Lo que no existe nunca se podrá reflejar en el mundo manifestado; lo manifestado no puede mostrar lo que no existe. Quienes entienden lo saben.
Así lo dijo Krishna, así se recuerda en la Bhagavad Gita. Dicen que las palabras de Krishna le devolvieron la chispa vital a un guerrero en crisis. La Bhagavad Gita reproduce aquellas palabras: el canto de la vida, que fue entonado en un campo de batalla.
Viviendo me consumo, se diría el cuerpo a sí mismo. Me alimento de mí mismo. Consumo mi tiempo vital para ver, oír, oler, saborear, moverme, sentir y pensar.
Pero tú yo siempre hemos existido, responde el viento. Todo existe, responden las restrellas. Nosotras, que parpadeamos lejos de ti, nos hemos manifestado en tu cielo. (Bhagavad Gita 2:16)
Lo que hay, lo que existe (Satya), se ha manifestado como un urdimbre (en sánscrito tatam, derivado tan) en todas partes. (Bhagavad Gita 2:17)
Todos estos cuerpos finitos (en sánscrito dehā, derivado de la raíz dih: moldear), estas formas amasadas por el tiempo y los sentidos, son el sostén (śarira, derivado de śrī: energía y sostén) de lo que no cambia. De aquello que permanece en el cambio mismo (Bhagavad Gita 2:18).
Así explica Krishna la frase «tú y yo siempre hemos existido»: lo que existe está en estas formas que vemos y tocamos, y lo que existe sigue existiendo. Lo que existe se transforma, los cuerpos mueren y vuelven a nacer, pero lo hacen siempre en la existencia.
Avyaya, la palabra que usa la Bhagavad Gita para referirse a lo que no tiene cambio, se compone de la negación a- (en sánscrito a=no) más la palabra vyaya: desaparición, desintegración, o cambio. En hebreo se ha traducido vyaya por shinui (שנוי), de la raíz shaná, compuesta de las letras shin (ש), nun (נ) y hei (ה). Una raíz de la que se deriva shaná (año), shinun (repetición y aprendizaje) y shení (segundo).
Lo que considero que vale la pena notar es la relación de la raíz hebrea para expresar cambio con el número dos. Repetir algo es hacer una segunda acción, a partir de la primera, y esto es el cambio: incontables repeticiones y ecos que quedan modificados progresivamente por la interacción entre sí mismos. ¿Pero, ecos de qué? La relación del significado de cambio con segundo, en el hebreo, parece apuntar a que hubo un primero. ¿Tal vez el uno, del que todo deriva y a lo que todo vuelve?
La palabra sánscrita avyaya se puede leer como la combinación de a– (negación) con el prefijo vi– (dividir, separar) y –aya, que se puede leer como medida. Vyaya= vi+aya: dividir la medida. Otras palabras en sánscrito para expresar cambio pueden ser vikara (vi– + –kara): “hacer división”, o parivat (pari– + –vat), donde el sufijo pari– sería similar al latín peri-, y –vat significa contener. Parivat: “Que contiene vuelta, rodeo, o giro”.
Podríamos decir que en sánscrito no hay una presencia de un primero tan clara como en el hebreo. El cambio es giro y división de lo que hay, mientras que en hebreo es una repetición en el tiempo que se va modificando por refracción y reverberación, pero una repetición que parte de un primero.
¿Pero podríamos decir que detrás de toda división (vikara) habría un primero que se divide? ¿Una base, que sufre modificaciones? ¿O tal vez cambios y base sean uno?
Estos cuerpos moldeados que se marchitan, polinizan y brotan dentro de otros cuerpos, en el seno del gran cuerpo de la tierra. Estos fuegos centelleantes que explotan, se dividen y reagrupan en movimientos que duran millones y millones de años: Todo esto es lo manifestado, y lo manifestado expresa lo que hay, la realidad.
La realidad nunca deja de existir. ¿Y tal vez las diferencias entre el sánscrito y el hebreo estén donde las queramos ver?
He decidido dedicar este octavo año de Respirar el Mahābhārata a comparar el original sánscrito de la Bhagavad Gita con su traducción hebrea, para indagar en las diferencias entre la cosmovisión hebrea, judía y semita con la cosmovisión india, o sánscrita, representante de lo indoeuropeo. Lo que me pregunto es cuan “indo” es realmente lo “europeo”, y cuán sánscrito puede ser el hebreo y viceversa. Pero lo que veo es que para responder estas preguntas es necesario plantearse un poco más a fondo qué queremos saber.
Si la motivación es profundizar en el sentido de la vida, en general, todas estas palabras no son tan importantes. El sentido de la vida está en la existencia misma, en las formas de lo manifestado. En el canto de un pájaro de madrugada ya se encuentra todo el sentido que uno quiera encontrar. ¿Para qué sirve, entonces, comparar idiomas? ¿Para entendernos mejor? ¿Pero no nos entendemos ya dándonos la mano?
Este viaje de la humanidad por la dimensión de las palabras es lo que me ata al Mahābhārata: La pregunta de cómo nos alejan o nos acercan estas construcciones mentales y sonoras que son las palabras. Cómo nos reconocemos en las palabras y cómo nos alienamos como individuos, como grupos y como especie. Cómo las palabras pueden acercar o alejar a los seres sensibles.
El Mahābhārata es la historia de una guerra. Una narración larga, sobre un conflicto, que contiene también la semilla de la paz.