-Estoy cansado de luchar -, dijo el narrador de esta entrada.

-No digo cansado de vivir, o de buscar la veracidad, la coherencia y lo justo, pero sí cansado de pelear, discutir, refutar o responder; sobre todo a mí mismo.

Por ejemplo, esta semana he releído un mail que envié en Junio de 2015 a Ignasi Potrony, un narrador y divulgador de la narración oral, sobre todo en catalán, maestro de much@s narrador@s, quien tuvo la paciencia, y la generosidad, de aconsejarme durante la preparación del espectáculo de 8 horas de narración del Ramayana, que terminé llamando Un viaje por el Ramayana.

En una ocasión Ignasi Potrony me invitó a su casa y me dedicó toda una mañana, de la cual salieron ideas muy importantes para la estructura de aquella narración especialmente larga. Pero, más importante aún, recibí una gran lección humana, en la que aprendí -mediante el ejemplo- que lo que engrandece a la persona es la bondad, la ternura y la paciencia. Y en aquél mail que le envié a Ignasi Potrony en el 2015 yo le compartí un esquema que me inspira, y que he compartido más de una vez en este blog. Un esquema de las distorsiones que pueden sufrir los mitos cuando son “interpretados”, en lugar de “escuchados”:

  1. Se convierten en superstición, cuando los interpretamos como realidad empírica.
  2. Se reducen a algo irreal, si los interpretamos como alegoría de otra cosa.
  3. Se reducen a una actitud estética, o entretenimiento, cuando se interpretan con desapego.
  4. Se convierten en una metafísica dogmática, cuando los conceptualizamos.
  5. Caemos en la red de la magia, en la que el manipulador es manipulado, cuando interpretamos los mitos según nuestra voluntad.

Y la respuesta de Ignasi Potrony fue sutil. Tanto, que en aquel momento no la entendí: Me dijo que si el autor del esquema (Paul Laffoley) hablaba de “escuchar” el símbolo, o el mito, todavía estaba separado de él. Que el mito es una vivencia que alinea todas las dimensiones.

Y yo entendí, o así lo pensé, aquella respuesta, pero no la integré lo suficiente.

A veces, en el esfuerzo de aclarar algunas cosas, para mí y para los oyentes, olvido que el mito armoniza la superstición con la alegoría y el entretenimiento, pasando por la metafísica, y tiene, además, el poder de la magia, para manipular las consciencias incautas o liberarnos de nuestras ofuscaciones, dependiendo de cómo se use.

La vida es igual: es una vivencia (poética tautología): nos disolvemos en ella transitando la superstición y la diversión, pasando por la reflexión metafísica y alegórica, mientras caemos una y otra vez en la manipulación, más o menos consciente, de nosotros y del entorno. El mito no está separado de la vida, sino que nos recuerda los grados de significado que esta tiene.

Lo que no entendí hace siete años, cuando leí aquella respuesta de Ignasi Potrony, fue el llamado a dejar de enfrentar ideas en mi interior. Como si por no ser escuchado, un mito pudiera dejar de ser vivido; como si el mito estuviera separado de la vida, o la alegoría estuviera reñida con la superstición, o el entretenimiento con la metafísica, cuando todos estas caras de la realidad son complementarias.

Esta lucha interna entre mis ideas es un eco de todas las batallas del universo, desde las discusiones domésticas hasta los genocidios. Es un eco de la lucha de los deva contra los asura, por el elixir de la inmortalidad.

En la entrada de la semana pasada hice una selección de maneras distintas de narrar la batalla central del Mahābhārata, tal como se encuentran en el texto original. Matices distintos de un mismo evento, que reflejan las ocho emociones básicas del ser humano, u ocho “sabores” esenciales que puede tener la emoción, según la tradición literaria y existencial que enmarca el Mahabharata.

Según esta teoría existen ocho sabores (rasa) esenciales, que surgen de la resonancia que produce cada emoción básica. Como si fueran ocho notas: El sabor del enamoramiento (shringara), el sabor cómico (hasya), la pena y compasión (karuna), la furia (raudra), el heroísmo (víra), el miedo (bhayánaka), el asco (bibhatsu) y la maravilla (adbhuta). Cuando estos ocho sabores se armonizan emerge el sabor de la paz (shántam). Y esta manera de ver el mundo enlaza lo artístico con lo existencial. Por una parte, según los comentarios del tratado tradicional de representación escénica (Natyashastra) el sabor de la paz (shanti) no se puede representar porque no tiene atributos, pero emerge al hacer pasar al espectador por todos los rasa (sabores). O, dicho de otra manera, los atributos de la paz se reparten entre los de las otras emociones, igual que la luz blanca se divide en siete colores. Y a su vez existen líneas filosóficas (tántricas) que aplican la misma teoría al tránsito por la vida, abogando por el reconocimiento e integración de los sabores básicos de la emoción para el aflorar de la paz, que es el origen y destino de la humanidad.

Porque no existe una separación real entre arte y vida. La representación artística forma parte de la vida y sus manifestaciones, así como el mito es un recuerdo de la multiplicidad de la vida, que surge de la vida y se vuelca en ella misma.

El Mahābhārata la vida, y la vida es el Mahabharata.

Me ha parecido reconocer las ocho emociones básicas en las descripciones de la batalla de Kurukshetra, que es el evento central del Mahābhārata, y lo he querido compartir. Y esta afirmación no excluye otras interpretaciones del Mahābhārata, o de la larguísima y minuciosa descripción de la batalla que esta obra contiene. Igual que la vida puede tener interpretaciones variadas, y puntos de vista complementarios.

Decir “estoy cansado de luchar”, para mí, significa “estoy cansado de enfrentar puntos de vista en mi interior”. La verdadera libertad sería pasar de lo racional a lo mítico, supersticioso y mágico sin tener que detenerse en nada. Poder creer simultáneamente en la ciencia, en el rigor histórico, en el mito, el ritual y la analogía simbólica, de todo con todo, sería como convertir la batalla interior en una danza de la paz. Y esto no requiere un esfuerzo, sino lo contrario. Implica, más bien, un dejar de hacer. Como soltar el hueso que estoy royendo. Dejar las armas.

Como cuando, al fin de la batalla de Kurukshetra, el guerrero Ashvatama, indignado y furioso por la perdida de su padre, lanza un arma mágica que flameará a los guerreros restantes del bando contrario, y para salvarse, los soldados sueltan sus armas y las dejan caer al suelo. De esta manera, abandonando la guerra, el ataque mágico los pasa de largo.

Pero, hay que ser valiente para ser capaz de abandonar el escudo en medio de la batalla.

¿Dónde se encuentra la paz?

El Mundo tiene una dinámica. Vibra: resuena, funciona, existe. El mundo se condensa y se dilata, se despliega y se repliega en sí mismo, en una dinámica que algunos ven como una batalla, entre los deva y los asura, por la posesión del elixir de la inmortalidad. Una batalla entre liberación y el poder, que tiene lugar en el corazón de todos los mundos. Todo conflicto es un eco de esta batalla constante. Toda dinámica de resistencia interna, todo rechazo. Pero también los grandes conflictos externos, como las discusiones, e incluso aquella batalla total que tuvo lugar al fin de la era anterior, antes de que empezara la historia de la humanidad tal como la conocemos. Aquella batalla del campo de los Kuru (kurukshetra), que unió a los luchadores de la tierra en una rueda de todas las emociones posibles:

Donde flechas de hierro esparcían a los soldados como el viento dispersando una masa de nubes. Una visión bella, incluso, para quienes lo pudieran ver. Y donde guerreros orgullosos de su linaje y proezas se caían ridículamente de culo en sus carros, abrumados por el ruido de los insultos y los gritos de – ¡ataca! ¡dale! ¡vamos! ¡golpea! – que sonaban en todas las direcciones. En un remolino triste en el que miles de familias, nombres y linajes desaparecieron, engullidos por la furia que hacía avanzar a todos, insensibles al dolor. Como leones en el bosque deseando la misma hembra.

En aquél campo de batalla se plantó Bhishma, el hijo del Ganges y de los elementos; hijo del cielo y la tierra, y decidió que ya no iba a vivir. Y lo decidió sin miedo, y sin rencor; solo con heroísmo.

Él, que podía decidir cuándo iba a morir, había matado miles de hombres las jornadas anteriores, junto a miles de elefantes y caballos, mientras avanzaba como la terrorífica muerte con la boca abierta, por aquel campo de batalla en el que cuerpos eran cercenados por la mitad y cabezas arrancadas. Elefantes, caballos, carros y guerreros caían en todas las direcciones. Príncipes y generales eran desmembrados por ruedas de carros y pisados por elefantes y caballos. La tierra estaba cubierta de carros rotos y ruedas quebradas; la merodeaban perros, cuervos, buitres, chacales y animales desagradables, que aullaban ante la visión de la carne.

Bhishma vio como Arjuna, el guerrero que se había amigado con los dioses, que era también su nieto, discípulo, y ahora enemigo, invocaba un arma mágica que hizo llover millones de flechas, que caían sobre todos los carros desde el cielo, como si fueran los rayos del sol.

Ante aquella visión maravillosa Bhishma entendió que era el momento de renunciar. Había pasado por la rueda de todas las emociones: el enamoramiento (shringara), lo cómico (hasya), la pena (karuna), la furia (raudra), el heroísmo (vira), el miedo (bhayánaka), el asco (bibhatsu) y la maravilla (adbhuta). Lo que quedaba en él era solo paz (shanti), aquello que subyace a todas las emociones, que es inexpresable e imposible de representar, pero aflora cada vez que se equilibra el resto de los sentimientos, o cuando se dejan pasar las olas de todas las emociones. Shanti, paz, aquello que somos, aún cuando lo olvidamos.

La semilla cósmica

 ¿Qué vino antes, el huevo o la gallina?

De alguna manera, el huevo siempre ha estado. Toda la bóveda celeste parece la pared interna de un gran huevo lleno de estrellas, que, a su vez, parecen otros huevos de luz. Porque un huevo es una semilla. Una semilla de gallina. Así como el piñón es la semilla del pino y el óvulo la semilla del humano.

La gallina es la transición entre huevo y huevo. El huevo es la imagen del cosmos; del todo. Y dentro del todo crece y se enrosca el árbol invisible del ADN, o el código, pulso, lenguaje, misión o destino de toda partícula. El árbol cósmico y sus ramificaciones, algunas veces visibles a la mirada humana, y otras no. Comprensible, en parte. Es la transición entre presente y presente.

El dharma, tan sutil que no se puede hablar de él, es lo que decide que un piñón se convierta en pino, y que el pino se convierta en más piñones. El dharma decide las órbitas de los planetas y el desarrollo de todas las semillas del universo. El dharma hace florecer los almendros cuando llega la hora y hace que respire el cachorro humano al nacer.

El fruto del dharma es el ser humano. El dharma nos guía con su mano invisible a través de la vida.

El dharma es convulso, en esta era confusa que nos ha tocado vivir (Kali Yuga). Hubieron tiempos en los que las cosas estaban más claras. <<El trabajador (sudra) trabajaba. El comerciante (vaishya) vivía vendiendo bienes. Matar era el medio de vida de los nobles (kshatriya), mientras pedir limosna era la conducta de los Brahmanes (sacerdotes). Un kshatriya mataba a otro kshatriya. Como el pez vive de otro pez y un perro mata a otro perro.

¡Oh dios! Observa cómo cada uno sigue el dharma decretado. Ese ha sido siempre el dharma malvado de los kshatriya. -afirma Yudisthira, el rey filósofo, en el Mahabharata (Bhagavat Yana Parva I)- Pero hemos nacido kshatriya. Es nuestro dharma, aunque sea adharma.

¡Oh señor del universo! La disensión siempre está presente en una pelea. Siempre se pierden vidas en una batalla. La fuerza, o la planificación, no garantizan ni la derrota ni la victoria. La vida y la muerte no son determinadas por un ser y hasta que no llegue el momento adecuado uno no encontrará ni la felicidad ni la infelicidad. [Así como el capullo de la flor de almendro no se abrirá antes de la primavera]. Uno puede matar a muchos, y muchos se pueden unir para matar a uno solo. Un cobarde puede matar a un valiente, y un infame podrá matar a un héroe. La victoria puede ser de cualquier lado. Cada lado puede enfrentar la derrota.

¿Dónde está el asesino que no pueda ser asesinado? El vencedor también sufre pérdidas, porque siempre se perderá algún ser querido ante el otro lado. Y después de matar a otros nos sobrelleva el arrepentimiento. Además, los que sobreviven reúnen sus fuerzas para destruir a quienes queden del otro lado para terminar así la enemistad futura. La victoria engendra más enemistad a causa de la desdicha de los vencidos.

El que renuncia a la victoria y la derrota es feliz y vive en paz, pero el que ha creado enemistad duerme miserablemente. No tiene alivio mental. Como si viviera en una casa llena de serpientes.

El que extermina a todos, tiene mala fama entre los seres. La enemistad no se pacifica y permanece por mucho tiempo. En cada nueva generación quedan quienes la quieren retomar, ¡Oh noche extensa! La enemistad nunca se salda con otra enemistad. ¡Oh alma! La enemistad crece y se fortalece, como el fuego con las oblaciones. No hay excepción a esto, y la paz permanece inalcanzable. Esta es la mancha permanente en aquellos que buscan establecer su superioridad. La virilidad es una fuerte debilidad del corazón. Uno solamente puede alcanzar la paz cuando la aparta de su mente.>>

Así de pequeño es el hombre, en medio de la humanidad.

La guerra es guerra, y la paz es paz. Como el huevo es huevo y la gallina es gallina.

El conflicto permanece. Si lo soltáramos dejaríamos de discutir con el universo, aunque este no dejaría de morir y renacer a cada instante.

El sendero del dharma es sutil- no es un dictado. Comprender lo correcto, comprender el universo, no es posible, porque la comprensión es un fenómeno más del universo y, como tal, tiene fecha de caducidad. Como todos los fenómenos. La comprensión puede ser útil cuando aparece, pero al siguiente instante los planetas ya se han movido, las alineaciones han cambiado, el huevo se ha quebrado y ya es gallina; la comprensión se ha desfasado y ya no encaja con el entorno. La comprensión antigua se ha convertido en molestia.

Si el huevo es huevo, ¿cómo puede ser gallina? Y si la semilla es semilla, ¿cómo puede ser pino?

Si el universo está en guerra, ¿puede haber paz? O si el universo está en paz ¿puede haber guerra? Conocemos la paz, y conocemos la guerra. Entonces, el universo, ¿está en guerra o está en paz?

¿Qué vino antes, el huevo o la gallina? Sutiles son las ramificaciones del dharma.

Escrito en Ibiza. Gracias a Cristina, Jon, Axel y Jesus por la generosidad.

La red que nos une

Esta semana he escuchado referirse al momento actual como el de una crisis de autoridad. Porque estamos viviendo una crisis, marcada por la evolución de una enfermedad con patrones de contagio y efectos que confunden nuestras predicciones. No hay autoridad que sepa qué hacer frente a la situación. Ni los expertos médicos ni expertos políticos encuentran una verdadera solución y, los que no somos entendidos, necesitamos precisamente más que nunca recurrir a una autoridad en la que podamos confiar. Pero esta no existe, porque quienes esperamos que actuen como autoridad carecen de las herramientas para hacerlo.

Esta situación de desamparo despierta en cada uno la pulsión más inconsciente de su relación con la mencionada autoridad. Como si fuéramos adolescentes en rebeldía expresamos nuestras frustraciones irresueltas con la autoridad optando: o por hacer caso de las normas, pero renegando de ellas, o por saltarnos las medidas propuestas en secreto o, si no, aferrarnos a explicaciones teóricas de la situación que, aunque poco contrastadas, se nos antojan como las más convincentes. Es decir, inventamos una autoridad paralela.

La entrevistada a quien he escuchado expresar estas ideas es astróloga de profesión, y explicó cómo esta situación tiene una razón de ser desde el punto de vista de las estrellas, aunque probablemente lo más importante, más allá de la situación de los cuerpos celestes alrededor de nuestro planeta, sea tomar consciencia de lo que nos está pasando. Y esta explicación, con la que comienzo este escrito, sobre la crisis de nuestra relación con la autoridad, tampoco es lo más importante. Las palabras son como los planetas, orbitan alrededor de la consciencia, pero no son toda la realidad. Lo importante de una explicación no son las palabras que la componen sino la intención.

El Mahabaharata, la gran historia de lo humano, también habla de una crisis de autoridad. El Mahabharata cuenta la historia del fin de los reyes justos. El Mahabharata es la historia de la última generación de monarcas divinos, porque lo que ha venido después -lo que conocemos nosotros- es un eco de lo que había sido; una representación ritual.

El Mahabharata funciona como un plano detallado de las pulsiones humanas. Una representación de todo lo que puede llevar a una sociedad a desintegrarse, así como todo lo que la sostiene y puede salvar la vida. Porque lo que hizo caer a los reyes de antaño es lo mismo que nos afecta hoy. Así lo cuenta el consejero Vidura (Yana Sandhi Parva, 62):

<<Los ancianos cuentan la historia de un cazador de pájaros que colocaba su red en el suelo.  En una ocasión dos aves igual de fuertes quedaron enredadas en la trampa, pero levantaron el vuelo llevándose la red con ellas. El cazador, cuando vio su red volando, no se preocupó sino que la siguió corriendo.

Un sabio renunciante vio las aves pasar volando con la red, y después al cazador, trotando tras ellas. Se dirigió al cazador diciendo:

-¡Oh cazador! Me parece extraordinario que con los pies en el suelo persigas a los que van por el cielo.

Pero el cazador respondió:

-Juntas, estas dos se están llevando la red con ellas, pero en cuando comiencen a pelear quedarán bajo mi control.

Condenadas a morir, las dos aves comenzaron a reñir. Cuando pelearon, las ilusas cayeron al suelo. Atrapadas por los lazos de la muerte, comenzaron a luchar entre ellas con ferocidad. Entonces, con sigilo, el cazador se acercó y las atrapó.

De la misma manera, los familiares que discuten por posesiones son superados por sus enemigos, como esas aves. Los familiares deberían comer juntos, conversar e interesarse unos por los otros y reunirse. Nunca deberían discutir. Mientras respeten sus mayores con las mejores intenciones serán invisibles como el bosque protegido por los leones. ¡Oh rey! Los que  hayan obtenido riquezas pero sigan siendo mezquinos entregan sus bienes a quienes los odian. ¡Oh rey! Los familiares son como la leña, que separada emana humo pero cuando se junta despiertan llamaradas.

Te contaré algo que vi en una ocasión en las montañas. Cuando lo oigas haz lo que creas que es mejor.

Junto al clan de los Kirata y sacerdotes que eran como dioses, expertos en todas las encantaciones y medicinas, viajamos una vez a las montañas del norte. Llegamos al monte Gandhamadana, que parece un jardín, y estaba iluminado por una gran cantidad de hierbas mágicas, y frecuentado por siddhas (magos iluminados) y gandharvas (caballeros celestiales). Todos vimos una miel amarilla que no provenía de abejas. Estaba colocada en una grieta de la montaña, en medio de un terreno desigual. Se trataba de la bebida favorita de Kubera, el dios de los espíritus naturales, y estaba protegida por serpientes virulentas. Al beber de esta miel, un hombre se puede convertir en inmortal; el ciego recupera la vista; el anciano recupera la juventud. Esto es lo que los sacerdotes que iban con nosotros, quienes tenían el poder de conversar con las plantas, nos explicaron.

¡Oh señor de la tierra! Cuando los Kirata vieron la miel quisieron llegar a ella y, uno a uno, acabaron resbalando todos por el precipicio. De la misma manera, el que desea la tierra para sí mismo ve la miel, pero no el precipicio.>>

Eso fue lo que contó Vidura a su hermano Dhritarashtra, y así lo documenta el Mahabharata.

Esa historia que le contó el consejero Vidura a su hermano, el rey Dhritarashtra, se entiende perfectamente hoy. Porque la humanidad también es una familia, sobre todo ante las dificultades que la superan, y no es necesario, añadir interpretaciones a la historia de las dos aves. Cada uno lo entiende a su manera. ¿Pero qué significa colaborar? ¿Cómo entendernos con quienes son distintos a nosotros? Este es el misterio que queda por resolver. Pero la intención es crucial. Hay mucha diferencia entre aspirar a llegar a un acuerdo, aspirar a entenderse, que querer tener la razón, destacar, demostrar, enseñar, educar… forzar al otro. Y ponerse de acuerdo tampoco significa negar los valores en los que uno cree o dejar de escuchar las propias necesidades.

Si se mira bien, muchos tenemos dentro algo de Dhritarashtra, ese rey que no confiaba en los demás y ponía en cuestión la posibilidad de llegar a la paz. Como dijo Vidura: Que cada uno escuche esta historia y piense por sí mismo qué quiere hacer.

Si te has preguntado quien es Vidura, este consejero tan especial, te lo explico en vídeo.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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