Sobre la descripción de lo indescriptible

Las personas nos comunicamos con palabras, miradas, gestos y decisiones; así afectamos y nos dejamos afectar por el conjunto de nuestra especie. El ser humano usa la voz, la mirada y el cuerpo para interactuar con otras razas animales y vegetales. Las plantas y el mar se comunican con la atracción gravitacional de la luna, la luna comunica con la luz del sol y el sol comunica con los planetas que lo rodean mediante la presencia de su masa y energía. Las estrellas de todas las galaxias comunican una con otra, afectándose mutuamente, en su luz y posición. Así lo hace, también, el negro espacio abierto que absorbe las emanaciones de los cuerpos en todas las direcciones posibles.

Todo el cosmos vive y muere junto. Existe, como nosotros, y tiene la misma consciencia. Los sentidos, la memoria y el raciocinio son las herramientas que usamos los humanos para definir nuestra propia consciencia, pero no son las únicas que existen. No tiene menos consciencia la planta, el mineral, las llamas del sol, y una persona dormida que otra desvelada. Cambia la capacidad de raciocinio o el tipo de memoria, pero la consciencia sigue siendo la misma.

Y probablemente consciencia tampoco sea la palabra perfecta. Más que consciencia, me refiero a aquello que nos une con todo, que es tan sutil, pero a la vez tan banal. Banal porque es lo primero que se encuentra en cualquier sitio, pero sutil porque no se puede asir ni describir. La única manera que tenemos de describirlo es describirnos a nosotros mismos, y a nuestra reacción cuando nos relacionamos con eso.

No podemos describir lo indescriptible, pero podemos describir nuestra mirada, y lo que le pasa cuando ve lo indescriptible: Eso que conoce lo que existe, existió y existirá; así como las fortalezas y debilidades de todo. Porque es la raíz, ya sea de nuestras victorias o nuestro derrumbe. Nuestras vidas, nuestras posesiones, éxitos o fracasos, nuestra felicidad o nuestra desdicha, están basadas en ello. Es lo que crea y lo que otorga, todo se basa en ello.

Eso en el Mahābhārata se llama Krishna. Cada uno de nosotros lo llamará como quiera, pero seguirá siendo lo mismo.

El humano no puede entender el lenguaje de los elementos, solo puede comprender cómo el mundo le habla. Podemos entender lo que tienen para decirnos las estrellas, el sol, la luna, las plantas, piedras, aves, insectos y microbios cuando escuchamos atentamente la reacción de nuestro cuerpo a sus mensajes. Cuando escuchamos atentamente la reacción de nuestras imaginaciones al mundo, podemos entender, en nuestro idioma, la relación que tenemos con él. Para reconocer a Krishna, tendré que conocer mejor mi mirada.

La parte cursiva de este texto está basada en el discurso sobre Krishna que hace Yudisthira en el Mahābhārata, en Abhiniryana Parva, cuando propone que sea él (Krishna) quien nombre al general de sus ejércitos. El resto del texto es una exposición de la evolución de la indagación en la pregunta propuesta para este sexto año de respirar el Mahābhārata, que es cómo reconocer a Krishna cuando se nos presenta.

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