En aquél campo de batalla, donde se desplegó [una vez más] nuestro destino, el emperador Duryodhana dijo a su maestro de armas:
Mira el bando enemigo, ordenado perfectamente por tu inteligente discípulo.
Así lo cuenta la Bhagavad Gita, este capítulo tan conocido del Mahābhārata, que transmite un diálogo metafísico y existencial que tuvo lugar en un campo de batalla.
Y la palabra sobre la que vale la pena detenerse esta vez es dhīmatā, que se traduce como inteligente (Fernando Tola) o experto (Gita tal como es), porque dice mucho más de lo que parece:
–Observa, dice una voz desde las profundidades. Aunque estés cansado; aunque tengas miedo; aún en el vértigo, y en el éxtasis. Siempre la misma voz, que no se escucha con los oídos ni con la mente. Que sale de los abismos del corazón, y repite siempre lo mismo: -Observa. Date cuenta. Despierta. Algo está pasando.
Porque dhímatá en sánscrito es un compuesto de la raíz dhí, con el sufijo –mat de posesión: dhimat es el que posee dhí (dhímatá es la declinación instrumental del compuesto, de ahí que se traduzca también como “con inteligencia”, o “con sabiduría”).
Poseer dhí es poseer algo tan valioso que el sanscritista Jan Gonda le dedicó una obra completa a esta raíz (The visión of the vedic poets). Porqué dhí designa una creatividad que tenemos dentro, y se usa en tantos contextos diferentes que se ha llegado a traducir como visión interior de Dios, luz, posesión o identificación. De hecho la palabra para meditación (dhyana) deriva de la raíz dhí. El capítulo 6 de la Bhagava Gita se llama tradicionalmente «dhyána yoga» («yoga de la meditación») y en él se describe la técnica de la meditación sentada, pero es llamativo que la palabra dhyana no se usa en todo el capítulo. Probablemente porque no se puede describir dhí con palabras. Solo se pueden describir los elementos necesarios para llegar a ello. Es decir, la postura corporal y la actitud hacia los pensamientos, pero no la experiencia en sí.
Se puede describir la postura corporal y el tipo de concentración necesaria para alcanzar dhí -para que se produzca dhí– , pero dhí no se puede describir, porque precisamente dhí es la misma luz, o la creatividad, que describe el mundo (Ver también The Artful Universe: An Introduction to the Vedic Religious Imagination, de William K.Mahony). Querer describir dhí sería como si un espejo quisiera reflejar otro espejo.
En la traducción hebrea de la Bhagavad Gita que estoy usando (1956) el traductor Emanuel Olsenberg traduce dhīmatā (धीमता) por rico en da’at (אשיר דעת). Interesantísima traducción, porque la palabra da’at es uno de los sinónimos que tiene el hebreo para decir sabiduría, o inteligencia, junto a hochmá o binah, que son sinónimos de esto que es tan difícil de definir satisfactoriamente, pero que es en lo que se basa nuestra capacidad de comprender el mundo.
La elección es interesante desde un punto de vista narrativo, porque da’at es también el nombre del árbol del paraíso bíblico. Junto al árbol de la vida, estaba el árbol de da’at, que se tradujo al griego en el tercer siglo antes de la era común por to xylon tou eidenai gnoston (ξύλον τοῦ εἰδέναι γνωστὸ) la “madera de la visión de la comprensión”, porque eidenai está etimológicamente relacionada con la raíz sánscrita vid, visión, y gnoston sería «conocer», otra manera de traducir da’at. La versión griega traduce de dos maneras distintas la misma (da’at) para cubrir una ambigüedad gramatical que contiene el hebreo original de la biblia, que siete siglos después se solventaría en la traducción al latín de la Biblia Vulgata por lignum scientiae, “el tronco del conocimiento”, conocido también como el árbol del conocimiento…
Da’at es una tipo de conocimiento del ser, o de lo que hay; como una fruta sagrada que otorga una visión discernidora que impele la humanidad a buscar su camino de vuelta al origen. Dhí es eso que da color, luz y creatividad a todo, pero no se puede describir en sí. Como la consciencia. Porque la consciencia de la vista es la luz y los colores; la consciencia del oído son los sonidos; la del olfato los olores, la del gusto los sabores, la del tacto las sensaciones y la consciencia de la mente son los recuerdos y las ideas. Las palabras, como dhimati, dhí, da’at o ciencia, aúnan la consciencia del oído con la de la mente. Las palabras son sonido y memoria. Sonido y pensamiento. Y el pensamiento es como un reflejo interno de nuestras percepciones; un reflejo que baila como una llama en nuestro interior.
Habiendo hecho del mortal su hogar los dioses accedieron al ser humano, cada uno según el lugar que le tocaba.
Los dioses entran en este mundo desde la naturaleza escondida del humano[1].
Reflejo es también una palabra; una palabra que evoca el recuerdo de algo que hemos visto en otra parte: en un charco o un lago, en un espejo o sobre una superficie pulida y brillante.
Un reflejo es algo que hemos aprendido a reconocer, igual que hemos aprendido a distinguir la llama de la luz.
Cualquier palabra que usemos para describir el pensamiento corresponderá a algo ya aprendido con el mismo pensamiento.
Las palabras fusionan la tradición con la eternidad. Hemos aprendido a usar las palabras de nuestros mayores, y ellos aprendieron de sus mayores, quienes aprendieron de los suyos, y así sucesivamente hasta perderse en el horizonte del recuerdo mítico, de una humanidad homínida reunida alrededor del fuego. El fuego externo, de una hoguera prehistórica, que resuena con el fuego interior del presente: de esta danza de impresiones que vibra en la eternidad.
Las palabras son el recuerdo del presente, y una reunión de todos nuestros ancestros.
Así transitan los fenómenos mezclados de consciencia. Como luces que surcan las ventanas de un tren nocturno y caballos pastando entre rocas y pinos. Frío en invierno y calor en verano. En un campo de batalla o en la cima de la montaña, hospital o patio de juegos, la consciencia aviva todo lo que existe sin discriminación. La vida es el fuego de la consciencia, y sus llamas son las impresiones, los pensamientos, que se elevan al cielo, desaparecen y vuelven a nacer.
[1] Ver Atharvaveda 11.8.18 y Rig Veda 3.38.3, Citado por Mahony, en The Artful Universe, pg.153
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Maravilla asombro!!
Fantástico!! 🙂