Las ideas que tengo sobre mí son pétalos de una rosa que no deja de florecer.
Algún día estos pensamientos cambiarán,
y no quedará nada de lo que hoy me identifica.
Parece que escribo sobre mí, pero estoy escribiendo sobre el Mahābhārata, una larga historia sobre los orígenes de la humanidad. Una historia anciana: El referente más antiguo que tenemos del Mahābhārata es un manuscrito del siglo 3, pero probablemente ya se contaba antes… quién sabe desde cuánto tiempo antes. Y hace miles de años el Mahabharata ya decía cosas que siguen vigentes hoy a las puertas de la era de la inteligencia artificial. Vigentes, más que nunca, porque definen lo que nos hace realmente humanos, más allá de todas las cualidades que podamos imitar -y aumentar- de manera artificial, como la percepción, la fuerza, la velocidad o la inteligencia.
Nada me llevo de este mundo.
Nada dejo.
Esta es la gran maravilla.
-Para esto has nacido, oh rosa de la creación.
Cantan los ángeles a los ecos de la comprensión.
La gloria del Mahābhārata es la capacidad que tiene esta obra para hablar de los temas más incómodos de una manera soportable, incluso bella, sin simplificar ni rehuir las implicaciones de lo tratado. Una de las herramientas principales que usa es la extensión: El Mahābhārata es especialmente largo, y se toma muchísimo tiempo para decir lo que tiene que decir. Esta lentitud humaniza el mensaje y da al oyente/lector/a el tiempo necesario para procesar emocionalmente los temas propuestos.
Es muy difícil transmitir el tono cuidados del Mahābhārata en un escrito de pocas páginas, por lo que pido disculpas a la sensibilidad que pueda ser “estresada”, o “presionada”, por mis limitaciones personales. Insisto en apuntar a las perlas que el Mahābhārata va hilando por la maravilla que cada una contiene.
El Mahābhārata habla de una guerra. No solo de una guerra, sino un exterminio. De hecho, un sacrificio. Porque el Mahābhārata habla de unos tiempos lejanos en los que la tierra no podía soportar el peso de los guerreros que la poblaban y suplicó a la divinidad que la aliviara de su pesar. Así nacieron sobre la tierra un hombre llamado Krishna y una mujer llamada Draupadi: para destruir a todos los héroes en un gran sacrificio. Aunque, de hecho, todo es un sacrificio. «El ser original (Prajapati) creó al sacrificio junto a los nacimientos», dijo Krishna en el campo de batalla, o el campo del sacrificio (Bhagavad Gita 3:15). «Y Prajapati dijo: moved (śu: impulsad) el mundo con esto»
El actuar en el mundo origina el sacrificio, y la acción se origina en la misma transformación vertiginosa que expande y contrae la realidad. Entre los versos 10 y 19 Krishna compara las acciones en el mundo con los seres humanos y el sacrificio. Los presenta como una sola cosa, o por lo menos sinónimos.
Ofrendar la propia vida a la vida;
A la rosa de la inmortalidad
La palabra que Krishna usa, en sánscrito, que se traduce como sacrificio, es yajña (यज्ञ). Yajña deriva de la raíz yaj (यज्), que se puede traducir por honrar, consagrar, adorar y palabras relacionadas con esta actitud tan clara, por una parte, y tan abierta por otra. Yajña es el acto ritual de adoración, y se traduce por sacrificio.
He sido sacrificado al nacer.
Se me ha entregado esta invitación única
a participar en la ceremonia vital.
Consumir y ser consumido
por los pétalos del fuego de la inmortalidad.
En la traducción hebrea de este discurso deKrishna en el campo de batalla se traduce yajña por korbán (קרבן). En hebreo la palabra korbán deriva de la raíz k.r.v, que se usa también para decir “acercar”. El acto ritual del sacrificio se entiende como un acercamiento físico al lugar en el que va a tener lugar la ofrenda, o acercarse espiritualmente a Dios. Porque en la cultura hebrea se considera que Dios no necesita ofrendas materiales para existir. Según el rabino y pensador toledano Yehuda Halevi (siglo XI), el hecho de que un sacrificio se pueda llevar a cabo implica una ordenación: que el sacrificante haya podido llegar al lugar, que hayan podido reunir los ingredientes adecuados y las condiciones sociales y atmosféricas hayan permitido que se lleve a cabo el ritual ya implica una “bendición divina”. Porque el sentido del ritual está en sí mismo: no hay lejanía entre sacrificante, sacrificio, sacrificado y eso que las palabras no pueden definir, que llamamos Dios por falta de vocabulario. Eso que unos creen que existe y otros no, porque no está en ninguna parte y no nos permite acumular pruebas de su existencia, pero tampoco de su inexistencia.
Krishna habla en nombre de Dios.
«No tomaré de tu hogar ningún animal porque todas las bestias de los bosques y sobre los millares de colinas ya son mías», dice Dios en el salmo número 50: «Si tuviera hambre no te pediría a ti, pues la plenitud del mundo ya me pertenece. ¿Acaso necesito comer carne de toros y beber sangre de cabras? Ofrende gratitud a las alturas y paga a lo supremo tus deudas.» Quien toma estos regalos de la tierra sin agradecer, y los consume como si le pertenecieran solo a él, es como un ladrón. Así habla la voz de Krishna en la Bhagavad Gita (3:12,13). Mis pensamientos, mi tiempo, mi aliento, no son solo míos. Mi vida es la de todos.
Estamos de paso, pero no vamos a ninguna parte. Aquella humanidad anterior somos nosotros, y también la que vendrá.
El pueblo Anishinaabe del norte del continente americano recuerda que en el origen de los tiempos el guardián del fuego se acercó al humano original y le dijo: «Este es el mismo fuego que templa el hogar. Todo poder tiene dos caras, el poder de crear y el de destruir. Hemos de reconocer ambos, pero entregar todos nuestros dones al lado creador.»
El ser humano original descubrió que en la dualidad de todas las cosas, igual que él buscaba el equilibrio, tenía un hermano gemelo que buscaba el desequilibrio. Ese hermano había conocido la correlación entre la creación y la destrucción y la agitaba como un barco en un mar bravío para que la gente nunca hallase calma. Observó que, en la arrogancia, todo poder podía utilizarse para impulsar un crecimiento ilimitado, una forma desmedida y cancerosa de creación que llevaría inexorablemente a la destrucción. Nanbozho (el humano original) prometió caminar siempre en la humildad para intentar equilibrar la soberbia de su hermano. Esa es también la tarea de aquellos que deciden seguir sus pasos.
La paz nunca podrá destruir la guerra, porque ya no sería paz. La paz acepta la destrucción y reconstruye aquello que se va rompiendo con paciencia infinita.
Actuar sin esperar nada a cambio, recomienda Krishna en la Bhagavad Gita. Participar en el sacrificio sin desear sus frutos. Entregar la vida a la vida.
Dejar ir no es desaparecer, sino dejar entrar al mundo. Dejar que florezca la rosa de la creación.
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