La corte del rey Kirtavirya tuvo la suerte de acoger a los sacerdotes del linaje de los Bhrigus, de quienes se decía que tenían una sabiduría que iluminaba la tierra como los relámpagos la noche de tormenta. Aquellos sacerdotes del reino de Kirtavirya eran descendientes de los que en tiempos de los orígenes habían seguido los pasos del fuego como a las huellas de un animal extinguido. Persiguieron al fuego hasta encontrarlo en las nubes, allí donde las lluvias se reúnen, y le dieron un lugar entre las personas. Los Bhrigus amigaron al fuego con la humanidad y con su ayuda elevaban el esplendor de los reyes a los que servían, hacia las praderas doradas de los dioses.
Los Bhrigus conocían el sendero que conecta la luz con la materia, lo cual equivale a decir que conocían el secreto de la inmortalidad – sabían cómo servir el Soma, la placentera bebida de la eternidad.
El rey Kirtavirya regaló a sus sacerdotes grano y riquezas en abundancia, pero generaciones más tarde sus descendientes se vieron en situación de carencia económica y acudieron a los Bhrigus disfrazados de mendigos.
Para salvar a sus riquezas indestructibles la mayoría de los Bhrigus escondieron las que tenían bajo tierra; algunos las ofrendaron rápidamente a otros sacerdotes (brahmanes) y unos pocos les dieron tanto como podían a los hambrientos nobles (kshatriya).
Pero ocurrió que un día los nobles, siguiendo su intuición, cavaron en los terrenos de residencia de los Bhrigus y descubrieron el tesoro que escondían.
Furiosos, los nobles dispararon sus flechas contra el clan de los Bhrigus sin escuchar sus gritos de clemencia. Persiguieron a sus sacerdotes por toda la tierra, matando incluso a los que quedaban por nacer.
Las esposas de los descendientes de Bhrigu se vieron forzadas a huir a las montañas del Himalaya y esconderse allí donde podían.
Entre las mujeres de los Bhrigu había una doncella con bellas piernas que había tomado la resolución de perpetuar la raza de sus esposo. Escondió a su embrión en uno de sus muslos, pero fue descubierta finalmente por los furiosos nobles. En ese crítico momento apareció el niño del muslo de su madre, como el fuego lo hace del tronco de madera, cegando a los guerreros como el sol de mediodía.
Privados de la vista, los nobles vagaron por los pasos difíciles y peligrosos de la montaña.
Frustrados, derrotados y asustados, pidieron clemencia ante la impecable mujer del linaje de los sacerdotes – le suplicaron que les devolviera la vista. Estaban ensombrecidos por el dolor, ciegos, como fuegos apagados.
-¡Ilustre señora! Por tu gracia, devuelve la vista a los guerreros. Nos marcharemos todos de aquí con nuestros actos malvados. Tenednos compasión, tú y tu hijo. Devuelve la vista a los reyes.
-Hijos, yo no os he robado la vista, ni tampoco estoy enfadada con vosotros. Es el descendiente de los Bhrigus que ha nacido de mi muslo el que está furioso. Es su furia, debida a la perdida de sus familiares, la que os ha dejado ciegos.
He llevado a mi hijo en el muslo durante cien años, mientras vosotros nos matabais hasta en el útero. Lo he llevado para que hiciera lo mejor para su linaje. Es su fulgor el que os ha cegado; si calmáis su furia con vuestras súplicas os restaurará la vista.
Oído esto, los guerreros dirigieron sus súplicas al descendiente de los descubridores del fuego, a quien habían llamado Ourva (muslo, en sánscrito).
Ourva, por una parte, fue compasivo con los reyes y les curó la vista, pero seguía reteniendo la energía de la furia que había acumulado y decidió dirigirla de todas maneras hacia el mundo. Para recuperar el honor del clan de los Bhrigus, y hacer justicia, Ourva convirtió en fuego la furia que albergaba su cuerpo y estaba dispuesto a dejar que sus llamas incendiaran todos los mundos, incluyendo los planos celestiales, tanto a los dioses y a los enemigos de los dioses como a la raza humana y el resto de los seres.
Viendo lo que su descendiente se proponía hacer los ancestros de Ourva se presentaron ante él desde las llanuras blancas en las que habitaban, allende el brillo de la luna.
-Ourva, hijo, controla tu furia. Te estamos viendo desde las praderas ilimitadas donde pastan los búfalos de cuernos dorados. Habitamos entre los siete ríos de la verdad, la misma verdad que tú buscas, y nos nutrimos de las urbes de las vacas de la luz. Vivimos junto a la gran madre; vemos las olas imperceptibles que forman sus pensamientos y vemos como todos los seres nacen de las interacciones entre estas ondas primordiales y cómo todos estos seres están sujetos a cambios, nacimiento, evolución y muerte. A causa de este fondo impermanente todos los seres son vulnerables, débiles e imperfectos; su vida y sustancia están gobernados por la Gran Madre Naturaleza (parā prakṛti). Todas estas formas se disuelven de nuevo en ondas inasibles (Akshara) y en ellas pastoreamos el ganado dorado del sol.
No te enfurezcas Ourva. Los Bhrigus no estábamos indefensos, ni éramos indiferentes a nuestra matanza. Estábamos cansados de nuestras largas vidas y sabíamos que estos reyes y príncipes se enfadarían. Estábamos cansados del mundo terrenal pero sabíamos que no íbamos a alcanzar la eternidad a través del suicidio. Decidimos hacer enfadar a los nobles para ser muertos por sus manos.
¿De qué nos sirven las riquezas en el otro mundo?
Ourva, ningún noble en ninguno de los siete planos ha ofendido realmente a los Bhrigus.
-Ancestros, he hecho el voto de destruir los mundos con mi furia y no puedo faltar a mi palabra. La persona que reprime una furia que sabe que es justa nunca podrá proteger su lugar en la sociedad. La rabia tiene la función de limitar al mal y proteger el bien. Los reyes que desean conquistar el cielo usan la rabia por una causa justa.
Cuando estaba dentro de mi madre sentí el terror de las mujeres de nuestro clan y la indiferencia del mundo a la injusticia que estábamos sufriendo, siendo perseguidos incluso en el interior de nuestras madres.
Si queda alguien que castigue el crimen en el mundo la gente se lo seguirá pensando antes de cometer uno. El que puede castigar un crimen y no lo hace queda manchado por el mismo acto, aún si se trata de Dios mismo. Me es imposible obedecer a vuestro pedido; haciéndolo animaría la proliferación del mal en el mundo. Si intento suprimir esta energía que arde en mi con mis fuerzas, me consumirá. Os lo pido ancestros, vosotros que siempre tenéis el mayor bienestar del mundo en mente, aconsejadme.
¿Qué es lo que puedo hacer?
Y los Bhrigus contestaron:
-El fuego que ha nacido de tu furia desea consumir los mundos. Arrójalo al agua y siéntete afortunado porque todos los mundos están hechos de agua. Cada jugo está basado en el agua. De hecho, el universo entero está hecho de agua. Permite que la rabia sea el fuego en el gran océano, el territorio de Varuna, el dios de las aguas, cuya fuerza y pasión ni los pájaros en su vuelo pueden alcanzar, ni estas aguas que corren sin dormir, ni aquellos que planean sobre la grandeza del viento.
Desde entonces, en el fondo del océano compartido que habitan nuestras células, que comparten la placenta con el corazón, pulmones, sudor, nubes, ríos y mares; en el fondo del líquido oscuro de nuestro inconsciente, donde no llegan las olas, reluce la llama de la justicia como una yegua blanca, cuya crines flamígeras danzan en la oscuridad, y nos calientan los pies a los que nos enfadamos.
Rig Veda X, 46; I, 56; VI, 15
The Secret of the Veda, de Sri Aurobindo
Comentario de C. Radhakrishan al verso 9.8 de la Bhagavad Gita