Las armas de los Pandava, las armas de la vida

<<Le sorprendió un brillo fiero, imposible de imaginar, parecido al reflejo del sol sobre los cuerpos celestes, que nunca se debe observar directamente.

Cuando desenredó las mortajas lo asustó la agresividad de las armas como si hubiera destapado un atado lleno de serpientes vivas. El vello de su piel se erizó, y cuando tocó los arcos, gigantes como la bóveda celeste, dijo:

-Este arco vale miles de cofres llenos oro. Está labrado con mil ojos que se abren en todos los rincones.

¿A quién pertenece?

Este arco tiene acabados excelentes, es extremadamente ligero y fácil de sostener; los colmillos de elefante de los que está hecho devuelven un reflejo dorado. ¿A quién pertenece?

El espacio interior de este arco está adornado con sesenta luciérnagas en patrones dorados. ¿A quién pertenece?

El lustre de este arco increíble es cegador. Los rayos de tres soles dorados lo decoran. ¿A quién pertenece?

Este arco supremo está cubierto de oro y piedras preciosas incrustadas. Lo decoran relieves en forma de saltamontes. ¿A quién pertenece?

Estas mil flechas de hierro son transportadas por plumas y tienen las puntas cubiertas de oro y plata. La aljaba que las guarda es dorada. ¿A quién pertenecen?

Estas flechas son anchas; tienen plumas de buitre y han sido afiladas por piedra. ¿A quién pertenecen?

Estas flechas están hechas completamente de hierro y son amarillas, como el color de la cúrcuma. Tienen puntas supremas. ¿A quién pertenecen?>>

¿A quienes pertenecieron esas armas? ¿Qué tienen que ver las luciérnagas que centellean en la noche con los soles que brillan diseminados por el cosmos como miles de pupilas ardientes? ¿Y las flechas de hierro con las plumas de buitre?

<<-Este arco supremo, que lleva la empuñadura decorada con luciérnagas, pertenece a Yudisthira, el hijo del orden cósmico. El arco radiante con los soles dorados es el arma de Nakula, él y su hermano gemelo, Sahadeva, el dueño del arco decorado con áureos saltamontes, son hijos del ocaso y el amanecer, de las transiciones gemelas de esta realidad que percibimos. Hijos de los Ashvin, los dioses gemelos.

Estas miles de flechas son afiladas como en veneno de las serpientes y pertenecen a Arjuna, el hijo de Indra, el dios que gobierna los sentidos. La energía de esta flecha deslumbra en la batalla y nunca se terminan.

Estas flechas destruyen a los enemigos y pertenecen a Bhima, el hijo de Vayu, el aliento vital. Son anchas y tienen forma de luna creciente.

Estas flechas son amarillas y tienen filos dorados; pertenecen a Nakula. Han sido afiladas sobre la piedra y se guardan en una aljaba que lleva la marca de cinco tigres. Con esta aljaba Nakula conquistó el oeste.

 Estas flechas que brillan como el sol y están completamente hechas de hierro pertenecen al inteligente Sahadeva. Están decoradas y son capaces de actuar. Y estas flechas grandes son amarillas, de filo ancho y pertenecen al rey, al hijo del dharma: el ritmo cósmico del universo. Llevan mechones dorados colgando y se componen de tres partes.

Esta larga espada tiene la marca de una abeja por delante y por detrás. Es firme, y capaz de soportar grandes presiones. Ha sido usada por Arjuna en la batalla.

Esta espada que es especialmente larga tiene una funda hecha de piel de tigre y pertenece a Bhima; es divina y capaz de soportar grandes resistencias. Causa terror entre los enemigos.

Esta espada excepcionalmente larga tiene la empuñadura dorada y pertenece al inteligente Yudisthira, el rey del dharma.

Esta espada firme es capaz de aguantar grandes cargas y pertenece a Nakula; es colorida y su funda está hecha con la piel de un animal de cinco uñas.

Esta espada gigante se guarda en una funda hecha de piel de vaca y pertenece a Sahadeva. Es firme y aguanta cualquier dificultad.

Estas son las armas de los cinco hermanos de alma extensa, los hijos de los dioses; son rápidas, están decoradas con oro y resplandecen en su belleza. (Mahabharata. Go Grahana Parva, 14-16>> ¿Pero dónde están ellos?

¿Dónde están los protagonistas de la guerra con la que terminó la era anterior. La era en la que todavía se podía hablar con algunos árboles, cuando las sombras tenían cara, nombre, y cantaban sus historias?

Los colores de la piel de la vaca, el oro y los sentidos por los que se expresa la sinfonía del pulso universal (el latido que regula el zumbido de cada panal de abejas y lo acompasa con el rumor de la vida terrestre). Depredadores y ganado; plantas, insectos, astros, y la belleza que se engarza en la mirada humana.  Miles de años de esta mirada nuestra sobre la tierra. Poco tiempo, para los minerales, muchísimo, para una flor. Miles de años de poesía bajo las estrellas, entre exilios y guerras. Miles de años de cantos de los supervivientes de cada generación. Sobreviviendo a nosotros mismos, a nuestros excesos y furias; a nuestras ambiciones. A nuestra violencia.

El Mahabharata cuenta algo que sabemos todos: que venimos de la guerra. De alguna guerra. Guerra civil o guerra mundial. Guerra colonial o guerra de liberación. Todos tenemos heridas que curar. Restos de dolor que flotan entre los valles del planeta como luciérnagas en la oscuridad. Y los dioses nos llaman, para que no nos dispersemos en la noche.

Así me siento. Así consigo expresar en estos momentos el paso por este voto de narrar el Mahabharata en doce años. Veo una dirección, no me siento confundido, pero no comprendo muy bien el lugar por el que estoy pasando. Espero que como lector te haya aportado alguna inspiración interesante, y si quieres ver otra manera de narrar el Mahabharata puedes mirar en el canal de youtube que uso para subir las grabaciones de los encuentros en vivo que he venido haciendo cada martes en FB e IG. En estos vivos estoy explorando los aspectos de la narración que el formato escrito no permite.

Cuando el Mahabharata te encuentra

He tenido un sueño: un joven alto y delgado, bello, de piel muy oscura, casi negra, tan oscura -marrón dorado oscuro- que se funde con el entorno. Me habla. No recuerdo lo que me dice pero sí su mirada. Ojos luminosos, de blanco calmado claro y penetrante, alegre e intenso, que contrasta con el entorno.

Este tercer año del proyecto corresponde al año de aparición de Krishna.

Si bien Krishna es todo y es él quien mueve el universo con una danza giratoria atemporal en su bosque secreto más allá de toda coordenada espacial, Krishna es también un personaje del Mahabharata. El Krishna personaje, el primo de los protagonistas del Mahabharata, no aparece hasta bien pasadas unas 400 páginas del Mahabharata.

Krishna es un avatar. Es una persona, pero a su vez es infinito y no podríamos reconocerlo si no limitara su forma a algunas de las cualidades que mejor lo representan. Krishna es como la luna entre las estrellas, como la mente entre los sentidos o la fuerza vital en todos los seres. Krishna es como todas estas cosas pero no es ninguna de ellas en sí. No es meramente la luna, la mente o la fuerza vital; estas cosas residen en Krishna pero él no reside en ellas. Él es como la fuente de los mundos, y está más allá de ellos.

¿Cómo se reconoce entonces algo tan sutil?

El Mahabharata parece dar una pista con la manera como narra la aparición de Krishna en la historia que cuenta.

En el “capítuloDroupadi Parva Krishna aparece por primera vez y no lo hace anunciándose a bombo y platillo, bajo trompetas, tambores y pétalos celestiales que caen de las nubes. Es más, no son los protagonistas quienes ven a Krishna sino que son ellos los que son reconocidos por la mirada penetrante de esta encarnación divina.

Los Pandava, los protagonistas, están en el exilio y disimulando su identidad. Se presentan a un torneo con nombres inventados, un torneo al que acuden nobles de varios reinos, y entre el público destaca la mirada de Krishna, quien reconoce sin dificultad quiénes son realmente estos “extranjeros desconocidos”:

<-El guerrero con la mirada de toro enloquecido que sostiene el arco que mide cuatro cúbitos tiene que ser Arjuna. Si soy el hijo de Vasudeva, no puede haber duda de ello. El guerrero que acaba de arrancar un árbol de sus raíces es sin duda Bhima, ningún otro mortal puede efectuar tamaña hazaña hoy en día. El otro, el que ha salido hace un momento, con la mirada como pétalos de loto abriéndose, delgado y con la mirada de un león poderoso, humilde, justo y con el perfil alargado y brillante, ha de ser Yudisthira. Estoy seguro que los otros jóvenes, cada uno como el general de los dioses, tienen que ser los hijos de los dos Ashvins> le dice Krishna a su hermano Balarama, quien le acompaña como público, y tras el torneo camina hasta encontrarse con los Pandava, saluda al hermano mayor tocando sus manos y pies, y se presenta por primera vez:

≤-Soy Krishna>.

Y explica cómo los reconoció:

≤-Aún si el fuego se cubre, se acaba asomando y se vuelve visible.>

La aparición de Krishna en el Mahabharata es sorprendente, inesperada, como todo lo que hace.

Uno se piensa que busca a Krishna, o que busca la verdad, o lo real en el mundo, cuando al final es el universo el que le está observando a uno. Pero la mirada penetrante del mundo no se entretiene juzgando los disfraces que nos queramos ir poniendo sino que observa atenta nuestra aquello que realmente somos. Igual que Krishna reconoce a los Pandava desde el público el océano reconoce al agua en el río, el viento reconoce los espacios entre la roca, el principio y el fin se reconocen cuando se encuentran en el medio, la teoría se reconoce en los filósofos y el sonido se reconoce en las sílabas, así como la muerte y los nacimientos se reconocen en el tiempo.

Al lector que, como yo, se pregunta cuándo aparecerá Krishna en el Mahabharata, este ya lo está esperando, con la mirada abierta.

 

Los Kaurava, mis cien enemigos

Existe un largo período de la humanidad prehistórica al que llamamos la Edad de Piedra. Sin embargo para la joven humanidad aquella fue más bien la Edad de las Estrellas, la edad de la magia del cielo estrellado, la era del conocimiento de la manera de llegar a ser estrella.

El interior de muchos sarcófagos en el antiguo Egipto todavía estaba totalmente cubierto de estrellas; la leyenda de Hércules lo llevó a convertirse también en constelación, y algunas reminiscencias de esto podemos ver en el Mahabharata también, cuando Bhīșma, uno de sus personajes principales, elige morir durante el solsticio de verano, para iniciar el camino hacia el norte, el sendero de las estrellas.

Las estrellas esparcidas sobre la bóveda nocturna son un arquetipo del ser humano y sus peregrinaciones de vida en vida.

El arquetipo de todas las cualidades luminosas de la humanidad separadas y unidas a la vez, como en una gran colmena. Esas partes de nosotros seccionada en fragmentos, que quiere verse reunida de nuevo.

El Mahabharata es la historia de una guerra. La guerra de cinco hermanos: El sostén,

la energía,

la realeza

y la salud,

contra sus 100 primos:

las cualidades que no nos gustan ver en la humanidad.

Pero es una guerra que los Pandava, los cinco hermanos protagonistas, no desean.

Los 100 Kaurava, los 100 hijos de un rey ciego y una reina que no quiere ver, son el enjambre de las cualidades que no queremos aceptar en nosotros.  El enjambre que Bhīșma (el abuelo, tanto de los Pandava como de los Kaurava) no consigue reunir.

A las luces que decoran el cielo las vemos como nuestra voluntad de abrazar todo y ser todo; su profundidad nos mantiene en resonancia con la plenitud. Los esfuerzos de Bhīșma para evitar la guerra simbolizan la energía de la voluntad, que nos lleva de nuevo, con cada latido, la comprensión de que la verdadera vida no tiene fin y va de nacimiento en nacimiento.

El corazón de todos los corazones, el contenedor místico de la plenitud de la vida, se hunde en la colmena celeste; la colmena que nos enfrenta a una aparente paradoja, que exige ser resuelta sobre Kurukśetra, sobre el campo del Mahabharata; sobre la tierra.

Los 100 Kaurava se pueden tomar como un símbolo de nuestro cuerpo físico, con sus millones de células yendo y viniendo, renaciendo tantas veces y laboriosamente recolectando miel. ¿Para quién?

Para nosotros, su dios.

Eso nos lleva, también, a experimentar la multitud divina, exuberante en el pulsar de la vida, en un solo corazón, que es el cielo.

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En el corazón del cielo todos los seres son uno.

El corazón del cielo se va volviendo una vivencia más y más amplia a medida que intimamos la unión con nuestro auténtico ser. Primero unimos la vida que vivimos al más allá, después a nuestras vidas pasadas y futuras, hasta unirla finalmente a las vidas de todos los seres vivos. Esta es la comprensión que nos fue ofrecida en la pre-historia, en esa fase temprana de nuestro sendero hacia la eternización. Y puede que la eternidad no consista solamente en esto, pero esta comprensión nos lleva a la dulzura de la eternidad, y la podemos saborear aquí y ahora.

 

P.D: El texto de arriba es una adaptación de un fragmento del estudio de Medhananda sobre el juego egipcio de Senet, que servirá de base para el inminente estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre, en Buenos Aires, Argentina.

Nobles nómadas

El Mahabharata tiene unos protagonistas, cinco hermanos, que luchan por un reino que les resulta algo huidizo.

Los Pandava (los cinco hermanos mencionados), no nacen en un palacio, ni siquiera lo hacen en su reino, sino en el exilio, entre las escarpadas cumbres del Himalaya.

En los inicios de la juventud de los Pandava un ardid de su celoso primo les lleva a hacerse pasar por muertos y peregrinar cual sombras por los bosques.

Los Pandava reaparecen casándose, los cinco, con una misma mujer e inmediatamente el tercer hermano emprende otro peregrinaje a solas, durante el cual consigue su arco sagrado.

A la vuelta del hermano los Pandava se instalan en el trono por muy poco tiempo, apenas un año, y una apuesta amañada les lleva a un nuevo exilio de 12 años, más otro año viviendo de incógnito. Después de esto estalla la guerra, y los Pandava recuperan su reino pero a costa de miles de vidas y el abandono de sus seres queridos. En este caso es el entorno el que se exilia de los Pandava.

Los Pandava, agotados, entregan el reino a uno de sus hijos y salen a una última peregrinación, alcanzando los cuatro puntos cardinales antes de empujarse a morir de agotamiento entre las mismas alturas que los vieron nacer.

 

Los Pandava pasan más tiempo en el exilio que en su reino prometido. Cada exilio lo aprovechan para peregrinar a lugares de poder, a cimas sagradas en las que se reúnen con los dioses para pedirles armas mágicas que usarán contra sus enemigos.

Para designar lugares de poder, en sánscrito se usa la palabra tirtha (tīrtha). Un tirtha puede ser un pasaje o un camino en el bosque, un fortín o unas escaleras que llevan a un río; puede ser un estanco para bañarse, o la orilla de un río sagrado, cualquier destino de peregrinación o incluso el lugar y el momento justos.

En el marco de la tradición de la cábala se cuenta también que hubieron tiempos en los que existía un mapa que describía dónde se encontraba en la tierra el camino hacia el cielo y dónde se podían encontrar colinas a las que subían los maestros de plegaria para renovar su fuerza. Pasó que pasó un fuerte viento de tormenta sobre la tierra que confundió todo el mundo y cambió el mar por tierra seca y la tierra seca por mar, el desierto en lugares habitados y los lugares habitados en desierto.

Cuando los entendidos quisieron volver a sus lugares de fuerza no encontraron ninguno. También el mapa desapareció con el viento.

¿Cómo encontrar estos lugares sagrados ahora?

-Aquel cuyo cuerpo, palabras y mente son consecuentes y transparentes, cada uno de sus pasos pisan un lugar de peregrinaje; el que tiene la mente separada de sus palabras y sus pasos, para él incluso el sagrado Ganges se vuelve odioso. Las orillas del Ganges están pobladas de ciudades, minas, pueblitos y cabañas habitadas por gente que bebe agua del río -que es el universo infinito mismo- y hacen en él sus necesidades. ¿De qué le sirve pasar por un lugar sagrado a aquel cuyo corazón está apegado a los objetos sensuales de placer?

La mente, según el discurso que estoy citando, es el factor principal en todo acto religioso o en todo lugar sagrado. El que busca la pureza, que se ocupe primero de su propia mente.

 

El simbolismo de las historias sagradas se sostiene en la imagen de la vida humana como un sacrificio, un viaje y una batalla. Los místicos, desde los orígenes de la humanidad, han escrito sobre la vida espiritual, pero para concretar aquello de lo que hablan, para concretar el lenguaje del infinito, lo expresaron en imágenes poéticas tomadas de la piel del plano material. Las características principales de la vida exterior, lo que veían a su alrededor, les han servido a los poetas místicos como material para expresar las imágenes significativas del mundo interior. La vida humana es representada como un sacrificio a los dioses, un viaje (representado como el atravesar unas aguas peligrosas o como el ascenso nivel a nivel del monte del ser) y en tercer lugar como una batalla contra tropas enemigas.

Y estas tres imágenes no se suelen separar.

El sacrificio es también un viaje; el sacrificio en sí se describe como un peregrinaje, como una travesía hacia un objetivo divino.

El viaje y el sacrificio se describen a menudo como una batalla contra las fuerzas de la oscuridad.

En nuestro interior somos una onda de energía. Somos una corriente del universo. La mirada ve unas letras, el oído escucha unos sonidos, que la mente reconoce como palabras. La imaginación traduce estas palabras en imágenes y el cuerpo transforma estas imágenes en una vivencia. Más allá de la vivencia, el proceso continúa, pero en un plano más profundo que el sueño. Más allá de las palabras, el río sigue fluyendo.

 

Fuentes:

Devi-Bhagavata Purana Vol.1, traducción Swami Vijnananda, Amazon Press, 2015

The Secret of the Veda, Sri Aurobindo, Sri Aurobindo Ashram Press, 1998

Contes cabalístics, Nahman de Bratslav, Fragmenta, 2017

Bhisma y lo poético en el Mahabharata

Estamos llegando más o menos a la mitad del proceso de preparación de la performance del primer año del proyecto Respirar el Mahābhārata. Digo, de entrada, estamos, porque a pesar de que yo sea el impulsor de este proyecto, me cuesta mucho decir “estoy llegando a la mitad”, esto es, me cuesta hablar en singular. Me cuesta porque me siento tan acompañado por todas las personas que me están ayudando e inspirando, que referirme en singular a este proyecto me parece erróneo. Y esta declaración no es una cuestión de humildad, ni falsa ni sincera, sino realismo. En esta entrada quería hablar precisamente de esto.

Llegando a la mitad del proceso de preparación de la performance del primer año me encuentro arreglando ya el material que quiero presentar, para pasar a partir de ahora a trabajar más los detalles de la presentación. El espíritu de este primer año del proyecto es, dicho poéticamente, el de plantar la semilla que tendré que cuidar los años a venir. Y la semilla de este proyecto del Mahābhārata son los Pandava, los cinco hermanos (más uno) que rotarán a su  alrededor la gran guerra del Mahābhārata (soy consciente de la tautología).

Desde un punto de vista linear, los Pandava nacen pasadas 300 páginas de la traducción inglesa del original, pero desde un punto de vista mitológico siempre están. Las primeras historias del Mahābhārata se encaminan todas al nacimiento de los protagonistas y ante todo, a la simbología tras el nacimiento del abuelo ¿paterno?: Bhisma.

Ahora, ¿quién es Bhisma y por qué pongo bajo signo de interrogación el que fuera el abuelo paterno de los Pandava? Sobre Bhisma se han publicado artículos e incluso estudios monográficos largos[1], así que para no convertir este escrito en una sopa indigerible voy a mencionar únicamente detalles de la simbología de su nacimiento y algunas pinceladas de la trascendencia de este personaje en el Mahābhārata. Que Bhisma sea el abuelo paterno o no de los Pandava no lo pongo en cuestión solo yo, sino que se considera uno de los puntos de quiebre en el orden del clan de los Pandava; en parte una de las razones de la guerra del Mahābhārata.

Bhisma hace el voto de celibato en su juventud, de forma vitalicia, y promete que servirá a quién esté en el trono como si fuera su propio padre. Bhisma no tiene descendencia y cuando muere su padre y sus hermanos no es Bhisma quién asegura la continuidad del linaje en la cámara nupcial con las dos reinas sino Vedavyāsa, el Rishi que recopiló la historia del Mahābhārata y las historias de los dioses. ¿Descienden entonces los Pandava de su abuelo?

Bhisma, por otra parte, es un personaje semi-divino, como muchos en el Mahābhārata, y uno de los héroes más importantes de esta épica: Bhisma puede morir cuando quiere, por ejemplo, y Bhisma, además, es fuente de sabiduría espiritual: Cuando Arjuna, uno de los Pandava, vence a Bhisma en la batalla, en el dolor de haber matado a su abuelo recuerda las razones por las que no quiso luchar en esa guerra (para los más entendidos: es en este momento donde el texto del Mahābhārata introduce la famosa Bhagavad Gitā, a modo de flashback de Arjuna). Tras ser vencido Bhisma, dado que puede elegir el momento de su muerte, queda clavado a la tierra por las 25 flechas de Arjuna, pero no muere hasta el próximo solsticio de invierno y cuando termina la guerra los cinco Pandava se acercan a él y Bhisma les cuenta desde el suelo el secreto del origen del mundo. Sus palabras están documentadas en el Mahābhārata y del estudio de este discurso esotérico se desarrolla una interesantísima escuela de pensamiento místico/filosófica india llamada Pāñcarātrā.

De esta manera, con la mención del detalle astrológico de la muerte de Bhisma y la escuela esotérica Pāñcarātrā, me acerco a la simbología tras el nacimiento de Bhisma, que es lo que más me ha estado interesando en estas pasadas semanas de Mayo 2016.

Los padres de Bhisma son un rey celestial y un río, primero. Ganga, es el río Ganges en el plano material y una diosa que emana belleza en el plano ideal. En el plano ideal una ráfaga de viento levantó las telas que le servían de ropa a Ganga, “blancas como los rayos de luna” y todos los dioses bajaron la mirada menos Mahabhisa, un rey celestial, que quedó encantado con las formas de Ganga. Por esa osadía, Brahmā le hace nacer en el mundo material. Así, el rey celestial escoge el cuerpo de quien va a ser también un rey excepcional en la tierra y nace como el rey Shantanu, padre de Bhisma. Ganga, sin embargo, ha quedado enamorada también de Mahabhisa, el rey celestial.

Oportunamente, los ocho Vasu han sido enviados a nacer en la tierra también, por una osadía, también, y buscan un nacimiento especial. Ganga escucha su necesidad y decide aparecerse en la tierra para que los 8 Vasu puedan nacer de ella. Cuando el rey Shantanu, la encarnación terrenal del rey celestial Mahabhisa, está mirando las aguas del Ganges, ve salir del agua el cuerpo desnudo de una mujer que le parece la más atractiva que ha visto en vida. El cuerpo terrenal de Shantanu no recuerda a Ganga pero se siente inmensamente atraído hacia ella y los dos tienen un hijo: Bhisma, que reúne las cualidades de los 8 Vasu.

Aquí algunos entendidos sabrán que estoy omitiendo detalles de la historia, pero lo hago para que el escrito sea legible. Toda historia del Mahābhārata está trenzada con muchas otras y en algún punto siempre hay que seleccionar. Existen diferentes variantes de esta historia, además, y yo prefiero en este caso elegir la versión del propio Mahabharata, según la cual Bhisma recoge en su nacimiento una octava parte de cada Vasu.

¿Y quiénes son los Vasu? Sigo con la simbología. Los Vasu son, desde un punto de vista mitológico, ayudantes de Indra. Indra es el rey de los dioses. Indra, más que un individuo, es un cargo, que ocupan entidades diferentes en cada era cósmica. Indra es la posición de rey de lo divino y sus ayudantes se llaman Vasu, una palabara que podría traducirse también como “recipientes” o incluso “sedimentos”. Cada uno de los Vasu representa un elemento, o cualidad del universo: La tierra (soporte), el fuego (energía vital), el viento (o aire que respiramos), espacio (o expansión), el sol (o la eternidad), el “padre” cielo (marido de la tierra) y las estrellas (en concreto Dhruva, la estrella polar y único astro que parece inmóvil visto desde la tierra).

Hay cierto paralelismo entre esta óctuple división de las cualidades de este antepasado tan central de los Pandava y los ocho dioses relacionados con el rey ideal, según el código de Manu, el mítico tratado sobre el orden terrenal: el Sol, la Luna, el Fuego, el Viento, Yama o la ley universal, Kubera o la riqueza, Varuņa o las relaciones entre los elementos e Indra. También la recurrencia de divisiones óctuples en las filosofías indias da que pensar, y la lectura meditativa de los tratados filosóficos Chāndogya Upanișad y Bŗhadāraņyaka Upanișad, en los que se describe la presencia de los ocho Vasu en todo cuerpo humano, o toda manifestación material, por extensión; pero lo que quiero hacer aquí no es ponerme a disertar sobre los Vasu sino preguntarme algo que tiene importancia más inmediata: ¿por qué me interesa a mí tanto esta descripción mágica/esotérica/mitológica del ser humano?

Sobre el significado de los Vasu seguiré indagando, y escribiré más sobre ello y hablaré de ello en la performance del primer año de este proyecto pero antes, quiero preguntarme, ¿Por qué me afecta esta alegoría, que a fin de cuentas no deja de ser una representación fantástica?

Si dijera que me creo, de manera literal, que hace miles de años nació en la tierra un tal Bhisma, descendiente del río Ganges y un rey celestial, con las cualidades de las estrellas y la luna, me estaría mintiendo a mí mismo. No me lo creo de la misma manera en que me creo que me he dejado las llaves en casa cuando no las encuentro en el bolsillo. Ahora bien, si me pregunto si me creo que existe una historia sobre el ser humano, en la que aparece un personaje que fue célibe toda su vida, que podía morir cuando quería y era la encarnación de los ocho Vasu, y que esta historia es cien por cien real, la respuesta es sí. Sí creo que el Mahābhārata habla de la realidad, y que todo lo que se cuenta en esta historia es real, desde el punto de vista del Mahābhārata.

Cuando leo sobre los ocho Vasu siento que esta historia va sobre mí. Siento que tengo los elementos de la tierra, el aire y el fuego en mí, es decir, que tengo que cuidar qué respiro, qué consumo y qué bebo porque mi cuerpo es un equilibrio delicado. Siento que mis estados de ánimo cambian como la luna o el sol en el zenit y que este equilibrio delicado entre sentidos y consciencia que es la idea que tengo de mi cuerpo está siempre en expansión y depende del entorno tanto como lo transforma. Todo esto no lo leo en el texto, el texto del Mahābhārata me inspira a vivir estas palabras, a investigar en otros escritos y a que su significado crezca en mí y me transforme. Intuyo que podríamos llamarlo el efecto poético del texto, a esta inspiración que vitaliza tanto, pero no estoy seguro, parte del objetivo de este proyecto de 12 años es investigar precisamente el significado de lo poético en el Mahābhārata.

El símbolo de los Vasu también me inspira en cuanto a presentación del Mahābhārata en forma del formato que se llama “performance”. En inglés “performance” significa acción. El término performance es un saco en el que se puede poner cualquier cosa que uno quiera hacer, en público, en vídeo o como quiera, porque significa esencialmente “hacer algo”, y hacer algo, lo hacemos todos, mientras vivimos. Aquí es donde se une el símbolo con el arte y la filosofía. Todos formamos parte de todo. Mi cuerpo no existe sin el resto del universo. Sin el aire, el calor de la tierra, el agua y los minerales que mi cuerpo contiene, no existo. Y hay algo más, hay algo en la mirada, hay algo en mí que despierta cuando miro la luna, el sol y las estrellas. Hay algo que se expande, cuando leo el Mahābhārata. Mis acciones son la performance de mi cuerpo a lo largo de mi vida. Dentro de la realidad del Mahābhārata, la performance de Bhisma fue su paso por la tierra, sus enseñanzas y sus decisiones.

No me conozco, pero me veo en mis acciones, me veo en mis opiniones, en los reflejos de mi paso por el mundo. Pero lo que yo soy no es nada fijo, soy un fragmento del universo, así que cuando me observo observo al universo en movimiento. Cuando estudio a Bhisma en el Mahābhārata y comparto mis conclusiones en vivo, contando su historia con la mente, la voz y el cuerpo, puedo verme en mis acciones. Entiendo, de esta manera, que compartir el Mahābhārata en vivo es una manera de vernos todos los reunidos. Es por esto que estas historias tienen sentido cuando son contadas en vivo, a la manera tradicional, porque en presencia de otros somos más conscientes de nuestras reacciones a ellas. Y la diferencia entre encontrarnos para contar estas historias o para tomar un té en cualquier otro lugar es el nivel de atención y profundidad que se despierta cuando compartimos estos relatos tan simbólicos, o poéticos. Porque dicho poéticamente: podríamos decir que cuando se comparte el Mahābhārata en grupo están presentes la tierra, el fuego, el viento, el espacio, el sol, el cielo, la luna y las estrellas.

[1] Thakur, I.M. Thus Spake Bhisma, Motilal Banarsidass, Delhi, 1992.

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