«En el bosque, oiré con alegría los sonidos agradables -agudos y bajos- de los animales que allí viven. Estos sonidos le son placenteros a la mente y al oído. Inhalaré la fragancia de los árboles y enredaderas en flor. Observaré las bellas y múltiples formas de quienes viven en el bosque y actuaré sin causar ningún malestar. Viviré solo y pasaré el tiempo en contemplación, comiendo lo que esté maduro. Viviré cumpliendo los ritos de la religión o pasaré la noche bajo árboles distintos. Iré cubierto de polvo y me refugiaré en casas vacías. Encontraré un lugar junto a la raíz de un árbol y abandonaré tanto lo placentero como lo que no lo es. Pena y dicha, crítica o alabanza, serán lo mismo para mí. Encontraré placer y serenidad en el ser y no preguntaré por ninguna dirección, sino que seguiré mi camino sin desear ninguna dirección. Avanzaré en él sin mirar atrás». (Raja Dharma Parva, 9)

Me parece que este texto hable de lo que deseo en los momentos de estrés, pero es Yudisthira quien habla. Él fue coronado rey de las cuatro direcciones. Su bastón llegó a regir con justicia los cinco continentes, pero muy poco tiempo. Su reino le fue arrebatado mediante el engaño, o lo perdió él, depende cómo se mire, apostando, y después luchó por él junto a sus hermanos, y la mitad de los ejércitos de la tierra. Por el reino y por la justicia. Y ganó, pero para hacerlo destruyó su propia familia.

Después de la batalla Yudisthira decía estas cosas. Que no quería reinar, sino ser uno con la naturaleza. Según él porque era lo más justo para el mundo. Aunque para sus hermanos, para su esposa, era injusto haberlos hecho luchar para después renunciar al reino. Porque si es injusto pasar por encima de familiares para conquistar el reino también podían haberse evitado la guerra y renunciar al reino de antemano.

La historia de este rey, de Yudisthira, se llama Mahābhārata, y la parte en la que sus familiares y consejeros le replican los argumentos y le convencen de que tome las riendas del reino que ha conquistado se llama Shanti Parva: la parte (parva) de la paz (shanti), o de la tranquilidad. Aunque tranquilidad no hay mucha, porque la aspiración del rey de convertirse en ermitaño produce preocupación, indignación y rechazo entre sus hermanos y esposa. Ellos también lo han dado todo en esta lucha, han arriesgado su vida y sacrificado allegados y familiares – hijos también. No aceptan que Yudisthira renuncie ahora al reino por el que han luchado.

Ahora, mientras leo el Mahābhārata y tomo apuntes en una libreta se me cierran los ojos. Estoy haciendo tiempo fuera de casa, en una cafetería, y no me encuentro muy bien. La calefacción está muy alta. Escribo, y me duermo un instante. No es solo un dormirse de cansancio, es un tipo de estado de somnolencia hipnótica que reconozco cuando el Mahābhārata toca una fibra profunda de mí: Porque se me cierran los ojos y veo Kurukshetra, un campo de batalla desolado, y una voz me dice:  «Recordamos el Mahābhārata porque Yudisthira ganó. Si no, no lo recordaríamos».

O al menos eso recuerdo cuando abro los ojos. Ha sido un parpadeo, aparentemente, pero algo me ha hablado. Y sé que suena descabellado, pero quiero defender esta fuente de conocimiento porque esto es lo que siempre he buscado, desde que me embarqué en el viaje de narrar el Mahābhārata: un encuentro con la realidad que no dependa de inferir, lo que otros han escrito, lo que ya se ha dictado, sobre el Mahābhārata como un objeto de conocimiento. Dejar que el Mahābhārata hable es cambiar mi manera de ver el mundo. Y lo que me importa no es tanto l frase «no recordaríamos el Mahābhārata si Yudisthira no hubiera ganado». No su semántica ni su síntesis, sino las emociones, sensaciones, visiones y más aspectos para los que no tengo nombre, que se despiertan al escucharlo. Mapear este territorio desconocido, reconocerlo y explorarlo, es lo que me ha movido todos estos años.

¿Por qué? Pues necesitaría sentarme un poco más para concretarlo. Lo dejo aquí esta ve, y continuaré en la próxima entrada.