La batalla comenzó. Empezó la gran guerra en la que estallaron todas las convenciones y se hizo añicos aquel mundo anterior, que recordamos sin recordar.
Con la salida del sol comenzó el gran encuentro. Carros se enfrentaron a carros y elefantes se enfrentaron a elefantes. Quienes cabalgaban caballos avanzaban contra quienes iban a caballo, pero quienes iban en carro también atacaban jinetes. En aquella movida batalla, los carros no atacaron a otros carros solamente, sino también a elefantes. Conductores de elefantes lucharon contra conductores de carros y conductores de carros lucharon contra jinetes a caballo. Carros lucharon contra infantería e infantería contra caballeros.
Todos estaban furiosos. Como las aguas del Ganges son dulces, pero se vuelven saladas al fundirse con las del océano, así los guerreros más entrenados y seguros de sí mismos se frustraban al encontrarse con la ferocidad de la batalla. Torsos sin cabeza se erguían en todas las direcciones, perteneciendo a ambos bandos. Era como un océano de sangre, con los carros como remolinos, los elefantes como islas y los caballos como olas. Los carros eran botes que aquellos tigres entre hombres usaban para cruzar el océano de soldados. Los mejores hombres quedaban sin armas, sin armaduras y sin cuerpos. Se veían caer a centenares y millares.
Elefantes enloquecidos eran degollados, sus cuerpos salpicados de sangre. No había nadie allí que no quisiera luchar. El tañido de tantas cuerdas de arcos siendo usadas a la vez parecía el murmullo del océano. La sangre fluía como el agua, y los soldados de ambos bandos, asustados, parecían perdidos en aguas de profundidad insondable, y se aferraban a generales como Bhishma, quien podía elegir el día de su muerte.
Así se describe aquella gran batalla en las historias antiguas. Los símiles con el agua, vienen del original. He hecho una selección de asociaciones de aquella batalla con el agua, tal como aparecen en el Mahābhārata (en el capítulo de Bhishma, Bhishma Vada Parva). Porque nuestra sangre no deja de ser agua, y el agua baña todo este planeta que somos juntos. El agua de la lluvia, la que flota en las nubes y el agua escondida en el fondo del mar o en el interior de las montañas y nuestro corazón, es la misma. Es la misma agua que fluye en nosotros desde hace millones de años. La misma que corría por las venas de aquellos que vivenciaron el fin de la era anterior.
Quizá lo que importa, cuando escuchamos estos recuerdos del mundo anterior, sea aprender a escuchar con la sangre, o con el agua que somos, para recordar nuestra relación con el océano que nos vio nacer, y el sol que siempre nos ha guiado.