El hijo del sol

No es necesario comprender algo para conocerlo. Hay muchas cosas que se pueden conocer sin comprender, como por ejemplo el amor. Cuando la lectura completa del Mahābhārata implica pasar por decenas de cientos de páginas de descripción de gestas bélicas la obra nos lleva a conocer algo que no comprendemos y, precisamente, por no comprenderlo del todo, y ser el tema tan sensible, es preferible no recurrir a frases terminantes que se pueden malentender fuera del contexto adecuado.

Cuando hablamos, por ejemplo, de Karna, uno de los participantes de la gran guerra del Mahābhārata, sobre quien escribí una entrada hace ocho años, la mente llega a unas comprensiones que se ven claramente insuficientes:

Recogido en el río por un conductor de carros. Recogido por un testigo y narrador de batallas que no levanta armas. Por alguien que transporta guerreros, adentrándose en la batalla sin protección.

Pero, ¿de dónde vino realmente? ¿Cómo llegó Karna a aquel río? ¿Del sol? ¿Fue su madre una reina desconocida?

Un hombre que vive como oro oscurecido.

-Desaparezco palabra a palabra. Mis gestos son gotas de agua cayendo al vacío. Soy un hijo secreto brillando en el sol, pero me convierto en el océano y todos se hunden en mí.

Todo esto volverá a aparecer cuando yo no esté, y serás tú quien abra la mirada. Seré estrellas y tú serás pulso y respiración.

Así me habló Karna en un sueño, y su voz dolía a tristeza y pasión.

Cada átomo contiene miles de universos estallando al unísono en mega sinfonías silenciosas de implosión. Y este caos sabe a la creación que bulle bajo nuestros párpados cerrados.    

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