¿Dónde se encuentra la paz?

El Mundo tiene una dinámica. Vibra: resuena, funciona, existe. El mundo se condensa y se dilata, se despliega y se repliega en sí mismo, en una dinámica que algunos ven como una batalla, entre los deva y los asura, por la posesión del elixir de la inmortalidad. Una batalla entre liberación y el poder, que tiene lugar en el corazón de todos los mundos. Todo conflicto es un eco de esta batalla constante. Toda dinámica de resistencia interna, todo rechazo. Pero también los grandes conflictos externos, como las discusiones, e incluso aquella batalla total que tuvo lugar al fin de la era anterior, antes de que empezara la historia de la humanidad tal como la conocemos. Aquella batalla del campo de los Kuru (kurukshetra), que unió a los luchadores de la tierra en una rueda de todas las emociones posibles:

Donde flechas de hierro esparcían a los soldados como el viento dispersando una masa de nubes. Una visión bella, incluso, para quienes lo pudieran ver. Y donde guerreros orgullosos de su linaje y proezas se caían ridículamente de culo en sus carros, abrumados por el ruido de los insultos y los gritos de – ¡ataca! ¡dale! ¡vamos! ¡golpea! – que sonaban en todas las direcciones. En un remolino triste en el que miles de familias, nombres y linajes desaparecieron, engullidos por la furia que hacía avanzar a todos, insensibles al dolor. Como leones en el bosque deseando la misma hembra.

En aquél campo de batalla se plantó Bhishma, el hijo del Ganges y de los elementos; hijo del cielo y la tierra, y decidió que ya no iba a vivir. Y lo decidió sin miedo, y sin rencor; solo con heroísmo.

Él, que podía decidir cuándo iba a morir, había matado miles de hombres las jornadas anteriores, junto a miles de elefantes y caballos, mientras avanzaba como la terrorífica muerte con la boca abierta, por aquel campo de batalla en el que cuerpos eran cercenados por la mitad y cabezas arrancadas. Elefantes, caballos, carros y guerreros caían en todas las direcciones. Príncipes y generales eran desmembrados por ruedas de carros y pisados por elefantes y caballos. La tierra estaba cubierta de carros rotos y ruedas quebradas; la merodeaban perros, cuervos, buitres, chacales y animales desagradables, que aullaban ante la visión de la carne.

Bhishma vio como Arjuna, el guerrero que se había amigado con los dioses, que era también su nieto, discípulo, y ahora enemigo, invocaba un arma mágica que hizo llover millones de flechas, que caían sobre todos los carros desde el cielo, como si fueran los rayos del sol.

Ante aquella visión maravillosa Bhishma entendió que era el momento de renunciar. Había pasado por la rueda de todas las emociones: el enamoramiento (shringara), lo cómico (hasya), la pena (karuna), la furia (raudra), el heroísmo (vira), el miedo (bhayánaka), el asco (bibhatsu) y la maravilla (adbhuta). Lo que quedaba en él era solo paz (shanti), aquello que subyace a todas las emociones, que es inexpresable e imposible de representar, pero aflora cada vez que se equilibra el resto de los sentimientos, o cuando se dejan pasar las olas de todas las emociones. Shanti, paz, aquello que somos, aún cuando lo olvidamos.

El agua es la de siempre

La batalla comenzó. Empezó la gran guerra en la que estallaron todas las convenciones y se hizo añicos aquel mundo anterior, que recordamos sin recordar.

Con la salida del sol comenzó el gran encuentro. Carros se enfrentaron a carros y elefantes se enfrentaron a elefantes. Quienes cabalgaban caballos avanzaban contra quienes iban a caballo, pero quienes iban en carro también atacaban jinetes. En aquella movida batalla, los carros no atacaron a otros carros solamente, sino también a elefantes. Conductores de elefantes lucharon contra conductores de carros y conductores de carros lucharon contra jinetes a caballo. Carros lucharon contra infantería e infantería contra caballeros.

Todos estaban furiosos. Como las aguas del Ganges son dulces, pero se vuelven saladas al fundirse con las del océano, así los guerreros más entrenados y seguros de sí mismos se frustraban al encontrarse con la ferocidad de la batalla. Torsos sin cabeza se erguían en todas las direcciones, perteneciendo a ambos bandos. Era como un océano de sangre, con los carros como remolinos, los elefantes como islas y los caballos como olas. Los carros eran botes que aquellos tigres entre hombres usaban para cruzar el océano de soldados. Los mejores hombres quedaban sin armas, sin armaduras y sin cuerpos. Se veían caer a centenares y millares.

Elefantes enloquecidos eran degollados, sus cuerpos salpicados de sangre. No había nadie allí que no quisiera luchar. El tañido de tantas cuerdas de arcos siendo usadas a la vez parecía el murmullo del océano. La sangre fluía como el agua, y los soldados de ambos bandos, asustados, parecían perdidos en aguas de profundidad insondable, y se aferraban a generales como Bhishma, quien podía elegir el día de su muerte.

Así se describe aquella gran batalla en las historias antiguas. Los símiles con el agua, vienen del original. He hecho una selección de asociaciones de aquella batalla con el agua, tal como aparecen en el Mahābhārata (en el capítulo de Bhishma, Bhishma Vada Parva). Porque nuestra sangre no deja de ser agua, y el agua baña todo este planeta que somos juntos. El agua de la lluvia, la que flota en las nubes y el agua escondida en el fondo del mar o en el interior de las montañas y nuestro corazón, es la misma. Es la misma agua que fluye en nosotros desde hace millones de años. La misma que corría por las venas de aquellos que vivenciaron el fin de la era anterior.

Quizá lo que importa, cuando escuchamos estos recuerdos del mundo anterior, sea aprender a escuchar con la sangre, o con el agua que somos, para recordar nuestra relación con el océano que nos vio nacer, y el sol que siempre nos ha guiado.

Krishna, el viaje

Esta es la historia de una batalla perdida y, a la vez, es la historia de una batalla ganada. Es una historia que nos concierne a todos:

Duryodhana es el nombre de un rey que ha usurpado el trono del emperador de la tierra, mediante el engaño. En consecuencia, Duryodhana tiene que enfrentar el resultado de sus actos en una guerra contra el antiguo emperador y sus hermanos. Una guerra que Duryodhana confía ganar gracias al poder de su ejército y, en gran medida, porque quien va a dirigir las tropas en la batalla será Bhishma, <<sabio como el gurú de los dioses, profundo como el océano, firme como el Himalaya, generoso como la vida, equiparable al sol en su fuerza. Capaz de destruir al enemigo en una lluvia de flechas, como Indra, el mismo rey de los dioses>> (Mahabharata, Bhishma-abhishecham Parva). Bhishma es hijo del matrimonio de un rey humano con el río Ganges. Tiene el poder de todos los elementos y la capacidad de decidir el momento en el que va a morir.

Con semejante aliado capitaneando y dirigiendo sus tropas Duryodhana está convencido de su victoria. Sin embargo, después de describir las tropas de ambos bandos y los preparativos para la guerra, la primera noticia que nos llega del campo de batalla es:

<<-Bhishma ha muerto. ->>

Esta es la primera frase que los lectores oímos. Esta es la primera descripción de lo que ha pasado en el campo de batalla. Antes de empezar, saber que Bhishma ha muerto. Es decir, la guerra está perdida.

Sin Bhishma Duryodhana no puede ganar, y Bhishma ha muerto. Lo que viene después no es más que el relato de la descomposición de ambos ejércitos, pero en ningún momento la obra (el Mahābhārata) pretende crear la ilusión de que Duryodhana pueda ganar la guerra. La pregunta no es quién ganará, sino cómo se desarrolla el desenlace esperado.

Este blog documenta el paso por 12 años de preparación de la narración oral del Mahābhārata, este enorme relato que nos concierne a todos. Y a medida que me dejo permear por el Mahābhārata crece en mí la impresión de que para narrarlo es necesario poder concentrar la narración en lo principal, y lo más relevante para cada momento y audiencia. Y para hacer esto tengo que vivenciar el Mahābhārata en mí y plantearme de raíz qué es lo que realmente quiero compartir. ¿Por dónde me lleva el Mahābhārata en estos 12 años? Esta es la pregunta importante porque por muy neutral que quiera ser, al final, cualquier resumen, análisis o transmisión segmentada de un texto tan extenso y profundo será tendenciosa. Esto es inevitable. Cualquier narración que haga del Mahābhārata vendrá filtrada por mis intereses y mi ignorancia; por mi inconsciente si se quiere. Y si yo no hago el esfuerzo de comprender por qué estoy haciendo esto lo que comunicaré será la misma confusión y pereza, a través del Mahābhārata. Es por esto que en este sexto año me he propuesto ir hacia el origen de todo, que es Krishna.

Krishna es un personaje del Mahābhārata, y es Dios: <<Su carro está hecho de oro y tiene ocho ruedas: sus riendas están amarradas a todos los seres y tiene la velocidad de la mente. Tiene el aspecto del fuego y es extremadamente veloz. Está decorado con oro. Él es el señor de todos los seres y toda prosperidad. Es finito y también infinito. Él es el que actúa. Él es quien hace que todos actúen. Él es la tierra, agua, cielo, viento y energía. Es el sacrificio, para todos los seres, y el fuego es su boca>> (Mahābhārata, Jambukhanda-vinirmana parva).

En la primera entrada de este año escribí sobre el momento del Mahābhārata en el que Krishna da a los bandos enfrentados la posibilidad de elegir: él mismo, sin luchar, o todas sus tropas. <<Donde está Krishna está la victoria>>, se repite a lo largo del Mahābhārata. Pero Duryodhana no lo sabe, o no se lo cree, o no le importa, y elige con felicidad las tropas de Krishna.

Con miles y miles de soldados a su cargo, y un semidiós que muere solamente cuando él lo decida dirigiendo todas estas tropas, Duryodhana está convencido de que puede ganar. Pero la primera noticia que recibimos del campo de batalla es que Bhishma ha muerto. El resto, a partir de aquí, es un derrumbamiento anunciado.

Y yo siento que la vida es exactamente lo mismo: Por mucho que nos cuidemos los sentidos se apagan; oímos menos la música, se nos escapan los detalles de las formas, el cuerpo pierde fuerza, las articulaciones se endurecen y la mente calcula menos, sueña más, se duerme y desaparece. Y aún si mantenemos por arte de magia un cuerpo en perfecto estado llegará el día en que tendremos que despedirnos de él.

Todos los fenómenos y experiencias sensoriales y mentales son “las tropas de Krishna”; sus herramientas. Agarrarse a esto es la historia de un derrumbe anunciado. Como agarrarse a castillos de arena en el fondo del mar. Pero ¿qué queda sino? Krishna. Y ¿qué es Krishna? No lo sé, pero entiendo que soltando todo lo demás se irá viendo. Lenta e inevitablemente. Por esto digo que esta vida es la historia de una derrota y una victoria inevitables. Porque allí donde está Krishna está la victoria.

En concordancia con el proceso de búsqueda de este sexto año voy a compartir un ciclo de narraciones de las descripciones que Krishna se hace de sí mismo en la Bhagavad Gita. En este texto iniciático Krishna se compara con distintos elementos de la cosmogonía sánscrita, que normalmente no se explican en las traducciones y comentarios de la Bhagavad Gita, a pesar de que cada una de estas comparaciones es la semilla de numerosas historias inspiradoras. Los encuentros serán por zoom y se pueden seguir en vivo o recibir la grabación. Para más información o inscribirse puedes escribir a: respirarelmahabharata@gmail.com

Los Kaurava, mis cien enemigos

Existe un largo período de la humanidad prehistórica al que llamamos la Edad de Piedra. Sin embargo para la joven humanidad aquella fue más bien la Edad de las Estrellas, la edad de la magia del cielo estrellado, la era del conocimiento de la manera de llegar a ser estrella.

El interior de muchos sarcófagos en el antiguo Egipto todavía estaba totalmente cubierto de estrellas; la leyenda de Hércules lo llevó a convertirse también en constelación, y algunas reminiscencias de esto podemos ver en el Mahabharata también, cuando Bhīșma, uno de sus personajes principales, elige morir durante el solsticio de verano, para iniciar el camino hacia el norte, el sendero de las estrellas.

Las estrellas esparcidas sobre la bóveda nocturna son un arquetipo del ser humano y sus peregrinaciones de vida en vida.

El arquetipo de todas las cualidades luminosas de la humanidad separadas y unidas a la vez, como en una gran colmena. Esas partes de nosotros seccionada en fragmentos, que quiere verse reunida de nuevo.

El Mahabharata es la historia de una guerra. La guerra de cinco hermanos: El sostén,

la energía,

la realeza

y la salud,

contra sus 100 primos:

las cualidades que no nos gustan ver en la humanidad.

Pero es una guerra que los Pandava, los cinco hermanos protagonistas, no desean.

Los 100 Kaurava, los 100 hijos de un rey ciego y una reina que no quiere ver, son el enjambre de las cualidades que no queremos aceptar en nosotros.  El enjambre que Bhīșma (el abuelo, tanto de los Pandava como de los Kaurava) no consigue reunir.

A las luces que decoran el cielo las vemos como nuestra voluntad de abrazar todo y ser todo; su profundidad nos mantiene en resonancia con la plenitud. Los esfuerzos de Bhīșma para evitar la guerra simbolizan la energía de la voluntad, que nos lleva de nuevo, con cada latido, la comprensión de que la verdadera vida no tiene fin y va de nacimiento en nacimiento.

El corazón de todos los corazones, el contenedor místico de la plenitud de la vida, se hunde en la colmena celeste; la colmena que nos enfrenta a una aparente paradoja, que exige ser resuelta sobre Kurukśetra, sobre el campo del Mahabharata; sobre la tierra.

Los 100 Kaurava se pueden tomar como un símbolo de nuestro cuerpo físico, con sus millones de células yendo y viniendo, renaciendo tantas veces y laboriosamente recolectando miel. ¿Para quién?

Para nosotros, su dios.

Eso nos lleva, también, a experimentar la multitud divina, exuberante en el pulsar de la vida, en un solo corazón, que es el cielo.

9961626a8125521d459e0c7f594285a8.jpg

 

En el corazón del cielo todos los seres son uno.

El corazón del cielo se va volviendo una vivencia más y más amplia a medida que intimamos la unión con nuestro auténtico ser. Primero unimos la vida que vivimos al más allá, después a nuestras vidas pasadas y futuras, hasta unirla finalmente a las vidas de todos los seres vivos. Esta es la comprensión que nos fue ofrecida en la pre-historia, en esa fase temprana de nuestro sendero hacia la eternización. Y puede que la eternidad no consista solamente en esto, pero esta comprensión nos lleva a la dulzura de la eternidad, y la podemos saborear aquí y ahora.

 

P.D: El texto de arriba es una adaptación de un fragmento del estudio de Medhananda sobre el juego egipcio de Senet, que servirá de base para el inminente estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre, en Buenos Aires, Argentina.

Vicitravirya: erotismo, muerte y sentido cómico.

El rey Vicitravīrya abandonó el cuerpo sin dejar descendencia y así añadió un eslabón más a la concatenación de circunstancias que llevaron a la gran guerra del Mahabharata.

Hace unos días escribí una entrada sobre el hermano de Vicitravīrya, Chitrāngada, quién también murió sin dejar descendencia, pero por una razón distinta. Si Vicitravīrya y Chitrāngada hubieran tenido descendientes, es decir herederos al trono, quizá no hubiera habido guerra. Pero no los dejaron.

En esta entrada quiero poner la atención en Vicitravīrya, en su corta pero importante intervención en la historia del Mahabharata.

-Sexo en los pensamientos, que seducen las miradas y erizan el vello sobre la piel.

Pido disculpas, al terminar el primer párrafo he sentido que me faltaba algún detalle atractivo para seguir escribiendo y me ha venido de manera espontánea la frase en cursiva. Aun así, disculpas a parte, el lapso no es del todo desubicado:

Vicitravīrya es un nombre compuesto, con un significado muy adecuado para la historia de este rey. Vi– significa dos, o todo el abanico de significados que contenga un concepto de dualidad. Vi– como sufijo, se puede traducir por casi cualquier palabra que denote separación. Citra– puede significar excelente, distinguido o claro y brillante. La combinación vicitra-, por tanto, denota una separación de lo claro y brillante, por eso vicitra– se traduce como colorido, porque la separación de la luz clara resulta en rayos de diferentes colores. Pero vicitra– se usa también para designar algo multifacético, o variado, dependiendo del contexto, incluso diverso y a su vez extraño y maravilloso, que son sensaciones que puede causar lo múltiple, lo colorido, lo “desplegado”.

Ahora, vīrya, derivado de la raíz vīr, designa todo aquello que tenga que ver con el valor. Con esa energía que entendemos como valor. Por tanto también con lo heroico, y por extensión, también “energía viril”, lo cual es casi una tautología, porque la palabra viril deriva de la misma raíz vir. La energía heroica, se relaciona con la energía viril, y por extensión con el semen. El por qué se relaciona el semen con la energía viril lo dejo a la imaginación de cada uno, y pensar que una mujer no tenga energía viril por no producir semen lo veo más bien una confusión debida a la interpretación exclusivamente materialista de estos conceptos. Es interesante ver qué ancestrales nudos emocionales salen a la vista con la mera traducción del nombre de este rey disperso. Y por razones de espacio, en esta entrada no voy a entrar en debates de género y reproducción, que dejo para el estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre. De lo que quiero hablar es de la traducción más habitual del nombre de Vicitravīrya, como “energía dispersa”, o, “semen disperso”, la cual, si bien llamativa, no se aleja demasiado del contexto.

La historia de Vicitravīrya es muy corta, pero clara. Vicitravīrya era el rey heredero tras la muerte de su hermano. Bhīșma, su hermanastro célibe, casa a Vicitravīrya con dos mujeres: «Altas; sus cabezas cubiertas de cabelleras onduladas de color negro casi azulado. Sus uñas eran rojas y puntiagudas. Sus pechos y caderas eran pesados». Y el rey, a su vez, estaba «orgulloso de su propia belleza y juventud». Las nuevas reinas sintieron que habían obtenido un marido que las igualaba en belleza. Se podía decir de él que «estaba a la par de los Ashvins, los gemelos divinos, y causaba conmoción en el corazón de las mujeres».

Siete años estuvieron los tres haciendo el amor. Bajo las sabanas en otoño, ante el fuego durante los inviernos y entre flores en primavera, mezclando el aroma del incienso con el del sudor en verano… Siete años estuvieron haciendo el amor y ninguna de las reinas quedó embarazada. ¿Será por eso lo de “semen disperso”?

Perdón, de nuevo, pido disculpas por la grosería. En esta ocasión lo que busco es hacer un quiebre cómico en la historia. Cómico y vulgar, como el cuerpo físico que habitamos.

El acto de amor, el acto físico sexual, es una representación del misterio universal de la unión de polaridades. En un universo que no es más que pura energía, en el que la materia no deja de ser energía ordenada, dos cuerpos, cuando hacen el amor, representan un teatro de la unión mística de la diosa del amor con el universo; la tierra con el cielo, la polaridad positiva con la negativa. Pero esta representación, es cómica. Es cómica, y grosera, como los cuerpos que tropiezan y se enredan con las sábanas y se agotan y son, en definitiva, insuficientes para contener todo el éxtasis de la unión.

El cuerpo es el actor de la vida. Un actor cómico, porque nunca será ni tan heroico ni tan erótico como desearía. Napoleón se rascaba el culo mientras planeaba una batalla y Alejandro Magno tropezó más de una vez subiendo escaleras. Los humanos siempre tenemos algo cómico, y la dimensión cómica es necesaria durante el acto del amor, porque es lo que nos recuerda que lo que estamos practicando no es la última unión de los contrarios, la definitiva, sino una representación. Y todos los niveles de la realidad están bendecidos, y todos son necesarios.

Porque después de siete años de hacer el amor Vicitravīrya muere. «Se consumió como el sol poniente». De aquí la traducción más sutil de Vicitravīrya por “energía dispersa”. El ocaso del cuerpo físico de Vicitravīrya pudo venir debito a un desgaste excesivo. Otra limitación del cuerpo humano, ese cómico actor de aventuras cósmicas. Una energía determinada, ordenada en un cuerpo con una duración determinada. Bien cuidado, unos cien años. Cien años durante los cuales uno aspira a vivir la totalidad y comprender la esencia del universo. Después, la vida fluye y se reordena. Y eso, visto desde lo macroscópico, también es cómico.

Una persona muy sabia, me dijo después del funeral de una persona muy cercana, que «la muerte es la mayor broma del universo». Eso, hay que saber decirlo, y hay que saber cuándo decirlo. A mí en aquél momento me ayudó mucho, pero al escribir esto no tengo control sobre cuándo y dónde va a ser leído o de quién lo pueda leer, por eso vuelvo a pedir disculpas por las incomodidades que pueda causar esta frase. Pero creo que el mensaje se entiende.

Vicitravīrya, “energía colorida”, es el rey amante. El actor trágico-cómico que cumplió su papel en el caleidoscópico argumento del Mahabharata, para dejar a dos reinas viudas y un reino sin herederos. El rey que con su corta y dispersa actuación nos dejó un pequeño poema sobre la vida. Sobre la fragilidad de nuestros cuerpos dentro de las torrenciales corrientes de heroicidad sobrehumana que animan el universo. Y con esto termino el escrito, cosa inevitable en un blog, relacionando este post con la situación social que respiro en Barcelona estos últimos días: Lo erótico, y lo heroico, para que sean humanos, no deberían soltar la mano de lo cómico.

 

Lectura: C.S. Lewis Los cuatro amores, RIALP, 2008   

El sol, la serpiente y el místico – Surya, naga y dharamaranya

-Abuelo, me has hablado mucho sobre lo que es correcto hacer en la vida, sobre las acciones que llevan al equilibrio, pero ¿cuál es el mejor Dharma? ¿Cuál es la mejor manera de actuar en la vida?

[Inciso: El que pregunta es un rey que para salvar a su reino ha tenido que ganar una guerra que ha resultado catastrófica a nivel humano. El abuelo al que se dirige, está clavado en el suelo por un puñado de flechas, tiene heridas que ya no se podrán curar: se trata de los últimos consejos que dará antes de abandonar el cuerpo. La escena es dramática[1].]

-Cuando son seguidos hay muchos caminos (tipos de Dharma, en el original) que llevan al paraíso y otorgan los frutos de la verdad. El Dharma (el orden universal) tiene muchas puertas y no existe rito en el mundo que no dé frutos. ¡Oh gran descendiente mío! El que se dispone a seguir una modalidad determinada decide que las otras no merecen la pena de ser aprendidas. ¡Oh tigre entre las personas! Hay una historia al respeto, que deberías oír:

Y así, Bhīșma, el abuelo, comienza a contar a su nieto la historia de un místico perteneciente al linaje lunar quién, habiendo alcanzado una vida plena y satisfactoria y habiendo transmitido la pasión por la búsqueda espiritual a sus hijos, se preguntó qué Dharma podía ser superior a sus logros. Se preguntó cómo ir más allá del umbral que había alcanzado. Se cuestionó qué sería lo más beneficioso para el mundo y cuáles podían ser las acciones más correctas, pero no llegaba a ninguna conclusión.

Un invitado, sabio como él, llegó a la casa del místico. Ambos compartieron sus dudas sobre porque el invitado reconoció estar pasando por los mismos dilemas que el místico:

-Yo tampoco me puedo decidir. El cielo tiene muchas puertas. Unos alaban el liberarse de la influencia de los sentidos, otros hablan maravillas de las ofrendas y sacrificios. Otros se retiran al bosque[2]y otros confían vivir correctamente.[3]Algunos recurren al servicio de un maestro, otros adulan a Yama, el dios que conoce el camino hacia la inmortalidad. Otros han llegado al paraíso sirviendo a sus padres. Otros han alcanzado el paraíso recurriendo a la no-violencia y otros a través de la sinceridad. Otros han penetrado el campo de batalla y alcanzado los cielos siendo muertos en la guerra. Otros han tenido éxito haciendo el voto de unchha (alimentarse exclusivamente de granos caídos de los tallos tras la cosecha, de granos sobrantes) y han avanzado por el sendero que lleva al cielo. Otros han estudiado y han sido fieles a los votos de los textos sagrados (veda). Muchos seres inteligentes han alcanzado el cielo regulando sus deseos. Algunos eran justos y fueron asesinados por gente deshonesta. Hay justos, puros en su alma, que se han establecido en la bóveda celeste. De manera que en este mundo hay muchas puertas que llevan al cielo y han sido abiertas. Tengo la mente confundida como una nube arrastrada por el viento.

Así, continuando la conversación, el invitado le cuenta al místico protagonista de esta historia que su gurú le contó en una ocasión que sobre la orilla del río Gomati existe una ciudad que fue fundada antes de la historia por los habitantes del cielo, a través de los ritos que en su momento hicieron allí. Esta ciudad está poblada por serpientes mágicas y su rey es un ser especial que ayuda a todos los que acuden a él. Su nombre es Padma, loto, y es un sabio poseedor de las mejores cualidades de carácter. No tiene malicia, es sincero, su hablar es suave y siempre agradable, ayuda a quién se lo pida y desciende de un linaje puro como el Ganges, el río que desciende de los cielos.

Los dos hombres continuaron hablando de filosofía toda la noche y por la mañana nuestro místico partió en busca de este excelente rey de las serpientes.

Pasó por grutas maravillosas, diversos centros de peregrinaje y lagos hasta llegar a un sabio, al que preguntó por la serpiente. De allí continuó por el camino que le indicó el sabio. Sus intenciones eran claras e íntegras, de manera que llegó al palacio de la famosa serpiente y exclamó, en la puerta:

-¡Estoy aquí! ¿Hay alguien?

La esposa de la serpiente, bella y educada, salió a recibirlo y le dio la bienvenida.

-He llegado agotado,- dijo el místico- pero tus amables palabras han apartado mi cansancio

El místico preguntó por el rey de las serpientes, a quien había venido a ver, pero su esposa tuvo que decirle que no se encontraba en casa porque se había marchado todo el mes a aguantar el carro del sol.

-Volverá en quince días- le aseguró la esposa.

El místico no dudó en esperar durante quince días sentado en el bosque que yacía ante el palacio de las serpientes.

Mientras lo hacía, muchas serpientes acudieron a él ofreciéndole alimento y techo, pero el místico las rechazó a todas con amabilidad.

Cuando el rey de las serpientes volvió de sus viajes con el Sol su esposa lo recibió y le habló del místico esperando en el bosque como si fuera el mismo destino de la serpiente.

Cuando el rey de las serpientes se acercó al místico este se presentó y le dijo su nombre: Dharmāranya: el bosque del Dharma.

-El carro del sol tiene una sola rueda y tú has trazado su curso con firmeza- le dice Dharmāranya a la serpiente –dime si has visto algo que sea alabable a lo largo del paso del Sol por los cielos.

La serpiente respondió:

-Sabios realizados y dioses residen en sus miles de rayos, como pájaros apoyados sobre ramas en la primavera. El gran viento emerge de los rayos del Sol y bosteza en el cielo. ¡Oh místico! ¿Qué puede ser más maravilloso que esto? El que se llama Shukra (Venus, gurú de los Asura, los enemigos de los dioses) está a sus pies. Cuando llega el monzón hace llover de las nubes en el cielo. ¿Qué puede ser más maravilloso que esto? Durante ocho meses absorbe agua a través de sus puros rayos y cuando es el momento correcto la vierte de nuevo. ¿Qué otra cosa puede ser más maravillosa que esto? La esencia (atman) siempre está establecida en su energía; esta es la semilla de la tierra y sostiene las cosas móviles e inmóviles. El Dios de brazos poderosos es eterno. Pero hay algo incluso más extraordinario que todo esto, escúchalo ahora de mi boca, lo he visto en los cielos resplandecientes:

En tiempos ancianos, al mediodía, el sol solía abrasar los mundos. A esa hora, una entidad fue vista avanzando hacia el sol. Iluminaba los mundos con su fulgor natural. Avanzaba hacia el sol y parecía desgarrar el cielo en el proceso. Los rayos de esa energía resplandecían como ofrendas lanzadas al fuego. Aquella forma era como un segundo sol y no se la podía mirar directamente. A medida que avanzaba la entidad, el Sol extendió y abrió su mano, como mostrándole sus respetos. Separando el cielo, entró el disco solar. Se mezcló con la energía del hijo de Aditi[4], el Sol, y en un instante se fundió en él. Apareció una duda, porque de repente ya no se podía distinguir entre las dos masas de energía. De los dos, ¿quién era el Sol en su carro? ¿Y dónde estaba el acabámos de ver llegando por el cielo?

Como había aparecido la duda en nosotros, le preguntamos al Sol quién era el que había avanzado por el firmamento y unido con él, como si fuera su segundo yo.

-Amigos, nos dijo a todos el Sol. Este no era el dios del viento, un asura o una serpiente. Este era un sabio que ha alcanzado el cielo porque ha seguido con éxito el voto de unchha, comer solo las sobras de la cosecha de grano. Este místico (brahmán en el original) se alimentó de frutas caídas del árbol, hojas secas y aire. Recitó himnos sagrados del Rig Veda y consiguió favores de los dioses. Sus deseos estaban inquietos pero fue fuerte en su decisión. Se alimentó solamente siguiendo el voto de unchha; estaba siempre dedicado al bien ajeno; no fue un dios, ni un gandharva, ni asura ni serpiente, pero por su fortaleza entre los seres las puertas del cielo le han sido abiertas.

Esta es la maravilla de la que fui testigo, oh místico. Ahora aquel brahmán da vueltas en el cielo junto al sol-

Así habló la serpiente y esta historia convence y satisface al brahmán profundamente.

-Los dioses no te son superiores, ¡Oh serpiente! Yo soy tú y tú eres yo. Yo, tú, y todas las criaturas pueden ir siempre a todas partes. He visto la verdad y voy a seguir el voto de unchha.

Así termina la historia que Bhīșma le cuenta a su nieto Yudișțhira. ¿Cuál es la conclusión de la historia? ¿Seguir el voto de unchha? Si fuera así, ¿porque no le responde Bhīșma a Yudișțhira directamente: «- sigue el voto de unchha?»

No me siento capacitado de interpretar las palabras de Bhīșma en el sentido que le damos a veces a la palabra interpretar, que se acerca más bien al interpolar, al poner en boca de Bhīșma mis propias palabras. Yo no sé lo qué es le quiso decir Bhīșma a Yudișțhira, pero sé a dónde me ha llevado a mí reflexionar sobre esta historia durante unas semanas.

Una narración es un conjunto de elementos aparentemente inconexos que evocan en nosotros una continuidad. El higo maduro se desprendió de la rama y ¡chaff!, los elementos de esta frase no se entienden por separado pero leídos en orden evocan una imagen muy clara; este es el poder de una narración. La caída de un higo al suelo es difícilmente describible. Podemos decir el higo cayó, pero no tiene el mismo efecto. Las palabras son útiles y a la vez limitan aquello a lo que se refieren. Y esto pasa de manera más visible con palabras de sentido muy general como Dios o fe. Porque la historia del místico y la serpiente habla de fe, pero para mí nada más limitante que terminar este escrito con una frase como: «Esta historia habla de fe». Porque ¿qué es fe? Fe es fe, pero ¿qué es? ¿Cómo se describe la fe con palabras auténticas? Fe como la fe de la que habla el conocido hadiz: «Todo niño nace según su naturaleza primordial, luego sus padres hacen de él un judío, un cristiano o un zoroastra[5]». La Fe simple y natural, antes de las palabras.

La fe de un niño es acción, es correr hacia la nada sin tener que explicarse antes la razón por la que corre y plantearse el resto de opciones, como ver la televisión o hacer el pino. Cuando toca correr se corre. Así como cuando el místico brahmán escucha la historia de la serpiente elige seguir el voto de uchha. De manera espontánea.

Tozan, el maestro Zen medieval, escribió:

Sin error, sin duda,

Así es el Dharma.

El Budha y los maestros de la transmisión no han hablado de él.

Pero vosotros lo hacéis real ahora mismo.

Por esto os lo ruego, protegedlo con fuerza[6].

 

Creo que el Dharma correcto no se describe con palabras y no es materia de debate ni discusión, sino más bien algo a practicar. Cuando el místico escucha la historia de la serpiente, se pone en acción. Hay muchas puertas al cielo, miles de puertas están abiertas, solo hay que cruzarlas. Y la fe se cruza como el niño corre: corriendo.

La narración de la fe, se ejecuta narrando. Para narrar la fe hay que contar una historia. Esto es algo que estoy entendiendo con el Mahabharata. A menudo me digo: «que mi voto de contar el Mahabharata sea un acto de fe», pero con esta historia he entendido que un acto de fe no es un acto que lleva a la fe, como si fuera una acción especial que tendrá como recompensa la llegada de la fe, sino que un acto de fe es fe en movimiento. Fe en acción. El cauce por el que pasan todos los senderos.

Y con esto no pretendo decir que he solucionado en mí la cuestión de la fe y la duda. Lo que digo es que vale la pena conocer el Mahabharata, y transitarlo es maravilloso.

 

[1] Se trata de una conversación entre Yudisthira y Bhishma, en el capítulo 340 del Moksha Parva.

[2] Dharma de Vanaprashta

[3] Dharma de garhasthya

[4] Aditi, “sin límite”, es la madre de todos los dioses.

[5] Citado por Pablo Benetto en un pié de página en la p.134 de su traducción de El secreto de los nombres de Dios, de Ibn Arabi, para ed. Tres Fronteras, 2012.

[6] Citado por el maestro Zen Lluís Nansen Salas, en Ensenyançes a Lluçà 2, ed. Dojo Zen Barcelona Kannon, 2017.

¿Qué sexo tiene la furia?

La semana pasada me hice una pregunta a raíz de un comentario del Mahabharata, en el cual un personaje hablaba de una ceremonia llamda svayamvara (de “auto-elección”) en la que, para casarse, una princesa elegía un marido entre varios candidatos. El comentario en cuestión llamaba esta ceremonia «una ceremonia la que los instruidos recuerdan y los reyes elogian».

¿Acaso existió una época anterior al Mahabharata en la que las mujeres elegían a sus pretendientes? Me preguntaba la semana pasada. ¿Acaso se trata de una era anterior, en la que el orden social era diferente, y que la anciana historia del Mahabharata recuerda?

Dos días después, el mismo Mahabharata me responde. Leo que una mujer[1]habla con su marido y este le dice que «en tiempos antiguos las mujeres iban descubiertas. Caminaban por donde querían y eran independientes. Permanecían solteras toda la vida y no le eran fieles a ningún hombre. Eso no se veía como contrario al Dharma, porque aquél era el Dharma de aquellos tiempos antiguos. Sin deseo ni rabia, este Dharma anciano lo siguen practicando los animales. La práctica de este Dharma ancestral está sancionado hoy por los sabios (Maharshis). Este Dharma se sigue practicando en la región del norte de Kuru. Ese Dharma eterno es conveniente a las mujeres, oh tú que tienes sonrisas tan bellas. La práctica que se sigue ahora fue impuesta más tarde. El Dharma actual es el de los humanos, y nos separa de los animales»[2].

Cuando leo estas palabras me parece que el Mahabharata habla de una despedida doble; de dos sociedades que se van. Por una parte, el lejano mundo del que habla el pasaje que acabo de citar y por otra, el mundo de normas sociales que sostuvieron por un tiempo una sociedad justa pero han dejado de funcionar. Por una parte, el Mahabharata habla del final de un tipo de civilización y por otra, siento que en nuestro días también, aferrarse a una división de roles tradicional ya no es viable, aunque no queda claro cuál es la alternativa.

Con esto en vista es muy interesante la historia de Amba, una princesa despechada, que también mencioné hace quince días, porque es la historia de un impulso, de un ímpetu, atrapado entre cuerpos y normas. Su historia puede servir como reflexión sobre la cuestión de hacia dónde va este ímpetu en la época actual y cómo dirigir este ímpetu hacia un lugar que no sea el campo de batalla, si es posible.

Amba es una princesa que fue secuestrada junto a sus hermanas por un noble guerrero célibe[3], que quería esposar a Amba con su hermanastro, el rey. Es decir, el noble célibe quería coronar a Amba como reina de su reino. Sin embargo Amba le hace saber a su secuestrador que ya estaba enamorada de otro rey, que su corazón ya había hecho una elección, y el guerrero célibe decide, en una decisión que parece noble por su parte, dejarla ir en busca de su amado.

Aquí es donde comienza el conmovedor periplo de Amba, porque al dirigirse hacia su amado este la rechaza, aludiendo que ya no puede estar con ella después de que haya pasado por la corte de otro rey. Dice que tiene miedo al guerrero que la secuestró, y a las habladurías de los demás. Amba le responde con toda la sinceridad de su corazón que no fue feliz cuando fue secuestrada por aquel «destructor de enemigos»: «Después de ahuyentar a los señores de la tierra, me secuestró por la fuerza y yo lloraba. Oh querido, yo te amo, ámame también. Soy inocente. El Dharma no aprueba el abandonar a aquellos que te quieren. He venido a ti después de obtener permiso de mi secuestrador, el que nunca se retira del campo de batalla. He obtenido su permiso y he venido aquí ante ti. Él ni si quiera me quería para si mismo sino para su hermano; le ha dado mis hermanas y yo he quedado libre. Nunca he deseado otro hombre que tú. Oh tigre entre los hombres, juro por mi cabeza que nunca he deseado otro hombre que tú. Juro por mí misma que estoy diciendo la verdad.  Quiéreme. Una mujer se ha presentado ante ti por su propia voluntad».

Pero nada de esto sirve ante el príncipe y cuando asume la situación, Amba, con lágrimas en los ojos y la voz ahogada por el llanto, le dice: «Habiendo sido repudiada por ti, iré donde quiera. Voy a ir con los virtuosos, porque donde está la virtud está la verdad». Y así comienza el primer paso de la búsqueda de Amba. La princesa peregrina, sola, por el bosque, y pasa la noche en la ermita de unos ascetas, a quienes cuenta su historia.

«Debería darle vergüenza al creador», dice Amba, y pide que se le den ejercicios ascéticos por hacer, porque siente que debe expiar acciones terribles que debe haber hecho en otras vidas para llegar a sufrir lo que está sufriendo en esta. No le interesa volver con su familia, dice, porque estos la han rechazado también. «Cuando vuelva me criticarán», les dice, «me perderán el respeto».

Pasando el tiempo con Amba, escuchando su historia, los ascetas sienten que lo que le ha sucedido es una gran injusticia. El tono de Amba comienza a teñirse con matices de despecho y los ascetas le recomiendan hablar con Parashurama, un asceta guerrero, encarnación furiosa y violenta de Vishnu, famoso por haber extinguido 21 generaciones de guerreros en su juventud, conocedor de todas las  técnicas guerreras además de los ataques mágicos. Parashurama pasa por el lugar esa noche, precisamente, con el pelo largo y pegado en rastas, vestido con cortezas de árbol y la mirada encendida. Viene seguido de sus discípulos, con un arco colgado al hombro y sujetando un hacha de guerra.

Amba llora y le cuenta a Parashurama que está inmersa en un océano de barro y tristeza. El asceta se compadece de su cuerpo delicado, de su situación, y le pregunta si prefiere que convenza al amado que la rechazó o que calcine al guerrero que la secuestró  con el calor de sus armas. Y aquí Amba toma la decisión que marcará su destino. Dice que su secuestrador es la razón de su infelicidad y es por su culpa que está merodeando sin rumbo, en este estado de suprema miseria. Él es avaricioso e insolente, dice, y que desde el día en que la secuestró ella tomó la resolución mental de verlo muerto.

La desolación de Amba lleva a su protector a luchar contra su secuestrador. El problema es que uno de los contrincantes es un avatar, Dios mismo, nacido en la tierra en forma de asceta furioso, y el otro tiene como madre al río Ganges y como padres a los ocho elementos. Ninguno de los dos puede morir. La batalla dura varios días, la sangre de ambos guerreros fluye como resinas de árboles arrancados por un ciclón, las flechas doradas vuelan como llamas y son tantas las que cubren el cielo que ni el viento tiene espacio para pasar entre ellas, mucho menos el sol. El campo de batalla se oscurece y el calor de la batalla incendia todas las flechas en el aire, de manera que los dos guerreros luchan entre las cenizas; arrojan lanzas como meteoros, la tierra tiembla, los chacales aúllan, se desencadenan tormentas y terremotos, los tambores suenan con tonos terribles a pesar de que nadie los golpea, el cielo se convierte en una gran masa de energía, los dioses y sus enemigos gritan de dolor y sus mensajeros se aparecen ante ambos contrincantes para convencerlos de que dejen de luchar.

Parashurama, el asceta guerrero, reconoce ante Amba que su poder no es suficiente para vencer a su secuestrador en la batalla y ella, con los ojos rojos otra vez, pero a causa de la rabia ahora, jura que irá allí donde pueda vencer en la batalla a su odiado enemigo.

Amba llega al río Yamuna y permanece de pié en sus aguas por un año entero, sin comer. Por un año más sobrevive comiendo una hoja al día. Llena de rabia, permanece sobre la punta de los dedos doce años durante los cuales su ascetismo calienta los cielos. Peregrina hacia las tierras donde viven las almas ascendidas, los que poseen poderes (siddhas),  camina hacia los bosques de los dioses, de ermita en ermita, hasta que el río Ganges, en forma de mujer, se levanta ante ella y le pregunta «Oh desafortunada, ¿por qué estás pasando por todo este dolor? Contéstame con sinceridad». Y Amba expone su motivación: «Mi enemigo no puede ser vencido en la batalla, pero yo pasaré por las más extremas austeridades hasta que lo pueda destruir. Vagaré por la tierra buscando la forma de matar este rey, aún si obtengo este fruto en otro cuerpo». Y el río le responde «Oh, preciosa. Estás siguiendo un camino torcido, doncella. Este deseo tuyo es imposible de satisfacer. Si sigues el voto de la destrucción de este rey, si abandonas tu cuerpo en este voto, te convertirás en un río desviado que solamente lleva agua durante la época de las lluvias. Tendrás lagunas terroríficas que nadie querrá conocer. Solo fluirás durante las lluvias y permanecerás seca durante ocho meses. Tendrás cocodrilos espantosos en tus aguas y serás aterradora para todos los seres». Pero la fuerza que mueve Amba no se calma con estas palabras y la princesa sigue esforzándose en su búsqueda hasta que se convierte, efectivamente, en un riachuelo siniestro como el que le describió Ganges. La mitad del cuerpo de Amba se convierte en agua, agua semi-estancada plagada de cocodrilos, y la otra mitad de su cuerpo sigue siendo el de una doncella. «Solamente por la muerte de mi enemigo alcanzaré la paz», decía Amba, «He sido privada de la opción de tener un marido. No soy ni mujer ni hombre. No desistiré hasta que venza a mi enemigo en la batalla». La fijación y la disciplina de Amaba en su búsqueda personal fueron tan grandes que acabó encontrándose a Shiva sosteniendo su tridente en el fondo del bosque. En su desesperación, Amba escucha como la voz de Shiva le promete que podrá matar al rey que tanto odia. Shiva le promete que volverá a nacer en otro cuerpo, pero recordando toda su historia. Nacerá primero como mujer y será una gran guerrera, experta en todo tipo de armas, pero se convertirá en hombre, y acabará venciendo al ser que tanto odia.

Habiendo escuchado estas palabras Amba se levanta, recoge leña para encender una pira y se estira dentro de la hoguera para abandonar su cuerpo.

En otro reino, un rey que no podía tener hijos y consiguió satisfacer a Shiva con muchas ceremonias. Shiva le prometió que tendría una hija, que se convertiría en hijo, y sería un gran guerrero. Así, cuando poco después nació Shikandi, con la memoria de Amba, el rey la educó en todas las técnicas de guerra, como si fuera un príncipe varón, y además mintió a todos sus consejeros anunciando ante el reino que Shikandi era el heredero masculino de su reino. Solo la reina y el rey sabían que el príncipe era en realidad una niña vestida de chico. Shikandi se convirtió en alumna excelente de esgrima, tiro al arco y artes marciales. Aprendió incluso a usar mantras destructivos y armas mágicas. Shikandi, apoyada por sus padres, retrasaba el momento de casarse pero el reino, y los reinos vecinos, empezaban a murmurar, a sospechar, a preguntarse cuál sería el problema. Confiando en las palabras de Shiva, y en que al final todo se iba a arreglar de algún modo, Shikandi fue casada con la princesa de un reino vecino. Cuando inevitablemente la princesa se dio cuenta de que Shikandi tenía cuerpo de mujer la princesa se sintió engañada y mandó mensajeros a su padre, que declaró inmediatamente la guerra al reino de Shikandi.

Shikandi se entristeció mucho por el destino que había traído sobre su reino y decidió escapar sola hacia el bosque, para morir. Dejó sus residencias para alejarse hacia un bosque profundo y apartado, un bosque que todo el mundo eludía porque lo dominaba por un Yaksha al que temían. La casa del Yaksha estaba hecha de ladrillos y enyesada. Estaba llena de humo y grano seco. Tenía muros altos alrededor y una verja.

Shikandi entró en el lugar y ayunó en el patio durante varios días, secando su cuerpo. Cuando el Yaksha salió de su casa tenía los ojos del color de la miel. «¿Qué es lo que quieres pedirme?» le preguntó el Yaksha «Soy el servidor del dios de las riquezas, puedo conseguir todo lo que me pidas, aunque parezca imposible». Shikandi le explicó toda su historia y le habló del peligro que corría su reino, del poder del monarca de armadura dorada que les había declarado la guerra, y le exigió «conviérteme en un hombre para salvar mi reino, has prometido que puedes hacer todo lo que te pida».

El Yaksha se lo pensó y le dijo a Shikandi que podían encontrar una solución pero haciendo un pacto. Él podía prestarle a Shikandi su órgano masculino por un tiempo, con la condición de que Shikandi se lo devolviera cuando terminara de convencer a su esposa y a su suegro de que era un hombre. «Puedo merodear el cielo y tomar la forma que quiero» le dice el Yaksha «llevaré tu órgano femenino por un tiempo, salva a tu familia, pero no intentes engañarme». Y Shikandi, aliviada, responde al ser que merodea la noche que le devolverá su órgano sin falta, cuando pasen los problemas.

Cuando volvió a su reino en un cuerpo masculino, los mensajeros hicieron su trabajo, se comprobó la sexualidad de Shikandi y su esposa y el reino quedaron satisfechos. Sin embargo en estos días el dios de las riquezas, Kubera, señor de todos los Yakshas, se encontraba volando en su carro encima del bosque siniestro en el que Shikandi había depositado su sexo femenino. Kubera se encontró a la residencia del Yaksha decorada con muchos colores, con muchos tipos de guirnaldas diferentes. Estaba el grano seco y también toldos hechos de hierbas aromáticas. El lugar estaba adornado con telas y banderines, olía a incienso delicioso, había suministros de grano, carne y licor. El dios de las riquezas exclamó con su  voz profunda que el lugar estaba muy bien decorado pero se preguntó por qué el yaksha no salía a saludarlo. El Yaksha se avergonzaba de salir porque ahora tenía las fromas de una mujer, le explican los espíritus que le acompañan. Ante esto Kubera se enfada, por alguna razón que el texto no especifica, y condena al Yaksha a permanecer en esta forma femenina hasta la muerte de Shikandi.

De esta manera Shikandi siguió viviendo en cuerpo de hombre, hasta enrolarse en la gran batalla del Mahabharata, en el lado contrario al de su enemigo, que no es otro que Bhishma, el enigmático rey renunciante que prometió antes de luchar que «no apuntaría con sus flechas a ninguna mujer, o a nadie que haya sido mujer anteriormente, que tenga el nombre de una mujer o la forma de una mujer». Bhishma siguió todo el periplo de Amba con la ayuda de espías, sabía perfectamente quién era Shikandi y lo estaba esperando, porque Bhisma podía morir solo cuando él lo decidiera, y tomó la decisión de que fuera Shikandi quien lo matara en la batalla.

Las decisiones de Bhishma, el enemigo de Amba y Shikandi, son un tema para otro día. Esta entrada está dedicada a Amba y Shikandi. Su historia es la de un impulso, un ímpetu atrapado entre cuerpos y entre normas. Un deseo que danza entre cuerpos diferentes, forcejeando con una estructura social. Mi pregunta es hacia dónde va este ímpetu en la época actual. ¿Qué es lo que buscaba Amba? Al amor me parece que renunció muy pronto, y la venganza, ¿por qué le importó tanto? ¿Qué fue lo que más le dolió, la separación de su amado, el despecho o la humillación? ¿Qué dolor alimentó esa transcendental fidelidad al voto de venganza? Y qué fue este ímpetu, ¿masculino o femenino?

A Bhishma, el secuestrador y víctima de Shikandi, se le conoce como “el del voto terrible”, porque hizo el voto de renunciar a la descendencia y no lo levantó ante nada. Con esto en mente, podemos decir que Amba fue su media naranja; Amba “la del voto terrible”. Y Bhishma no dejó de seguir a Amba con sus espías. Amba no dejó de pensar en Bhishma. Su historia es la historia de una relación, tal vez porque al final todo está relacionado. Todo está en relación con todo y no podemos apartar nada del mundo, lo que podemos hacer es elegir bien cómo relacionarnos con ello. Puede ser esto, y puede ser mucho más. Disculpas si la conclusión es algo ligera, solo quiero terminar este escrito de alguna manera. Si has visto otra cosa en la historia de Amba, Shikandi y Bhsihma, estás invitado/a/@ a dejar tu comentario.

[1] Se trata de Kunti hablando con Pandu

[2] Sambhava Parva 112-113

[3] Se trata de Bhishma

Sobre si vale la pena buscar consejos matrimoniales en el Mahabharata

Esta primera entrada de 2017 la dedico a una de las primeras decisiones importantes de Bhishma, un personaje que sirve de eje al argumento del Mahabharata. La decisión a la que me refiero se describe en el texto como una anécdota que no parece mucha transcendencia cuando ocurre y se describe en un par de frases, pero las consecuencias de esta decisión acabarán causando que Bhishma abandone su cuerpo.

El Mahabharata, entre otras cosas, es una historia de enredos en la que actuar de manera correcta no es necesariamente sinónimo de éxito o garantía alguna de evitar el conflicto. La dinastía cuya historia explica el Mahabharata comienza con lío, mucho lío. Demasiado lío para poderlo resumir en esta entrada. Digamos solamente, para situarnos, que nos encontramos en un momento en el que un rey ha hecho un voto de castidad y dado que él, a causa de su voto, no podrá continuar el linaje real, decide buscarle conyugue a su hermanastro menor. El rey en voto de castidad es Bhishma, pero ahora el voto y su relación con el hermanastro no importa, lo que importa es que Bhishma está buscando la descendencia para su familia.

Bhishma se entera de que en el reino de Varanasi el rey está organizando un concurso al que vendrán jóvenes nobles de todos los reinos para demostrar sus cualidades e impresionar a las tres hijas del rey. El premio del concurso es ser elegido como esposo por una de las princesas y se presentan miles de pretendientes.

Aquí el texto hace una cabriola de estas que me impresionan tanto y me hacen pensar que una vida entera no será suficiente para entender el Mahabharata. Lo que quiero hacer en esta entrada es comentar este punto del texto y observar cómo se usa el lenguaje fantástico para explorar los espacios a los que no llega la razón.

La pirueta que hace el texto es afirmar, en referencia a la ceremonia de elección de pretendientes que describe, que esta ceremonia corresponde a la octava forma de casamiento, llamada «autoelección» (Svayamvara, en sánscrito).

Me he encontrado con muchas historias sagradas en las que aparece esta ceremonia pero cuando el Mahabharata habla de «octava forma de casarse», parece referirse a algún códice existente que regule estas formas, y concrete ocho maneras posibles de emparejarse. Aquí es donde el texto hace su “cabriola”. La leyenda dice que el sabio Vyasa, compositor del Mahabharata, le pidió al dios Ganesha que transcribiera el Mahabharata mientras él se lo dictaba. Ganesha aceptó con la condición de que el sabio dictara la obra entera de principio a fin, sin parar ni para dormir. Vyasa aceptó y para poder descansar intercalaba acertijos y enigmas filosóficos en la historia, que hacían que Ganesha levantara la cabeza y se quedara pensativo unos segundos, los cuales el sabio aprovechaba para descansar. Este momento parece ser uno de ellos.

Porque es cierto que existen ocho formas de emparejamiento registradas en los códigos de rituales domésticos de referencia (Grihya Sutras, Artha Shastra o el Código de Manu), en ambos se habla de ocho maneras de casarse, pero no se incluye el ritual de autoelección entre ellas. ¿Por qué esta línea del Mahabharata sitúa esta ceremonia (svayamvara) entre una de las ocho formas posibles de matrimonio? es un misterio, más aún a la luz de la siguiente línea: «[la ceremonia] que los instruidos recuerdan y los reyes elogian». ¿Es que la ceremonia en la que la mujer elegía un hombre entre varios pretendientes constituía un recuerdo del pasado, ya en la época del Mahabharata, y es posterior la composición de los códices? Yo, en este momento, no sé la respuesta a esta pregunta. Si estás leyendo esto y sabes algo al respeto por favor escríbeme algo, en los comentarios o a la dirección: respirarelmahabharata@gmail.com

Más allá de este pequeño gran enigma, quiero continuar con el discurso y las acciones de Bhishma en este punto de la historia. Bhishma se presenta en la ceremonia de autelección y exclama la mencionada frase: proclama que la ceremonia que está tomando lugar es «recordada por los sabios y respetada por los reyes», pero «aquellos que conocen el Dharma saben que la esposa tomada por la fuerza es la mejor», y acto seguido Bhishma lucha contra todos los pretendientes y secuestra a las tres princesas.

Ahora, es natural que nos sintamos repelidos por lo que está pasando en el texto, pero una doble, triple y cuádruple lectura de estas páginas abre la mirada a unos significados más sutiles de lo que parece a primera vista. Y aviso de antemano que no pretendo forzar un sofismo enrevesado para justificar ningún secuestro sino que quiero romper una lanza a favor de la complejidad y sensibilidad del Mahabharata. El texto, si se lee con cuidado, es muy imparcial, también visto desde la mirada post-feminista del siglo XXI. Bhishma irrumpe la ceremonia y guerrea contra los príncipes más feroces de la tierra. El texto describe, alaba, las proezas marciales de Bhishma por unas buenas dos páginas, hasta que victorioso, Bhishma se aleja en un carro con las tres princesas a bordo. «A las cuales trata como sobrinas». Es decir, la batalla de Bhishma es contra los otros pretendientes y la derrota es de ellos, en ningún momento se habla de hacer daño a las princesas, o menospreciar su persona o feminidad, ellas se mantienen a salvo, mientras los hombres compiten.

¿Pero y la opinión de ellas? Nos diremos. Y a esto responde la historia, inmediatamente. En el viaje de vuelta a su palacio una de las princesas habla: «Yo ya he elegido al rey de Soubha como marido. Esto yo ya lo había hecho anteriormente, y él ha aceptado mi mano. En la ceremonia yo iba a elegirlo a él. Tú conoces bien el Dharma y ahora sabiendo esto, decide lo que el Dharma implica». Ante esto Bhishma hace los arreglos para que la princesa vuelva a su reino.

Que Bhishma venza a otros príncipes para secuestrar unas princesas es correcto desde el punto de vista del Dharma, a menos que una ya haya elegido, entonces lo correcto es que ella vaya con su elegido. A lo que la princesa alude es a la llamada boda Gandharva, esta vez sí, una de las ocho formas regladas,  en la que hombre y mujer se emparejan por mutuo acuerdo. Es la boda más valorada en la sociedad occidental del siglo XXI, pero ahora me gustaría entrar en el significado profundo de la palabra Gandharva.  ¿Por qué hacerlo? De entrada, porque el texto hace un llamado a la reflexión en este punto. Primero, porque presenta un cruce de intereses sin sancionar ninguno de los dos, al contrario, presentándolos como de igual valor frente al Dharma (la armonía universal). Segundo, porque este enredo será la causa de que Bhishma abandone su cuerpo, a partir de ramificaciones que probablemente aparezcan en próximas entradas o futuras narraciones del Mahabharata.

¿Cuál es la ambigüedad de la boda Gandharva? La denominación en sí nos presenta la pista. Los Gandharva son seres astrales. Tienen cuerpos demasiado sutiles para que los podamos percibir con sentidos humanos. Se les describe como músicos de los Dioses; entretienen a las potencias que son mayores que ellos, a los Deva, y confunden a los humanos. Llama la atención que en el Atharva Veda, himnario referencial para la cultura del Mahabharata, ofrece un himno de protección contra los Gandharva: «como un joven, de apariencia exuberante, el Gandharva acecha las mujer. A él lo expulsamos de aquí con un poderoso hechizo» y las Apsara son las ninfas acuáticas, compañeras de los Gandharva, «marchad hacia el río, a sus vados, como levantadas por el viento, ¡habéis sido reconocidas!» (Ambas citas: Ath.Veda 5,37).

Los Gandharva y las Apsara son bellos, divertidos, sobretodo atrayentes, su presencia imperceptible embelesa el alma, ¿por qué protegerse contra ellos con conjuros? Esto ya es una pregunta que cada uno debe hacerle a su interior. ¿Qué deseo en la vida? ¿Existe otro propósito que el embelesamiento? No pretendo responder estas preguntas aquí, ni tampoco ofrecer una guía para hacerlo, lo que quiero ilustrar es la ambigüedad y la apertura que ofrece definir un tipo de emparejamiento como el «mutuo acuerdo» con una definición “mitológica”, o “simbólica”, como lo es el término Gandharva. Podemos ver que no nos encontramos con un claro juicio moral sino con otra cosa, algo mucho más flexible. Gandharva es una definición, que no cierra ni fuerza sino que apela al discernimiento interior desde este plano sutil hacia el que se expande la percepción cuando accede al pensamiento mitológico. Llámesele fantasía, si se quiere, pero una fantasía real; una fantasía que tiene que ver con el amor y la elección de pareja.

Por otra parte, el secuestro como “forma de emparejamiento”, se menciona en los códigos como boda Rakshasa. Los Rakshasa son seres monstruosos, con un físico muy concreto, tan material como el cuerpo humano, pero con poderes mágicos como la capacidad de volar y cambiar de forma a voluntad. Los Rakshasa son feroces depredadores y consumen carne humana. ¿Se refiere a este tipo de boda como algo positivo la exclamación de Bhishma? En primer lugar, según el código de Manu (3,21), esta boda es la única aceptada para un noble (Ksatriya). En segundo lugar, tal vez, lo que pueda tener de positivo este tipo de “boda”, a nivel material, es que en caso de secuestro, Bhishma no tendría ningún derecho a la propiedad de las princesas que secuestra ni las de sus reinos. Si Bhishma reclamara algo de su dote se consideraría su reclamo como robo. En este caso, Bhishma deja intacto las posesiones del reino de las princesas. Pero de nuevo ¿qué es lo que desean ellas? Y por extensión ¿qué desea el hermanastro de Bhishma? Se toma por supuesto que él estará contento cuando se le presenten dos desconocidas con las que debe casarse, igual que suponemos que dos personas que deciden casarse por la influencia de la melodía encantadora de los Gandharva serán más felices, pero sabemos que no es siempre así.

No pretendo con este escrito defender una u otra acción de los personajes del Mahabharata. Tampoco pretendo, como alguien pueda pensar, defender una ordenación patriarcal, matriarcal, o de ningún tipo en este escrito. Estoy comentando una historia sagrada y un códice legal/ritual. Todo códice es una idealización y representa a la sociedad que lo aplica tanto como una constitución nacional pueda representar a los individuos que respiran dentro del territorio que incumbe; es un mero referente. Lo único que quiero compartir aquí es la fluidez que aporta a un códice el lenguaje mítico. El hecho de dar a cada emparejamiento un nombre mitológico hace que obtenga un significado mayor que el del juicio binario de bien o mal. Las ocho formas de emparejamiento que definen los códices indios son primero una descripción de las posibilidades reales de emparejamiento. Nos guste o no, la realidad es de una manera determinada y ofrece un margen de acción que va desde la elección de la pareja al secuestro. Dentro de estas posibilidades de la realidad, fluye el sentido.

En mi opinión, lo que aporta el uso de un lenguaje “mitológico” en un códice ritual, es la opción de establecer normas y acuerdos sociales sin olvidar que estos no dejan de ser coordenadas temporales dentro del infinito. Allende las murallas del mundo, las murallas de la realidad y de la ley, el espacio es infinito. Con esto en mente vuelvo a honrar el Mahabharata como un texto que es de todo menos didáctico o taxativo, porque lo que nos ofrece es un espejo de la realidad en todos sus matices y uno se sitúa frente el Mahabharata de acuerdo a su discernimiento interior. Así es como el espejo del Mahabharata actúa como un catalizador, un estímulo del despertar interior.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

Subir ↑