La palabra Dios designa aquello hacia lo que aspira una cosmovisión.

Pensémoslo: La función de un idioma es narrar a dios.

Cada lenguaje desgrana su propio dios, el dios de ese lenguaje, en ética, política, amor, humor y todas las dimensiones de la vida en que se articula lo indescriptible; aquello que nadie duda que existe, pero no podemos definir («Dicen que eres akṣara, lo indivisible, el sonido om original. Eres los versos (pāda) y las articulaciones de tu cuerpo son las reglas para unir palabras (sandhi). Las vocales y las consonantes son tu manifestación»[1]).

También quien se defina ateo, para que su discurso tenga sentido se tendrá que articular alrededor de un ideal – o contra-ideal. De una cosmovisión determinada. Porque también creer que nada tiene sentido es una creencia: una manera de decir. Este sin-sentido es el lugar en el que desemboca el lenguaje del sin sentido. El sinsentido es una narración, es lo que narra el sinsentido. Dios no es solo Allah, Krishna o los nombres que le den las religiones conocidas. Dios es aquello que nos narramos juntos, el sentido, o sinsentido. Dios es la dirección hacia la que apuntan todas las creencias que nos explicamos. Nuestra manera de explicarnos el mundo es una narración compartida y este cuento común busca nombrar lo indefinible.

«Al final de mil eones (yuga) eres las llamas brillantes del fuego que devora todos los seres. Eres el sí mismo (ātman) de lo terrible y te saludo. Después de haber consumido todos los seres y haber convertido el universo entero en un solo océano duermes como un niño.»

Este noveno año de Respirar el Mahābhārata está destinado a conocer mis límites personales. Mis muros son los límites del lenguaje. Toda narrativa – toda manera de narrarnos el mundo- es una manera de articular el sentido último de todas las cosas: de ilustrar cómo se relaciona nuestra vida interna imaginal y emocional, con nuestra ejecución sensitiva, moral, política y pragmática material del sentido indefinible que damos a todo- con la fuente de todo este existir. La fuente la podemos situar fuera de todo, dentro de cada detalle, ni dentro ni fuera, en la forma o en lo invisible, dependiendo de nuestra narración, pero siempre excede nuestro control, porque es lo desconocido, de lo que emana la vida. El espacio de la sorpresa.


[1] Las citas continúan siendo del discurso de Bhishma a Krishna en Rāja Dharma Parva 47, que empecé a comentar la entrada pasada.