¿Qué es más real, lo subjetivo o lo objetivo?

La historia bíblica del llamado a Abraham para sacrificar a su hijo Isaac, igual que la historia del rey Harishchandra que vengo compartiendo en las entradas anteriores de este blog, remiten ambas a un punto de intersección en el paso el sacrificio humano/animal, al ritual simbólico.

En la historia del rey Harischandra el monarca desea tener descendencia y el dios Varuna le promete cumplir su deseo, con la condición de que se le ofrezca en sacrificio al primogénito. Y a partir de ahí podemos reconocer en la historia un juego de contrastes entre la dimensión transpersonal y la experiencia subjetiva personal: Cuando el rey ve nacer a su hijo queda prendado a él como individuo y es incapaz de sacrificarlo, a pesar del prospecto de tener más descendencia después. El rey suplica, una y otra vez, pasar por los ritos de nombramiento del hijo, del primer corte de pelo, de su introducción en sociedad y de su primera instrucción espiritual. El argumento del rey/padre es que hasta que su hijo no pase por esos ritos no sería una persona completa, y por tanto el sacrificio no sería real, porque no estaría sacrificando realmente a su hijo, como pedía el dios, sino a un ser anónimo. Porque detrás de estas palabras se esconde, primero, el intenso lazo emocional de padre a hijo, y segundo, la pregunta que subyace a esta historia, y también al Mahābhārata; y que es parte de la motivación del voto de 12 años que ritualiza este blog: ¿qué es lo que hace que el humano sea humano?

Cuando el hijo del rey Harischandra llegó a la edad de recibir su instrucción espiritual fuera de casa, en la preadolescencia, decidió huir para salvar su vida – otra decisión con motivación subjetiva, que contrasta con el deber universal (sobre esta decisión escribí algo en la entrada pasada)

El rey Harishchandra fue maldito entonces con la enfermedad de la gota, por haber fallado al dios Varuna en sacrificar a su primogénito, y, desesperado por el dolor, recurrió a un recurso extremo: Un brahmán (sacerdote) del reino aceptó vender su hijo mediano para ejecutar el sacrificio.

Los sacerdotes reales dictaron que un hijo comprado se convierte en un hijo legítimo, por tanto apto para sacrificar, y encontraron a un brahmán empobrecido, desesperado por poder alimentar al resto de su familia. El brahmán aceptó vender a su hijo Sunashepa pero este, una vez atado al poste sacrificial, lloró con tanta angustia que ninguno de los sacerdotes reales fue capaz de llevar a cabo el sacrificio – de nuevo por la conexión empática, y subjetiva, con la víctima-. Y, en aquel momento, uno de los sacerdotes dirigió al rey unas palabras que hablaban, una vez más, de la bisagra entre el sacrificio literal y el simbólico: “Lo que está escrito sobre los sacrificios animales está pensado para las personas con inclinación hacia los objetos de los sentidos, para atraerlos hacia la vida ritual (…) Quien compadece a todos los seres, se contenta con lo recibido y calma sus sentidos, agrada a la divinidad”.

El equilibrio entre lo personal y lo transpersonal es sutil. El contexto en el que se expresa el dilema del sacrificio humano de Sunashepa, la victima comprada, parece ser el de una sociedad basada en el ritual estricto, pero resulta que dentro de toda esta transpersonalidad la compasión tiene suficiente peso como para transgredir la norma – “para agradar a Dios”, ¿Porque, qué sentido tiene el ritual cuando deja de agradar a Dios?

A continuación la historia cambia ligeramente de dirección: el rishi Vashishtha y su competidor Vishvamitra se encontraron en los cielos de Indra y discutieron sobre los logros del rey Harishchandra. Es decir, de sus méritos personales: Vashishtha defendía que el rey había sido justo y ecuánime con sus súbitos, mientras Vishvamitra opinaba que había sido un tramposo, que engañó al dios Varuna. Así empezó otra historia con ecos bíblicos, en este caso con la historia de Job, cuando Vishvamitra apostó todos sus méritos místicos con Vashishtha a que demostraríala maldad del rey Harishchandra acosándolo con una vía tortuosa de calamidades:

Vishvamitra creó un demonio en forma de jabalí que empezó a destruir los bosques del reino. El rey organizó una partida de caza para atrapar al monstruo, pero la ferocidad del enfrentamiento lo dejó aislado de sus soldados y extraviado. Entonces Vishvamitra se apareció ante él tomando la forma de un eremita renunciante, ofreciendo al rey solaz, baño y consejo. Harishchandra quedó profundamente agradecido y ofreció regalar al ermitaño “lo que le pidiera”. Así que Vishvamitra creó la ilusión de un chico y una chica jóvenes, y dijo a Harishchandra que para casar a aquella pareja le pedía como regalo de bodas el reino entero. Harischanddra aceptó, para ser fiel a su palabra, con el convencimiento de que aquello era lo último que podía perder, pero Vishvamitra añadió entonces que como impuesto por la transacción el rey le debía también dos medidas y media de oro, quedando así Harischandra en deuda con Vishvamitra, porque sin su reino ya no tenía ningún tesoro del que extraer aquella cantidad.

Por compasión por él, y para que su marido no tuviera que faltar a su palabra, la esposa de Harischanra le propuso entre lágrimas que la vendiera a ella como criada, y pagara así su deuda. Un sacrificio hecho por amor, que afectó tanto al rey que se llegó a desmayar. Por amor a su esposa, el rey se negaba a ponerla en venta, pero oír como lloraba de hambre su hijo (quien había vuelto de su escondite) hace que los dos se decidan. Otra vez, el poder de la empatía personal frente al deber de defender el reino.

Entonces Harishchandra, muy a su pesar, anunció en un cruce de caminos que estaba vendiendo a su esposa, y Vishvamitra, de nuevo, fue quien apareció en el lugar, en forma de un anciano esta vez, buscando una criada para todas las labores del hogar. El anciano procedió a dejar su pieza de oro en el suelo y llevarse a la reina tirándole del pelo, pero el hijo se puso a llorar de pena. El dolor de madre e hijo (personal, subjetivo, único) era tan intenso que ella suplico y convenció al anciano de comprar también al niño, alegando que no sería capaz de concentrarse y trabajar.

Antes de partir, la reina prometió al rey que se volverían a ver, y Harischandra dijo que el dolor de perder a su hijo y esposa era superior al del exilio y la ruina. Pero lo pagado por la reina y el príncipe no sumaba la deuda de Harishchandra y como no tenía otra manera de pagar, aceptó que  Vishvamitra lo vendiera a Yama – el dios del dharma, u orden universal, así como el guía de las almas entre los mundos- quien, para la ocasión, había tomado forma en este plano la forma de un hombre con el pelo enmarañado y la barriga caída, dientes largos y que emitía un olor asqueroso.

Vishvamitra recibió del extraño individuo riquezas incontables y la deuda del rey quedó saldada, pero Harishachandra tenía de servir a su nuevo amo, recogiendo pedazos de mortaja en un crematorio donde escuchaba durante todo el día el llanto de familiares y amigos lamentando la partida de sus queridos. Entre la descripción de los cuerpos quemados desintegrándose y los gritos de desesperación volvemos a ver el contraste entre la vida vista como proceso biológico y el poder de las relaciones personales.

Como dice Jana Rasó, psicóloga, arte terapeuta y formadora de yoga: la repetición es algo que sucede y sucede, y sucede, de manera que puede ser automática: como una muletilla de consciencia, como cuando repetimos la lista de compras de camino al supermercado para no olvidarla– Eso que decimos que somos, es una repetición de elementos. Repetición de gustos, patrones y recuerdos que llamamos “yo”. Repetición de patrones que llamamos “hijo”, “pareja”, “padre o “madre”. Y cuán importante es esta repetición.

Una experiencia – continuando con la cita de Jana Rasó- es el poder estar presente a las sensaciones que provoca (o suceden) en una acción concreta – Y ahí está la importancia de prestar atención a la experiencia de la repetición personal. En la tensión entre la conceptualización de lo transpersonal, y la experiencia de lo personal, por muy ilusoria que esta sea, está el poder de la vida.

Todo fenómeno es una condensación de repeticiones en el tiempo. La vida de un ser sensible es la condensación de un soplo en el tiempo. Mientras el soplo dura se repiten los ecos de un ser, cuando el soplo pierde fuerza se dispersa la vida en recuerdos, historias, grabaciones… hasta la disolución total. ¡Pero cuán importante es este paso por el tiempo!

Cuando se pierde el camino aparece la virtud;

Cuando se pierde la virtud, aparece la humanidad;

Cuando se pierde la humanidad, aparece la justicia;

Cuando se pierde la justicia, aparecen los ritos.

Pues los ritos

Son lo superficial de la lealtad y la fidelidad,

Son el origen del desorden.

(…)[1]

Pero el Mahābhārata nos dice que es itihasa (“así pasó”):  nos está recordando que no es de palabras de lo que nos está hablando, sino de “lo que pasa”, y no son “personajes” los que mueren en él, sino seres como nosotros, diferentes, pero auténticos, que exceden las palabras y las clasificaciones.

El Mahābhārata parece un proceso de aprendizaje, para vernos en la mirada de ese campo (kshetra) de pluralidad, donde lo subjetivo es tan real como lo objetivo, y el equilibrio entre ellos es un delicado y precioso instante. En este instante se esconde la verdad (Satya) que secretamente anhelamos.

El Mahābhārata, esta gran historia de la humanidad, habla de la caída desde la verdad hasta el desorden, y del renacimiento de la verdad en el desorden. El ritual es una misteriosa bisagra que confunde, y a la vez recuerda de dónde venimos y a dónde queremos volver.

Dentro de quince días compartiré el final del calvario de Harischandra y su esposa, con otra respuesta original a la pregunta de qué es la repetición, y qué es la experiencia. Mientras tanto, si te interesa bucear en la vivencia física e estas historias maravillosas te recomiendo dar un vistazo al curso que estoy ofreciendo gracias a la escuela Equilibrium Yoga.

Información: La mitología como viaje interior


[1] Daodejing 38, citado por Chantal Maillard en Las venas del dragón, Confucianismo, taoísmo y budismo, Galaxia Gutenberg, 2021, pg106

Rituales de paso

Una experiencia es algo que cala muy hondo y, aunque sea algo que no entiendas enseguida, vuelve; y al volver, da sentido a algo que puedas estar redescubriendo, pero en su momento no supiste reconocer como algo que dio sentido al hecho de hacer, o de estar, o de vivir. Una experiencia puede pasar desapercibida a nivel mental, pero aflorar después y convertirse en una experiencia, para dar la sensación de estar repitiendo algo que estemos viviendo[1].

Lo que experimentamos no es lineal, es algo que tiene muchos planos, y a veces los planos se encuentran. De repente algo hace que aquello que había pasado vuelva a aflorar, pero como ya estamos en otro lugar, en otro momento de nuestra vida, eso que ha vuelto a aflorar nos llega como una experiencia. No como un déjà vu, sino como algo que nos hace conectar con alguna memoria profunda. Quizá una memoria nuestra, o quizá otro tipo de memoria…

…Cuando Harischandra, el hijo de Trishanku (el rey de quien terminé de hablar en la entrada anterior) se encontró con dificultades para tener hijos acudió a Vishvamitra, y Vishvamitra le recomendó meditar a solas en el bosque sobre el dios Varuna.

Entonces la atención del rey volvió hacia la libertad original (Aditi), madre de todos los dioses. Y vio el tiempo, que hace fluir todas las aguas. El tiempo, que hace que salga leche de las ubres, y florezcan las plantas. Ante su mirada interior, el rey Harischandra vio como el tiempo lo controlaba todo, sin derramar una gota de sangre.

El rey vio en las profundidades de su cuerpo como Varuna desplegaba las dimensiones del habla y el ritual, y abría los caminos para que pasara el sol.

Vio los ojos de Varuna, brillando como las estrellas de la noche, observando el ímpetu de cada persona, y vio la disponibilidad de Varuna para acudir a toda suplica sincera[2].

Entonces llegó caminando un anciano con su bastón, vestido como un asceta peregrino.

El anciano paró ante el rey y se presentó como Varuna, el dios de las profundidades, guardián de la dirección cardinal del ocaso.

-Si quieres tener descendencia, deberás sacrificar para mí a tu primogénito.

Poco después la reina quedó embarazada y hubieron grandes celebraciones en la corte, con generosas donaciones fluyendo hacia todos los súbitos.

El día del nacimiento del príncipe primogénito, el mismo anciano mendicante apareció en la corte, pero el rey le dijo que antes de tener nombre es como si el bebé no hubiera nacido, y pidió a Varuna que volviera en un mes, cuando terminara la ceremonia de nombramiento del hijo, quien recibió el nombre de Rohitashva (caballo rojo).

Ese día volvió Varuna.

Pero el rey dijo al dios que su hijo no tenía dientes, y eso lo hacía inepto para ser sacrificado.

Cuando aparecieron todos los dientes del hijo Varuna volvió, pero Harischandra le pidió que esperara a que le hicieran el primer corte de pelo, porque hasta entonces todavía no llegaba a ser un niño.

-¡No pongas más excusas! Gritó Varuna con los ojos enrojecidos de furia. Es el apego al amor filial lo que te impide cumplir con tu palabra, y con el destino del niño. ¡No te confundas!

El día de la ceremonia del primer corte de pelo del príncipe, Varuna apareció usando la forma del mismo asceta renunciante. El rey cayó de rodillas ante él, y después de recibirlo con ofrendas, honores e himnos laudatorios, el rey dijo a Varuna que “como bien sabría”, la infancia se completa con el rito de paso (upanayana) en el que el niño recibe el cordón sagrado y los deberes de un ser humano adulto. Es entonces cuando está preparado para las enseñanzas espirituales, y para plantearse su participación en el mundo. Un humano sacrificado antes de ese momento no sería una ofrenda valida.

-No deberías mentir, no es propio de tu linaje – dijo Varuna, pero se apiadó de la angustia del rey, y acordó volver cuando el niño cumpliera diez años, y recibiera el cordón sagrado (upavīta).

Varuna se mostró enfadado, pero aceptó esperar, una vez más. De esta manera el rey y la reina ganaron unos años de tranquilidad, pero a medida que se acercaba la ceremonia de paso su angustia fue en aumento. Y el día del recibimiento del cordón sagrado, y de la entrada del príncipe al mundo adulto, por supuesto que Varuna acudió.

De rodillas, y con la cabeza postrada ante los pies del anciano, el rey suplicó con todas sus fuerzas.

-Deja que nuestro hijo termine la formación con su gurú. Como bien sabes, el inicio de la vida adulta debería hacerse con un período de formación con el maestro espiritual de la familia. Te lo suplico, no dejes que mi hijo abandone este mundo sin conocer, por lo menos, la manera de liberarse de las ataduras del miedo a la muerte.

Y para Varuna diez años o diez segundos tienen un peso parecido. Lo importante es el cumplimiento de la palabra, y era este límite con el que el rey Harischandra estaba jugando, con el de no llegar a cumplir su palabra.

Varuna aceptó esperar un poco más, avisando al rey de que no intentara evitar su destino. Pero, durante su formación fuera de casa, en las instalaciones (ashram) para la instrucción de su gurú, el príncipe, que era un niño inteligente, pensó en las idas y venidas de Varuna que había presenciado a lo largo de su vida. El príncipe entendió la situación y, asustado, huyó, para salvar su vida.

Cuando terminó el período de instrucción del príncipe Varuna entró al palacio caminando, en el cuerpo del mismo anciano delgado, pero se encontró al rey solo, avergonzado, anunciándole que el niño había desaparecido.

Y dado que Varuna está relacionado con las aguas, castigó al rey con la enfermedad de la gota. Pero ya volveremos al rey Harischandra, en próximas entradas, y también terminaremos la historia de su hijo, Rohitashva.

Esta historia recuera, entre otras cosas, que los rituales con los que marcamos el paso de la vida no nos evitarán que esta termine. El hijo del rey, igual que el rey, tendrá que entregar su cuerpo de todas maneras, haga lo que haga. Igual que todos nosotros. Pero, sin embargo, repetir estas ceremonias es importante. La repetición es algo que en sí mismo no se puede reproducir; a medida que repites vas transformando lo que pasa – por lo tanto no hay algo que esté igual. Cuando intentamos repetir una experiencia la manera como la entendemos nunca será la misma dos veces, porque hay algo de nosotros que cambia. Reconocemos que hay algo que se repite, algún tipo de memoria, o sensación, está ahí, pero la manera como lo vivimos es siempre algo que es diferente a como lo estaremos viviendo en el momento. Por otra parte, el ejercicio de repetir es importante porque te obliga, o te permite, ser concreto – y al ser concreto algunas cosas se destilan: hay cosas que quedan y permean, y nos van transformando, y otras que puedan quedar atrás y desaparecer.

¿Qué es lo que permea, y queda, de todos estos rituales de transición, que se repiten generación tras generación, de manera más o menos consciente?

Todos terminamos desapareciendo en las profundidades de la noche, o en las aguas de Varuna, si se quiere. ¿Qué es lo que queda, de generación en generación? No sé si es algo que se pueda expresar con palabras. O no de manera directa. Por esto son tan útiles estas historias, que hablan de eras antiguas con formas extrañas, pero que a la vez nos son tan cercanas como la sangre que se arremolina en nuestro corazón.

En la próxima entrada seguiremos con la historia de Rohitashva, el hijo que escapó, y más desventuras de Harischandra, en busca de más claridad en este bosque de experiencias y vivencias que se repiten y hacen eco entre sí.


[1] Quien ha respondido en esta entrada a la pregunta ¿Qué es la repetición?, y ¿qué es una experiencia?, ha sido Toni Cots, maestro, viajero y experto en teatro espiritual y el uso tradicional del cuerpo y la máscara como conexión entre mundos.

[2] Las imágenes de esta meditación sobre Varuna están basadas en las descripciones de los himnos dedicados a este dios en el Rig Veda, libro 5, cantos 5, 41, 61 y 82

¿Cómo nació el viento?

El fuego, para cumplir su función, para arder, necesita combustible y su combustible es el mundo. El combustible del fuego cósmico es el universo, todo lo que se incluye en él; también nosotros.
Nos consumimos en el fuego del tiempo hasta la evaporación, ¿pero por qué?, y ¿Cómo podemos aceptar la pérdida de aquellos que se consumen antes que nosotros?
Personas buenas, creativas, inspiradoras y cercanas a nuestro corazón; algunos de ellos incluso han sido ejemplo para cientos, o miles, de personas y ahora nos referimos a ellos con la palabra “muerto”. ¿Por qué es el mundo de los sentidos un mundo de partidas y despedidas?
En una de las dinastías que se expandieron con justicia sobre la tierra, durante los arcanos siglos de la casi olvidada era de la luz, cuando todos sabíamos lo que teníamos que hacer y lo hacíamos, reinó un monarca llamado Avikampaka. Sus carros fueron todos destruidos en la batalla y quedó a manos del enemigo. Su hijo se llamaba Hari y era iguala Nārāyaṇa en sus cualidades, pero fue muerto en la batalla.
Torturado por la temprana partida de su hijo, el rey deambuló sobre la tierra en busca de sosiego interior. Así se encontró a Nārada, el asceta quien era hijo del mismo impulso de creación universal. Nārada, el vidente, quien vive entre las estrellas y visita la tierra por compasión.
-Escucha con atención- le dijo Nārada al rey: -El señor de todas las criaturas es pura expansión (Lo llaman Brahmā, o Prajāpati). Lo que hace, ante todo, es crear, y al principio las criaturas que creaba no morían, solo se multiplicaban. Se volvían extremadamente viejos pero no morían, y se reproducían, así que todos los mundos se llenaron de tantos seres que nadie era capaz de respirar.
El creador pensaba y pensaba en una solución pero nada se le ocurría. No veía ninguna razón para su destrucción.
De la frustración del creador por esta situación, de la furia que crecía en su interior, nació un fuego que envolvió su cuerpo y quemó todas las direcciones, el cielo, la tierra, el firmamento y el universo entero, con sus seres móviles e inmóviles.
El gran abuelo se enfureció tanto que no quedó nada de la creación. Y entonces escuchó en su interior la voz de una bondad insondable -como si le hablara desde el lugar en el que el universo entero se puede refugiar- (Shiva):
-No deberías enfadarte con los que has creado.
-No estoy enfadado, ni es mi deseo que los sujetos dejen de existir, pero los destruyo para aligerar el peso de la tierra, que se está hundiendo en las aguas por culpa de tantas criaturas.
-Déjalos, al menos, que retornen, una vez destruidos.
Oyendo estas palabras, el creador (Brahmā) contuvo el fuego en su interior. El creador apretó tanto la furia en su interior que del fondo de su alma se manifestó de repente una joven mujer.
Era oscura y vestía atuendos rojos, y rojos eran también sus ojos, y las palmas de las manos. Llevaba pendientes celestiales y joyas divinas. Se colocó a la derecha de Brahmā y este le dijo:
-¡Muerte, cosecha a los sujetos! Te he pensado como la destructora. Destrúyelos, ya sean ignorantes o sabios. Destrúyelos sin diferenciar.
La diosa de la muerte llevaba una guirnalda de flores de loto, y se puso a llorar. Se dobló como un tallo sin fuerza y suplicó con las manos juntas:
-¿Cómo puedes enrolar a una señorita como yo en un acto tan terrible, oh tú, que eres temido por todos los seres? Puedes ver que estoy aterrorizada. Algunos de estos seres son niños, jóvenes y ancianos que no me han hecho ningún mal. Te lo suplico de rodillas. Habrán hijos queridos entre ellos; amigos, hermanos, madres y padres. Si los mato me temo que estaré cometiendo un gran crimen. La pena de los sobrevivientes me abrasará por la eternidad.
Pero Brahmā solo contestó:
-Oh muerte, te he ideado para la destrucción de los sujetos, no pienses más en la cuestión. Ve y destruye; ya no lo puedes remediar.
Pero la bella doncella no se podía mover. Se mantuvo ante Brahmā inmóvil y callada.
Y se dice que después se marchó y estuvo haciendo grandes ejercicios ascéticos, increíblemente difíciles de conseguir. Se mantuvo sobre un pié, canalizando la energía que atravesaba su cuerpo, durante quince millones de años.
Brahmā le volvió a ordenar que hiciera su misión pero ella contestó con más ascetismo (tapas) durante 18 millones de años. Después merodeó con los ciervos y volvió a ejercitar su resistencia por diez millones de años. Después cumplió un extraordinario voto de silencio. Vivió sumergida en el agua 18 millones de años. Peregrinó al Ganges y al monte Meru, en el centro del universo, y se mantuvo inmóvil allí, deseando el bien de todos los seres. Peregrinó al lugar donde se reúnen los dioses sobre el Himālaya y mantuvo el equilibrio sobre la punta de los dedos de los pies por un millón de años.
-Oh muerte, no habrá nada malo en tus actos. Actuaras de acuerdo al ritmo y los designios del universo (Dharma). Los sujetos se afligirán por las enfermedades pero no se te atribuirá ningún pecado. Serás hombre entre los hombres, mujer entre las mujeres y tercer sexo entre los andróginos.
Veo que caen las lágrimas de tus ojos y las estás sosteniendo en tus palmas. Estas lágrimas se convertirán en enfermedades entre los humanos; enfermedades con formas terribles. Oh muerte, en el momento apropiado afligirán a los seres, y cuando llegue su fin estos se verán unidos con el deseo y la rabia. Pero dado que no discriminarás en tu conducta, estarás actuando justamente y nada se te podrá reprochar.
Después de estas palabras la muerte se asustó y empezó a distribuir deseo y rabia para confundir a los seres y llevarlos a su destrucción. La lágrimas que vertía al hacer su trabajo se convertían en enfermedades.
Pero en ese mismo momento, para que pudieran volver, desde el interior de los seres nació Vāyu, el viento, terrible e inmensamente energético. El aliento de todos los seres, que emite un rugido atronador y atraviesa, y llena, y sale expulsado entre todos los cuerpos, los llena y los abandona, los conecta y los separa. Esta es la razón por la que el viento es especial y es conocido como dios de dioses. Todos los dioses tienen características mortales y los mortales tienen rasgos divinos.
-Oh león entre los reyes- concluyó Narada, -Usa tu inteligencia y no te apenes por los mortales. No llores más por tu hijo porque tu hijo ruge con el viento y truena con las tormentas. Reconócelo en la brisa que mece los cultivos y en el aliento que ahora mismo exhalas.

Vāyu, el dios viento, manifiesta las energías ocultas; es el revelador de la felicidad y el que hace todo trabajo. Viene cabalgando su carro de luz y felicidad a verter el elixir de la inmortalidad.
Vāyu acude, con su ímpetu huracanado, a derribar todas las barreras, todas las palabras y todas las expresiones.
Vāyu viene cabalgando noventa y nueve corceles brillantes, que se vuelven cientos, miles, y siguen en aumento.
Cuando llega Vāyu, el toro muge atronadoramente; grande es la Divinidad que ha entrado en los mortales.

Fuentes:
Mahābhārata, Moksha Dharma Parva 248-250
Rig Veda IV.50


Lo que se puede leer en este blog representa un diario del tránsito por este proyecto de 12 años que consiste en preparar 12 espectáculos basados en la narración oral del Mahābhārata, durante 12 años. El aspecto más importante de este proyecto son los encuentros de narración oral. En la puerta superior de la pantalla se pueden encontrar los enlaces a una explicación algo más detallada de la propuesta de este proyecto y a un calendario de los próximos encuentros a los que uno puede acudir.

Serpientes en el tapiz

El próximo 23 de Junio, noche de San Juan, por invitación de mi directora María Stoyanova, tenemos la intención de presentar en el contexto del Experimental Room Festival un esbozo del trabajo definitivo sobre el primer libro del Mahābhārata que se presentará el 12 de Diciembre de 2016. Esto es, la primera narración performance de este proyecto.

Me encuentro por esta razón ordenando una vez más el material y asombrándome, una vez más, ante la profundidad (vasta profundidad, lo digo, aunque sea un cliché, porque la profundidad del Mahābhārata es verdaderamente vasta) del Mahābhārata.

Por consejo de María Stoyanova, me encuentro recogiendo todas las historias de este primer bloque del Mahābhārata en 7 temas principales y el ejercicio resulta mucho menos fácil de lo que pueda parecer. María y yo dedicamos una sentada de alrededor de seis horas para poder resumir el material recogido en un número de temas principales, a los cuales llegamos gracias a una preparación previa de varios meses, es fácil perderse en el océano del Mahābhārata. A continuación, el ejercicio de resumir las historias relacionadas con cada tema principal es toda una aventura. De hecho, si uno no quiere dejar de lado las enigmáticas narraciones secundarias que van sacando la cabeza por el Mahābhārata, reunir el texto en pocas líneas argumentales es prácticamente imposible. Es imposible para mí ordenar el material en temas principales, si no quiero acabar renarrando el Mahābhārata.

Por suerte justo la semana pasada me animó la introducción del autor de origen indio Vishnu Sakhram Khandekar a su novela Yayati, basada en uno de los personajes secundarios del Mahābhārata precisamente, en la que defiende que el Mahābhārata existe para ser renarrado en cada época. De la misma manera Lomaharshana, el narrador original del Mahābhārata, está de hecho renarrando lo que aprendió de su maestro Vedavyāsa. ¿Cómo fue la primera narración del mítico Vedavyāsa? Nunca lo sabremos.

Porque el Mahābhārata se contó entero en un ritual. El mundo se estaba reconstruyendo desde las ruinas de lo que había sido. Quedaban muy pocos de los reinos de antaño, y pocos nobles. Un grupo de hombres estaba a punto de empezar un ritual, en medio de la desolación de la época.

Vieron acercarse al lugar a Lomaharshana, el conductor de carros que es quien hace el servicio de explicar, transmitir y comunicar; no desde la memoria sino desde el presente, desde lo aprendido de Vedavyāsa y los rishi, que son las estrellas de la osa mayor. Los rishi son el conocimiento, la consciencia de la expansión del universo. El lugar de encuentro con los rishi es una interacción, un fluir; es el lugar donde se encuentran las propiedades de un extremo con las del otro. El lugar de encuentro es un punto de la interacción entre lo percibido y la interpretación que hacemos de lo percibido, en medio de lo desconocido. Donde se encuentran los rishi se encuentra el universo con la tierra. En ese lugar transmite el conductor Lomaharshana, en forma de historias, no aquello que recuerda, ni lo que sabe, sino lo que es, su esencia inmortal, que es la semilla y el combustible que alimenta el Mahābhārata.

¿Pero de dónde viene Lomaharshana y por qué está el mundo como está?

Lomaharshana viene de presenciar un ritual para matar a todas las serpientes. Un ritual que falló. El mundo está en el estado en el que está a causa de la gran guerra civil, que arrastró tras de sí a todos los reinos de la tierra.

Los nobles han muerto en la gran guerra. Los cinco Pandava, los hijos ideales de los dioses, que pisaban la tierra con la suavidad del felino, han perdido sus ejércitos. Los cinco hermanos ejemplares han tenido que luchar contra su maestro de armas, contra su gurú. Es más, para ganar esta guerra devoradora se han visto obligados a matar a su propio maestro con un engaño.

Este terrible y decepcionante acto no ha quedado sin responder. El hijo del gurú muerto, Aśhvatthāmā es su nombre, entró en el campamento de los Pandava de noche y mató a todos los durmientes, a sus esposas y a sus hijos, a todos los combatientes y a sus descendientes. Aśhvatthāmā levantó hacia el cielo la punta de su flecha, transformó su trayectoria con las sílabas de un encantamiento secreto y dirigió su efecto mortífero contra las matrices de todas las mujeres del bando de sus enemigos. Todos los embriones que se encontraban en las aguas de la gestación fueron asesinados antes de nacer, abrasados por el fuego de la venganza.

Pero en el fondo de la creación, desde el interior de la existencia, desde los tiempos en que los demonios intentaron hundir la tierra en las aguas de la indiferencia, Dios gruñe en su forma de jabalí arcano. Los roncos gruñidos de Dios son tan penetrantes, tan profundos, que alteran las formas de nuestra percepción, siempre buscando sostener la continuidad de la vida y el orden universal. La vibración divina que tomó la forma de Krishna, el amigo hechicero de los Pandava, devuelve la vida al primogénito del hermano mayor, a Parikșit, el “nacido débil”, para que la vida y la familia de los Pandava tenga continuidad.

Parikșit pudo nacer, a pesar del ataque mágico y gracias a Krishna, pero murió mordido por el rey de las serpientes. Parikșit nace, gracias al gruñido cavernoso de Dios, en un cuerpo humano, y el cuerpo humano se cansa y cambia de estados de ánimo con la temperatura ambiente, la humedad del clima y según el tipo y la cantidad de alimento que ha consumido: Parikșit llega cansado y hambriento a la cabaña en la que vive retirado un sabio silente, un rishi, en medio del bosque. Parikșit pide agua y algo de alimento, pero el Rishi ni contesta ni se mueve, y Parikșit, embriagado por el cansancio del cuerpo, moviéndose entre el enfado y el cinismo burlón, decide levantar del suelo el cadáver de una serpiente que divisa entre la vegetación y colgarla encima de los hombros inmóviles del rishi, quién sigue sin moverse. Cuando el hijo del Rishi sale de la cabaña y ve a su padre meditando con una serpiente muerta colgando de los hombros, al lado del insolente rey, maldice a Parikșit a morir por la mordedura de una serpiente.

“Porque todos nacemos bajo una maldición, explica el Mahābhārata: la maldición de los eventos pasados; la maldición de todo lo que precedió nuestro nacimiento, la maldición de las consecuencias del pasado; del karma”

Es por esta razón que Parikșit vive el resto de sus días en el palacio, protegido por mantras y hierbas que curan el veneno. Pero Takșaka, el rey de las serpientes, consciente de los hilos del destino que se deben tejer, reduce su tamaño y entra en el palacio del rey escondido en la fruta de una ofrenda. Cuando el rey Parikșit lo levanta con dos dedos, justo cuando se está poniendo el sol, Takșaka vuelve a su forma original y ante la impotencia de los guardianes y consejeros presentes en la sala, envuelve como una boa a Parikșit, el último superviviente de la masacre del clan de los Pandava. Ambos se elevan al cielo juntos, peleando, y se incendian hasta convertirse en una gran masa llameante y en esta forma son absorbidos por la tierra hacia las profundidades, hacia los pasadizos subterráneos en los que reinan las serpientes.

En el ritual organizado para vengar este evento estuvo presente Lomaharshana. De allí viene, y allí escuchó todos los pormenores de la guerra que dejó el mundo en el estado en el que lo dejó.

¿Y las serpientes fueron todas destruidas entonces?

No lo fueron. No fueron todas las serpientes destruidas porque antes de la creación del mundo los dioses se aliaron con sus enemigos, los Asura, para batir el océano universal y extraer de él un elixir. Los dioses colocaron a la montaña Madara sobre la espalda de la tortuga Akupāra, que vive en el fondo del océano universal; querían usar a la montaña de hélice y a la tortuga de punto de apoyo, pero necesitaban una cuerda suficientemente larga para enrollar alrededor de la montaña y hacerla girar. Vāsukī, la serpiente, gracias a su habilidad de tomar el tamaño que quería, se ofreció para ser usada como cuerda. El movimiento creaba tanta energía que de la boca de la serpiente salían vientos en llamas y tanto humo negro, y tan espeso, que se convirtió en nubes de tormenta de las que cayeron rayos y lluvia mezclada con fragmentos de flores y plantas que salían volando de la montaña en su virar. A causa del esfuerzo de la serpiente, y conscientes de la maldición que existía sobre todas las sierpes, los dioses pidieron a Brahma, el que da forma al destino, que hiciera algo por Vāsukī y su clan.

La bendición de Brahma fue decretar que la hermana de Vāsukī se casaría con alguien que tuviera su mismo nombre, y el hijo de ambos sería la salvación de las serpientes. Este hijo fue Āstika.

¿Pero cuál es la maldición de las serpientes y de dónde viene, y cómo salvó Āstika a sus hermanos?

Todas las serpientes originales nacieron de una sola madre. En aquellos tiempos la reproducción no era sexual, el mundo no estaba tan sumido en la dualidad como ahora (discurso Bhisma) sino que se concebía por decisión. El padre de las serpientes tenía dos esposas: una pidió tener más de mil hijos que pudieran tomar las formas que quisieran y fueran los más poderosos sobre la tierra. La madre de las serpientes creó un huevo, y de él nacieron todas las serpientes originales. En una ocasión las dos esposas hicieron una apuesta: la madre de las serpientes insistía en que la cola del caballo original, el primer caballo que cabalgó sobre la tierra, era negra y la otra esposa mantenía que era blanca. Las dos esposas apostaron que la que se equivocase se volvería esclava de la otra y dado que la cola del caballo original era blanca, la madre de las serpientes les pidió a sus hijos que se convirtieran en pelos negros y cubrieran juntos la cola del caballo. Las serpientes se negaron, en un primer momento, y su madre las maldijo a todas a morir en el fuego, cuando en un futuro lejano el rey hiciera un ritual para matarlas. Dado que el poder de las serpientes era excesivo, Brahma aprobó la maldición. Sin embargo  gracias a los esfuerzos desinteresados de Vāsukī Brahma permitió también el nacimiento de un salvador para las serpientes.

Cuando el ritual comienza a hacer su efecto y la combinación de cantos y actos mágicos empieza a absorber hacia el fuego del ritual a todas las serpientes de la tierra, como ríos al mar, y el humo de sus grasas quemadas empieza a elevarse hacia el cielo, la hermana de Vāsukī llama a su hijo y le explica que ha llegado el momento en el que puede cumplir la razón por la que nació, el destino de su vida. Āstika, el salvador de las serpientes, se acerca al lugar del ritual, a pié y solo, y se presenta ante el rey alabando todas las cualidades que un rey como él debe tener. Āstika demuestra conocer profundamente el significado de la figura real y transcendente del rey. El discurso que ejecuta es largo y permite múltiples lecturas y relecturas a la luz de las enseñanzas del resto del Mahābhārata. Āstika asocia al rey con la importancia de su linaje, de sus ancestros, y puntualiza el significado simbólico o esotérico de un ritual oficiado por el rey, comparando el ritual que está viendo con rituales que se efectúan paralelamente en otros planos de la realidad. Los rituales que efectúa el rey humano en la tierra resuenan en los rituales que todos sus antepasados hicieron y aquellos que harán sus descendientes. Los rituales del rey resuenan en los rituales que hace en el plano celestial Indra, el rey de los dioses. Los presentes en el ritual tienen la misma importancia que los planetas y las estrellas en el espacio, sosteniendo la materia con su campo gravitacional; gracias a este sostén los humanos pueden vagar sobre la tierra, y el humo espeso que se eleva de la hoguera es el trazo que deja la transformación de los elementos, siempre necesaria para el movimiento del universo.

A todo esto el rey queda impresionado, y declara que el chico que tiene delante habla como un anciano. Satisfecho, el rey le ofrece a Āstika que le pida el favor que desee. Āstika no se lo piensa y con firmeza exige que se suspenda el ritual.

Āstika vuelve victorioso y las serpientes estas le ofrecen todas, a su vez, que les pida el favor que quiera. Āstika pide a las serpientes que quienes escuchen contar su historia pierdan el miedo al veneno de las serpientes subterráneas.

Los deberes que me pone María Stoyanova es concretar qué son las serpientes. Creo que esta pregunta queda abierta, de momento, pero lo que quiero señalar en esta entrada es todo lo que tengo que dejar de lado para que un resumen del ritual inicial del Mahābhārata se convierta en una narración lineal. Nos falta la historia del hermanastro de las serpientes, Garuḍa, hijo de la madre que perdió la apuesta, nos falta ver algo más quién es Vedavyāsa, por qué Dios gruñe como un jabalí, quién es krishna, por qué no se movió el rishi que burló el rey, con quién se casó la hermana de la serpiente Vāsukī y cómo reaccionó el rey cuando Āstika le pidió suspender el ritual, entre otros.

La historia del batir del océano universal, además, el evento en el que Vāsukī fue tan útil a los dioses, es otro de los puntos clave del inicio del Mahābhārata. La historia del batir del océano merece un resumen de por sí, y lo tendrá, pero inevitablemente tengo que mencionar esta historia en el resumen del primer punto. Hablando exclusivamente del ritual inicial del Mahābhārata, y resumiendo al máximo, es inevitable hablar del final del Mahābhārata y de los primeros eventos de la creación: el batir del océano universal y el jabalí divino. El Mahābhārata es como un tapiz tejido hacia todas las dimensiones y la única manera de narrar el Mahābhārata con coherencia es hilar uno mismo su propio hilo, con palabras propias añadidas a las del Mahābhārata. La vida, para mí, es igual. Todos los eventos y las interpretaciones que hacemos de los eventos están relacionadas, de alguna manera. Existo gracias al campo gravitacional de los planetas en el universo, gracias a las condiciones atmosféricas de la tierra, a los eventos históricos que me precedieron, a la relación de mis padres, etc. Hablar con coherencia con cada vecino, y hablar de lo que toca, del presente, sin irse por las ramas, es todo un arte. En la vida y contando el Mahābhārata. El valor añadido del Mahābhārata, a mi parecer, es el recordarnos, a los lectores y oyentes, que la vida tiene muchas capas y muchos planos. Los dioses, la historia, los objetos materiales, las fantasías que proyectamos, todo existe. El arte es poder verlo todo, sin negar la vida, y moverse con acierto dentro de este tapiz multidimensional.

Snakes_and_Ladders

 

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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