Cambio

Lo que no existe nunca se podrá reflejar en el mundo manifestado; lo manifestado no puede mostrar lo que no existe. Quienes entienden lo saben.

Así lo dijo Krishna, así se recuerda en la Bhagavad Gita. Dicen que las palabras de Krishna le devolvieron la chispa vital a un guerrero en crisis. La Bhagavad Gita reproduce aquellas palabras: el canto de la vida, que fue entonado en un campo de batalla.

Viviendo me consumo, se diría el cuerpo a sí mismo. Me alimento de mí mismo. Consumo mi tiempo vital para ver, oír, oler, saborear, moverme, sentir y pensar.

Pero tú yo siempre hemos existido, responde el viento. Todo existe, responden las restrellas. Nosotras, que parpadeamos lejos de ti, nos hemos manifestado en tu cielo. (Bhagavad Gita 2:16)

Lo que hay, lo que existe (Satya), se ha manifestado como un urdimbre (en sánscrito tatam, derivado tan) en todas partes. (Bhagavad Gita 2:17)

Todos estos cuerpos finitos (en sánscrito dehā, derivado de la raíz dih: moldear), estas formas amasadas por el tiempo y los sentidos, son el sostén (śarira, derivado de śrī: energía y sostén) de lo que no cambia. De aquello que permanece en el cambio mismo (Bhagavad Gita 2:18).

Así explica Krishna la frase «tú y yo siempre hemos existido»: lo que existe está en estas formas que vemos y tocamos, y lo que existe sigue existiendo. Lo que existe se transforma, los cuerpos mueren y vuelven a nacer, pero lo hacen siempre en la existencia.

Avyaya, la palabra que usa la Bhagavad Gita para referirse a lo que no tiene cambio, se compone de la negación a- (en sánscrito a=no) más la palabra vyaya: desaparición, desintegración, o cambio. En hebreo se ha traducido vyaya por shinui (שנוי), de la raíz shaná, compuesta de las letras shin (ש), nun (נ) y hei (ה). Una raíz de la que se deriva shaná (año), shinun (repetición y aprendizaje) y shení (segundo).

Lo que considero que vale la pena notar es la relación de la raíz hebrea para expresar cambio con el número dos. Repetir algo es hacer una segunda acción, a partir de la primera, y esto es el cambio: incontables repeticiones y ecos que quedan modificados progresivamente por la interacción entre sí mismos. ¿Pero, ecos de qué? La relación del significado de cambio con segundo, en el hebreo, parece apuntar a que hubo un primero. ¿Tal vez el uno, del que todo deriva y a lo que todo vuelve?

La palabra sánscrita avyaya se puede leer como la combinación de a– (negación) con el prefijo vi– (dividir, separar) y –aya, que se puede leer como medida. Vyaya= vi+aya: dividir la medida. Otras palabras en sánscrito para expresar cambio pueden ser vikara (vi– + –kara): “hacer división”, o parivat (pari– + –vat), donde el sufijo pari– sería similar al latín peri-, y –vat significa contener. Parivat: “Que contiene vuelta, rodeo, o giro”.

Podríamos decir que en sánscrito no hay una presencia de un primero tan clara como en el hebreo. El cambio es giro y división de lo que hay, mientras que en hebreo es una repetición en el tiempo que se va modificando por refracción y reverberación, pero una repetición que parte de un primero.

¿Pero podríamos decir que detrás de toda división (vikara) habría un primero que se divide? ¿Una base, que sufre modificaciones? ¿O tal vez cambios y base sean uno?

Estos cuerpos moldeados que se marchitan, polinizan y brotan dentro de otros cuerpos, en el seno del gran cuerpo de la tierra. Estos fuegos centelleantes que explotan, se dividen y reagrupan en movimientos que duran millones y millones de años: Todo esto es lo manifestado, y lo manifestado expresa lo que hay, la realidad.

La realidad nunca deja de existir. ¿Y tal vez las diferencias entre el sánscrito y el hebreo estén donde las queramos ver?

He decidido dedicar este octavo año de Respirar el Mahābhārata a comparar el original sánscrito de la Bhagavad Gita con su traducción hebrea, para indagar en las diferencias entre la cosmovisión hebrea, judía y semita con la cosmovisión india, o sánscrita, representante de lo indoeuropeo. Lo que me pregunto es cuan “indo” es realmente lo “europeo”, y cuán sánscrito puede ser el hebreo y viceversa. Pero lo que veo es que para responder estas preguntas es necesario plantearse un poco más a fondo qué queremos saber.

Si la motivación es profundizar en el sentido de la vida, en general, todas estas palabras no son tan importantes. El sentido de la vida está en la existencia misma, en las formas de lo manifestado. En el canto de un pájaro de madrugada ya se encuentra todo el sentido que uno quiera encontrar. ¿Para qué sirve, entonces, comparar idiomas? ¿Para entendernos mejor? ¿Pero no nos entendemos ya dándonos la mano?

Este viaje de la humanidad por la dimensión de las palabras es lo que me ata al Mahābhārata: La pregunta de cómo nos alejan o nos acercan estas construcciones mentales y sonoras que son las palabras. Cómo nos reconocemos en las palabras y cómo nos alienamos como individuos, como grupos y como especie. Cómo las palabras pueden acercar o alejar a los seres sensibles.

El Mahābhārata es la historia de una guerra. Una narración larga, sobre un conflicto, que contiene también la semilla de la paz.

La situación en la que estamos

Te invito las palabras que junto, a continuación, porque esta historia sobre la que llevo cuatro años escribiendo me lleva a descubrir algo nuevo sobre mí mismo cada día, y soy de la convicción de que puede hablar al corazón de todo ser humano.

Lo que se relata aquí son hechos que son históricos, pero sucedieron en una era anterior a la posibilidad de todo registro material. Antes de los antiguos imperios en ruinas, antes de las pinturas rupestres. En una era de la que solamente tienen registro los corazones humanos.

En aquellos tiempos, cuenta la historia, el mundo entero aceptó como emperador a un solo rey. Porque el poder de aquél rey lo permitía, y porque era justo y bajo el sistema de organización que él representaba se vivía bien. Pero el primo de aquel emperador universal le tenía celos y dado que no tenía poder militar ni político para arrebatarle la autoridad por la fuerza, recurrió al engaño. El primo celoso retó al emperador del mundo a una partida de dados; a un juego de apuestas amañado a su favor. El emperador del mundo aceptó jugar, dice la historia, por ser fiel a su palabra, y al destino. La razón por la que el emperador universal aceptó jugárselo todo a una partida que sabía que era amañada es un enigma articulado sobre el que se ha escrito mucho y no voy a comentar ahora, porque es de otra cosa de lo que quiero escribir.

Lo que cuenta la historia es que el emperador universal lo perdió todo. Perdió su reino y su hogar. Quedó exiliado, sin tierra ni pertenecías. Él, sus cuatro hermanos y la esposa que los compartía. Porque los cinco estaban casados con una mujer muy especial, de tez negra como la noche y mirada brillante como el fuego.

Los cinco hermanos fueron exiliados a peregrinar sobre la faz de la tierra mientras el primo tramposo ocupaba su palacio. Desde allí el primo mandaba espías reales para que le informaran de lo que hacían el antiguo emperador exiliado y sus hermanos:

-El mayor de los hermanos -informaban los espías -el que fue justamente coronado como emperador universal, acepta solemnemente su destino y espera pacientemente el fin de su exilio. El tercer hermano, quien es el mejor guerrero sobre la tierra y posee armas secretas que le fueron entregadas por los dioses, se mantiene fiel al mayor y no moverá un pelo si su hermano no se lo prdena. El segundo, sin embargo, quien es grande como dos personas y fuerte como cien, sopla y resopla. Está furioso y le cuesta contenerse.

Él, acostumbrado a las sedas y a los lechos lujosos, duerme ahora sobre la tierra dura, bajo las estrellas. En el palacio, se levantaba cada mañana oyendo las palabras de los bardos alabando su ser, su fuerza y su porte. Esto lo calmaba. Ahora, en la intemperie, se levanta escuchando sus propios pensamientos de venganza y destrucción. Está furioso y su enfado es peligroso. –

Eso decían los espías, cuenta la historia. Y en este pequeño detalle el Mahabharata (que es el nombre de esta gran historia) me hace pensar en la importancia de las palabras. Palabras que pueden calmar; palabras que pueden dañar, enamorar, deprimir o redirigir nuestra atención dispersa hacia la fuente de la energía que nos mueve. Palabras que llevan a la vida y palabras que llevan a la guerra.

Cuidemos nuestras palabras, digo. Cuidemos lo que nos decimos y lo que le decimos a los demás, porque las palabras son armas secretas; son herramientas mágicas y se merecen el correspondiente respeto.

Sobre lo que nos contamos

Preste Juan, o el Pastor Juan, es un mítico monarca quien, según cuenta la leyenda, viajó al levante para predicar la palabra de Cristo y acabó fundando un reino cristiano poderoso, al este de las tierras del Islam. En los siglos de las cruzadas, y los primeros viajes de la exploración europea del oriente, antes del encuentro con el continente americano, las historias del Preste Juan fueron populares en Europa. Atemorizados ante la capacidad bélica de los reinos musulmanes y, probablemente, ante la incógnita de cuán al este se expandían los reinos de sus enemigos, nobles y comerciantes europeos se tranquilizaban ante los rumores de que las tierras musulmanas quedaban limitadas, al este, por otro reino cristiano. Un reino tan o más poderoso que sus correligionarios europeos, capaz de contener la expansión del Islam a solas. Si llegaban a contactar con este aliado, juntos, desde frentes opuestos, podrían vencer definitivamente a sus oponentes de la media luna.
En los primeros viajes de exploración europea la posibilidad del encuentro con el mítico reino seguía en el horizonte. De hecho, los primeros visitantes portugueses en la India creyeron reconocer en las estatuas de las diosas hindú unas representaciones de María, la madre de Dios, si bien algo deformadas por el gusto estético local. Algunos informes apuntaron, con prudencia, a la posibilidad de haber hallado el mítico reino del preste Juan. Pero la negativa de los monarcas locales a comerciar con los productos ibéricos, por parecerles demasiado burdos, desilusiona a los inversores de Portugal, que decidieron tomar por la fuerza lo que no se les quiso dar por la vía del intercambio. Los viajeros portugueses traían pieles de baja calidad a los ojos de los gobernantes indios y vino, que no creó ningún interés. Sin embargo lo que el reino de Portugal tenía, y los reinos de la costa India no, eran cañones y fusiles, que facilitaron a los viajeros europeos la imposición de sus intereses. Así aparecieron los asentamientos y, con las colonias, llegaron sacerdotes, que concluyeron que aquellos templos llenos de imágenes no eran ecos lejanos de cristianismo mal entendido sino mera idolatría pagana.
En el subconsciente colectivo europeo, a mi parecer, el mito del Preste Juan sobrevive. Aun sin conocer la historia del pastor del este seguimos buscando en la India un cristianismo perdido. Adaptamos la enseñanzas y los textos que encontramos para que nos hablen del alma tal como la conocemos o nos gustaría que fuera y aquello que no nos interesa lo separamos y lo catalogamos como superstición. Así resulta que hay una India interesante y profunda, filosófica, bastante platónica curiosamente, y otra vulgar y supersticiosa, simplona, que deber ser la decadencia de la primera. De esta manera dividimos tantos una cultura que, en el fondo, no conocemos. Ni siquiera tenemos claro, todavía, si la India es una cultura o varias.
ça la cultura de la India la llamamos Hinduismo, y el Hinduismo resulta ser demasiado plural para poderlo definir, así que se recurre a la palabra sánscrita Santana Dharma: algo así como “el orden eterno”, o “el sostén eterno”. Se dice que la esencia de esta aparente pluralidad que es el Hinduismo se debe a que todas sus prácticas diversas siguen un mismo orden universal, que es eterno. De hecho, para los más abiertos, todas las religiones tendrían lugar en el Hiduismo, porque responden a diferentes interpretaciones de este orden, o ritmo cósmico, que enciende astros, eleva brotes verdes al sol y organiza sociedades humanas. La esencia del orden universal es la vuelta a la conexión con el todo: para los humanos, mediante una vida justa y una relación con la transcendencia, o la eternidad.
Yo soy un enamorado del Mahabharata, el Ramayana y los Purana, que son las historias sagradas del sánscrito. Pero hacer afirmaciones definitivas sobre la cultura India, o el hinduismo, o las mismas historias sagradas, me parece atrevido. Equiparo explicar la India, o el hinduismo, con explicar Europa, por ejemplo. ¿Quién podría decir: el pensamiento europeo consiste en … X? Normalmente una afirmación así dice más de quien la hace que del objeto de estudio. También, si repasamos el estudio de la India, o el Hinduismo, a lo largo de los pasados siglos, aprenderemos mucho sobre quiénes han financiado y animado estos proyectos de estudio, sobre sus intereses y anhelos. Igual, o más, que sobre la India.
Reducir el Hinduismo a la práctica que busca el orden eterno (el Santana Dharma) es, si más no, jugar sobre seguro: todas las religiones responden a este mismo patrón. El orden universal, la verdad, o la palabra de Dios, es lo que la humanidad busca. Con nombres distintos.
Avram, habitante de la antigua Ur, adoraba los elementos y la fuerza unificadora del universo cuando sintió el llamado de abandonar su tierra y viajar al oeste. Avaram irguió un montículo de tierra, como lo que en la India se llamaría un Shiva Lingam, y partió. Una voz celeste le comunicó desde las estrellas que la eternidad se disponía a hacer un pacto con él: una nueva manera de vivir el orden eterno, o la espiritualidad, que le uniría a él y a su linaje de manera más estrecha, y más comprometida, con este orden original y universal que buscamos todos. Esta voz silenciosa se presentó como Yavé, una palabra enigmática que contiene las raíces hebreas de pasado, presente y futuro; como la eternidad.
Pero se dice que el linaje de Abraham no supo estar a la altura y, sin embargo, por la misericordia universal (que es lo que sostiene el mundo) nació en el seno de esta nueva revelación el ungido, el mesías del que habían hablado las profecías durante generaciones. Los que quisieron lo vieron y los que no no, pero este ser nació, vivió y partió en circunstancias milagrosas. Mostró con su vida que el viejo pacto se había renovado y la humanidad tenía otra vía ahora, para llegar al orden universal, al reino de Dios sobre la tierra. Esta vía era la del corazón.
Pero cuando la adoptó como religión oficial un imperio, y este se empezó a derrumbar bajo el peso de su propia corrupción, el mundo clamó por una nueva revelación. Más fresca y más sincera.
Así es como en Arabia, un comerciante de tendencias meditativas y reflexivas, quien había crecido en el desierto entre los beduinos, comenzó a recibir visitas del arcángel Gabriel, quien le dictó las palabras justas en un nuevo idioma sagrado, el árabe. Entonces nació la última revelación, el sendero perfumado del orden eterno. El Islam.
Pero también existe otra revelación, nueva y antigua a la vez, que consiste en darse cuenta de que todas estas no son más que historias que se cuentan los humanos y la existencia, al final, se desgrana en explosiones estelares que mezclan materia y energía que el azar coagula en células que devoran otras células. La llamada vida, una tensión entre el hambre y el impulso de reproducción.
La vida, según esta revelación, o comprensión, es el deseo atado a los sentidos. Un cuerpo humano tiene vida, una piedra no. Una piedra no tiene sentidos, pero responde al entorno. Una piedra retiene el paso de las aguas, mientras le quedan fuerzas. Una piedra se calienta, y se enfría; interpreta la temperatura del entorno, retiene o disminuye el calor. Una piedra también responde a patrones, igual que el deseo. Ambos se codifican tienen una coherencia interna, un orden, o sostén. Un dharma. Volvemos al principio, todo sigue un dharma eterno. En este caso, lo llamamos las leyes de la física y el deseo.
Esta sería la revelación de la materia, la llamada luz de la razón. Y la razón tiene también su sombra y sus excusas para que los privilegiados abusen de su poder. Bajo la sombra del materialismo racional el mundo se convierte en mercancía para satisfacer los deseos vitales. Los abusos del materialismo son los mismos que en todas las épocas y en todos los lugares.
Pero a finales del siglo XIX, nació un nuevo profeta. Marcus Garvey, descendiente de esclavos africanos. Desde Jamaica, su protesta fue simple y clara: Nadie tiene derecho a creerse superior a otro; ningún pueblo, ni raza, tiene derecho a dominar a las demás. Al pensamiento que cree que el tiempo y las vidas de las personas pueden convertirse en monedas de cambio, lo llamó Babilonia. Y, algo más, Marcus Garvey dijo que vendría un nuevo enviado, con una nueva revelación, para mostrar el camino fuera de Babilonia, de regreso a Sión, el nuevo nombre que recibió esta armonía universal que estamos buscando. La liberación. Y el enviado llegó, fue el último emperador legítimo de Etiopía: Ras Tafar Haile Selassie. Su ejemplo conducirá, a los que quieran ver, hacia la libertad.
La búsqueda del orden eterno puede ser la búsqueda del perdido reino del Preste Juan, puede ser el viaje a la India, el viaje a Kurukshetra (el campo que decide la batalla final del Mahabharata), puede ser el encuentro del reino de Dios en el corazón, la entrega a la voluntad infinita de Allash, investigar el funcionamiento profundo del universo o el éxodo a la verdadera Sión. Todas son maneras de nombrar el mismo proceso, pero me parece que para llegar a ese lugar hay que dejar todo atrás. Cada mito tiene su estructura y llevare mis estructuras a la casa de otro puede traer confusión.
Antes que buscar a María en las templos de la India, me iría mejor escuchar de verdad qué puedo aprender de las diosas Indias: preguntarme ¿en quién me convierto ante su mirada? Y tal vez entonces, este nuevo ser que habré aprendido a ser, entenderá algo nuevo sobre María, o sobre Allah o las dinámicas de la vida. Porque no olvidemos que todos estos son nombres. Lo sagrado no es el título ni el nombre del templo, ni el templo. El templo y el nombre apuntan hacia lo sagrado y lo sagrado apunta hacia la vida, porque es lo que la nutre. Y la vida es un gran desconocido, un océano por navegar.
El mito, cualquier mito, habla del que lo cuenta. Y quien lo cuenta es el humano, para otros humanos. ¿Pero qué es el humano?¿Dónde empieza lo humano y dónde termina?¿Dónde terminarán nuestras acciones, y de dónde vienen?¿Dónde termina nuestro cuerpo, dentro o fuera?¿De dónde viene mi cuerpo?
Estas preguntas, que me ocupan en esos momentos en los que no estoy rezando al dios de la seguridad, al dios de la salud o al dios del placer, me llevan siempre hacia lo desconocido y para entrar en lo desconocido hay que dejar todo atrás. Si me llevo a lo desconocido mis ideas sobre el alma y sobre lo que debería ser, lo que me gustaría que fuera el mundo, nunca cruzaré el vado hacia el otro lado, hacia la orilla desconocida. Si me llevo mis cañones y mis barcos hacia lo desconocido no llegaré a ningún sitio. Construiré una fortaleza, mi colonia, que durará lo que pueda durar, pero no saldré al encuentro de la vida.
Cuando uno se encuentra con el mito, cuando uno ve, lee o escucha al mito, los sentidos seducen a la fantasía. En el campo interior uno ve un antílope correr, un objeto dorado, un valle, la luna, y de repente uno se da cuenta de que lleva un tiempo sentado en medio de la recepción del mito, rodeado de atenciones. Entonces, amablemente, los anfitriones preguntan: ¿Quién eres?¿De quién eres hijo y de dónde vienes?¿Qué has venido a buscar a nuestro templo?

Esta entrada corresponde a un sinceramente que quiero hacer desde hace tiempo. Su relación con el Mahabharata queda en la reflexión sobre el estudio del mito, del hinduismo y la influencia de las ideas preconcebidas a la hora de aprender.
Esta entrada tiene que ver con la recapitulación que estoy haciendo durante este cuarto año del proyecto, para preparar un curso sobre la manera de escuchar un mito, basado en el contenido del Mahabharata que corresponde a este año, sobretodo el juego de dados de Yudisthira y la función de los Tirtha, o vados, en la historia.
El próximo 12 de Diciembre pienso estrenar en la sala del colectivo CRA’P el cuarto capítulo de esta performance de 12 años, que tendrá formato de taller y estaré basado en la estructura del juego de Lilah, además del contenido del Mahabharata. Esta entrada está influenciada por una reflexión sobre las casillas 38, 65 y 66.

Fuego, agua, palabras

«¿Alguien piensa que el océano es solamente lo que aparece en su superficie?

Por la observación de su matiz y movimiento, el ojo penetrante puede percibir indicaciones de la profundidad de ese océano insondable. La compasión y la misericordia del Señor son un océano sin orilla, provisto de variadas e infinitas vistas para todos aquellos quienes navegan su superficie; pero la suprema maravilla y satisfacción está reservada para aquellas “criaturas del mar” para quienes esa misericordia se ha vuelto su medio.

El Señor nos llama a través de un Amor y una Atracción Divina que ha sido implantada en nuestros corazones, un amor que puede ser comprendido y sentido conscientemente como Divino por algunos, y solo indirectamente como amor por Sus criaturas, o creación, por otros. En ambos casos la tracción de las fibras de nuestro corazón nos arrastra a esos Océanos de Misericordia, al igual que nuestros cuerpos físicos se sienten arrastrados a un cálido y apacible mar.

Por medio de la revelación de Libros Sagrados y a través del ejemplo establecido por Profetas y Santos, todos los seres humanos han sido puestos en contacto con esos Océanos.

Para toda la humanidad, estas revelaciones sirven como naves, o como “manuales de instrucción” para construir y mantener las naves que navegan esos espaciosos mares, pero para aquellos que tienen la capacidad de leer entre líneas, una gran revelación emerge: que nosotros somos ese mar, que nuestro lugar, nuestro hogar está en sus profundidades, no en su superficie.

El Señor está llamándonos a entrar a ese Océano de Unidad mientras estamos todavía en esta vida, para disolvernos como el azúcar se disuelve en el té. Cuando el azúcar se disuelve, tú ya no puedes decir, “Esto es azúcar y aquello es té”. La invitación de nuestro Señor a participar de Su Unidad está siempre extendida, y es nuestro destino sufrir hasta que respondamos a esa invitación. Mientras nos aferremos a nuestra demanda de autonomía, tendremos que soportar el peso de las duras lecciones que este mundo tiene para ofrecernos y gritar de dolor. Suéltala y nada podrá dañarte.[1]»

La fuente de la realidad se compara con las inmensurablemente profundas aguas de un océano infinito en el texto que acabo de citar. Sin embargo cuando, en el centro del Mahabharata, habla Krishna, a quien se describe también como Aprameyaḥ: inmesurable, en nombre de este ser supremo que es la realidad – porque la realidad es un Ser, un continuo ser siendo y ser haciendo– Krishna no se compara a sí mismo con el agua sino con el fuego[2]:

«-Contempla mis cientos y miles de formas divinas de diferentes figuras y colores.

Contempla mi cuerpo: el universo entero, animado e inanimado, es uno conmigo; y contempla cualquier otra cosa que quieras ver. Pero no puedes verme con tus ojos naturales [uno diría: “has de disolverte en el océano para poder ver las criaturas que habitan mis profundidades”].

Arjuna [el interlocutor, quien ve en su amigo Krishna la profundidad del universo], contempló entonces, en el cuerpo del Dios de dioses, la unidad del universo con su inmensa diversidad. Era tal el resplandor de aquel excelso Ser que podría compararse a la luz de mil soles que brillaran a la vez en el firmamento – Y sobrecogido por el asombro, con el cabello erizado, inclinó su cabeza y juntando las manos susurró:

-Estoy viendo la forma cósmica que me ha sido velada por ti: En tu cuerpo contemplo todos los dioses y las infinitas variedades de los seres. Veo por doquier las formas infinitas de tus numerosos brazos, pechos, bocas y ojos.

¡Dios del Universo, Espíritu cósmico, en ti no existe principio ni medio ni fin! Una mole de luz que resplandece alrededor tuyo impide contemplarte de frente desde cualquier lado, ya que resplandeces como el fuego flamígero y el sol radiante e inmenso.

Veo que no tienes principio, medio ni fin, y tu poder es infinito. Te veo con innumerables brazos, con el sol y la luna como ojos, con una boca de fuego flamígero. El universo arde en tu resplandor.

Los espacios que se encuentran en el cielo y la tierra y todas las regiones del orbe están llenos de ti. A ti van los dioses en tropel, y sobrecogidos de temor algunos te invocan con las manos juntas. Gran cantidad de sabios y santos te alaban entonando sublimes cánticos de gloria. Al verte tocando el cielo, resplandeciente en múltiples colores, con tus abiertas bocas y tus enormes y fieros ojos, mi mente se espanta, Vishnu- que lo penetras todo- y no puedo encontrar la paz y la serenidad.

Cuando veo tus mandíbulas con sus amenazadores dientes que parecen el fuego de la disolución, pierdo mi equilibrio y no me siento bien. ¡Ten piedad de mí, Dios de dioses, morada del universo!

Y a ti van todos mis familiares y las multitudes de gobernantes de la tierra, los héroes y mi peor enemigo, junto a los mejores guerreros de nuestro bando. Corren a precipitarse en tus horribles bocas de despiadados dientes. Como las múltiples corrientes de las aguas de los ríos van hacia el mar, así esos héroes del mundo humano se lanzan en tus llameantes bocas. Como insectos que se precipitan volando en el ardiente fuego que los destruye, así también las criaturas se lanzan en tus bocas con acelerado ímpetu para destruirse. Por todas partes tus labios absorben las criaturas y tus flamígeras fauces, todo lo devoran. El universo entero está lleno de ese ardor, Vishnu, y en tus fieros rayos se abrasa.»

A Arjuna le cuesta sostener la intensidad de la visión y le pide a Krishna que vuelva a mostrarle su forma humana. Krishna y Arjuna vuelven a ser dos personas, un guerrero armado y el conductor del carro en el que se encuentran los dos. Dos hombres en medio de un campo de batalla. ¿Es esta la realidad?

Agua y fuego; dos palabras, dos elementos incompatibles, para definir lo mismo. El puente entre las dos es el humano. El nacimiento humano contiene la llama que evapora su cuerpo físico en pensamientos y acciones, en una participación en la cadena de la historia. El cuerpo de la persona se mueve, accionado desde el interior por Agni, el nombre del fuego, hasta consumirse en las ondas expansivas de las consecuencias de sus acciones, que encuentran el espacio para permear en el océano universal. El oscuro- por profundo y receptivo- océano celeste recibe las acciones de la raza humana en su seno. Pero no es el océano físico, no el espacio material únicamente, el cielo del que estamos hablando, sino el inconsciente colectivo del universo. Varuna, el dios de las aguas primordiales –Las aguas profundas de la consciencia que sueña el universo, es quien recibe a Agni en su seno.

La consciencia humana es una hoguera subiendo al cenit nocturno. Pero no solo eso. Porque fuego y agua son solamente palabras y la vida es más que palabras.

Respirar hondo, y que el fuego de mi pecho desaparezca en el calor que me rodea – o que la compasión que esconde mi corazón se reconozca en la compasión de otros corazones, o que mi consciencia fluya hacia la consciencia cósmica:

 

«Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año;

en la mente del hombre cuatro estaciones hay.

Él tiene su fecunda primavera, cuando su fantasía

absorbe, despejada, pronto, toda belleza.

Conoce su verano, cuando con honda calma

le apasiona rumiar aquel primaveral y dulce pasto

del pensamiento en flor, y en tal ensoñación logra elevarse

lo más cerca del cielo. Quietas calas

atraviesa su alma en el otoño.

Cuando sus alas pliega, contento con mirar

la niebla ociosamente, con dejar que las cosas más hermosas

pasen inadvertidas como un tranquilo arroyo.

también tiene su invierno, de apagado semblante,

pues no puede abolir su condición mortal.[3]»

Así es como ante el hogar, con una mantita en las rodillas, vemos la inmensidad crepitar.

¿Y si dijera que todo es muerte consumiendo la vida y vida penetrando la muerte?

«¿Es poesía el verso que describe

fríamente aquello que acontece?

Pero ¿qué es lo que acontece?[4]»

 

En el apartado próximas fechas de este blog puedes ver un calendario de propuestas de espectáculos y cursos basados en el Mahabharata y la narración espiritual.

 

[1] Mawlana Sheikh Nazim Amor  SeresSeres Ediciones, Mar del Plata, Argentina, 2003.

[2] Bhagavad Gita 11, resúmen a partir de la traducción de Consuelo Martín – Bhagavad Gītā con los comentarios advaita de Śankara, Trotta, Madrid, 2009.

[3] Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año, de John Keats, en Belleza y verdad, Edición y traducción de Lorenzo Oliván, Pre-Textos, Buenos Aires – Valencia, 2010.

[4] Matar a Platón, Tusquets, 2004.

¿Por qué luchan los reyes del Mahabharata?

En la refulgente ciudad de Hastināpura vivían los emperadores del mundo; reyes entre reyes y guías de la humanidad. Tan justos, y efectivos, que bajo su amparo los monarcas del mundo dormían tranquilos y recordaban sueños dulces cada mañana con su real despertar (…).

Estamos hablando del gran (mahā) linaje de los Bhārata.

La humanidad sigue recordando su paso por la tierra;

cantando su nombre;

escribiendo blogs sobre sus hazañas…

Uno de los últimos herederos del clan de los Bhārata nació ciego, y su hermano nació pálido como la luna. Los nombres de estos reyes fueron Dhŗtarāșțra y Pāņḍu, respectivamente.

Los 100 hijos del rey ciego anhelaron la tierra, y quisieron expulsar de ella a los hijos del rey pálido. Así estalló la gran guerra civil que quebró la confianza en la humanidad.

Pāņḍu, el rey pálido, murió cuando sus hijos (los Pandava) aún no estaban en edad de retener memorias. Nunca pudo aconsejar a sus sucesores. Y el rey ciego, a pesar de justo, fue un rey muy maleable: se dejaba influenciar por su hijo mayor (Duryodhana) y aún volviendo a recurrentes ataques de remordimiento y preocupación no fue capaz de controlar a su desbocado vástago y fue permitiendo que la tierra se vaya arrastrando hacia la guerra.

En el mismo linde de la guerra, viendo a los ejércitos tomar posiciones, a los miles de soldados reunirse con sus armas, carros, elefantes, banderas y brillantes trompetas, el rey ciego tiene otro gran momento de arrepentimiento y por un instante “ve lo que está pasando”, y pregunta a su consejero (Sañjāya), quien ha recibido la bendición de la visión profunda – la capacidad de ver, escuchar, percibir, todo lo que pasa en el mundo, detrás de cada piedra y dentro de cada hogar:

«En pos de la tierra, todos estos señores de la tierra están dispuestos a dar su vida. Nada los apaciguará. No se tolerarán unos a otros, por su deseo de prosperidad terrenal. ¡Oh Sañjāya! Siento que la tierra debe poseer muchas cualidades, háblame de ellas.»

Y la respuesta del consejero es, para los profanos como yo, más bien enigmática:

«¡Oh, inmensamente sabio! Te hablaré de las cualidades de la tierra según mi conocimiento. Contémplalas con la visión de los textos sagrados. ¡Oh toro entre el linaje de los Bhārata! Me postro ante ti.

Hay dos clases de seres en el mundo, los móviles y los inmóviles. Dependiendo de su nacimiento, los seres móviles son de tres tipos – los nacidos de huevos, los nacidos del sudor (se refiere a los insectos) y los nacidos del útero. ¡Oh rey! Entre todos los seres móviles los nacidos del útero son los mejores. De los nacidos del útero los humanos y los animales son supremos. ¡Oh rey! Tienen diversas formas y están divididos en catorce grupos. Siete residen en el bosque y siete viven en las aldeas. ¡Oh rey! Leones, tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, osos y monos- estos siete son los que se llaman los habitantes de los bosques. Ganado, cabras, humanos, ovejas, caballos, mulas y burros – estos son considerados habitantes de las aldeas por los justos. ¡Oh rey! Estos son los catorce tipos de animales, domésticos y salvajes. ¡Oh señor de la tierra! Estos han sido mencionados en los textos sagrados (Veda) y los sacrificios adecuados de cada uno han sido establecidos. De los domésticos los humanos son los mejores y los leones lo son entre los salvajes. Todos los seres sostienen su vida viviendo unos de los otros. De los que son inmóviles se dice que son udbhijas y estos tienen cinco especies –  árboles, arbustos, trepaderas, plantas y los que no tienen tallo entre las especies de hierba. Hay por tanto diecinueve especies. Tienen cinco constituyentes universales. Son veinticuatro elementos en total. Estos se describen como Gāyatrī y esto es conocido por el mundo. El que comprende que todo esto es el sagrado Gāyatrī posee todas las cualidades. ¡O mejor entre el linaje de los Bhārata! Este no será destruido. Todo nace de la tierra. Cuando es destruido, todo vuelve a la tierra. Todos los seres están establecidos en la tierra. La tierra es eterna. El que posee la tierra, posee todos los objetos móviles e inmóviles del universo. Esa es la razón por la que los reyes están dispuestos a matarse unos a otros.»[1]

Gāyatrī es, en sánscrito, un tipo de métrica: 3 versos de ocho sílabas, que suman en total 24, como los elementos de la tierra según Sañjāya, el consejero omnividente. Los Veda, estos textos sagrados que menciona el consejero en su respuesta al rey ciego, tienen partes importantes escritas en el tipo de métrica llamada Gāyatrī. Una de ellas el mantra llamado, precisamente, Gāyatrī.

¿Significa la respuesta del consejero Sañjāya que todo lo que existe tiene la métrica Gāyatrī? ¿O que el mantra llamado Gāyatrī lo contiene todo?

¿O las dos cosas?

Gāyatrī es la energía vital; lo que existe antes de la aparición de la semilla[2].

La energía vital es el rey, lo que dirige todo[3]. Esta energía vital fue expresada en verso por lo más elevado.

¿Y qué es lo más elevado? El órgano del lenguaje, dicen los que entienden[4]. ¿Y cómo se llama a lo más elevado?

En sánscrito, Vasisțha: lo más elevado.

Vasisțha, lo más brillante, o elevado, o supremo, en sánscrito, es el órgano del lenguaje[5].

Vasisțha es también una estrella, Mizar, situada en la cola de la osa mayor, junto a su estrella gemela Alcor, o Arundhatī en sánscrito.

Vasisțha, es también el maestro espiritual del clan de los Bhārata, cuando toma la forma de un anciano con la cabellera blanca, muy larga, que se recoge en un moño tras la cabeza.

Según cuenta él mismo:

« (…)[6] la Omnisciente Omnipresencia brilla eternamente en todos los seres. Cuando despierta una agitación en este ser eterno nace Viṣņu, la omnipresencia, como una ola se levanta en la superficie del océano cuando es agitado. De Viṣņu nació el creador, Brahmā. Brahmā comenzó a crear las incontables variedades de seres animados e inanimados, conscientes e inconscientes, en el universo. Y el universo se volvió como ya había sido, antes de la disolución cósmica.

El creador vio que todos los seres vivos en el universo estaban sujetos a la enfermedad y la muerte, al dolor y al sufrimiento. En su corazón nació la compasión, y pensó en establecer un sendero que pueda llevar a todos los seres vivos a liberarse de todo aquello. Por tanto instituyo centros de peregrinaje y virtudes nobles como la austeridad, la caridad, la sinceridad y la conducta adecuada. Pero estos eran inadecuados; solo proporcionaban un alivio temporal del sufrimiento y no una liberación definitiva de la pena.

Reflexionando pues, el Creador me hizo emerger. Me acercó hacia sí y posó el velo de la ignorancia sobre mi corazón. Instantáneamente olvidé mi identidad y mi naturaleza. Fui miserable. Le supliqué a Brahmā, el creador, mi propio padre, que me enseñara el camino de salida de aquella tristeza. Hundido en mi melancolía era incapaz de hacer nada y yacía vago e inactivo.

Así que en respuesta a mis plegarias mi padre me reveló el auténtico conocimiento que instantáneamente disipó el velo de la ignorancia que él mismo había desplegado sobre mí. El Creador me dijo entonces: «Hijo, he velado el conocimiento y te lo he revelado para que experimentes su gloria, pues solo así comprenderás el esfuerzo que hacen los seres ignorantes y los podrás ayudar». Señor[7], equipado con este conocimiento estoy aquí y seguiré estando hasta el final de la creación.»[8]

Este es Vasisțha.

Es también lo más elevado,

una estrella

y el lenguaje.

Vasisțha manifestó el Gāyatrī.

El Gāyatrī lo es todo: la tierra, el espacio abierto por el que vuelan las nubes y el espacio exterior.

El cuerpo, las ideas y el sendero hacia la comprensión de la verdad, que nos muestra Vasisțha[9]. El sendero por el que el alma viaja a través del tiempo, evolucionando desde el gusano hasta dios. La chispa por la que la inconsciente Noche carente de sol recibe la llama que agita la vida para que la dura tierra inanimada se pueda mover y la naturaleza sonámbula pueda, en su sueño, parir una criatura pensante capaz de creer y amar[10].

Por esto, por este secreto, los reyes del mundo están dispuestos a dar la vida.

 

 

 

[1] Mahābhārata, Jambukhanda-Vinirmana Parva 5

[2] En los comentarios de Śankara al verso 6.1.1 de Brihadāranyaka Upanișad – Traducción de Consuelo Martín, Trotta.

[3] Brihadāranyaka Upanișad 6.3.5

[4] Brihadāranyaka Upanișada 6.1.2, y comentario de Śankara – Traducción de Consuelo Martín, Trotta.

[5] Ibíd

[6] La palabra que falta es ¡Oh Rāma!, para agilizar el texto la escribo aquí en lugar de donde toca.

[7] Rāma

[8] Yoga Vāsișțha, 2.8- traducción al inglés de Swami Venkatesananda

[9] Traducción e interpretación del verso de apertura del mantra Gāyatrī: Om Bhuh Bhuvaḥ svah.

[10] Traducción y adaptación del poema The Miracle of Birth, the Sri Aurobindo, citado en: On Love, Sri Aurobindo & The Mother, Sri Aurobindo Ashram Press, 2011.

Desorden que nace del orden, orden que nace del desorden

Según la segunda ley de la termodinámica “en un universo aislado la entropía (el desorden) siempre aumenta”. Esto es así porque el universo es lo que es. Quiero decir, que el universo es como todos ya sabemos que es: si una vaso cae y se rompe no volverá a formarse cuando lancemos sus piezas al cielo, y un motor que ha consumida gasolina en una subida no la volverá a recuperar en la bajada. El universo es como es, y las explicaciones que le damos (como las leyes de la termodinámica, por ejemplo) nacen del universo y desaparecen en el mismo cosmos como las mechas de las lamparillas de aceite en los templos.

La misticología india sigue las mismas normas que las leyes que la termodinámica para describir el universo. El mundo se crea perfecto y la sociedad humana, fresca y lozana, vive en un estado en el que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y lo hace. Se trata de la llamada era de la verdad, Satya Yuga, pero un inevitable proceso de degradación deriva a la humanidad a una era en la que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer pero no todo el mundo lo hace, para pasar después a una era en la que no todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y decaer finalmente en la era que nos toca vivir a mí y ati, que estás leyendo esto, según la misticología india: la era de Kali Yuga, cuando nadie sabe lo que tiene que hacer. Porque así lo dice la segunda ley de la termodinámica, y la sociedad humana es un sistema aislado también, una estructura que tenderá por tanto a aumentar su desorden interior.

El equivalente a la segunda ley de la termodinámica en la misticología india es la historia de la maldición que sufrió Dharma por parte de su madre, sobre la que ya he escrito en una entrada pasada. Pero aún conociendo esta historia muchas veces me he preguntado cómo puede una sociedad perfecta, como la de Satya Yuga, empezar a decaer.

La decadencia, explicada por el lenguaje misticológico indio, se da por el progresivo enredo de conflictos que derivan en una creciente confusión de roles y tareas. Esto me parece claro. Puedo entender que un gran lío venga de una pequeña confusión anterior venida a más, y que esta confusión sea la consecuencia de un malentendido anterior, pero algo que me seguía preguntando era cómo y dónde nace el primer malentendido del que deriva el desorden posterior. Más aún si se supone que este primer malentendido se dio en Satya Yuga, la era perfecta. ¿Cómo puede nacer el desorden de la perfección?

Bien, en el fragmento llamado Chaitraratha Parva del Mahabharata se da una explicación tan fantástica como profunda y convincente.

Para participar en esta explicación es necesario aceptar las reglas de juego de la misticología india; sus premisas.

Porque todo lenguaje simbólico es un juego; juego en el sentido de una colección de elementos enlazados como un engranaje. Un lenguaje es una estructura que limita la consciencia por una parte pero sirve para amplificarla si sabemos mantener la humildad, dejamos de guardar rencor y no nos empecinamos en nuestra opinión. Igual que las normas de cualquier juego.

Y la premisa de la misticología india es que el universo está creado en cuatro matices (varņa): Brahmana, ksatriya, vaishya y Sudra. Estos matices deciden las cualidades de todo  lo que existe, desde las frecuencias de sonido hasta la estructura social humana. Cuando estos matices están equilibrados hay armonía. En el caso de la sociedad humana eso significa que en una situación armónica aquellos que son sabios, cuyo poder radica en la paciencia, guían y aconsejan a la sociedad. Aquellos cuya fuerza está en su energía nacen de la frecuencia Ksatriya y en épocas de armonía representan y defienden las instituciones de la sociedad. Así era en Satya Yuga, la era de la verdad, pero pasó que un rey, con energía ksatriya, persiguiendo caza por el monte, se encontró de frente, cruzando un sendero estrecho cavado en la roca, al hijo de uno de los brahmanes más conocidos de la época.

El rey, con su ímpetu guerrero, exigió al brahmán que se apartara pero el brahmán, con un tono suave y tranquilo, le respondió que al caminar por aquel sendero estaba siguiendo su destino, su Dharma; estaba cumpliendo el mismísimo deber cósmico con ese frágil y energético cuerpo suyo.

Si fueran dos brahmanes los que se hubieran encontrado cara a cara en el sendero estrecho probablemente se hubieran parado a debatir las sutilezas del Dharma, el pulso del universo, pero la energía explosiva del rey ksatriya le hace perder los nervios y golpear al brahmán con el látigo que sujetaba doblado en la mano. El brahmán cayó y le explicó desde el suelo, como quien observa una obviedad, que las consecuencias de aquel acto serían que se convertiría en un monstruo devorador de personas, ya que sus actos eran así de excesivos e irreflexivos.

A partir de ahí la historia se enreda y el carácter del rey, efectivamente, va de mal en peor hasta acabar devorando al mismo brahmán que le explicó su maldición. Después vienen tristezas, consecuencias y consecuencias de las consecuencias de este acto de canibalismo brutal. Todas las consecuencias que nos han llevado a esta era de la confusión nuestra, Kali Yuga.

Por perfecto y equilibrado que esté todo el universo, siempre existirán posturas irreconciliables. Dado lo simbólica que parece la situación: dos personajes que se cruzan en un pasadizo tan estrecho que no permite otra opción que el retroceso o el enfrentamiento, entiendo que el Mahabharata está hablando de esos procesos internos de la realidad que solo se pueden describir dando rodeos. No en vano el brahmán devorado de la historia se llama shakti, energía. Ni a shakti, el brahmán devorado, ni al rey impetuoso se les puede culpar de hacer otra cosa que vivir su naturaleza. Así es como del equilibrio nace la degradación, porque el desequilibrio no deja de ser, en algún punto, perfecto.

Porque la primera ley de la termodinámica dice que la energía siempre se conserva, y dentro de Kali Yuga reside Satya Yuga. Las eras se suceden unas a otras y el rey maldito, el rey convertido en monstruo, es redimido más tarde por el mismo padre del brahmán que se comió. Los dos se encuentran en el bosque y el padre salpica unas gotas de agua fresca sobre la frente del monstruo diciéndole que todo lo que ha pasado se debe a una maldición que escapa al control de ambos. El rey vuelve en sí y su energía brilla roja como el sol del atardecer.

-¿Cómo puedo ayudarte? ¿Cómo puedo recompensarte?- exclama el rey.

-Cada cosa tiene su tiempo- responde el brahmán, y sigue su camino.

Así también la energía que consume un cuerpo parece perdida cuando lo abandona, pero sigue presente en el universo. Así es como una leyenda puede decir lo mismo que unos axiomas de la física moderna. Física, leyendas, música, religión, todas estas herramientas nos llevan al mismo infinito cuando permanecemos humildes, dejamos de guardar rencor y no nos empecinamos con nuestras opiniones.

 

(Para los más entendidos, los personajes mencionados son el Rishi Vashishtha, su hijo Shakti y el rey Kalmashapada)

Las lecturas recientes que han influenciado este post:

Mahabharata de Vedavyasa

Salas, Lluís Nansen – Meditació Zen. L’art de simplement ser, Viena, 2017

Stemberger, Günter – El judaísmo clásico. Cultura e historia del periodo rabínico, Trotta, 2011

Trinh Xuan Thuan, Deseo de infinito. Sobre cifras, universos y hombres, Biblioteca Buridán, 2013

 

 

Sobre si vale la pena buscar consejos matrimoniales en el Mahabharata

Esta primera entrada de 2017 la dedico a una de las primeras decisiones importantes de Bhishma, un personaje que sirve de eje al argumento del Mahabharata. La decisión a la que me refiero se describe en el texto como una anécdota que no parece mucha transcendencia cuando ocurre y se describe en un par de frases, pero las consecuencias de esta decisión acabarán causando que Bhishma abandone su cuerpo.

El Mahabharata, entre otras cosas, es una historia de enredos en la que actuar de manera correcta no es necesariamente sinónimo de éxito o garantía alguna de evitar el conflicto. La dinastía cuya historia explica el Mahabharata comienza con lío, mucho lío. Demasiado lío para poderlo resumir en esta entrada. Digamos solamente, para situarnos, que nos encontramos en un momento en el que un rey ha hecho un voto de castidad y dado que él, a causa de su voto, no podrá continuar el linaje real, decide buscarle conyugue a su hermanastro menor. El rey en voto de castidad es Bhishma, pero ahora el voto y su relación con el hermanastro no importa, lo que importa es que Bhishma está buscando la descendencia para su familia.

Bhishma se entera de que en el reino de Varanasi el rey está organizando un concurso al que vendrán jóvenes nobles de todos los reinos para demostrar sus cualidades e impresionar a las tres hijas del rey. El premio del concurso es ser elegido como esposo por una de las princesas y se presentan miles de pretendientes.

Aquí el texto hace una cabriola de estas que me impresionan tanto y me hacen pensar que una vida entera no será suficiente para entender el Mahabharata. Lo que quiero hacer en esta entrada es comentar este punto del texto y observar cómo se usa el lenguaje fantástico para explorar los espacios a los que no llega la razón.

La pirueta que hace el texto es afirmar, en referencia a la ceremonia de elección de pretendientes que describe, que esta ceremonia corresponde a la octava forma de casamiento, llamada «autoelección» (Svayamvara, en sánscrito).

Me he encontrado con muchas historias sagradas en las que aparece esta ceremonia pero cuando el Mahabharata habla de «octava forma de casarse», parece referirse a algún códice existente que regule estas formas, y concrete ocho maneras posibles de emparejarse. Aquí es donde el texto hace su “cabriola”. La leyenda dice que el sabio Vyasa, compositor del Mahabharata, le pidió al dios Ganesha que transcribiera el Mahabharata mientras él se lo dictaba. Ganesha aceptó con la condición de que el sabio dictara la obra entera de principio a fin, sin parar ni para dormir. Vyasa aceptó y para poder descansar intercalaba acertijos y enigmas filosóficos en la historia, que hacían que Ganesha levantara la cabeza y se quedara pensativo unos segundos, los cuales el sabio aprovechaba para descansar. Este momento parece ser uno de ellos.

Porque es cierto que existen ocho formas de emparejamiento registradas en los códigos de rituales domésticos de referencia (Grihya Sutras, Artha Shastra o el Código de Manu), en ambos se habla de ocho maneras de casarse, pero no se incluye el ritual de autoelección entre ellas. ¿Por qué esta línea del Mahabharata sitúa esta ceremonia (svayamvara) entre una de las ocho formas posibles de matrimonio? es un misterio, más aún a la luz de la siguiente línea: «[la ceremonia] que los instruidos recuerdan y los reyes elogian». ¿Es que la ceremonia en la que la mujer elegía un hombre entre varios pretendientes constituía un recuerdo del pasado, ya en la época del Mahabharata, y es posterior la composición de los códices? Yo, en este momento, no sé la respuesta a esta pregunta. Si estás leyendo esto y sabes algo al respeto por favor escríbeme algo, en los comentarios o a la dirección: respirarelmahabharata@gmail.com

Más allá de este pequeño gran enigma, quiero continuar con el discurso y las acciones de Bhishma en este punto de la historia. Bhishma se presenta en la ceremonia de autelección y exclama la mencionada frase: proclama que la ceremonia que está tomando lugar es «recordada por los sabios y respetada por los reyes», pero «aquellos que conocen el Dharma saben que la esposa tomada por la fuerza es la mejor», y acto seguido Bhishma lucha contra todos los pretendientes y secuestra a las tres princesas.

Ahora, es natural que nos sintamos repelidos por lo que está pasando en el texto, pero una doble, triple y cuádruple lectura de estas páginas abre la mirada a unos significados más sutiles de lo que parece a primera vista. Y aviso de antemano que no pretendo forzar un sofismo enrevesado para justificar ningún secuestro sino que quiero romper una lanza a favor de la complejidad y sensibilidad del Mahabharata. El texto, si se lee con cuidado, es muy imparcial, también visto desde la mirada post-feminista del siglo XXI. Bhishma irrumpe la ceremonia y guerrea contra los príncipes más feroces de la tierra. El texto describe, alaba, las proezas marciales de Bhishma por unas buenas dos páginas, hasta que victorioso, Bhishma se aleja en un carro con las tres princesas a bordo. «A las cuales trata como sobrinas». Es decir, la batalla de Bhishma es contra los otros pretendientes y la derrota es de ellos, en ningún momento se habla de hacer daño a las princesas, o menospreciar su persona o feminidad, ellas se mantienen a salvo, mientras los hombres compiten.

¿Pero y la opinión de ellas? Nos diremos. Y a esto responde la historia, inmediatamente. En el viaje de vuelta a su palacio una de las princesas habla: «Yo ya he elegido al rey de Soubha como marido. Esto yo ya lo había hecho anteriormente, y él ha aceptado mi mano. En la ceremonia yo iba a elegirlo a él. Tú conoces bien el Dharma y ahora sabiendo esto, decide lo que el Dharma implica». Ante esto Bhishma hace los arreglos para que la princesa vuelva a su reino.

Que Bhishma venza a otros príncipes para secuestrar unas princesas es correcto desde el punto de vista del Dharma, a menos que una ya haya elegido, entonces lo correcto es que ella vaya con su elegido. A lo que la princesa alude es a la llamada boda Gandharva, esta vez sí, una de las ocho formas regladas,  en la que hombre y mujer se emparejan por mutuo acuerdo. Es la boda más valorada en la sociedad occidental del siglo XXI, pero ahora me gustaría entrar en el significado profundo de la palabra Gandharva.  ¿Por qué hacerlo? De entrada, porque el texto hace un llamado a la reflexión en este punto. Primero, porque presenta un cruce de intereses sin sancionar ninguno de los dos, al contrario, presentándolos como de igual valor frente al Dharma (la armonía universal). Segundo, porque este enredo será la causa de que Bhishma abandone su cuerpo, a partir de ramificaciones que probablemente aparezcan en próximas entradas o futuras narraciones del Mahabharata.

¿Cuál es la ambigüedad de la boda Gandharva? La denominación en sí nos presenta la pista. Los Gandharva son seres astrales. Tienen cuerpos demasiado sutiles para que los podamos percibir con sentidos humanos. Se les describe como músicos de los Dioses; entretienen a las potencias que son mayores que ellos, a los Deva, y confunden a los humanos. Llama la atención que en el Atharva Veda, himnario referencial para la cultura del Mahabharata, ofrece un himno de protección contra los Gandharva: «como un joven, de apariencia exuberante, el Gandharva acecha las mujer. A él lo expulsamos de aquí con un poderoso hechizo» y las Apsara son las ninfas acuáticas, compañeras de los Gandharva, «marchad hacia el río, a sus vados, como levantadas por el viento, ¡habéis sido reconocidas!» (Ambas citas: Ath.Veda 5,37).

Los Gandharva y las Apsara son bellos, divertidos, sobretodo atrayentes, su presencia imperceptible embelesa el alma, ¿por qué protegerse contra ellos con conjuros? Esto ya es una pregunta que cada uno debe hacerle a su interior. ¿Qué deseo en la vida? ¿Existe otro propósito que el embelesamiento? No pretendo responder estas preguntas aquí, ni tampoco ofrecer una guía para hacerlo, lo que quiero ilustrar es la ambigüedad y la apertura que ofrece definir un tipo de emparejamiento como el «mutuo acuerdo» con una definición “mitológica”, o “simbólica”, como lo es el término Gandharva. Podemos ver que no nos encontramos con un claro juicio moral sino con otra cosa, algo mucho más flexible. Gandharva es una definición, que no cierra ni fuerza sino que apela al discernimiento interior desde este plano sutil hacia el que se expande la percepción cuando accede al pensamiento mitológico. Llámesele fantasía, si se quiere, pero una fantasía real; una fantasía que tiene que ver con el amor y la elección de pareja.

Por otra parte, el secuestro como “forma de emparejamiento”, se menciona en los códigos como boda Rakshasa. Los Rakshasa son seres monstruosos, con un físico muy concreto, tan material como el cuerpo humano, pero con poderes mágicos como la capacidad de volar y cambiar de forma a voluntad. Los Rakshasa son feroces depredadores y consumen carne humana. ¿Se refiere a este tipo de boda como algo positivo la exclamación de Bhishma? En primer lugar, según el código de Manu (3,21), esta boda es la única aceptada para un noble (Ksatriya). En segundo lugar, tal vez, lo que pueda tener de positivo este tipo de “boda”, a nivel material, es que en caso de secuestro, Bhishma no tendría ningún derecho a la propiedad de las princesas que secuestra ni las de sus reinos. Si Bhishma reclamara algo de su dote se consideraría su reclamo como robo. En este caso, Bhishma deja intacto las posesiones del reino de las princesas. Pero de nuevo ¿qué es lo que desean ellas? Y por extensión ¿qué desea el hermanastro de Bhishma? Se toma por supuesto que él estará contento cuando se le presenten dos desconocidas con las que debe casarse, igual que suponemos que dos personas que deciden casarse por la influencia de la melodía encantadora de los Gandharva serán más felices, pero sabemos que no es siempre así.

No pretendo con este escrito defender una u otra acción de los personajes del Mahabharata. Tampoco pretendo, como alguien pueda pensar, defender una ordenación patriarcal, matriarcal, o de ningún tipo en este escrito. Estoy comentando una historia sagrada y un códice legal/ritual. Todo códice es una idealización y representa a la sociedad que lo aplica tanto como una constitución nacional pueda representar a los individuos que respiran dentro del territorio que incumbe; es un mero referente. Lo único que quiero compartir aquí es la fluidez que aporta a un códice el lenguaje mítico. El hecho de dar a cada emparejamiento un nombre mitológico hace que obtenga un significado mayor que el del juicio binario de bien o mal. Las ocho formas de emparejamiento que definen los códices indios son primero una descripción de las posibilidades reales de emparejamiento. Nos guste o no, la realidad es de una manera determinada y ofrece un margen de acción que va desde la elección de la pareja al secuestro. Dentro de estas posibilidades de la realidad, fluye el sentido.

En mi opinión, lo que aporta el uso de un lenguaje “mitológico” en un códice ritual, es la opción de establecer normas y acuerdos sociales sin olvidar que estos no dejan de ser coordenadas temporales dentro del infinito. Allende las murallas del mundo, las murallas de la realidad y de la ley, el espacio es infinito. Con esto en mente vuelvo a honrar el Mahabharata como un texto que es de todo menos didáctico o taxativo, porque lo que nos ofrece es un espejo de la realidad en todos sus matices y uno se sitúa frente el Mahabharata de acuerdo a su discernimiento interior. Así es como el espejo del Mahabharata actúa como un catalizador, un estímulo del despertar interior.

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