Sobre la fe, primer acercamiento

Una experiencia es algo que no se puede compartir. Aunque pueda enumerar los eventos que me llevaron a vivir una experiencia, o pueda describir las sensaciones que tuve, o, incluso, reproducir las condiciones que me llevaron a esa experiencia, la experiencia en sí seguirá siendo personal, interior, intransferible e incomunicable. La experiencia está enraizada en el misterio de la subjetividad. Las condiciones externas son objetivas, pero la vivencia interior que producirán estas condiciones será subjetiva.

En las últimas entradas de este blog he venido compartiendo las respuestas que varias personas han dado a la pregunta de qué es la repetición, y qué es una experiencia. Mi interés en esta cuestión nació de la lectura diaria de la parte central del Mahābhārata, en la que se repiten, durante cientos de páginas, descripciones casi idénticas de los detalles de la batalla de Kurukshetra. Es fascinante la extensión de este fragmento; y hasta donde yo sé es un caso único en la historia. Si alguien recitara el texto de la batalla del Mahābhārata podríamos estar horas escuchando, en repetición, gestos bélicos parecidos. Quizá 18 horas, como los 18 días que duró la batalla. Y es por lo exageradamente grande que es la extensión de este fragmento, y lo exageradamente repetitivo que es, que siento que hay detrás una intencionalidad. Como si la repetición nos llevara a una experiencia personal e intransferible, que nos puede llevar a cuestionarnos el sentido de la repetición.

Repetir algo es poner atención. Porque, dependiendo de como se vea, todo lo que existe es repetición. Si lo pensamos, tanto los procesos cósmicos como los gestos, los patrones de conducta, los ciclos biológicos, botánicos y meteorológicos son todos repetición continua. Cada gesto que hagamos será la repetición de algo que ya hemos hecho anteriormente. La diferencia, es que cuando queremos repetir algo voluntariamente hacemos un esfuerzo de atención. La diferencia no está en repetir o no, sino en repetir con o sin consciencia. Como contó Pelva Naik hace unos meses: “La repetición es continuación (…), solo por repetición algo puede evolucionar. La evolución pasa en la repetición; es inherente a ella“. Y la experiencia, pienso, sería la vivencia interna de la evolución.

Eso que llamamos “yo” es una repetición de procesos biológicos y mentales con los que la consciencia se identifica. Por ejemplo, cuando dormimos no siempre somos conscientes de ser “nosotros”, y sin embargo hay un cuerpo que sigue repitiendo funciones, en el cual despierta por la mañana la consciencia de ser “yo que despierto”. Hay cosas que hacemos, pero nos decimos “no parecía yo” y en cambio otras con las que nos gusta identificarnos y decimos: “yo soy así”. Este tipo de consciencia subjetiva (“yo soy”) florece en medio de la repetición y está relacionada con la experiencia, porque la experiencia es subjetiva.

Esta es mi respuesta a la pregunta ¿qué es la repetición, y qué es la experiencia? Me queda en el archivo una última respuesta, que me dieron dos personas muy sabias; espero poderla compartir pronto, pero quiero dar hoy la mía, para cerrar la historia del rey Harischandra, que se ha venido contando en las últimas entradas. Al final de este escrito volveré a hablar de la batalla del Mahābhārata:

El rey Harischandra estaba sufriendo penurias a causa del mago llamado Vishvamitra, quien estaba poniendo a prueba su voluntad. Después de haber perdido su reino, la esposa de Harischandra y su hijo habían pasado a vivir como sirvientes de Vishvamitra, y él, el propio rey, estaba sirviendo al dios del Dharma (sin saberlo) como carroñero, recogiendo restos de cadáveres en el crematorio.

Para colmo, el hijo del rey y la reina murió, mordido por una serpiente enviada por Vishvamitra. Harishchandra se encontró a su esposa llorando el cuerpo del hijo de los dos, en el campo de cremación, pero habían cambiado tanto, estaban tan demacrados, que no se reconocieron. Y cuando al fin lo hicieron el dolor fue insoportable.

Pero entonces llegó la redención: El rey y la reina se acogieron a la gran diosa, pidieron refugio en su mirada afilada y las millones de formas que hablan en su honor, porque no hay una separación entre la estatua, el nombre, la realidad y la Diosa. Una alga bajo las aguas, un rayo de sol, semillas secas guardadas para la próxima siembre, un corazón que late o una corona, son la Diosa. Y los cielos se abrieron, y bajaron todos los deva (los rayos de la fuente de la abundancia) quienes felicitaron al rey y la reina por haber pasado las pruebas sin perder la integridad. Por ello los invitaban al cielo. Pero entonces los monarcas argumentaron que el pueblo tenía que compartir un porcentaje de los méritos de sus reyes, y por ello todos los súbitos de Harishchandra y su esposa Shaivya pasaron diez años viviendo en los palacios celestiales.

Y la verdad es que tenía un par de páginas más escritas. Las entradas de este blog las escribo en una libreta, sobre todo en viajes de tren y en cafeterías, haciendo tiempo entre una cita y otra. Antes de publicarlas las paso a ordenador. Ahora, después de haber pensado durante quince días en esta entrada, y haber reescrito varias veces un texto sobre el final de esta historia, me doy cuenta de que en realidad, es el momento de callar. Si sigues este blog y has llegado hoy conmigo al final de esta historia del rey Harishchandra y su esposa Shaivya, quedémonos juntos con la invocación a la Diosa. Que cada un@ sienta en su corazón la redención de Harischandra y Shaivya, y en la próxima entrada podemos continuar este tema, compartiendo otra historia del maravilloso baúl de sorpresas que es el Mahābhārata.

Diferencia entre signo y símbolo

El propósito de este blog es el de documentar el proceso de preparación de un espectáculo de narración del Mahābhārata en 12 años. El método de esta preparación consiste en estudiar el Mahābhārata en conjunto, mediante la lectura de artículos de síntesis y análisis del Mahābhārata, así como comentarios exegéticos; el encuentro con expertos en el Mahābhārata, más un trabajo de observación personal sobre el efecto que tiene en mí la inmersión en el Mahābhārata, y la búsqueda de un lenguaje artístico que pueda expresar de manera idónea este proceso, con la guía de expertos en el campo.

En añadido a esto, o en paralelo, voy haciendo una lectura lenta de las más de siete mil página del Mahābhārata, repartida a lo largo de los 12 años, de manera que cada año corresponde aproximadamente a un fragmento de la obra. Y este año, el séptimo, corresponde a la guerra. Las páginas que me tocaría relatar este año contienen largas descripciones de escenas bélicas como las que compartí hace unas semanas.

Se hace difícil poder encarar este tipo de contenido sin caer en la repetitividad, o peor, en una interpretación intelectual frívola de la guerra. Prefiero esperar antes de pronunciarme sobre esto, y mientras tanto aprovecho para aclarar algunas de las cuestiones que se han venido repitiendo más en los encuentros presenciales de narración.

En esta ocasión quería comentar algo que escucho preguntar a menudo, que es “¿qué significa un símbolo?”. Por ejemplo, “qué significa el fuego en esta historia”, o qué significa “el dios sol”.

Es importante hablar, una vez más, sobre la diferencia entre símbolo y signo. Porque si bien es cierto que en el lenguaje popular intercambiamos signo y símbolo como si fueran sinónimos, hasta el punto que la real academia de la lengua española los acepta como tal, no lo son. Si nos detenemos a reflexionar sobre ello, un símbolo no es la representación abstracta de un conjunto de elementos. Esto sería un signo.

La señal que nos indica detener el coche, el dibujo que indica que aquí nuestra mascota no puede hacer sus necesidades o una bandera, que representa la nación que la ha adoptado, son signos. Un signo es un acuerdo social, que adopta una señal como la manera de representar una ley, una acción, una costumbre o cualquier cosa que se pueda explicar con una frase o un párrafo. La diferencia con el símbolo es que el símbolo existe por sí mismo y no remite a nada, más que a sí mismo.

El sol, es un símbolo. Un dibujo de un sol remite a cosas distintas, dependiendo del contexto, pero el sol es el sol. El sol es un símbolo, que nos recuerda que la realidad excede nuestra comprensión.

El símbolo inspira, por lo que el sol nos puede recordar la vida, el sistema solar, el fuego, el día, la luz… pero el sol no representa estas cosas. El sol no significa otra cosa; el sol es el sol, aunque nos inspire tantas asociaciones. Si lo sentimos tan cargado de significado, tan entrelazado con el resto de la realidad, es porque el sol es un símbolo, pero en sí no significa más que a sí mismo. El sol es el sol; con todo su esplendor.

Y el sol contiene más símbolos, como la esfera, o el disco, dependiendo de cómo se mire. Y cada uno de estos símbolos resuena con otros, aunque no signifique nada fuera de sí mismo. Una esfera, es también la tierra, el óvulo o el ojo. Y un ojo contiene también el iris, que parece un disco, como el sol; pero no podemos decir que el sol signifique el iris, o el ojo, óvulo ni la tierra. Estos símbolos resuenan entre sí, pero no se significan unos a otros.

La diferencia puede parecer sutil, pero es relevante. Porque cuando le buscamos un significado a un símbolo cuartamos su potencial. Si decidimos, por ejemplo, que la guerra en una historia representa el conflicto interno de la mente, o la avaricia humana, o la barbarie, o el heroísmo, estamos limitando el alcance de esta historia al alcance de nuestra interpretación. Una historia profunda como el universo podría convertirse así en un tratado de psicología, en un panfleto nacionalista o en una prédica sectaria. Mientras que la guerra, como símbolo, remite a sí misma. La guerra es la guerra, y todo lo que este símbolo pueda evocar en nosotros, todo lo que nos pueda inspirar, es aquello que más tiempo lleva procesar.

Un símbolo nos inspira y nos lleva a posicionarnos; nos dirige y nos invita a transformarnos, una vez más, y dejar atrás lo que nunca volveremos a ser.

El agua es la de siempre

La batalla comenzó. Empezó la gran guerra en la que estallaron todas las convenciones y se hizo añicos aquel mundo anterior, que recordamos sin recordar.

Con la salida del sol comenzó el gran encuentro. Carros se enfrentaron a carros y elefantes se enfrentaron a elefantes. Quienes cabalgaban caballos avanzaban contra quienes iban a caballo, pero quienes iban en carro también atacaban jinetes. En aquella movida batalla, los carros no atacaron a otros carros solamente, sino también a elefantes. Conductores de elefantes lucharon contra conductores de carros y conductores de carros lucharon contra jinetes a caballo. Carros lucharon contra infantería e infantería contra caballeros.

Todos estaban furiosos. Como las aguas del Ganges son dulces, pero se vuelven saladas al fundirse con las del océano, así los guerreros más entrenados y seguros de sí mismos se frustraban al encontrarse con la ferocidad de la batalla. Torsos sin cabeza se erguían en todas las direcciones, perteneciendo a ambos bandos. Era como un océano de sangre, con los carros como remolinos, los elefantes como islas y los caballos como olas. Los carros eran botes que aquellos tigres entre hombres usaban para cruzar el océano de soldados. Los mejores hombres quedaban sin armas, sin armaduras y sin cuerpos. Se veían caer a centenares y millares.

Elefantes enloquecidos eran degollados, sus cuerpos salpicados de sangre. No había nadie allí que no quisiera luchar. El tañido de tantas cuerdas de arcos siendo usadas a la vez parecía el murmullo del océano. La sangre fluía como el agua, y los soldados de ambos bandos, asustados, parecían perdidos en aguas de profundidad insondable, y se aferraban a generales como Bhishma, quien podía elegir el día de su muerte.

Así se describe aquella gran batalla en las historias antiguas. Los símiles con el agua, vienen del original. He hecho una selección de asociaciones de aquella batalla con el agua, tal como aparecen en el Mahābhārata (en el capítulo de Bhishma, Bhishma Vada Parva). Porque nuestra sangre no deja de ser agua, y el agua baña todo este planeta que somos juntos. El agua de la lluvia, la que flota en las nubes y el agua escondida en el fondo del mar o en el interior de las montañas y nuestro corazón, es la misma. Es la misma agua que fluye en nosotros desde hace millones de años. La misma que corría por las venas de aquellos que vivenciaron el fin de la era anterior.

Quizá lo que importa, cuando escuchamos estos recuerdos del mundo anterior, sea aprender a escuchar con la sangre, o con el agua que somos, para recordar nuestra relación con el océano que nos vio nacer, y el sol que siempre nos ha guiado.

Krishna: más allá de la oscuridad

Vio a quienes habían sido los más valientes entre los héroes yaciendo en el campo de batalla. Habían huesos y mechones de pelos desparramados entre charcos de sangre. Miles de cuerpos en todas partes. Elefantes, caballos, carros y guerreros cubiertos de sangre. Cuerpos sin cabeza, y cabezas sin cuerpo. Chacales y cuervos desafiantes, y espíritus oscuros (rakshasa) volando sobre el lugar.

Cuando las esposas de los guerreros llegaron, bajaron de sus carros lujosos llorando, y se dispersaron por el lugar buscando a sus amados. La reina Gandhari las vio llegar, ella ya estaba caminando entre los cuerpos, y se dirigía a Krisha (quien la había traído hasta allí) igual que el alma habla con el corazón en los momentos de desesperación:

-Mira a todas estas viudas, Pundarikaksha (“ojos de loto”, uno de los nombres de Krishna), despeinadas y chillando como águilas. Son esposas y madres de los héroes que han sido muertos. Esos guerreros brillaban como el fuego y llevaban armaduras doradas, tenían gemas incrustadas que ahora están siendo desgarradas por bestias carroñeras. Ve, con tus propios ojos, este campo de batalla.

Todos estos guerreros que mi hijo comandaba son ahora como fuegos apagados. Todos ellos merecen descansar en lechos blandos y limpios, pero yacen destruidos sobre la tierra. En vida eran alabados por bardos, y ahora los rodean los horribles aullidos de los chacales. Sus brazos y piernas eran untados con sándalo y aloe, pero ahora reposan en el polvo. Cuervos están arrancando sus pendientes. Muchos eran guapos, y ahora yacen desfigurados. Algunos siguen sujetos a sus armas como si fueran mujeres asidas a su amante en la cama.

Las caras de todas estas mujeres afligidas son bellas como el loto, pero están marchitas. Unas lloran y otras se han cansado, y solo observan melancólicas el horizonte. Algunas corren de un lugar a otro. Parecen ausentes unas de las otras, como si no se conocieran. Se golpean las cabezas con sus manos delicadas. Fijando una cabeza cortada sobre un cuerpo, se dicen: -No es él, debe estar en otra parte. – Están perdiendo la cordura, juntando manos y pies que han sido arrancados por flechas.

Algunas pasan de largo un cuerpo decapitado y devorado por las bestias, sin darse cuenta que es el de su marido. Oh, Krishna, otras se golpean la cabeza y el pecho cuando reconocen a sus padres y hermanos. Pero la tierra permanece impasible bajo los barrizales de sangre y carne que la cubren.

Entonces la reina Gandhari reconoció a su hijo Duryodhana, y cayó al suelo como una enredadera cortada.

Hrishikesha (“señor de los sentidos”, otro de los nombres de Krishna) se acercó a ella, y mientras lloraba sobre su hijo Gandhari le decía:

-¿Cómo es que mi corazón no estalla en mil pedazos? ¿Hay algo más difícil para mí, ahora, que seguir viva?

Sé que mi hijo ha sido injusto y cruel. Intenté aconsejarlo, pero no me escuchó. Intenté disuadirlo de esta guerra, pero no me quiso escuchar. Ahora veo a las esposas de mis hijos, y las de sus enemigos, corriendo entre los cuerpos con los pies ensangrentados, espantando buitres, abrazadas a sus cuerpos, apartando sus melenas ensangrentadas con los dedos, como si los quisieran despertar. Todas te llaman: -Era guapo como tú, Krishna, y tenía tu misma mirada, -dicen – pero ha sido abatido.

Oh Krishna, mis hijos y los Pandava[1] siempre han sido maliciosos unos con los otros, oh Janardana, (“el que otorga los nacimientos”, otro de los nombres de Krishna) ¿por qué has ignorado la escalada de su destrucción? Eras capaz de hacerlo. Podías haberte hecho escuchar. Oh Madhusudana (“destructor del demonio Madhu”, otro de los nombres de Krishna) has ignorado intencionadamente la destrucción de nuestro clan. Recogerás los frutos de lo que has hecho. Serás difícil de asir, pero yo te maldigo: Igual que mis hijos y sus primos se han masacrado, así se va a masacrar tu gente.

Después merodearás por el bosque y enfrentarás una muerte humillante. Las mujeres de tu clan sufrirán igual que las del nuestro.

Y habiendo escuchado esto, dicen, Krishna sonrió un poco, y contestó, con su voz profunda, que según dicen sonaba como el retumbar de truenos en la lejanía:

-Oh bella Gandhari. Nadie más que yo, puede destruir a los Vrishni (el clan de Krishna). Oh mujer noble (kshatriya). Yo conozco lo que ya ha sido decidido. Acabas de actuar de acuerdo a lo que ya había sido decretado. Los Yadava (la familia de Krishna, sinónimo de Vrishni) no pueden ser muertos por ningún otro clan, ni por dioses ni demonios.  Pero encontrarán su destrucción en manos de sí mismos.

Y así, con una sonrisa, Krishna recibió la maldición sobre su clan. Porque dicen que la tierra estaba abrumada por el peso de los reyes. No podía sostenerlo más, y suplicó ayuda a los dioses. Entonces nació Dios en el mundo, con el cuerpo de Krishna, para hacer desaparecer a los guerreros de la tierra. Y así, con la maldición de Gandhari, Krishna pudo completar su labor. Porque su clan era el único que había sobrevivido a aquella guerra apocalíptica.

El hijo de la reina Gandhari fue un rey avaricioso, celoso, mentiroso y orgulloso, pero ¿quién sería el desalmado que le dijera eso a una madre cuando sufre la pérdida de su hijo? En la hora del luto no se hacen reproches, pero en medio del dolor más insoportable Krishna escucha. Camina entre la destrucción escuchando los lamentos de todos los corazones. Y hay algunos que dicen que es mentira, que no hay nada ahí, más que sangre bombeando, pero no lo saben. Nadie lo sabe.

Lo único que puedo decir, es que en esta sociedad en la que vivimos escucho mucho hablar de la necesidad de “tocar con los pies en el suelo”, de ser objetivos y calculadores, para sobrevivir. Pero no se habla lo suficiente de la necesidad de “echar un cable al cielo”, de “abrir las alas a las estrellas”, o “el corazón a Krishna”. Porque en muchas ocasiones hace falta tener “la cabeza en el cielo” para sobrevivir, emocionalmente. Tanto como tocar de pies en la tierra.

El sabio que entienda esto ya no tendrá miedo, ni si todos los mundos se destruyeran. (Anu Gita, Mahābhārata)


[1] Los enemigos de los hijos de la reina Gandhari, y también sus primos. La guerra fue esencialmente entre ellos, aunque involucrara a todos los reinos de la tierra.

Abandonarse a la vida

El Mahābhārata es un gran relato iniciático y en esta entrada voy a proponer algunas de las razones por las que así lo creo.

El Mahābhārata habla de una gran guerra, que dio fin a una era. La era anterior a la nuestra. Y este mismo es uno de los aspectos iniciáticos del Mahābhārata, que importa tener en cuenta. Porque el Mahābhārata habla de un mundo que es este, pero ya no. No de un mundo de fantasía, sino este, el mundo en el que vivimos, pero tampoco este mundo exactamente, porque el Mahābhārata pasó en otra era, en la que muchas cosas eran demasiado distintas a hoy.

Un ejemplo de esto es que al inicio de la guerra del Mahābhārata, cuando los dos bandos ya estaban situados, ocupando todas las colinas y llenando los bosques del terreno en el que se disponían a luchar, se firmaron unas condiciones para la batalla que se iniciaría en la madrugada:

“Cuando cesasen las hostilidades habría amistad entre unos y otros, como establecía el comportamiento adecuado antes. No se volvería a recurrir al engaño.

Los que combatieran con palabras serían respondidos con palabras. Un carro debería luchar contra otro carro, el que fuera en elefante contra otro elefante, el que fuera a caballo contra otro jinete a caballo y un soldado a pie contra otro soldado a pie.

Cada ataque se respondería en igualdad de fuerza, energía y edad. No debería atacarse a quien estaba desprevenido, distraído, luchando con otro o en retirada. El que estaba sin arma o armadura nunca debería ser matado.

Uno nunca debería atacar a los conductores de los carros, a los transportistas, los que traían armas o los que tocaban tambores y hacían sonar conchas marinas.” (Jambukhanda-Vinirmana Parva)

Pero lo trágico es que ninguna de estos acuerdos se mantuvo. Una a una, fueron transgredidas todas estas normas, y por ambos bandos. Fue así como terminó la era anterior y comenzó nuestra era de la confusión; la era en la que nadie sabe bien lo que tiene que hacer.

¿Qué ha cambiado? Quizá algo muy sutil, y a la vez importante. Porque, en una guerra, uno quiere ganar. Para sobrevivir.

Si no es aprovechando cada pizca de la debilidad del ejército enemigo, ¿cómo vamos a ganar? No solo aprovechar, sino causar el despiste y la confusión, en el enemigo, es requerido. Aprovechar la ventaja de la posición, la luz, las condiciones atmosféricas… acorralar a los escuadrones más débiles con armamento aventajado, cortar las líneas de avituallamiento, y el acceso a la munición, son premisas básicas y vitales en la batalla tal y como la conocemos.

¿Si no es para ganar, para qué luchaban aquellos guerreros de antaño? ¿Cómo entendían el conflicto?

¿Queda alguien entre nosotros que viva así?

Pues también es importante recordar que el Mahābhārata dice que en el seno de esta era nuestra de la confusión va a renacer otra era perfecta. Esto está destinado así. Es inevitable.

La posibilidad de vivir la vida como los héroes de antaño está abierta. A la pregunta de si queda alguien que viva así podríamos responder que cada uno de nosotros. Si así lo queremos. La posibilidad está dada. Vivir más allá de la derrota y la victoria. Más allá del miedo. Si lo hacemos, ya no importa cuán literal sea el relato del Mahābhārata. El texto se deja atrás y quedan las acciones. Es así como el Mahābhārata se revela como un texto iniciático.

No te pierdas el último bloque del taller de Narraciones meditativas de la India organizado por el colectivo CRA’P. Puedes ver toda la información en este: enlace, y un video resumen de encuentros anteriores: aquí.

Los encuentros son online, en vivo o en diferido si quieres ver la grabación después.

Krishna y los cimientos del mundo

Este blog nació en el invierno del año 2016 con el propósito de documentar la preparación de un espectáculo de narración oral del Mahābhārata, la obra iniciática más grande conocida. Una preparación que se dará por concluida en diciembre de 2028.

La vastedad del Mahābhārata, tanto en volumen de páginas como en la profundidad de su contenido, exige que la preparación esté a la altura del propósito. De ahí la decisión de marcar un tiempo mínimo de 12 años de preparación. 12 años dedicados al estudio y reflexión sobre el Mahābhārata y sus fuentes secundarias debería ser suficiente para poder narrar con un mínimo de criterio una obra así de excepcional. 12 años dan tiempo para que el narrador pueda madurar con la obra que va a narrar y pueda mostrar, si bien no todos los rincones del paisaje que despliega el Mahābhārata, por lo menos los senderos que se ha habituado a transitar, y cómo llegó a hacerlo.

Para que el contenido del blog vaya más allá de lo anecdótico, y lo excesivamente personal, se estableció, ya en el 2016, la norma de basar cada escrito en una cita del Mahābhārata. Como un viaje de exploración, en el que el contenido del Mahābhārata inspira un proceso de transformación de la mirada del narrador, provocando así el descubrimiento de nuevos detalles en el paisaje de la obra. Como la exploración de un campo desvela detalles que se van descubriendo en el camino. Como la descubierta de un paisaje que es interior y exterior a la vez.

¿Y por que la insistencia en usar símiles topográficos? Porque algo de esto hay en el Mahabharata. Esta obra relata la preparación, el desenlace y las consecuencias de un conflicto bélico. De un conflicto bélico generacional. Generacional, en el sentido de que fue el evento que generó este mundo en el que vivimos. Este mundo que nos confunde y fascina.

Y para hablar de ese conflicto el Mahābhārata insiste mucho (más de lo que uno esperaría) en la definición del espacio -el campo- en el que transcurrió esa guerra. El campo de Kuru, que es, a su vez, el campo del Dharma. Una esplanada que fue preparada para ese conflicto generacional varios milenios antes de su estallido. Un territorio que perteneció al linaje de los descendientes del rey Kuru, y un campo referencial para todo el universo. Ese campo, en el que transcurrió la guerra del Mahābhārata, es el mismo en e que sigue transcurriendo el relato de esa guerra, y su recuerdo.

Hay algo que el Mahābhārata quiere dejar claro en cuanto al espacio de la guerra que realata, pero la pregunta es qué. Los capítulos/partes anteriores a la guerra despliegan, primero, un recuento de los carros, armas, tropas, provisiones y poderes de los generales que participaron en ella (Ratha-atiratha samkhya parva). Segundo, un recuento de los parámetros de todos los mundos sutiles, imaginales, o simbólicos, que correspondem y enmarcan nuestros gestos en la tierra (Jambukhanda vinirmana parva). Tercero, una descripción de toda la tierra (Bhumi parva). Cada una de estas partes merece más atención y probablemente la reciba a lo largo de este año en este blog, pero sin perder de vista el punto de atención establecido para el 2021, que es el de comprender a Krishna. Y aquí paso a relacionar todo esto con Krishna:

Krishna es un personaje del Mahābhārata. Es un príncipe, un guerrero, un hombre y es Dios. Es decir, hay un Krishna que ya fue: el hombre. El Krishna que nació y murió, y luchó en esa guerra que hizo caer los cimientos de la sociedad. Ese Krishna ya pasó, y se habla de él en pasado. Pero hay un Krishna que sigue presente en todas partes. El Krishna que es Dios.

El Mahābhārata prepara al oyente (porque no olvidemos que es una obra pensada para ser oída, más que no leída) para la guerra describiendo/enumerando los poderes involucrados en ella. Enumerando a continuación los mundos imaginales involucrados en ella. A continuación describiendo toda la tierra, que quedará afectada por la guerra. Y la guerra se inicia con un discurso de Krishna (Bhagavatgita parva) en el que, entre otras cosas, dice que “ese cuerpo humano se conoce como campo (kshetra) y él, en cada campo, es su conocimiento (jñana)”.

Hay un universo interior sutil, que corresponde a un universo físico y terrenal, que corresponde a los poderes del ser humano, que corresponden a su cuerpo físico. Todos estos planos orbitan alrededor del recuerdo de una guerra, y en el centro de esta guerra está Krishna. Y Krishna es, entre otras cosas, la comprensión de todas estas órbitas que nos incumben.

Las armas de los Pandava, las armas de la vida

<<Le sorprendió un brillo fiero, imposible de imaginar, parecido al reflejo del sol sobre los cuerpos celestes, que nunca se debe observar directamente.

Cuando desenredó las mortajas lo asustó la agresividad de las armas como si hubiera destapado un atado lleno de serpientes vivas. El vello de su piel se erizó, y cuando tocó los arcos, gigantes como la bóveda celeste, dijo:

-Este arco vale miles de cofres llenos oro. Está labrado con mil ojos que se abren en todos los rincones.

¿A quién pertenece?

Este arco tiene acabados excelentes, es extremadamente ligero y fácil de sostener; los colmillos de elefante de los que está hecho devuelven un reflejo dorado. ¿A quién pertenece?

El espacio interior de este arco está adornado con sesenta luciérnagas en patrones dorados. ¿A quién pertenece?

El lustre de este arco increíble es cegador. Los rayos de tres soles dorados lo decoran. ¿A quién pertenece?

Este arco supremo está cubierto de oro y piedras preciosas incrustadas. Lo decoran relieves en forma de saltamontes. ¿A quién pertenece?

Estas mil flechas de hierro son transportadas por plumas y tienen las puntas cubiertas de oro y plata. La aljaba que las guarda es dorada. ¿A quién pertenecen?

Estas flechas son anchas; tienen plumas de buitre y han sido afiladas por piedra. ¿A quién pertenecen?

Estas flechas están hechas completamente de hierro y son amarillas, como el color de la cúrcuma. Tienen puntas supremas. ¿A quién pertenecen?>>

¿A quienes pertenecieron esas armas? ¿Qué tienen que ver las luciérnagas que centellean en la noche con los soles que brillan diseminados por el cosmos como miles de pupilas ardientes? ¿Y las flechas de hierro con las plumas de buitre?

<<-Este arco supremo, que lleva la empuñadura decorada con luciérnagas, pertenece a Yudisthira, el hijo del orden cósmico. El arco radiante con los soles dorados es el arma de Nakula, él y su hermano gemelo, Sahadeva, el dueño del arco decorado con áureos saltamontes, son hijos del ocaso y el amanecer, de las transiciones gemelas de esta realidad que percibimos. Hijos de los Ashvin, los dioses gemelos.

Estas miles de flechas son afiladas como en veneno de las serpientes y pertenecen a Arjuna, el hijo de Indra, el dios que gobierna los sentidos. La energía de esta flecha deslumbra en la batalla y nunca se terminan.

Estas flechas destruyen a los enemigos y pertenecen a Bhima, el hijo de Vayu, el aliento vital. Son anchas y tienen forma de luna creciente.

Estas flechas son amarillas y tienen filos dorados; pertenecen a Nakula. Han sido afiladas sobre la piedra y se guardan en una aljaba que lleva la marca de cinco tigres. Con esta aljaba Nakula conquistó el oeste.

 Estas flechas que brillan como el sol y están completamente hechas de hierro pertenecen al inteligente Sahadeva. Están decoradas y son capaces de actuar. Y estas flechas grandes son amarillas, de filo ancho y pertenecen al rey, al hijo del dharma: el ritmo cósmico del universo. Llevan mechones dorados colgando y se componen de tres partes.

Esta larga espada tiene la marca de una abeja por delante y por detrás. Es firme, y capaz de soportar grandes presiones. Ha sido usada por Arjuna en la batalla.

Esta espada que es especialmente larga tiene una funda hecha de piel de tigre y pertenece a Bhima; es divina y capaz de soportar grandes resistencias. Causa terror entre los enemigos.

Esta espada excepcionalmente larga tiene la empuñadura dorada y pertenece al inteligente Yudisthira, el rey del dharma.

Esta espada firme es capaz de aguantar grandes cargas y pertenece a Nakula; es colorida y su funda está hecha con la piel de un animal de cinco uñas.

Esta espada gigante se guarda en una funda hecha de piel de vaca y pertenece a Sahadeva. Es firme y aguanta cualquier dificultad.

Estas son las armas de los cinco hermanos de alma extensa, los hijos de los dioses; son rápidas, están decoradas con oro y resplandecen en su belleza. (Mahabharata. Go Grahana Parva, 14-16>> ¿Pero dónde están ellos?

¿Dónde están los protagonistas de la guerra con la que terminó la era anterior. La era en la que todavía se podía hablar con algunos árboles, cuando las sombras tenían cara, nombre, y cantaban sus historias?

Los colores de la piel de la vaca, el oro y los sentidos por los que se expresa la sinfonía del pulso universal (el latido que regula el zumbido de cada panal de abejas y lo acompasa con el rumor de la vida terrestre). Depredadores y ganado; plantas, insectos, astros, y la belleza que se engarza en la mirada humana.  Miles de años de esta mirada nuestra sobre la tierra. Poco tiempo, para los minerales, muchísimo, para una flor. Miles de años de poesía bajo las estrellas, entre exilios y guerras. Miles de años de cantos de los supervivientes de cada generación. Sobreviviendo a nosotros mismos, a nuestros excesos y furias; a nuestras ambiciones. A nuestra violencia.

El Mahabharata cuenta algo que sabemos todos: que venimos de la guerra. De alguna guerra. Guerra civil o guerra mundial. Guerra colonial o guerra de liberación. Todos tenemos heridas que curar. Restos de dolor que flotan entre los valles del planeta como luciérnagas en la oscuridad. Y los dioses nos llaman, para que no nos dispersemos en la noche.

Así me siento. Así consigo expresar en estos momentos el paso por este voto de narrar el Mahabharata en doce años. Veo una dirección, no me siento confundido, pero no comprendo muy bien el lugar por el que estoy pasando. Espero que como lector te haya aportado alguna inspiración interesante, y si quieres ver otra manera de narrar el Mahabharata puedes mirar en el canal de youtube que uso para subir las grabaciones de los encuentros en vivo que he venido haciendo cada martes en FB e IG. En estos vivos estoy explorando los aspectos de la narración que el formato escrito no permite.

Sobre el cuerpo

La tierra es un planeta; uno entre ocho planetas -más otros cuerpos celestes- que giran alrededor del sol. Tierra es un puñado húmedo de polvo de rocas y raíces en la mano. Tierra es una palabra, un símbolo, un concepto y una materia. Los cuerpos caminan sobre la tierra y se alimentan de frutos que se alimentan de la tierra también. La vida es tierra, contiene tierra y está en la tierra.
Los hombres son seres que viven en y de la tierra. Krishna fue un hombre, que vivió para proteger la tierra, en una época en la que los monstruos marinos no se habían extinguido de los océanos.
Krishna estuvo presente en es asamblea prehistórica que hoy solo la memoria espiritual recuerda: Cuando se reunieron los representantes de la última generación que recordaba todavía lo que los humanos han venido a hacer en la tierra para coronar al emperador del planeta.
Cuando volvió a su hogar Krishna tuvo que confrontar la desgarradora imagen de su ciudad, la capital del reino que él protegía, destruida por la guerra.
La ciudad se había preparado para la batalla, en ausencia de Krishna, con banderas y compuertas levantadas, tropas en trincheras, máquinas y minas sobre el terreno alrededor de las murallas (porque sí, estas y otras herramientas existieron en aquellos tiempos tiempos tan antiguos, y terribles, que no queremos recordar), con barricadas bloqueando las calles, torretas levantadas, jaulas para los prisioneros de guerra, lanzaderas de proyectiles inflamables, reservas de agua, tambores y trompetas para animar a los guerreros, alimento para los caballos, armas que podían incendiar cien personas a la vez, arados, máquinas que lanzaban hierro y fuego, hachas y escudos de metal.
Todas estas armas y los mejores guerreros, capaces de matar cientos y miles de oponentes en la batalla, se prepararon contra los atacantes. Se dio la orden de no beber alcohol y se expulsaron los actores y bailarines del palacio. Los puentes a la ciudad fueron derrumbados. Todas las barcas volvieron muralla adentro. Los fosos fueron fortificados con púas. El terreno de tres quilómetros de perímetro alrededor de la ciudad fue quebrado y desnivelado para dificultar el paso de los carros.
Todos estos preparativos se sumaron al hecho de que la capital del clan de Krishna ya estaba naturalmente protegida, y se colocaron avanzadillas en los senderos y cruces, con elefantes y caballos, y soldados con armas y armaduras, bien pagados pero no en exceso y cuyo valor había sido probado.
Pero el ejército enemigo, dirigido por el rey Salva, quien odiaba furiosamente a Krishna, llegó con muchos hombres y elefantes. El ejército del rey Salva, con sus caballos, carros, elefantes e infantería, estacionó alrededor de la ciudad, evitando pisar templos, altares de sacrificio y hormigueros, por consciencia de los funcionamientos sutiles del destino que hoy se han olvidado. Las tropas se dividieron y cubrieron todos los caminos. Se vieron entre los árboles banderas, carros y arcos coloridos avanzando. Así se preparó el ejército alrededor de Dvaraka, y flotando sobre las colinas cubiertas de sus tropas, el rey Salva comandaba a sus guerreros desde su Soubha, una máquina voladora redonda, como un pequeño palacio flotante, cargado de todas las armas arrojadizas imaginables.
Cuando vieron estas fuerzas llegar todos los guerreros de Dvaraka, la ciudad de Krishna, -quienes eran como toros en fuerza- salieron a la batalla con excitación. Las flechas llovieron como la lluvia que Indra vuelca del cielo.
Pradyumna, el hijo de Krishna, hacía caer generales del ejército enemigo como árboles gigantes con las raíces ya podridas cuando los tumba el viento. En la batalla, su carro blandía como bandera la imagen de un dinosaurio (Makara) con las fauces abiertas, que infundía el terror en sus enemigos.
Cuando vio el transporte de Shalya elevarse por los cielos Pradyumna no se asustó y prometió a los suyos derribar al atacante con las “serpientes de metal” que lanzaban sus brazos y dedos, protegidos por una armadura engarzada con decoraciones doradas.
Pero Shalya era un oponente aparte, y su destino no era perder ante Pradyumna sino luchar con Krishna, de manera que los hilos invisibles del azar conectaron la punta de su flecha con el pecho de Pradyumna, y por muy tensa y entrenada que estuviera su musculatura, no dejaba de ser tierna ante el avance de una punta afilada de metal.
Pradyumna cayó dentro de su carro -su cuerpo se derrumbó y apagó las funciones importantes por unos instantes. El cuerpo de Pradyumna acogió su consciencia y la protegió en su interior, revisó los daños y le permitió abrir los ojos al mundo de nuevo. Cuando vuelvió en sí, Pradyumna vio que su auriga estaba conduciendo lejos de la batalla y de vuelta a las murallas de la ciudad.
-Oh conductor ¿qué has hecho?¿Por qué estás volviendo? Esta no es la manera de hacer de nuestro linaje. Oh conductor ¿has perdido la razón ante la visión de la máquina voladora de Shalva?¿Te incomoda la visión de la batalla? – dice Pradyumna indignado.
-Oh hijo de Krishna, el que otorga los nacimientos. No estoy confundido ni asustado. Cuando un guerrero pierde el conocimiento sobre el carro es el deber del conductor protegerle. Tu vida siempre ha de ser protegida por mí, así como tú proteges la mía.
Así habló el conductor al guerrero. Como el cuerpo habla a la voluntad, o como el cansancio habla al entusiasmo.

(Continuará en la próxima entrada)

En este cuarto año de Respirar el Mahabharata estoy basando el desarrollo del espectáculo correspondiente en el tablero del juego de Lila, que comparto en el apartado Flechas y Serpientes de este mismo blog. En cada entrada contrasto un fragmento del Mahabharata con tres casillas del tablero y después de 15 días de reflexión sobre ello comparto el escrito resultante. Así, hasta cubrir todo el tablero antes de llegar al 12 de Diciembre de 2019, cuando se estrene el cuarto capitulo de esta performance, en la sala del colectivo CRA’P. Este escrito está influenciado por una reflexión sobre las casillas 51, 52 y 35.

Sabhā

La arqueología, y la historia, son disciplinas que caminan de la mano del mito.
El arqueólogo reúne restos de objetos cotidianos, esqueletos, armas, telas, y analiza el tipo de desgaste que han sufrido. El historiador, cuando puede, reúne escritos que hayan sobrevivido de la misma época, o pinturas, esculturas o joyas, y juntos -el historiador y el arqueólogo- componen una historia: Si estos antepasados se desgastaron así es porque comieron de esta manera; y si comían así es porque su economía sería esta, y su economía era esta porque creían en tales y tales cosas.
El cuento que componemos los que estudiamos el pasado es nuestra manera de habitar lo desconocido. Porque, al final, muchos cuentos son una proyección de la sombra del narrador. A menudo nos contamos nuestros miedos y nuestras esperanzas.
Uno de los mitos históricos que nos gusta contar, y escuchar, es el de la evolución de la cultura a lo largo de los siglos como si fuera análoga a la maduración de un ser humano. Desde los tanteos y balbuceos de la prehistoria, seguida de una infancia animista y supersticiosa, pasando por la temible adolescencia, feudal y fanática, hasta llegar a la juventud tecno-materialista.
Un mito creado, según algunos, a lo largo del siglo XIX, en Europa, para justificar el colonialismo. Pero esta última interpretación no deja de ser, a fin de cuentas, otro mito. Un cuento más.
Un cuento bonito, y relacionado con esta visión de la cultura como una evolución personal, es el de los hombres prehistóricos caminando encorvados, sin asear, vestidos con pellejos mal atados y gruñéndose unos a otros con agresividad. Esto se interpreta así porque estos ancestros nos han dejado pocos objetos materiales y se interpreta que la humanidad madura; desde una semi bestialidad simiesca a la postura erguida del dentista. Pero, también puede ser, que las vestimentas que se han desintegrado con el paso de los milenios fueran elegantes y bellos tejidos de tonos blancos y cenefas doradas. Y puede ser que estos ancestros, antes de acurrucarse acostados en cuevas, vivieran en bellas construcciones de madera tallada – hoy desaparecidas. En el Mahabharata, por ejemplo, se cuenta que cuando los nobles deseaban reunirse permitían primero que los astrólogos eligieran el lugar y, en el momento apropiado, se construía con ayuda de los arquitectos, carpinteros y escultores, una amplia y ornamentada cabaña de madera en la que cabían decenas de personas. Cabañas que incluían en su interior, como ornamentación, incluso pequeños y delicados jardines con estanques, poblados de peces.
Cuando terminaba la reunión, que podía durar semanas, el séquito de músicos, bailarines y luchadores de exhibición se retiraban y se desmantelaba la cabaña sin dejar ningún residuo.
¿Y si nuestros antepasados prehistóricos caminaban erguidos, aseados y peinados, y hablaban sobre Dharma, el orden y sentido del universo, entre ellos, pero gruñían más bien poco?
Yudisthira, el mayor entre los Pandava, rey del orden (Dharmarāja), es un gran gobernador, rey de reyes, quien recibe en su sabhā (cabaña de reunión) a Narada, un misterioso y respetado místico, quien abre frente al rey su percepción sutil y permite que Pandu, el difunto padre del rey Yudisthira, hable por su boca desde las tierras del humo, donde viven los ancestros que ya han abandonado la tierra:
-Hijo, estás preparado para organizar el sacrificio de los reyes (rājasūya). Puedes conquistar la tierra; tus hermanos te apoyan. Realiza el gran sacrificio de los reyes y alcanzarás le Sabhā de Indra (el lugar de reunión de Indra), el rey de los dioses. Su sala de reuniones es luminosa como el sol. Tiene mil millas de ancho y diez mil quinientas millas de longitud. Tiene cincuenta millas de altura y puede volar como una nube. Tiene muchas habitaciones y asientos; es preciosa y está adornada con árboles celestiales. En el centro podrás ver al rey de los dioses Indra junto a su esposa Indrani, quien a la vez es Shri y Lakshmi; lleva corona y aros rojos en los brazos. Es adorado por los magos (sidhas) y brillantes espíritus de las tormentas (maruts). Todos los dioses le rinden allí respeto; las aguas divinas y las yerbas, la fe misma, la sabiduría, las nubes cargadas de lluvia, los vientos, el trueno, las estrellas y los planetas , los himnos sagrados se reúnen también a su alrededor. Las ninfas y los músicos celestiales bailan y cantan, entretienen a Indra con himnos y rituales. Los grandes reyes del pasado se reúnen allí con carros flamantes de distintos tipos, adornados con guirnaldas, igual que los místicos de los orígenes, quienes visitan la sabhā del rey de los dioses en carros como la luna.
Más allá de esta sabhā estaría solo la sabhā de Brahmā, el creador, el abuelo y pastor de la luz. Esta ya es mucho más difícil de describir porque cambia continuamente de forma. No se pueden conocer sus dimensiones. No es ni fría ni calurosa. En el momento en el que uno entra en ella desaparece todo hambre y fatiga. No la sostienen pilares, no se descompone y brilla más que la luna, el sol o la cresta del fuego. Allí se sienta el abuelo de los mundos quién, con el poder de las apariencias, él solo, crea continuamente a todos los seres.
Con el se reúnen todos los místicos, la energía, el cielo, el conocimiento, la mente, el viento, el agua, la tierra, el sonido, el tacto, la forma, el sabor y el olfato, la raíz de la creación en el mundo, la luna con las constelaciones, el sol y sus rayos, las estaciones, la resolución y el aliento. Muchos más, demasiado numerosos para nombrar, se reúnen allí con él, que se auto-crea – el orden, el deseo, la dicha el odio, el ascetismo y el auto-control. Los mantra, los textos sagrados, todos los ancestros, la copa de la inmortalidad, por no hablar de todos los dioses y todas las lenguas. La perseverancia, el estudio, la sabiduría y la inteligencia, la fama, el perdón, los himnos de alabanza, sus comentarios y las contra argumentaciones en forma corpórea. Los minutos, segundos y horas están allí con él; el día, las noches, los crepúsculos, meses, estaciones, años y eones; toda la rueda del tiempo, que es eterna e indestructible. Los demonios, los duendes, los titanes, las aves, las serpientes y los animales. Todos adoran al gran abuelo; Dios mismo lo adora allí en su sabhā, que está llena de valakilyas, místicos luminosos y minúsculos como brasas que flotan en el aire. Están los nacidos de útero y los que no lo son. Todos bajan sus cabezas ante el ilustre e inmensamente inteligente Brahmā, el abuelo de los mundos, que se crea a sí mismo y es inmensamente radiante y bondadoso hacia todos los seres, el alma del universo.
Oh hijo, tú puedes alcanzar estos mundos con tu sacrificio, además de conquistar toda la tierra, pero se dice que esta ceremonia esta plagada de obstáculos. Místicos melifluos (brahma rakshasas), destructores de sacrificios, están al acecho de brechas en el ritual. Una guerra lo puede seguir, llevando a una gran destrucción. ¡Oh señor de los reyes! Reflexiona sobre esto y haz lo que sea bueno para ti.

Fuentes:
Mahābhārata, sabhā parva, 7-11
Dardo Scavino, Las fuentes de la juventud, Genealogía de una devoción moderna, 2015

Los Kaurava, mis cien enemigos

Existe un largo período de la humanidad prehistórica al que llamamos la Edad de Piedra. Sin embargo para la joven humanidad aquella fue más bien la Edad de las Estrellas, la edad de la magia del cielo estrellado, la era del conocimiento de la manera de llegar a ser estrella.

El interior de muchos sarcófagos en el antiguo Egipto todavía estaba totalmente cubierto de estrellas; la leyenda de Hércules lo llevó a convertirse también en constelación, y algunas reminiscencias de esto podemos ver en el Mahabharata también, cuando Bhīșma, uno de sus personajes principales, elige morir durante el solsticio de verano, para iniciar el camino hacia el norte, el sendero de las estrellas.

Las estrellas esparcidas sobre la bóveda nocturna son un arquetipo del ser humano y sus peregrinaciones de vida en vida.

El arquetipo de todas las cualidades luminosas de la humanidad separadas y unidas a la vez, como en una gran colmena. Esas partes de nosotros seccionada en fragmentos, que quiere verse reunida de nuevo.

El Mahabharata es la historia de una guerra. La guerra de cinco hermanos: El sostén,

la energía,

la realeza

y la salud,

contra sus 100 primos:

las cualidades que no nos gustan ver en la humanidad.

Pero es una guerra que los Pandava, los cinco hermanos protagonistas, no desean.

Los 100 Kaurava, los 100 hijos de un rey ciego y una reina que no quiere ver, son el enjambre de las cualidades que no queremos aceptar en nosotros.  El enjambre que Bhīșma (el abuelo, tanto de los Pandava como de los Kaurava) no consigue reunir.

A las luces que decoran el cielo las vemos como nuestra voluntad de abrazar todo y ser todo; su profundidad nos mantiene en resonancia con la plenitud. Los esfuerzos de Bhīșma para evitar la guerra simbolizan la energía de la voluntad, que nos lleva de nuevo, con cada latido, la comprensión de que la verdadera vida no tiene fin y va de nacimiento en nacimiento.

El corazón de todos los corazones, el contenedor místico de la plenitud de la vida, se hunde en la colmena celeste; la colmena que nos enfrenta a una aparente paradoja, que exige ser resuelta sobre Kurukśetra, sobre el campo del Mahabharata; sobre la tierra.

Los 100 Kaurava se pueden tomar como un símbolo de nuestro cuerpo físico, con sus millones de células yendo y viniendo, renaciendo tantas veces y laboriosamente recolectando miel. ¿Para quién?

Para nosotros, su dios.

Eso nos lleva, también, a experimentar la multitud divina, exuberante en el pulsar de la vida, en un solo corazón, que es el cielo.

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En el corazón del cielo todos los seres son uno.

El corazón del cielo se va volviendo una vivencia más y más amplia a medida que intimamos la unión con nuestro auténtico ser. Primero unimos la vida que vivimos al más allá, después a nuestras vidas pasadas y futuras, hasta unirla finalmente a las vidas de todos los seres vivos. Esta es la comprensión que nos fue ofrecida en la pre-historia, en esa fase temprana de nuestro sendero hacia la eternización. Y puede que la eternidad no consista solamente en esto, pero esta comprensión nos lleva a la dulzura de la eternidad, y la podemos saborear aquí y ahora.

 

P.D: El texto de arriba es una adaptación de un fragmento del estudio de Medhananda sobre el juego egipcio de Senet, que servirá de base para el inminente estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre, en Buenos Aires, Argentina.

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