<<Le sorprendió un brillo fiero, imposible de imaginar, parecido al reflejo del sol sobre los cuerpos celestes, que nunca se debe observar directamente.
Cuando desenredó las mortajas lo asustó la agresividad de las armas como si hubiera destapado un atado lleno de serpientes vivas. El vello de su piel se erizó, y cuando tocó los arcos, gigantes como la bóveda celeste, dijo:
-Este arco vale miles de cofres llenos oro. Está labrado con mil ojos que se abren en todos los rincones.
¿A quién pertenece?
Este arco tiene acabados excelentes, es extremadamente ligero y fácil de sostener; los colmillos de elefante de los que está hecho devuelven un reflejo dorado. ¿A quién pertenece?
El espacio interior de este arco está adornado con sesenta luciérnagas en patrones dorados. ¿A quién pertenece?
El lustre de este arco increíble es cegador. Los rayos de tres soles dorados lo decoran. ¿A quién pertenece?
Este arco supremo está cubierto de oro y piedras preciosas incrustadas. Lo decoran relieves en forma de saltamontes. ¿A quién pertenece?
Estas mil flechas de hierro son transportadas por plumas y tienen las puntas cubiertas de oro y plata. La aljaba que las guarda es dorada. ¿A quién pertenecen?
Estas flechas son anchas; tienen plumas de buitre y han sido afiladas por piedra. ¿A quién pertenecen?
Estas flechas están hechas completamente de hierro y son amarillas, como el color de la cúrcuma. Tienen puntas supremas. ¿A quién pertenecen?>>
¿A quienes pertenecieron esas armas? ¿Qué tienen que ver las luciérnagas que centellean en la noche con los soles que brillan diseminados por el cosmos como miles de pupilas ardientes? ¿Y las flechas de hierro con las plumas de buitre?
<<-Este arco supremo, que lleva la empuñadura decorada con luciérnagas, pertenece a Yudisthira, el hijo del orden cósmico. El arco radiante con los soles dorados es el arma de Nakula, él y su hermano gemelo, Sahadeva, el dueño del arco decorado con áureos saltamontes, son hijos del ocaso y el amanecer, de las transiciones gemelas de esta realidad que percibimos. Hijos de los Ashvin, los dioses gemelos.
Estas miles de flechas son afiladas como en veneno de las serpientes y pertenecen a Arjuna, el hijo de Indra, el dios que gobierna los sentidos. La energía de esta flecha deslumbra en la batalla y nunca se terminan.
Estas flechas destruyen a los enemigos y pertenecen a Bhima, el hijo de Vayu, el aliento vital. Son anchas y tienen forma de luna creciente.
Estas flechas son amarillas y tienen filos dorados; pertenecen a Nakula. Han sido afiladas sobre la piedra y se guardan en una aljaba que lleva la marca de cinco tigres. Con esta aljaba Nakula conquistó el oeste.
Estas flechas que brillan como el sol y están completamente hechas de hierro pertenecen al inteligente Sahadeva. Están decoradas y son capaces de actuar. Y estas flechas grandes son amarillas, de filo ancho y pertenecen al rey, al hijo del dharma: el ritmo cósmico del universo. Llevan mechones dorados colgando y se componen de tres partes.
Esta larga espada tiene la marca de una abeja por delante y por detrás. Es firme, y capaz de soportar grandes presiones. Ha sido usada por Arjuna en la batalla.
Esta espada que es especialmente larga tiene una funda hecha de piel de tigre y pertenece a Bhima; es divina y capaz de soportar grandes resistencias. Causa terror entre los enemigos.
Esta espada excepcionalmente larga tiene la empuñadura dorada y pertenece al inteligente Yudisthira, el rey del dharma.
Esta espada firme es capaz de aguantar grandes cargas y pertenece a Nakula; es colorida y su funda está hecha con la piel de un animal de cinco uñas.
Esta espada gigante se guarda en una funda hecha de piel de vaca y pertenece a Sahadeva. Es firme y aguanta cualquier dificultad.
Estas son las armas de los cinco hermanos de alma extensa, los hijos de los dioses; son rápidas, están decoradas con oro y resplandecen en su belleza. (Mahabharata. Go Grahana Parva, 14-16>> ¿Pero dónde están ellos?
¿Dónde están los protagonistas de la guerra con la que terminó la era anterior. La era en la que todavía se podía hablar con algunos árboles, cuando las sombras tenían cara, nombre, y cantaban sus historias?
Los colores de la piel de la vaca, el oro y los sentidos por los que se expresa la sinfonía del pulso universal (el latido que regula el zumbido de cada panal de abejas y lo acompasa con el rumor de la vida terrestre). Depredadores y ganado; plantas, insectos, astros, y la belleza que se engarza en la mirada humana. Miles de años de esta mirada nuestra sobre la tierra. Poco tiempo, para los minerales, muchísimo, para una flor. Miles de años de poesía bajo las estrellas, entre exilios y guerras. Miles de años de cantos de los supervivientes de cada generación. Sobreviviendo a nosotros mismos, a nuestros excesos y furias; a nuestras ambiciones. A nuestra violencia.
El Mahabharata cuenta algo que sabemos todos: que venimos de la guerra. De alguna guerra. Guerra civil o guerra mundial. Guerra colonial o guerra de liberación. Todos tenemos heridas que curar. Restos de dolor que flotan entre los valles del planeta como luciérnagas en la oscuridad. Y los dioses nos llaman, para que no nos dispersemos en la noche.
Así me siento. Así consigo expresar en estos momentos el paso por este voto de narrar el Mahabharata en doce años. Veo una dirección, no me siento confundido, pero no comprendo muy bien el lugar por el que estoy pasando. Espero que como lector te haya aportado alguna inspiración interesante, y si quieres ver otra manera de narrar el Mahabharata puedes mirar en el canal de youtube que uso para subir las grabaciones de los encuentros en vivo que he venido haciendo cada martes en FB e IG. En estos vivos estoy explorando los aspectos de la narración que el formato escrito no permite.