crisis bajo el sol

Las crisis personales, cuando no son pataletas infantiles sino momentos de interiorización y reestructuración profunda, son buenas, importantes y necesarias.

En esta entrada quiero hablar de crisis, y de la relación de la humanidad con el sol, y de lecturas simbólicas, una vez más.

Comencemos por el sol.

Hay un momento en el Mahabharata en el que los Pandava, los hermanos protagonistas de la épica, se encuentran con un Gandharva en el bosque, que los recibe en actitud belicosa.

De entrada, la situación me parece importante: Los Pandava están en el bosque, fuera de su hábitat, lejos de la ciudad que les toca gobernar como nobles. A causa de un ardid de su retorcido primo los Pandava están escapando, de incógnito, mientras el mundo cree que están muertos. La situación en sí es fronteriza; estamos en los márgenes de la realidad. Más aún cuando la huida es de noche, por necesidad, y además el ser que se planta ante los Pandava es un “bardo celeste”, un Gandharva; una suerte de guerrero astral que vive en el plano atmosférico y considera la noche, y el bosque, dominios suyos. Los Pandava, según el enfurecido gandharva, en tanto que humanos, no están respetando las fronteras del espacio que les corresponde. Esto es, la civilización y el horario diurno. Esta transgresión, según el gandharva, es una razón de peso para atacarlos y separar sus vidas de sus cuerpos.

Claro, esto es lo que el gandharva quiere llevar a cabo, pero no puede, porque entre los Pandava está el poderoso Arjuna, arquero invencible, en posesión de armas mágicas que subyugan al gandharva hasta obligarlo a arrodillarse ante los cinco hermanos y su madre.

Una vez vencido, el gandharva espera ser ejecutado por los Pandava pero estos se niegan a hacerlo. Así se forja una hermandad entre estos seres de planos distintos, que les vale a los Pandava una historia sobre los orígenes de su linaje:

En un momento del combate, el gandharva llama a Arjuna “continuador del linaje de Tapati” y cuando la batalla termina Arjuna inquiere sobre el significado de este epíteto.

Así, el gandharva comparte su conocimiento superior con los hermanos, contándoles la historia de un eslabón muy antiguo de su linaje.

Tapati, que en sánscrito es una conversión de la palabra calor en verbo, es decir algo así como “acaloramiento”, es el nombre de la hija menor del sol. Es la más bella entre todos los planos. Más bella que las diosas y más bella que las ninfas en todas sus variedades. El sol estaba preocupado de que Tapati no encontrara una pareja que estuviera a su altura, hasta que apareció el rey Samvarna. La historia no tiene ningún giro dramático, Samvarna y Tapati se encuentran, se enamoran y tienen hijos. Sus descendientes lejanos son los Pandava; ellos lo han olvidado pero el gandharva no, por esto llama a Arjuna “descendiente de Tapati”. Lo que quiero remarcar en el relato que hace el gandharva sobre el encuentro del ancestro de sangre real con la hija del sol es la descripción del momento en el que se cruzan los dos:

El rey Samvarna era un ser humano ejemplar y entregaba su energía vital a la adoración del sol sin guardarse nada. Cubría la tierra con el esplendor de su actitud igual que el sol lo hace con sus rayos. Este rey se fue a cazar, se alejó de la civilización y su caballo murió en el viaje. El rey siguió su camino a pié hasta encontrarse de repente con la que no tenía igual en los 3 mundos, la hija menor del sol. Se quedó inmóvil y pensó que la belleza que veía era la manifestación de los rayos del sol sobre la tierra. Ella se mantuvo quieta como una estatua entre las enredaderas y el rey quedó atrapado en el lazo de su perfección; pensó que sus ojos habían cumplido su objetivo en la vida.

El rey se dio cuenta de que lo que tenía delante era una apaición sobrenatural pero no se preguntó qué era lo que estaba viendo sino que se dirigió directamente a la aparición y le preguntó: “¿Quién eres? No pareces humana ni de ninguna de las razas mágicas”.

¿Quién es?, en lugar de ¿qué es?, esta es una de las claves de la mirada transcendental. Cuando miramos al sol, nos preguntamos tal vez qué es. Una bola de fuego gigante, sí, pero ¿quién es? ¿Y si nos preguntáramos eso? ¿Y si se lo preguntáramos al sol sinceramente, y nos permitiéramos escuchar de verdad? La diferencia entre qué y quién significa un cambio fundamental de actitud. ¿Y si cada vez que nos encontráramos con alguien de bruces al bajar del metro, en lugar de decidir qué es (hombre, mujer, guapo, feo, pobre, rico, chino, catalán, magrebí, delgado, alto, obeso, miope, etc.) le miráramos a los ojos y nos preguntáramos ¿quién es?

Esto que digo es muy inocente, pero es importante para mí. Tal vez forme parte de la crisis personal de la que estoy hablando. ¿Y si al comprarnos unos pantalones, en lugar de preguntarnos qué es: un pantalón feo/bonito, caro/barato, nos preguntáramos quién es?¿De dónde viene este pantalón, quién lo ha hecho, cómo, cuánto ha tardado y cómo ha llegado aquí?¿Y si nos preguntáramos quién es cada tomate?

La misticología india insiste en que la era en la que vivimos se llama Kali Yuga, la era oscura de la humanidad, caracterizada entre otras cosas por el descenso de la humanidad hacia la práctica del canibalismo. Esto parece exagerado, o lejano, a nuestra mirada obtusa de Kali Yuga. Pero cuando tratamos al mundo como materia, como un “qué”, como un objeto, nos alimentamos de cualquier cosa con creciente insensibilidad. Cuando la vida, que nos regala ese misterios ser que es el sol, se convierte en un “qué”, en un calor aprovechable, todo se vuelve comestible. La energía vital de la persona que nos hemos cruzado en el metro, la energía que vierte en limpiar casas o coser camisas, se vuelve alimento igual que el tomate o la energía que desprende el petróleo quemado. Desaparece progresivamente el intercambio justo, el regalo y la ofrenda y lo que los sustituye es el abuso de la necesidad; la “cosificación”. Por esto cuando vemos algo incomprensible en Kali Yuga nos preguntamos, en el mejor de los casos, ¿qué ha sido esto? – Una ilusión, probablemente. Y los dioses y los gandharva “¿qué son?”, supersticiones. Ya no existen.

Nuestros antepasados de Krita Yuga, cuando veían algo maravilloso se paraban a preguntarle quién era, de dónde venía y por qué se había cruzado en su camino. Por eso hablaban con los dioses.

Pero según la misticología india después de Kali Yuga volverá Krita Yuga, la era perfecta. Podemos intuirla e invocarla. Podemos aprender a preguntar quién es la realidad. Yo quiero aprender a preguntar –y cuando digo aprender a preguntar quiero decir aprender a escuchar- quién es el Mahabharata en lugar de qué es el Mahabharata. Y esta crisis que estoy pasando, se irá fundiendo en mi proceso de transformación a medida que sigo transitando el Mahabharata.

Sobre si vale la pena buscar consejos matrimoniales en el Mahabharata

Esta primera entrada de 2017 la dedico a una de las primeras decisiones importantes de Bhishma, un personaje que sirve de eje al argumento del Mahabharata. La decisión a la que me refiero se describe en el texto como una anécdota que no parece mucha transcendencia cuando ocurre y se describe en un par de frases, pero las consecuencias de esta decisión acabarán causando que Bhishma abandone su cuerpo.

El Mahabharata, entre otras cosas, es una historia de enredos en la que actuar de manera correcta no es necesariamente sinónimo de éxito o garantía alguna de evitar el conflicto. La dinastía cuya historia explica el Mahabharata comienza con lío, mucho lío. Demasiado lío para poderlo resumir en esta entrada. Digamos solamente, para situarnos, que nos encontramos en un momento en el que un rey ha hecho un voto de castidad y dado que él, a causa de su voto, no podrá continuar el linaje real, decide buscarle conyugue a su hermanastro menor. El rey en voto de castidad es Bhishma, pero ahora el voto y su relación con el hermanastro no importa, lo que importa es que Bhishma está buscando la descendencia para su familia.

Bhishma se entera de que en el reino de Varanasi el rey está organizando un concurso al que vendrán jóvenes nobles de todos los reinos para demostrar sus cualidades e impresionar a las tres hijas del rey. El premio del concurso es ser elegido como esposo por una de las princesas y se presentan miles de pretendientes.

Aquí el texto hace una cabriola de estas que me impresionan tanto y me hacen pensar que una vida entera no será suficiente para entender el Mahabharata. Lo que quiero hacer en esta entrada es comentar este punto del texto y observar cómo se usa el lenguaje fantástico para explorar los espacios a los que no llega la razón.

La pirueta que hace el texto es afirmar, en referencia a la ceremonia de elección de pretendientes que describe, que esta ceremonia corresponde a la octava forma de casamiento, llamada «autoelección» (Svayamvara, en sánscrito).

Me he encontrado con muchas historias sagradas en las que aparece esta ceremonia pero cuando el Mahabharata habla de «octava forma de casarse», parece referirse a algún códice existente que regule estas formas, y concrete ocho maneras posibles de emparejarse. Aquí es donde el texto hace su “cabriola”. La leyenda dice que el sabio Vyasa, compositor del Mahabharata, le pidió al dios Ganesha que transcribiera el Mahabharata mientras él se lo dictaba. Ganesha aceptó con la condición de que el sabio dictara la obra entera de principio a fin, sin parar ni para dormir. Vyasa aceptó y para poder descansar intercalaba acertijos y enigmas filosóficos en la historia, que hacían que Ganesha levantara la cabeza y se quedara pensativo unos segundos, los cuales el sabio aprovechaba para descansar. Este momento parece ser uno de ellos.

Porque es cierto que existen ocho formas de emparejamiento registradas en los códigos de rituales domésticos de referencia (Grihya Sutras, Artha Shastra o el Código de Manu), en ambos se habla de ocho maneras de casarse, pero no se incluye el ritual de autoelección entre ellas. ¿Por qué esta línea del Mahabharata sitúa esta ceremonia (svayamvara) entre una de las ocho formas posibles de matrimonio? es un misterio, más aún a la luz de la siguiente línea: «[la ceremonia] que los instruidos recuerdan y los reyes elogian». ¿Es que la ceremonia en la que la mujer elegía un hombre entre varios pretendientes constituía un recuerdo del pasado, ya en la época del Mahabharata, y es posterior la composición de los códices? Yo, en este momento, no sé la respuesta a esta pregunta. Si estás leyendo esto y sabes algo al respeto por favor escríbeme algo, en los comentarios o a la dirección: respirarelmahabharata@gmail.com

Más allá de este pequeño gran enigma, quiero continuar con el discurso y las acciones de Bhishma en este punto de la historia. Bhishma se presenta en la ceremonia de autelección y exclama la mencionada frase: proclama que la ceremonia que está tomando lugar es «recordada por los sabios y respetada por los reyes», pero «aquellos que conocen el Dharma saben que la esposa tomada por la fuerza es la mejor», y acto seguido Bhishma lucha contra todos los pretendientes y secuestra a las tres princesas.

Ahora, es natural que nos sintamos repelidos por lo que está pasando en el texto, pero una doble, triple y cuádruple lectura de estas páginas abre la mirada a unos significados más sutiles de lo que parece a primera vista. Y aviso de antemano que no pretendo forzar un sofismo enrevesado para justificar ningún secuestro sino que quiero romper una lanza a favor de la complejidad y sensibilidad del Mahabharata. El texto, si se lee con cuidado, es muy imparcial, también visto desde la mirada post-feminista del siglo XXI. Bhishma irrumpe la ceremonia y guerrea contra los príncipes más feroces de la tierra. El texto describe, alaba, las proezas marciales de Bhishma por unas buenas dos páginas, hasta que victorioso, Bhishma se aleja en un carro con las tres princesas a bordo. «A las cuales trata como sobrinas». Es decir, la batalla de Bhishma es contra los otros pretendientes y la derrota es de ellos, en ningún momento se habla de hacer daño a las princesas, o menospreciar su persona o feminidad, ellas se mantienen a salvo, mientras los hombres compiten.

¿Pero y la opinión de ellas? Nos diremos. Y a esto responde la historia, inmediatamente. En el viaje de vuelta a su palacio una de las princesas habla: «Yo ya he elegido al rey de Soubha como marido. Esto yo ya lo había hecho anteriormente, y él ha aceptado mi mano. En la ceremonia yo iba a elegirlo a él. Tú conoces bien el Dharma y ahora sabiendo esto, decide lo que el Dharma implica». Ante esto Bhishma hace los arreglos para que la princesa vuelva a su reino.

Que Bhishma venza a otros príncipes para secuestrar unas princesas es correcto desde el punto de vista del Dharma, a menos que una ya haya elegido, entonces lo correcto es que ella vaya con su elegido. A lo que la princesa alude es a la llamada boda Gandharva, esta vez sí, una de las ocho formas regladas,  en la que hombre y mujer se emparejan por mutuo acuerdo. Es la boda más valorada en la sociedad occidental del siglo XXI, pero ahora me gustaría entrar en el significado profundo de la palabra Gandharva.  ¿Por qué hacerlo? De entrada, porque el texto hace un llamado a la reflexión en este punto. Primero, porque presenta un cruce de intereses sin sancionar ninguno de los dos, al contrario, presentándolos como de igual valor frente al Dharma (la armonía universal). Segundo, porque este enredo será la causa de que Bhishma abandone su cuerpo, a partir de ramificaciones que probablemente aparezcan en próximas entradas o futuras narraciones del Mahabharata.

¿Cuál es la ambigüedad de la boda Gandharva? La denominación en sí nos presenta la pista. Los Gandharva son seres astrales. Tienen cuerpos demasiado sutiles para que los podamos percibir con sentidos humanos. Se les describe como músicos de los Dioses; entretienen a las potencias que son mayores que ellos, a los Deva, y confunden a los humanos. Llama la atención que en el Atharva Veda, himnario referencial para la cultura del Mahabharata, ofrece un himno de protección contra los Gandharva: «como un joven, de apariencia exuberante, el Gandharva acecha las mujer. A él lo expulsamos de aquí con un poderoso hechizo» y las Apsara son las ninfas acuáticas, compañeras de los Gandharva, «marchad hacia el río, a sus vados, como levantadas por el viento, ¡habéis sido reconocidas!» (Ambas citas: Ath.Veda 5,37).

Los Gandharva y las Apsara son bellos, divertidos, sobretodo atrayentes, su presencia imperceptible embelesa el alma, ¿por qué protegerse contra ellos con conjuros? Esto ya es una pregunta que cada uno debe hacerle a su interior. ¿Qué deseo en la vida? ¿Existe otro propósito que el embelesamiento? No pretendo responder estas preguntas aquí, ni tampoco ofrecer una guía para hacerlo, lo que quiero ilustrar es la ambigüedad y la apertura que ofrece definir un tipo de emparejamiento como el «mutuo acuerdo» con una definición “mitológica”, o “simbólica”, como lo es el término Gandharva. Podemos ver que no nos encontramos con un claro juicio moral sino con otra cosa, algo mucho más flexible. Gandharva es una definición, que no cierra ni fuerza sino que apela al discernimiento interior desde este plano sutil hacia el que se expande la percepción cuando accede al pensamiento mitológico. Llámesele fantasía, si se quiere, pero una fantasía real; una fantasía que tiene que ver con el amor y la elección de pareja.

Por otra parte, el secuestro como “forma de emparejamiento”, se menciona en los códigos como boda Rakshasa. Los Rakshasa son seres monstruosos, con un físico muy concreto, tan material como el cuerpo humano, pero con poderes mágicos como la capacidad de volar y cambiar de forma a voluntad. Los Rakshasa son feroces depredadores y consumen carne humana. ¿Se refiere a este tipo de boda como algo positivo la exclamación de Bhishma? En primer lugar, según el código de Manu (3,21), esta boda es la única aceptada para un noble (Ksatriya). En segundo lugar, tal vez, lo que pueda tener de positivo este tipo de “boda”, a nivel material, es que en caso de secuestro, Bhishma no tendría ningún derecho a la propiedad de las princesas que secuestra ni las de sus reinos. Si Bhishma reclamara algo de su dote se consideraría su reclamo como robo. En este caso, Bhishma deja intacto las posesiones del reino de las princesas. Pero de nuevo ¿qué es lo que desean ellas? Y por extensión ¿qué desea el hermanastro de Bhishma? Se toma por supuesto que él estará contento cuando se le presenten dos desconocidas con las que debe casarse, igual que suponemos que dos personas que deciden casarse por la influencia de la melodía encantadora de los Gandharva serán más felices, pero sabemos que no es siempre así.

No pretendo con este escrito defender una u otra acción de los personajes del Mahabharata. Tampoco pretendo, como alguien pueda pensar, defender una ordenación patriarcal, matriarcal, o de ningún tipo en este escrito. Estoy comentando una historia sagrada y un códice legal/ritual. Todo códice es una idealización y representa a la sociedad que lo aplica tanto como una constitución nacional pueda representar a los individuos que respiran dentro del territorio que incumbe; es un mero referente. Lo único que quiero compartir aquí es la fluidez que aporta a un códice el lenguaje mítico. El hecho de dar a cada emparejamiento un nombre mitológico hace que obtenga un significado mayor que el del juicio binario de bien o mal. Las ocho formas de emparejamiento que definen los códices indios son primero una descripción de las posibilidades reales de emparejamiento. Nos guste o no, la realidad es de una manera determinada y ofrece un margen de acción que va desde la elección de la pareja al secuestro. Dentro de estas posibilidades de la realidad, fluye el sentido.

En mi opinión, lo que aporta el uso de un lenguaje “mitológico” en un códice ritual, es la opción de establecer normas y acuerdos sociales sin olvidar que estos no dejan de ser coordenadas temporales dentro del infinito. Allende las murallas del mundo, las murallas de la realidad y de la ley, el espacio es infinito. Con esto en mente vuelvo a honrar el Mahabharata como un texto que es de todo menos didáctico o taxativo, porque lo que nos ofrece es un espejo de la realidad en todos sus matices y uno se sitúa frente el Mahabharata de acuerdo a su discernimiento interior. Así es como el espejo del Mahabharata actúa como un catalizador, un estímulo del despertar interior.

El sonido del placer

Giorgio de Santillana y Hertha con Dechend son dos pensadores, historiadores del pensamiento científico, que en 1969 publicaron un vasto estudio en el que presentaban la hipótesis de que muchos fragmentos enigmáticos de las antiguas historias sagradas se pueden entender como una narración del movimiento de los cuerpos estelares visto desde la tierra. Es decir, que las historias sagradas son ciencia; concretamente astronomía[1]. Este acercamiento me gusta porque transciende la interpretación metafórica de las historias sagradas, y psicológica, porque a estas las intuyo limitantes. A veces, cuando una historia habla de ninfas y músicos celestiales, no está meramente personalizando las capacidades creativas de la psique humana sino que habla, simplemente, de ninfas y músicos celestiales. ¿Que no entendemos de qué ninfas hablan las historias, porque nunca las hemos visto? Esto es un problema nuestro, no de las historias. Que no seamos capaces de escuchar a los músicos celestiales no significa necesariamente que no existan, tal vez el problema es que no escuchamos bien…

De todas maneras, volviendo al estudio citado, El molino de Hamlet, he leído en él esta semana la cita de un texto pitagórico, un comentario al texto de Plutarco: Por qué los oráculos ya no dan respuestas, en el que Petrón, «un pitagórico de la primera escuela italiana, contemporáneo y amigo del gran doctor Alcmenón (c. 550 a. c.), teorizó que debe haber muchos mundos: 183 en total. Y esta es una información que ha recibido de un «hombre» misterioso que solía verse con los seres humanos solo una vez al año cerca del Golfo Pérsico, mientras que pasaba «los demás días de su vida relacionándose con ninfas y semidioses errantes» (421A)».

Más allá de la interesante temática del estudio, me ha llamado la atención el contacto con ninfas y semidioses, de los cuales proviene una información tan detallada de la realidad. Me llama la atención porque también en el Mahābhārata, son muy numerosas las historias en las que un humano accede a una comprensión mayor de la realidad y una acción mayor en la realidad, a partir del encuentro con una apsarā, lo que llamaríamos una ninfa celestial, o un gandharva, un músico celestial.

Cuando digo comprensión mayor de la realidad, hablo de cuando un padre entiende el significado profundo de la reproducción y una acción mayor en la realidad es cuando pasamos a actuar de acuerdo a nuestra comprensión actual. Parece que la realidad puede tener muchos niveles y podemos movernos con suficiente comodidad dentro de una interpretación de la realidad que nos ofrezca los parámetros necesarios para encontrar una felicidad. A veces, sin embargo, las historias sagradas como el Mahābhārata, nos hacen ver el destello de otra cosa, de una realidad más compleja, más profunda si se quiere, o más articulada, que no niega el plano al que estábamos acostumbrados, pero nos ofrece la intuición de nuevos retos. Y no solo las historias sagradas, pueden haber eventos vitales que nos lleven también a replantearnos nuestra interpretación de la realidad de la misma manera. En el Mahābhārata estos momentos de transcendencia vienen a menudo de la mano del encuentro de un ser humano con una ninfa (apsarā), o un músico celestial (Gandharva).

A mí, cuando en los encuentros en los que narramos el Mahābhārata o el Rāmāyaņa alguien me pregunta por las apsarā o los Gandharva, me gusta ofrecer una descripción corta pero que encuentro muy inspiradora, según la cual en la corte de Indra, quien es el rey de los dioses, bailan para él las apsarā y tocan los Gandharva. Dado que Indra es también el dios de la lluvia, se dice que las apsarā son las gotas de agua que forman las nubes y los Gandharva el sonido de los truenos. Esto lo he recogido de diferentes Purāņa y derivado de la etimología de la palabra apsarā, cuya raíz ap significa agua. Y no es descabellado permitir que la raíz de los nombres sánscritos de los elementos de una historia sagrada nos inspiren a la hora de escuchar la historia. En este caso también, no hay que olvidar que Indra es el rey de los dioses pero Indriya son también los sentidos que nos conectan con la realidad. Las ninfas bailan para los sentidos, o el rey de los sentidos, y llevan a bucear más hondo en la realidad a la que pertenecemos. Para ampliar esto ofrezco ahora el plato fuerte de esta entrada, que es de hecho el texto que he querido introducir con todo lo escrito hasta ahora. Se trata de un fragmento de una obra llamada The Yoga of Snakes and Arrows, de Harish Johari. No quiero entrar a comentar ahora este libro porque significaría salirse del tema de las apsarā y los Gandharva, que es lo que quiero desarrollar. Según Harish Johari: «Se dice en las escrituras que los gandharva son Sus notas musicales. La palabra gandharva en “inglés” puede traducirse como músicos celestiales. Vienen en ocho formas de creación distintas que no pueden ser percibidas por el ojo normal; pero tienen el poder de adoptar cualquier forma a voluntad. No están compuestos de pesadas partículas materiales, pues habitan el plano astral. Sus esposas son llamadas apsarā (ninfas), y juntos, y de todas las maneras posibles, entretienen a Dios y aquellos que por su evolución hayan alcanzado este plano. Se han entregado al entretenimiento de los dioses en el plano celestial. Como músicos celestiales viven en armonía con la música divina. En las historias de los Purāņa hay numerosas referencias a las acciones de los gandharva y las apsarā. Inicialmente están libres del ciclo de nacimiento y muerte – pero si no actúan en armonía con su manera de ser, caen a la tierra desde el cielo, y toman nacimiento como seres humanos. Aun así allí donde están proveen la diversión.

[Cuando jugamos al juego de la vida, la diversión] es una expresión de dicha interna, una sensación de ritmo, un sentido de la armonía. La diversión vuelve ligero al jugador y le provee de los incentivos para el recreo y el entretenimiento. El entretenimiento ilumina la existencia mundana y provee nuevas vías, nuevas vistas, nuevos horizontes. Todas las artes elevadas son un producto de este estado (…) que tiene que ver con la vibración del segundo chakra. (…)

La vida se basa en el principio del entretenimiento – la diversión. La vida puede percibirse como entretenimiento cuando el jugador ha transcendido el primer chakra (seguridad). La esencia del espíritu es entretenimiento. Toda la creación es un divertimiento de la energía- por Shakti, el principio materno, el Dios absoluto… o cualquier manera en que el Jugador Supremo, quien no juega, sea llamado. Si el Juego Divino (entretenimiento) no estuviera involucrado personalmente en el juego, el Uno no podría elegir volverse muchos. Es durante el proceso de diversión que el Uno se convierte en muchos. Divertirse es aceptar. Aceptar es rendirse. Rendirse es disolverse y volverse Uno.[2]»

Me parece una explicación excelente de la clave de las ninfas y los músicos celestiales en las historias sagradas. En mi caso, lo que me pregunto, es cómo divertir a las personas que vienen a escuchar las narraciones del Mahābhārata o el Rāmāyaņa. ¿Cómo apoyar a la diversión y que el encuentro mantenga esa dimensión de entretenimiento que lleve a comprensiones más ricas y múltiples de la realidad? La respuesta habitual que recibo es divirtiéndome yo mismo. Para divertirme profundamente, busco las apsarā y los gandharva en las historias, y me permito verlos cuando aparecen, para darles el respeto que merecen.

[1] El molino de Hamlet. Los Orígenes del conocimiento humano y su transmisión a través del mito. Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, Sexto Piso Ensayo, 2015.

[2] The Yoga of Snakes and Arrows, Harish Johari, Destiny Books, 2007.

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