El duelo que estamos asumiendo

Cuando nació lo llamaron Gángeya: “hijo del Ganges”; que también podríamos traducir por “el que es del Ganges”. Porque Gángeya “fluyó”, como quien dice, a este mundo, desde el Ganges.

El Ganges, además de ser un río, es una corriente estrellada de aliento vital que vivifica todos los mundos. Es la vía láctea. El Ganges, cuando quiere, nace en este mundo con la forma de la diosa. O en forma de mujer, si es que hay alguna diferencia.

Y la diosa mujer Ganges parió un hijo, a quien llamaron Gángeya, y este hijo tenía un conocimiento innato del funcionamiento externo e interno del mundo. Como hijo de la diosa, conocía el lenguaje silencioso de las piedras y los secretos de la reproducción celular. Gángeya podía hablar tanto con su propia sangre como con el viento. Podía manifestar sueños y sentir las estrellas más lejanas. Y en lo externo, Gángeya conocía las costumbres humanas, las leyes y los procesos que articulan la política. Pero, sobre todo, Gángeya comprendió el poder y la importancia de la palabra.

Cuando su padre terrenal, el rey Shantanu, se enamoró de una pescadora que olía a flores, Gángeya renunció al reino y a tener descendencia; para dar lugar en la corte a la pescadora, y al linaje que de ella nacería. Desde entonces a Gángeya se le pasó a llamar Bhishma, “el terrible” – porque todos los mundos temblaron cuando hizo su voto.

Su madre, el Ganges, se había difuminado de vuelta al cielo, y su padre, el rey, estaba ocupado con su nueva familia. Bhishma se quedó solo, ofreciendo ceremonias a las aguas del río Ganges, y reflexionando sobre la política del reino.

Bhishma se convirtió en consejero, y general de las tropas. Se convirtió en una presencia energética en la corte; temida, honrada, pero no necesariamente escuchada. Sus consejos eran cuestionados, o directamente ignorados.

Así es como Bhishma no pudo evitar aquella guerra que todos recordamos de una u otra manera. A pesar de su presencia imponente en la corte, Bhishma no pudo evitar la guerra que desintegró su mundo.

Por lealtad, y por el peso de su palabra, Bhishma se vio involucrado en la guerra civil, y luchó junto al lado en el que él no creía. Por lealtad al reino y a las normas. Por lealtad a la palabra que había dado.

Gángeya hizo la promesa de no tocar nunca a una mujer, y pasó a llamarse Bhishma, el terrible. Por esa razón sus contrincantes mandaron contra él una mujer. No cualquier mujer sino su némesis: la mujer que había jurado vencerlo en una vida anterior. Y protegiendo el avance de la que iba a hacer caer a Bhishma en el campo de batalla estaba Árjuna, el discípulo favorito, bisnieto de la pescadora, quien avanzaba por el campo de batalla como un torbellino de muerte.

Bhishma, el hijo del Ganges, entendió que no podía ganar, y se rindió. Dejó que las flechas enemigas entraran en él como el frío en el cuerpo y cayó al suelo sobre una cama de flechas. Todavía estaba vivo, porque Bhishma podía morir solo cuando él lo decidiera, pero había abandonado la lucha.

Y todavía queda mucho que hablar de Bhishma, porque toda la tercera parte del Mahābhārata narra el discurso que él hizo clavado en el suelo, sobre su cama de flechas, después de la batalla, antes de dejar que su aliento vital volviera al cielo. Pero es importante parar hoy la narración de este voto de 12 años para nombrar a Bhishma. Porque con él murió un mundo; una manera de hacer. Terminó una era, con su muerte, y estos siglos en los que nos ha tocado vivir son una transición entre la memoria de aquella manera antigua de hacer, entre ese recuerdo que se difumina, y la aceptación y comprensión de lo nuevo, de lo que nos toca asumir ahora. Hace siglos y milenios que estamos asumiendo, juntos, la muerte de Bhishma, y cuando completemos este duelo podremos comprender lo que nos toca hacer ahora.

Abandonarse a la vida

El Mahābhārata es un gran relato iniciático y en esta entrada voy a proponer algunas de las razones por las que así lo creo.

El Mahābhārata habla de una gran guerra, que dio fin a una era. La era anterior a la nuestra. Y este mismo es uno de los aspectos iniciáticos del Mahābhārata, que importa tener en cuenta. Porque el Mahābhārata habla de un mundo que es este, pero ya no. No de un mundo de fantasía, sino este, el mundo en el que vivimos, pero tampoco este mundo exactamente, porque el Mahābhārata pasó en otra era, en la que muchas cosas eran demasiado distintas a hoy.

Un ejemplo de esto es que al inicio de la guerra del Mahābhārata, cuando los dos bandos ya estaban situados, ocupando todas las colinas y llenando los bosques del terreno en el que se disponían a luchar, se firmaron unas condiciones para la batalla que se iniciaría en la madrugada:

“Cuando cesasen las hostilidades habría amistad entre unos y otros, como establecía el comportamiento adecuado antes. No se volvería a recurrir al engaño.

Los que combatieran con palabras serían respondidos con palabras. Un carro debería luchar contra otro carro, el que fuera en elefante contra otro elefante, el que fuera a caballo contra otro jinete a caballo y un soldado a pie contra otro soldado a pie.

Cada ataque se respondería en igualdad de fuerza, energía y edad. No debería atacarse a quien estaba desprevenido, distraído, luchando con otro o en retirada. El que estaba sin arma o armadura nunca debería ser matado.

Uno nunca debería atacar a los conductores de los carros, a los transportistas, los que traían armas o los que tocaban tambores y hacían sonar conchas marinas.” (Jambukhanda-Vinirmana Parva)

Pero lo trágico es que ninguna de estos acuerdos se mantuvo. Una a una, fueron transgredidas todas estas normas, y por ambos bandos. Fue así como terminó la era anterior y comenzó nuestra era de la confusión; la era en la que nadie sabe bien lo que tiene que hacer.

¿Qué ha cambiado? Quizá algo muy sutil, y a la vez importante. Porque, en una guerra, uno quiere ganar. Para sobrevivir.

Si no es aprovechando cada pizca de la debilidad del ejército enemigo, ¿cómo vamos a ganar? No solo aprovechar, sino causar el despiste y la confusión, en el enemigo, es requerido. Aprovechar la ventaja de la posición, la luz, las condiciones atmosféricas… acorralar a los escuadrones más débiles con armamento aventajado, cortar las líneas de avituallamiento, y el acceso a la munición, son premisas básicas y vitales en la batalla tal y como la conocemos.

¿Si no es para ganar, para qué luchaban aquellos guerreros de antaño? ¿Cómo entendían el conflicto?

¿Queda alguien entre nosotros que viva así?

Pues también es importante recordar que el Mahābhārata dice que en el seno de esta era nuestra de la confusión va a renacer otra era perfecta. Esto está destinado así. Es inevitable.

La posibilidad de vivir la vida como los héroes de antaño está abierta. A la pregunta de si queda alguien que viva así podríamos responder que cada uno de nosotros. Si así lo queremos. La posibilidad está dada. Vivir más allá de la derrota y la victoria. Más allá del miedo. Si lo hacemos, ya no importa cuán literal sea el relato del Mahābhārata. El texto se deja atrás y quedan las acciones. Es así como el Mahābhārata se revela como un texto iniciático.

No te pierdas el último bloque del taller de Narraciones meditativas de la India organizado por el colectivo CRA’P. Puedes ver toda la información en este: enlace, y un video resumen de encuentros anteriores: aquí.

Los encuentros son online, en vivo o en diferido si quieres ver la grabación después.

El destino y la libertad

Dios y el ser humano son como dos orillas separadas por un misterio. Dos orillas que se reflejan: Ambos, Dios, y el ser humano, superan nuestra capacidad de comprensión. Porque ¿qué es Dios? La vida, la energía que arde en las estrellas, la firmeza de los minerales, el cosmos, el todo, o no existe; ninguna definición satisface nuestro corazón cuando queremos explicar qué es Dios. Ni siquiera negándolo podemos olvidarnos de Dios. Pero, el ser humano, por otra parte, ¿qué es? ¿Un primate urbano?¿un animal racional?¿un mamífero espiritual?

¿Dónde termina y dónde comienza nuestra humanidad? ¿Por qué hacemos las cosas, los humanos? ¿Y por qué las hace Dios? No nos entendemos, pero nos intuimos, igual que a Dios.

Krishna, el oscuro, quien también es llamado Prithivipáti, “el señor de la tierra”, fue Dios, nacido como humano: Doble misterio. Profundidad que refleja profundidad. Y Krishna participó en una guerra. Una guerra que significó el fin de una era, la cual apenas recordamos sino es recurriendo a relatos de memorias pre históricas como el Mahābhārata.

Antes de que estallara esa guerra fatal, cuando el conflicto era inminente, Krishna se reunió con los representantes de los bandos enemigos. Uno de ellos, los Pandava; cinco hermanos de linaje noble, exiliados, vilipendiados y humillados a manos de sus primos. Cinco hermanos que lo habían perdido todo menos su fuerza vital, quienes se reunieron primero con Krishna y le pidieron que hicieran un último intento de evitar la batalla. Tal vez, si Krishna hablaba con los dos bandos, se pudiera llegar a un acuerdo y repartirse el reino que se merecían. Tal vez escucharan, los usurpadores, y se pudiera evitar la confrontación.  

Pero Krishna no les podía prometer nada: <<Hay quien intenta cuestionar el funcionamiento del mundo (dharma) queriendo delinear el umbral entre las competencias del destino y las del esfuerzo personal, pero nunca lo consiguen. La misma razón que trae el éxito a una persona puede dirigir a otra hacia el fracaso. Las consecuencias de las acciones humanas siempre son inciertas. Como el viento, y sus cambios inesperados de dirección, las acciones de una persona pueden estar bien planificadas, bien pensadas y bien aconsejadas, pero el destino actuará de otra manera. Y por parte, la acción humana puede contrarrestar lo que el destino haya hecho. (…) Un campo puede ser limpiado y fertilizado, pero si no llueve en la estación adecuada no habrán frutos. (…) No hay nada que yo pueda hacer para contrarrestar el destino.>>  (Bhagavat Yana Parva, 6)

Y es interesante que Krishna, quien es Dios y un ser humano, diga que no se puede cambiar el destino.

Los esfuerzos de los humanos forman parte del destino mismo. Cuanto más intentemos cambiar el destino más participamos en él. ¿Y Dios?

Tal vez, ¿quién sabe?, lo que está queriendo decir Krishna es que Dios no contradice el destino que ha sido decretado por él (o ello, o ella, dependiendo de cómo uno lo quiera ver).

Una vez puesta a girar la rueda de causas y consecuencias impulsadas por la acción (Bhagavad Gita 3.16), Dios participa de las mismas normas que toda su creación: <<No me queda nada por hacer en ninguno de los mundos, no me queda nada por alcanzar ni conseguir, y aún así sigo actuando>>, dice Krishna (BG 3.22), <<Si no lo hiciera, el universo se pararía, y todo quedaría destruido>> (BG 3.24). Como si dijera que forma parte del destino sin que tenga ninguna necesidad de hacerlo. Sin que nada lo fuerce a hacerlo.

 Tal vez meditando sobre esto conoceríamos mejor a Krishna, o a su faceta humana por lo menos. Buceando en lo que nos hace humanos, viviéndolo, quién sabe si se puede encontrar aquello que también es Dios. Como un punto de fuga inasible en el que lo humano se refleja en lo divino, o lo divino se refleja en lo humano.

La semilla cósmica

 ¿Qué vino antes, el huevo o la gallina?

De alguna manera, el huevo siempre ha estado. Toda la bóveda celeste parece la pared interna de un gran huevo lleno de estrellas, que, a su vez, parecen otros huevos de luz. Porque un huevo es una semilla. Una semilla de gallina. Así como el piñón es la semilla del pino y el óvulo la semilla del humano.

La gallina es la transición entre huevo y huevo. El huevo es la imagen del cosmos; del todo. Y dentro del todo crece y se enrosca el árbol invisible del ADN, o el código, pulso, lenguaje, misión o destino de toda partícula. El árbol cósmico y sus ramificaciones, algunas veces visibles a la mirada humana, y otras no. Comprensible, en parte. Es la transición entre presente y presente.

El dharma, tan sutil que no se puede hablar de él, es lo que decide que un piñón se convierta en pino, y que el pino se convierta en más piñones. El dharma decide las órbitas de los planetas y el desarrollo de todas las semillas del universo. El dharma hace florecer los almendros cuando llega la hora y hace que respire el cachorro humano al nacer.

El fruto del dharma es el ser humano. El dharma nos guía con su mano invisible a través de la vida.

El dharma es convulso, en esta era confusa que nos ha tocado vivir (Kali Yuga). Hubieron tiempos en los que las cosas estaban más claras. <<El trabajador (sudra) trabajaba. El comerciante (vaishya) vivía vendiendo bienes. Matar era el medio de vida de los nobles (kshatriya), mientras pedir limosna era la conducta de los Brahmanes (sacerdotes). Un kshatriya mataba a otro kshatriya. Como el pez vive de otro pez y un perro mata a otro perro.

¡Oh dios! Observa cómo cada uno sigue el dharma decretado. Ese ha sido siempre el dharma malvado de los kshatriya. -afirma Yudisthira, el rey filósofo, en el Mahabharata (Bhagavat Yana Parva I)- Pero hemos nacido kshatriya. Es nuestro dharma, aunque sea adharma.

¡Oh señor del universo! La disensión siempre está presente en una pelea. Siempre se pierden vidas en una batalla. La fuerza, o la planificación, no garantizan ni la derrota ni la victoria. La vida y la muerte no son determinadas por un ser y hasta que no llegue el momento adecuado uno no encontrará ni la felicidad ni la infelicidad. [Así como el capullo de la flor de almendro no se abrirá antes de la primavera]. Uno puede matar a muchos, y muchos se pueden unir para matar a uno solo. Un cobarde puede matar a un valiente, y un infame podrá matar a un héroe. La victoria puede ser de cualquier lado. Cada lado puede enfrentar la derrota.

¿Dónde está el asesino que no pueda ser asesinado? El vencedor también sufre pérdidas, porque siempre se perderá algún ser querido ante el otro lado. Y después de matar a otros nos sobrelleva el arrepentimiento. Además, los que sobreviven reúnen sus fuerzas para destruir a quienes queden del otro lado para terminar así la enemistad futura. La victoria engendra más enemistad a causa de la desdicha de los vencidos.

El que renuncia a la victoria y la derrota es feliz y vive en paz, pero el que ha creado enemistad duerme miserablemente. No tiene alivio mental. Como si viviera en una casa llena de serpientes.

El que extermina a todos, tiene mala fama entre los seres. La enemistad no se pacifica y permanece por mucho tiempo. En cada nueva generación quedan quienes la quieren retomar, ¡Oh noche extensa! La enemistad nunca se salda con otra enemistad. ¡Oh alma! La enemistad crece y se fortalece, como el fuego con las oblaciones. No hay excepción a esto, y la paz permanece inalcanzable. Esta es la mancha permanente en aquellos que buscan establecer su superioridad. La virilidad es una fuerte debilidad del corazón. Uno solamente puede alcanzar la paz cuando la aparta de su mente.>>

Así de pequeño es el hombre, en medio de la humanidad.

La guerra es guerra, y la paz es paz. Como el huevo es huevo y la gallina es gallina.

El conflicto permanece. Si lo soltáramos dejaríamos de discutir con el universo, aunque este no dejaría de morir y renacer a cada instante.

El sendero del dharma es sutil- no es un dictado. Comprender lo correcto, comprender el universo, no es posible, porque la comprensión es un fenómeno más del universo y, como tal, tiene fecha de caducidad. Como todos los fenómenos. La comprensión puede ser útil cuando aparece, pero al siguiente instante los planetas ya se han movido, las alineaciones han cambiado, el huevo se ha quebrado y ya es gallina; la comprensión se ha desfasado y ya no encaja con el entorno. La comprensión antigua se ha convertido en molestia.

Si el huevo es huevo, ¿cómo puede ser gallina? Y si la semilla es semilla, ¿cómo puede ser pino?

Si el universo está en guerra, ¿puede haber paz? O si el universo está en paz ¿puede haber guerra? Conocemos la paz, y conocemos la guerra. Entonces, el universo, ¿está en guerra o está en paz?

¿Qué vino antes, el huevo o la gallina? Sutiles son las ramificaciones del dharma.

Escrito en Ibiza. Gracias a Cristina, Jon, Axel y Jesus por la generosidad.

la inefabilidad del dharma

Ānandavhardana fue un filósofo que vivió en el Kashmir del siglo ocho de la era común. A él se atribuye el tratado de teoría de la literatura llamado Dhvanyāloka, que se traduce como “luz sobre el arte del dhavani”.

¿Y qué es dhvani? Pues de eso va el tratado, precisamente. Sería difícil explicar en breve el significado de la palabra dhvani sin simplificar demasiado. Para hacerlo, sería importante mencionar que desde el siglo ocho o nueve tenemos constancia escrita de que en los reinos del territorio que ocupa hoy la India había reflexión y debate sobre la cuestión de que el arte no representa al mundo. No se puede hablar del mundo como si fuera un objeto exterior, porque todos nosotros somos mundo, y los colores son mundo, los sonidos y las palabras. Lo que sí puede hacer el arte es evocar, por resonancia emocional, una vivencia compartida del mundo.

Esta cuestión se vuelve más compleja con la poesía, o toda expresión que dependa de la lengua, porque las palabras son duales. Cualquier lenguaje basado en palabras es un sistema dual de diferenciación entre opuestos, empezando por dentro-fuera, arriba-abajo, delante-atrás, y continuando hasta bien y mal, o todo lo que se nos pueda ocurrir. El mundo, sin embargo, no es así. Nosotros somos luz, y somos oscuridad; el mundo, lo tenemos dentro y fuera. ¿Cómo usar el lenguaje, entonces, para evocar al mundo? Mediante Dhavani.

¿Pero qué es dhvani? Dhvani son contenidos lingüísticos contradictorios, que evocan, por resonancia, una experiencia que va más allá de la dualidad de las palabras. Un ejemplo, expuesto por el mismo Ānandavhardana, dice:

La suegra duerme aquí, y yo aquí,

Mira bien, viajero, ahora que hay luz.

Pues de noche, cuando no puedas ver,

no deberías caer en mi cama.

En este caso, el verso nos indica la situación: un visitante, y una habitación, en la que duerme la familia. Lo que evoca el verso, sin ponerlo literalmente, es la invitación velada al viajero/lector. Esta evocación es dhvani. Se produce por contraposición de elementos, y el tratado llamado Dhvanyāloka, junto a sus comentarios posteriores, deducen cómo se produce esa evocación/dhvani, que es capaz de transcender la dualidad del lenguaje.

Pero si bien el ejemplo citado es esclarecedor, este tipo de evocación es superficial, casi un pasatiempo. Porque estamos en el mundo para vivirlo. ¿Hacer el amor con la pareja de nuestro/a anfitrión/a es vivir el mundo? ¿Sería eso aprovechar la vida y nuestro nacimiento humano? Lo dudo, pero dejo la pregunta abierta.

Dejo la pregunta abierta porque así lo hace el Mahābhārata también. Así lo hace la vida. Si nos preguntamos qué es lo correcto, y cuál es la mejor manera de vivir, la vida no nos responderá una respuesta clara. Las consecuencias de nuestros actos son difíciles de discernir. A menudo parece que las acciones que consideramos reprochables tengan recompensa y lo correcto se vea castigado. Y no lo digo como lamento, ahora solamente estoy observando la razón de por qué un texto moralista, uno que afirme que el engaño sea incorrecto, por ejemplo, no será del todo creíble: porque la vida no nos demuestra necesariamente lo mismo. Cuando planteamos a la vida la pregunta de qué es lo correcto, la pregunta queda abierta. Y sin embargo, hay algo que todos intuimos que es lo mejor, tanto si nos atrevemos a reconocerlo como si no. Está ahí fuera, o dentro. Está en la vida, pero no habla en términos categóricos sino que se intuye. Se siente. Se evoca. Como dhvani, en la poesía.

Porque el ejemplo citado, el poema sobre la invitación erótica, es un entretenimiento útil para ilustrar la capacidad de evocar que tienen las palabras. Pero cuando nos preguntamos sobre el sentido que pueda tener el uso de la palabra parece que la vida exige un compromiso mayor que el pasatiempo erótico.

Si nos responde, la vida, estas preguntas que le hacemos sobre el sentido, lo hace por evocación; por dhvani. Así también lo hace el Mahābhārata. Porque el Mahābhārata no es una representación de la vida, el Mahābhārata es la vida. A eso me refiero siempre cuando digo, en encuentros de narración o aquí, en este blog, que el Mahābhārata no es un objeto. El Mahābhārata no se puede estudiar, es el Mahābhārata el que lo estudia a uno. El Mahābhārata es tan vasto, en volumen y en profundidad, que cualquier afirmación sobre el Mahābhārata se diluye en sus aguas como se diluye en la vida toda afirmación sobre la condición de la existencia.

El argumento del Mahābhārata, como la vida, contiene mucho erotismo. Amores frustrados, hijos no reconocidos, pasión, agresión sexual, no falta nada. Aparecen los infiernos y los paraísos del amor, pero, como en la vida, también hay mucho más. Se habla mucho de dharma en el Mahābhārata. Porque seguir el dharma es la manera correcta de vivir. ¿Y qué es el dharma? Pues resulta que el dharma es tan sutil, que no se puede hablar de él. Y sin embargo, parece que todo el Mahābhārata sea una enciclopedia sobre el darma. Sobre lo correcto, que es tan sutil, que las palabras no lo alcanzan.

¿Existe acaso, una forma más realista que esta para hablar de lo correcto?

Lo que propongo es leer el siguiente discurso de Yudisthira (rey destronado e hijo, precisamente, del dios dharma) observando lo que el texto evoca en nosotros, más allá de lo que dice:

<<Cuando un hombre es nacido y cuidado en un linaje noble, pero codicia las posesiones de otros, la avaricia destruye su sabiduría. Cuando la sabiduría es destruida también se pierde la modestia. Cuando la modestia es destruida, el dharma es restringido. Cuando el dharma se destruye se destruye con él la prosperidad. Cuando la prosperidad es destruida el hombre muere. La falta de prosperidad es como la muerte para un hombre. Familiares, aquellos que le deseaban el bien, y los brahmanes, se partan del que no tiene riquezas como los pájaros abandonan volando el árbol que no tiene frutas.

Cuando un hombre ha caído y sus parientes se alejan de él es como el aliento vital abandonando el que ha muerto. Shambara [no se sabe muy bien quién es Shambara] ha dicho que no hay nada peor para un hombre que la situación donde no puede ver cómo pueda encontrar comida, hoy o mañana. Se dice que las riquezas constituyen el dharma supremo. Todo se establece en la prosperidad. Los ricos viven en este mundo. Los que no poseen riquezas están muertos. Si uno recurre a su fuerza bruta y le roba a otro hombre sus riquezas, con ello uno también destruye su dharma, su sostén (artha) y su placer (kama). Habiendo alcanzado ese estado, hay quien prefiere la muerte. Algunos se refugian en aldeas e incluso en los bosques. Algunos merodean buscando su propia destrucción. Algunos enloquecen. Otros caen bajo el control de sus enemigos. Otros se convierten en esclavos, para obtener las riquezas de otros.

Para un hombre, la destrucción de su prosperidad es peor que la muerte. La prosperidad es la fuente del dharma y del placer (kama). La muerte es el eterno dharma del mundo. Es el fin de todos los seres y no hay excepción. [Nótese lo contradictorias pero evocadoras que son estas dos afirmaciones seguidas] Es el fin de los seres y no hay excepción ¡Oh Krishna! [Krishna es el interlocutor de Yudisthira en este discurso] Un hombre que ha sido pobre de manera natural no sufre tanto como el que ha poseído fortuna, y prosperidad, y ha disfrutado de la felicidad, pero desciende a un estado inferior. Cuando uno enfrenta grandes dificultades a causa de sus propios crímenes, uno culpa a Indra y al resto de los dioses, pero nunca las propias acciones. El conocimiento de todos los textos sagrados no puede disminuir ese sufrimiento. A veces se enfada con sus sirvientes, otras critica a quienes le desean el bien. Siempre está sujeto a la rabia y pierde sus sentidos. Quedando bajo el poder de la confusión, recurre a la crueldad. De estos actos malvados, resultan los nacimientos de padres incompatibles, signo de la era de la confusión.

¡Oh Krishna! La sabiduría sola es el despertar. El ojo de la de la sabiduría puede salvar a un hombre así. Cuando un hombre recupera su sabiduría busca los textos sagrados. Cuando se centra en los textos sagrados recupera el dharma y la modestia se convierte en su mayor ayuda. Un hombre modesto evita el mal y su prosperidad aumenta. Cuando obtiene prosperidad se convierte realmente en un hombre. Siempre está establecido en el dharma y tiene el alma tranquila. Siempre se ocupa de actos buenos y no sigue lo que no es dharma (adharma). Su inteligencia no se aplica al mal.

Quien no tiene modestia no es ni hombre ni mujer. El que es modesto satisface a los dioses, a los ancestros y a sí mismo. Se vuelve inmortal a causa de esto. Este es el objetivo de los que cometen actos puros. >> (Bhagavat Yana Parva I)

Esta es la mitad del discurso de Yudisthira, y quiero reservar la segunda parte para la próxima entrada. Lo compartido aquí ya contiene suficiente contenido para reflexionar. Sobretodo pensando en lo que evoca, más allá de lo que dice.

Las contradicciones de este texto son muy interesantes. Los textos sagrados no alivian el sufrimiento, pero son parte del camino hacia la modestia. La sabiduría no viene de los textos sagrados, pero lleva a ellos. La muerte es inevitable, pero el que tiene modestia se vuelve inmortal. Entre todos estos conceptos resuena lo que el texto evoca en cada uno. Y eso que evoca está más allá de las palabras. Así de sutil es el sendero del dharma, así de sutil es lo correcto y así de misteriosa es la vida. La palabra no es la realidad, pero la vida resuena en ella.

Aquí nos quedamos esta vez. Está todo dicho, y a la vez queda todo por decir. En quince días seguimos con la segunda parte de este discurso.

Lecturas:

Emily T. Hudson Disorienting Dharma: Ethics and the Aesthetics
of Suffering in the Mahabharata
, Oxford Press, 2012.

The Dhvānyaloka of Ānandavardhana with the Locana of Abhinavagupta, Harvard oriental series, 1990.

Las condiciones de la realidad

Te saludo, lector. Yo soy, como tú, un fragmento del mundo. Tu escucha determinará la calidad de este texto porque sus palabras, sin ti, no son palabras.

Así son las cosas. Lo que sostiene nuestros mundos es un árbol rebosante de armonía (dharma). Las tensiones que enlazan a los cuerpos celestes son el tronco de este árbol. Sus ramas son la relación del calor del sol con el de nuestros cuerpos. El ocaso, el amanecer y todos los fenómenos que podemos percibir son la abundancia y los frutos del árbol. Sus raíces son la expansión, transformación, ensortijación y ondulación de todo lo que existe alrededor de aquellos que lo observan.

Las personas somos el bosque. ¡Oh lector! Las condiciones de la realidad son tigres que lo habitan. No talemos al bosque por sus tigres; no desterremos a los tigres del bosque. Sin un bosque el tigre muere. Cuando no tiene tigres el bosque acaba siendo cortado. Los tigres protegen al bosque y el bosque sostiene a los tigres. ¡Oh lector! Las personas somos las lianas de la armonía cósmica. Las condiciones naturales son un árbol grueso. Una liana no puede vivir sin el sostén del árbol.

Las condiciones de la naturaleza están ordenadas a nuestra disposición, pero esta misma ordenación también nos puede destruir. Las personas podemos elegir. La naturaleza sigue el dharma y está preparada para servir, pero también para luchar.

Según la manera que las personas se abren al mundo, así se presenta el mundo ante ellas. Tal como uno ama al mundo, el mundo lo ama a uno. Pues, aunque muchos son los senderos que se abren ante nosotros, todos llevan al mundo. No hay otro lugar al que ir.

Adaptación del discurso de Krishna al mensajero Sanjaya durante los preliminares de la guerra de Kurukshetra.

En una narración existe siempre un elemento acumulativo muy difícil de traducir. Los personajes recurrentes, de quienes el lector ha venido leyendo por casi 2000 páginas, tienen un sentido que se va volviendo progresivamente personal. La única manera de compartir de una manera objetiva lo leído sería narrando la historia al completo de nuevo, la otra opción es  explicando cómo el lector ha entendido esta lectura. La interpretación que presento aquí del discurso que Krishna hace en el fragmento 7 del Sanjaya Yana Parva del Mahabahrata es personal, pero está basada en el Mahabahrata, y es de vigencia actual.

El anhelo de lo correcto

Un texto es un objeto que une el presente con la tradición social que lo tejió. Un texto contiene palabras y las palabras son solo sonidos, gruñidos y balbuceos, si no entendemos el lenguaje en el que están escritas. Un lenguaje es una constelación de convenciones sociales; un conjunto de acuerdos sobre el sonido que expresamos cuando queremos compartir ordenes, sensaciones, ruegos, regalos, y todo lo que nos permita relacionamos con otros humanos. Ahora, un lenguaje también intenta describir al mundo. Un lenguaje pretende describir la realidad y la realidad es cambiante. La realidad se transforma, siempre más rápido de lo que evoluciona un lenguaje. Un lenguaje es predecible, la realidad no. Por esto, dentro de la comunidad que comparte un lenguaje aparecen discrepancias sobre el uso correcto de este, o sobre las maneras en las que uno describiría ese cauce veloz y arremolinado que es la realidad. Es decir, aparecen dudas sobre el significado de las palabras.

Usar el lenguaje se convierte en un acto heroico, en el que uno intenta definir, y compartir, algo que es, en una última instancia, incomprensible e insondable: la realidad. El lenguaje no puede definir algo que es indefinible y se convierte en el compartir de una intención. El lenguaje es insuficiente para describir el mundo y se convierte, más bien, en una herramienta para compartir lo que decido hacer en el mundo. Esto es lo que comparto. Pero lo comparto usando un lenguaje, y el lenguaje es ambiguo. Comparto lo que quiero hacer en el mundo con palabras, pero a las palabras siempre hay que explicarlas. ¿Qué significa hacer el bien, ser justo, aportar algo? Todos estos propósitos requieren una explicación. Entonces uno explica con actos; que no dejan de ser un lenguaje. Pero los actos también son interpretables. Si queremos aprender de las acciones de otra persona siempre nos encontraremos en una situación (a causa de esta condición mutable e impredecible de la realidad) en la que no tendremos claro como hubiera actuado nuestro modelo. O nos equivocaremos, y por aferrarnos a unas normas, y obstinarnos con unas pautas de acción determinadas, nos alejaremos de nuestra intención original, como pueda ser el hacer el bien.

¿Qué es lo que podríamos compartir, entre nosotros, de generación en generación, que sostuviera la esencia del hacer correcto?

En el Mahabharata, que es la enciclopedia de lo que nos hace humanos, se habla, casi exclusivamente, del dharma. Siempre que se pregunta por el dharma los personajes del Mahabharata responden que el dharma es demasiado sutil para hablar de él. Sin embargo lo paradójico es se podría decir que el Mahabharata entero, sus siete mil páginas, están casi exclusivamente dedicadas a hablar del dharma, desde todos los ángulos posibles. Tan sutil, tan inasible, y tan importante es el dharma.

En este texto que comparto Savitri, una heroína del Mahabharata, da una lección de dhrama al mismo dios del dharma, también llamado Yama. El dios que se lleva el calor de los cuerpos.

Savitri, en este texto, describe lo que es esencial en la vida, repitiendo las palabras dharma y dharma-nātha, más un momento en el que recurre a la polémica palabra arya (ario). La versión que he redactado de este texto es un ejercicio en el que he traducido estas tres palabras usando las diferentes acepciones posibles: Dharma viene de la raíz dhṛ, que significa sostener, o firmeza, porque la acción correcta, compartida, sostiene la sociedad. Dharma puede ser práctica, también, porque una acción correcta se tiene que llevar a cabo, o se volvería una teoría sin fundamento. Nātha es, tanto refugio como señorío, en el sentido de que un señor justo es el que protege, y viene de la raíz nath, que se puede usar en el sentido de usar, acercarse, solicitar, “llevar a”- todas acciones que llevan a “refugiarse en”. Arya deriva de la raíz ṛi, de la cual deriva también la palabra rita, que es un sinónimo de dharma. Ṛi es, también, “ir hacia” y “obtener”. Arya es, de manera extremadamente literal, “el que va hacia”, y Aryamān es alguien confiable, por lo que entiendo Arya también como alguien honesto, dedicado, o devoto a lo correcto. Por esta razón es confiable (aryamān), porque es alguien dedicado a perseguir, “ir hacia”, el dharma. ¿Pero qué es el dharma? ¿Qué es lo que nos sostiene como humanidad?

Reelaborar este texto de esta manera me ha servido de ejercicio para reflexionar sobre el significado de lo correcto. Lo comparto para meditación y debate:

<Quienes no se controlan a sí mismo no observan la práctica del vivir correcto, ni el cuidado de la acción correcta, mientras atraviesan esta jungla de lo inesperado. Quienes comprenden el funcionamiento de las cosas alaban esto. Es siguiendo la práctica reconocida por los sabios, como todos alcanzamos los variados senderos de nuestro destino. No me interesa otro sendero que el de la vía del discernimiento.

Se dice que el encuentro con quienes buscan lo correcto es deseable. Se dice que la amistad con ellos es incluso mejor. El encuentro con quienes trabajan para la continuidad del mundo nunca es en vano. Uno debería asociarse siempre con quienes comprenden la justicia. La práctica eterna de quienes comprenden lo que sostiene el mundo es la empatía, el no sentirse separado, ni por encima ni por debajo, ni distinto in igual, a ninguno de los seres. Ser siempre amable en actos, pensamientos y palabras, y buscar el bien. En este mundo las personas son amables hasta donde pueden. Los que comprenden la verdadera naturaleza son amables incluso cuando llegan quienes les desean el mal.

Uno no confía en sí mismo tanto como confiaría en quienes se refugian en esta práctica. Por esto las personas son especialmente afectuosas hacia quienes comprenden lo que sostiene la vida. La amistad hacia todos los seres genera confianza. Esa es la razón de que la gente se vuelve confiada con quienes caminan este sendero. Quienes comprenden la manera correcta de vivir le son siempre fieles. No flaquean. Tampoco sufren.

La unión entre los buenos y quienes buscan el bien siempre es fructífera. Quienes comprenden la vía justa nunca temen a quienes la anhelan. Los que van hacia el vivir justo impulsan el sol con su sinceridad. Sus renuncias sostienen la tierra. Los que se amparan en la coherencia determinan el pasado y el futuro. Quienes buscan la verdad no tienen nunca pereza cuando se encuentran entre quienes protegen la plenitud. Esta es la conducta de los honestos.

Los que defienden la lealtad se apoyan unos a otros sin esperar nada a cambio. Los favores hechos por quienes buscan lo justo siempre tienen fruto porque no van en contra del propósito o del honor. Es por esto que quienes buscan lo mejor para todos serán para siempre el refugio universal. >

 

 

Hasta hace un año y medio estuve manteniendo la costumbre de acudir una tarde al mes a una tetería de Barcelona para narrar fragmentos de la cosmogonía de la India a quien quisiera venir. Cuando nació mi hija dejé de hacerlo para tener más tiempo de acostumbrarme a la nueva situación. He decidido volver a practicar estos encuentros pero voy a experimentar con el formato online. A partir de este martes 17 voy a hacer un Instagram live en la cuenta michaelgadish. Cada Martes de 18.00 a 19.00, el que quiera puede conectarse a la emisión y preguntar lo que quiera y pedir la historia que le interese. Voy a empezar con esta plataforma para ver cómo funciona y veremos a continuación. De todas maneras el propósito es el de mantener este horario semanal. Estás invitad@

Ramayana en el Mahabharata

Este blog documenta una investigación. El objeto de la investigación es la red de significados interrelacionados que contiene el Mahabharata.

¿Y qué quiero decir con esta frase? Para explicarlo tengo que volver a empezar el escrito:

Este blog documenta una investigación. La motivación para comenzar esta investigación nació con una vivencia. Leyendo el Ramayana, la otra gran historia de la India, que relata el viaje del príncipe Rama hacia su amada, me di cuenta de cómo toda la cosmología India, desde aquello que llamamos mitología hasta s el pensamiento filosófico, y ético, tradicional, pasando por la arquitectura y el resto de artes, están unidos como las piezas de un gigantesco rompecabezas. El Ramayana cuenta principalmente la historia del difícil rescate de una princesa, pero alude también a todas las historias de la tradición india. Por tanto, el Ramayana nunca se deja de leer, porque cada historia nueva que uno escuche enriquece un poco más su comprensión. Cada historia es una pieza más del mosaico en el que se enmarca el Ramayana, y una de estas piezas es mi propia historia. Porque la cosmogonía que se articula a partir del Ramayana despliega una teoría sobre el funcionamiento del mundo que incluye mi visión personal. Porque incluye todas las visiones.

Algo así yo no había sentido con nada de lo que había leído antes. ¿Por qué? Esto es lo que sigo indagando. Y con el entusiasmo que derivaba de aquella vivencia, vino la necesidad de compartir la experiencia. Así nacieron los espectáculos de narración oral del Ramayana. Porque la inmediatez del encuentro presencial es la que mejor permite transitar, de una historia a otra, la cosmogonía universal en la que se encuentra el Ramayana, siguiendo el interés de los reunidos en el momento del encuentro.

Después, el impulso de investigar más, me llevó a dirigirme hacia el Mahabharata, la historia más larga de la India, y del mundo. No hay diferencia entre Mahabharata y cosmogonía india. Las dos cosas son sinónimas porque en sus siete mil páginas el Mahabharata incluye todas las historias, o todos los arquetipos, de esta cosmogonía del ser, que nos llega transmitida de la India. Así nació este blog, que documenta esta investigación. Pero aprenderse los relatos del Mahabharata y memorizarlos no es el objetivo de esta investigación. Esta es solo la herramienta. El objetivo de la investigación es la vivencia que tengo al estudiarlas. ¿Cuál es el misterio que relaciona todas estas historias con mi vida, y me hace sentir de esta manera?

El Mahabharata, más que contar la historia de alguien, cuenta la historia de un evento: el nacimiento de esta realidad en la que vivimos. En este nacimiento participaron cinco hermanos de origen divino, y a la vez noble, que se casan con una misma mujer, quien es hija del fuego, y laencarnación del brillo del universo, o Shri, la gran diosa.

El mayor de estos hermanos es el legitimo emperador del mundo, pero es exiliado a vivir en la intemperie a causa de un ardid de sus enemigos. Allí, en añadido, Draupadi (la esposa de los cinco) es secuestrada.

Los hermanos la rescatan en un abrir y cerrar de ojos, pero el mayor, Yudisthira, se lamenta ante su maestro espiritual:

<<-¡Oh ilustre sabio! Me parece que el tiempo y el destino creado por los dioses es inevitable para todos los seres y no puede ser transgredido. Nuestra esposa es entendida en Dharma (lo que hay que hacer) y se comporta perfectamente de acuerdo a ello. ¿Cómo puede haber sufrido de esta manera? ¿Cómo puede haber sido humillada de esta manera? Ella no ha hecho nunca nada malo; no ha cometido ningún acto que pueda ser censurado. (…) Es cierto que la rescatamos tras vencer a sus secuestradores, pero el mero acto ya nos ha mancillado. (…) ¿Existe alguien que sea más desafortunado que nosotros?>>

Y la respuesta de Markandeya, el sabio que escucha este lamento, es contar el Ramayana. La historia del rapto de Sita, quien fue también una encarnación de Shri, el brillo de la gran diosa cósmica, y el viaje del príncipe Rama para rescatarla.

Sin escatimar en detalles, el texto del Mahabharata inserta aquí todo el Ramayana, contado por el sabio Markandeya. Una historia de lo correcto y lo que no. De seres demoníacos que actúan de manera monstruosa y de un príncipe que cuando rescata a su amada le dice:

<< -Ves, eres libre. No te he rescatado para tomarte conmigo sino para castigar la injusticia>>.

Una historia cuya esencia inspira el intelecto pero escapa a la comprensión. Una historia que habla de un evento: el nacimiento de la realidad de los personajes del Mahabharata, que fueron quienes propiciaron el nacimiento de la realidad que vivimos nosotros.

Y el evento original, que propició el nacimiento de todas las realidades, fue el nacimiento de Shri a partir de Parajapti. O el nacimiento de la luz, a partir de la expansión cósmica. Y cuando nació, los dioses robaron a Shri, al fulgor universal, todas sus cualidades. El empuje, el habla, las formas, el ganado, la ceremonia, la sacralidad, el poder, la ferocidad y la realeza. Todas las cualidades de la fuerza real fueron disgregadas, secuestradas en direcciones contrarias. Solo Vishnu, “aquello que reside en todo”, las reunió de nuevo. Rama, el príncipe que rescata a Sita, es la encarnación de Vishnu, de lo que reside en todo, recuperando el brillo del mundo: Shri. Las ceremonias religiosas, cuando se hacen bien, reúnen a todos los dioses para recuperar aquí y ahora las cualidades disgregadas de Shri. La esposa secuestrada de los protagonistas del Mahabharata es Shri, separada. Cada mujer secuestrada es un atentado al universo. Cada pensamiento de avaricia, cada sensación de celos, cada impulso de codicia sexual es un eco del evento que da nacimiento a esta realidad. La nuestra. Y en el centro de la realidad está el encuentro. El camino de retorno.

Me parece, escribiendo estas líneas, que el misterio de estas historias, o de la explicación que ofrecen de la realidad, es que nos cuentan relatos de enfrentamientos épicos entre el bien y el mal, entre dioses y demonios, sin tomar partido. Son historias que trazan los senderos invisibles de la vida, despliegan mapas de los paraísos e infiernos posibles… y a partir de ahí lo que pasa es lo que no termino de comprender.

Si quieres conocer, o volver a oír, el argumento del Ramayana recomiendo escuchar mi intervención en el podcast que enlazo ->aquí<-. Ritxi Ostáriz, del programa El libro rojo, preparó una entrevista muy bien estructurada que nos permitió pasar por todo el Ramayana de manera muy amena.

Palabras que hacen bien al corazón

En un reino cercano, en el espacio, pero lejano, en el tiempo, había un hombre instruido en las enseñanzas que muestran el camino hacia la sabiduría. Él era lo que en aquellos tiempos se llamaba un brahmán. De un brahmán como él se esperaba que mostrara el camino hacia el origen, hacia la esencia de lo que somos, a todos los que estuviéramos confundidos. En el lenguaje de aquella época, se decía que se esperaba de un brahmán como él que conectara el cielo con la tierra.

El brahmán de esta historia estaba sentado bajo un árbol una mañana, recitando las sílabas que entonan la esencia de la sabiduría, modulando la voz tal como le habían instruido sus maestros, cunado se posó en una rama una grulla y excretó.

Cuando el excremento del ave cayó sobre la cabeza del brahmán este le dirigió una mirada tan enfurecida que el pájaro cayó muerto. Tal es el poder de la mirada de un brahmán, y más aún en aquellos tiempos.

En cuanto vio el cuerpo sin vida del animal caer al suelo el brahmán se arrepintió profundamente de su arrebato. Conmovido, se levantó y deambuló pensativo hasta la ciudad más cercana, donde se dispuso a mendigar comida para observar su humildad o lo que le faltaba aprender de ella.

El brahmán llegó a una casa encuya puerta le recibió una mujer. La mujer pidió al brahmán que esperara mientras ella traía comida de la despensa, pero justo en aquel momento volvió el marido de la mujer a casa y ella trajo primero agua fresca para que el marido pudiera lavarse la cara y los pies, y fue a traer un plato con la comida que había preparado.

Cuando terminó, la mujer se giró hacia la puerta y vio al brahmán esperando de pie, allí donde lo había dejado. Enojado.

-¡Acaso no conoces el poder de un brahmán, mujer! – dijo con severidad. Pero ella contestó con naturalidad:

-Por supuesto que conozco el poder de los brahmanes, ¿acaso no fue un brahmán quien se bebió el océano? Y sé que elfuego que aguarda en el fondo del océano es fruto de la furia de un brahmán. Y también me he enterado, brahmán, de que tu furia incendió  una grulla en el bosque. Oh brahmán, sepas que la rabia es el enemigo que se esconde en el cuerpo de las personas. Los dioses reconocen como brahmán al que ha descartado la ilusión de la furia y al que dice la verdad y escucha a sus benefactores. Los dioses reconocen como puente entre el cielo y la tierra al que no responde con daño, aunque haya sido dañado. Los dioses reconocen como ejemplo para la humanidad al que no está dominado por sus sentidos, siempre está dedicado al estudio, es puro y no está controlado por el deseo y la ira. El que ve al mundo como a sí mismo es inteligente y comprende el dharma, el orden de las cosas. Los dioses reconocen como brahmán al que dona de acuerdo a sus posibilidades.

Lo que guarda el bienestar de los que viven para la humanidad es el decir siempre la verdad y no regocijarse mentalmente en la falsedad. Aunque el dharma, el orden eterno de las cosas, sea muy difícil de concebir, reside en la verdad. Tú estás dedicado al estudio y eres puro, pero en mi opinión no conoces el verdadero sentido del dharma. En el reino de Mithila vive un cazador que podría ayudarte.

Así habló la mujer. El brahmán le respondió que su respuesta había disipado su rabia y que iría a Mithila para mejorarse a sí mismo.

Cuando llegó a la capital de Mithila, el reino protegido por el justo rey Janaka, el brahmán se encontró con una ciudad decorada con torres, palacios y casas, llena de templos y cantos devocionales. Las calles eran anchas y limpias, flanqueadas con las paradas de vendedores que ofrecían frutas y verduras frescas. La gente estaba contenta y bien alimentada.

Preguntando, el brahmán llegó a la carnicería en la que el cazador vendía cortes de ciervo y búfalo.

-Lo sé todo sobre la mujer devota diciéndote que vengas aquí, y sé por qué has venido.

Con estas palabras se dirigió el cazador al brahmán cuando lo vio.

-Este no es un lugar para ti. Vayamos a mi casa si lo deseas – continuó el cazador. En su hogar ofreció agua al brahmán, para refrescarse y lavarse los pies.

Cuando se sentó y se relajó el brahmán dijo al cazador:

-Esta labor que haces no es apropiada. Siento mucho que tengas que llevarla a cabo.

El cazador contestó:

-Esta es la profesión de mi familia y me ha venido heredada de mi padre y de mi abuelo. Yo cuido a mis mayores. Digo la verdad. No envidio. Hago donaciones de acuerdo a mis posibilidades. Vivo de lo que sobra tras ofrecer a los dioses, los invitados y los sirvientes. No hablo mal de nada.

En este mundo los medios de subsistencia son la agricultura, la ganadería y el comercio. Una persona que nace con mala conducta puede convertirse en una persona de buena conducta. Tanto si la gente me congratula como si me critica yo siempre les respondo con las mejores acciones que pueda hacer.

Ofrecer comida en correspondencia a las posibilidades de uno, la paciencia, fidelidad eterna al dharma, el respeto a quienes lo merecen, la compasión con todos los seres y el desapego son las cualidades que distinguen a un ser humano en la tierra. Uno debería abandonar la falsedad y hacer buenas acciones, también cuando estas no son solicitadas. Uno no debería abandonar nunca el dharma por estar desbordado por las dificultades. El mal no debe contrarrestarse con el mal. El malvado que desea cometer una mala acción se está matando a sí mismo. El que se atormente a causa de sus malas acciones se libera de estos pecados; si se asegura de que no los cometerá de nuevo se libera del segundo pecado. Oh gran brahmán, uno también puede liberarse del pecado mediante las acciones justas. El que ha cometido un pecado por ignorancia puede revertirlo por adherencia al dharma. Tras cometer un pecado uno debería pensar que no es él quien lo ha cometido. Debería ser fiel a lo que es apropiado. Debería adherirse a lo justo sin odiar. Así es como los justos remiendan los agujeros en sus vestimentas. Tras pecar, una persona todavía puede alcanzar el bien; puede liberarse de todos los pecados como la luna de las nubes. Como el sol amanece y dispersa la oscuridad establecerse en lo bueno asegura la liberación de todo pecado.

Y entonces el brahmán preguntó:

-¿Y cómo reconoceré la conducta adecuada?

-Práctica espiritual, generosidad, ser comedido en los gestos, renuncia, estudio y sinceridad – estos son los elementos sagrados que caracterizan la buena conducta. Estar libre del control del deseo y la rabia, descartar la arrogancia, la avaricia y el engaño son los rasgos de los justos; aquellos que se contentan con el dharma. El respeto y servicio a los mayores, sinceridad, carencia de rabia, y generosidad, estos cuatro siempre están presentes en los justos.

Los textos sagrados están aposentados en la verdad. La verdad se aposenta en el autocontrol. El autocontrol se establece en el desapego. Esto constituye la conducta adecuada. Las personas con la inteligencia confundida odian al dharma; siguen un sendero que no debería transitarse y desciende a la miseria.

Usando el bote de la firmeza uno puede cruzar el río que tiene a los cinco sentidos como agua y está plagado de los cocodrilos del deseo y la avaricia. Así se supera el nacimiento.

Se ha dicho que el dharma es lo que se ha hecho con justicia. Los que no tienden a enfadarse, los que no odian, los que no se vanaglorian, los que no son egocéntricos y los que son simples y serenos se caracterizan por la buena conducta. Esta buena conducta es extraordinaria, anciana, eterna y fija. Esto es lo que llaman Dharma.

 

Este texto está basado en el discurso de la mujer y el cazador sabios contado por Markandeya en el fragmento del Mahabharata llamado Markandeya samasya parva (197-199).

Preparado y redactado en Luyaba, Argentina, entre el 1 y 14 de enero de 2020. La fe implica creer en la posibilidad de autosuperación del ser humano. La rabia se puede soltar; la violencia se puede controlar; esto nos hace humanos y en la fe en esta capacidad nuestra como especie se aposenta la vida y el futuro de la humanidad.

El mundo como oblación

Cuando digo fuego pienso en llamas, en calor y luz. Pienso en la parte visible del fenómeno fuego; pienso en el calor, o el sonido del crepitar de los materiales que se consumen en una hoguera. Pienso en lo perceptible del fuego.
La llama de una vela es un flujo continuo de moléculas pasando por una transformación química, igual que la mente es el resultado de un flujo de pensamientos pasando por una transformación.
¿Qué es entonces, en esencia, el fuego?¿Dónde empieza?¿Cómo se llega, desde la expansión de la materia universal por el frío y omniabsorbente espacio hasta la formación del sol, una pelota monstruosa de materia en llamas?¿Y desde el sol a los planetas que lo circunvalan?¿Y del magma del centro de la tierra a la vida?¿Y de la vida a las historias que nos contamos?
El fuego no lo es todo, pero parece que tampoco falta en ninguna parte.
El fuego tiene coordenadas. Aire y material para consumir. El material para consumir es el mundo. ¿Y qué es el mundo?
Los pensamientos, las fantasías, las emociones, las sensaciones, todos los objetos, los fenómenos meteorológicos, los agujeros negros y mucho, mucho más. Todo forma parte del mundo. El mundo es un flujo, un río terrible que tiene corrientes que fluyen en todas las direcciones. Así lo describe un discurso del Mahabharata (Moksha Dharma Parva 239-245)
Los cinco sentidos son cocodrilos que viven en el río y la mente, -continúa el discurso del Mahabharata- y la resolución, son sus diques cubiertos con la maleza de la avaricia y la confusión. El deseo y la rabia son otros reptiles.
Mientras la verdad constituye los vados sagrados para cruzar el río (tirthas), la falsedad forma sus olas. La furia es el barro de ese gran río supremo; se apila desde lo inasible y desliza velozmente por sus aguas. Este río fluye hacia el océano de la vida y su útero son los mundos ocultos; fluye desde el nacimiento de uno y en este mundo perceptible sus torbellinos son imposibles de cruzar.
El universo no es femenino, masculino ni neutro; no experimenta ni pena ni dicha. Es el pasado, presente y futuro. Quien entiende esto es como una vaca que retorna a su corral y no ha de volver a nacer.
Espacio, viento, luz, agua y la tierra, como quinto; la existencia, la no-existencia y el tiempo, se encuentran en todos los seres a través de estos cinco elementos.
Los intervalos son el espacio y el sentido del oído es formado por ellos.
El movimiento de entrada y salida de la energía es constituido por el viento; el sentido de tacto es su esencia.
El calor y el brillo en la mirada son la luz, sus cualidades son el calor en el cuerpo.
Los desechos líquidos, flujos y grasa, pertenecen al agua. El sentido del sabor y la lengua representan las cualidades del agua.
Huesos, dientes, uñas, vello corporal, pelo, venas, arterias, piel y todos los objetos sólidos son la esencia de la tierra. La nariz representa el sentido del olfato. El sentido asociado con el aroma representa las cualidades de la tierra.
Cada elemento acumula las cualidades del anterior, en este orden, y los sabios saben que todo fluye en el agregado de los cinco elementos.
El mundo es eterno pero a causa de sus cualidades no es eterno en los seres vivos. La energía del mundo se encuentra en el corazón de todos y, aunque no se pueda ver en sus cuerpos, es firme como el relámpago.
Todas las caras y matices que menciona el Mahabharata, todas las facetas del mundo, se mezclan en los remolinos del ensordecedor torrente de la existencia y fluyen sin límite, volcados como oblación, sobre la llama de la vida.

Todos los escritos de este blog representan el diario de un viaje de exploración del contenido del Mahabharata. La parte más importante de este proyecto es la narración oral del contenido del Mahabharata, que puedes ver acudiendo a los estrenos de los doce espectáculos del proyecto, cada 12 de Diciembre, o a alguna de las actividades asociadas, que puedes ver anunciadas en el apartado Próximos eventos, en la parte superior de la página.

Pintura de Mamani Mamani

 

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