Como bien dice la canción de Silvia Pérez Cruz: Nombrar es imposible. Porque todos sabemos, o intuimos, que la realidad no se puede nombrar de verdad. Las palabras nunca son suficientes para definir la realidad última de las cosas – Tal vez porque las palabras, y las historias que con ellas contamos, nunca han tenido esta función.

A veces más que otras, pero en el fondo siempre, sabemos, que el silencio es lo más auténtico a lo que podemos llegar. Estar en silencio con otra persona es lo más cerca que podemos llegar, pero hablar es divertido. Hablar del vecino, de nuestros recuerdos de fantasías, planear utopías y atentados o protestar y quejarnos juntos, crea mapas ilusorios de la realidad. Palacios invisibles. Fronteras que no se pueden ver y puertas de acceso que conectan mundos improbables.

Las palabras están hechas para compartir. Se disfrutan más cuando se comparten con alguien que las comprende. ¿Qué pasó cuando empezamos a dibujar las palabras para grabarlas en arcilla? ¿Para quién comenzamos a escribir, aquella noche iluminada por la luz de las antorchas? ¿Quién esperamos que nos responda?

¿Un rey ciego? ¿O su hermano albino?

¿Tal vez guerreros fornidos, hijos de dioses? ¿O su esposa de piel negra, con su larga cabellera y mirada llameante? ¿O Krishna, con una sonrisa divina de satisfacción? Porque si no ellos, tampoco lo harán humanos del futuro, quienes todavía no están aquí.

¿Qué significan las normas que un patriarca moribundo transmite al último rey de una era que no volverá? Porque de esto va toda la tercera parte del Mahabhabharata: de dos mil y pico páginas que vuelan al viento, si no se discuten en tiempo presente. Si no se plantean de verdad. Si no se cuestionan. Si no se ponen al examen de la empatía, y de la realidad.

Poner un texto en contexto histórico es interesante, pero es como esconderse detrás de un monóculo.  Es cubrir al texto con más texto; solo nos aleja del lector, que somos nosotras. Nos convertimos en historia, fronteras, ruinas y arqueología, reinos, dinastías, revoluciones, intereses económicos y diagnosis psicológicos. Pero -¡Un momento!- ¿Acaso no es todo eso el Mahābhārata?: ¿Un intrincado entramado de relatos dinásticos, políticos, psicológicos y metafísifcos?

El contexto del Mahābhārata es hoy. Todos formamos parte de él, porque desde un primer momento el Mahābhārata se muestra abiertamente como un relato y nada más: Se trata de las respuestas que el rey Janamejaya recibió a todas sus preguntas, durante el ritual que organizó para destruir las serpientes, en el origen de nuestra era. Quien lo cuenta es alguien que las oyó, y quienes las ponen por escrito somos nosotros, los que oímos a alguien contar lo que dijo el que oyó las respuestas que se le dieron al rey Janamejaya. Todo este relato somos.

Ya no estamos intentando nombrar nada, esto es imposible, sino que repetimos, compartimos, los mundos imaginales que habita el silencio.

Mundos huidizos y efímeros, como la bondad, la verdad, la justicia y lo correcto. Son breves como un relámpago entre las nubes. Dura más el recuerdo que lo que realmente pasó. Así son nuestros palacios transparentes.  

Fuente de la imagen: colección de Claus Jochen.