Chitrangada, el rey y su espejo

El Mahābhārata habla de todo. Habla de un conflicto, y habla de grandes seres humanos que a pesar de vivir vidas modélicas se ven arrastrados por tormentas del destino; por tormentas que sobrepasan su capacidad de reacción.

Chitrāngada es un rey. Tío abuelo de los protagonistas de esta gran obra.

Chitrāngada tiene un rol corto y enigmático.

Chitrāngada nace en un reino rico y cohesivo. El pueblo está contento, no hay rebeliones. El resto de los reinos tiene miedo al reino de Chitrāngada y le rinden tributo anual, del cual su monarca no abusa.

Chitrāngada crece orgulloso de su linaje real y de su reino. Satisfecho con la suerte que Indra, el jefe de los dioses, el destructor de demonios, le ha guardado.

Chitrāngada crece orgulloso de su padre, dedicando su vida al estudio de la geografía y la política, aprendiendo a conocer su reino y los reinos circundantes. El cuerpo de Chitrāngada es fuerte y ágil, está entrenado para el uso de todo tipo de armas, especialmente el arco.

Pero un día inesperado muere su padre, de muerte natural pero temprana.

Chitrāngada asiste a los ritos de cremación real y recibe la corona de las manos de su alto, silencioso y célibe hermanastro, de nombre Bhishma.

Chitrāngada es joven y siente el ímpetu de expresar su energía. Cabalga días enteros con sus tropas y no muestra cansancio al atardecer, cuando se despliegan los campamentos. Al contrario, aprovecha las últimas horas para planear la siguiente jornada, para calcular la ruta más económica o la línea de ataque más efectiva.

Chitrāngada atemoriza a los reinos más lejanos, a los que vivían olvidados en su inocente simpleza resguardados por la lejanía, en los valles y cimas de más difícil acceso.

Chitrāngada demuestra su comprensión de la estrategia y su valentía en el combate cuerpo a cuerpo con los guerreros más entrenados. Y el reino se expande.

Se expande el nombre del linaje de los Bhārata, su familia real, los descendientes de la luna.

Y en el cielo, cuando levanta la mirada, Chitrāngada ve nubes blancas que se agrupan en un solo cúmulo algodonado inmaculado en forma de un abuelo barbudo con cuatro cabezas que miran a cada una de las direcciones cardinales. Chitrāngada se sonríe y dice al conductor de su carro:

-Es como si viéramos a Brahmā en el cielo, describiendo la belleza de estas tierras.

Y los dos escuchan el sonido amortiguado de unas telas frotándose unas con las otras. Un sonido sutil, y sensual, que sin embargo llega todo el ejército porque proviene del cielo.

Ante sus ojos abiertos de par en par todos los soldados ven, asombrados, que en el horizonte blanquecino, cubierto de nubes bajas, los matices grisáceos parecen delinear columnas gigante y balcones semitransparentes; como si el horizonte tuviera forma de una gigantesco palacio celestial.

Algunos nimbos se separan del horizonte, o bajan de la bóveda que cubre las cabezas de los soldados, y flotan hacia ellos, como plumas que caen del techo tras una pelea de almohadas.

Cuando los soldados se dan cuenta de que los nimbos que se acercan tienen forma de carros ovalados empiezan a sudar. Y Chitrāngada no puede evitar un instante de asombro, un movimiento involuntario de dilatación en las pupilas, cuando ante su mirada, caminando con pasos suaves pero seguros, se acerca una figura humana alta, demasiado alta, como medio cuerpo más alta de lo habitual, cargando un arco alargado hecho de un material tan blanco que brilla como la luna llena.

La figura camina entre los soldados, que han quedado congelados.

Atraviesa las tropas sin tocar a nadie, hasta plantarse a dos metros de Chitrāngada.

Sus miradas se encuentran.

Y el recién llegado habla, con voz suave, pronunciando cada sílaba con cuidado:

-Yo soy Chitrāngada; el emperador de los gandharva.

He expulsado a los titanes y conquistado a los planetas de los dioses. Todos los planos celestiales me rinden tributo. Ahora he venido a luchar contra ti.

 

Así murió Chitrāngada, tras una batalla de tres años, en el campo de Kurukshetra, que acogerá más tarde la gran batalla del Mahābhārata.

 

***

El Nātyaśāstra es un texto cuyo origen se data en los primeros siglos de la era común, posteriormente comentado y re-comentado, que ha influenciado gran parte del arte tradicional en la india.

Explicado brevemente, el Nātyaśāstra propone que las emociones humanas se pueden resumir en ocho básicas, como los tres colores primordiales de cuya mezcla salen todos los demás. Estas emociones son: lo erótico, lo cómico, lo patético, lo furioso, lo heroico, la compasión, lo terrible y lo maravilloso.

Las emociones básicas funcionan como cuerdas de un guitarra. Las emociones se pueden pinzar y cuando se pinzan en una buena combinación producen una armonía. Esta armonía produce la novena emoción, que es la paz (śāntiḥ). La novena emoción no se puede representar de ninguna manera, solamente se puede producir “pinzando” las emociones adecuadas.

Las emociones básicas no se representan describiéndolas, sino utilizando elementos que la tradición ha ido recopilando y el Nātyaśāstra enumera.

Un detalle más, para llegar a la armonía existe cierto orden en el que las emociones se deberían suceder. Si después de evocar la emoción erótica, pasamos a la de terror, creamos una desarmonía y no se producirá śāntiḥ. Es interesante tener esto en cuenta porque nuestra sociedad consume muchas películas de terror que combinan cierto tipo de erotismo adolescente con la más absoluta crueldad. No es casualidad que la escena musical contemporánea proponga también composiciones sin armonía e incluso directamente cacofónicas. Este tema no es menor y recomiendo el documental Beyond Ultra Violence: Uneasy Listening by Merzbow, de Aryan Kaganof, en el que se pueden encontrar reflexiones interesantes sobre el sentido del ruido como método de composición a fines del siglo XX.

Reflexionando sobre el Nātyaśāstra me parece tener la sensación que toda esta primera parte del proyecto, desde que comencé a publicar en este blog hace casi dos años, ha venido marcada predominantemente por la sensación de maravilla (adbhuta, en sánscrito). Siento que mi atracción por lo colorido, psicodélico y fantástico se está terminando y es hora de pasar a otra cosa. Estos últimos 15 días me he estado preparando emocionalmente este post. Ya sabía desde hacía un tiempo que quería escribir algún día sobre el encuentro del rey Chitrāngada con su tocayo celestial (Sambha Parva 36) y tenía claro que lo que predomina en este encuentro es la sensación de maravilla: el encuentro con estas casualidades inexplicables de la vida, y con el “otro lado”, el “misterio”, que tanto gusta a la psicodelia.  Me he preparado casi ritualmente para despedir la fijación con el adbhuta. La semana pasada me compré las dos camisas más coloridas que he tenido nunca, y fui a ver al cine Valerian, una película de ciencia ficción para pre-adolescentes, marcada por el exceso de color y fantasía en las imágenes. El argumento de la película es simple, pero me remito a las palabras del escritor de ciencia ficción J.G. Ballard en un ensayo sobre este mismo género, en el que argumentaba que la ciencia ficción se basa esencialmente en la imagen. No le podemos exigir argumentos complejos y profundos porque no es su función, la ciencia ficción apela a otro tipo de lectura, que no es ni argumental ni racional, sino predominantemente visual. Por esto el medio de la ciencia ficción es el cine. Pero en fin, estoy hablando del Mahābhārata y el Mahābhārata es mucho más que ciencia ficción, porque contiene todos los rangos de las emociones.

El experimento de este escrito ha sido escribir la historia de Chitrāngada basándome en el esquema que propone el Nātyaśāstra. Primero, he tenido en cuenta que la manera más armónica de llegar a la maravilla es pasando por el heroísmo, y para provocar la sensación de heroísmo, y después maravilla, he utilizado los elementos que propone el Nātyaśāstra. Aquí también hay que tener en cuenta que el Nātyaśāstra insiste en que la experiencia artística funciona en un receptor dispuesto a participar, por tanto propone una actitud diferente al bombardeo sensorial por el que optan productos artísticos contemporáneos, como la misma película Valerian.

Los elementos utilizados son los siguientes:

Para lo heroico (vīra):

(Deidad representativa, Indra)

Sus personajes son seres elevados y está caracterizado por el [sentimiento básico] entusiasmo (utsāha). Nace a partir de los siguientes determinantes: la perspicacia, la decisión, el sentido político, la cortesía, el poderío militar, la agresividad, la fuerza, la valentía, la superioridad, etc.

Ha de ser representado mediante los siguientes consecuentes: la entereza, la paciencia, el heroísmo, el espíritu de sacrificio, la destreza, etc.

Sus estados mentales transitorios [y sus consecuentes psicosomáticos] son los siguientes: el contentamiento, la convicción, el orgullo, la agitación, la violencia, la indignación, la evocación, la horripilación, etc.

(…)

Maravilloso (adbhuta)

(Deidad representativa, Brahmā)

Caracterizado por el sentimiento básico de asombro.

Surge a partir de los siguientes consecuentes: la aparición de seres celestiales, la consecución del deseo anhelado, la visita a bosques imponentes y a los templos al encontrarse con grandes mansiones, carrozas volantes, fenómenos extraordinarios, juegos de magia, etc.

Ha de ser representado mediante los siguientes consecuentes: ojos abiertos de par en par, mirada fija, horripilación, llanto, sudoración, gozo, vítores, grandes actos de caridad, exclamaciones de asombro, locuacidad y también agitando los vestidos y los dedos, etc.

Sus estados mentales transitorios [y sus consecuentes psicosomáticos] son los siguientes: parálisis, llanto, sudoración, balbuceo, horripilación, agitación, confusión, alegría, veleidad, locura, contentamiento, embotamiento, desmayo, etc.

(Cito la traducción del sanscritista Óscar Pujol, incluida en: Rasa, El placer estético en la tradición india, de Chantal Maillard y Óscar Pujol. Indica Books, 1999)

 

Según muchos de los filósofos antiguos la maravilla es el origen de la voluntad de saber desinteresada, el origen de la filosofía[1]. Pero la propuesta del Nātyaśāstra va un poco más allá; porque la realidad no es solamente un universo de colores que se explora llevando una escafandra. No estamos separados de la realidad, y sentir a la realidad atravesar“nos” implica abrirse a más áreas que a la maravilla, la curiosidad y las ganas de conocer. La realidad no solo se explora, es algo mucho más rico.

Y bueno, se puede hablar mucho más de todo esto, pero de momento lo dejo aquí. Seguimos con el Mahābhārata.

La ilustración que encabeza esta entrada es de Javier Rubinstein – FB despertando el arte

[1] Recomiendo al libro En el principio era la maravilla – Las grandes preguntas de la filosofía antígua, Enrico Berti, Gredos, 2009.

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