¿Dónde se encuentran los símbolos?

Aquí continuo el hilo que empezó hace dos entradas, que viene a responder la pregunta de ¿cuán reales son las historias del Mahābhārata?

En una entrada llamada La diferencia entre signo y símbolo respondí indirectamente la pregunta de si las narraciones simbólicas como el Mahābhārata hablan de otra cosa de la que parece que hablan. Si son, por ejemplo, alegorías o moralejas profundas.  Y argumenté al respeto que no, que las historias del Mahābhārata hablan de lo que parece que hablan, porque son relatos simbólicos y el símbolo alude, sobre todo, a sí mismo.

Esa entrada llevó a la pregunta de si se puede interpretar el Mahābhārata, y en ese caso argumenté que sí, porque el símbolo es una fuente de creatividad que irradia diferentes lecturas, y maneras nuevas de comprenderlo. Pero ese último argumento dejó pendiente algo importante:

Decir que el símbolo es una fuente de creatividad puede dar a entender que el lector sea una entidad, un “yo”, que observa el símbolo y se deja inspirar por él. Como si los símbolos fueran objetos externos, o ventanas que uno abre con la mente. Pero falta tener en cuenta que el lector, “nosotros”, también somos una constelación de símbolos.

¿Qué define al oyente del Mahābhārata, o a todo lector de símbolos? ¿Qué es aquello que reconoce al símbolo cuando lo ve? El ojo, que es un símbolo, como el sol. El oído, que reacciona al sonido, igual que el líquido que llena nuestros cuerpos. La mente. El bosque de la imaginación. El discernimiento. Las sensaciones. Los recuerdos.

Un símbolo resuena con una red de asociaciones que son también simbólicas. Resuena con la idea que tenemos del mundo, de nuestra identidad como individuos, como familia, grupo social, etnia o nación, y en relación al espacio que habitamos, a nuestros valores y a la narración que hacemos de nuestro pasado. El símbolo del sol, por ejemplo, evoca algo parecido, pero ligeramente distinto, cuando amanece entre cimas nevadas, en el desierto o en la humedad de la selva tropical. Así también mente, ojo, cavidad de la oreja, color, lugar, cuerpo, son símbolos. Somos una red de símbolos, que resuena con otros símbolos.

En el origen Prajápati, “el señor de todos los nacimientos”, se expandió – así nos lo cuentan los narradores antiguos- y Prajápati deseó. Del falo de su deseo se derramó una gota de semen. Esa gota se convirtió en una esfera gigantesca que contenía la brillante expansión cósmica (el famoso brahmán), que se expandía hacia fuera y hacia dentro de sí, siempre mutando de forma, sin detenerse ante nada. En el brahmán renació Prajápati, como oficiante del rito eterno de la realidad.

Alrededor del oficiante eterno se alineó su familia, y una de sus hijas se convirtió en la madre de los dioses brillantes: los deva. El último deva en nacer fue el sol, y el hijo del solo fue Manu, quien se dividió en hombres y mujeres para dar a luz a la humanidad.

Somos Algo que viene, hacia aquí, hacia ahora, desde el origen, en relación de dependencia con un acto creador. Sentimos deseo, tenemos dedos y orificios, como cuevas y torrentes de agua. Hemos sido gestados a partir del contacto de una gota contenida en un óvulo, contenido en un útero, cuya forma no dista tanto de la del huevo, y salimos a un mundo con un horizonte circular, bajo una bóveda celeste convexa, que observamos con un ojo redondo como el óvulo y como el sol.

No hay nada en mí, y menos en nosotros, que no sea un eco de otra cosa. Me reconozco en el mundo y reconozco al mundo en mí.

En este sentido, como eco del mundo pasado, del presente y del mundo por llegar –como eco de lo olvidado y de lo que queda por descubrir- el Mahābhārata habla de lo real: de las cosas tal como se vienen desplegando.

¿Para qué sirve el arte?

Los Daityas fueron los descendientes de Diti: la diosa de los límites. Antes del gran olvido tenían sus lugares, sus planetas, con palacios voladores que usaban para visitar la tierra, donde tenían bases, o reinos, en los que aterrizar.  En la tierra les esperaban cultivos, súbitos y emisarios; pero todo eso fue antes del olvido.

Los Daityas tuvieron un rey, de nombre Bana, quien tenía una hija que se llamaba Usha, como el amanecer. En la tierra vivía en un palacio que tenía las paredes cubiertas de decoraciones entrecruzadas como laberintos naturales. Había cientos de lámparas doradas, colgadas de todos los techos, y los jardines estaban llenos de balsas y piscinas decorativas en las que jugaban las aves y las flores. Y una noche, cuando la princesa amanecer dormía en su lecho de madera tallada, soñó que la visitaba, en aquél mismo dormitorio, un joven con una cara aniñada, inocente y bondados.

-Recuerda – le decía el joven. -Recuerda cuando te llamabas Tillotama. Eras una bailarina celeste. Tu cuerpo era libre como el agua en el río, y estabas enamorada de uno de los rayos del sol. Hacíais el amor en el bosque, y disfrutabais con tanta intensidad que vuestros gemidos esparcían las nubes.

No os disteis cuenta de que allí cerca meditaba el asceta Durvasa. Llevaba tanto tiempo sin moverse que había quedado cubierto por un hormiguero.

Tus gemidos interrumpieron su concentración, y el sabio se enfureció tanto que te maldijo. Él te condenó a nacer como Daitya: como heredera del linaje rebelde, ególatra y ambicioso de los hijos de Diti, la diosa de los límites. Pero antes de ser una Ápsara (bailarina celeste) estabas en todas partes, fuiste potencialidad pura (Shakti), y brillo (tejas); esplendorosa, no había nada que pudiera frenar tu expansión. Y yo era tu brillo y tu poder. Despierta de este sueño que te hace creer lejana de mí. Despierta de tu olvido-

Y con esas últimas palabras el sueño se desvaneció. La princesa Usha despertó en su dormitorio perfumado con jasmín, pero no podía olvidar aquella cara aniñada que le había hablado en el sueño.

Se pasó los días siguientes pintando un retrato de aquella cara, y no descansó hasta que consiguió representar la misma mirada bondadosa. Los artesanos de la corte hicieron copias, que se llevaron mensajeros y espías, vestidos de mendigos, monjes, guerreros, comerciantes y cónsules, por todos los reinos de la tierra. Y encontraron a quien buscaban. El chico del sueño, el joven con la cara aniñada y dulce, era el nieto de Krishna, de nombre Aniruddha, “el que no se puede constreñir”.

La princesa amanecer (Usha) y el príncipe ingobernable (Aniruddha) se casaron y tuvieron como hijo a Vajra. Fue él, Vajra, quien siguió recordando a su bisabuelo cuando cayó el olvido sobre la humanidad y llegó esta era de la confusión en la que estamos viviendo. Vajra siguió recordando a sus ancestros, y mostró a quien quisiera ver los bosques en los que había crecido Krishna, los mares en los que se había hundido Dvaraka, junto al desaparecido clan de los Vrishni, el río que cruzó el padre de Krishna para salvar a su hijo, y todos los lugares que fueren relevantes para ese avatar.

¿Deberíamos creer, entonces, según esta historia, que la energía creativa (shakti), unida al esplendor (tejas) de la creación, emana arquetipos divinos (avatares); algunos de los cuales, como Krishna, o su nieto Aniruddha, nacieron en la tierra en tiempos pasados, anteriores al recuerdo de las piedras?

Dicen que Gautama Budha dijo que el apego a las doctrinas sobre el yo es uno de los obstáculos de la liberación. Convencerse de que hay una manera de explicar la aparición del yo, del mundo, y de la realidad, es como una cárcel mental. La explicación que nos hacemos del mundo nos puede terminar atrapando. No nos confiemos demasiado y recordemos que si esta historia nos parece imposible es solo porque no encaja con nuestra manera de explicarnos el mundo, pero si nos convence esta historia, vale la pena recordar, también, que si lo hace es solo porque encaja con nuestra manera de explicarnos el mundo. No deberíamos dormirnos sobre nuestra visión personal de las cosas. Pero, ¿por qué deberíamos hacer caso de algo que pudo haber dicho, alguna vez, un supuesto maestro espiritual cuya existencia histórica no podemos demostrar?

Deber, lo que se dice deber, no debemos. Nadie nos obliga. Ni a pensar en lo que dijo Budha,  ni a tomarnos en serio esta historia que acabo de contar. Pero hay un sentido interior, que reconoce una verdad cuando la oye, o cuando la ve, o cuando la piensa. Hay un sentido interior que reconoce el camino en la oscuridad. Este sentido interior está más allá de cada inspiración, y de cada expiración. Se llama Antarayama, en sánscrito, y es una encarnación de Krishna. Las buenas historias nos lo recuerdan, más allá de los detalles y las imágenes que evocan. Más allá de las palabras, y más allá de la inspiración.

Los textos que se han usado para esta narración son Ahirbudhnya samhita, Lakshmi tantra samhita, sermón 22 de Majhima nikaya (Sermones medios del buda) y Srimad bhagavata purana, canto X. Se considera que la visión esotérica de la cadena de relaciones que lleva desde la creación del mundo hasta la experiencia de alma personal, que desarrollan el Ahirbudhnya Samhita, y Lakshmi Tantra samhita, y en cierta medida partes del Srimad Bhagavata Purana, están relacionados con el discurso llamado Narayaniya, que Bhishma desarrolla en el canto 66 del Bhishma Parva, en el Mahābhārata. Quien quiera investigar más puede examinar tanto estas fuentes como su propio corazón.

¿Cómo murió Krishna? (Segunda parte)

Dicen que cuando los hombres de su clan se mataron los unos a los otros, en una borrachera salvaje, el príncipe Krishna estaba solo. Se encontraba meditando en el bosque, bajo la mirada de la luna, rodeado de aromas de la tierra y susurros de las plantas.

Entonces llegó a él Daruka, su fiel auriga, para informarle de la tragedia. Y Krishna sonrió, esa enigmática sonrisa que servirá de hilo conductor para las próximas entradas de este blog. Después Krishna ordenó a Daruka que partiera: Lo mandó a convocar al héroe Arjuna, para que viniera a proteger la ciudad de los ataques de los bandidos, que llegarían cuando supieran que en la ciudad de Krishna ya no quedaban guerreros.

Aquella noche terrible, cuando volvió a quedar solo, Krishna caminó hasta el mar, donde vio a su hermano sentado bajo un árbol. Cuando Krishna llegó al lugar Bala Rama, el hermano, abrió la boca y salió de ella una serpiente blanca gigantesca, con mil cabezas, que se deslizó hacia las aguas sin hacer ningún ruido. Y Krishna no se inmutó. La noche seguía tan negra como hacía unos minutos, pero nada era igual. Para el mundo. Aunque para Krishna las cosas marchaban como tenían que marchar. El príncipe se adentró en el bosque hasta encontrar un lugar tranquilo, y allí se sentó, concentrando toda su atención en el interior del cuerpo, meditando en sus dientes, su paladar, la lengua, el cuello, la garganta, el corazón, las arterias y las venas dentro de su corazón. Una sola vez se movió Krishna, pero cuando ya comenzaba a amanecer. Justo en aquel momento pasó por el lugar un cazador, quien según dicen se llamaba vejez (Jara).

El cazador confundió el movimiento del príncipe entre los matorrales con la agitación de una gacela. Disparó, y mató a Krishna.

Así murió el príncipe Krishna, acompañado de su hermano Bala Rama. Pero Bala Rama, dicen, fue la encarnación en la tierra de la serpiente Sesha. Una serpiente infinita (ananta) hecha de todos los residuos (sesha) de la realidad. Una serpiente compuesta por los restos encadenados de todo lo que ha existido alguna vez, y todo lo que existe, que se desliza lenta y velozmente a la vez, infinitamente, en todas partes. Y sobre esta serpiente descansas tú, que lo permeas todo (vishnu), Oh Krishna. Porque, aunque la historia cuente que moriste, todos sabemos que “tus manos y tus pies alcanzan todas las direcciones, y tus ojos, cabeza y caras miran hacia todas partes[1]”.

Esta historia responde, en parte, a la pregunta de una lectora de este blog, quien preguntaba cómo murió Krishna. Pero queda más por responder: ¿Por qué Krishna atrajo la maldición letal sobre su propio clan? ¿Y por qué sonríe? De esto seguiremos hablando en la próxima entrada y así, por partes, seguimos profundizando en el tema de este año de Respirar el Mahābhārata, que es cómo llegar a Krishna sin confundirse.


[1] Cita del canto llamado Anu Gita, una “segunda Bhagavad Gita” que se encuentra en el capítulo del Mahābhārata llamado

Sexto año, el año de Krishna

 Esta es la historia de lo que ha pasado con la humanidad hasta ahora: El Mahābhārata.

Para contárnoslo, esta gran historia usa otras muchas historias pequeñas, como el relato del encuentro de un hijo del viento, Bhima, con Hanuman, otro hijo del mismo elemento.

Bhima ha oído hablar de Hanuman. Ha oído contar las hazañas de Hanuman y cómo ayudó al príncipe Rama a encontrar su amada Sita, quien había sido secuestrada en el jardín del palacio de una ciudad dorada, construida sobre una isla.

-He oído- dice Bhima – que para llegar a la isla lo hiciste de un salto. Te volviste gigante y saltaste con tanta fuerza desde la costa, que aplastaste la montaña que te aguantaba. ¿Podrías mostrarme esa forma tuya? ¿La que tomaste aquella vez? Pero la respuesta de Hanuman es negativa. Vivimos dentro de una secuencia de eras (yuga), que se suceden como una rueda. Una era perfecta, degrada inevitablemente a otra menos perfecta, que deriva en otra era peor, que deriva en otra era terrible, de la cual renace de nuevo otra era perfecta, la cual degrada en una era un poco peor, etc.

Entre era y era las normas físicas cambian ligeramente. Así se lo explicó Hanuman a Bhima. Hanuman es inmortal y sobrevive a los cambios de era, pero su forma cambia. Su famoso salto, Hanuman lo dio en una era anterior a la de Bhima, y Bhima no podría ver con los ojos de su era el cuerpo que Hanuman tuvo en otra anterior.

Y esta es una bella manera de hablar del pasado. Lo que pasó (itihasa) ya no se puede volver a ver. Se puede contar, pero contar no es ver. Así es el pasado, nunca se puede ver, y cuando se cuenta viene envuelto de confusión. ¿Cómo contar, por ejemplo, la separación de una pareja? ¿Quién se separó de quién, y en qué momento? ¿Cuándo empieza una separación? ¿Es posible marcar ese instante de manera objetiva, en la narración que nos hagamos del pasado? ¿O cómo contar un enamoramiento pasado? ¿En qué momento ocurre?

Y esto no significa que no haya una verdad y todo discurso sea relativo, sino algo más sutil e interesante. El Mahābhārata nos narra lo que le pasó al mundo, antes de que comenzara esta confusión que nos afecta, pero por mucho que nos lo cuente nunca lo podremos ver. Porque el Mahābhārata pasó en una era anterior a la nuestra. Toda representación de algo que ya ha pasado será interpretación.

Hasta aquí la introducción. Pero de lo que quiero hablar es de Krishna, y del sexto año de Respirar el Mahābhārata.

Krishna aparece en el Mahābhārata. Forma parte del entramado de personas que participaron en esa gran guerra que significó la caída de la era anterior a la nuestra. La guerra de la que habla el Mahābhārata.

<<Yo renazco siempre que el dharma esté en peligro>>, dicen que dijo Krishna. Krishna es la luna entre los luceros nocturnos, un príncipe entre campesinos, y un dios entre los guerreros, en la campo de batalla. Pero teniendo en cuenta de que por mucho que hablemos de Krishna, no lo veremos con los ojos de la era que lo vio, quiero dedicar este sexto año de Respirar el Mahābhārata a profundizar en la pregunta de ¿quién fue Krishna?

Cuando la guerra del Mahābhārata estaba apunto de comenzar Krishna no quiso tomar bando. Dio a elegir a los contrincantes entre dos opciones: los ejércitos que tenía bajo su mando, o a él. Un bando podría quedarse con todas las tropas y armas que comandaba Krishna, y el otro lo tendría a él entre sus filas, aunque sin luchar. Y claro que, sabiendo que Krishna es Dios nacido en la tierra, la elección correcta es él, y no sus ejércitos. Pero esta opción, si se nos presentara hoy, ¿sabríamos reconocerla?

¿Reconocería yo hoy, en esta era de la confusión, a Krishna si tuviera que elegir entre él y sus armas? Tengo la sensación de que esta elección se me presenta a diario, y varias veces. Y no sé si siempre la sé ver. ¿Cómo ver a Krishna, si se nos presenta, con los ojos de nuestra era? Ese será el hilo conductor de la indagación de este año que comienza: El sexto, de Respirar el Mahbharata, una performance de 12 años dedicada a la narración del Mahābhārata. Estoy muy contento de haber podido estrenar el espectáculo preparado durante el particular y convulso quinto año, con la actriz y cantante Gisele Cornejo y el director Toni Cots. Un espectáculo en versión presencial y en versión online, que todavía no ha terminado. El próximo domingo 20 haremos el último encuentro online de Respirar el Mahābhārata 5, una narración ritual del Mahābhārata y un taller sobre el Mahābhārata a la vez, que se repetirá en el futuro, tanto en formato presencial como online, si los dioses lo permiten.

El misterio del Mahabharata

Pronto se estrenará el quinto espectáculo de Respirar el Mahābhārata, la performance de 12 años basada en el Mahabharata.

Ya han pasado cinco años de vida terrestre desde que decidí relacionarme a diario con el Mahābhārata. Hace cinco años que leo y releo el Mahābhārata; lo medito, lo narro (por partes), consulto en foros y comparo comentarios, artículos y videos, pero que sigo en el mismo lugar: Abrumado, y maravillado, ante algo que no sé cómo definir.

Ya he escrito en otras ocasiones que el Mahābhārata no es un objeto; el Mahābhārata supera a quien lo pretende estudiar. El Mahabharata devuelve, reflejadas, las proyecciones emocionales y mentales de quien entra en él. Los primeros estudiosos europeos que se encontraron con el Mahābhārata, a mediados del siglo XIX, pensaron que un cuerpo tan vasto de texto debía ser una colección de añadidos provenientes de épocas distintas; el Mahābhārata sería probablemente un puzle de distintas fuentes, porque una empresa tan grande, una cantidad tan grande de material, no podía ser fruto de una sola generación. Y dado que la visión espiritual que encontramos en el Mahābhārata es plural, admitiendo incluso disparidades entre lo que sus personajes predican y aquello que practican, se ha visto en esa pluralidad incongruencia, probablemente debida a una modificación de los patrones originales. Se ha interpretado, con distintos matices, que la obra que nos ha llegado con el nombre de Mahābhārata es una modificación de otro texto más antiguo, un trabajo de propaganda político-religiosa a favor de la corriente devota de Vishnu que se impuso a un sustrato de texto anterior, devoto de Shiva y heredero de una praxis influenciada por el budismo (Macdonell y Keith).

Se ha desgranado también el Mahābhārata en secciones: la narración de la guerra se ha identificado con el texto original de la obra, al cual fueron añadidos posteriormente suplementos foráneos, primero míticos y después didácticos, a manos de una casta de sacerdotes con intención de difundir su doctrina (Hopkins). En concreto, se postula, por los Bhargava, un clan de sacerdotes guerreros, que estaría interesado en promulgar una visión existencialista de la batalla (Fitzgerald).

Entre aquellos que han visto el Mahābhārata como un todo coherente, en lugar de un ensamblaje de modificaciones con intenciones contradictorias, hay quien ha leído en él una expresión narrada de la visión del pueblo indoeuropeo prehistórico (Dumézil), una exposición narrada de la esencia la devoción hindú (o Bhakti) (Biardeau) o una reflexión narrada sobre las múltiples lecturas que puede tener la realidad (Adluri).

Los comentadores medievales indios, en general, se han referido al Mahābhārata como una lectura con cualidades medicinales, que produce una relajación existencial. Según una de las líneas principales de interpretación, el Mahābhārata consigue esta inspiración interior mediante conceptos contrastados; como si de una reverberación poética se tratara (Ānandavardhana).

Y todo esto me devuelve al mismo lugar. ¿Qué es realmente el Mahābhārata? Quizá, quienes vemos en el humano al animal que se organiza en sociedades, en comunidades que se apoyan en un lenguaje común, leemos en el Mahābhārata la exposición de un programa político, y quienes anhelamos entregarnos a la pasión por la vida encontramos en el Mahābhārata un mapa del sendero hacia la devoción y la pasión plena por la existencia. Así también, los que tenemos pasión por la narración, la poesía y la arquitectura de la inteligencia, pero hemos dejado de creer en la capacidad de la mente y los sentidos para reflejar adecuadamente la plenitud de la realidad, vemos en el Mahābhārata un relato intencionadamente poliédrico, que nos inspira a ir más allá de la palabra.

El Mahābhārata es vasto como el mundo. No se puede definir de una manera determinada. ¿O acaso se podría decir si el mundo es bueno o malo? ¿El mundo es un parque de atracciones en el que corremos, como niños sobre estimulados, para transitar los mayores placeres y las experiencias más intensas? ¿El mundo es un campo de batalla en el que luchamos para proteger nuestra vida? ¿la de nuestra familia? ¿la de nuestro clan? ¿Un tablero sobre el que nos jugamos la eternidad o la extinción? ¿Un paseo sin rumbo? ¿Un viaje que no termina nunca? ¿Una tragedia? ¿Un misterio? ¿O todas estas cosas juntas?

Tal vez, lo que asemeja al Mahābhārata al mundo sea precisamente su amplitud. Tantas páginas, con tantas historias, y tanta enseñanza ética, filosófica, esotérica y poética. No solo la calidad sino la cantidad, es inabarcable. Siempre que uno quiera hablar del Mahābhārata, incluso pensar en él, se le escapará algo. Como el mundo, que a cada instante puede parir un punto de vista nuevo.

¿Y cómo se posiciona uno en esto? No olvidemos que cualquier narración y cualquier lectura sigue un punto de vista. La selección de material, el tono e incluso el lugar y el momento en el que se comparte el Mahābhārata, refleja un posicionamiento. Y ese posicionamiento, a estas alturas, ya está hecho. Quizá siempre lo estuvo, desde antes de conocer al Mahābhārata incluso. Ahora queda reconocerlo.

Esta es la última entrada de este quinto año de Respirar el Mahābhārata. La próxima entrada será, como los años anteriores, un manifiesto escrito desde mi visión personal, sin apoyarme en ninguna cita del Mahābhārata, que exprese lo que más importante me parece este año, en cuanto a este acto artístico ritual de 12 años.

Las fechas y la información sobre dónde reservar para inscribirse para el quinto espectáculo, que será online, se puede consultar en el apartado de Cursos y espectáculos, en este mismo blog.

Bibliografía

Adluri, Vishwa Frame Narratives and Forked Beginnings: Or, How to Read the Ādiparvan.Journal of Vaishnva Studies 19.2, 2011

Ānandavardhana, The Dhvanyaloka of Ānandavardhana with the Locana of Abinavagupta. London, 1990

Biardeau, Madeleine Études de mythologie hindoue I: cosmogonies purániques; Études de mythologie hindoue II: bhakti et avatāra. Pondichéry, 1994.

Brockington, J. L. The Sanskrit Epics. Leiden, 1999

Dumézil, Georges. Mito y epopeya, I. La ideología de las tres funciones en las epopeyas de los pueblos indoeuropeos. México, 2016

Fitzgerald, James. “The Rāma Jāmadagnya Thread of the Mahabharata: A New Survey of Rāma Jāmadagnya in the Pune Text.” Mary Brockington, ed., Stages and Transitions: Temporal and Historical Frameworks in Epic and Puranic Literature, Proceedings of the Second Dubrovnik International Conference on the Sanskrit Epics and Purānas. Zagreb, 1999

Hopkins, E. W. The Great Epic of India. Calcutta, 1969

Macdonell, Arthur y Keith, Arthur, Vedic Index of Names and Subjects. London, 1912.

Las armas de los Pandava, las armas de la vida

<<Le sorprendió un brillo fiero, imposible de imaginar, parecido al reflejo del sol sobre los cuerpos celestes, que nunca se debe observar directamente.

Cuando desenredó las mortajas lo asustó la agresividad de las armas como si hubiera destapado un atado lleno de serpientes vivas. El vello de su piel se erizó, y cuando tocó los arcos, gigantes como la bóveda celeste, dijo:

-Este arco vale miles de cofres llenos oro. Está labrado con mil ojos que se abren en todos los rincones.

¿A quién pertenece?

Este arco tiene acabados excelentes, es extremadamente ligero y fácil de sostener; los colmillos de elefante de los que está hecho devuelven un reflejo dorado. ¿A quién pertenece?

El espacio interior de este arco está adornado con sesenta luciérnagas en patrones dorados. ¿A quién pertenece?

El lustre de este arco increíble es cegador. Los rayos de tres soles dorados lo decoran. ¿A quién pertenece?

Este arco supremo está cubierto de oro y piedras preciosas incrustadas. Lo decoran relieves en forma de saltamontes. ¿A quién pertenece?

Estas mil flechas de hierro son transportadas por plumas y tienen las puntas cubiertas de oro y plata. La aljaba que las guarda es dorada. ¿A quién pertenecen?

Estas flechas son anchas; tienen plumas de buitre y han sido afiladas por piedra. ¿A quién pertenecen?

Estas flechas están hechas completamente de hierro y son amarillas, como el color de la cúrcuma. Tienen puntas supremas. ¿A quién pertenecen?>>

¿A quienes pertenecieron esas armas? ¿Qué tienen que ver las luciérnagas que centellean en la noche con los soles que brillan diseminados por el cosmos como miles de pupilas ardientes? ¿Y las flechas de hierro con las plumas de buitre?

<<-Este arco supremo, que lleva la empuñadura decorada con luciérnagas, pertenece a Yudisthira, el hijo del orden cósmico. El arco radiante con los soles dorados es el arma de Nakula, él y su hermano gemelo, Sahadeva, el dueño del arco decorado con áureos saltamontes, son hijos del ocaso y el amanecer, de las transiciones gemelas de esta realidad que percibimos. Hijos de los Ashvin, los dioses gemelos.

Estas miles de flechas son afiladas como en veneno de las serpientes y pertenecen a Arjuna, el hijo de Indra, el dios que gobierna los sentidos. La energía de esta flecha deslumbra en la batalla y nunca se terminan.

Estas flechas destruyen a los enemigos y pertenecen a Bhima, el hijo de Vayu, el aliento vital. Son anchas y tienen forma de luna creciente.

Estas flechas son amarillas y tienen filos dorados; pertenecen a Nakula. Han sido afiladas sobre la piedra y se guardan en una aljaba que lleva la marca de cinco tigres. Con esta aljaba Nakula conquistó el oeste.

 Estas flechas que brillan como el sol y están completamente hechas de hierro pertenecen al inteligente Sahadeva. Están decoradas y son capaces de actuar. Y estas flechas grandes son amarillas, de filo ancho y pertenecen al rey, al hijo del dharma: el ritmo cósmico del universo. Llevan mechones dorados colgando y se componen de tres partes.

Esta larga espada tiene la marca de una abeja por delante y por detrás. Es firme, y capaz de soportar grandes presiones. Ha sido usada por Arjuna en la batalla.

Esta espada que es especialmente larga tiene una funda hecha de piel de tigre y pertenece a Bhima; es divina y capaz de soportar grandes resistencias. Causa terror entre los enemigos.

Esta espada excepcionalmente larga tiene la empuñadura dorada y pertenece al inteligente Yudisthira, el rey del dharma.

Esta espada firme es capaz de aguantar grandes cargas y pertenece a Nakula; es colorida y su funda está hecha con la piel de un animal de cinco uñas.

Esta espada gigante se guarda en una funda hecha de piel de vaca y pertenece a Sahadeva. Es firme y aguanta cualquier dificultad.

Estas son las armas de los cinco hermanos de alma extensa, los hijos de los dioses; son rápidas, están decoradas con oro y resplandecen en su belleza. (Mahabharata. Go Grahana Parva, 14-16>> ¿Pero dónde están ellos?

¿Dónde están los protagonistas de la guerra con la que terminó la era anterior. La era en la que todavía se podía hablar con algunos árboles, cuando las sombras tenían cara, nombre, y cantaban sus historias?

Los colores de la piel de la vaca, el oro y los sentidos por los que se expresa la sinfonía del pulso universal (el latido que regula el zumbido de cada panal de abejas y lo acompasa con el rumor de la vida terrestre). Depredadores y ganado; plantas, insectos, astros, y la belleza que se engarza en la mirada humana.  Miles de años de esta mirada nuestra sobre la tierra. Poco tiempo, para los minerales, muchísimo, para una flor. Miles de años de poesía bajo las estrellas, entre exilios y guerras. Miles de años de cantos de los supervivientes de cada generación. Sobreviviendo a nosotros mismos, a nuestros excesos y furias; a nuestras ambiciones. A nuestra violencia.

El Mahabharata cuenta algo que sabemos todos: que venimos de la guerra. De alguna guerra. Guerra civil o guerra mundial. Guerra colonial o guerra de liberación. Todos tenemos heridas que curar. Restos de dolor que flotan entre los valles del planeta como luciérnagas en la oscuridad. Y los dioses nos llaman, para que no nos dispersemos en la noche.

Así me siento. Así consigo expresar en estos momentos el paso por este voto de narrar el Mahabharata en doce años. Veo una dirección, no me siento confundido, pero no comprendo muy bien el lugar por el que estoy pasando. Espero que como lector te haya aportado alguna inspiración interesante, y si quieres ver otra manera de narrar el Mahabharata puedes mirar en el canal de youtube que uso para subir las grabaciones de los encuentros en vivo que he venido haciendo cada martes en FB e IG. En estos vivos estoy explorando los aspectos de la narración que el formato escrito no permite.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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