¿Para qué nos contamos una historia? Segunda parte: ¿de dónde llegan las fuentes?

En la música clásica indostaní se tocan pocas composiciones escritas; es más habitual que los músicos improvisen con diferentes escalas, o grupos de notas, llamadas raga. Los raga están relacionados con momentos de la jornada, porque cada combinación de notas tiene una resonancia específica, que es la más afín a un momento del día. Por ejemplo, una combinación de notas bajas y agudas afín a los últimos instantes de la tarde, cuando no es ni de noche ni de día, o notas bajas, que se tocan con un ritmo pausado, para los días de lluvia. De esta manera músicos y oyentes integran el sonido con la sensación (rasa) del momento.

¿Pero, quién decidió qué sonidos se tocan en cada momento? Los humanos que estuvieron vivieron antes que nosotros, ¿inventaron las combinaciones de notas idóneas para cada momento del día, o lo aprendieron del entorno?

Se dice que en el origen de los tiempos las raga emergieron de la matriz del universo como el sonido de los cinco elementos. El raga Deepak (dípak) apareció resonando con el fuego. El elemento tierra apareció resonando con el raga Shrí. El elemento agua apareció resonando con el raga Megh. El cielo, o éter, algunos dicen que resonaba con el raga Malkauns y otros con Bhairav, mientras el viento energético universal resonaba con el raga Hindol.

Cada uno de estos raga se casó con seis ragini, o seis raga femeninos, y tuvieron hijos. Estos hijos formaron tribus, o clanes (jati), que son todas las familias de raga que existen en la música clásica indostaní. Lo cual quiere decir que en el sonido también se pueden reconocer linajes, si sabemos escuchar.

Por otro lado, una historia que nos cuenta el Mahābhārata -una historia que empezaré a transitar lentamente a partir de esta entrada- es la del enfrentamiento del rishi Vishvamitra con el gran rishi Vashishtha:

Antes de llamarse Vishvamitra, y convertirse en un rishi, o sabio visionario, Vishvamitra fue rey. Por su parte Vashishtha es un rishi de nacimiento, y uno de los referentes más importantes de rishi, porque nació directamente de la mente de la expansión creativa universal (Brahma)

Por sus aptitudes, Vashishtha se encargaba de cuidar a la vaca de la abundancia (Nándini, o Kámadhenu), de cuyas ubres emana todo lo que nutre al mundo. – Vishvamitra vio la vaca que cuidaba Vashishtha y la deseó para sí. –  Vishvamitra robó la vaca a Vashishtha usando su fuerza física superior.

Cuando la vaca le preguntó a Vashishtha por qué permitía que la secuestraran, este contestó:

-Él es un guerrero, su poder está en su fuerza. Yo soy un renunciante espiritual, mi poder está en la paciencia.

-Pero, ¿si no quiero estar con él, tengo derecho a liberarme? – preguntó la vaca de la abundancia.

-Puedes hacer lo que quieras – dijo Vashishtha.

Entonces la vaca de la abundancia universal parió guerreros de varias razas, que no existían hasta entonces, como los Yavana, que hay quien relaciona con los antiguos griegos, o los Mlecha, que somos todos los “bárbaros” que no hablamos sánscrito.

La vaca se liberó, gracias a aquellas tropas que lucharon por ella contra Vishvamitra. Y la historia continúa, y seguirá en la próxima entrada, pero hoy quería detenerme aquí, en la pregunta:

¿En qué momento se dividen las supuestas razas y culturas de la tierra?

Como con el sonido, ¿existen linajes que corresponden a matices distintos de la humanidad?

De alguna manera, la historia de Vashishtha y Vishvamitra es también la historia de la discordia. Porque diferenciar es separar, y la diferenciación llegó junto a la discordia. El camino de retorno sería, como en la música, la armonización, donde cada tono tiene su lugar en resonancia con los demás.

No lo sé del todo, pero siento que no hay mucha diferencia entre los linajes humanos y los del sonido, y que indagando en la diferencia entre el lenguaje humano y el sonido abstracto se disuelven las separaciones mentales de la discordia. ¡Oh diosa de los grillos! Pechos azules y mirada sin fondo. Dulce miel del sol. Brisa que nos acaricia desde el fondo de los tiempos. Cada vez que siento el viento, me dice: -Yo he acunado a todos tus ancestros, desde la India hasta el Sáhara.

La historia sobre los linajes de los raga se la escuché a la maestra de dhrupad Pelva Naik, en un encuentro personal, que pudo tener lugar gracias a Eulalia Cuixart de Sangitarasika, donde le pude preguntar en persona la pregunta que va a marcar las próximas entradas de este año: ¿Qué es la repetición, y qué es una experiencia?

Su respuesta (transcrita y traducida por mí del inglés):

-Una experiencia es algo que no se deriva de la memoria, está en el momento; es en el momento, cuando experimentas algo. Es un acto de recibimiento, ante todo. Es un proceso muy integrativo. También muy emocionante. No solamente una memoria, es nuevo y fresco, renace en cada momento. Es sensual, en el sentido de que la experiencia depende de los cinco sentidos. Es material, y a la vez el espíritu se reconoce en ella. La experiencia mayor tiene lugar en la rendición personal.

-La repetición es continuación. Algo no estancado; no muerto. Como un fluir. Energético y cíclico. Todo es cíclico, solo por repetición algo puede evolucionar. La evolución pasa en la repetición; es inherente a ella. Pasa continuamente.

La repetición es muy importante.

Si te han interesado las historias de los raga te recomiendo venir el próximo 28 de Julio a la presentación del espectáculo de música narrada, o narración musicalizada, que hemos desarrollado este invierno junto a Abdul Karim, músico de flauta bansuri tradicional.

Dependiendo de la hora en la que toque presentar el espectáculo, y de las condiciones atmosféricas, presentamos uno u otro raga. Con la palabra, presento el raga, las historias del sonido, del Aum, del lenguaje, y el arquetipo que representa el raga que oirás tocar. Así música de flauta clásica indostaní y palabras se funden en algo que va más allá del análisis y la comprensión.

28 de Julio, 20.00 a 21.15

Sala Equilibrium Yoga, Ronda Universidad 33 3-2b, Barcelona.

10 euros

Reservas e información: Michael.gadish@gmail.com  

-Estoy cansado de luchar -, dijo el narrador de esta entrada.

-No digo cansado de vivir, o de buscar la veracidad, la coherencia y lo justo, pero sí cansado de pelear, discutir, refutar o responder; sobre todo a mí mismo.

Por ejemplo, esta semana he releído un mail que envié en Junio de 2015 a Ignasi Potrony, un narrador y divulgador de la narración oral, sobre todo en catalán, maestro de much@s narrador@s, quien tuvo la paciencia, y la generosidad, de aconsejarme durante la preparación del espectáculo de 8 horas de narración del Ramayana, que terminé llamando Un viaje por el Ramayana.

En una ocasión Ignasi Potrony me invitó a su casa y me dedicó toda una mañana, de la cual salieron ideas muy importantes para la estructura de aquella narración especialmente larga. Pero, más importante aún, recibí una gran lección humana, en la que aprendí -mediante el ejemplo- que lo que engrandece a la persona es la bondad, la ternura y la paciencia. Y en aquél mail que le envié a Ignasi Potrony en el 2015 yo le compartí un esquema que me inspira, y que he compartido más de una vez en este blog. Un esquema de las distorsiones que pueden sufrir los mitos cuando son “interpretados”, en lugar de “escuchados”:

  1. Se convierten en superstición, cuando los interpretamos como realidad empírica.
  2. Se reducen a algo irreal, si los interpretamos como alegoría de otra cosa.
  3. Se reducen a una actitud estética, o entretenimiento, cuando se interpretan con desapego.
  4. Se convierten en una metafísica dogmática, cuando los conceptualizamos.
  5. Caemos en la red de la magia, en la que el manipulador es manipulado, cuando interpretamos los mitos según nuestra voluntad.

Y la respuesta de Ignasi Potrony fue sutil. Tanto, que en aquel momento no la entendí: Me dijo que si el autor del esquema (Paul Laffoley) hablaba de “escuchar” el símbolo, o el mito, todavía estaba separado de él. Que el mito es una vivencia que alinea todas las dimensiones.

Y yo entendí, o así lo pensé, aquella respuesta, pero no la integré lo suficiente.

A veces, en el esfuerzo de aclarar algunas cosas, para mí y para los oyentes, olvido que el mito armoniza la superstición con la alegoría y el entretenimiento, pasando por la metafísica, y tiene, además, el poder de la magia, para manipular las consciencias incautas o liberarnos de nuestras ofuscaciones, dependiendo de cómo se use.

La vida es igual: es una vivencia (poética tautología): nos disolvemos en ella transitando la superstición y la diversión, pasando por la reflexión metafísica y alegórica, mientras caemos una y otra vez en la manipulación, más o menos consciente, de nosotros y del entorno. El mito no está separado de la vida, sino que nos recuerda los grados de significado que esta tiene.

Lo que no entendí hace siete años, cuando leí aquella respuesta de Ignasi Potrony, fue el llamado a dejar de enfrentar ideas en mi interior. Como si por no ser escuchado, un mito pudiera dejar de ser vivido; como si el mito estuviera separado de la vida, o la alegoría estuviera reñida con la superstición, o el entretenimiento con la metafísica, cuando todos estas caras de la realidad son complementarias.

Esta lucha interna entre mis ideas es un eco de todas las batallas del universo, desde las discusiones domésticas hasta los genocidios. Es un eco de la lucha de los deva contra los asura, por el elixir de la inmortalidad.

En la entrada de la semana pasada hice una selección de maneras distintas de narrar la batalla central del Mahābhārata, tal como se encuentran en el texto original. Matices distintos de un mismo evento, que reflejan las ocho emociones básicas del ser humano, u ocho “sabores” esenciales que puede tener la emoción, según la tradición literaria y existencial que enmarca el Mahabharata.

Según esta teoría existen ocho sabores (rasa) esenciales, que surgen de la resonancia que produce cada emoción básica. Como si fueran ocho notas: El sabor del enamoramiento (shringara), el sabor cómico (hasya), la pena y compasión (karuna), la furia (raudra), el heroísmo (víra), el miedo (bhayánaka), el asco (bibhatsu) y la maravilla (adbhuta). Cuando estos ocho sabores se armonizan emerge el sabor de la paz (shántam). Y esta manera de ver el mundo enlaza lo artístico con lo existencial. Por una parte, según los comentarios del tratado tradicional de representación escénica (Natyashastra) el sabor de la paz (shanti) no se puede representar porque no tiene atributos, pero emerge al hacer pasar al espectador por todos los rasa (sabores). O, dicho de otra manera, los atributos de la paz se reparten entre los de las otras emociones, igual que la luz blanca se divide en siete colores. Y a su vez existen líneas filosóficas (tántricas) que aplican la misma teoría al tránsito por la vida, abogando por el reconocimiento e integración de los sabores básicos de la emoción para el aflorar de la paz, que es el origen y destino de la humanidad.

Porque no existe una separación real entre arte y vida. La representación artística forma parte de la vida y sus manifestaciones, así como el mito es un recuerdo de la multiplicidad de la vida, que surge de la vida y se vuelca en ella misma.

El Mahābhārata la vida, y la vida es el Mahabharata.

Me ha parecido reconocer las ocho emociones básicas en las descripciones de la batalla de Kurukshetra, que es el evento central del Mahābhārata, y lo he querido compartir. Y esta afirmación no excluye otras interpretaciones del Mahābhārata, o de la larguísima y minuciosa descripción de la batalla que esta obra contiene. Igual que la vida puede tener interpretaciones variadas, y puntos de vista complementarios.

Decir “estoy cansado de luchar”, para mí, significa “estoy cansado de enfrentar puntos de vista en mi interior”. La verdadera libertad sería pasar de lo racional a lo mítico, supersticioso y mágico sin tener que detenerse en nada. Poder creer simultáneamente en la ciencia, en el rigor histórico, en el mito, el ritual y la analogía simbólica, de todo con todo, sería como convertir la batalla interior en una danza de la paz. Y esto no requiere un esfuerzo, sino lo contrario. Implica, más bien, un dejar de hacer. Como soltar el hueso que estoy royendo. Dejar las armas.

Como cuando, al fin de la batalla de Kurukshetra, el guerrero Ashvatama, indignado y furioso por la perdida de su padre, lanza un arma mágica que flameará a los guerreros restantes del bando contrario, y para salvarse, los soldados sueltan sus armas y las dejan caer al suelo. De esta manera, abandonando la guerra, el ataque mágico los pasa de largo.

Pero, hay que ser valiente para ser capaz de abandonar el escudo en medio de la batalla.

¿Dónde se encuentra la paz?

El Mundo tiene una dinámica. Vibra: resuena, funciona, existe. El mundo se condensa y se dilata, se despliega y se repliega en sí mismo, en una dinámica que algunos ven como una batalla, entre los deva y los asura, por la posesión del elixir de la inmortalidad. Una batalla entre liberación y el poder, que tiene lugar en el corazón de todos los mundos. Todo conflicto es un eco de esta batalla constante. Toda dinámica de resistencia interna, todo rechazo. Pero también los grandes conflictos externos, como las discusiones, e incluso aquella batalla total que tuvo lugar al fin de la era anterior, antes de que empezara la historia de la humanidad tal como la conocemos. Aquella batalla del campo de los Kuru (kurukshetra), que unió a los luchadores de la tierra en una rueda de todas las emociones posibles:

Donde flechas de hierro esparcían a los soldados como el viento dispersando una masa de nubes. Una visión bella, incluso, para quienes lo pudieran ver. Y donde guerreros orgullosos de su linaje y proezas se caían ridículamente de culo en sus carros, abrumados por el ruido de los insultos y los gritos de – ¡ataca! ¡dale! ¡vamos! ¡golpea! – que sonaban en todas las direcciones. En un remolino triste en el que miles de familias, nombres y linajes desaparecieron, engullidos por la furia que hacía avanzar a todos, insensibles al dolor. Como leones en el bosque deseando la misma hembra.

En aquél campo de batalla se plantó Bhishma, el hijo del Ganges y de los elementos; hijo del cielo y la tierra, y decidió que ya no iba a vivir. Y lo decidió sin miedo, y sin rencor; solo con heroísmo.

Él, que podía decidir cuándo iba a morir, había matado miles de hombres las jornadas anteriores, junto a miles de elefantes y caballos, mientras avanzaba como la terrorífica muerte con la boca abierta, por aquel campo de batalla en el que cuerpos eran cercenados por la mitad y cabezas arrancadas. Elefantes, caballos, carros y guerreros caían en todas las direcciones. Príncipes y generales eran desmembrados por ruedas de carros y pisados por elefantes y caballos. La tierra estaba cubierta de carros rotos y ruedas quebradas; la merodeaban perros, cuervos, buitres, chacales y animales desagradables, que aullaban ante la visión de la carne.

Bhishma vio como Arjuna, el guerrero que se había amigado con los dioses, que era también su nieto, discípulo, y ahora enemigo, invocaba un arma mágica que hizo llover millones de flechas, que caían sobre todos los carros desde el cielo, como si fueran los rayos del sol.

Ante aquella visión maravillosa Bhishma entendió que era el momento de renunciar. Había pasado por la rueda de todas las emociones: el enamoramiento (shringara), lo cómico (hasya), la pena (karuna), la furia (raudra), el heroísmo (vira), el miedo (bhayánaka), el asco (bibhatsu) y la maravilla (adbhuta). Lo que quedaba en él era solo paz (shanti), aquello que subyace a todas las emociones, que es inexpresable e imposible de representar, pero aflora cada vez que se equilibra el resto de los sentimientos, o cuando se dejan pasar las olas de todas las emociones. Shanti, paz, aquello que somos, aún cuando lo olvidamos.

Chitrangada, el rey y su espejo

El Mahābhārata habla de todo. Habla de un conflicto, y habla de grandes seres humanos que a pesar de vivir vidas modélicas se ven arrastrados por tormentas del destino; por tormentas que sobrepasan su capacidad de reacción.

Chitrāngada es un rey. Tío abuelo de los protagonistas de esta gran obra.

Chitrāngada tiene un rol corto y enigmático.

Chitrāngada nace en un reino rico y cohesivo. El pueblo está contento, no hay rebeliones. El resto de los reinos tiene miedo al reino de Chitrāngada y le rinden tributo anual, del cual su monarca no abusa.

Chitrāngada crece orgulloso de su linaje real y de su reino. Satisfecho con la suerte que Indra, el jefe de los dioses, el destructor de demonios, le ha guardado.

Chitrāngada crece orgulloso de su padre, dedicando su vida al estudio de la geografía y la política, aprendiendo a conocer su reino y los reinos circundantes. El cuerpo de Chitrāngada es fuerte y ágil, está entrenado para el uso de todo tipo de armas, especialmente el arco.

Pero un día inesperado muere su padre, de muerte natural pero temprana.

Chitrāngada asiste a los ritos de cremación real y recibe la corona de las manos de su alto, silencioso y célibe hermanastro, de nombre Bhishma.

Chitrāngada es joven y siente el ímpetu de expresar su energía. Cabalga días enteros con sus tropas y no muestra cansancio al atardecer, cuando se despliegan los campamentos. Al contrario, aprovecha las últimas horas para planear la siguiente jornada, para calcular la ruta más económica o la línea de ataque más efectiva.

Chitrāngada atemoriza a los reinos más lejanos, a los que vivían olvidados en su inocente simpleza resguardados por la lejanía, en los valles y cimas de más difícil acceso.

Chitrāngada demuestra su comprensión de la estrategia y su valentía en el combate cuerpo a cuerpo con los guerreros más entrenados. Y el reino se expande.

Se expande el nombre del linaje de los Bhārata, su familia real, los descendientes de la luna.

Y en el cielo, cuando levanta la mirada, Chitrāngada ve nubes blancas que se agrupan en un solo cúmulo algodonado inmaculado en forma de un abuelo barbudo con cuatro cabezas que miran a cada una de las direcciones cardinales. Chitrāngada se sonríe y dice al conductor de su carro:

-Es como si viéramos a Brahmā en el cielo, describiendo la belleza de estas tierras.

Y los dos escuchan el sonido amortiguado de unas telas frotándose unas con las otras. Un sonido sutil, y sensual, que sin embargo llega todo el ejército porque proviene del cielo.

Ante sus ojos abiertos de par en par todos los soldados ven, asombrados, que en el horizonte blanquecino, cubierto de nubes bajas, los matices grisáceos parecen delinear columnas gigante y balcones semitransparentes; como si el horizonte tuviera forma de una gigantesco palacio celestial.

Algunos nimbos se separan del horizonte, o bajan de la bóveda que cubre las cabezas de los soldados, y flotan hacia ellos, como plumas que caen del techo tras una pelea de almohadas.

Cuando los soldados se dan cuenta de que los nimbos que se acercan tienen forma de carros ovalados empiezan a sudar. Y Chitrāngada no puede evitar un instante de asombro, un movimiento involuntario de dilatación en las pupilas, cuando ante su mirada, caminando con pasos suaves pero seguros, se acerca una figura humana alta, demasiado alta, como medio cuerpo más alta de lo habitual, cargando un arco alargado hecho de un material tan blanco que brilla como la luna llena.

La figura camina entre los soldados, que han quedado congelados.

Atraviesa las tropas sin tocar a nadie, hasta plantarse a dos metros de Chitrāngada.

Sus miradas se encuentran.

Y el recién llegado habla, con voz suave, pronunciando cada sílaba con cuidado:

-Yo soy Chitrāngada; el emperador de los gandharva.

He expulsado a los titanes y conquistado a los planetas de los dioses. Todos los planos celestiales me rinden tributo. Ahora he venido a luchar contra ti.

 

Así murió Chitrāngada, tras una batalla de tres años, en el campo de Kurukshetra, que acogerá más tarde la gran batalla del Mahābhārata.

 

***

El Nātyaśāstra es un texto cuyo origen se data en los primeros siglos de la era común, posteriormente comentado y re-comentado, que ha influenciado gran parte del arte tradicional en la india.

Explicado brevemente, el Nātyaśāstra propone que las emociones humanas se pueden resumir en ocho básicas, como los tres colores primordiales de cuya mezcla salen todos los demás. Estas emociones son: lo erótico, lo cómico, lo patético, lo furioso, lo heroico, la compasión, lo terrible y lo maravilloso.

Las emociones básicas funcionan como cuerdas de un guitarra. Las emociones se pueden pinzar y cuando se pinzan en una buena combinación producen una armonía. Esta armonía produce la novena emoción, que es la paz (śāntiḥ). La novena emoción no se puede representar de ninguna manera, solamente se puede producir “pinzando” las emociones adecuadas.

Las emociones básicas no se representan describiéndolas, sino utilizando elementos que la tradición ha ido recopilando y el Nātyaśāstra enumera.

Un detalle más, para llegar a la armonía existe cierto orden en el que las emociones se deberían suceder. Si después de evocar la emoción erótica, pasamos a la de terror, creamos una desarmonía y no se producirá śāntiḥ. Es interesante tener esto en cuenta porque nuestra sociedad consume muchas películas de terror que combinan cierto tipo de erotismo adolescente con la más absoluta crueldad. No es casualidad que la escena musical contemporánea proponga también composiciones sin armonía e incluso directamente cacofónicas. Este tema no es menor y recomiendo el documental Beyond Ultra Violence: Uneasy Listening by Merzbow, de Aryan Kaganof, en el que se pueden encontrar reflexiones interesantes sobre el sentido del ruido como método de composición a fines del siglo XX.

Reflexionando sobre el Nātyaśāstra me parece tener la sensación que toda esta primera parte del proyecto, desde que comencé a publicar en este blog hace casi dos años, ha venido marcada predominantemente por la sensación de maravilla (adbhuta, en sánscrito). Siento que mi atracción por lo colorido, psicodélico y fantástico se está terminando y es hora de pasar a otra cosa. Estos últimos 15 días me he estado preparando emocionalmente este post. Ya sabía desde hacía un tiempo que quería escribir algún día sobre el encuentro del rey Chitrāngada con su tocayo celestial (Sambha Parva 36) y tenía claro que lo que predomina en este encuentro es la sensación de maravilla: el encuentro con estas casualidades inexplicables de la vida, y con el “otro lado”, el “misterio”, que tanto gusta a la psicodelia.  Me he preparado casi ritualmente para despedir la fijación con el adbhuta. La semana pasada me compré las dos camisas más coloridas que he tenido nunca, y fui a ver al cine Valerian, una película de ciencia ficción para pre-adolescentes, marcada por el exceso de color y fantasía en las imágenes. El argumento de la película es simple, pero me remito a las palabras del escritor de ciencia ficción J.G. Ballard en un ensayo sobre este mismo género, en el que argumentaba que la ciencia ficción se basa esencialmente en la imagen. No le podemos exigir argumentos complejos y profundos porque no es su función, la ciencia ficción apela a otro tipo de lectura, que no es ni argumental ni racional, sino predominantemente visual. Por esto el medio de la ciencia ficción es el cine. Pero en fin, estoy hablando del Mahābhārata y el Mahābhārata es mucho más que ciencia ficción, porque contiene todos los rangos de las emociones.

El experimento de este escrito ha sido escribir la historia de Chitrāngada basándome en el esquema que propone el Nātyaśāstra. Primero, he tenido en cuenta que la manera más armónica de llegar a la maravilla es pasando por el heroísmo, y para provocar la sensación de heroísmo, y después maravilla, he utilizado los elementos que propone el Nātyaśāstra. Aquí también hay que tener en cuenta que el Nātyaśāstra insiste en que la experiencia artística funciona en un receptor dispuesto a participar, por tanto propone una actitud diferente al bombardeo sensorial por el que optan productos artísticos contemporáneos, como la misma película Valerian.

Los elementos utilizados son los siguientes:

Para lo heroico (vīra):

(Deidad representativa, Indra)

Sus personajes son seres elevados y está caracterizado por el [sentimiento básico] entusiasmo (utsāha). Nace a partir de los siguientes determinantes: la perspicacia, la decisión, el sentido político, la cortesía, el poderío militar, la agresividad, la fuerza, la valentía, la superioridad, etc.

Ha de ser representado mediante los siguientes consecuentes: la entereza, la paciencia, el heroísmo, el espíritu de sacrificio, la destreza, etc.

Sus estados mentales transitorios [y sus consecuentes psicosomáticos] son los siguientes: el contentamiento, la convicción, el orgullo, la agitación, la violencia, la indignación, la evocación, la horripilación, etc.

(…)

Maravilloso (adbhuta)

(Deidad representativa, Brahmā)

Caracterizado por el sentimiento básico de asombro.

Surge a partir de los siguientes consecuentes: la aparición de seres celestiales, la consecución del deseo anhelado, la visita a bosques imponentes y a los templos al encontrarse con grandes mansiones, carrozas volantes, fenómenos extraordinarios, juegos de magia, etc.

Ha de ser representado mediante los siguientes consecuentes: ojos abiertos de par en par, mirada fija, horripilación, llanto, sudoración, gozo, vítores, grandes actos de caridad, exclamaciones de asombro, locuacidad y también agitando los vestidos y los dedos, etc.

Sus estados mentales transitorios [y sus consecuentes psicosomáticos] son los siguientes: parálisis, llanto, sudoración, balbuceo, horripilación, agitación, confusión, alegría, veleidad, locura, contentamiento, embotamiento, desmayo, etc.

(Cito la traducción del sanscritista Óscar Pujol, incluida en: Rasa, El placer estético en la tradición india, de Chantal Maillard y Óscar Pujol. Indica Books, 1999)

 

Según muchos de los filósofos antiguos la maravilla es el origen de la voluntad de saber desinteresada, el origen de la filosofía[1]. Pero la propuesta del Nātyaśāstra va un poco más allá; porque la realidad no es solamente un universo de colores que se explora llevando una escafandra. No estamos separados de la realidad, y sentir a la realidad atravesar“nos” implica abrirse a más áreas que a la maravilla, la curiosidad y las ganas de conocer. La realidad no solo se explora, es algo mucho más rico.

Y bueno, se puede hablar mucho más de todo esto, pero de momento lo dejo aquí. Seguimos con el Mahābhārata.

La ilustración que encabeza esta entrada es de Javier Rubinstein – FB despertando el arte

[1] Recomiendo al libro En el principio era la maravilla – Las grandes preguntas de la filosofía antígua, Enrico Berti, Gredos, 2009.

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