Manifiesto del séptimo año: Aceptar lo desconocido

Cuando empecé el voto de dedicar 12 años a preparar una narración digna del Mahābhārata me motivaban, principalment, dos cosas: Una, la convicción de la importancia de defender los encuentros de narración oral en el siglo XXI. Influenciado, sobre todo, por un artículo de Walter Benjamin traducido al castellano como El narrador, donde el autor define de una manera precisa la diferencia entre:

 a) información (ej.: Se está quemando un edificio en el barrio), que tiene una utilidad inmediata y puntual – Esta misma información no tendrá la misma relevancia en un futuro cercano, cuando haya terminado el fuego y el edificio haya sido rehabilitado.

b) la novela, donde la voz del autor conduce las emociones y pensamientos el lector para hacerle partícipe de una visión del mundo personal y aislada.

c) la narración como acto social, donde el narrador comparte algo que ha visto u oído. El narrador comparte una experiencia traída de viajes lejanos o de recuerdos secretos de la comunidad, exenta de análisis e interpretaciones psicológicas, para compartir con la comunidad la maravilla y el debate sobre las misteriosas manifestaciones de la vida.

La narración, para que sea tal, no debería determinar sino abrir posibilidades, y preguntas. La narración tiene sentido en el encuentro con el otro, en el debate y, en mi opinión, sobre todo, en los silencios compartidos. Y aquí entra mi segunda motivación: El encuentro con el Mahābhārata.

Cuando digo Mahābhārata me refiero a toda la tradición de narración india, extendida a gran parte de Asia del sur. Quiero decir también Ramayana y Purana, o toda recopilación de historias incluida en esa tradición, que contiene ese tesoro invaluable en su interior, que tanta maravilla y asombro produce.

Hay muchas maneras de hablar de este tesoro, cada año me encuentro describiéndolo de una manera distinta. En este séptimo año del voto de narrar el Mahābhārata en 12 años lo describiría como la consciencia de la palabra como resonancia.

Se me ocurre, para describir esta frase que acabo de escribir, tomar prestado algo de la teoría musical indostaní. En esta tradición los músicos improvisan tocando con la mayor precisión posible determinadas notas escogidas. La combinación de las notas elegidas para la ocasión producirá una resonancia, que emitirá el sonido común de la escala seleccionada. Existe una lista de escalas (llamadas raga), y cada raga tiene su sonido. Eso es, un solo sonido, que se produce con la combinación de unas notas determinadas. Porque si tocamos una nota sin esperar a que la anterior desaparezca en el silencio, el sonido de las dos se funde en uno solo. La combinación de todas las notas de un raga forma un solo sonido, pero no solo esto, sino que el sonido de un raga se entiende como una entidad viviente. Tocar bien un raga es invocarlo, y el raga se hace presente con el sonido.

Para que los músicos conozcan el raga, para que aprendan a reconocer su presencia, esta tradición artística ha desarrollado estrofas meditativas (dhyánas, de nombre) que describen con palabras el sonido de un raga determinado. Por ejemplo, el raga llamado Todi: “La heroína camina sola con su vina (instrumento de cuerda) en la mano, entre los árboles del bosque, rodeada de las gacelas, a las que ha cautivado con su música” o “con el cuerpo delgado, jazmines frescos brillantes y las extremidades uncidas con alcanfor de Kashmir, rechazando una gacela en el límite de un claro del bosque, sosteniendo una vina, brilla Todi” y “su cuerpo delgado brilla como la escarcha, o la flor de jazmín, y está untado con pasta de sándalo y alcanfor; cautiva las gacelas en el bosque con su vina, así es Todi[i]. El sonido de este raga es el de la mañana, se describe de esta manera y se toca así, como así, así o así.

Esta concepción de la palabra como evocación, de algo real, que se hace presente cada vez que se describe, pero no se puede terminar de describir ni aprehender por ningún sentido, es la misma que la del Mahābhārata. A esto me refiero con la palabra como resonancia. Las historias del Mahābhārata son reales, pero hablan de un sonido, o un color, o un sabor, o una sensación: de algo cuya presencia se evoca con la narración, pero no puede ser asido conceptualmente, ni refutado, ni definido, porque los argumentos se disuelven en ello como burbujas de jabón en el agua. Y lo maravilloso es que los mismos narradores originales del Mahābhārata eran conscientes de ello mientras lo transmitían.

No digo que en el primer año del voto (2016) yo hubiera descrito esto con las mismas palabras que uso ahora, pero esta maravilla era lo que me motivaba a proponer este voto de narración. Ahora bien, soltarse realmente a esta conciencia de la palabra como evocación de algo no terminado, indefinible e inconcebible, implica abrirse a lo desconocido, y esto no siempre es fácil.

En los encuentros de narración me gusta decir que cuando más aprendo del Mahābhārata menos me parece que lo conozco, pero aunque lo proclame con alegría, y admiración, no quiere decir que siempre lo disfrute. El encuentro con lo desconocido puede producir una gran angustia. La sensación de estar caminando por un terreno ignoto, después de siete años, me ha sobrepasado en estos últimos diez o doce meses. Por miedo a lo desconocido me he agarrado a interpretaciones literalistas del texto y me he angustiado cuestionando si tenía sentido narrar el Mahābhārata a pesar de no ser hindú, ni haber nacido en la India.

He compartido esta duda con expertos en el tema, de origen hindú o no, y he leído estudios sobre nacionalismo, mito hindú e identidad, pero no puedo decir que he llegado a ninguna conclusión¡. Lo único que puedo decir , y este es el manifiesto de este séptimo año, es que siento que me he enredado excesivamente en la interpretación de la historia, o en eso que Walter Benjamin decía que no formaba parte de la narración. Porque el Mahābhārata es una narración, y lo que evoca es un campo en el que podemos encontrarnos tod@s. Este campo es el campo de lo desconocido; el campo abierto en el que los caminos desaparecen como olas en el mar. Más que un mapa, programa o esquema, lo que propone el Mahābhārata es una evocación, como un plano onírico multicolor que se modifica ante la mirada, pero no deja de apuntar a la realidad. Este gran desconocido puede asustar, cuando estás solo. Por eso es tan importante la compañía. Por eso es tan importante el encuentro presencial, la narración en grupo. Las siete mil páginas del Mahābhārata, leídas en soledad, como una novela, pueden angustiar, pero narrar su historia en grupo es evocar junt@s nuestra realidad compartida. Aquello en lo que se disuelven las palabras y los conceptos, que paradójicamente se evoca con sonidos, colores, sensaciones, sabores y aromas, pero está más allá de ellos.

El manifiesto de este séptimo año es una defensa de lo desconocido. No olvidemos que, en última instancia, no sabemos nunca de qué estamos hablando, pero escuchando nos encontramos.

Por esto te invito a venir, escuchar y opinar, en la narración de este séptimo año de Respirar el Mahābhārata. Volver a los orígenes significa para mí volver a narrar el argumento entero del Mahabharata sin más artificios que la luz de las velas.

Volver a los orígenes es volver a la sala de CRA’P, que es el lugar donde más versiones de la narración del Mahābhārata he estrenado y presentado.

Dado que este año el día 12 cae en lunes, haremos la narración el domingo 11 por la tarde. Cada participante recibirá una vela que podrá encender el día 12. El domingo narraré el Mahābhārata, y hablaré de la participación de Krishna, teniendo en cuenta lo desconocido, que se abre entre las palabras. El ritmo será pausado, habrá tiempo para descansar, tomar té y meditar, porque el objetivo es compartir el espacio, el tiempo y lo desconocido.

Para inscripción en información: info@cra-p.org


[i] Citado por Klaus Ebeling en Ragamala Painting, Ravi Kumar, Basel, Paris, New Delhi, 1972, pp.122 Y 128

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