La hora de escuchar

Para leer este relato ¡atención!, deténgase un instante la lectura y diríjase la concentración a la nariz, a las fosas nasales, y obsérvese:

¿Hay aire que entra, o sale, por ellas? ¿Con qué intensidad? ¿Qué temperatura?

¿A qué ritmo se llenan y se vacían los pulmones?

Pregúntese:

¿Estoy dirigiendo la respiración cuando observo su funcionamiento? ¿Estoy forzando la inspiración? ¿Estoy reteniendo el aire al expirar?

Y por unos instantes más, propongo dirigirse al aire con un saludo; con un agradecimiento por sostener nuestra vida:

-Saludos, señor de la vida. Agradezco tu presencia en el mundo. Agradezco tu paso por el tiempo.

Porque el aire corre sobre los campos de la historia. Estuvo aquí cuando nació nuestra raza y cuidó de nuestra madre cuando flotábamos en sus aguas.

Antes de la historia que conocemos, el aire tuvo un hijo con una mujer terrestre: Bhima. El hermano mayor de Bhima fue el hijo del dharma, y fue proclamado emperador universal. El hermano menor del hijo del aire fue Arjuna, el mejor guerrero que la tierra haya visto luchar. Sus hermanastros fueron Nakula y Sahadeva. Gemelos. Hijos de la transición entre la luz y la oscuridad.

Los cinco se casaron con una misma mujer: Draupadi, la oscura; hija del fuego y la furia. La mujer más atractiva que su era hubiera visto, y la más peligrosa. Porque si el fuego quema, su hija también. Y eso fue lo que Draupadi explicó a su pretendiente indeseado:

-¡Atención! Yo quemo.

En las tres entradas anteriores he venido escribiendo sobre ese suceso: los cinco hermanos, más su esposa, fueron robados de su reino y exiliados. Huyendo de sus enemigos pasaron un año escondidos, usando identidades falsas. Durante un año los seis convivieron en una misma corte, fingiendo ser desconocidos y ejerciendo oficios distintos. La reina, disfrazada de concubina, ante el acoso del general del reino, avisó:

-Estoy casada con cinco gandharvas. Cinco seres celestiales incorpóreos pero poderosos como el relámpago. No los podéis ver, pero me están cuidando. Aunque lo parezca, no soy soltera. Nadie debería acercarse a mí.

Entre palabras:

-No deseéis mis llamas: quemo.

Porque el peligro no era tan etéreo como unos gandharvas, sino que sus cinco maridos estaban escondidos en la corte. Cinco guerreros, velados pero alerta. Cinco leones escondidos entre la vegetación.

Las palabras de Draupadi fueron misteriosas, pero su mensaje claro. Su pedido fue simple: que no se codiciara su sexualidad. Que se la dejara en paz. Y el general Kichaka no quiso escuchar. Insistió, a pesar de los avisos. Y murió.

Después, los familiares del general se quisieron vengar. Asumieron que el horrible asesinato del general tenía que haberse llevado a cabo por los mencionados gandharvas, y decidieron castigar a la culpable. A la concubina. A la extranjera. A la desconocida. A la seductora que había causado la muerte de su familiar.

Entonces volvió a aparecer Bhima, el hijo del viento. Cuando la reina velada ya estaba llegando a la pira en la que la querían quemar. Entre las antorchas y la noche, como un vendaval, Bhima arrancó un árbol y destrozó con su tronco a todos los familiares del general.

Al amanecer, en el lugar de la pira se encontró la decena de cadáveres.

Una vez más, la falta de escucha.

Yo quemo, dijo Draupadi.

Si el fuego quema, ¿por qué arriesgarse? ¿Por qué no escuchar?

El Mahabharata es la historia de una crisis. Es la gran historia de la crisis de la humanidad. ¿Seremos capaces de escuchar, entonces? Cuando el fuego y la tierra hablan ¿escuchamos? ¿Escuchamos al viento, y lo que nos tiene que contar? ¿Escuchamos el corazón de nuestros semejantes? ¿Escuchamos lo que nos tienen que decir? ¿Escuchamos al destino?

Es una pregunta abierta. Tal vez el Mahabharata también, como la tierra, el cielo y el fuego, nos quiere decir:

Atención.

Para.

Escucha.

Cuerpo y aliento

Bhrigu (Bhṛgu) fue un sabio; un explorador infatigable del ser, de la comprensión y de lo correcto. Bhrigu navegó hacia las aguas del silencio, más allá de lasmpalabras y las formas.

En el fondo del océano cósmico Bhrigu se reunió con Varuna, el dios de las profundidades, para preguntar de qué estaba hecho el universo. Y Varuna lo envió a investigar las cuatro direcciones cardinales.

Yendo al este Bhrigu vio hombres que despedazaban a otros hombres.

Yendo después al norte Bhrigu vio como unos hombres se comían a otros en medio de gritos desgarradores.

Buscando después hacia el oeste, Bhrigu vio hombres sentados, comiéndose en silencio a otros hombres como ellos.

Continuando hacia el sur, Bhrigu vio más hombres siendo despedazados por otros, igual que los que lo hacían yendo hacia el este.

El sabio volvió al seno de las profundidades, en silencio. Había perdido la palabra.

-Los hombres que viste yendo al este son los árboles. – habló Varuna –Los del oeste fueron las manadas de animales. En el sur viste las hierbas y los que gritaban en el norte eran las aguas, que chillan en su lenguaje cuando son bebidas.

El mundo está hecho de alimento. Del espacio sale el aire, del aire el fuego, del fuego el agua, del agua la tierra, de la tierra las plantas, de las plantas la comida, de la comida el ser. Los seres están hechos de alimento, viven de alimento y al final se convierten en alimento.

El cuerpo está hecho de alimento y, junto a la respiración, vive. El hijo de la respiración, el hijo del diose del viento, el hijo de Prána (Prāņa), el aliento vital, fue Bhima. Bhima fue hermano del emperador del mundo. Bhima, junto a su hermano, fue expulsado de su reino por un ardid. Su historia se cuenta en el Mahabharata, el gran relato de la humanidad.

Cuando Bhima, sus hermanos, y la esposa que todos compartían tuvieron que tomar identidades falsas para huir de sus enemigos, Bhima trabajó como cocinero en la corte del rey Virata. Cocinero y Govikartṛ: carnicero. Y no cualquier carnicero, sino un sacrificador de vacas; el encargado de separar los órganos del ganado de la luz cada vez que se sacrificaba uno de estos apacibles mamíferos.

Cada noche, durante un año entero, cuando Bhima terminaba sus labores en la cocina y el matadero, se lavaba el olor a humo y especias de la cara y las fosas nasales. Se lavaba el pelo, y sentía la presencia de su padre, el viento, en la piel. Su corazón roto viajaba hacia su esposa, quien dormía con las concubinas en el mismo palacio. Separados por un puñado de pasadizos y paredes, más uno o dos patios, los dos amantes miraban las mismas estrellas.

Reyes exiliados. Amantes distanciados por las circunstancias políticas. Se reconocían al pasar, pero disimulaban,

Un año entero.

Y cuando Bhima vio como el general del reino golpeaba a su esposa; cómo la humillaba ante la corte en un festín, no hizo nada. Para no desvelar su identidad. Él, que podía arrancar árboles a manotazos.

Pero por supuesto que aquella situación no terminó bien. Bhima se encontró de noche a solas con el general y lo descuartizó como ganado. Por pegar a Draupadi, y quién sabe qué razón más.

La muerte del general fue humillante y no quiero repetirla. Quien quiera conocer los detalles grotescos puede leer el fragmento en el Mahabharata. Ningún resumen omite este macabro evento, porque hay algo ominoso, perturbador, conmovedor, en el cuerpo humano convertido en masa inerte. Cuando alguien, un sujeto -no importa si amado u odiado- se transforma en un trozo de carne, un escalofrío desagradable recorre nuestras espaldas. Primero. Después viene la náusea, Y después la emoción.

Cuando estamos demasiado enfurecidos, inatentos, confundidos o embotados -o sumidos en la negación- no queremos reconocerlo. Son muchas las maneras por las que intentamos evitar esta sensación. Pero vuelve. Repta por nuestra espalda cuando bajamos la guardia. La consciencia de la carne. De que somos alimento andante, impregnado de un aliento vital. Una mezcla que no comprendemos, que brilla en las estrellas y en el amor.

La vida es tan grande que puede incluir al amor, la violencia, incluso la muerte, en un mismo océano de profundidades incomprensibles. Tal vez en el silencio seré capaz de asumir su magnitud.

Fuentes:

Virata Parava, Mahabharata

Katha Upanishad (Kaṭhopaniṣad)

Taittirīya Upanishad, segundo Vali.

Artículo de Alf Hiltebeitel: Śiva, the Godess, and the Disguises of the Pāņdavas and Draupadi. Publicado por Chicago University Press en Journal of Religions, Vol. 20 Nº 1/2

La fragilidad y la tristeza

La historia que empezó en la entrada pasada tiene una tensión interna dramática, pero a la vez primal, y curiosamente actual. Como un arquetipo que se perpetúa de las maneras más inesperadas.

Los personajes son: una reina, que ha perdido su trono y vive ahora disfrazada de concubina en un reino pequeño, para que sus enemigos no la encuentren.

Cinco hermanos, uno de los cuales fue emperador del mundo, son los maridos de la reina. Ellos también se están escondiendo, en la misma corte que ella, bajo identidades distintas.

Un general de la corte desea a la reina disfrazada de concubina. Ella lo rechaza y él la arrastra de los pelos al salón principal, donde la tira al suelo y la patea. Dos de los maridos de la reina están presentes, uno casi actúa, pero el otro lo para, para que su identidad no sea reveleda.

En privado, después, la reina se lamenta:

<<Me quema en el cuerpo que un militar me haya arrastrado a la sala de reuniones, ante todos los cortesanos, y me haya llamado sirvienta.

¿Qué hija de reyes, más que la hija de Drupada, mi padre, querría vivir como yo, y sufrir tantas miserias? ¿Quién sino yo, hubiera soportado ser abusada por segunda vez por Saindhava, el mismo rey que me insultó en la asamblea donde perdimos el reino y me intentó secuestrar cuando vivíamos en el bosque? Aparte de mí, ¿quién más soportaría vivir después de haber sido golpeada por los pies del general, en presencia del rey y ante la mirada mis maridos? He sido atormentada por varias miserias como estas ¿De qué me vale la pena estar viva?

Kichaka, el de la mente malvada, es el general del rey y, además, su cuñado. Mientras yo vivo en las residencias reales disfrazada de concubina, este malvado me acosa constantemente pidiéndome que sea su mujer. Tratada así por alguien que merecería ser matado, se me hincha el corazón en el pecho como una fruta cuyo tiempo haya llegado.

Mi marido parece un bobo silencioso reflexionando sobre sus actos. Antes, cada vez que salía le acompañaban decenas de miles de elefantes engalanados con decoraciones doradas y lotos; ahora vive de la limosna del rey. Cien mil hombres infinitamente energéticos lo honraban como rey en la capital. Cien mil sirvientas le atendían en la cocina con platos en las manos, sirviendo a invitados mañana y noche. Él, supremo entre los generosos, daba miles de monedas de oro. Ahora se ve en esta miseria. Muchos bardos y ministros, con voces preciosas y adornados con pendientes con joyas, le mostraban sus respetos día y noche. Mil sabios se hospedaban siempre en su sala de reuniones. Eran ricos en austeridades y estudio y todos sus deseos eran atendidos. Sin distraerse, financiaba a los ciegos, a los ancianos, a los desprotegidos y a quienes habían perdido su reino. Yudisthira siempre fue devoto de la no-violencia y ahora ha encontrado su infierno como sirviente de un rey. Yudisthira se hace llamar en la corte Kanka, el apostador. Cuando vivía en su capital todos los reyes le traían tributo, ahora pide el salario de otros. Era el protector de la tierra y todos honraban su soberanía. El rey ahora ha perdido sus poderes y está bajo el control de otro.

Como el sol, cegaba la tierra con su energía, pero ahora Yudisthira es un apostador en la corte del rey Virata. El que era honrado por reyes y rodeado de sabios está sentado bajo otro. El inmensamente sabio busca ahora su sustento pidiendo a otro. ¿Quién no sufriría, viendo las penas inmerecidas de Yudsthira, que tiene el dharma en el alma? La tierra entera servía a este valiente, y ahora está sentado bajo otro, mientras yo estoy desprotegida, en medio de un océano de pena.

Pierdo los sentidos cuando veo a mi segundo esposos luchar con tigres, búfalos y leones en el interior de la corte. La reina me ve desmayar y dice al resto de mujeres que la acompañan: “creo que esta dama de sonrisa dulce siente afecto por el cocinero y sufre cuando lucha con estos inmensos seres. La sirvienta es preciosa y el cocinero es muy guapo. Las mentes de las mujeres son imposibles de predecir, pero creo que están hechos el uno para el otro. Ella siempre siente pena por él porque llegaron a esta corte al mismo tiempo”. Mediante palabras así hace que todos me miren. Cuando ve cómo me enfado sospecha que me siento atraída por él. Estoy sobrellevada por este sufrimiento, sumado a la pena por Yudisthira, mi primer marido, y no soporto el vivir.

Él solo, mi tercer marido, sobre su carro, derrotó a dioses, hombres y dragones serpentinos. Este joven es ahora el profesor de danza de la hija del rey. El héroe de alma infinita que pudo satisfacer al mismo dios del fuego en el bosque de Khandava. Ahora Arjuna vive en la corte interior, como un fuego escondido en un pozo. Los enemigos temblaban con el tañido de su arco o una de sus palmadas, ahora satisface a mujeres con el sonido dulce de su canto. Su cabeza siempre estaba adornada por una diadema que era como el sol, ahora su pelo descuidado está trenzado. A este grande le son conocidas todas las armas mágicas, pero lleva ahora pendientes de mujer. Miles de reyes, cuya energía era ilimitada, no podían enfrentarlo en la batalla, igual que el océano no cruza la línea de la costa; pero este guerrero es ahora un profesor de danza. Se esconde detrás de su disfraz y sirve a la princesa. La tierra con sus bosques y elementos móviles e inmóviles solía temblar ante el rugido de su carro, su nacimiento terminó con las penas de su madre, y ahora me da pena. Vive cubierto de joyas femeninas y hace sonar los aros que cubren sus brazos. Cuando lo veo pasar mi mente se sumerge en la tristeza. Él es equivalente a un dios, y cuando lo veo entre las chicas jóvenes, rodeado de instrumentos musicales como un elefante macho rodeado de jóvenes elefantes hembra, al servicio del rey, pierdo la noción de toda dirección. Seguro que la madre de mis maridos no puede ni imaginar las dificultades por las que están pasando.

El joven Sahadeva es el señor entre los guerreros. Palidezco al verlo trabajar de vaquero. Pienso mucho en la actitud que siempre ha tenido: la sinceridad es su valor y no me consta de ninguna falta que Sahadeva haya cometido nunca, a consecuencia de la cual tenga que pasar por esta infelicidad. Viendo a mi cuarto marido siendo señalado por el rey como un toro más entre el ganado me supera el miedo. Va vestido de rojo y sobresale entre todos los vaqueros. Le muestra respetos al rey. La madre de mis maridos siempre alababa la conducta de Sahadeva, su virtud y su reputación: “Es modesto, dulce en su hablar, devoto al dharma y cercano a mí. Oh Draupadi, consuélalo en el bosque cada noche”. Cuando veo a Sahadeva ocupado con las vacas, cubriéndose con cuero de ternero para dormir, ¿cómo puedo soportar mi vida?

Y él, Nakula, quien posee las tres cualidades de belleza, habilidad con las armas e inteligencia; atiende ahora a los corceles del rey. ¡Cómo han cambiado los tiempos! El rey y el público que lo acompaña miran cómo Nakula entrena a los caballos y los dirige con velocidad. Le he visto, con todo su brillo, mostrando los corceles al rey. ¿Cómo puedo ser feliz? Estoy afligida por cientos de miserias, y hay otras peores:

Merodeo el palacio como una cortesana, y soy yo misma una princesa. Como si estuviera enferma, espero el tiempo en que mis penas se terminen. Para los mortales se dice que la prosperidad, el éxito, la victoria y la derrota son siempre pasajeros. Pensando en esto espero que mis esposos se vuelvan a levantar. Lo que lleva un hombre a la victoria puede llevar también a su derrota. Estoy esperando este cambio. Los hombres dan y suplican, matan y mueren a manos de los enemigos. En este orden. No hay nada que le sea demasiado difícil al destino, ni puede el destino nunca ser contradicho. Por tanto, espero a que el destino se manifieste. Donde antes no había agua puede haber agua después, como los lagos que se secan en verano y después se vuelven a llenar. Pensando en estos cambios espero que nos levantemos de nuevo. Si uno no es exitoso a causa del destino, incluso si ha actuado bien, se dice que el inteligente debería actuar para que el destino le sea favorable.

Estoy indefensa y no puedo encontrar la paz.>>

Sin paz interior, no hay paz exterior. Este exilio forzado y esta humillación de la reina Draupadi y de sus cinco maridos, los Pandava, terminó en una guerra horrenda; en un evento traumático que sigue afectando a nuestro inconsciente colectivo. Esa guerra, que fue un eco de la lucha de la luz contra la oscuridad, o de la pugna de los dioses y sus enemigos por la inmortalidad, y de la cual toda discusión sigue siendo un eco, representa la herida de la humanidad. El recuerdo (uno más) de lo peor que podemos hacer.

El abuso, la humillación, la crueldad, son horribles porque nacen de la empatía. El peor daño lo sabemos hacer porque entendemos qué es el dolor. Sabemos qué nos duele y sabemos cómo infligir ese mismo dolor a los demás. Sabemos cómo ofender, cómo enfuriar, cómo molestar y provocar a los demás. ¿Y por qué lo hacemos? ¿Hasta dónde queremos llegar?

Ha llegado la hora de pensar en estas cuestiones. No podemos hacernos más los bobos. Meditemos en el discurso de la reina Droupadi. Meditemos en el dolor de los demás y reflexionemos sobre nuestras intenciones, sobre la provocación, el insulto, el desprecio, y el lugar hacia el cual derivan. Esta historia es un aviso, para todos nosotros.

Entre el templo y el bordel

Un instante antes del origen de los tiempos indiferenciados el ser original emanó un brillo que ardía. El señor de todos los nacimientos (Prajapati) emanó un resplandor que difundía belleza por el universo. Un resplandor que crecía, y cada una de sus llamas doradas creaba otro mundo.

Ese brillo es la diosa. La divinidad femenina. La llaman Lakshmi: bellas marcas, o Shri: fulgor.

Pero cuando Shri nació, cuando el brillo femenino de la belleza amaneció, los dioses, que habían nacido de esa misma energía, se vieron sobrellevados por la avaricia y saquearon sus cualidades. Uno le robó el habla. Otro le robó las formas de las cosas. Uno le robó los rayos de luz y otro le robó los rituales. Uno le robó la sacralidad y otro le robó el poder. El dios del fuego le robó la ferocidad y otro le robó la nobleza.

Solamente Vishnu, la esencia que reside en todo, reunió de nuevo estas cualidades rotas y separadas entre los dioses, y las recuperó para Shri. Por esto el brillo de la belleza cósmica está con Vishnu, y solo cuando se hace por el bien universal, sin deseo alguno de recompensa, premio, placer o retribución personal de ningún tipo, el ritual reúne a todos los dioses, quienes devuelven al cosmos las cualidades que robaron a la belleza. Así lo cuentan los textos sagrados (Satapatha Brahmana 5.4.5.2)

En la tierra, en este teatro de la confusión, el deseo y la furia, Shri nació en la forma de Draupadi Krishnā, la esposa de cinco reyes. Exiliados. Saqueados de sus posesiones y forzados a vagar por la tierra como mendigos.

Para esconderse de sus enemigos Draupadi, la reina expoliada, encarnación de la diosa en la tierra, se vio obligada a esconder su identidad durante un año. Así se encontró caminando sola por un reino extranjero, donde enseguida llamó la atención de la monarca local:

Una mañana la reina miró por el balcón y vio a Draupadi caminando y cubierta de una sola tela descolorida. La reina bajó con su séquito y la interpeló.

-Oh afortunada ¿quién eres y qué es lo buscas?

-Oh diosa entre las reinas. Soy una cortesana- contestó Draupadi -y he llegado a este reino en busca de trabajo. Haré lo que me dé de comer.

-Oh preciosa, pero las cortesanas no poseen la belleza que posees tú. Tus labios son finos, tus muslos firmes. Eres profunda en tres lugares: habla, inteligencia y ombligo. Y alta en seis: nariz, ojos, orejas, uñas, pechos y cuello. Tienes rojizas las cinco partes que deberían serlo: las palmas de los pies, palmas de las manos, lengua, labios y uñas. Tu voz es lenta como la del cisne. Tienes el cabello y los pechos preciosos. Eres morena. Tus nalgas y pechos están llenos. Posees todas las cualidades como una yegua del Kashmir. Tus pestañas se rizan con gracia. Tus labios son como frutas maduras. Tienes la cintura estrecha. Tu cuello tiene graciosos pliegues. Tu cara es bella como la luna llena. Oh afortunada. Dime quién eres realmente, no puedes ser una sirviente. ¿Eres un espíritu del bosque (yakshi), diosa, esposa de los caballeros invisibles de las nubes (gandharvi) o una bailarina acuática (apsara)? ¿Eres la esposa de alguno de los dioses?

-No soy ni una diosa ni una gandharvi, ni un titán (asura) o demonio (rakshasi). Te digo de verdad que soy una cortesana. Sé como arreglar el cabello y soy habilidosa en la preparación de ungüentos. Puedo tejer preciosas prendas coloridas. He servido a Satyabhama, la amada esposa de Krishna, y a Draupadi, la esposa de los Pandava, los cinco reyes exiliados. Voy allí donde pueda tener una buena vida. Me contento con llevar buenos vestidos. Draupadi, mi antigua reina, me solía llamar Malini: la que colecciona flores y prepara guirnaldas. ¡Oh Diosa!¡Oh reina! Así he llegado a tu hogar.

Y la reina dijo:

-No hay duda de que me gustaría tomarte como cortesana, pero me asusta que el rey no te desee con todo su corazón y te busque. Date cuenta de cómo te miran tanto las damas de linaje noble como todas las que viven en mis aposentos, date cuenta del interés que estás causando. ¿Qué hombre no vas a dejar prendido? Mira como incluso los árboles de mi jardín se doblan sobre ti. Cuando el rey vea tu belleza sobrehumana, tus bellas nalgas y caderas, se olvidará de mí y te buscará con todo su corazón.

Tus extremidades son perfectas. Tus ojos son suaves y largos. Con mirarte, todo hombre se ve sobrellevado por el deseo. Pienso que si te ofrezco residencia estaré trayendo mi propia destrucción.

A lo que Draupadi contestó:

-¡Oh bella! Ni tu rey Virata, ni nadie, puede obtenerme nunca. Tengo cinco jóvenes seres sobrenaturales como maridos. Cinco gandharva, cinco jóvenes de la raza de los caballeros de las nubes que luchan junto a los dioses. Son los hijos de un rey gandharva que es extremadamente poderoso. Siempre me protegen. Toda conducta que me traiga pena asegura la destrucción. Si un hombre me desea, como si fuera cualquier otra mujer, antes de que termine la noche abandonará su cuerpo. ¡Oh preciosa! Nadie es capaz de desviarme.

Así, Draupadi pasó a vivir en la corte, disfrazada. La que merecía ser servida hizo de sirvienta. Y quien quedó prendido de su belleza fue el general Kichaka, el héroe del reino. En el momento en el que vio a Draupadi merodear por la corte, como una diosa, sintió el impacto de las flechas del deseo. Abrasado por la pasión, el general se presentó ante la reina:

-No había visto antes esta preciosidad en la corte. Sus formas bellas me intoxican como el aroma del licor. ¿Quién es esta mujer que roba mi corazón como una diosa? ¿De dónde ha venido y a quién pertenece? Oprime mi mente y me controla. No creo que haya medicina que me pueda curar ahora. Tu sirvienta es muy bella, no es apropiado que haga este trabajo. Debería comandar todas mis posesiones. Permite que agracie mi enorme residencia, con sus elefantes, caballos, carruajes, riquezas y opulencia, con abundancia de comida, bebida y colores dorados.

Y con el permiso de la reina el general Kischaka se acercó a Draupdi Krishnā y le habló con voz suave como un chacal dirigiéndose a una leona en el bosque.

-Oh preciosa, tu forma suprema y tu juventud están desperdiciados si estás sola, como una bella guirnalda cuando no es llevada. ¡Oh bella! A pesar de que seas atractiva careces de fulgor. Oh mujer de bella sonrisa, renunciaré a las esposas que he tenido hasta ahora. Me convertiré en tu sirviente. Oh mujer de cara preciosa. Siempre estaré bajo tu control.

Pero Draupadi contestó:

-Oh general. Me deseas, pero no soy alguien que debería ser codiciada. Esta conducta es inferior a tu talla. Las esposas son amadas por todos los seres. Piensa en el dharma. De ninguna manera debería la mente de uno dirigirse a la esposa de otro. Los hombres que cumplen sus votos evitan siempre lo que es despreciable. Los hombres malvados se ven sobrellevados por la confusión y codician lo que no debería ser codiciado, alcanzando la mala fama. Estos hombres se enfrentan a un gran peligro. Oh general, no te regocijes en tus deseos o perderás hoy mismo la vida. Deseas aquello que es imposible de obtener. Estoy protegida por valientes. No puedo ser obtenida por ti. Mis esposos son gandharva. Se enfadarán y te matarán. Detente y no traigas tu propia destrucción. Deseas atravesar un sendero por el que los hombres no pueden caminar. Eres como un niño caprichoso que desea lanzarse a las aguas turbulentas del río. Podrás entrar en la tierra o elevarte a los cielos, podrás huir a la costa más alejada del océano, pero no podrás huir de mis maridos. Son poderosos hijos de dioses. Oh Kichaka, me deseas como si estuvieras enfermo y la noche de tu muerte haya llegado. Me deseas, como un niño que duerme sobre el regazo de su madre y desea obtener la luna.

¿Qué pasará con Draupadi y el general Kichaka? Veremos el resto de los espeluznantes detalles de esta historia en la próxima entrada, pero mientras tanto propongo reflexionar sobre las preguntas de ¿a quién pertenece la belleza? ¿Se puede asir la belleza? ¿Se puede poseer? Y ¿cuál es la relación del deseo con la belleza?

Los fragmentos del Mahabharata aquí traducidos provienen de Vairata Parva 8, Kichaka Vada Parva 1 y 2.

 

Si te interesa la narración oral de estas historias te recomiendo mirar en la parte lateral de la pantalla el enlace al taller que estoy ofreciendo online sobre la estructura interna de la cosmogonía que se trata en este blog y herramientas para leer y narrar estas maravillosas fuentes.

 

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