Una tautología, según el diccionario de la Real Academia Española, es un enunciado que, con otras palabras, repite lo mismo que ya se ha dicho, sin que aporte nueva información.
“El sol es brillante durante el día”, “los círculos son redondos”, “los mamíferos tienen glándulas mamarias”, son tautologías. La frase es circular: El día es día porque sale el sol, lo llamamos día por eso. El día es luminoso porque, precisamente, hemos decidido llamar día al horario en el que sale el sol.
Da un poco de dolor de cabeza, lo sé, y pido disculpas, pero esto es importante para mí, porque con esta entrada quiero iniciar una serie (o por lo menos un par) de entradas, que tengan que ver con la tautología, que a su vez tiene que ver con la explicación de la razón por la que hago esta performance / instalación viva / voto de narrar el Mahābhārata en 12 años. De hecho, voy a hablar e la razón por la que creo que me enamoré de estas narraciones sagradas:
Todo lo que hacemos, prácticamente, es una tautología. Le he pedido a ChatGpt que me de ejemplos de tautologías y me ha propuesto la frase “un triángulo tiene tres lados”, lo cual encuentro fascinante, porque esta frase que el programa ha elegido como ejemplo define nuestro método de educación escolar. ¿Quién no ha oído a su profesor/a decir “un triángulo tiene tres lados”? Nuestro sistema de escolarización, por extensión nuestro pensamiento, y nuestro lenguaje, es en esencia tautológico. Todo lo que aprendemos es como es porque hemos decidido que lo sea.
Lo real es real porque lo hemos decidido así.
Pensémoslo.
En palabras de Nora Bateson: La información es la base de la información (…) La investigación demuestra el sistema de investigación.
El sistema educativo en el que crecemos justifica nuestra economía y nuestra política, y nuestra economía justifica nuestra educación. Nuestra manera de descubrir el mundo se basa en una educación cultural determinada, transmitida en los silencios tanto, o más, que en los discursos. Lo que llamamos descubrir el mundo es jugar a las reglas de juego que establece nuestro inconsciente. Una tautología. Confirmamos lo que nos enseñaron a buscar.
Buscamos poner en un contexto histórico, o en algún punto en el tiempo, eventos axiales como el descubrimiento de cómo encender el fuego, la primera ceremonia nupcial o la aparición del lenguaje, pero lo hacemos porque llamamos a la explicación del mundo «historia«: Lo hacemos para justificar nuestra manera de ver el mundo.
Porque ¿Y si no hubo nunca una primera vez? ¿Cómo concebir en serio una posibilidad tan distinta?
Volviendo a Nora Bateson, en su libro Combining cita la teoría de su padre Gregory Bateson y el matemático Charles Sanders Peirce, quienes proponen que la manera que tenemos de salir de nuestro pensamiento tautológico es adaptar información derivada de un contexto a otro distinto. Sanders Peirce llamó a este proceso “pensamiento abductivo”. Un ejemplo puede ser cómo utilizamos el lenguaje teórico de la física atómica, o cuántica, para preguntas existenciales que no tienen nada que ver con la medición objetiva del método científico. Nadie ha visto un átomo, pero hablamos de su división como si entendiéramos de qué se trata. Estos traspasos de un contexto a otro, o estas abducciones, no son del todo coherentes, pero por un instante permiten un destello de algo que va más allá del círculo cerrado de la comunicación. Algo que no es ni física ni filosofía, ni ciencia ni arte, sino nuevo. Un instante, que se coagula enseguida a otro discurso autorreferencial y circular.
Pues lo que afirmo es que el Mahābhārata hace esto, continuamente. No necesariamente por representar un pensamiento ancestral, anterior a nosotros -aunque también- tampoco por ser indio, necesariamente, y por tanto alejado de nuestro inconsciente colectivo -aunque también. Cualquier traducción del Mahābhārata es un “proces abductivo”, sí, pero me atrevo a afirmar que la cosa va un poco más lejos de estas razones que acabo de exponer. La estructura del Mahābhārata comprende la esencia del proceso lingüístico, y lo cuestiona y sacude continuamente, exponiendo las bisagras de nuestro pensamiento humano para ofrecernos vistazos del contexto más amplio en el que nos encontramos.
“El infinito contenido en lo finito”. Yo usaría feliz esta descripción, extraída del Mahābhārata, aunque de un contexto aparentemente distinto.
Estoy hablando del momento en que tras ganar amargamente la guerra de la extinción, los Pandava, los hermanos victoriosos, se acercan, juntos, a su abuelo Bhishma, seguidos de Krishna. Bhishma es el hijo del Ganges, emanación de los ocho elementos, y puede decidir cuándo morir. Está esperando, yaciendo sobre el suelo del campo de batalla, al solsticio de invierno, para dejar que su vida abandone definitivamente el cuerpo. Los Pandava quieren pedirle consejos, antes de que los abandone, y con esta intención se dirigen a él.
Cuando los ve llegar Bhishma reconoce a Krishna, primo de los Pandava, pero también un avatar de la divinidad.
Bhishma es consciente de quién es Krishna, y lo saluda con una serie de loas que sintetizan perfectamente lo que hace el Mahābhārata con el lenguaje. Porque las palabras que Bhishma ofrenda a Krishna, los halagos con los que lo recibe, son una exposición de las cuerdas principales del urdimbre que llamamos realidad, y de los espacios abiertos que podemos reconocer en él.
En algunas de las próximas entradas me gustaría detenerme en este discurso, poniendo atención en lo tautológico y lo abductivo. Empezando por esta descripción, del “infinito que reside en lo finito”, paralela a “lo desconocido que se esconde en lo conocido”. Ajña adhīta, en sánscrito: “lo desconocido en todo lo pasado, o todo lo comprendido (adhīta)”.
¿Acaso no dice aquí el Mahābhārata que en todo lo percibido y aprendido, en todo nuestro conocimiento, reside algo desconocido, un secreto; y que este secreto es Dios?
No puedo afirmarlo. Proponerlo como opción no es del todo honesto, porque es un paralelismo -una abducción- que yo he dibujado. No una realidad objetiva. Pero al proponerlo, por un instante, vislumbramos algo nuevo, “indescriptible”; innombrable. ¿Dios? Más allá. Algo que pone en cuestión lo que llamamos Dios. No para negarlo, sino para liberarlo de la tautología, de lo predecible y circular, y reconectarlo con la vivencia profunda de la vida, más allá de las malditas palabras.
Esto es lo que busco. Por esto hago este voto.
Seguirá.
