Machismo y tradición

Este blog está dedicado al Mahabharata, y el Mahabharata es una historia arcana, que trata de una guerra, así que hablemos, pues, de enfrentamientos, y feminismo.

En esta entrada voy a hablar de un triángulo que se compone de Mahābhārata, el yo lector, y feminismo. Porque es un tema que aparece a menudo y que me parece actual, e importante. Y, además, este tema sirve para continuar con la línea que comenzó en la entrada anterior, que es la indagación en la esencia de la fe.

Empecemos por el feminismo. No me veo capacitado para dar una definición del feminismo porque sé que hay varias maneras posibles de hacerlo, pero puedo apoyarme en este pie del triángulo que acabo de mencionar en el párrafo anterior, que es el yo sujeto que opina y elige: Entiendo el feminismo en sus variadas expresiones como el pedido de un cambio en las relaciones personales, sociales, políticas y económicas; y un cambio en nuestra relación con el poder. Antes que definir a un feminismo en tanto a objeto, es suficiente tener en cuenta que hay una parte de la sociedad que no se siente cómoda con una manera nuestra de funcionar. Para mí esto, en sí, me basta para prestar atención al pedido, y por esto me sigue sorprendiendo la respuesta que ofrecen los también variados movimientos anti-feministas, que optan por descartar estos pedidos a priori, usando argumentos sofistas y tergiversaciones. Es una opción que no tiene sentido, porque cuando alguien está expresando malestar, incluso dolor, la única opción es escuchar sus necesidades e intentar ver qué se puede hacer al respecto. ¿Qué sentido tiene ignorar el sufrimiento de nadie? El desprecio no lo hará desaparecer.

Y volviendo al Mahābhārata, pero sin dejar de lado el tema del feminismo, quiero mencionar una historia que se recoge en un apéndice a la obra llamado Hari Vamsha, que recoge las historias de la infancia y juventud de Krishna, quien es un avatar divino, o un nacimiento humano de la divinidad en la dimensión terrenal. Porque Krishna creció escondido en un bosque, creció y reclamó su lugar como noble, y participó en la guerra total de la que habla el Mahābhārata, provocando la victoria de sus favoritos, pero también la destrucción de todos los guerreros de la tierra. Porque las acciones de Krishna fueron un misterio, enraizadas tanto en la luz como en la oscuridad, o más allá de ambas. ¿O acaso alguien cree que puede entender a la razón de ser de todas las cosas?

Krishna fue ambiguo en la guerra, incomprensible, en ocasiones; tanto como lo fue en sus juegos de juventud.

Cuando Krishna vivía en el bosque tocaba la flauta de noche y todas las campesinas abandonaban sus hogares para buscarlo en la oscuridad, hasta encontrar entre los árboles la fuente de aquel sonido hipnótico. Y entonces bailaban a su alrededor, y cada una se sentía que Krishna tocaba solo para ella, igual que todas sentimos una relación especial con la vida, y el mundo, y todo lo que hay.

De día, las campesinas se sentían enamoradas de Krishna, y compartían entre ellas su admiración. Así fue que, en una ocasión, cuando las jóvenes del poblado se estaban bañando juntas en el río, hablaban de cómo se iban a preparar para el encuentro nocturno con Krishna: una contaba sus métodos para producir maquillaje atractivo de los pigmentos naturales de su entorno, otra hablaba de la combinación de aromas de las flores que iba a elegir para ponerse en el pelo, y así sucesivamente. Pero, de repente, las chicas se dieron cuenta de que sus ropas habían desaparecido y ya no las esperaban en la orilla.

Es extraño, porque estaban lejos de la corriente, y no hay viento”, se decían entre ellas las campesinas, cuando escucharon juntas la risa de Krishna encima de su cabeza.

El atractivo, deseado y amado compañero, de quien estaban hablando juntas, y a quien cada una anhelaba para sí en secreto, se había llevado sus ropas a escondidas, y ahora las provocaba desde una rama diciéndoles que nos se las devolvería. La única manera de recuperar sus ropas, les decía Krishna, era salir del agua desnudas y postrarse ante él con las manos en el corazón.

Namasté: te reconozco y te saludo, alma suprema. Mi alma se refleja en la tuya, sin florituras innecesarias, desde el fondo del corazón hasta el fondo del universo. Mi alma se entrega desnuda: Esta historia tiene una lectura mística y transgresora, como la enseñanza de Krishna a su compañero Arjuna en medio de la batalla: una hoja, o un poco de agua, ofrecidos con sinceridad, me agradan más que los rituales más complejos.

Como almas místicas, las campesinas desean llegar a Krishna, encarnación de la divinidad, mediante la belleza de sus ritos, preparaciones y ceremonias, pero lo que él les pide es sinceridad, o “desnudez”. Pero, aparte de esta lectura mística, lo que me he encontrado más de una vez es que esta historia despierta polémica cuando la cuento en público. Porque antes que un acto de sinceridad interna, o de entrega a la fe, por parte de las campesinas, lo que se ve es un acto abusivo por parte de Krishna. Porque, como me dijo una persona muy cercana en una conversación sobre el tema:

Si no hemos sido nosotras mismas, todas conocemos a alguna mujer que, en algún momento, ha tenido que quedarse expuesta, e incluso desnuda y no por propia voluntad, ante un hombre. Entiendo que la asociación que despierta esta historia pueda ser negativa.

Son leyendas que representan un momento de la historia”, oigo a menudo; porque “expresan una visión patriarcal del mundo”. Y a mí, como decía al inicio de este escrito, me parece importante escuchar las necesidades del otro. En este séptimo año de respirar el Mahābhārata me he planteado romper el voto de 12 años, y dejar de narrar estas historias, pensando en la posibilidad de estar difundiendo ideas chovinistas y enfoques jerárquicos, impositivos, y abusivos de la espiritualidad. Porque no creo en el orgullo, ni en la sensación de superioridad de nadie sobre nadie. Ni creo que el abuso se puede justificar de ninguna manera. Pero no he roto el voto, porque sigo teniendo fe en estas historias.

Así que, volviendo al tema de la fe, y la redención a la que llegó la terrible historia del rey Harischandra, que terminé de contar en la entrada anterior, siento que si Krishna nos recuerda la liberación, esta se puede encontrar en cualquier lugar, también en el mayor de los sufrimientos.

Una historia oral no dicta una manera de pensar, sino que abre un ágora atemporal, en la que varias generaciones pueden encontrarse para debatir y reconsiderar su lugar en el mundo. No creo que la historia de la guerra del Mahābhārata, o de los juegos abusivos de Krishna, prediquen copiar sus formas externas. Lo que proponen es mucho más abierto.

La pregunta que estos debates me llevan a hacerme es ¿Por qué me parecen tan significativas estas historias, sabiendo que no comulgo con un aparente mensaje abusivo? Y no creo que pueda responder todo esto en este escrito, pero como un primer acercamiento se me ocurre empezar escuchándome a mí mismo, y preguntarme sinceramente cómo me enamoré tan profundamente de ellas. Y yo diría que una de las razones fue sentir que no estaban cerradas a ningún aspecto de la realidad. Que como historias de fe, y de redención, hablan sin tapujos de la guerra, de la crueldad, y de la sexualidad en todas sus facetas. Y en todos estos matices está Krishna; no porque promulgue lo orgiástico, la crueldad o la violencia, sino porque la puerta de la redención nunca se cierra. En el cementerio, como Harischandra y su esposa Shaivya llorando su hijo muerto, en la guerra, y en el abuso, hay una salida. Parece incluso irreverente decirlo, o insensible, pero es necesario. También para quienes queremos vivir para que el mundo sea más justo, es importante recordar que el cambio no depende solo de nosotros, y que la salida siempre es posible, tanto si pensamos que sabemos cómo alcanzarla como si no, no depende solamente de nosotros. Es importante, porque si pensamos que la solución a los problemas de la humanidad, como la guerra y el machismo, depende solo de nosotros, caemos en el fanatismo o en la depresión. Y hay algo más, que nos excede, que es lo único que nos salvará. Lo que nos pide, probablemente, es que seamos sinceros y sepamos escucharnos de verdad, a nosotros y a los demás.

No te pierdas la próxima entrada, donde continuaremos este tema con la pregunta de ¿Cómo se escucha al planeta?, partiendo de un ejemplo del Mahabharata

Y recuerdo que se está acercando el 12 de Diciembre, la fecha en la que se estrena el próximo capítulo de la narración de 12 años del Mahabharata. Este año el 12 de Diciembre cae en la lunes, así que haré el estreno el domingo 11 de Diciembre por la tarde, con una narración meditativa nueva, que tendrá un carácter ritual y culminará con un acto ritual que realizaré el 12 de Diciembre solo.

Si quieres asistir al estreno de la próxima narración, que es el resultado de todo este séptimo año de crisis y vuelta a las raíces de la motivación original de este voto, puedes guardarte la tarde del domingo 11 de Diciembre. Iré compartiendo más información a medida que se acerque la fecha.

Sobre la fe, primer acercamiento

Una experiencia es algo que no se puede compartir. Aunque pueda enumerar los eventos que me llevaron a vivir una experiencia, o pueda describir las sensaciones que tuve, o, incluso, reproducir las condiciones que me llevaron a esa experiencia, la experiencia en sí seguirá siendo personal, interior, intransferible e incomunicable. La experiencia está enraizada en el misterio de la subjetividad. Las condiciones externas son objetivas, pero la vivencia interior que producirán estas condiciones será subjetiva.

En las últimas entradas de este blog he venido compartiendo las respuestas que varias personas han dado a la pregunta de qué es la repetición, y qué es una experiencia. Mi interés en esta cuestión nació de la lectura diaria de la parte central del Mahābhārata, en la que se repiten, durante cientos de páginas, descripciones casi idénticas de los detalles de la batalla de Kurukshetra. Es fascinante la extensión de este fragmento; y hasta donde yo sé es un caso único en la historia. Si alguien recitara el texto de la batalla del Mahābhārata podríamos estar horas escuchando, en repetición, gestos bélicos parecidos. Quizá 18 horas, como los 18 días que duró la batalla. Y es por lo exageradamente grande que es la extensión de este fragmento, y lo exageradamente repetitivo que es, que siento que hay detrás una intencionalidad. Como si la repetición nos llevara a una experiencia personal e intransferible, que nos puede llevar a cuestionarnos el sentido de la repetición.

Repetir algo es poner atención. Porque, dependiendo de como se vea, todo lo que existe es repetición. Si lo pensamos, tanto los procesos cósmicos como los gestos, los patrones de conducta, los ciclos biológicos, botánicos y meteorológicos son todos repetición continua. Cada gesto que hagamos será la repetición de algo que ya hemos hecho anteriormente. La diferencia, es que cuando queremos repetir algo voluntariamente hacemos un esfuerzo de atención. La diferencia no está en repetir o no, sino en repetir con o sin consciencia. Como contó Pelva Naik hace unos meses: “La repetición es continuación (…), solo por repetición algo puede evolucionar. La evolución pasa en la repetición; es inherente a ella“. Y la experiencia, pienso, sería la vivencia interna de la evolución.

Eso que llamamos “yo” es una repetición de procesos biológicos y mentales con los que la consciencia se identifica. Por ejemplo, cuando dormimos no siempre somos conscientes de ser “nosotros”, y sin embargo hay un cuerpo que sigue repitiendo funciones, en el cual despierta por la mañana la consciencia de ser “yo que despierto”. Hay cosas que hacemos, pero nos decimos “no parecía yo” y en cambio otras con las que nos gusta identificarnos y decimos: “yo soy así”. Este tipo de consciencia subjetiva (“yo soy”) florece en medio de la repetición y está relacionada con la experiencia, porque la experiencia es subjetiva.

Esta es mi respuesta a la pregunta ¿qué es la repetición, y qué es la experiencia? Me queda en el archivo una última respuesta, que me dieron dos personas muy sabias; espero poderla compartir pronto, pero quiero dar hoy la mía, para cerrar la historia del rey Harischandra, que se ha venido contando en las últimas entradas. Al final de este escrito volveré a hablar de la batalla del Mahābhārata:

El rey Harischandra estaba sufriendo penurias a causa del mago llamado Vishvamitra, quien estaba poniendo a prueba su voluntad. Después de haber perdido su reino, la esposa de Harischandra y su hijo habían pasado a vivir como sirvientes de Vishvamitra, y él, el propio rey, estaba sirviendo al dios del Dharma (sin saberlo) como carroñero, recogiendo restos de cadáveres en el crematorio.

Para colmo, el hijo del rey y la reina murió, mordido por una serpiente enviada por Vishvamitra. Harishchandra se encontró a su esposa llorando el cuerpo del hijo de los dos, en el campo de cremación, pero habían cambiado tanto, estaban tan demacrados, que no se reconocieron. Y cuando al fin lo hicieron el dolor fue insoportable.

Pero entonces llegó la redención: El rey y la reina se acogieron a la gran diosa, pidieron refugio en su mirada afilada y las millones de formas que hablan en su honor, porque no hay una separación entre la estatua, el nombre, la realidad y la Diosa. Una alga bajo las aguas, un rayo de sol, semillas secas guardadas para la próxima siembre, un corazón que late o una corona, son la Diosa. Y los cielos se abrieron, y bajaron todos los deva (los rayos de la fuente de la abundancia) quienes felicitaron al rey y la reina por haber pasado las pruebas sin perder la integridad. Por ello los invitaban al cielo. Pero entonces los monarcas argumentaron que el pueblo tenía que compartir un porcentaje de los méritos de sus reyes, y por ello todos los súbitos de Harishchandra y su esposa Shaivya pasaron diez años viviendo en los palacios celestiales.

Y la verdad es que tenía un par de páginas más escritas. Las entradas de este blog las escribo en una libreta, sobre todo en viajes de tren y en cafeterías, haciendo tiempo entre una cita y otra. Antes de publicarlas las paso a ordenador. Ahora, después de haber pensado durante quince días en esta entrada, y haber reescrito varias veces un texto sobre el final de esta historia, me doy cuenta de que en realidad, es el momento de callar. Si sigues este blog y has llegado hoy conmigo al final de esta historia del rey Harishchandra y su esposa Shaivya, quedémonos juntos con la invocación a la Diosa. Que cada un@ sienta en su corazón la redención de Harischandra y Shaivya, y en la próxima entrada podemos continuar este tema, compartiendo otra historia del maravilloso baúl de sorpresas que es el Mahābhārata.

Lo que realmente importa

La palabra siempre está relacionada con la interpretación. Más aún la palabra escrita. ¿Y cuántas interpretaciones podría dar de sí un texto que supera las siete mil páginas? Tantas como daría de sí la vida. Este texto es el Mahabharata, la épica más larga conocida.

Hay quien ve en el Mahabharata un documento histórico. Hay quien ve en él un conjunto de leyendas folclóricas, pero también es un texto filosófico, metafísico o teológico. Hay quien considera el Mahabharata como una recopilación selvática de narraciones populares con temática dispar, pero también hay quien reconoce en el Mahabharata una estructura clara y cohesiva[1] o, por otra parte, quien reconoce en el Mahabharata líneas narrativas paralelas[2]. Y no existe un consenso sobre su antigüedad. El Mahabharata es vasto, y sobrepasa al lector. Como la vida sobrepasa a quienes la vivimos.

Como la vida, el Mahabharata presenta enseñanzas en forma de incongruencias. O, mejor dicho, paradojas. Como por ejemplo el presentar una sinfonía de personajes que predican la acción justa, el deber y lo correcto mientras el mundo se derrumba a su alrededor, y todos acaban fallando de alguna manera al deber, al mundo y a sí mismos.

El Mahabharata es la historia de una guerra. La historia de un desastre que nadie consigue evitar un desastre en el que participa el universo entero: Los dioses, los demonios, los seres serpentinos que viven en ciudades escondidas dentro de las entrañas de la tierra, los humanos, por supuesto, y el resto de animales que son víctimas de estos excesos, como los caballos y los elefantes que mueren en la batalla, o todos aquellos que mueren en los bosques incendiados.

También participan en la guerra de la que habla el Mahabharata Krishna y Arjuna. Dos personajes con muchas capas, que permiten muchas lecturas, de cuya relación ya escribíhace unos meses, y seguro que volveré a escribir a lo largo de este acto creativo de 12 años. Pero de lo que quería escribir esta vez es de una de estas pequeñas paradojas del Mahabharata que son tan importantes.

Cuando la guerra ya es inminente, Krishna, guerrero invencible y príncipe del clan de los Yadava, promete que no va a luchar en el conflicto que se avecina. Krishna regala las tropas que comanda, con todas sus armas, a uno de los bandos en conflicto. En el otro bando está Arjuna, el amigo de Krishna. Y Arjuna pide a Krishna que sea el auriga de su carro de combate.

Cuando están a solas, Krishna pregunta a Arjuna:

-No tomaré parte en la batalla. ¿En qué estabas pensando cuando me elegiste?

A lo que Arjuna responde:

-No hay duda de que tú solo podrías eliminar a todos nuestros enemigos, ¡Oh suprema entre las personas! Pero yo también sería capaz de terminar con todos ellos sin ayuda de nadie. Tus actos son famosos en este mundo y tu fama ya te envuelve. Yo también deseo ser famoso y esta es la razón por la que te he elegido. Siempre ha sido mi deseo que condujeras mi carro. Lo he deseado durante muchas noches y deberías satisfacer mi deseo.

Arjuna quiere que se le recuerde. Y se le recuerda. Seguimos hablando de él. Este blog está dedicado a su historia. Pero la paradoja radica en que no recordamos a Arjuna por sus hazañas bélicas. No se haría un voto de 12 años como este para describir únicamente las victorias de Arjuna en una batalla. Por muchos guerreros poderosos que mandara al otro mundo. No se seguiría traduciendo, comentando, interpretando y enseñando el Mahabharata a lo largo de tantos siglos si solo hablase de las victorias bélicas de Arjuna.

Arjuna es famoso porque fue sobre su carro donde Krishna le reveló el mayor de los secretos del universo. En aquel carro famoso que condujo Krishna se escuchó recitar la Bhagavad Gita, uno de los pilares espirituales de la humanidad. Un texto filosófico, ético y místico, que sigue encendiendo la esperanza en los corazones más asustados. Sigue siendo el faro para los corazones más confundidos. Un manual que apunta a la doctrina más secreta, el arte de vivir.

La paradoja está en que, aunque el Mahabharata hable de una guerra, y de la caída de un mundo, lo leemos como un escrito espiritual.

Antes de empezar la batalla Arjuna -ese guerrero que se veía capaz de derrotar solo a todos los ejércitos-, se derrumbó en medio de su carro cargado de armas. Y Krishna, ese auriga que había prometido no luchar, le dijo que se levantara porque su conducta no estaba siendo la adecuada para un devoto. El mundo es más de lo que ven nuestros miedos, le reveló Krishna a Arjuna. Recuerda, instó Krishna a Arjuna, lo que realmente importa. No te pierdas entre las ramificaciones que despliegan las interpretaciones de esta realidad. Y Krishna ofreció una guía para hacerlo: La Bhagavad Gita. Esta guía que seguimos estudiando juntos.

La paradoja está en que el gran guerrero Arjuna se hizo famoso porque se asustó.

Más que sus hazañas bélicas, lo que ha quedado de Arjuna para la posteridad es la consecuencia de su fragilidad. Cuando se rindió a su fragilidad Arjuna pudo escuchar las enseñanzas de Krishna. La fragilidad abrió el pecho de Arjuna a la fe, el verdadero sostén, motor y destino de la humanidad. Por esto seguimos hablando de él, porque esto es lo que buscamos realmente. No nos engañemos más.

 

 

[1] Por ejemplo Vishwa P.Adluri, en Frame Narratives and Forked Beguinnings: Or, How to Read thr Ādipārvan (Journal of Vaishnava Studies).

[2] Ver, por ejemplo, la introducción de James L.Fitzgerald al artículo The Rāma Jāmadagnya ‘Thread’ of the Mahdbharata a new survey of Rāma Jāmadagnya in the Pune Text.

Palabras que hacen bien al corazón

En un reino cercano, en el espacio, pero lejano, en el tiempo, había un hombre instruido en las enseñanzas que muestran el camino hacia la sabiduría. Él era lo que en aquellos tiempos se llamaba un brahmán. De un brahmán como él se esperaba que mostrara el camino hacia el origen, hacia la esencia de lo que somos, a todos los que estuviéramos confundidos. En el lenguaje de aquella época, se decía que se esperaba de un brahmán como él que conectara el cielo con la tierra.

El brahmán de esta historia estaba sentado bajo un árbol una mañana, recitando las sílabas que entonan la esencia de la sabiduría, modulando la voz tal como le habían instruido sus maestros, cunado se posó en una rama una grulla y excretó.

Cuando el excremento del ave cayó sobre la cabeza del brahmán este le dirigió una mirada tan enfurecida que el pájaro cayó muerto. Tal es el poder de la mirada de un brahmán, y más aún en aquellos tiempos.

En cuanto vio el cuerpo sin vida del animal caer al suelo el brahmán se arrepintió profundamente de su arrebato. Conmovido, se levantó y deambuló pensativo hasta la ciudad más cercana, donde se dispuso a mendigar comida para observar su humildad o lo que le faltaba aprender de ella.

El brahmán llegó a una casa encuya puerta le recibió una mujer. La mujer pidió al brahmán que esperara mientras ella traía comida de la despensa, pero justo en aquel momento volvió el marido de la mujer a casa y ella trajo primero agua fresca para que el marido pudiera lavarse la cara y los pies, y fue a traer un plato con la comida que había preparado.

Cuando terminó, la mujer se giró hacia la puerta y vio al brahmán esperando de pie, allí donde lo había dejado. Enojado.

-¡Acaso no conoces el poder de un brahmán, mujer! – dijo con severidad. Pero ella contestó con naturalidad:

-Por supuesto que conozco el poder de los brahmanes, ¿acaso no fue un brahmán quien se bebió el océano? Y sé que elfuego que aguarda en el fondo del océano es fruto de la furia de un brahmán. Y también me he enterado, brahmán, de que tu furia incendió  una grulla en el bosque. Oh brahmán, sepas que la rabia es el enemigo que se esconde en el cuerpo de las personas. Los dioses reconocen como brahmán al que ha descartado la ilusión de la furia y al que dice la verdad y escucha a sus benefactores. Los dioses reconocen como puente entre el cielo y la tierra al que no responde con daño, aunque haya sido dañado. Los dioses reconocen como ejemplo para la humanidad al que no está dominado por sus sentidos, siempre está dedicado al estudio, es puro y no está controlado por el deseo y la ira. El que ve al mundo como a sí mismo es inteligente y comprende el dharma, el orden de las cosas. Los dioses reconocen como brahmán al que dona de acuerdo a sus posibilidades.

Lo que guarda el bienestar de los que viven para la humanidad es el decir siempre la verdad y no regocijarse mentalmente en la falsedad. Aunque el dharma, el orden eterno de las cosas, sea muy difícil de concebir, reside en la verdad. Tú estás dedicado al estudio y eres puro, pero en mi opinión no conoces el verdadero sentido del dharma. En el reino de Mithila vive un cazador que podría ayudarte.

Así habló la mujer. El brahmán le respondió que su respuesta había disipado su rabia y que iría a Mithila para mejorarse a sí mismo.

Cuando llegó a la capital de Mithila, el reino protegido por el justo rey Janaka, el brahmán se encontró con una ciudad decorada con torres, palacios y casas, llena de templos y cantos devocionales. Las calles eran anchas y limpias, flanqueadas con las paradas de vendedores que ofrecían frutas y verduras frescas. La gente estaba contenta y bien alimentada.

Preguntando, el brahmán llegó a la carnicería en la que el cazador vendía cortes de ciervo y búfalo.

-Lo sé todo sobre la mujer devota diciéndote que vengas aquí, y sé por qué has venido.

Con estas palabras se dirigió el cazador al brahmán cuando lo vio.

-Este no es un lugar para ti. Vayamos a mi casa si lo deseas – continuó el cazador. En su hogar ofreció agua al brahmán, para refrescarse y lavarse los pies.

Cuando se sentó y se relajó el brahmán dijo al cazador:

-Esta labor que haces no es apropiada. Siento mucho que tengas que llevarla a cabo.

El cazador contestó:

-Esta es la profesión de mi familia y me ha venido heredada de mi padre y de mi abuelo. Yo cuido a mis mayores. Digo la verdad. No envidio. Hago donaciones de acuerdo a mis posibilidades. Vivo de lo que sobra tras ofrecer a los dioses, los invitados y los sirvientes. No hablo mal de nada.

En este mundo los medios de subsistencia son la agricultura, la ganadería y el comercio. Una persona que nace con mala conducta puede convertirse en una persona de buena conducta. Tanto si la gente me congratula como si me critica yo siempre les respondo con las mejores acciones que pueda hacer.

Ofrecer comida en correspondencia a las posibilidades de uno, la paciencia, fidelidad eterna al dharma, el respeto a quienes lo merecen, la compasión con todos los seres y el desapego son las cualidades que distinguen a un ser humano en la tierra. Uno debería abandonar la falsedad y hacer buenas acciones, también cuando estas no son solicitadas. Uno no debería abandonar nunca el dharma por estar desbordado por las dificultades. El mal no debe contrarrestarse con el mal. El malvado que desea cometer una mala acción se está matando a sí mismo. El que se atormente a causa de sus malas acciones se libera de estos pecados; si se asegura de que no los cometerá de nuevo se libera del segundo pecado. Oh gran brahmán, uno también puede liberarse del pecado mediante las acciones justas. El que ha cometido un pecado por ignorancia puede revertirlo por adherencia al dharma. Tras cometer un pecado uno debería pensar que no es él quien lo ha cometido. Debería ser fiel a lo que es apropiado. Debería adherirse a lo justo sin odiar. Así es como los justos remiendan los agujeros en sus vestimentas. Tras pecar, una persona todavía puede alcanzar el bien; puede liberarse de todos los pecados como la luna de las nubes. Como el sol amanece y dispersa la oscuridad establecerse en lo bueno asegura la liberación de todo pecado.

Y entonces el brahmán preguntó:

-¿Y cómo reconoceré la conducta adecuada?

-Práctica espiritual, generosidad, ser comedido en los gestos, renuncia, estudio y sinceridad – estos son los elementos sagrados que caracterizan la buena conducta. Estar libre del control del deseo y la rabia, descartar la arrogancia, la avaricia y el engaño son los rasgos de los justos; aquellos que se contentan con el dharma. El respeto y servicio a los mayores, sinceridad, carencia de rabia, y generosidad, estos cuatro siempre están presentes en los justos.

Los textos sagrados están aposentados en la verdad. La verdad se aposenta en el autocontrol. El autocontrol se establece en el desapego. Esto constituye la conducta adecuada. Las personas con la inteligencia confundida odian al dharma; siguen un sendero que no debería transitarse y desciende a la miseria.

Usando el bote de la firmeza uno puede cruzar el río que tiene a los cinco sentidos como agua y está plagado de los cocodrilos del deseo y la avaricia. Así se supera el nacimiento.

Se ha dicho que el dharma es lo que se ha hecho con justicia. Los que no tienden a enfadarse, los que no odian, los que no se vanaglorian, los que no son egocéntricos y los que son simples y serenos se caracterizan por la buena conducta. Esta buena conducta es extraordinaria, anciana, eterna y fija. Esto es lo que llaman Dharma.

 

Este texto está basado en el discurso de la mujer y el cazador sabios contado por Markandeya en el fragmento del Mahabharata llamado Markandeya samasya parva (197-199).

Preparado y redactado en Luyaba, Argentina, entre el 1 y 14 de enero de 2020. La fe implica creer en la posibilidad de autosuperación del ser humano. La rabia se puede soltar; la violencia se puede controlar; esto nos hace humanos y en la fe en esta capacidad nuestra como especie se aposenta la vida y el futuro de la humanidad.

¿Qué son los dioses?

¿Qué es un dios? Cual interrogante resplandeciente, como un fulgor inalcanzable, la palabra Dios arde en el firmamento de nuestra razón.

Porque, no nos confundamos, decir que los dioses son inventos de la humanidad, un recurso para conseguir poder, no es mucho más que un juicio exterior a las personas creyentes, que suele derivar en acusación, incluso, de avaricia o simpleza mental, pero esto sigue sin explicar lo que es un dios. Este tipo de crítica hacia quienes se consideren creyentes puede ofrecer cierta sensación de superioridad intelectual pero sigue sin explicar qué es aquello en lo que creen los creyentes. Decir que los creyentes creen en una falacia tampoco explica en qué consiste esa falacia. Estas son acusaciones que solamente sirven para huir de una reflexión más profunda, y de la confrontación con los límites de nuestra propia capacidad de razonar el mundo.

 

Hace quince días compartí un texto procedente del libro Upasana de Olivia Cattedra: una descripción de la energía universal procedente de los antiguos himnos védicos[1], escrita en primera persona, que reescribí de la siguiente manera: «Yo transito la atronadora existencia[2] entre sus elementos[3], las potencias de la libertad[4] y los dioses que miran desde las estrellas[5]. Soy el centro del poder[6], el fuego que conecta el cielo con la tierra[7]y los ciclos de la naturaleza[8]. Soy el soporte del vino de la inmortalidad, que brota de la piedra sacrificial; soy la base de lo que da forma[9]; de lo que inspira tu viaje[10] y del gozo heredado[11].  (…)»

 

Se trata de la interpretación de un himno que en su versión sánscrita original es mucho más compacto, y a la vez más complejo.

Me explico:

Donde la energía dice: «yo transito la atronadora existencia», lo que está transitando en el original es a Rudra. Rudra es uno de los nombres ancestrales del dios Shiva, literalmente “el aullador”. Rudra es todo lo que existe, es el gran señor de la existencia, y se conocen muchas historias sobre sacrificios a los que Rudra no ha sido invitado, y que han acabado desastrosamente mal. Rudra vive en los márgenes del universo, pero lo sabe todo, lo ve todo, y es todo. Si se margina, si se intenta ignorar, reaparece con furia.

En este caso, una posible traducción hubiera podido ser «yo transito los márgenes ignorados del universo», o sino, dado que el dios del viento es un fiel servidor de Rudra: «yo transito los vientos que aúllan en los márgenes oscuros de la realidad, aquellos que nadie quiere ver pero siguen formando parte de la existencia», uniendo así un significado de la palabra Rudra –aullador- con la explicación del símbolo Rudra. ¿Pero seguiría esto siendo una traducción? Parece más bien una inferencia. Por otro lado la opción literal: «transito el aullador», tampoco sería una traducción con mucho sentido.

Griffith traduce por «transito los Rudras», pero esto implica directamente usar la palabra sánscrita, lo cual se aleja también del propósito de una traducción.

La frase continúa con «y los Vasu». De nuevo, opción 1: dejar la palabra Vasu en la traducción. Problema: Al que no sabe qué son los Vasu la traducción no le sirve de mucho. Los Vasu son entidades que controlan los elementos del aire, fuego y tierra, junto al cielo, el espacio, el sol, la luna y las estrellas. Y esto también está muy simplificado porque si nos ponemos a deshilar con más atención se podría escribir un libro entero solo para explicar el significado de los Vasu. «Yo transito los elementos», es una opción de compromiso. Problema: Que el que lee esta traducción no llega a conocer el nombre de los Vasu y no reconocería, leyendo otro texto que mencionara los Vasu, que el texto en cuestión está hablando sobre los mismos Elementos, personificados, que aparecen en el himno que aquí comento.

Pero no se puede tener todo. Al final, si alguien quiere entrar en profundidad en la simbología tradicional de la India lo más recomendable es estudiar sánscrito, y después los idiomas dravídicos, pero por esta misma regla para entender el mundo deberíamos estudiar todos los idiomas.

Una traducción, en un punto, siempre es una reinterpretación. Esto es inevitable, sobre todo cuando se trata de idiomas antiguos, tan cargados de significado, como pueden ser el sánscrito o el hebreo.

El libro de la creación, por ejemplo, es un tratado hebreo sobre… cosas simbólicas. El mismo título ya es problemático. En la primera estrofa del llamado Libro de la creación aparece una frase que dice algo así como «Dios grabó su nombre con tres sfarim: sfr, sfr, sfr». ¿Por qué no traduzco sfarim? Para ilustrar la problemática. La raíz hebrea sfr puede significar cuenta, número, contar en el sentido de narración, y libro. La frase dice algo así como que el mundo se creó con tres veces una raíz que puede significar estas cosas. ¿Cómo se traduce esto? El hebraísta Manuel Forcano traduce el fragmento como «… lo creó de tres maneras: por la escritura, el número y el relato[12]». El problema es que sfr no significa «manera», pero también reconozco que yo no hubiera sabido salir mejor del aprieto.

Y aquí aparece otro dilema: Lo que traducimos por El libro de la creación, en el original dice Sfr Yezirah, donde Sfr es esta misma raíz con significados múltiples. ¿Por qué no traducir, entonces, por «el cuento de la creación»? ¿Y «las cuentas de la creación»? Todas estas son traducciones posibles, viendo el contenido del enigmático tratado, pero al final el traductor tiene que tomar una decisión, y parece que «libro de la creación» tiene coherencia porque el objeto que tenemos entre manos es, al fin y al cabo, un libro.

En fin, que toda traducción es una interpretación, esto es lo que vengo a decir. Y en el caso de la primera estrofa del Libro de la Creación el traductor tiene la facilidad de que se repite tres veces la misma palabra sfr, con lo que puede usar tres de los significados posibles y quedar como un señor.  ¿Pero qué pasa si la palabra se usa una sola vez?

Cualquier aprendiz de sánscrito, o yoga, conoce el dilema del segundo verso de los Yogasūtra de Patañjali, que dice: el yoga es citta vŗtti nirodha – donde vŗtti viene de la raíz vŗit, que significa girar, moverse, revolverse, y muchas más cosas. Ni– viene a decir dirigir, y rudh– sostener, por lo que nirodha se entiende como «manejo», o «control». «El yoga es el control de los remolinos de la consciencia (citta)» parece una frase un poco forzada y, dada la larga tradición de referirse a los procesos mentales como vŗttis, la traducción de «yoga es el control de los procesos mentales» parece ser la más concreta. Hace poco más de un año leí la traducción, bastante poética, del famoso yogaș citta vŗitti nirodha como «algo así como el puente o la unión comienza frenando, controlando o deteniendo la propensión de la mente a descentralizarse» en un libro poco difundido llamado El Budismo del Tercer Milenio, escrito por Hugo Raúl Cornejo. La traducción me gustó porque la vi coherente con mi propia experiencia de observar cómo funciona mi mente y percibir cuán propensa es a «descentralizarse», y porque me pareció original, y acertada, la manera de incorporar el significado centrífugo de la raíz de la palabra vŗitti al contexto más filosófico del tratado.

Lo interesante para mí es el posterior proceso de descentralización por el que ha pasado mi mente, que me ha llevado a recordar, con el tiempo, esta frase que ahora cito de manera literal al volver a consultar el documento original, como algo parecido a: «yoga es encontrar el equilibrio entre los remolinos … ». Creo que esta modificación en mi recuerdo tiene que ver con que el autor, Hugo Raúl Cornejo, es argentino, y de alguna manera mi inconsciente ha mezclado el recuerdo del momento en el que sentí aprecio por su traducción con un tango conocido, llamado «Los mareados», que canta algo así como que la vida es una borrachera en la que buscamos el equilibrio; un mensaje que relaciono con el concepto de Māyā y mis intentonas de encontrar el equilibrio a través de la práctica de la meditación. En esta borrachera, que es el mundo de las apariencias, ni-rudh es un «controlar hacia», parecido al marinero que flota en medio de un remolino y se aferra al mástil del barco en busca de un centro.

En fin, con todo esto quiero ilustrar cómo una traducción nunca es perfecta, y cómo la mente no retiene las palabras tal cual son sino que recuerda más bien lo que estas le evocaron en el momento de leerlas. A mí me interesa más lo que una palabra pueda evocar, y por ello opto por una traducción poética, seguida de la palabra sánscrita original, como: «sostengo lo que inspira tu viaje» allí donde el original dice «sostengo a Pushan». Porque Pushan es un dios que navega por los cielos y ayuda a los navegantes a encontrar su rumbo. Y esto se puede entender de muchas maneras pero como traductor, intérprete y re-creador, opto por compartir aquello que más me inspira de Pushan: La sensación de que en el cielo navegan señales que ayudan a uno a encontrar el equilibrio entre los remolinos de la vida.

Porque, volviendo al principio, un dios es una condensación de significados – una aglomeración poética. Un dios es un enigma, un interrogante. Los dioses son señales, avisos que parpadean en las fisuras del caparazón racional en el que nos envolvemos y nos muestran el horizonte de un espacio que transciende las creencias a las que nos aferramos.

Si no existe ningún navegante en el cielo, tampoco existen remolinos en la mente, porque la construcción «remolinos mentales» es poética. Pero si no existe la poesía tampoco me creo que la materia se constituye de diferentes núcleos energéticos que giran alrededor de sí mismos y se repelen y se atraen dependiendo de la densidad y la velocidad. Porque si todo lo que somos es átomos, ¿cómo se explica que solamente de la unión de un espermatozoide con un óvulo nace una vida nueva? Si la materia no es más que un juego de átomos ¿por qué no puede un óvulo impregnar otro óvulo?, ¿o un espermatozoide otro espermatozoide? ¿Y por qué nos aferramos tanto a nuestra vida, entonces, si sabemos que todo es una misma energía movida por el azar? ¿Y qué significa el azar? ¿Si el azar no significa nada por qué creemos en ésta palabra?

Lo que quiero decir es que la vida es poesía. Porque nos comunicamos con palabras y las palabras son ambiguas, como la poesía. No vamos por la vida repitiendo lo que nos han dicho palabra por palabra sino que reinterpretamos y volvemos a contar de maneras diferentes aquello que hemos oído o percibido. Toda comunicación es un acto creativo. Traducir es interpretar, igual que cualquier comunicación.

 

En el Mahabharata[13], se explica que «del espacio nace del ego, y el viento nace del espacio. La energía nace de los vientos, el agua es el resultado de la energía y la tierra nace de la condensación de las aguas. Estos son los ocho elementos originales.

Los cinco sentidos de conocimiento, los cinco órganos de acción, los cinco objetos de los sentidos y la mente, como el decimosexto elemento, se forman a partir de la transformación de los elementos originales; el ego, el viento, el espacio, la energía, el agua y la tierra.

Los oídos, la piel, los ojos, la lengua y la nariz son los cinco sentidos. Los pies, el ano, los genitales, la boca y las manos son los cinco órganos de acción. Sonido, tacto, forma, sabor y olor son lo que se puede conocer y penetran la conciencia. La mente va por todas partes; conoce el sabor desde la lengua y se dice que se convierte en palabras. Unida a los sentidos, la mente se ocupa de todo. En sus formas variadas, estos dieciséis deberían conocerse como divinidades.»

Esta es otra manera de usar la palabra, el poder poético de la palabra, para describir el mundo en el que dibujamos nuestra identidad. Aquí parece que los Dioses son algo muy concreto y suficientemente transcendente a la vez. Los dioses serían el contacto de los sentidos con las corrientes elementales; el horizonte de nuestra capacidad de percepción. Los dioses no son nada foráneo a la realidad, pero nada que se explique fácilmente tampoco. Porque ¿quién puede definir el límite del olfato?

 

El tránsito por la realidad es un acto poético. Todas nuestras acciones, todas nuestras percepciones, son aproximativas. El acto artístico no crea nada, solo traduce, reinterpreta la realidad. Hablar de los dioses que surcan el firmamento estrellado no es más que una expresión poética de la misma realidad en la que viran los átomos y los bailarines de tango. Esa realidad que nuestra mente no acaba de acabar de comprender, pero a veces se confunde y cree que lo ha hecho, hasta que se encuentra con otro límite, con otro destello de lo incomprensible en la discoteca de la realidad.

 

***

Esta entrada es la última de este año de Respirar el Mahabharata. La siguiente, el próximo 1 de Diciembre, será un resumen del segundo año del proyecto, y el próximo 12 de Diciembre estrenaremos el segundo espectáculo del proyecto en Respiro Yoga, en Villa Adelina, en Buenos Aires, junto a la actriz y cantante Gisele Cornejo y el grupo musical Surindia.

Si vives en Barcelona y lees esto antes del domingo 19 puedes venir a ver el ensayo abierto del espectáculo que se estrenará en Diciembre en la sala del colectivo CRA’P en Mollet del Vallès.

 

[1] Ŗg Veda X, 125

[2] Rudra

[3] Vasu

[4] Aditya

[5] Vishvadevas

[6] Indra

[7] Agni y Mira-Varuna

[8] Ashvin

[9] Tvastŗ

[10] Pushan

[11] Bhoga

[12] El llibre de la creació, Fragmenta, 2012

[13] Moksha Dharma Parva 203

El sol, la serpiente y el místico – Surya, naga y dharamaranya

-Abuelo, me has hablado mucho sobre lo que es correcto hacer en la vida, sobre las acciones que llevan al equilibrio, pero ¿cuál es el mejor Dharma? ¿Cuál es la mejor manera de actuar en la vida?

[Inciso: El que pregunta es un rey que para salvar a su reino ha tenido que ganar una guerra que ha resultado catastrófica a nivel humano. El abuelo al que se dirige, está clavado en el suelo por un puñado de flechas, tiene heridas que ya no se podrán curar: se trata de los últimos consejos que dará antes de abandonar el cuerpo. La escena es dramática[1].]

-Cuando son seguidos hay muchos caminos (tipos de Dharma, en el original) que llevan al paraíso y otorgan los frutos de la verdad. El Dharma (el orden universal) tiene muchas puertas y no existe rito en el mundo que no dé frutos. ¡Oh gran descendiente mío! El que se dispone a seguir una modalidad determinada decide que las otras no merecen la pena de ser aprendidas. ¡Oh tigre entre las personas! Hay una historia al respeto, que deberías oír:

Y así, Bhīșma, el abuelo, comienza a contar a su nieto la historia de un místico perteneciente al linaje lunar quién, habiendo alcanzado una vida plena y satisfactoria y habiendo transmitido la pasión por la búsqueda espiritual a sus hijos, se preguntó qué Dharma podía ser superior a sus logros. Se preguntó cómo ir más allá del umbral que había alcanzado. Se cuestionó qué sería lo más beneficioso para el mundo y cuáles podían ser las acciones más correctas, pero no llegaba a ninguna conclusión.

Un invitado, sabio como él, llegó a la casa del místico. Ambos compartieron sus dudas sobre porque el invitado reconoció estar pasando por los mismos dilemas que el místico:

-Yo tampoco me puedo decidir. El cielo tiene muchas puertas. Unos alaban el liberarse de la influencia de los sentidos, otros hablan maravillas de las ofrendas y sacrificios. Otros se retiran al bosque[2]y otros confían vivir correctamente.[3]Algunos recurren al servicio de un maestro, otros adulan a Yama, el dios que conoce el camino hacia la inmortalidad. Otros han llegado al paraíso sirviendo a sus padres. Otros han alcanzado el paraíso recurriendo a la no-violencia y otros a través de la sinceridad. Otros han penetrado el campo de batalla y alcanzado los cielos siendo muertos en la guerra. Otros han tenido éxito haciendo el voto de unchha (alimentarse exclusivamente de granos caídos de los tallos tras la cosecha, de granos sobrantes) y han avanzado por el sendero que lleva al cielo. Otros han estudiado y han sido fieles a los votos de los textos sagrados (veda). Muchos seres inteligentes han alcanzado el cielo regulando sus deseos. Algunos eran justos y fueron asesinados por gente deshonesta. Hay justos, puros en su alma, que se han establecido en la bóveda celeste. De manera que en este mundo hay muchas puertas que llevan al cielo y han sido abiertas. Tengo la mente confundida como una nube arrastrada por el viento.

Así, continuando la conversación, el invitado le cuenta al místico protagonista de esta historia que su gurú le contó en una ocasión que sobre la orilla del río Gomati existe una ciudad que fue fundada antes de la historia por los habitantes del cielo, a través de los ritos que en su momento hicieron allí. Esta ciudad está poblada por serpientes mágicas y su rey es un ser especial que ayuda a todos los que acuden a él. Su nombre es Padma, loto, y es un sabio poseedor de las mejores cualidades de carácter. No tiene malicia, es sincero, su hablar es suave y siempre agradable, ayuda a quién se lo pida y desciende de un linaje puro como el Ganges, el río que desciende de los cielos.

Los dos hombres continuaron hablando de filosofía toda la noche y por la mañana nuestro místico partió en busca de este excelente rey de las serpientes.

Pasó por grutas maravillosas, diversos centros de peregrinaje y lagos hasta llegar a un sabio, al que preguntó por la serpiente. De allí continuó por el camino que le indicó el sabio. Sus intenciones eran claras e íntegras, de manera que llegó al palacio de la famosa serpiente y exclamó, en la puerta:

-¡Estoy aquí! ¿Hay alguien?

La esposa de la serpiente, bella y educada, salió a recibirlo y le dio la bienvenida.

-He llegado agotado,- dijo el místico- pero tus amables palabras han apartado mi cansancio

El místico preguntó por el rey de las serpientes, a quien había venido a ver, pero su esposa tuvo que decirle que no se encontraba en casa porque se había marchado todo el mes a aguantar el carro del sol.

-Volverá en quince días- le aseguró la esposa.

El místico no dudó en esperar durante quince días sentado en el bosque que yacía ante el palacio de las serpientes.

Mientras lo hacía, muchas serpientes acudieron a él ofreciéndole alimento y techo, pero el místico las rechazó a todas con amabilidad.

Cuando el rey de las serpientes volvió de sus viajes con el Sol su esposa lo recibió y le habló del místico esperando en el bosque como si fuera el mismo destino de la serpiente.

Cuando el rey de las serpientes se acercó al místico este se presentó y le dijo su nombre: Dharmāranya: el bosque del Dharma.

-El carro del sol tiene una sola rueda y tú has trazado su curso con firmeza- le dice Dharmāranya a la serpiente –dime si has visto algo que sea alabable a lo largo del paso del Sol por los cielos.

La serpiente respondió:

-Sabios realizados y dioses residen en sus miles de rayos, como pájaros apoyados sobre ramas en la primavera. El gran viento emerge de los rayos del Sol y bosteza en el cielo. ¡Oh místico! ¿Qué puede ser más maravilloso que esto? El que se llama Shukra (Venus, gurú de los Asura, los enemigos de los dioses) está a sus pies. Cuando llega el monzón hace llover de las nubes en el cielo. ¿Qué puede ser más maravilloso que esto? Durante ocho meses absorbe agua a través de sus puros rayos y cuando es el momento correcto la vierte de nuevo. ¿Qué otra cosa puede ser más maravillosa que esto? La esencia (atman) siempre está establecida en su energía; esta es la semilla de la tierra y sostiene las cosas móviles e inmóviles. El Dios de brazos poderosos es eterno. Pero hay algo incluso más extraordinario que todo esto, escúchalo ahora de mi boca, lo he visto en los cielos resplandecientes:

En tiempos ancianos, al mediodía, el sol solía abrasar los mundos. A esa hora, una entidad fue vista avanzando hacia el sol. Iluminaba los mundos con su fulgor natural. Avanzaba hacia el sol y parecía desgarrar el cielo en el proceso. Los rayos de esa energía resplandecían como ofrendas lanzadas al fuego. Aquella forma era como un segundo sol y no se la podía mirar directamente. A medida que avanzaba la entidad, el Sol extendió y abrió su mano, como mostrándole sus respetos. Separando el cielo, entró el disco solar. Se mezcló con la energía del hijo de Aditi[4], el Sol, y en un instante se fundió en él. Apareció una duda, porque de repente ya no se podía distinguir entre las dos masas de energía. De los dos, ¿quién era el Sol en su carro? ¿Y dónde estaba el acabámos de ver llegando por el cielo?

Como había aparecido la duda en nosotros, le preguntamos al Sol quién era el que había avanzado por el firmamento y unido con él, como si fuera su segundo yo.

-Amigos, nos dijo a todos el Sol. Este no era el dios del viento, un asura o una serpiente. Este era un sabio que ha alcanzado el cielo porque ha seguido con éxito el voto de unchha, comer solo las sobras de la cosecha de grano. Este místico (brahmán en el original) se alimentó de frutas caídas del árbol, hojas secas y aire. Recitó himnos sagrados del Rig Veda y consiguió favores de los dioses. Sus deseos estaban inquietos pero fue fuerte en su decisión. Se alimentó solamente siguiendo el voto de unchha; estaba siempre dedicado al bien ajeno; no fue un dios, ni un gandharva, ni asura ni serpiente, pero por su fortaleza entre los seres las puertas del cielo le han sido abiertas.

Esta es la maravilla de la que fui testigo, oh místico. Ahora aquel brahmán da vueltas en el cielo junto al sol-

Así habló la serpiente y esta historia convence y satisface al brahmán profundamente.

-Los dioses no te son superiores, ¡Oh serpiente! Yo soy tú y tú eres yo. Yo, tú, y todas las criaturas pueden ir siempre a todas partes. He visto la verdad y voy a seguir el voto de unchha.

Así termina la historia que Bhīșma le cuenta a su nieto Yudișțhira. ¿Cuál es la conclusión de la historia? ¿Seguir el voto de unchha? Si fuera así, ¿porque no le responde Bhīșma a Yudișțhira directamente: «- sigue el voto de unchha?»

No me siento capacitado de interpretar las palabras de Bhīșma en el sentido que le damos a veces a la palabra interpretar, que se acerca más bien al interpolar, al poner en boca de Bhīșma mis propias palabras. Yo no sé lo qué es le quiso decir Bhīșma a Yudișțhira, pero sé a dónde me ha llevado a mí reflexionar sobre esta historia durante unas semanas.

Una narración es un conjunto de elementos aparentemente inconexos que evocan en nosotros una continuidad. El higo maduro se desprendió de la rama y ¡chaff!, los elementos de esta frase no se entienden por separado pero leídos en orden evocan una imagen muy clara; este es el poder de una narración. La caída de un higo al suelo es difícilmente describible. Podemos decir el higo cayó, pero no tiene el mismo efecto. Las palabras son útiles y a la vez limitan aquello a lo que se refieren. Y esto pasa de manera más visible con palabras de sentido muy general como Dios o fe. Porque la historia del místico y la serpiente habla de fe, pero para mí nada más limitante que terminar este escrito con una frase como: «Esta historia habla de fe». Porque ¿qué es fe? Fe es fe, pero ¿qué es? ¿Cómo se describe la fe con palabras auténticas? Fe como la fe de la que habla el conocido hadiz: «Todo niño nace según su naturaleza primordial, luego sus padres hacen de él un judío, un cristiano o un zoroastra[5]». La Fe simple y natural, antes de las palabras.

La fe de un niño es acción, es correr hacia la nada sin tener que explicarse antes la razón por la que corre y plantearse el resto de opciones, como ver la televisión o hacer el pino. Cuando toca correr se corre. Así como cuando el místico brahmán escucha la historia de la serpiente elige seguir el voto de uchha. De manera espontánea.

Tozan, el maestro Zen medieval, escribió:

Sin error, sin duda,

Así es el Dharma.

El Budha y los maestros de la transmisión no han hablado de él.

Pero vosotros lo hacéis real ahora mismo.

Por esto os lo ruego, protegedlo con fuerza[6].

 

Creo que el Dharma correcto no se describe con palabras y no es materia de debate ni discusión, sino más bien algo a practicar. Cuando el místico escucha la historia de la serpiente, se pone en acción. Hay muchas puertas al cielo, miles de puertas están abiertas, solo hay que cruzarlas. Y la fe se cruza como el niño corre: corriendo.

La narración de la fe, se ejecuta narrando. Para narrar la fe hay que contar una historia. Esto es algo que estoy entendiendo con el Mahabharata. A menudo me digo: «que mi voto de contar el Mahabharata sea un acto de fe», pero con esta historia he entendido que un acto de fe no es un acto que lleva a la fe, como si fuera una acción especial que tendrá como recompensa la llegada de la fe, sino que un acto de fe es fe en movimiento. Fe en acción. El cauce por el que pasan todos los senderos.

Y con esto no pretendo decir que he solucionado en mí la cuestión de la fe y la duda. Lo que digo es que vale la pena conocer el Mahabharata, y transitarlo es maravilloso.

 

[1] Se trata de una conversación entre Yudisthira y Bhishma, en el capítulo 340 del Moksha Parva.

[2] Dharma de Vanaprashta

[3] Dharma de garhasthya

[4] Aditi, “sin límite”, es la madre de todos los dioses.

[5] Citado por Pablo Benetto en un pié de página en la p.134 de su traducción de El secreto de los nombres de Dios, de Ibn Arabi, para ed. Tres Fronteras, 2012.

[6] Citado por el maestro Zen Lluís Nansen Salas, en Ensenyançes a Lluçà 2, ed. Dojo Zen Barcelona Kannon, 2017.

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