Dos historias y una interpretación errónea

En el Āstika Parva del Mahābhārata se cuenta una pequeña anécdota que me fascinó en el mismo momento en que la leí y no me ha abandonado la consciencia estas últimas semanas. Se trata del encuentro de Kaśyapa, quien es el padre de las serpientes y el águila, con Takșaka, el rey de los nāga, o serpientes.

Cuando corrió la voz por la tierra de que sobre el rey Parikșit había caído la maldición de morir mordido por una serpiente el Rishi y padre de las serpientes, de nombre Kaśyapa, quien conocía el antídoto a todos los venenos, decide ponerse en camino hacia Hāstinapura, la ciudad real, para ofrecer al rey un antídoto a cambio de una recompensa.

Atravesando el bosque a pié, caminando a un paso rápido según el Mahābhārata, Kaśyapa topa de frente con el rey de las serpientes subterráneas. Kaśyapa expone ante Takșaka el destino de su viaje y sus motivaciones: “Voy al reino de Hāstinapura para curar al rey Parikșit de las fiebres que le causará una mordedura de serpiente; para protegerlo y que ninguna serpiente le pueda oprimir”.

“Si puedes curar cualquier criatura mordida por mí”, contesta Takșaka, “¿por qué no pruebas de curar esta higuera que voy a morder?”.

A continuación Takșaka clava sus colmillos en la madera viva del árbol y el veneno que inyecta en la sabia del tronco incendia la higuera. El árbol arde en llamas altas, queda totalmente calcinado y se derrumba en un gran montículo de ceniza.

Kaśyapa, como respuesta, se agacha ante la pila de cenizas, hunde suavemente los dedos índice y medio en el polvo y extrae de él un brote verde, en el que divide con cuidado dos pequeñas hojitas. Este brote crece y se ensancha y se convierte en un árbol idéntico al que Takșaka acaba de matar.

Viendo que los antídotos de Kaśyapa son superiores a su energía, Takșaka la expresa a este la importancia de su encuentro con Parikșit como desenlace del destino cruzado de la raza de las serpientes con el de la raza humana. Takșaka ofrece a Kaśyapa, además, lo que quiera, a cambio de que no salve al rey.

Kaśyapa, sabiendo que los nāga guardan el oro de la tierra bajo la superficie de esta, le pide a Takșaka riquezas abundantes y con este regalo en las manos sigue su camino sin molestar a Takșaka y al destino.

A mí personalmente, cuando un Rishi, que ha renunciado a los bienes materiales y vive en constante comunicación interna con la expansión del universo, o Brahmā, acepta oro a cambio de no salvar al rey, enseguida me parece que el tal “oro”, no solo es oro material y probablemente en esta historia el rey sea algo más que un señor con corona. Probablemente los nāga, también son algo más que serpientes que pueden tomar forma humana.

El maestro de Budismo Zen Taisen Deshimaru explicó en una charla que la tríada mundo subterráneo de las serpientes, mundo humano medio y mundo superior de los dioses era una manera de hablar del plano de las pasiones y los instintos, el plano de las decisiones sociales y morales y el plano metafísico. Es un equivalente de lo que en el Libro de la Creación hebreo se menciona como el plano del dragón, el plano de la rueda y el plano del corazón. Los impulsos, las decisiones sociales y el sentido transcendente. En una buena obra artística estos tres planos tienen que estar equilibrados, así como en una buena vida.

Este plano tripartito es más que común en todas las mitologías que conozco, y me recuerda por alguna razón la triple ciudad que destruyó Shiva. Esta es la segunda historia que quiero compartir en esta entrada, y quiero además compartir la versión que el autor Alain Daniélou da de la historia de la de la destrucción de la triple ciudad de los asura, a partir del Lińgaṃ Purana y Shiva Purana[1], porque le da a la historia un toque de ciencia ficción que disfruto mucho. Según la visión de Daniélou los Purana indios mezclan elementos de la cultura Aria que invadió la india en el segundo milenio antes de la era común con los de una cultura anterior, la dravídica, que tampoco es original del continente indio sino que es heredera del conocimiento de la cultura del continente hundido de Lemuria, que estuvo situado en el mar de Arabia y en el cual vivió una civilización anterior a la nuestra, y mucho más desarrollada. Algunos supervivientes de esta civilización siguen observando la tierra desde algo parecido a una nave espacial nodriza llamada Manu. Las correspondencias que Alain Daniélou traza entre su teoría y los escritos puránicos le da una deliciosa coherencia a su interpretación, lo cual la hace también bastante convincente. Visto desde su punto de vista, los relatos de los Purana son relatos  a través de los cuales podemos heredar algo de esta historia olvidada de la humanidad.

Así, según el Shiva Purana y el Lińgaṃ Purana leídos por Daniélou: “Los asures, que habían alcanzado un prodigioso nivel de civilización, se presentaban como fervientes adoradores de Shiva. (…) Con la ayuda de Māyā, el arquitecto de los espíritus, llegaron a construir tres ciudades inexpugnables. Una, en la tierra, estaba hecha de cobre; otra, que flotaba por encima del suelo, parecía de plata; la tercera, en los cielos, era dorada.”

“Los príncipes de los asures eran hombres mesurados, bien educados, honestos, valientes, perseverantes. Eran enemigos de los dioses arios.Controlaban la luz del sol y utilizaban su energía para todo tipo de usos. (…)

Ataviados con ropas de apariencia sedosa (¿trajes subacuáticos?), podían subsistir bajo las aguas… En las tres ciudades de los asures habían numerosos árboles de la abundancia (¿supermercados?) donde podían encontrar cuanto desearan. También había un gran número de elefantes y caballos, de palacios ornados con piedras extrañas. Carros volantes, brillantes como el Sol y adornados con rubíes (¿faros rojos?), se desplazaban en todas direcciones. Algunos iluminaban las ciudades, como lunas.”

Los deva, que Daniélou llama “los dioses de los arios”, quisieron destruir la ciudad de sus enemigos pero encontraron que estos estaban protegidos por Shiva, la danza atómica transcendental, o Dios, porque los Asura era grandes devotos. Para apartar de los Asura la protección de Shiva, Viṣņu, quién es Dios, o la tensión que equilibra todos los elementos en el universo, decide encarnarse en la forma de un profeta falso, que apartará a los Asura de la verdadera religión, de la verdadera conexión con la energía universal. Este profeta falso se llama Arihat, y no hay que olvidar que uno de los signos de nuestra era, la llamada Kali Yuga, es el de la aparición y proliferación de los falsos maestros y profetas.

Arihat “llevaba la cabeza afeitada y vestía sucios ropajes. Cargaba con una cesta para recoger limosna y un cazamoscas confeccionado con un rollo de algodón, que sacudía constantemente. Sus manos eran débiles, y su rostro pálido y enfermizo”. “El personaje reclutó entonces a cuatro discípulos. Estos, con el cráneo rapado, proclamaron el culto herético. Llevaban una cesta en la mano y se cubrían la boca con un pedazo de tela para ingerir insectos. Sus vestidos estaban raídos. Hablaban poco, pero repetían sin tregua: “La ley que promulgamos es la única verdad, la esencia de todas las cosas”.

Arihat y sus discípulos promovieron una religión de ascetismo extremo, hierática, en la que predicaban la abstinencia del mundo hasta el punto de promover el suicidio por ayuno. Influenciados por estas doctrinas materialistas y ascéticas los Asura abandonaron el culto a Shiva, con lo cual perdieron su protección y quedaron a merced de la fuerza destructora de los Deva.

Esta es una historia conocida que se interpreta de diferentes maneras. Una interpretación común es la que relaciona las doctrinas de Arihat con la aparición del Budismo en la India. Daniélou relaciona a Arihat con el Jainismo y el primer Budismo más ortodoxo, pero no con las corrientes Mahāyāna que reincorporan prácticas extáticas en su tradición. Para mí Arihat puede ser cualquier ortodoxia hierática, que reprime la libertad humana en nombre de una práctica espiritual o religiosa. Pero esta es mi interpretación, y la relación de la triple ciudad con el plano de los instintos, las acciones y los ideales, también.

¿Qué sé yo de estas historias antiguas? Sé lo que yo entiendo y aprendo de ellas. Mi relación con estas historias se está convirtiendo en mi propia historia y no sé qué significa mi historia, solo la puedo contar. Es por esta razón que defiendo en esta entrada que mi interpretación de estas dos historias que acabo de compartir es errónea. Mi interpretación es errónea porque es parcial. “La ley que promulgamos es la única verdad, la esencia de todas las cosas”, es la máxima destructora de Arihat. Darle un significado inmóvil, monolítico, a las propias palabras, es lo que bloquea el paso de la vida por los tres planos.

Según me ha contado esta semana Mudra Griebel, traductora del libro La rueda medicinal: Astrología de la tierra, por Sun Bear y Wabun: “según los sabios de América del Norte la mente no existe. Las separaciones que nos inventamos entre nosotros es aquello que llamamos mente. En realidad somos 7 billones de células de un mismo organismo y lo que llamamos mente no existe, lo único que existen son historias. Las historias que nos contamos y que contamos a los demás es lo que dejamos cuando morimos, y si no nos gustan las historias que estamos dejando podemos crear otras”.  Las historias que contamos sobre Arihat, sobre los Purana, la India, la desaparecida Lemuria o los datos históricos de la aparición del Budismo o Jainismo en las ciudades del subcontinente indio, son lo que queda y vira en la gran danza universal. Cuando la energía es libre, fluye desde el dragón de los impulsos instintivos hacia el corazón universal, a través de nuestras acciones en el mundo, y rebrota el árbol de la vida de sus cenizas. Este es el antídoto al veneno, según cuenta una historia…

[1] Alain Daniélou, Mientras los dioses juegan, Atalanta.

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