¿Por qué son las cosas como son?, y ¿qué hacemos aquí?, son preguntas que nos hemos hecho algún momento. A veces, también, ¿de dónde venimos?, pero esta última pregunta nos la solemos hacer con la intención de aclarar la primera: ¿Por qué son las cosas como son, o cómo hemos llegado hasta aquí? Porque habrá personas que estén plenamente satisfechas con el funcionamiento del mundo, supongo, pero yo no las conozco. Yo, y toda la gente que conozco, compartimos la opinión de que el mundo es peligroso, y a la vez está en peligro. No es necesario entrar en más detalles, creo que se entiende a lo que me refiero.
Una posible respuesta a la cuestión de por qué son las cosas como son, es la de culpar a los demás: El mundo, ahí fuera, es cruel. Ellos, “los otros”, son corruptos e inconscientes; incluso malvados. Por esto las cosas son como son. Si hubiera más gente como nosotros iría todo mejor.
Otra posible respuesta es culparse a uno mismo: No es que el mundo esté mal, sino que soy yo quien no sabe lidiar con él. Además de no tener suerte, tomo malas elecciones, soy débil, corto de vistas y, en general, insuficiente.
Pero otra manera de ver esta misma cuestión es la que se incluye en el relato iniciático llamado Mahābhārata:
El Mahābhārata habla de una gran guerra, y de todo lo que pasó en el universo para gestar esa guerra. Se trata de una guerra que comenzó a prepararse desde el origen de los tiempos, pero quienes la llevaron a cabo fueron los herederos de una misma familia. Primos. Los cien hijos del rey Dhritarashtra, y los cinco hijos del hermano del rey Dhritarashtra, el rey Pandu. Los herederos de un mismo linaje, pero hijos de dos reyes distintos, se fueron desencontrando, y complicando, hasta acabar enmarañados en una guerra que involucró a todos los reinos de la tierra.
Uno de los movimientos políticos previos a la mencionada guerra consistió en que los hijos del rey Dhritarashtra consiguieran exiliar a sus enemigos, los hijos del rey Pandu. En su exilio, que se volvió un peregrinaje por bosques sagrados, los Pandava (hijos de Pandu) se encontraron con un sabio anciano como el universo, de nombre Markandeya.
Markandeya es anciano como el universo porque su consciencia sobrevive a todos los ciclos de creación y destrucción universales. Markandeya vio ocurrir el Big Bang, y todo lo que pasó antes. Y Markandeya les explica a los Pandava:
El mundo está bien, y está mal, dependiendo de la época. Cuando es creado, el mundo es perfecto; en la tierra a nadie le falta nada, no hay depredadores y nadie miente. Después el mundo decae, y aparece la mentira. A continuación, llega la confusión, que al final deriva en el caos. Pero del caos renace un mundo perfecto, y vuelta a empezar.
En total, son cuatro las eras que se suceden, una y otra vez. Cada era se llama yuga. La era perfecta se llama Satya Yuga: “la era de la verdad”. La era siguiente se llama treta yuga: “la tercera era”, y la siguiente dvapara yuga: la segunda era. Esa es la era en la que vivieron los Pandava.
–Pero se acerca una guerra – les advirtió Markandeya a los Pandava –y esta guerra va a terminar con todo lo que conocemos. Lo que vendrá después es Kali Yuga: “la era perdedora, la de la tirada “Kali”, o “única”, que es la que trae la derrota en los juegos de azar.
En Kali Yuga la gente contratará a otros para que hagan los sacrificios y donativos por ellos. Pagarán a otros para que pasen austeridades por ellos. La gente olvidará sus ancestros y comerá cualquier cosa. Los reyes reinarán apoyándose en la falsedad y la maldad, recurrirán a falsas promesas para controlar el reino. Nadie vivirá de su talento, la gente vivirá poco y con salud débil. El campo estará vacío, abandonado, y lleno de depredadores. Cuando se acerque el fin de esa era, los estudios espirituales no servirán de nada. Las plantas perderán su fragancia, las vacas darán poca leche. Los sacerdotes, devorados por la avaricia, invocarán falsamente a la religión, y aceptarán regalos de reyes que matan a otros sacerdotes y hacen falsas acusaciones. Por miedo al peso de los impuestos abusivos, los propietarios se volverán ladrones. Aquellos que practiquen el celibato se volverán avaros de riquezas. Los monasterios se llenarán de gente malvada que vivirá del alimento de otros. La injusticia será próspera y los que sean rectos vivirán poco y en la pobreza. Habiendo acumulado un poco, la gente ya se volverá insolente. La gente se quedará con riquezas que les han sido prestadas. Los jóvenes actuarán como viejos y los viejos cometerán errores de jóvenes. Dejarán de caer las lluvias y las semillas no darán fruto.
Esto, según Markandeya, será Kali Yuga. Esto, dicen, les contó Markandeya a los Pandava. Después llegó la guerra temida, y al final de la guerra la destrucción fue tal, que del bando de los hijos del rey Dhritarashtra solo sobrevivieron cuatro guerreros. El líder, Duryodhana, y tres generales. El resto murió. No huyó nadie, ni nadie se quedó sin luchar, ni al margen del campo de batalla. Los miles y miles de guerreros que se alinearon en aquel bando murieron.
Entonces Duryodhana, el perdedor de la guerra, se escondió dentro de un lago. Duryodhana entró en un lago, y con sus poderes místicos cuajó sus aguas y las conviertió en tierra firme, quedando él atrapado, y escondido, en si interior. Había perdido, pero Duryodhana no quería dar a sus enemigos el placer de poderse vengar. Por lo menos iba a apartar de ellos la oportunidad de atraparlo y hacer justicia.
Pero al tiempo pasaron por el lugar unos cazadores que hacían aquella ruta cada mañana, para vender carne a los soldados del campamento de los Pandava.
Los cazadores se sorprendieron cuando vieron al lago que conocían convertido en tierra, y más aún, cuando escucharon los mantra que cantaba Duryodhana desde las profundidades.
–Este es el rey que tanto buscan nuestros clientes. Para qué venderles carne por unas pocas monedas. Pidámosles una recompensa generosa por delatar el paradero de su enemigo.
Y con ese gesto, podemos decir, se sintetiza Kali Yuga. Es un gesto que sirve de resumen a toda la exposición de Markandeya.
Markandeya les contó a los Pandava que la guerra que no iban a poder evitar, contra sus primos, iba a significar el fin de la era en la que vivían, y el inicio de Kali Yuga. La actitud de esos cazadores sintetiza esta explicación: Cuando, en medio de una guerra de esa crueldad, lo único que le importa a alguien es aprovechar la trágica situación para sacar un beneficio económico personal, nos reconocemos. Reconocemos este mundo en el que vivimos. La heroicidad del Mahābhārata, la sinceridad y la constancia, nos parecen cualidades “míticas”, propias de los relatos idealistas, simbólicos o alegóricos de antaño. La avaricia ruin y cobarde nos parece real como la vida misma. Porque aquí está nuestra herida abierta y esta es una de las razones por las que digo que el Mahābhārata es un relato iniciático.
La herida, es la separación del mundo. El pensar que el mundo es ajeno a nosotros, como algo que nos rodea. Así pensamos que podemos tener una cosa en la cabeza pero decir otra, o que acumulando más de lo que nos pertenece podremos engañar al mundo, o “ganar la partida”. Pero el mundo somos nosotros, y nosotros somos el mundo. El Mahābhārata es un relato de lo que pasó (en sánscrito, entra en la categoría de itihasa: relatos de “lo que pasó”), pero al hablar de procesos cíclicos, está aludiendo también a lo que pasa ahora. El Mahābhārata está basado en las historias que un sabio oyó, a su maestro, en un ritual, al inicio de esta era. Al inicio de esta Kali Yuga en la que vivimos. Las historias del Mahābhārata nos ayudan a entender de dónde venimos, para comprender por qué las cosas son como son. La propuesta del Mahābhārata es que estamos de transición. Entre lo peor, y lo mejor. Entre Kali, y Satya Yuga. Y así llegamos a la tercera pregunta: ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué podemos hacer, o qué mundo elegimos? Porque el nombre Satya Yuga, la era de la verdad, es claro como el agua: Para salir del laberinto de la confusión, y vivir en la era de la verdad, es suficiente seguir el hilo de la sinceridad.
Que bé descriu els nostres temps! Se la un text del segle XXIP
Descriu part de la condició humana, avui o fa tres mil anys: