La palabra escrita tiene la voz del silencio. El silencio absorbe, recibe, modifica y diluye los pensamientos en su interior; es un canto sutil que se escucha con todos los sentidos a la vez.
La palabra escrita se apoya en la existencia de la comunidad, porque depende de la transmisión del idioma, de mayores a niños, generación tras generación. Pero la palabra escrita ha sido primero voz. Voz humana, que expresa las estrellas, el viento y las fragancias del mar y del humo de la hoguera.
La cosmogonía sánscrita se sostiene en la presencia de individuos llamados rishi. Hombres y mujeres misteriosos, mezclados entre la sociedad con vestimentas de sacerdotes, campesinos, nómadas o artesanos. Elles compusieron los cantos que originaron la cultura humana y parieron el lenguaje.
Los gramáticos no concuerdan sobre la etimología del término rishi. Se sospecha una relación con la raíz drish (दृश्)-ver-,
o la palabra ric (ऋच्) -himno,
y también rish (ऋश्) -fluir, mover.
Por esto en la traducción hebrea de la Bhagavad Gita de Itamar Theodor una palabra hebrea propuesta para rishi es hozé (חוזה), que se puede traducir por visionario, porque la raíz h-z-h tiene que ver con “ver”, ser testimonio, y también predecir, y ver más allá de lo obvio. Pero hozé también tendría que ver (no seguro, pero posiblemente) con la palabra hazán (חזן) , que es el nombre que recibe en las ceremonias hebreas el/la encargado de recitar o cantar los textos sagrados. La palabra hazán es emparentable, probablemente, dicen, con el arameo hazanu: sacerdote. ¿Sacerdote cantor? Ya no lo sabemos, porque no quedan recuerdos suficientes de los antiguos rituales arameos.
Lo que sabemos de las palabras es que alguien nos las tiene que enseñar. Es decir, que para aprender un lenguaje hacen falta palabras: Palabras que se repiten una y otra vez en un mismo contexto.
¿Quié fue el primero?
¿Lo hubo?
¿Alguien inventó una primera palabra de la cual derivaron las demás?
De este hipotético evento -ese “big bang” de las palabras- no tenemos ningún registro, solo lo podemos imaginar. La manera cómo nos lo imaginemos se convertirá en nuestro mito fundacional del lenguaje, porque definirá cómo vivimos nuestra vida hoy.
Si imaginamos que la primer palabra fue “peligro” creeremos en un mundo hostil en el que el ser humano lucha contra todo para sobrevivir: Hace ¿millones? de años, en una manda de homínidos gruñones alguien rugió “ápada”, peligro, o daño (en sánscrito) y toda la manada repitió ¡ápada, ápada! Y a partir de ahí se sumaron lentamente otros sonidos, que definían de qué tipo de peligro se trataba. Peligro de tormenta, ápada de fuego, de depredador, etc. Después, en los momentos de más tranquilidad, tal vez, se inventaron la poesía y las canciones.
Pero podemos también imaginar que la primera palabra fue min, o sexo, en hebreo, y de ahí derivaron las palabras que especificaban dónde, cuándo y cómo se produciría el acto sexual. En este caso la vida es una pulsión inconsciente de voluntad de reproducción y la poesía, y las canciones, son seducción sublimada.
El mido fundacional de la cosmogonía sánscrita, y también de la hebrea, es que el lenguaje original (que es el sánscrito, o el hebreo, respectivamente) reproduce el canto de la sabiduría universal. O el canto de la creación:
La creación es un canto y los rishi, esos seres que se esconden entre nosotros y han renunciado al rechazo, al miedo y al odio, entonan el canto de la creación que ellos escuchan a las estrellas cantar. Este canto se transmite con sonidos, que interpretamos y diferenciamos hasta convertirlos en palabras, con las que escribimos manuales tecnológicos o cotilleos, pero también poesía que nos puede recordar nuestro origen real. De manera que, visto así, la vida es un canto divino de creación y la poesía, y la música, son un retorno a nuestra naturaleza esencial. Al ser humano.
Desenredando los remolinos de esta cascada brillante de sabiduría que baja sobre las montañas nevadas, el aliento revela las sílabas mediante sonidos distintos y funde cada una con la siguiente. Se inflaman las aguas en las que brillan las estrellas y desborda el canto de los dioses, que sabe a inmortalidad.
El canto de la vía láctea se convierte en cuatro puntos cardinales; en transiciones de luz a oscuridad y de la oscuridad a la luz; en noche y en día; en siete colores del arco iris; en siete notas; en lluvias, estaciones, truenos y recitaciones.
Todo esto es el silencio al que volvemos cuando nos quedamos solos.
(Párrafo final basado en Vākyapadiya 1.115 y Rig Veda 4.58)