El miedo al conflicto en nuestra humanidad compartida

Saludos a ti, que estás leyendo estas líneas. Bienvenid@ a este viaje a bordo del Mahābhārata, la historia más larga del mundo: En este escrito propongo introducir uno de los referentes menos conocidos en el Mahābhārata, Satyaki, para proponer una reflexión sobre algo que nos hace humanos, con una mención a la inteligencia artificial.

Hago un inciso antes de empezar, para remarcar que no uso la palabra “personaje” para referirme a Satyaki, porque el Mahābhārata no tiene personajes. Un personaje es la invención de uno o varios autores. Puede estar inspirado en alguien que existió realmente, pero su historia es inventada. El Mahābhārata se presenta, en cambio, como la crónica de unos hechos antiguos, pre-historicos, pre-recuerdo, pero reales. No es lo mismo habar de un personaje que de un ancestro. Aunque con el tiempo el recuerdo de lo que hizo un ancestro se puede fraccionar en versiones distintas y contradictorias no es el mismo respeto el que la situación nos impone cuando hablamos de un ancestro que cuando hablamos de un personaje inventado. Cuando hablamos del Mahābhārata hablamos de ancestros y es este tipo de respeto el que la situación pide. Aunque sin perder, por supuesto, la mirada crítica y el derecho a formarnos nuestra propia opinión de los hechos. Porque este escrito va de opiniones personales, en gran medida.

Satyaki fue un guerrero del clan de los Yadava. Un clan que tenía como capital la ciudad costera de Dvarak, cuya característica más destacable es que fue el clan en el que nació Krishna, la encarnación de la divinidad en la tierra.

Satyaki tuvo una relación especialmente cercana a Krishna. Fue discípulo especial del primo de Krishna, Arjuna, de quien se decía que era el guerrero perfecto. Antes del gran choque entre los Pandava y los Kaurava por la sucesión del imperio, Satyaki acompañó a Krishna en una misión de paz a la corte de los Kaurava. Krishna quiso probar un último intento para convencer al emperador de aceptar las condiciones de paz que le ofrecían los Pandava, y evitar así la guerra.

En aquel encuentro el emperador Duryodhana dio la orden de atar a Krishna y encarcelarlo, por el atrevimiento de pedirle que cambiara de opinión. Y entonces tuvo lugar uno de los eventos más importantes de los que relata el Mahābhārata, porque Krishna descartó su forma humana y manifestó su forma original, con brazos que llegan a todos los rincones del mundo y pies enraizados en la base de la existencia.

La mayoría de los presentes se desmayó, o no fue capaz de visionar aquella revelación, pero Satyaki fue uno de los pocos que permaneció plenamente consciente y nunca olvidó quién era realmente Krishna. Por esto, cuando Krishna se ofreció a dirigir en persona el carro del rebelde Arjuna, pero en cambio ceder el control las tropas que comandaba al déspota Duryodhana, Satyaki no acató la orden; aun siendo soldado de Krishna. A pesar de que, por acuerdo político, y por orden de Krishna, Satyaki debía luchar junto a Duryodhana, se negó a hacerlo y optó por tomar el bando de Arjuna, su maestro. El bando que era también el de Krishna, de quien sabía que era la encarnación de la divinidad. Y a esto quería yo llegar: al desacato de Satyaki, por “lealtad”. Porque siento que el Mahābhārata nos muestra aquí una de las claves de lo que nos hace humanos: La opinión personal.

Volviendo al tema de la inteligencia artificial, que mencioné en la entrada pasada, es interesante mencionar el estudio publicado por el equipo del investigador Jerry Wei, donde demuestra que uno de los defectos de la inteligencia artificial es que puede dar información falsa al usuario si intuye que esto es lo quiere oír (ver concepto sycophancy). Esto es así en lo referente a ideales políticos, pero también resultados matemáticos. Y pasa porque el programa funciona como herramienta y no expresa ninguna opinión personal. La diferencia con los humanos es que tenemos una opinión. De las opiniones nacen enfrentamientos, más o menos pacíficos. Y cuando el Mahābhārata dedica tantas páginas (un par de miles) a describir con detalle un conflicto -la guerra en la que luchó Satyaki junto a Arjuna y Krishna- leerlo se convierte en una meditación sobre el conflicto, y uno empieza a ver que el conflicto forma parte de esta humanidad compartida que somos.

Lo humano no está confinado al cuerpo de cada uno de nosotras, ni tampoco a las ideas que nuestras neuronas barajan, sino que se encuentra en el campo que compartimos: un campo externo e interno a la vez. Lo humano está en el encuentro: en el espacio físico, emocional e intelectual que compartimos, y este espacio es también la arena en la que nos enfrentamos unos a otros.

Dado que no somos herramienta, tenemos opinión y nos respondemos unos a otras. Vivir nuestra humanidad no pasa por negar nuestras opiniones, sino por encontrar el equilibrio para expresarlas sin tener que llegar a la guerra. Así nos avisa el Mahābhārata, la voz de la humanidad anterior.

Narrar las aguas

Le damos mucha importancia a los últimos seis o siete milenios de historia de la humanidad, pero podríamos decir que esta importancia es desproporcionada en relación a los, por lo menos, doscientos milenios que ya llevamos de existencia. Y sabemos, aunque no quede de ello registro histórico, que hace mucho tiempo los elefantes volaban. Los sabemos de las historias de los tiempos antiguos de la humanidad.

Hace muchísimo tiempo los elefantes volaban, pero uno de ellos se sentó sobre la rama de un árbol para escuchar cómo cantaba un humano. La rama se rompió y el elefante se cayó sobre aquella persona, que se hizo daño, se enfadó, y usó los poderes creativos que tenían él y sus compañeros en aquella era, para modificar la realidad con los sonidos expresados por su caja torácica y cuerdas vocales: aquel sabio condenó a la mitad de los elefantes a caminar sobre la tierra, mientras el resto se convertían en nubes, y desde entonces los elefantes están relacionados con la lluvia.

En la guerra del campo de Kurukshetra, que se describe en la gran obra llamada Mahābhārata, muchos elefantes tuvieron que luchar a la orden de los guerreros humanos que los entrenaban. Se luchó allí una guerra que duró dieciocho días. El treceavo de ellos fue tan triste, y exigente, que en medio del fuego del campo de batalla Krishna y Arjuna usaron sus capacidades extraordinarias para crear un lago artificial que refrescara a los caballos. (Jayadratha vada parva 74-75)

Arjuna disparó una flecha que se hundió en la tierra e hizo brotar agua y más agua hasta llenar un lago pequeño. A continuación, con más flechas, creó una valla a su alrededor y un techo de flechas cruzadas. Krishna entró en aquel pabellón y desató los caballos al resguardo de la sombra.

El resto de los guerreros estaban asombrados; nadie había visto nada igual.

Krishna calmó a los caballos, les quitó las flechas que llevaban colgando del lomo y curó sus heridas. Acariciándolos, los llevó a beber. Krishna sonrió como no lo hacía desde en años; parecía de nuevo el joven que fue, cuando se entretenía con sus amigas en el bosque.

Sobre la superficie de las aguas se reflejaba la batalla, igual que un espectro superficial de las cosas, una imagen plana, se refleja en nuestro laberinto mental.

Las palabras son noche, un toque de algo que me separa del vacío. Como un bebé que se agarra a la sensación del contacto con la sábana para no desvanecerse entre las estrellas. El agua no solo es la materia que revive a los caballos de Krishna, sino también un espejo de nuestra mirada líquida. Espejo contra espejo, agua dentro de agua. Sombras cantando a las sombras, hechizadas por puertas que se abren al infinito. Un vacío que salta al abismo. Un encuentro entre columnas azuladas con relieves, que narran nuestras vidas. Aquí nos encontramos, en las aguas sin fondo. Porque aguas sin fondo somos nosotras.

Escuchar al planeta

En esta entrada he querido compartir la última entrevista que tenía grabada para la serie de entradas que respondían de ¿Qué es la repetición, y qué es una experiencia? Pero lo extraño es que he perdido tanto el fichero de audio de la grabación como la transcripción que ya hice de ella en la libreta que uso para escribir estas entradas.

No puedo repetir las palabras exactas que se dijeron, pero un recuerdo que me queda de aquél encuentro es que fue a la orilla del mar, y cuando escuchaba la grabación se oía de fondo el sonido repetitivo de las olas disolviéndose sobre la orilla. Lo cual me recuerda que las palabras son una parte del sonido del mundo, o el sonido de la naturaleza. Los compartimientos que las palabras abren, dividen y reorganizan en nuestra mente son uno de sus efectos, pero en un plano más general las palabras son sonido, como el de los truenos o el de las olas del mar llegando a la playa.

Durante el catorceavo día de la horrenda batalla de Kurukshetra, el guerrero Arjuna estaba furioso y ansioso por matar al enemigo que acababa de acorralar y asesinar a su hijo. Arjuna disparaba cientos de flechas hacia el elefante que cabalgaba el rey Jayadratha; una de ellas atravesó la barriga de un ave que sobrevolaba el lugar, de manera que cayeron de ella cuatro huevos.

La tierra cubierta de sangre sostuvo la caída de los huevos con esponjosidad, de manera que los cuatro se salvaron. Después otra flecha de Arjuna cortó la cuerda que sostenía una enorme campana colgando del cuello del elefante de combate de Jaydratha. Esa campana cayó sobre los huevos, cubriéndolos, y los protegió durante lo que quedaban de aquella cruda batalla.

Cuando todo terminó, un asceta peregrino se acercó al campo de batalla para hacer las ceremonias de defunción a los cuerpos que yacían en el suelo. El sabio oyó el piar de los cuatro polluelos dentro de la campana, y los liberó.

Años más tarde el sabio Jamini se cruzó con los mismos polluelos, ya convertidos en grandes aves, y pudo reconocer en su canto enseñanzas sobre lo que oyeron aquellas aves en el campo de batalla; en Kurukshetra. Escuchó el canto de las decisiones de los últimos guerreros de la era anterior; el canto de Krishna, el sostén de la realidad; el canto de la despedida de la humanidad anterior, y el canto del nacimiento de nuestra era.

¿Y quién sabe cuántos pájaros más aprendieron aquel canto, y cuántos lo siguen repitiendo? Los recuerdos no están necesariamente relacionados a un solo sentido. Podemos olvidar la cara de alguien, pero recordar su olor, o olvidar las palabras de alguien, pero recordar la sensación que nos dejaron.

Hay muchas maneras de recordar nuestro origen. El Mahābhārata apunta hacia él, pero no solo con las palabras sino también con lo que resuena entre ellas.

Y esta es la última entrada del séptimo año de Respirar el Mahābhārata. La próxima será el manifiesto, con el que termino cada año, y el día 12 de Diciembre tendremos el ritual de narración anual.

Este año el día 12 de Diciembre es lunes, así que hemos decidido hacer un encuentro de narración el domingo 11 de Diciembre, de 16.00 a 20.00 aproximadamente, que dará pie a un cierre ritual que haré en privado, y podrá hacer cada uno de los participantes del encuentro, en algún momento durante el lunes 12 de Diciembre.

Este año volveremos a las raíces del proyecto, y narraré el Mahābhārata de principio a fin, con mención especial de Krishna y la Bhagavad Gita. El ritmo será pausado, habrán espacios para descansar, una meditación, y un círculo de debate. Este es el año en el que uso menos artificios de los siete; todo se reducirá a la narración y a la presencia. Al encuentro humano. Espero que puedas venir.

Dirección: CRA’P Carrer d’Anselm Clavé, 67, 3r, 08100 Mollet del Vallès, Barcelona

Sobre el color blanco

Cuando la luna se nos aparece entera en el cielo si uno mira el flanco derecho de su superficie, desde el hemisferio norte de la tierra, se puede reconocer una mancha que parece tener la forma de un antílope de perfil. Y así, de perfil, el antílope parece que tenga un solo cuerno; un cuerno único como el eje alrededor del cual vira este pedestal de lava, cubierto de tierra, agua y bosques, que nos sostiene. Aún si no lo sabemos, los místicos y los entusiastas perseguimos su canto, el canto del antílope de la luna, que modula ese sonido elusivo que nos maravilla.
El Mahabharata, la historia de la humanidad antes del diluvio, prescribe encontrar el lugar donde se despliega el sonido de este canto de la luna, que es el origen de la vida. Con decirse constantemente “iré a ese lugar; viviré en ese lugar” uno se libera de los defectos. Porque allí viven los dioses, los sabios, los santos, los espíritus y las visiones.
Hace muchas eras, en tiempos que a la humanidad le cuesta hoy creer que existieron, un ermitaño, de nombre Parashurama, mató con un hacha a todos los guerreros de la tierra. Con sus poderes creó cinco lagos y los llenó con la sangre de sus víctimas. Cuando terminó invocó a sus ancestros en la profundidad de los cielos, más allá de la Luna, Marte y Júpiter, y les pidió que le liberaran de su pecado. Les pidió que aquellos lagos rojos se transformaran en vados hacia mundos mejores.
-Tu energía aumenta gracias a la devoción que le tienes a tus antepasados. Has asesinado a estos guerreros, con furia, pero quedas libre de tu pecado porque la propia corrupción y degradación de ellos es la que los ha hecho caer. En el futuro, quien se bañe en estos lagos conseguirá de sus ancestros aquello que su mente desee, incluso lo más difícil de conseguir sobre la tierra, o los mismos mundos eternos.
Estos lagos rodean las praderas lunares, que quedan al sur del río de la inspiración. Pero el auténtico buscador ha de dejar los lagos atrás para llegar a los campos bendecidos y, al llegar, ha de saludar al guardián del portal, el inmensamente poderoso espíritu llamado Macharuka, quien le es fiel a Kubera, el guardián del oro subterráneo y el poder de las montañas. Este gesto equivale a los méritos producidos alimentando a miles de personas.
Y así, uno llega al centro de su corazón. Al lugar donde transcurre la batalla eterna, entre la luz y la oscuridad.
La luz nunca gana, porque no puede existir sin la oscuridad, pero la vida sigue eligiendo su bando – generación tras generación, vida tras vida, minuto a minuto. También ahora.

Esta entrada, está basada en una indagación en la etimología de la raíz sánscrita ku y algunas palabras derivadas como kukila, kuja, el verbo ku y su derivación kva, así como las palabras kuranga, kuru y, por supuesto, kurukshetra. El punto de partida es un comentario sobre Kurukshetra, el espacio que albergará la guerra del Mahabharata, en el apartado Tirtha Yatra Parva 81.
En este cuarto año de Respirar el Mahabharata estoy basando el desarrollo del espectáculo correspondiente en el tablero del juego de Lila, que comparto en el apartado Flechas y Serpientes de este mismo blog. En cada entrada contrasto un fragmento del Mahabharata con tres casillas del tablero y después de 15 días de reflexión sobre ello comparto el escrito resultante. Así, hasta cubrir todo el tablero antes de llegar al 12 de Diciembre de 2019, cuando se estrene el cuarto capitulo de esta performance, en la sala del colectivo CRA’P. Este escrito está influenciado por una reflexión sobre las casillas 34, 47 y 56.

Volver a casa

Kshetra es una palabra sánscrita que significa, según el pensador C. Radhakrishnan, <aquello que está sujeto a degeneración y (por tanto) es transitorio>, probablemente considerando la palabra kshetra como derivada de la raíz sánscrita de clase 1 kshi: corromper, destruir, arruinar, terminar. También, según el mismo pensador: <campo>, sinónimo de espacio, que es a su vez sinónimo de lugar.
El prestigioso diccionario sánscrito Monier Williams traduce Kshetra como lugar, propiedad, terreno, a partir de la raíz sánscrita Kshi, pero de clase 2, que se traduce por habitar, estar, residir.
En lo filosófico, como sucede a menudo con el sánscrito, el significado de ambas raíces no se contradice sino que se complementa.
Todos los objetos del mundo son Kshetra, desde la más pequeña partícula a nivel subatómico hasta la más grande; es decir, el universo completo. Nuestra vida tiene lugar en más de un kshetra a la vez, y el funcionamiento correcto de cada kshetra es la acción que le es natural.
Todos los eventos en el universo son complementarios. Ningún ser vivo pude existir a menos que forme parte de un balance mayor. Todo lo que actúe bajo un <auto-interés> que vaya en contra de esta ley queda alienado y acaba sufriendo, tarde o temprano.
Cada ser vivo manifiesta y actúa acorde a unos impulsos de la naturaleza basados en la biosfera colectiva. Los seres vivos no conocen la avaricia y no atrapan ni acaparan como los humanos. A esto se refiere la frase <observa los pájaros en el cielo; no plantan ni cosechan>. De hecho hacen las dos cosas, pero la diferencia crucial es que mientras lo hacen no sienten que lo hacen para sí mismos, y tampoco lo hacen bajo el impulso de ningún derecho de propiedad. Trabajan por el bien mayor por instinto. Esto es conocido como shayajña: ritual colectivo, o <Tomar parte del funcionamiento del mundo>, según C. Radhakrishnan. Toda acción con un interés que sea más estrecho que este es perjudicial para el que la hace. Uno no puede formar parte del balance a menos que esté desapegado.
Uno puede iniciar el acercamiento a la verdad de muchas maneras. También el ateo tiene una visión de la verdad en mente; está buscando una alternativa mejor a las propuestas religiosas y creencias existentes.
Sea cual sea la postura que uno toma en un principio, esa idea crecerá y evolucionará. Cuando el individuo se percata de que existe algo más auténtico y permanente que él ya ha iniciado el sendero del descubrimiento del ser en el universo (Ātman). Después, basándose en lo que haya podido oír, leer y ver, o las costumbres que conoce, continúa el aprendizaje.
La mayoría de las personas, independientemente de la fe que procesen, rezan a su propio y único Dios, quien se supone que escucha a sus penas, y solo a las suyas. Para algunos Dios es un ser redentor que cumple las necesidades de individuos y comunidades selectos. El concepto crece con la madurez del individuo; muchos quedan atrapados en alguna de las fases intermedias pero algunos repiensan y buscan senderos frescos. Sea cual sea el sendero y sea cual sea el lugar, todos estamos en ruta hacia el ser mayor, ser superior o supremo. También la negación y el odio a Dios forman parte de este viaje. Ninguna religión o fe es errónea o inútil. Todos los ríos fluyen junto al mismo sendero evolutivo, todos somos compañeros de viaje. No tiene sentido sentirse enfadado o separado de nadie. La única cosa a recordar es que este aprendizaje no se debería estancar en la guardería.
El descubrimiento de que existe una fuerza única y fundamental que sostiene el universo es el primer paso. Uno puede concebir esto como el creador / señor. <Pertenezco a esto> (tasmaivahan) es la actitud que refleja una relación de dueño y servidor. Sin embargo, el dueño es abstracto, distinto de uno y lejano. En el siguiente paso (taivaham– soy tuyo), el sujeto de la dedicación es más cercano, vivo y familiar. El último paso es tvamevaham (soy tú mismo) y lo vuelve todo claro. Incluso entonces permanece la distinción <yo-tú>, indicando una línea de separación. Cuando estos dos desaparecen y uno se unifica con ello se dice que uno ha alcanzado el verdadero conocimiento. Jñanayajña, comprender el sacrificio, es el esfuerzo de luchar por este conocimiento. No hay necesidad de preocuparse por los pasos intermedios pues también nos ayudan a ascender. Ya sea filosofía o simple adoración de naturaleza, continuar y progresar con la actitud adecuada le lleva a uno al éxito (jaya).
El alma no le tiene rechazo a nadie adoptando el sendero o método que sea. Cada uno puede tomar la cantidad de agua que quiera de este enorme océano dependiendo del tamaño del contenedor que uno tenga. No existe parcialidad ni favoritismos.
La entrega absoluta no lleva a nadie a una manera particular de adoración sino que investiga de manera imparcial la naturaleza de todas las creencias y revela los secretos elementales de la naturaleza profunda de las cosas (prakṛti) y, al final, redirige a todos hacia el último encuentro.

***

La Bhagavad Gita es un texto central del Mahabharata, la gran obra, “el kshetra que contiene todo este proyecto”. En la Bhagavad Gita se expone el dialogo entre Krishna, hablando en nombre de la máxima consciencia, con su discípulo y amigo Arjuna. Se trata de un texto traducido y re-traducido, así como comentado y debatido a lo largo de los siglos. El texto de esta entrada se compone de los comentarios de C.Radhakrishnan a los versos 13.2 / 1.1 / 3.9 / y 4.11 de la Bhagavad Gita.

Los escritos que aparecen en este blog representan el pulso de un acto artístico que consiste en el voto de estudiar durante 12 años el Mahabharata y estrenar cada 12 de Diciembre un espectáculo nuevo basado en la narración oral de un capítulo nuevo de esta gran obra. Puedes ver una explicación más detallada del proyecto en el apartado Una performance de 12 años, o el significado de este blog.
La parte más importante de este proyecto es su dimensión oral, o los encuentros personales. En el apartado Próximas actividades puedes ver un calendario de las posibilidades para vivir en vivo la narración oral de estos materiales.

Para qué sirve la narración / las tres respuestas de Savitri

El Mahabharata es la historia de la escalada, el estallido y las consecuencias de un conflicto bélico. De una guerra entre familiares; como lo son todas, porque todas las guerras representan un conflicto dentro de la misma familia humana.

En el caso del Mahabharata los bandos enfrentados son herederos de un mismo linaje, el linaje de los descendientes de Kuru, un rey legendario. La batalla, como indica el texto del Mahabharata, tiene lugar en Kurukshetra, “el campo de los Kuru”. Kshetra, igual que la palabra campo, indica un espacio delimitado; ya sea geográfico, anatómico o temático. El campo de los Kuru es un espacio geográfico delimitado, que pertenecía a los descendientes de Kuru, en el cual estos mismos descendientes, divididos en dos bandos, guerrearon su batalla transcendental.

El campo de los Kuru, es también el campo del Dharma. El primer verso de la Bhagavad Gita, uno de los textos filosóficos más conocidos de la tradición india, que está incluido en el mismo Mahabharata, así lo dice: En el campo de los Kuru, el campo del Dharma, se reunieron los dos bandos dispuestos a guerrear (Ver Bg.Gt. 1.1)

El Dharma es el sostén del universo. Un ritmo, o algoritmo universal, que ordena la realidad más allá de la comprensión humana; algo tan sutil que es mejor no hablar de ello, para no acabar diciendo burradas, y a la vez algo tan importante que sostiene el funcionamiento universal, desde el girar de los átomos hasta la expansión de la luz por  la galaxia.

En un mismo espacio, convergen estas dos polaridades. Por un lado, el campo de acción de los personajes del Mahabharata es el de lo personal y lo concreto. El campo que enmarcaron sus antepasados, un espacio físico atado a las modificaciones del tiempo, al pacto social, al linaje y a las memorias personales. Por otro lado, este mismo espacio es el espacio de lo universal; de lo eterno.

Así es también nuestro barrio: las calles de nuestros recuerdos y las esquinas del Dharma. Cuando bajamos a comprar el pan estamos atravesando, también, lo numinoso, el secreto que transciende las palabras.

Narrando el secreto

Una narración es una suma de elementos. Si digo la palabra cielo, uno tiene una determinada visualización. Si digo la palabra oscuridad, esta vendrá sucedida por otra visualización. Si digo pájaro, es de esperar que uno visualice algún tipo de ave, el dibujo de un pájaro o algo relacionado con este campo semántico. Pero si digo cielo oscuridad pájaro, es fácil que uno visualice el vuelo de un ave a través de un cielo oscuro, y con suficiente atención es más que probable que uno pueda empalizar con lo que este pájaro pueda sentir.

El simple ejercicio de sumar las palabras y enhebrarlas en el tiempo como cuentas atravesadas por un hilo produce una segunda visión. Más allá del significado de cada palabra por separado aparece el destello de otro universo, más sutil, al cual se refiere la narración, más allá de las palabras que la componen. Se nos aparece el campo, el espacio, en el que vuela el pájaro.

Toda narración, toda suma de palabras, es un cruce entre el plano concreto y personal, atado al tiempo, con el plano transcendente en el que vuela nuestro destino.

Savitri, la heroína que salvó a su amado de la muerte, lo salvó usando una narración.

El Mahabharata cuenta que el Dharma se llevó el alma del amado de Savitri, porque ese era su destino, y Savitri, por la fuerza de su amor, pudo seguir al Dharma e incordiarlo durante su partida hacia el más allá:

Savitri, hija mía, ¿por qué me sigues? Este es el destino de todos los mortales– Le dice Dharma.

No te sigo a ti, padre mío, sino que también es el destino de toda mujer ir donde su amor la lleva. Y la ley eterna no separa al amante esposo de la fiel esposa. – Responde ella.

La respuesta de Savitri agrada al Dharma. El Dharma se acerca a ella y quiere regalarle un regalo, el que sea, menos la vida de su amado.

Savitri pide al Dharma, al orden sutil del universo, que le devuelva la vista a su suegro ciego.

Y Savitri continúa siguiendo al Dharma hacia el otro mundo. No puedo hacer otra cosa, le dice al Dharma, porque su alma sigue siendo la mía, por lo que me veo unida a él. Y esto también le agrada al amparo universal, que otorga otro favor a Savitri. Y ella pide que su suegro, el padre de su difunto amado, recupere el reino que había perdido.

Concedido, hija, pero vuélvete porque ningún ser vivo puede seguir a Yama, – o si se quiere, ningún ser vivo puede seguir el Dharma a estos planos tan sutiles. 

Porque, continúa hablando el Dharma, –¿y si tu marido ha sido un malvado y me lo estoy llevando a su infierno, lo vas a seguir igual?

Al infierno o al cielo, iré donde va él, ya sea en vida ya sea en la muerte. Responde Savitri, y esto agrada por tercera vez al Dharma, que le concede otro regalo. A esto Savitri responde que lo que le gustaría es que continuara sobre la tierra, -en lo concreto, en lo personal- el linaje de su suegro.

El amado de Savitri es hijo único, y la única manera de que continúe el linaje de su familia en la tierra es devolviéndolo al mundo; devolviendo la vida a su cuerpo.

¿Consigue Savitri engañar a Yama o se deja el Dharma engañar por esta heroína para legarnos a todos la narración de su hazaña?

¿Y cuál es el secreto de las respuestas de Savitri? ¿Qué podemos aprender de ellas?

Mi propuesta es que lo que podemos aprender de las respuestas de Savitri está escondido en la narración. Es decir, la suma de preguntas y respuestas en el diálogo entre Savitri y el Dharma abre la percepción a un espacio que transciende la temporalidad, y lo que transciende la temporalidad transciende el lenguaje, porque las palabras son concretas y están ancladas en lo lineal.

Lo que las narraciones espirituales del Mahabharata trazan es un sendero hacia lo sagrado, desde lo concreto. Porque palabras como sagrado, espiritual o Dios, no tienen mucho sentido para los herederos del materialismo, que hemos perdido el contacto con lo transcendente a causa de una larga educación de negación de lo divino, por un lado, y la utilización de la imaginería tradicional de lo sagrado para fines materiales, por otro.

Pero el plano sutil existe, porque sin él, ir a comprar el pan se convierte en una experiencia seca y apagada, y los rayos del sol temprano no son más que una molestia, un estorbo más en el tedioso paso de los días. Sin embargo cuando aceptamos la presencia sutil de los sagrado la luz del mismo sol puede ser casi tan alimenticia como el pan que no sabemos hasta cuándo vamos a poder pagar.

En el campo de lo concreto, y en el campo de lo sutil, transita el ser humano. Las narraciones sagradas nos permiten comprender ambos caminos, y reajustar el paso por uno y otro, y la relación entre ambas caras de una misma realidad.

¿Cómo entender la respuesta de Savitri? Leyéndola, y dejando que el pájaro de la intuición vuele por el cielo de lo innombrable. Y cuando lo perdemos de vista en el horizonte, volvemos a leer las respuestas de Savitri, y mandamos otro pájaro. Porque mientras vivamos, y no perdamos de vista las narraciones sagradas, no habremos perdido el sendero de la inmortalidad.

Los Kaurava, mis cien enemigos

Existe un largo período de la humanidad prehistórica al que llamamos la Edad de Piedra. Sin embargo para la joven humanidad aquella fue más bien la Edad de las Estrellas, la edad de la magia del cielo estrellado, la era del conocimiento de la manera de llegar a ser estrella.

El interior de muchos sarcófagos en el antiguo Egipto todavía estaba totalmente cubierto de estrellas; la leyenda de Hércules lo llevó a convertirse también en constelación, y algunas reminiscencias de esto podemos ver en el Mahabharata también, cuando Bhīșma, uno de sus personajes principales, elige morir durante el solsticio de verano, para iniciar el camino hacia el norte, el sendero de las estrellas.

Las estrellas esparcidas sobre la bóveda nocturna son un arquetipo del ser humano y sus peregrinaciones de vida en vida.

El arquetipo de todas las cualidades luminosas de la humanidad separadas y unidas a la vez, como en una gran colmena. Esas partes de nosotros seccionada en fragmentos, que quiere verse reunida de nuevo.

El Mahabharata es la historia de una guerra. La guerra de cinco hermanos: El sostén,

la energía,

la realeza

y la salud,

contra sus 100 primos:

las cualidades que no nos gustan ver en la humanidad.

Pero es una guerra que los Pandava, los cinco hermanos protagonistas, no desean.

Los 100 Kaurava, los 100 hijos de un rey ciego y una reina que no quiere ver, son el enjambre de las cualidades que no queremos aceptar en nosotros.  El enjambre que Bhīșma (el abuelo, tanto de los Pandava como de los Kaurava) no consigue reunir.

A las luces que decoran el cielo las vemos como nuestra voluntad de abrazar todo y ser todo; su profundidad nos mantiene en resonancia con la plenitud. Los esfuerzos de Bhīșma para evitar la guerra simbolizan la energía de la voluntad, que nos lleva de nuevo, con cada latido, la comprensión de que la verdadera vida no tiene fin y va de nacimiento en nacimiento.

El corazón de todos los corazones, el contenedor místico de la plenitud de la vida, se hunde en la colmena celeste; la colmena que nos enfrenta a una aparente paradoja, que exige ser resuelta sobre Kurukśetra, sobre el campo del Mahabharata; sobre la tierra.

Los 100 Kaurava se pueden tomar como un símbolo de nuestro cuerpo físico, con sus millones de células yendo y viniendo, renaciendo tantas veces y laboriosamente recolectando miel. ¿Para quién?

Para nosotros, su dios.

Eso nos lleva, también, a experimentar la multitud divina, exuberante en el pulsar de la vida, en un solo corazón, que es el cielo.

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En el corazón del cielo todos los seres son uno.

El corazón del cielo se va volviendo una vivencia más y más amplia a medida que intimamos la unión con nuestro auténtico ser. Primero unimos la vida que vivimos al más allá, después a nuestras vidas pasadas y futuras, hasta unirla finalmente a las vidas de todos los seres vivos. Esta es la comprensión que nos fue ofrecida en la pre-historia, en esa fase temprana de nuestro sendero hacia la eternización. Y puede que la eternidad no consista solamente en esto, pero esta comprensión nos lleva a la dulzura de la eternidad, y la podemos saborear aquí y ahora.

 

P.D: El texto de arriba es una adaptación de un fragmento del estudio de Medhananda sobre el juego egipcio de Senet, que servirá de base para el inminente estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre, en Buenos Aires, Argentina.

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