por decidir se perderían en el bosque. Y Precisamente por esta razón se adentra el grupo entero en el lugar y no solo Yudisthira, el destronado emperador mundial, quien en un primer lugar propone adentrarse en las tierras de Kubera con los gemelos, los hermanos menores de la familia, y que su esposa se quedara acampando junto al segundo hermano, Bhīma, el hijo del viento.

-Ella no se quedará fuera del bosque porque también ha tomado la decisión de ir al encuentro de Arjuna. Y yo, he tomado el voto de protegerla allí donde vaya. Si no podemos usar nuestros carros para transitar estas montañas llenas de cuevas iremos a pie. Y si el terreno es demasiado escarpado yo la llevaré a cuestas. Esto es lo que he decidido. – Dijo Bhima.

Entonces Krishná (Kṛṣṇā), “la oscura”, conocida también como Droupadi, rió y dijo: -Viajaré por mi cuenta, no os preocupéis por mí.

-Siendo fieles a nuestros votos podremos cruzar el monte Gandhamadana- dijo el guía -Hagámoslo juntos.

Es con esa actitud que los cuatro Pandava entraron en las tierras de Kubera, al encuentro de su hermano. Vieron tierras ricas en elefantes y plagadas de aves y tribus de cazadores que les saludaban al pasar.

-Oh Bhima, hijo del viento- dijo Yudisthira, el hermano mayor- Oh gemelos, oh Krishnā, hija del rey Drupada y descendiente del reino de Panchala, escuchad: No existe nada en los seres que sea realmente destruido. Al monte de Kubera no puede entrar nadie que no haya sido fiel a su palabra, ni nadie cruel o avaricioso, o que no haya calmado sus impulsos.

Así llegaron al monte Gandhamadana, al monte de aromas que desquician. Y vieron una nube de polvo elevarse, una masa de hojas secas y tierra que subía hacia el cielo como un muro. Y quedaron cubiertos por una tormenta violenta, de viento y lluvias torrenciales.

Su mirada quedó envuelta en oscuridad y había tanto viento, y polvo, que no podían comunicarse lo que pasaba por sus mentes. Ni siquiera podían verse unos a otros. Los golpeaban piedras y escuchaban troncos de árboles desgarrarse y espetar.

– ¿Se está cayendo el cielo? ¿Está quebrando la montaña? – Se preguntaba cada uno por separado. Seguían el camino tanteando con la mano y agarrándose a troncos de árboles, termiteros e incluso las rocas rotas en el suelo.

Abrazando fuerte a Krishnā, Bhima encontró refugio bajo las raíces de un árbol. El emperador destronado, Yudisthira, y el guía que los acompañaba, tuvieron que acurrucarse en el suelo en posición fetal y Sahadeva, uno de los gemelos, se sentó pegado a un montículo de tierra para proteger la llama del fuego sagrado, que él transportaba.

Cuando el viento se calmó cayó lluvia incesante de los cielos. La tierra se deshacía y ríos marrones, llenos de restos, fluía desde todas partes hacia el océano. Cuando la intensidad de la lluvia se calmó la tierra empezó a absorber el agua hacia sus profundidades. Y el sol reapareció.

Entonces, cuando volvieron a ponerse en ruta, Droupadi, Krishnā, la esposa de los cinco, se abrazó a sí misma y sus muslos temblaron y no fueron capaces de sostener su peso. Nakula, uno de los gemelos, fue el primero en verla desmayar y corrió a sostener la caída de su cuerpo.

La tristeza cayó sobre los hermanos como un coro sordo de seres invisibles. Ellos eran nobles y ella una princesa. Su vida debía transcurrir entre cojines bordados. ¿Qué vida le estaban dando a su esposa, que yacía cubierta de tierra en el suelo? ¿Y cómo habían llegado ellos a encontrarse a las puertas de ese apocalipsis inminente?

Los ascetas que viven en los bosques se acercaron al grupo y empezaron a entonar cantos de protección y cura. Bhima, el hijo del viento, estaba de rodillas.

-¿Papá?

Se escuchó en el aire.

-¡¿Papá?!

Era una voz gutural con la potencia del trueno.

-¿Qué haces aquí?

Era la voz de Gatotkacha, el hijo medio rakshasa de Bhima.

En un momento del Mahabharata, que ya ha sido reescrito en este blog, Bhima, el segundo hermano entre los Pandava, los hermanos protagonistas, se enamoró de una rakshasa, uno de los espíritus coléricos de la oscuridad, que se lo llevó durante años a volar y hacer el amor sin forma. De noche, siempre, porque esa es la hora de los espectros. De día, durante el horario propio de los humanos, Bhima vivía con sus hermanos, su madre y su esposa humana. De noche volvía con su amada del otro lado. El hijo que tuvieron se llamó Gatotkacha y fue uno de los seres más poderosos en la tierra, por ser hijo de un espíritu de la furia, una rakshasa, y Bhima, hijo de una reina humana con el dios del viento. Gatotkacha vivía y jugaba en el plano de los rakshasa, en las tierras de Kubera, a los pies del monte Gandhamadana, cuyas cimas conectan con los planetas de los Deva, los guardianes luminosos.

-¿Por qué habéis entrado en estas tierras? – rugió Gatotkacha. Y rió, feliz de encontrarse a su padre por sorpresa.

-Yo os puedo llevar a cuestas- se ofreció Gatotkacha -Os llevaré volando hacia la ermita de Badari, donde conversan Nara y Narayana. Allí estaréis seguros…

 

… Si quieres saber cómo continuarán las aventuras de los Pandava y qué pasará en la ermita de Badari, no te pierdas la próxima entrada dentro de quince días.

 

Esta entrada viene a responder la pregunta que me ha hecho, a raíz de la entrada pasada, una lectora del blog y seguidora de esta performance, quien ha hecho el voto de seguimiento de 12 años, sobre las condiciones que debían cumplir los Pandava para cruzar los bosques de Kubera.

Esta entrada está basada en un fragmento del Mahabharata recogido en Tirtha Yatra Parva 145, con la influencia de las casillas 15, 42 y 71 del juego de Lilah. El viaje por el simbolismo de las casillas del juego de Lilah, el azar y el destino, de este cuarto año de Respirar el Mahabharata, está pensado para desembocar en un taller basado en el juego de Lilah, que está programado para estrenarse el próximo 12 de Diciembre en la sala del colectivo CRA’P en Mollet del Vallès, Barcelona.

Fantasía y búsqueda de verdad

Claude Lecouteux es un historiador medievalista que en su estudio sobre “el doble” en la tradición germánica (que cito al final del escrito) presenta de manera sobria y plausible la teoría de que la antigua tradición europea concebía al humano como un ser “triple” -por decirlo de alguna manera-, compuesto de:

1) Una dimensión sutil/espiritual, conectada con el fin último de su destino.

2) Una dimensión “mediana”, que habita el plano de los sueños.

3) Un cuerpo físico, impregnado de un aliento vital.

El estudio de Lecouteux propone la hipótesis de que el proceso de cristianización de Europa impuso en el continente la visión de un alma única para cada individuo pero en fuentes literarias seculares medievales se pueden reconocer trazos de la antigua visión pre-cristiana. El estudio es exhaustivo y la exposición del material muy ordenada. Por la extensión de este escrito es inevitable simplificar, pero para expresar la conclusión a la que quiero llegar es suficiente decir que la creencia en el cuerpo “medio”, el que viaja por los planos que transitan también los sueños, quedaría representada en los relatos de “vuelos mágicos” brujeriles, en los que el participante en el aquelarre quedaba dormido, o en trance epiléptico, y era su otro yo sutil el que volaba hacia la planicie secreta en la que se reunía con el resto de participantes.

El cuerpo sutil, o espiritual, quedaría representado por la figura del hada. El patrón que en la literatura medieval europea se repite para narrar nuestra relación con el cuerpo sutil es el del relato del rey que se adentra a solas en el bosque, persiguiendo un animal, hasta llegar a un río, manantial o lago. El animal perseguido desaparece y en su lugar aparece una doncella misteriosa.

El encuentro con la doncella cerca del agua es siempre enigmático y lleva a una comprensión mayor de la misión vital del rey, o un compromiso mayor con ella, o la revelación de una misión de vida más importante. En algunos casos incluso se llega a una unión amorosa y descendencia, que queda al otro lado del agua y no vuelve con el rey al mundo físico. Este tipo de descendencia “de otros mundos” lo relaciona el autor con prácticas chamánicas siberianas en las que los chamanes reconocen sus espíritus acompañantes del mundo invisible y mantienen relaciones sexuales con ellos, que llevan al nacimiento de hijos espirituales que ayudan al chamán en sus trabajos, desde el plano invisible.

En este tipo de tradición Lecouteux reconoce un posible fondo común Indo-Europeo y la posibilidad de reconocer esta visión triple en un ámbito cultural mucho más amplio que el de su campo de estudio, que es la cultura escandinava y germánica pre-cristiana. Y efectivamente, llama la atención que los relatos tradicionales de la India podemos reconocer la misma estructura:

En el Mahabharata, por ejemplo, tenemos el caso de Bhima -uno de sus héroes principales-, quien tiene una historia de amor con una rakshasa, un ser que vuela por los aires, sus poderes mágicos son más poderosos de noche y puede tomar la forma que quiere.

Bhima y su familia llegan a un acuerdo: de día vivirá con ellos, y con su esposa humana, pero de noche se lo llevará su amante rakshasa  volando, a vivir su amor supra-terrenal. Bhima y su amada tienen incluso un hijo, al estilo de los mencionados chamanes siberianos, que vive en el mundo de su madre pero aparecerá en la batalla final del Mahabharata para salvarle la vida a su padre humano, con sus poderes mágicos.

Tanto en el Mahabharata como en el resto de la tradición India, es muy común la estructura narrativa de un rey que persigue un ciervo, o gacela, en el bosque hasta quedar solo y perdido, antes de encontrarse, de repente, con una apsara (una ninfa acuática, que baja del mundo de los dioses). De hecho una de las enseñanzas más importantes del Mahabharata es transmitida de esta manera, en el famoso encuentro entre la apsara Shakuntala y el rey Dushyanta.

En el Ramayana, relato central en la tradición India, equiparable al Mahabharata en importancia, es la princesa Sita la que se deja seducir por un ciervo dorado que la lleva hacia las garras de un rakshasa, en este caso enemigo, que la secuestra en una isla dorada, a la que accede volando.

En este caso el principe Rama, esposo de Sita, asaltará la isla dorada con la ayuda de un ejército de monos y osos. Y aquí vuelvo al citado estudio de Lacouteux para mencionar que según numerosas tradiciones chamánicas el acceso a los planos “medios”, u oníricos, en los que se mueven los seres sutiles como podrían ser los rakshasa, se hace mediante el cuerpo medio, que se desplaza mediante un doble animal. Un gato, o una lechuza, que se acerca a la cama de un familiar podría estar movido por el cuerpo medio de algún brujo, según la superstición europea, y los escandinavos medievales reconocían en lobos y osos hostiles la acción del cuerpo medio de un enemigo humano. ¿Podríamos pensar que Rama asalta la dimensión de los rakshasa invocando dobles animales, o animales de poder?

Hay muchas maneras de leer una narración simbólica y lo que en este escrito quiero proponer son dos cosas:

La primera tiene que ver de nuevo con un punto del estudio de Lecouteux sobre el doble que me ha llamado especialmente la atención: Leyendo de los decretos de los juicios por brujería que se hacían a aquellos que supuestamente utilizan su cuerpo medio para hacer trabajo mágicos se reconoce un cambio de actitud crucial, entre fines del siglo XIV y a lo largo del siglo XV.

Durante el medioevo la acusación a los viajeros expertos en el plano medio era la de brujería. Los que usaban su doble animal para transitar planos sutiles se consideraban servidores del diablo, sin embargo a lo largo del siglo XV el amanecer de una nueva era trae un matiz nuevo a la acusación. Los expertos, chamanes o brujos, que usaban su cuerpo medio para resolver problemas de quienes los contrataban, se vuelven ahora mentirosos. Los tribunales de la inquisición declaran que los supuestos brujos se quedan dormidos, o en estado epiléptico, cuando dicen que vuelan, y el supuesto viaje por un mundo medio es una fantasía, inducida también por el diablo e igual de penalizable, pero un viaje in spiritu y no vere et corporalites. Con el advenimiento de la modernidad, los cuerpos sutiles de los humanos se tornan falsos, y progresivamente inexistentes. Aquí es donde hemos llegado: todas estas historias hablan de cosas fantásticas para nosotros, y lo fantástico equivale a falso. Y lo falso es inexistente.

Consideramos falsas estas creencias porque no tienen una correspondencia clara con un objeto material, pero hay muchas más cosas que no son materiales y aun así sí creemos en ellas. Por ejemplo la idea de nación, cuando una nación es también algo intangible que se vuelve real meramente cuando se proyecta en un acuerdo político, en un plan de acción común.

Con la acusación de falsedad, se cierra la puerta al mundo medio, al de las exploraciones con el cuerpo medio. Y con él, se cierra la puerta también al cuerpo espiritual; al contacto con el hada que representa nuestra misión y la conexión con nuestro destino.

Existe un género narrativo contemporáneo comparable a los relatos de encuentros con el hada/apsara o cuerpo espiritual tradicional, que sufre de la misma acusación de falsedad pero con un cierto beneficio de la duda que le otorga el ser contemporáneo. Hablo de los relatos de abducción extraterrestre.

En su caso, los relatos de abducciones, también, hablan de personas que se quedan a solas en alguna carretera apartada, a menudo siguiendo una luz, un sonido o una corazonada inexplicable, cuando de repente se encuentran en un mundo diferente, en el que entran en contacto con seres esbeltos, benignos o temibles, que los llevan de viaje a lugares lejanos y fantásticos. En algunos casos tiene lugar un contacto sexual, y reproducción, con el resultado de una descendencia que no vive en este mundo. La experiencia conlleva siempre un cambio de vida y una seguridad, o comprensión, de la propia misión en el mundo.

¿Qué vuelve los relatos de abducción reales o falsos? El abducido vive su experiencia solo, igual que los reyes que se encuentran con el apsara que los espera. La vivencia de uno, en su interior, en su soledad, es propia e intransferible. La vivencia se vuelve real cuando se traduce en un nuevo plan de acción.

En este punto de la historia del conocimiento humano estamos bastante de acuerdo en que todo lo que existe es energía. La materia es energía ordenada, masa energética, y los pensamientos son energía ordenada de otra manera que la materia, pero energía también. Y con esto llego al segundo punto que quiero proponer:

La vivencia interior es la percepción de una energía, que se puede interpretar y comunicar en palabras y/o acciones.

Las formas y colores de la fantasía son energía también, más maleable y volátil que la materia, pero energía. Por tanto reales también, aunque se rijan por otras leyes que las de la materia.

Las formas de la fantasía pueden secuestrar nuestra atención y alejarnos de la materia, pero a veces pueden relacionarnos también con la fuente de nuestra energía, con la razón por la que vivimos. Cuando percibimos esto, no es necesario que lo neguemos, ni es necesario que reneguemos de la forma en la que nos ha llegado esta comprensión.

Al reprimir los planos sutiles la modernidad reprime también el encuentro interior con la misión vital.

La prudencia es comprensible; es cierto que creerse literalmente cada expresión de nuestra fantasía lleva a la confusión. Pero existe también un punto medio.

El encuentro con la misión vital es energético, y una relación prudente con las formas volátiles de la energía de la fantasía es tener en cuenta que mi narración, mi interpretación de mi misión vital, mi narración de la conexión con el origen, no es la única válida. No tengo la razón. No tengo que convencer a nadie de que las apsara, los extraterrestres o el doble animal existen, pero puedo creer en ellos.

Creer nunca es un problema, el problema es querer tener razón e imponer mi creencia como la única correcta.

La fe es energía. Una energía que ha de ser libre de formas para poder circular. Pero paradójicamente el sendero hacia la fuente energética que nos alimenta pasa por el mundo sutil de la fantasía.

Escalar las formas sutiles de la fantasía sin apegarse a ellas es el arte de la narración espiritual. El arte de la misticología, o la ciencia ficción espiritual que es el Mahabharata.

 

Lecturas:

Acevedo, Juan y Berlanda, Néstor – Los extraños. Abducciones Extraterrestres en la Argentina. Empecé, Buenos Aires, 2000.

Cattedra, Olivia – Naimisa: Visión y Vida. Suárez, Mar del Plata, 2017.

Lecouteux, Claude – Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media. Historia del Doble. Olañeta, Barcelona, 2005.

 

Leer entre líneas el género en el Mahabharata

La representación de La Mujer en el Mahabharata es uno de los temas que más a menudo vuelven en los encuentros de narración y es el tema en el que me estoy centrando este segundo año a la hora de preparar el estreno del próximo 12 de Diciembre de 2017. Escribo La Mujer, en cursiva, porque tengo mis dudas de si es correcto interpretar al intervención de cada personaje femenino del Mahabharata como un discurso modélico sobre cómo debería o no debería  ser  una mujer en general. Tengo la impresión que a veces se confunde el Mahabharata con fabulas morales y no es el caso. La feminidad, así como la masculinidad, que se puedan encontrar en el Mahabharata, permea sutilmente los símbolos del relato por una parte, y después están los personajes, los participantes humanos del relato. Algunos son mujeres, otros hombres, y otros cambian de sexo o son los dos. Lo que no veo que exista en el Mahabharata es La Mujer. Quiero decir que no veo que exista una representación de La Mujer en general, como una condición única de ser mjer. Lo que existen son muchos personajes femeninos. Muchas mujeres, cada una parecida a la otra pero con su particularidad única. Y varios ideales de acción. Hay ética propia de la esposa, la hija, la reina, la noble o la comerciante casada o soltera, cada categoría con obligaciones muy diferentes. Y esta es la parte que más resistencia genera, me parece percibir, en mí y en los que vienen a los eventos de narración. Lo que es interesante de señalar, aquí, es que hay una grandeza disimulada en el Mahabharata y es que el relato no se encierra realmente en una posición determinada. Y señalo también que tampoco estoy diciendo que el relato no toma posición, porque pasa lo contrario, el Mahabharata toma todas las posiciones.

Lo que el texto nos presenta son personas que son mujeres, con sus similitudes y diferencias, que se esfuerzan en adaptarse a la vida y a un sistema ideal, que es problemático. El sistema debería funcionar, pero nunca lo hace del todo, y sin embargo renunciar a él tampoco parece una solución muy realista.

Para ejemplificar esto prefiero compartir unos fragmentos.

Hay un momento en el Mahabharata -en el capítulo llamado Baka-Vadha Parva en el que los protagonistas están viviendo entre aldeas bajo identidades falsas porque prefieren que sus hermanastros piensen que están muertos (es largo de explicar). Los cinco hermanos protagonistas, los Pandava, junto a su madre, residen una temporada en la casa de una familia Brahmán. Aquí es relevante señalar que la familia es Brahmán porque los que pertenecen a este matiz de la sociedad pueden moverse libremente entre los reinos. Allí donde llegan serán bien recibidos y no dependen de tierras que cultivar o proteger, como el noble y el campesino. Es relevante porque una noche Kunti, la madre de los protagonistas, escucha cómo se lamenta la familia por un problema que tiene que ver con la libertad de movimiento: Resulta que la familia reside en un pueblo que vive aterrorizado por un monstruo que suele merodear el bosque, con el cual han llegado a un acuerdo que consiste en entregarle una persona del pueblo cada mes a cambio de que no los acose continuamente. Este mes le ha tocado a la familia brahmán en cuestión elegir a un miembro para entregar al monstruo y se lamentan porque no tenían la necesidad de haberse quedado en el pueblo, podían haber aprovechado la libertad que la sociedad les da para mudarse pero no lo hicieron.

Se trata de una familia modélica, muy responsable, y la posibilidad de huir ahora no cabe en su mente. Lo que discuten entre ellos es quién debería ir hacia el monstruo, y como ejemplo de auto-entrega absoluta cada miembro de la familia insiste en que debería ser él mismo el que vaya a encontrarse con el ogro.

El padre comienza quejándose a su mujer de por qué no han abandonado antes el lugar:

«Ay Brahmani, ya te dije en su momento que nos teníamos que  ir a un lugar seguro, pero no quisiste escuchar mis palabras. ¡Mujer alocada! Cada vez que te lo decía me respondías que has nacido en este lugar, que has crecido aquí y es la casa de tu padre… Tu padre está muerto ahora y tu madre murió también hace mucho tiempo y tus parientes también han muerto. ¿Por qué deseabas tanto vivir aquí? No escuchaste a mis palabras por afecto a tus parientes y ahora nos enfrentemos con la desolación de tener que perder a un familiar»

 

Después el padre se ofrece a sí mismo:

 

«Siempre dando, me has acompañado en toda buena acción. Los dioses te trajeron a mí como una amiga, has sido mi apoyo principal, eres la madre de mis hijos y siempre me has sido fiel, no puedo abandonarte para salvar mi propia vida.

¿Y cómo puedo sacrificar a mi propia hija? No ha alcanzado la edad adulta. La gran alma del creador me la trajo para que pudiera encontrarle marido. A través de ella, junto a mis ancestros, podré alcanzar los mundos a los que llegan aquellos que tienen hijos a través de sus hijas. ¿Cómo puedo abandonar a una hija que he generado yo mismo? Algunos piensan que el padre quiere al hijo más que a la hija pero no es así, yo los quiero igual a los dos. ¿Cómo puedo abandonar esta chica inocente? En ella está basada mi continuidad y los mundos que me llevan a la dicha eterna.

Si me sacrifico a mí mismo y voy al otro mundo todavía tendré de qué arrepentirme porque ellos, abandonados por mí, no podrán sobrevivir. Sacrificar a uno de ellos, esposa, hija o hijo, es un acto cruel condenado por todos los sabios, pero si me sacrifico a mí mismo también morirán sin mí. No sé cómo escapar este destino. Es mejor que muera con todos ellos. No puedo vivir.»

Pero la esposa responde:

«No deberías apenarte como una persona común, alguien tan instruido como tú. Si algo es inevitable, uno no debería sentir pena por ello. Yo misma iré, es el deber eterno de una esposa en este mundo el dar la vida por el bienestar de su esposo. Un acto así te traerá felicidad y a mí fama en este mundo y en el más allá. Ya has obtenido de mí el propósito por el que un hombre obtiene una esposa: una hija y un hijo. A través de ellos me he liberado de la deuda que te tengo como esposa.

Tú puedes mantener y proteger nuestros hijos; yo no podré hacerlo como tú. Me has proporcionado todo lo que he deseado y me has protegido del peligro, pero si me abandonas ¿cómo podrán estos niños sobrevivir conmigo? ¿Cómo podrá una joven viuda mantener sus dos hijos y permanecer en el sendero de la virtud? ¿Cómo podré proteger nuestra hija cuando sea cortejada por pretendientes arrogantes y egocéntricos que no son merecedores de una alianza contigo? Como pájaros peleando por un bulto de carne lanzado al suelo, los hombres desean a mujeres sin marido. ¿Cómo puedo asegurar que esta única hija de nuestro linaje camine el camino de nuestros antepasados? ¿Cómo podré enseñar a este hijo sin padre todas las cualidades deseables para que sea instruido en la virtud como tú? No sé qué me pasará bajo el control de los arrogantes, pero no hay duda que moriré. Y sin nosotros, estos hijos nuestros morirán como los peces fuera del agua. No hay duda de que sin ti los tres moriremos. Es a mí a quien deberíamos sacrificar.»

Y de repente interviene la hija:

« ¿Por qué lloráis como si nadie os pudiera proteger? No hay duda de que soy yo la que tiene que ir. Ya que seré abandonada de todas maneras, abandonadme ahora y salvaros todos a través de mí. La gente tiene hijos para ser salvados y esta hora ha llegado. Usadme como una barca y salvaros. Un hijo salva en todas partes, en este mundo y en el siguiente. Mis antepasados han estado deseando tener hijos a través de mí, ahora yo podré salvarlos salvando la vida de mi padre. Mi hermano es muy pequeño, no hay duda de que perecerá cuando abandones este mundo. Habiendo perdido a mi padre y mi hermano yo descenderé de miseria en miseria y finalmente moriré entre grandes angustias.»

De repente, en medio de la pena, el hijo menor, que parece ser muy pequeño expresa un comentario inocente que hace que se rían los cuatro:

«Por qué tenéis todos miedo, yo mataré al demonio con esta brizna de hierba»

Repito que lo interesante es discernir la sensación de humanidad que produce la combinación entre lo desmesurada que es la situación y la búsqueda del máximo bien dentro de la inminente e inevitable catástrofe. Por otra parte, lo que el relato pone en evidencia es la insuficiencia de los ideales para salvar la situación. No hay una acción correcta y definitiva que lo arregle todo. Los personajes se encuentran en un nudo del destino que no tiene fácil solución. Esto es un eco del famoso momento en el que Arjuna, el tercero entre los cinco hermanos protagonistas, se sentirá incapaz de luchar contra su propia familia y Krishna le cantará la famosa Bhagavat Gita, la canción del señor. Volveremos a esto en unos momentos pero antes quiero terminar la historia de la familia Brahmán.

Kunti, la madre de los Pandava, escucha la conversación y se revela como Kunti. La familia -y todo el reino- conoce de sobras las proezas de los Pandava y su madre, lo que no sabían era que los estaban albergando en su casa. Kunti ofrece la protección de su segundo hijo, Bhima, hijo del viento y poderoso como cien elefantes juntos. Bhima podrá luchar con el demonio y matarlo con facilidad, promete Kunti, y propone a la familia que lo manden a Bhima como “ofrenda”.

Cuando el hermano mayor se entera de la oferta de Kunti se asusta, « ¿Has perdido tu sentido común y tu inteligencia?» le dice. Pero Kunti, y aquí quiero llamar la atención también sobre la seguridad con que responde un personaje femenino. Porque si el Mahabharata tuviera realmente alguna pretensión patriarcal como se la acusa la voz de los personajes femeninos no se escucharía. Si el relato no escatima en monólogos de personajes femeninos debatiendo, rechazando o alabando el orden social que les ha tocado vivir, es porque le interesa ofrecer a los lectores la posibilidad de participar en estos debates sobre el rol social del ser humano.

Lo que Kunti responde es «-No te lamentes por tu hermano. No he tomado esta decisión por debilidad mental. Hemos vivido en la casa de estos brahmanes y veo esta oferta como nuestra compensación. Una persona es auténtica en la medida en que reconoce los buenos actos. Confío plenamente en la fuerza de mi hijo tras haber visto sus proezas. En una ocasión, cuando era un bebé, se me cayó de las manos cuando se movía. Bhima cayó sobre una piedra y rompió la roca en pedazos.

No he tomado esta decisión alocadamente, confundida o deseando sacar algo de provecho. Deseo conscientemente hacer este acto porque es lo que el bien común requiere.»

Nadie conoce más a su hijo que una madre, pero a lo que me interesa apuntar aquí es a la relación de los personajes con el deber y con la intuición. En este cado el problema de la familia ha encontrado una solución, ¿pero qué pasará el día que los propios Pandava se encuentren con un conflicto de este tamaño? Este relato menor funciona como aviso.

Comparto a continuación un comentario de Sri Aurobindo sobre el conflicto de Arjuna en la Bhagavat Gita. Se trata del comentario al verso 38 del segundo canto, pero sirve como resumen del segundo canto en general y como reflexión sobre el conflicto humano, también en cuanto la cuestión de la diferencia de géneros, porque habla de la imposibilidad de saber por una fuente exterior cual es la manera correcta de obrar.

La Bhagavat Gita, recuerdo, es el texto que Krishna canta a Arjuna cuando Arjuna se niega a luchar en la guerra contra sus familiares y Krishna le explica la esencia de la vida e insiste en que debe luchar.

Cuando Arjuna no quiere luchar, según Aurobindo: «[El deber de Arjuna] como ser humano y social es su función de noble y guerrero, sin la cual el marco de la sociedad no puede ser mantenido, los ideales de su cultura no pueden ser vindicados y la armonía de la justicia no puede defenderse de la in-arcaica violencia de la opresión y la injusticia. Y sin embargo la llamada al deber en sí ya no puede satisfacer al protagonista del conflicto porque en la terrible actualidad de Kurukshetra [el campo de batalla en el que se encuentra Arjuna] la situación se presenta en términos severos, confusos y ambiguos. El desempeño de su deber social se ha transformado en un gran caos. La regla del interés justo, lo que llamamos derechos, no le sirve aquí; pues el reino que ha de ganar para sí, para sus hermanos y para su bando del ejército ya es justamente suyo y su reivindicación significa el derrocamiento de la opresión y la tiranía así como una aserción de justicia, pero una justicia manchada de sangre y un reino poseído por la tristeza y la mancha de un gran pecado, un daño monstruoso infligido a la sociedad, un auténtico crimen contra la raza humana. Tampoco serviría la regulación del Dharma [de la ética] de mayor ayuda, pues lo que hay es un conflicto de Dharmas. Se hace necesaria una nueva y aún no distinguible regla para resolver el problema, ¿pero cuál es esa regla?

El retractarse de su función, el tomar refugio en la inactividad santa y abandonar al mundo imperfecto para que se cuide de sí mismo con sus métodos insatisfactorios es una posibilidad a tener en cuenta y fácil de ejecutar, pero este es exactamente el corte en el nudo que le está siendo insistentemente prohibido por su maestro. [A Arjuna] se le está exigiendo acción por parte del Dueño del mundo -quien es el dueño de todas sus acciones y cuyo mundo es el campo de acción- ya sea efectuada por la luz parcial de la razón, que es limitada,  o iniciada desde un plano de visión y motivación más elevado y amplio.

Evitar esta acción particular como si fuera algo malo sería otra posible solución. [Sería] el recurso de una mente moralizante y corta de vista, pero a esta evasión el maestro [Krishna] también le está negando el asentimiento. La abstención de Arjuna produciría un mayor mal y pecado: Significaría, en el caso de tener algún efecto, el triunfo del error y la injusticia y el rechazo la misión de Arjuna como instrumento del proceso divino.

Una crisis violenta ha sido traída sobre los destinos de la raza humana, no por un ciego movimiento de fuerzas o por un mero choque confuso de ideas, intereses, pasiones y egoísmos humanos, pero por una Voluntad que está detrás de estas apariencias exteriores. Esta es la verdad que Arjuna tiene que ser guiado a ver; ha de aprender a actuar, de manera impersonal, como instrumento -pero no de sus diminutos deseos personales y débiles pequeñeces humanas, sino de un poder más vasto y luminoso, una Voluntad omnisciente y universal.

Es el credo del guerrero: «Conoce a Dios», dice, «conócete a ti mismo, ayuda al humano; protege lo Correcto, hazlo sin temor y sin flojear o dudar de tu labor de disputar el mundo. Eres el eterno e imperecedero espíritu, tu alma está aquí en su camino ascendente  hacia la inmortalidad. No mires por tu propio placer, ganancia y provecho. Mira hacia arriba y alrededor»

El conflicto de Arjuna es el suyo y es el que él tiene, en la época y el contexto que le ha tocado vivir. Lo que aprendemos del Mahabharata es a reconocer la intuición y el anhelo de un bien mayor más allá de las formas. De la misma manera, cuando sus personajes discuten sobre la función del hombre y de la mujer en la sociedad, están hablando de su época y su entorno. No me parece que el texto proponga copiar estos modelos sin penar. Al contrario. Mi impresión es que el texto apunta, en su estilo escueto y directo, a la dimensión humana que brilla alrededor del dilema y el esfuerzo de superar el conflicto y buscar siempre el bien mayor. Por esto considero que el Mahabharata no es ni patriarcal ni matriarcal sino una representación de las profundidades de la condición humana.

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