Machismo y tradición

Este blog está dedicado al Mahabharata, y el Mahabharata es una historia arcana, que trata de una guerra, así que hablemos, pues, de enfrentamientos, y feminismo.

En esta entrada voy a hablar de un triángulo que se compone de Mahābhārata, el yo lector, y feminismo. Porque es un tema que aparece a menudo y que me parece actual, e importante. Y, además, este tema sirve para continuar con la línea que comenzó en la entrada anterior, que es la indagación en la esencia de la fe.

Empecemos por el feminismo. No me veo capacitado para dar una definición del feminismo porque sé que hay varias maneras posibles de hacerlo, pero puedo apoyarme en este pie del triángulo que acabo de mencionar en el párrafo anterior, que es el yo sujeto que opina y elige: Entiendo el feminismo en sus variadas expresiones como el pedido de un cambio en las relaciones personales, sociales, políticas y económicas; y un cambio en nuestra relación con el poder. Antes que definir a un feminismo en tanto a objeto, es suficiente tener en cuenta que hay una parte de la sociedad que no se siente cómoda con una manera nuestra de funcionar. Para mí esto, en sí, me basta para prestar atención al pedido, y por esto me sigue sorprendiendo la respuesta que ofrecen los también variados movimientos anti-feministas, que optan por descartar estos pedidos a priori, usando argumentos sofistas y tergiversaciones. Es una opción que no tiene sentido, porque cuando alguien está expresando malestar, incluso dolor, la única opción es escuchar sus necesidades e intentar ver qué se puede hacer al respecto. ¿Qué sentido tiene ignorar el sufrimiento de nadie? El desprecio no lo hará desaparecer.

Y volviendo al Mahābhārata, pero sin dejar de lado el tema del feminismo, quiero mencionar una historia que se recoge en un apéndice a la obra llamado Hari Vamsha, que recoge las historias de la infancia y juventud de Krishna, quien es un avatar divino, o un nacimiento humano de la divinidad en la dimensión terrenal. Porque Krishna creció escondido en un bosque, creció y reclamó su lugar como noble, y participó en la guerra total de la que habla el Mahābhārata, provocando la victoria de sus favoritos, pero también la destrucción de todos los guerreros de la tierra. Porque las acciones de Krishna fueron un misterio, enraizadas tanto en la luz como en la oscuridad, o más allá de ambas. ¿O acaso alguien cree que puede entender a la razón de ser de todas las cosas?

Krishna fue ambiguo en la guerra, incomprensible, en ocasiones; tanto como lo fue en sus juegos de juventud.

Cuando Krishna vivía en el bosque tocaba la flauta de noche y todas las campesinas abandonaban sus hogares para buscarlo en la oscuridad, hasta encontrar entre los árboles la fuente de aquel sonido hipnótico. Y entonces bailaban a su alrededor, y cada una se sentía que Krishna tocaba solo para ella, igual que todas sentimos una relación especial con la vida, y el mundo, y todo lo que hay.

De día, las campesinas se sentían enamoradas de Krishna, y compartían entre ellas su admiración. Así fue que, en una ocasión, cuando las jóvenes del poblado se estaban bañando juntas en el río, hablaban de cómo se iban a preparar para el encuentro nocturno con Krishna: una contaba sus métodos para producir maquillaje atractivo de los pigmentos naturales de su entorno, otra hablaba de la combinación de aromas de las flores que iba a elegir para ponerse en el pelo, y así sucesivamente. Pero, de repente, las chicas se dieron cuenta de que sus ropas habían desaparecido y ya no las esperaban en la orilla.

Es extraño, porque estaban lejos de la corriente, y no hay viento”, se decían entre ellas las campesinas, cuando escucharon juntas la risa de Krishna encima de su cabeza.

El atractivo, deseado y amado compañero, de quien estaban hablando juntas, y a quien cada una anhelaba para sí en secreto, se había llevado sus ropas a escondidas, y ahora las provocaba desde una rama diciéndoles que nos se las devolvería. La única manera de recuperar sus ropas, les decía Krishna, era salir del agua desnudas y postrarse ante él con las manos en el corazón.

Namasté: te reconozco y te saludo, alma suprema. Mi alma se refleja en la tuya, sin florituras innecesarias, desde el fondo del corazón hasta el fondo del universo. Mi alma se entrega desnuda: Esta historia tiene una lectura mística y transgresora, como la enseñanza de Krishna a su compañero Arjuna en medio de la batalla: una hoja, o un poco de agua, ofrecidos con sinceridad, me agradan más que los rituales más complejos.

Como almas místicas, las campesinas desean llegar a Krishna, encarnación de la divinidad, mediante la belleza de sus ritos, preparaciones y ceremonias, pero lo que él les pide es sinceridad, o “desnudez”. Pero, aparte de esta lectura mística, lo que me he encontrado más de una vez es que esta historia despierta polémica cuando la cuento en público. Porque antes que un acto de sinceridad interna, o de entrega a la fe, por parte de las campesinas, lo que se ve es un acto abusivo por parte de Krishna. Porque, como me dijo una persona muy cercana en una conversación sobre el tema:

Si no hemos sido nosotras mismas, todas conocemos a alguna mujer que, en algún momento, ha tenido que quedarse expuesta, e incluso desnuda y no por propia voluntad, ante un hombre. Entiendo que la asociación que despierta esta historia pueda ser negativa.

Son leyendas que representan un momento de la historia”, oigo a menudo; porque “expresan una visión patriarcal del mundo”. Y a mí, como decía al inicio de este escrito, me parece importante escuchar las necesidades del otro. En este séptimo año de respirar el Mahābhārata me he planteado romper el voto de 12 años, y dejar de narrar estas historias, pensando en la posibilidad de estar difundiendo ideas chovinistas y enfoques jerárquicos, impositivos, y abusivos de la espiritualidad. Porque no creo en el orgullo, ni en la sensación de superioridad de nadie sobre nadie. Ni creo que el abuso se puede justificar de ninguna manera. Pero no he roto el voto, porque sigo teniendo fe en estas historias.

Así que, volviendo al tema de la fe, y la redención a la que llegó la terrible historia del rey Harischandra, que terminé de contar en la entrada anterior, siento que si Krishna nos recuerda la liberación, esta se puede encontrar en cualquier lugar, también en el mayor de los sufrimientos.

Una historia oral no dicta una manera de pensar, sino que abre un ágora atemporal, en la que varias generaciones pueden encontrarse para debatir y reconsiderar su lugar en el mundo. No creo que la historia de la guerra del Mahābhārata, o de los juegos abusivos de Krishna, prediquen copiar sus formas externas. Lo que proponen es mucho más abierto.

La pregunta que estos debates me llevan a hacerme es ¿Por qué me parecen tan significativas estas historias, sabiendo que no comulgo con un aparente mensaje abusivo? Y no creo que pueda responder todo esto en este escrito, pero como un primer acercamiento se me ocurre empezar escuchándome a mí mismo, y preguntarme sinceramente cómo me enamoré tan profundamente de ellas. Y yo diría que una de las razones fue sentir que no estaban cerradas a ningún aspecto de la realidad. Que como historias de fe, y de redención, hablan sin tapujos de la guerra, de la crueldad, y de la sexualidad en todas sus facetas. Y en todos estos matices está Krishna; no porque promulgue lo orgiástico, la crueldad o la violencia, sino porque la puerta de la redención nunca se cierra. En el cementerio, como Harischandra y su esposa Shaivya llorando su hijo muerto, en la guerra, y en el abuso, hay una salida. Parece incluso irreverente decirlo, o insensible, pero es necesario. También para quienes queremos vivir para que el mundo sea más justo, es importante recordar que el cambio no depende solo de nosotros, y que la salida siempre es posible, tanto si pensamos que sabemos cómo alcanzarla como si no, no depende solamente de nosotros. Es importante, porque si pensamos que la solución a los problemas de la humanidad, como la guerra y el machismo, depende solo de nosotros, caemos en el fanatismo o en la depresión. Y hay algo más, que nos excede, que es lo único que nos salvará. Lo que nos pide, probablemente, es que seamos sinceros y sepamos escucharnos de verdad, a nosotros y a los demás.

No te pierdas la próxima entrada, donde continuaremos este tema con la pregunta de ¿Cómo se escucha al planeta?, partiendo de un ejemplo del Mahabharata

Y recuerdo que se está acercando el 12 de Diciembre, la fecha en la que se estrena el próximo capítulo de la narración de 12 años del Mahabharata. Este año el 12 de Diciembre cae en la lunes, así que haré el estreno el domingo 11 de Diciembre por la tarde, con una narración meditativa nueva, que tendrá un carácter ritual y culminará con un acto ritual que realizaré el 12 de Diciembre solo.

Si quieres asistir al estreno de la próxima narración, que es el resultado de todo este séptimo año de crisis y vuelta a las raíces de la motivación original de este voto, puedes guardarte la tarde del domingo 11 de Diciembre. Iré compartiendo más información a medida que se acerque la fecha.

Entregarse al amor

El Mahabharata es la historia de lo que le pasó al mundo para estar como está ahora.

El Mahabharata es la historia de un conflicto bélico, con unos protagonistas, que son primordialmente Yudisthira, quien llegó a ser rey del mundo entero, y sus cuatro hermanos, pero también Draupadi – la esposa de los cinco, los familiares que los odiaban, los familiares que los apoyaron y, por extensión, todos los dioses, las estrellas, los seres invisibles, los ciervos y todos los habitantes del mundo. También nosotros, porque lo que pasó, ese conflicto que cuenta el Mahabharata, nos afecta a todos hoy.

El Mahabharata es una historia que afirma ser el recuerdo de una era en la que algunas leyes físicas funcionaban distinto. Una era, en la que las personas eran humanas como nosotros, pero tenían otro tipo de percepción. Esto no se puede ignorar cuando leemos y escuchamos el Mahabharata. Podemos verlo como un recurso literario, pero no podemos ignorar que el Mahabharata es una historia que de entrada avisa que nada de lo que escuches en ella es exactamente como nos lo imaginamos, porque no seríamos capaces de hacerlo. El Mahabharata habla de una era que escapa a nuestra comprensión. Y aún así, el mundo del que habla el Mahabharata es este mismo que estamos habitando. Y las personas de las que habla son todas humanas, como nosotros. Esta es una parte de su misterio.

Y recomiendo tener esto en mente para adentrarse en el texto que quiero compartir en esta entrada. Lo que comparto a continuación es la traducción de un discurso de Draupadi sobre el arte de retener a un marido. El arte del matrimonio, o la pareja, si se quiere. Porque el texto de este discurso bien serviría de consejo a un mujer para estar con otra mujer, o a un hombre para estar con su esposa. Podemos ir más allá de lo inmediato y reflexionar sobre la enseñanza que nos está ofreciendo.

Ante la pregunta de cómo retener a un hombre, con qué artes, Draupadi responde que ella no intenta retener por ningún medio. Draupadi se entrega, en cuerpo y alma, a sus maridos. De esta entrega nace la unión. Y este consejo sirve para toda relación, también la de uno con sí misme. La diferencia entre esperar algo del mundo y entregarse a él es la esencia de la libertad también. Draupadi lo explica desde el punto de vista del matrimonio.

Ahora, antes de leer el texto, me gustaría recordar algún detalle de Drauadi. Primero, Draupadi no está casada con un solo hombre sino con cinco. Cómo consigue entregarse, de la manera que recomienda, a cinco hombres distintos, es una de las claves simbólicas del texto, intuyo. Segundo, Draupadi nació por artes mágicas de un fuego, y el destino que le ha sido asignado es el de hacer caer a toda la nobleza guerrera de la tierra. Tercero, Draupadi es la encarnación de la Shakti, de la diosa, o la energía femenina del universo. Además, recordemos que en el Mahabharata aparecen mujeres guerreras, y una monarca que gobierna su reino sola.  Leamos con esto en mente los consejos de este discurso. Tachar a este texto de anticuado y machista es demasiado simple y una pena, porque nos perdemos el sutil matiz meta-narrativo que la historia propone, poniendo este discurso en boca de un personaje de las características que he comentado, que vivió en una forma de este mundo nuestro que ya no podemos entender:

<<Satyabama, esposa de Krishna:

-Oh Draupadi, ¿cómo actúas cuando atiendes a los Pandava? Esos jóvenes valientes son equiparables a los guardianes del mundo, oh bella, ¿cómo los mantienes bajo tu control? Oh tú, que eres bella a la vista. Los Pandava siempre te miran con admiración y cumplen tus deseos. Explícame la razón. ¿Sigues votos de austeridades? ¿Se trata de abluciones, baños, mantras o hierbas? ¿Es por el valor del conocimiento o el efecto de raíces? ¿Es la meditación, las oblaciones o las pócimas? ¡Oh hija del reino de Panchala!¡Oh morena! Comparte conmigo tu famosa comprensión de los asuntos amorosos para que Krishna permanezca siempre bajo mi control.

Y Satyabhama se detuvo.

Draupadi, que era devota a sus esposos, respondió:

-Oh Satya, me preguntas por las prácticas de las mujeres malvadas. ¿Cómo puedes alabar a aquellas que transitan los senderos siniestros? Estas son preguntas impropias de ti. Tienes suficiente inteligencia tú misma, pues eres la amada esposa de Krishna.

Cuando un marido descubre que su esposa ha estado usando encantamientos o pócimas de este tipo se asusta como si una serpiente hubiera entrado en la casa. ¿Cómo puede alguien angustiado encontrar la paz? ¿Y cómo puede haber felicidad sin paz? Ninguna mujer puede controlar a su marido con encantamientos. Los que propagan el uso de las pócimas son enemigos. Son violentos, transmiten el veneno y horribles enfermedades. Cuando un hombre ingiere estos polvos por la lengua o la piel no hay duda de que morirá pronto. Hay mujeres que han causado gota, lepra, vejez, impotencia, estupidez, ceguera y sordera por estos medios. Por su adicción a las artes siniestras estas malvadas han causado mucho daño a sus maridos. Una mujer nunca debería actuar para causar malestar a su esposo. ¡Oh ilustre Satyabhama! Escucha. Te lo contaré todo sobre cómo me porto con los Pandava de alma extensa:

Siempre evito la vanidad, el deseo o la rabia. Siempre, y sin interrumpir, sirvo a los Pandava y a sus esposas. A cambio de su amor, siempre entrego mi alma a la de ellos. Siempre los sirvo sin ningún orgullo. Protejo los corazones de mis maridos, sin impacientarme por desafortunadas palabras, situaciones, miradas o posiciones ni por senderos o señales difíciles. Esta es la manera en la que sirvo a los grandes Pandava, quienes son terribles en su energía y equiparables al sol, al fuego y la luna, y quienes pueden matar con la mirada. Mi mente nunca se gira hacia otros hombres -ya sea dios, hombre, gandharva, uno joven con ornamentos, uno que sea rico o uno que sea guapo. No como, me baño o duermo antes que mi marido, con sus sirvientes, haya consumado estos actos. Cuando mi marido vuelve a casa del campo, el bosque o el pueblo, siempre me levanto a recibirlo y le ofrezco asiento y agua. Los recipientes de la comida están limpios. La comida está limpia. Sirvo la comida en el momento que toca. Tengo cura de mantener el grano y aseguro que la casa está limpia. Soy directa y refinada en el hablar. No me junto con mujeres malvadas. Siempre hago lo que es agradable. Nunca soy vaga. No río a menos que haya un chiste. No me entretengo demasiado tiempo en el baño o en el jardín. No río ruidosamente ni me quejo, o doy causa para enfado. ¡Oh Satya! Siempre me dedico a servir a mi marido sin falta. De ninguna manera deseo nada que no le dé a mi marido placer. Cuando mi marido no está en casa debido a algún trabajo relacionado con familiares sigo el voto de no ponerme flores ni fragancias. Cuando mi marido no bebe, o no come, tampoco lo hago yo. Siempre renuncio a lo que mi marido no disfruta. ¡Oh preciosa! Siempre me baso en lo que haya sido instruido. Estoy bien ornamentada. Soy extremadamente cuidadosa. Me dedico al placer de mi marido.

Tiempo atrás mi suegra me lo explicó todo sobre el dharma del hogar – sobre los donativos, sacrificios, ceremonias funerales, la cocina, los días lunares auspiciosos y todo lo que es necesario tener en cuenta. Conozco todo esto. Siempre sigo estas instrucciones, incansablemente, día y noche, con mi alma fijada en la humildad y los mandatos. Mis maridos son suaves, justos, sinceros y seguidores del auténtico dharma. Pero yo los sirvo como si fueran serpientes venenosas. Es de mi opinión que el dharma eterno de las mujeres es ser dependiente del marido. El es el dios en el sendero, ¿cómo podría una causarle molestias? No vulnero a mis maridos en sueño, comida o habla. Siempre me controlo y nunca me quejo sobre mi suegra. ¡Oh afortunada! Mediante la atención constante a las labores diarias, y la servitud a los superiores, mis maridos permanecen bajo mi control. Siempre sirvo yo misma a Kunti, la madre de los valientes Pandava, quien siempre es fiel a sus palabras; en su baño, vestido y comida. Nunca la cruzo en cuestiones de vestidos, ornamentos o comida. Ella es como la tierra y nunca me quejo de ella. Antes, en el palacio, ocho mil sabios eran alimentados cada día en platos dorados. Ochenta y ocho mil padres de familia devotos eran financiados por el emperador Yudisthira con treinta mucamas para cada uno. Más allá de esto, diez mil ascetas, con el deseo controlado, eran servidos comida bien cocinada en platos dorados. Todos estos sabios comprendían la expansión cósmica y se les había dado una parcela de tierra. Yo los adoraba en orden, con bebida, vestimenta y comida. El gran emperador tenía mil sirvientas jóvenes. Estaban adornadas con collares y brazaletes hechos de conchas marinas, llevaban oro alrededor de sus cuellos, ornamentos, guirnaldas caras, oro y sándalo, y gemas. Eran excelentes bailarinas y cantantes. Yo conocía los nombres, las caras, las comidas favoritas y las ropas de cada una, y también su trabajo. Sabía lo que cada una hacía y lo que no. El inteligente hijo de Kunti tenía mil sirvientas en casa que atendían los invitados día y noche, sosteniendo recipientes en sus manos. Cuando el emperador vivía en su reino poseía cien mil caballos y cien mil elefantes. Así eran las instrucciones del emperador cuando gobernaba la tierra. Yo hice una lista de todas y asigné el número y tipo de tarea a cada sirviente, para todo lo que debía hacerse en los aposentos internos. Lo sabía todo sobre los vaqueros y ganaderos, lo que hacían y lo que no. Lo sabía todo sobre los ingresos y gastos del rey ¡oh afortunada! Yo sola lo sabía todo sobre los Pandava. Estos toros entre la dinastía de Bharata relegaron todo lo relacionado al hogar a mí. ¡Oh mujer de cara bonita! Esa es la razón por la que me eran devotos. Esta carga le sería imposible de llevar a alguien con maldad en el alma. Renuncié a todo placer, día y noche. El tesoro de mi marido, quien seguía el dharma, era tan grande que ni el dios de los océanos podría manejarlo. Sin embargo, yo sola conocía todo su contenido. Soporté hambre y sed, día y noche. Atendía a los Pandava y el día y la noche eran lo mismo para mí. Era la primera en levantarme. Era la última en irme a dormir ¡Oh Satya! Esta ha sido siempre mi práctica. Considro esta como la mayor técnica para hacer que los esposos te sean devotos. No he seguido las prácticas de las malvadas, ni deseo hacerlo.

 

Traducción del discruso de Draupdi expuesto en el fragmento llamado: Draupadi Satyambhada sambada parva.

¿Qué sexo tiene la furia?

La semana pasada me hice una pregunta a raíz de un comentario del Mahabharata, en el cual un personaje hablaba de una ceremonia llamda svayamvara (de “auto-elección”) en la que, para casarse, una princesa elegía un marido entre varios candidatos. El comentario en cuestión llamaba esta ceremonia «una ceremonia la que los instruidos recuerdan y los reyes elogian».

¿Acaso existió una época anterior al Mahabharata en la que las mujeres elegían a sus pretendientes? Me preguntaba la semana pasada. ¿Acaso se trata de una era anterior, en la que el orden social era diferente, y que la anciana historia del Mahabharata recuerda?

Dos días después, el mismo Mahabharata me responde. Leo que una mujer[1]habla con su marido y este le dice que «en tiempos antiguos las mujeres iban descubiertas. Caminaban por donde querían y eran independientes. Permanecían solteras toda la vida y no le eran fieles a ningún hombre. Eso no se veía como contrario al Dharma, porque aquél era el Dharma de aquellos tiempos antiguos. Sin deseo ni rabia, este Dharma anciano lo siguen practicando los animales. La práctica de este Dharma ancestral está sancionado hoy por los sabios (Maharshis). Este Dharma se sigue practicando en la región del norte de Kuru. Ese Dharma eterno es conveniente a las mujeres, oh tú que tienes sonrisas tan bellas. La práctica que se sigue ahora fue impuesta más tarde. El Dharma actual es el de los humanos, y nos separa de los animales»[2].

Cuando leo estas palabras me parece que el Mahabharata habla de una despedida doble; de dos sociedades que se van. Por una parte, el lejano mundo del que habla el pasaje que acabo de citar y por otra, el mundo de normas sociales que sostuvieron por un tiempo una sociedad justa pero han dejado de funcionar. Por una parte, el Mahabharata habla del final de un tipo de civilización y por otra, siento que en nuestro días también, aferrarse a una división de roles tradicional ya no es viable, aunque no queda claro cuál es la alternativa.

Con esto en vista es muy interesante la historia de Amba, una princesa despechada, que también mencioné hace quince días, porque es la historia de un impulso, de un ímpetu, atrapado entre cuerpos y normas. Su historia puede servir como reflexión sobre la cuestión de hacia dónde va este ímpetu en la época actual y cómo dirigir este ímpetu hacia un lugar que no sea el campo de batalla, si es posible.

Amba es una princesa que fue secuestrada junto a sus hermanas por un noble guerrero célibe[3], que quería esposar a Amba con su hermanastro, el rey. Es decir, el noble célibe quería coronar a Amba como reina de su reino. Sin embargo Amba le hace saber a su secuestrador que ya estaba enamorada de otro rey, que su corazón ya había hecho una elección, y el guerrero célibe decide, en una decisión que parece noble por su parte, dejarla ir en busca de su amado.

Aquí es donde comienza el conmovedor periplo de Amba, porque al dirigirse hacia su amado este la rechaza, aludiendo que ya no puede estar con ella después de que haya pasado por la corte de otro rey. Dice que tiene miedo al guerrero que la secuestró, y a las habladurías de los demás. Amba le responde con toda la sinceridad de su corazón que no fue feliz cuando fue secuestrada por aquel «destructor de enemigos»: «Después de ahuyentar a los señores de la tierra, me secuestró por la fuerza y yo lloraba. Oh querido, yo te amo, ámame también. Soy inocente. El Dharma no aprueba el abandonar a aquellos que te quieren. He venido a ti después de obtener permiso de mi secuestrador, el que nunca se retira del campo de batalla. He obtenido su permiso y he venido aquí ante ti. Él ni si quiera me quería para si mismo sino para su hermano; le ha dado mis hermanas y yo he quedado libre. Nunca he deseado otro hombre que tú. Oh tigre entre los hombres, juro por mi cabeza que nunca he deseado otro hombre que tú. Juro por mí misma que estoy diciendo la verdad.  Quiéreme. Una mujer se ha presentado ante ti por su propia voluntad».

Pero nada de esto sirve ante el príncipe y cuando asume la situación, Amba, con lágrimas en los ojos y la voz ahogada por el llanto, le dice: «Habiendo sido repudiada por ti, iré donde quiera. Voy a ir con los virtuosos, porque donde está la virtud está la verdad». Y así comienza el primer paso de la búsqueda de Amba. La princesa peregrina, sola, por el bosque, y pasa la noche en la ermita de unos ascetas, a quienes cuenta su historia.

«Debería darle vergüenza al creador», dice Amba, y pide que se le den ejercicios ascéticos por hacer, porque siente que debe expiar acciones terribles que debe haber hecho en otras vidas para llegar a sufrir lo que está sufriendo en esta. No le interesa volver con su familia, dice, porque estos la han rechazado también. «Cuando vuelva me criticarán», les dice, «me perderán el respeto».

Pasando el tiempo con Amba, escuchando su historia, los ascetas sienten que lo que le ha sucedido es una gran injusticia. El tono de Amba comienza a teñirse con matices de despecho y los ascetas le recomiendan hablar con Parashurama, un asceta guerrero, encarnación furiosa y violenta de Vishnu, famoso por haber extinguido 21 generaciones de guerreros en su juventud, conocedor de todas las  técnicas guerreras además de los ataques mágicos. Parashurama pasa por el lugar esa noche, precisamente, con el pelo largo y pegado en rastas, vestido con cortezas de árbol y la mirada encendida. Viene seguido de sus discípulos, con un arco colgado al hombro y sujetando un hacha de guerra.

Amba llora y le cuenta a Parashurama que está inmersa en un océano de barro y tristeza. El asceta se compadece de su cuerpo delicado, de su situación, y le pregunta si prefiere que convenza al amado que la rechazó o que calcine al guerrero que la secuestró  con el calor de sus armas. Y aquí Amba toma la decisión que marcará su destino. Dice que su secuestrador es la razón de su infelicidad y es por su culpa que está merodeando sin rumbo, en este estado de suprema miseria. Él es avaricioso e insolente, dice, y que desde el día en que la secuestró ella tomó la resolución mental de verlo muerto.

La desolación de Amba lleva a su protector a luchar contra su secuestrador. El problema es que uno de los contrincantes es un avatar, Dios mismo, nacido en la tierra en forma de asceta furioso, y el otro tiene como madre al río Ganges y como padres a los ocho elementos. Ninguno de los dos puede morir. La batalla dura varios días, la sangre de ambos guerreros fluye como resinas de árboles arrancados por un ciclón, las flechas doradas vuelan como llamas y son tantas las que cubren el cielo que ni el viento tiene espacio para pasar entre ellas, mucho menos el sol. El campo de batalla se oscurece y el calor de la batalla incendia todas las flechas en el aire, de manera que los dos guerreros luchan entre las cenizas; arrojan lanzas como meteoros, la tierra tiembla, los chacales aúllan, se desencadenan tormentas y terremotos, los tambores suenan con tonos terribles a pesar de que nadie los golpea, el cielo se convierte en una gran masa de energía, los dioses y sus enemigos gritan de dolor y sus mensajeros se aparecen ante ambos contrincantes para convencerlos de que dejen de luchar.

Parashurama, el asceta guerrero, reconoce ante Amba que su poder no es suficiente para vencer a su secuestrador en la batalla y ella, con los ojos rojos otra vez, pero a causa de la rabia ahora, jura que irá allí donde pueda vencer en la batalla a su odiado enemigo.

Amba llega al río Yamuna y permanece de pié en sus aguas por un año entero, sin comer. Por un año más sobrevive comiendo una hoja al día. Llena de rabia, permanece sobre la punta de los dedos doce años durante los cuales su ascetismo calienta los cielos. Peregrina hacia las tierras donde viven las almas ascendidas, los que poseen poderes (siddhas),  camina hacia los bosques de los dioses, de ermita en ermita, hasta que el río Ganges, en forma de mujer, se levanta ante ella y le pregunta «Oh desafortunada, ¿por qué estás pasando por todo este dolor? Contéstame con sinceridad». Y Amba expone su motivación: «Mi enemigo no puede ser vencido en la batalla, pero yo pasaré por las más extremas austeridades hasta que lo pueda destruir. Vagaré por la tierra buscando la forma de matar este rey, aún si obtengo este fruto en otro cuerpo». Y el río le responde «Oh, preciosa. Estás siguiendo un camino torcido, doncella. Este deseo tuyo es imposible de satisfacer. Si sigues el voto de la destrucción de este rey, si abandonas tu cuerpo en este voto, te convertirás en un río desviado que solamente lleva agua durante la época de las lluvias. Tendrás lagunas terroríficas que nadie querrá conocer. Solo fluirás durante las lluvias y permanecerás seca durante ocho meses. Tendrás cocodrilos espantosos en tus aguas y serás aterradora para todos los seres». Pero la fuerza que mueve Amba no se calma con estas palabras y la princesa sigue esforzándose en su búsqueda hasta que se convierte, efectivamente, en un riachuelo siniestro como el que le describió Ganges. La mitad del cuerpo de Amba se convierte en agua, agua semi-estancada plagada de cocodrilos, y la otra mitad de su cuerpo sigue siendo el de una doncella. «Solamente por la muerte de mi enemigo alcanzaré la paz», decía Amba, «He sido privada de la opción de tener un marido. No soy ni mujer ni hombre. No desistiré hasta que venza a mi enemigo en la batalla». La fijación y la disciplina de Amaba en su búsqueda personal fueron tan grandes que acabó encontrándose a Shiva sosteniendo su tridente en el fondo del bosque. En su desesperación, Amba escucha como la voz de Shiva le promete que podrá matar al rey que tanto odia. Shiva le promete que volverá a nacer en otro cuerpo, pero recordando toda su historia. Nacerá primero como mujer y será una gran guerrera, experta en todo tipo de armas, pero se convertirá en hombre, y acabará venciendo al ser que tanto odia.

Habiendo escuchado estas palabras Amba se levanta, recoge leña para encender una pira y se estira dentro de la hoguera para abandonar su cuerpo.

En otro reino, un rey que no podía tener hijos y consiguió satisfacer a Shiva con muchas ceremonias. Shiva le prometió que tendría una hija, que se convertiría en hijo, y sería un gran guerrero. Así, cuando poco después nació Shikandi, con la memoria de Amba, el rey la educó en todas las técnicas de guerra, como si fuera un príncipe varón, y además mintió a todos sus consejeros anunciando ante el reino que Shikandi era el heredero masculino de su reino. Solo la reina y el rey sabían que el príncipe era en realidad una niña vestida de chico. Shikandi se convirtió en alumna excelente de esgrima, tiro al arco y artes marciales. Aprendió incluso a usar mantras destructivos y armas mágicas. Shikandi, apoyada por sus padres, retrasaba el momento de casarse pero el reino, y los reinos vecinos, empezaban a murmurar, a sospechar, a preguntarse cuál sería el problema. Confiando en las palabras de Shiva, y en que al final todo se iba a arreglar de algún modo, Shikandi fue casada con la princesa de un reino vecino. Cuando inevitablemente la princesa se dio cuenta de que Shikandi tenía cuerpo de mujer la princesa se sintió engañada y mandó mensajeros a su padre, que declaró inmediatamente la guerra al reino de Shikandi.

Shikandi se entristeció mucho por el destino que había traído sobre su reino y decidió escapar sola hacia el bosque, para morir. Dejó sus residencias para alejarse hacia un bosque profundo y apartado, un bosque que todo el mundo eludía porque lo dominaba por un Yaksha al que temían. La casa del Yaksha estaba hecha de ladrillos y enyesada. Estaba llena de humo y grano seco. Tenía muros altos alrededor y una verja.

Shikandi entró en el lugar y ayunó en el patio durante varios días, secando su cuerpo. Cuando el Yaksha salió de su casa tenía los ojos del color de la miel. «¿Qué es lo que quieres pedirme?» le preguntó el Yaksha «Soy el servidor del dios de las riquezas, puedo conseguir todo lo que me pidas, aunque parezca imposible». Shikandi le explicó toda su historia y le habló del peligro que corría su reino, del poder del monarca de armadura dorada que les había declarado la guerra, y le exigió «conviérteme en un hombre para salvar mi reino, has prometido que puedes hacer todo lo que te pida».

El Yaksha se lo pensó y le dijo a Shikandi que podían encontrar una solución pero haciendo un pacto. Él podía prestarle a Shikandi su órgano masculino por un tiempo, con la condición de que Shikandi se lo devolviera cuando terminara de convencer a su esposa y a su suegro de que era un hombre. «Puedo merodear el cielo y tomar la forma que quiero» le dice el Yaksha «llevaré tu órgano femenino por un tiempo, salva a tu familia, pero no intentes engañarme». Y Shikandi, aliviada, responde al ser que merodea la noche que le devolverá su órgano sin falta, cuando pasen los problemas.

Cuando volvió a su reino en un cuerpo masculino, los mensajeros hicieron su trabajo, se comprobó la sexualidad de Shikandi y su esposa y el reino quedaron satisfechos. Sin embargo en estos días el dios de las riquezas, Kubera, señor de todos los Yakshas, se encontraba volando en su carro encima del bosque siniestro en el que Shikandi había depositado su sexo femenino. Kubera se encontró a la residencia del Yaksha decorada con muchos colores, con muchos tipos de guirnaldas diferentes. Estaba el grano seco y también toldos hechos de hierbas aromáticas. El lugar estaba adornado con telas y banderines, olía a incienso delicioso, había suministros de grano, carne y licor. El dios de las riquezas exclamó con su  voz profunda que el lugar estaba muy bien decorado pero se preguntó por qué el yaksha no salía a saludarlo. El Yaksha se avergonzaba de salir porque ahora tenía las fromas de una mujer, le explican los espíritus que le acompañan. Ante esto Kubera se enfada, por alguna razón que el texto no especifica, y condena al Yaksha a permanecer en esta forma femenina hasta la muerte de Shikandi.

De esta manera Shikandi siguió viviendo en cuerpo de hombre, hasta enrolarse en la gran batalla del Mahabharata, en el lado contrario al de su enemigo, que no es otro que Bhishma, el enigmático rey renunciante que prometió antes de luchar que «no apuntaría con sus flechas a ninguna mujer, o a nadie que haya sido mujer anteriormente, que tenga el nombre de una mujer o la forma de una mujer». Bhishma siguió todo el periplo de Amba con la ayuda de espías, sabía perfectamente quién era Shikandi y lo estaba esperando, porque Bhisma podía morir solo cuando él lo decidiera, y tomó la decisión de que fuera Shikandi quien lo matara en la batalla.

Las decisiones de Bhishma, el enemigo de Amba y Shikandi, son un tema para otro día. Esta entrada está dedicada a Amba y Shikandi. Su historia es la de un impulso, un ímpetu atrapado entre cuerpos y entre normas. Un deseo que danza entre cuerpos diferentes, forcejeando con una estructura social. Mi pregunta es hacia dónde va este ímpetu en la época actual. ¿Qué es lo que buscaba Amba? Al amor me parece que renunció muy pronto, y la venganza, ¿por qué le importó tanto? ¿Qué fue lo que más le dolió, la separación de su amado, el despecho o la humillación? ¿Qué dolor alimentó esa transcendental fidelidad al voto de venganza? Y qué fue este ímpetu, ¿masculino o femenino?

A Bhishma, el secuestrador y víctima de Shikandi, se le conoce como “el del voto terrible”, porque hizo el voto de renunciar a la descendencia y no lo levantó ante nada. Con esto en mente, podemos decir que Amba fue su media naranja; Amba “la del voto terrible”. Y Bhishma no dejó de seguir a Amba con sus espías. Amba no dejó de pensar en Bhishma. Su historia es la historia de una relación, tal vez porque al final todo está relacionado. Todo está en relación con todo y no podemos apartar nada del mundo, lo que podemos hacer es elegir bien cómo relacionarnos con ello. Puede ser esto, y puede ser mucho más. Disculpas si la conclusión es algo ligera, solo quiero terminar este escrito de alguna manera. Si has visto otra cosa en la historia de Amba, Shikandi y Bhsihma, estás invitado/a/@ a dejar tu comentario.

[1] Se trata de Kunti hablando con Pandu

[2] Sambhava Parva 112-113

[3] Se trata de Bhishma

Sobre si vale la pena buscar consejos matrimoniales en el Mahabharata

Esta primera entrada de 2017 la dedico a una de las primeras decisiones importantes de Bhishma, un personaje que sirve de eje al argumento del Mahabharata. La decisión a la que me refiero se describe en el texto como una anécdota que no parece mucha transcendencia cuando ocurre y se describe en un par de frases, pero las consecuencias de esta decisión acabarán causando que Bhishma abandone su cuerpo.

El Mahabharata, entre otras cosas, es una historia de enredos en la que actuar de manera correcta no es necesariamente sinónimo de éxito o garantía alguna de evitar el conflicto. La dinastía cuya historia explica el Mahabharata comienza con lío, mucho lío. Demasiado lío para poderlo resumir en esta entrada. Digamos solamente, para situarnos, que nos encontramos en un momento en el que un rey ha hecho un voto de castidad y dado que él, a causa de su voto, no podrá continuar el linaje real, decide buscarle conyugue a su hermanastro menor. El rey en voto de castidad es Bhishma, pero ahora el voto y su relación con el hermanastro no importa, lo que importa es que Bhishma está buscando la descendencia para su familia.

Bhishma se entera de que en el reino de Varanasi el rey está organizando un concurso al que vendrán jóvenes nobles de todos los reinos para demostrar sus cualidades e impresionar a las tres hijas del rey. El premio del concurso es ser elegido como esposo por una de las princesas y se presentan miles de pretendientes.

Aquí el texto hace una cabriola de estas que me impresionan tanto y me hacen pensar que una vida entera no será suficiente para entender el Mahabharata. Lo que quiero hacer en esta entrada es comentar este punto del texto y observar cómo se usa el lenguaje fantástico para explorar los espacios a los que no llega la razón.

La pirueta que hace el texto es afirmar, en referencia a la ceremonia de elección de pretendientes que describe, que esta ceremonia corresponde a la octava forma de casamiento, llamada «autoelección» (Svayamvara, en sánscrito).

Me he encontrado con muchas historias sagradas en las que aparece esta ceremonia pero cuando el Mahabharata habla de «octava forma de casarse», parece referirse a algún códice existente que regule estas formas, y concrete ocho maneras posibles de emparejarse. Aquí es donde el texto hace su “cabriola”. La leyenda dice que el sabio Vyasa, compositor del Mahabharata, le pidió al dios Ganesha que transcribiera el Mahabharata mientras él se lo dictaba. Ganesha aceptó con la condición de que el sabio dictara la obra entera de principio a fin, sin parar ni para dormir. Vyasa aceptó y para poder descansar intercalaba acertijos y enigmas filosóficos en la historia, que hacían que Ganesha levantara la cabeza y se quedara pensativo unos segundos, los cuales el sabio aprovechaba para descansar. Este momento parece ser uno de ellos.

Porque es cierto que existen ocho formas de emparejamiento registradas en los códigos de rituales domésticos de referencia (Grihya Sutras, Artha Shastra o el Código de Manu), en ambos se habla de ocho maneras de casarse, pero no se incluye el ritual de autoelección entre ellas. ¿Por qué esta línea del Mahabharata sitúa esta ceremonia (svayamvara) entre una de las ocho formas posibles de matrimonio? es un misterio, más aún a la luz de la siguiente línea: «[la ceremonia] que los instruidos recuerdan y los reyes elogian». ¿Es que la ceremonia en la que la mujer elegía un hombre entre varios pretendientes constituía un recuerdo del pasado, ya en la época del Mahabharata, y es posterior la composición de los códices? Yo, en este momento, no sé la respuesta a esta pregunta. Si estás leyendo esto y sabes algo al respeto por favor escríbeme algo, en los comentarios o a la dirección: respirarelmahabharata@gmail.com

Más allá de este pequeño gran enigma, quiero continuar con el discurso y las acciones de Bhishma en este punto de la historia. Bhishma se presenta en la ceremonia de autelección y exclama la mencionada frase: proclama que la ceremonia que está tomando lugar es «recordada por los sabios y respetada por los reyes», pero «aquellos que conocen el Dharma saben que la esposa tomada por la fuerza es la mejor», y acto seguido Bhishma lucha contra todos los pretendientes y secuestra a las tres princesas.

Ahora, es natural que nos sintamos repelidos por lo que está pasando en el texto, pero una doble, triple y cuádruple lectura de estas páginas abre la mirada a unos significados más sutiles de lo que parece a primera vista. Y aviso de antemano que no pretendo forzar un sofismo enrevesado para justificar ningún secuestro sino que quiero romper una lanza a favor de la complejidad y sensibilidad del Mahabharata. El texto, si se lee con cuidado, es muy imparcial, también visto desde la mirada post-feminista del siglo XXI. Bhishma irrumpe la ceremonia y guerrea contra los príncipes más feroces de la tierra. El texto describe, alaba, las proezas marciales de Bhishma por unas buenas dos páginas, hasta que victorioso, Bhishma se aleja en un carro con las tres princesas a bordo. «A las cuales trata como sobrinas». Es decir, la batalla de Bhishma es contra los otros pretendientes y la derrota es de ellos, en ningún momento se habla de hacer daño a las princesas, o menospreciar su persona o feminidad, ellas se mantienen a salvo, mientras los hombres compiten.

¿Pero y la opinión de ellas? Nos diremos. Y a esto responde la historia, inmediatamente. En el viaje de vuelta a su palacio una de las princesas habla: «Yo ya he elegido al rey de Soubha como marido. Esto yo ya lo había hecho anteriormente, y él ha aceptado mi mano. En la ceremonia yo iba a elegirlo a él. Tú conoces bien el Dharma y ahora sabiendo esto, decide lo que el Dharma implica». Ante esto Bhishma hace los arreglos para que la princesa vuelva a su reino.

Que Bhishma venza a otros príncipes para secuestrar unas princesas es correcto desde el punto de vista del Dharma, a menos que una ya haya elegido, entonces lo correcto es que ella vaya con su elegido. A lo que la princesa alude es a la llamada boda Gandharva, esta vez sí, una de las ocho formas regladas,  en la que hombre y mujer se emparejan por mutuo acuerdo. Es la boda más valorada en la sociedad occidental del siglo XXI, pero ahora me gustaría entrar en el significado profundo de la palabra Gandharva.  ¿Por qué hacerlo? De entrada, porque el texto hace un llamado a la reflexión en este punto. Primero, porque presenta un cruce de intereses sin sancionar ninguno de los dos, al contrario, presentándolos como de igual valor frente al Dharma (la armonía universal). Segundo, porque este enredo será la causa de que Bhishma abandone su cuerpo, a partir de ramificaciones que probablemente aparezcan en próximas entradas o futuras narraciones del Mahabharata.

¿Cuál es la ambigüedad de la boda Gandharva? La denominación en sí nos presenta la pista. Los Gandharva son seres astrales. Tienen cuerpos demasiado sutiles para que los podamos percibir con sentidos humanos. Se les describe como músicos de los Dioses; entretienen a las potencias que son mayores que ellos, a los Deva, y confunden a los humanos. Llama la atención que en el Atharva Veda, himnario referencial para la cultura del Mahabharata, ofrece un himno de protección contra los Gandharva: «como un joven, de apariencia exuberante, el Gandharva acecha las mujer. A él lo expulsamos de aquí con un poderoso hechizo» y las Apsara son las ninfas acuáticas, compañeras de los Gandharva, «marchad hacia el río, a sus vados, como levantadas por el viento, ¡habéis sido reconocidas!» (Ambas citas: Ath.Veda 5,37).

Los Gandharva y las Apsara son bellos, divertidos, sobretodo atrayentes, su presencia imperceptible embelesa el alma, ¿por qué protegerse contra ellos con conjuros? Esto ya es una pregunta que cada uno debe hacerle a su interior. ¿Qué deseo en la vida? ¿Existe otro propósito que el embelesamiento? No pretendo responder estas preguntas aquí, ni tampoco ofrecer una guía para hacerlo, lo que quiero ilustrar es la ambigüedad y la apertura que ofrece definir un tipo de emparejamiento como el «mutuo acuerdo» con una definición “mitológica”, o “simbólica”, como lo es el término Gandharva. Podemos ver que no nos encontramos con un claro juicio moral sino con otra cosa, algo mucho más flexible. Gandharva es una definición, que no cierra ni fuerza sino que apela al discernimiento interior desde este plano sutil hacia el que se expande la percepción cuando accede al pensamiento mitológico. Llámesele fantasía, si se quiere, pero una fantasía real; una fantasía que tiene que ver con el amor y la elección de pareja.

Por otra parte, el secuestro como “forma de emparejamiento”, se menciona en los códigos como boda Rakshasa. Los Rakshasa son seres monstruosos, con un físico muy concreto, tan material como el cuerpo humano, pero con poderes mágicos como la capacidad de volar y cambiar de forma a voluntad. Los Rakshasa son feroces depredadores y consumen carne humana. ¿Se refiere a este tipo de boda como algo positivo la exclamación de Bhishma? En primer lugar, según el código de Manu (3,21), esta boda es la única aceptada para un noble (Ksatriya). En segundo lugar, tal vez, lo que pueda tener de positivo este tipo de “boda”, a nivel material, es que en caso de secuestro, Bhishma no tendría ningún derecho a la propiedad de las princesas que secuestra ni las de sus reinos. Si Bhishma reclamara algo de su dote se consideraría su reclamo como robo. En este caso, Bhishma deja intacto las posesiones del reino de las princesas. Pero de nuevo ¿qué es lo que desean ellas? Y por extensión ¿qué desea el hermanastro de Bhishma? Se toma por supuesto que él estará contento cuando se le presenten dos desconocidas con las que debe casarse, igual que suponemos que dos personas que deciden casarse por la influencia de la melodía encantadora de los Gandharva serán más felices, pero sabemos que no es siempre así.

No pretendo con este escrito defender una u otra acción de los personajes del Mahabharata. Tampoco pretendo, como alguien pueda pensar, defender una ordenación patriarcal, matriarcal, o de ningún tipo en este escrito. Estoy comentando una historia sagrada y un códice legal/ritual. Todo códice es una idealización y representa a la sociedad que lo aplica tanto como una constitución nacional pueda representar a los individuos que respiran dentro del territorio que incumbe; es un mero referente. Lo único que quiero compartir aquí es la fluidez que aporta a un códice el lenguaje mítico. El hecho de dar a cada emparejamiento un nombre mitológico hace que obtenga un significado mayor que el del juicio binario de bien o mal. Las ocho formas de emparejamiento que definen los códices indios son primero una descripción de las posibilidades reales de emparejamiento. Nos guste o no, la realidad es de una manera determinada y ofrece un margen de acción que va desde la elección de la pareja al secuestro. Dentro de estas posibilidades de la realidad, fluye el sentido.

En mi opinión, lo que aporta el uso de un lenguaje “mitológico” en un códice ritual, es la opción de establecer normas y acuerdos sociales sin olvidar que estos no dejan de ser coordenadas temporales dentro del infinito. Allende las murallas del mundo, las murallas de la realidad y de la ley, el espacio es infinito. Con esto en mente vuelvo a honrar el Mahabharata como un texto que es de todo menos didáctico o taxativo, porque lo que nos ofrece es un espejo de la realidad en todos sus matices y uno se sitúa frente el Mahabharata de acuerdo a su discernimiento interior. Así es como el espejo del Mahabharata actúa como un catalizador, un estímulo del despertar interior.

Los hijos de la perra

El Mahabharata termina con el peregrinaje de los cinco hermanos protagonistas y su esposa común por las cuatro direcciones de la tierra. Cuando inician su camino hacia el este el texto dice que los empieza a seguir un perro, un perro que no les pierde la pista cuando deciden circunvalar la tierra por el sur y les sigue los pasos cuando alcanzan por el oeste la antigua ciudad de Krishna, que se encuentran hundida bajo el océano. Cuando deciden cruzar la cordillera del Himalaya por el norte el perro continua tras ellos y a medida que los Pandava mueren entre las nieves perennes de las alturas, el perro sobrevive y continua caminando al lado de los restantes hasta que Indra aparece montado en un carro refulgente ante el último hermano vivo, el mayor, Yudisthira, y le ofrece subir hacia el cielo. Yudisthira haco el gesto de llamar al carro a su fiel acompañante pero Indra le para:

-Los perros no tienen lugar en el cielo.

Entonces Yudisthira, en un gesto que se sigue recordando hasta hoy, renuncia al cielo en nombre de la fidelidad. Se niega a abandonar en el frío a su amigo cuadrúpedo, y este gesto de empatía de Yudisthira se gana un sitio de honor entre los dioses.

Esta historia es una de las más conocidas del Mahabharata pero lo que se recuerda menos es que el Mahabharata comienza también con un perro. Este perro, en cambio, probablemente también de la raza llamada Mastil Tibetano, que parece ser la autóctona de la India, es golpeado cruelmente por el rey Janamejaya cuando se acerca husmeando al terreno del ritual en el que el mismo Janamejaya oirá contar todo el Mahabharata.

A este ritual se acercará más adelante el conductor de carros que contará, a medida que contesta todas las preguntas que le hace el rey y sus acompañantes, lo que conocemos hoy como el Mahabharata. Pero antes de esto, el texto nos cuenta que el perro golpeado volvió a su madre Sarama, y se quejó ante ella de la injusticia que acababa de sufrir.

Ahora, Sarama no es cualquier perra. Sarama es la madre de todos los perros, la Devi perruna si se quiere, la diosa madre de la raza canina. Sarama aparece ya en el Rig Veda, el canto más antiguo de la tradición de la que proviene el Mahabharata, en un himno en el que se canta cómo Sarama visitó a los Panis, los enemigos de los dioses[1]:

-Panis, soy la mensajera de Indra, él me ha mandado. Tenéis muchas vacas y es mi intención alcanzarlas. Las aguas del río rasa no me han podido dañar porque estoy protegida por los dioses; primero tenía miedo de cruzar pero he conseguido llegar a vuestra orilla. Las aguas profundas del río no han podido contradecir los deseos de mi amo.

-¡Oh Sarama! Podrías alcanzar los puntos más lejanos del cielo. Hemos escondido el tesoro en un lugar rodeado de montañas. Has malgastado tu viaje. Sabemos que los dioses te han asustado para que vengas aquí; quédate hermana, eres preciosa, te daremos parte de las vacas. [En algunos versos védicos parece ser que a los Pani se les llama lobos. Una lectura que me parece preciosa es la del diálogo entre Sarama y los Pani como un diálogo entre los lobos del bosque y una perra amaestrada]

-No puedo ser vuestra hermana y no sois hermanos míos. No reconozco estas relaciones. Solamente conozco a Indra y al fuego[2]. Huid Panis, y dejad que las vacas vuelen al cielo. Habéis intentado mantenerlas en secreto pero Soma, Indra y los sabios las han encontrado.

 

Esta es la Sarama a la que acude para gemir el perro golpeado por Janamejaya. Algunos la han relacionado con la luz del amanecer también, y a los Pani con la oscuridad que esconde las nubes, que son las vacas del himno.

Yo, que soy de flipar fácil, pienso también que a la estrella más brillante de la noche, Sirio, se la llama “el perro”. En sánscrito su nombre es Lubdhaka, “el cazador”, o Mrigavayaha “cazador de antílopes”. Porque a los perros en sánscrito se les llama Sarameya –literalmente “el que es de Sarama”- en tanto a descendiente de la famosa Sarama, pero también Mrigadagņśa, “cazador de antílopes”. Esto tiene sentido porque la estrella Sirio va detrás de Orión, la constelación que parece un arquero, como el perro que acompaña al cazador. De hecho la franja del cielo que cubre tanto Orión como Canis Majoris, la constelación a la que pertenece Sirio, en la astrología india se la conoce como la casa lunar de Mrigashira, “cabeza de antílope”, y se dice que los nacidos bajo su influencia se caracterizan por ser buscadores incansables y personas con un deseo muy intenso.

El antílope, el deseo, la búsqueda y la realeza son elementos que aparecen a menudo en el Mahabharata. Los momentos de quiebre en el linaje de los Pandava, las crisis importantes, comienzan siempre con un rey persiguiendo un antílope (Mŗga, también puede significar ciervo) que lo lleva a adentrarse en el bosque, donde se encuentra de cara con su destino (ejemplo 1,2). Lo que no se menciona es que el rey muy probablemente vaya acompañado de un perro, un fiel “cazador de antílopes”. El perro es rechazado del relato como el hijo de Sarameya es expulsado de los terrenos del sacrificio cuando comienza el Mahabharata.

El lugar del perro es ambiguo en las historias sagradas, igual que en nuestro presente. Un animal necesario, compañero y hasta cierto punto espejo del humano, pero al que el imaginario social trata con recelo. En el Mahabharata los que crían perros son los chandala, un sector social problemático que componen los hijos de casta mezclada, brahmán y sudra, sacerdote y sirviente. Un chandala es un cruce entre mundos, una mezcla, algo indefinido de lo que puede salir tanto un conductor de carros (oficio destinado a los Chandala) que acabe contando todo el Mahabharata, un consejero real como Vidura, una de las figuras importantes de la corte de los Pandava, o un criador de perros. Un chandala es un espacio indefinido, como el cruce entre yugas.  El final de cada era es siempre confuso, en el crepúsculo de Treta a Dvapara yuga la tierra sufrió 12 años seguidos de sequía. Era imposible mantener ningún cultivo o ganadería, las poblaciones sufrían el saqueo de barones de la guerra y bandas de maleantes y muchos, desesperados, recurrieron al canibalismo.

En aquellos tiempos Vishvamitra, el famoso Rishi, abandonó su esposa e hijos y vagó en solitario por los caminos desolados. En una ocasión llegó hambriento al lugar donde vivían unos chandalas. Había jarrones rotos, pieles de perro, huesos de cerdos y burros, y ropas de difuntos acumuladas por todas partes. Gallos y asnos clamaban al cielo y habían grupos de chandalas discutiendo y peleando. Vishvamitra escudriñó el lugar buscando algo de comida pero no encontró nada; ni carne ni grano ni fruta. Estaba tan cansado que colapsó y quedó tirado en el suelo cuando de repente vio que en una de las cabañas quedaba carne de un perro que acababa de ser degollado.

Vishvamitra decidió que robar para salvar la propia vida estaba bien y esperó a que se durmieran los chandalas para entrar en la cabaña y robar la carne. Pero el dueño de la cabaña se despertó y gritó:

-¿Quién está robando la carne? ¡Vas a morir!

-Soy Vishvamitra, estoy moribundo y hambriento, he robado un poco de la carne de este muslo de perro. He perdido mi conocimiento de los textos sagrados. Ya no soy capaz de distinguir entre lo que debe y lo que no debe ser comido. Me he convertido en un ladrón. El dios del fuego se lo come todo, me he convertido en lo mismo.

Oyendo quién era el sabio, el chandala saltó de la cama y se postró ante Vishvamitra:

-No hagas nada contra tu naturaleza. Los entendidos han dicho que los perros son peores que los chacales y en lo que concierne a la carne de perro, dicen que la carne del muslo es peor que la de cualquier otra parte. Eres un sabio ilustrado, por favor encuentra otra manera de salvar tu vida.

-No hay otra manera– respondió Vishvamitra– todo vale a la hora de salvar la vida. Después de haber salvado la vida uno puede reunir fuerzas para restaurar su Dharma. El dios del fuego, el espíritu de los textos sagrados, es mi fuerza. Con sus bendiciones voy a saciar mi hambre y salvarme.

-La carne de perro no beneficia al cuerpo– volvió a contestar el chandala- Entre los animales que tienen cinco uñas, como los conejos, hay cinco tipos que son aptos para el consumo de brahmanes. Los perros no están incluidos en la lista, por favor busca otra comida y salva tu Dharma.

-En el estado en el que me encuentro no hay diferencia entre carne de antílope o de perro.

Así continúa la discusión hasta que Vishvamitra dice: –un toro sediento no dejará de beber por el croar de una rana– despreciando al chandala e ignorando su consejo. Vishvamitra se llevó la carne al bosque, ofreció parte a los dioses y cocinó la carne. Después ofreció parte de lo cocinado a los dioses y a los ancestros. El dios Indra quedó tan satisfecho que dejó que cayera la lluvia, por primera vez en 12 años, y Vishvamitra no tuvo que consumir la carne robada.

Cuando los dioses reciben su parte de esta carne prohibida, de un brahmán que actúa como ladrón, aconsejado por un chandala que recuerda la ley mejor que un rishi, el mundo se equilibra. La relación que yo hago entre estas historias es que el perro cazador que no se menciona, el que sigue al rey en el bosque como un acompañante invisible, es reconocido por primera vez por Yudisthira al final del Mahabharata, pero ha estado siempre, desde la primera página, acompañando fielmente al lector.

Aceptar el perro negro que nos acompaña es asumir el mundo, me parece. Cuando Janamejaya patea al pobre perro que se acerca a su ritual, Sarama le maldice diciéndole que «cuando menos te lo esperes te pasará algo malo». En cambio cuando Yudisthira reconoce y acoge al perro que lo acompaña llega más alto que el cielo. La diferencia entre Yudisthira y su nieto Janamamejaya es que Yudisthira es el último representante de Dvapara yuga, la era en la que todavía quedaban quienes sabían qué debemos hacer, Janamejaya representa las primeras generaciones de Kali Yuga, la era de la confusión. La era de la mezcla de razas también, la era de los chandala. Y digo yo, en el Mahabharata siempre se pone en un mismo lugar a los perros y a las mujeres. La mente crítica patea esta comparación y asumimos directamente que el Mahabharata es un texto malévolamente machista. ¿Y si se nos está insinuando otra cosa? Tal vez que cuando el mundo aprenda a reconocer y escuchar a los invisibles, a los que han estado allí a lo largo de la historia de la humanidad, acompañando en silencio, podremos volver a equilibrar el universo, regresar a Satyayuga.

¿Y si se me estoy volviendo a flipar?

Las historias siguen siendo bonitas.

[1] Se trata del himno 10/108/1-11- El texto que ofrezco es un resumen de la traducción al inglés de Bibek Debroy

[2] El original dice Angirasa, uno de los Rishi, asociado al fuego. Traduzco por fuego para mantener la linea de la interpretación del verso como el dialogo entre un perro y lobos.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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