¿Quién me ha sugerido tomar esta elección?¿Ha sido un dios o he sido yo mismo?

Eso se preguntaba Arjuna, dicen, al inicio de nuestra era. Cuando todo lo que le era conocido se desmoronaba.

Le damos mucha importancia a los últimos seis o siete milenios de la humanidad. Importancia desmesurada, probablemente, en proporción a los -alrededor de- tresscientos milenios que pensamos que existimos.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde Arjuna hasta los soldados que se graban riendo con el teléfono, mientras hacen explotar casas?

Recuerdo que un hombre me contó que patrullando la frontera como soldado vio de madrugada una persona agachada entre la vegetación:

-Lo primero que pensé -me dijo- es que me cayó bien. Era un chico de mi edad a quien le podría haber dado un cigarro en una fiesta. Pero enseguida recordé el contexto en el que estábamos y abrí fuego.

¿Cómo reaccionaríamos hoy si viéramos a Arjuna agachado entre la vegetación?¿O a un dios caminando en la acera de enfrente?¿Cómo definiríamos nuestra identidad física?

Había dos amigos que se miraban de corazón a corazón. Uno le preguntó al otro:

-¿Qué pone en este texto?

-¿En qué texto?

-En este texto en el que aparecemos los dos.

Recuerdo haber visto niños como yo, de mi misma edad, corriendo detrás de la alambrada que separaba Gaza de Israel. Entonces no existía el muro.

Si has leído esto y has pensado en esos amigos, si los has visualizado, de alguna manera, aunque solo sea viendo la silueta de sus cuerpos, tú también formas parte de este texto.

¿Has visualizado alguna vez la silueta de un dios?

Para entender de qué estamos hablando cuando leemos, tenemos que situarnos en el contexto ¿no crees? Así podemos desgranar quiénes son los amigos y qué significa la amistad.

Antes de precipitarnos a correr de sala en sala por los castillos invisibles de nuestra reflexión, paremos a observar qué sabemos de los dos amigos. Pensemos qué es lo que sabemos de Arjuna y de los trescientos mil años que tiene la humanidad. Si no, corremos el riesgo de pensar que entendemos. Corremos el riesgo de creernos nuestras propias ideas, y confundirlas con la realidad.

Imágen: Laberinto de Jerichó, manuscrito siríaco, biblioteca de Beirut.