la inefabilidad del dharma

Ānandavhardana fue un filósofo que vivió en el Kashmir del siglo ocho de la era común. A él se atribuye el tratado de teoría de la literatura llamado Dhvanyāloka, que se traduce como “luz sobre el arte del dhavani”.

¿Y qué es dhvani? Pues de eso va el tratado, precisamente. Sería difícil explicar en breve el significado de la palabra dhvani sin simplificar demasiado. Para hacerlo, sería importante mencionar que desde el siglo ocho o nueve tenemos constancia escrita de que en los reinos del territorio que ocupa hoy la India había reflexión y debate sobre la cuestión de que el arte no representa al mundo. No se puede hablar del mundo como si fuera un objeto exterior, porque todos nosotros somos mundo, y los colores son mundo, los sonidos y las palabras. Lo que sí puede hacer el arte es evocar, por resonancia emocional, una vivencia compartida del mundo.

Esta cuestión se vuelve más compleja con la poesía, o toda expresión que dependa de la lengua, porque las palabras son duales. Cualquier lenguaje basado en palabras es un sistema dual de diferenciación entre opuestos, empezando por dentro-fuera, arriba-abajo, delante-atrás, y continuando hasta bien y mal, o todo lo que se nos pueda ocurrir. El mundo, sin embargo, no es así. Nosotros somos luz, y somos oscuridad; el mundo, lo tenemos dentro y fuera. ¿Cómo usar el lenguaje, entonces, para evocar al mundo? Mediante Dhavani.

¿Pero qué es dhvani? Dhvani son contenidos lingüísticos contradictorios, que evocan, por resonancia, una experiencia que va más allá de la dualidad de las palabras. Un ejemplo, expuesto por el mismo Ānandavhardana, dice:

La suegra duerme aquí, y yo aquí,

Mira bien, viajero, ahora que hay luz.

Pues de noche, cuando no puedas ver,

no deberías caer en mi cama.

En este caso, el verso nos indica la situación: un visitante, y una habitación, en la que duerme la familia. Lo que evoca el verso, sin ponerlo literalmente, es la invitación velada al viajero/lector. Esta evocación es dhvani. Se produce por contraposición de elementos, y el tratado llamado Dhvanyāloka, junto a sus comentarios posteriores, deducen cómo se produce esa evocación/dhvani, que es capaz de transcender la dualidad del lenguaje.

Pero si bien el ejemplo citado es esclarecedor, este tipo de evocación es superficial, casi un pasatiempo. Porque estamos en el mundo para vivirlo. ¿Hacer el amor con la pareja de nuestro/a anfitrión/a es vivir el mundo? ¿Sería eso aprovechar la vida y nuestro nacimiento humano? Lo dudo, pero dejo la pregunta abierta.

Dejo la pregunta abierta porque así lo hace el Mahābhārata también. Así lo hace la vida. Si nos preguntamos qué es lo correcto, y cuál es la mejor manera de vivir, la vida no nos responderá una respuesta clara. Las consecuencias de nuestros actos son difíciles de discernir. A menudo parece que las acciones que consideramos reprochables tengan recompensa y lo correcto se vea castigado. Y no lo digo como lamento, ahora solamente estoy observando la razón de por qué un texto moralista, uno que afirme que el engaño sea incorrecto, por ejemplo, no será del todo creíble: porque la vida no nos demuestra necesariamente lo mismo. Cuando planteamos a la vida la pregunta de qué es lo correcto, la pregunta queda abierta. Y sin embargo, hay algo que todos intuimos que es lo mejor, tanto si nos atrevemos a reconocerlo como si no. Está ahí fuera, o dentro. Está en la vida, pero no habla en términos categóricos sino que se intuye. Se siente. Se evoca. Como dhvani, en la poesía.

Porque el ejemplo citado, el poema sobre la invitación erótica, es un entretenimiento útil para ilustrar la capacidad de evocar que tienen las palabras. Pero cuando nos preguntamos sobre el sentido que pueda tener el uso de la palabra parece que la vida exige un compromiso mayor que el pasatiempo erótico.

Si nos responde, la vida, estas preguntas que le hacemos sobre el sentido, lo hace por evocación; por dhvani. Así también lo hace el Mahābhārata. Porque el Mahābhārata no es una representación de la vida, el Mahābhārata es la vida. A eso me refiero siempre cuando digo, en encuentros de narración o aquí, en este blog, que el Mahābhārata no es un objeto. El Mahābhārata no se puede estudiar, es el Mahābhārata el que lo estudia a uno. El Mahābhārata es tan vasto, en volumen y en profundidad, que cualquier afirmación sobre el Mahābhārata se diluye en sus aguas como se diluye en la vida toda afirmación sobre la condición de la existencia.

El argumento del Mahābhārata, como la vida, contiene mucho erotismo. Amores frustrados, hijos no reconocidos, pasión, agresión sexual, no falta nada. Aparecen los infiernos y los paraísos del amor, pero, como en la vida, también hay mucho más. Se habla mucho de dharma en el Mahābhārata. Porque seguir el dharma es la manera correcta de vivir. ¿Y qué es el dharma? Pues resulta que el dharma es tan sutil, que no se puede hablar de él. Y sin embargo, parece que todo el Mahābhārata sea una enciclopedia sobre el darma. Sobre lo correcto, que es tan sutil, que las palabras no lo alcanzan.

¿Existe acaso, una forma más realista que esta para hablar de lo correcto?

Lo que propongo es leer el siguiente discurso de Yudisthira (rey destronado e hijo, precisamente, del dios dharma) observando lo que el texto evoca en nosotros, más allá de lo que dice:

<<Cuando un hombre es nacido y cuidado en un linaje noble, pero codicia las posesiones de otros, la avaricia destruye su sabiduría. Cuando la sabiduría es destruida también se pierde la modestia. Cuando la modestia es destruida, el dharma es restringido. Cuando el dharma se destruye se destruye con él la prosperidad. Cuando la prosperidad es destruida el hombre muere. La falta de prosperidad es como la muerte para un hombre. Familiares, aquellos que le deseaban el bien, y los brahmanes, se partan del que no tiene riquezas como los pájaros abandonan volando el árbol que no tiene frutas.

Cuando un hombre ha caído y sus parientes se alejan de él es como el aliento vital abandonando el que ha muerto. Shambara [no se sabe muy bien quién es Shambara] ha dicho que no hay nada peor para un hombre que la situación donde no puede ver cómo pueda encontrar comida, hoy o mañana. Se dice que las riquezas constituyen el dharma supremo. Todo se establece en la prosperidad. Los ricos viven en este mundo. Los que no poseen riquezas están muertos. Si uno recurre a su fuerza bruta y le roba a otro hombre sus riquezas, con ello uno también destruye su dharma, su sostén (artha) y su placer (kama). Habiendo alcanzado ese estado, hay quien prefiere la muerte. Algunos se refugian en aldeas e incluso en los bosques. Algunos merodean buscando su propia destrucción. Algunos enloquecen. Otros caen bajo el control de sus enemigos. Otros se convierten en esclavos, para obtener las riquezas de otros.

Para un hombre, la destrucción de su prosperidad es peor que la muerte. La prosperidad es la fuente del dharma y del placer (kama). La muerte es el eterno dharma del mundo. Es el fin de todos los seres y no hay excepción. [Nótese lo contradictorias pero evocadoras que son estas dos afirmaciones seguidas] Es el fin de los seres y no hay excepción ¡Oh Krishna! [Krishna es el interlocutor de Yudisthira en este discurso] Un hombre que ha sido pobre de manera natural no sufre tanto como el que ha poseído fortuna, y prosperidad, y ha disfrutado de la felicidad, pero desciende a un estado inferior. Cuando uno enfrenta grandes dificultades a causa de sus propios crímenes, uno culpa a Indra y al resto de los dioses, pero nunca las propias acciones. El conocimiento de todos los textos sagrados no puede disminuir ese sufrimiento. A veces se enfada con sus sirvientes, otras critica a quienes le desean el bien. Siempre está sujeto a la rabia y pierde sus sentidos. Quedando bajo el poder de la confusión, recurre a la crueldad. De estos actos malvados, resultan los nacimientos de padres incompatibles, signo de la era de la confusión.

¡Oh Krishna! La sabiduría sola es el despertar. El ojo de la de la sabiduría puede salvar a un hombre así. Cuando un hombre recupera su sabiduría busca los textos sagrados. Cuando se centra en los textos sagrados recupera el dharma y la modestia se convierte en su mayor ayuda. Un hombre modesto evita el mal y su prosperidad aumenta. Cuando obtiene prosperidad se convierte realmente en un hombre. Siempre está establecido en el dharma y tiene el alma tranquila. Siempre se ocupa de actos buenos y no sigue lo que no es dharma (adharma). Su inteligencia no se aplica al mal.

Quien no tiene modestia no es ni hombre ni mujer. El que es modesto satisface a los dioses, a los ancestros y a sí mismo. Se vuelve inmortal a causa de esto. Este es el objetivo de los que cometen actos puros. >> (Bhagavat Yana Parva I)

Esta es la mitad del discurso de Yudisthira, y quiero reservar la segunda parte para la próxima entrada. Lo compartido aquí ya contiene suficiente contenido para reflexionar. Sobretodo pensando en lo que evoca, más allá de lo que dice.

Las contradicciones de este texto son muy interesantes. Los textos sagrados no alivian el sufrimiento, pero son parte del camino hacia la modestia. La sabiduría no viene de los textos sagrados, pero lleva a ellos. La muerte es inevitable, pero el que tiene modestia se vuelve inmortal. Entre todos estos conceptos resuena lo que el texto evoca en cada uno. Y eso que evoca está más allá de las palabras. Así de sutil es el sendero del dharma, así de sutil es lo correcto y así de misteriosa es la vida. La palabra no es la realidad, pero la vida resuena en ella.

Aquí nos quedamos esta vez. Está todo dicho, y a la vez queda todo por decir. En quince días seguimos con la segunda parte de este discurso.

Lecturas:

Emily T. Hudson Disorienting Dharma: Ethics and the Aesthetics
of Suffering in the Mahabharata
, Oxford Press, 2012.

The Dhvānyaloka of Ānandavardhana with the Locana of Abhinavagupta, Harvard oriental series, 1990.

La red que nos une

Esta semana he escuchado referirse al momento actual como el de una crisis de autoridad. Porque estamos viviendo una crisis, marcada por la evolución de una enfermedad con patrones de contagio y efectos que confunden nuestras predicciones. No hay autoridad que sepa qué hacer frente a la situación. Ni los expertos médicos ni expertos políticos encuentran una verdadera solución y, los que no somos entendidos, necesitamos precisamente más que nunca recurrir a una autoridad en la que podamos confiar. Pero esta no existe, porque quienes esperamos que actuen como autoridad carecen de las herramientas para hacerlo.

Esta situación de desamparo despierta en cada uno la pulsión más inconsciente de su relación con la mencionada autoridad. Como si fuéramos adolescentes en rebeldía expresamos nuestras frustraciones irresueltas con la autoridad optando: o por hacer caso de las normas, pero renegando de ellas, o por saltarnos las medidas propuestas en secreto o, si no, aferrarnos a explicaciones teóricas de la situación que, aunque poco contrastadas, se nos antojan como las más convincentes. Es decir, inventamos una autoridad paralela.

La entrevistada a quien he escuchado expresar estas ideas es astróloga de profesión, y explicó cómo esta situación tiene una razón de ser desde el punto de vista de las estrellas, aunque probablemente lo más importante, más allá de la situación de los cuerpos celestes alrededor de nuestro planeta, sea tomar consciencia de lo que nos está pasando. Y esta explicación, con la que comienzo este escrito, sobre la crisis de nuestra relación con la autoridad, tampoco es lo más importante. Las palabras son como los planetas, orbitan alrededor de la consciencia, pero no son toda la realidad. Lo importante de una explicación no son las palabras que la componen sino la intención.

El Mahabaharata, la gran historia de lo humano, también habla de una crisis de autoridad. El Mahabharata cuenta la historia del fin de los reyes justos. El Mahabharata es la historia de la última generación de monarcas divinos, porque lo que ha venido después -lo que conocemos nosotros- es un eco de lo que había sido; una representación ritual.

El Mahabharata funciona como un plano detallado de las pulsiones humanas. Una representación de todo lo que puede llevar a una sociedad a desintegrarse, así como todo lo que la sostiene y puede salvar la vida. Porque lo que hizo caer a los reyes de antaño es lo mismo que nos afecta hoy. Así lo cuenta el consejero Vidura (Yana Sandhi Parva, 62):

<<Los ancianos cuentan la historia de un cazador de pájaros que colocaba su red en el suelo.  En una ocasión dos aves igual de fuertes quedaron enredadas en la trampa, pero levantaron el vuelo llevándose la red con ellas. El cazador, cuando vio su red volando, no se preocupó sino que la siguió corriendo.

Un sabio renunciante vio las aves pasar volando con la red, y después al cazador, trotando tras ellas. Se dirigió al cazador diciendo:

-¡Oh cazador! Me parece extraordinario que con los pies en el suelo persigas a los que van por el cielo.

Pero el cazador respondió:

-Juntas, estas dos se están llevando la red con ellas, pero en cuando comiencen a pelear quedarán bajo mi control.

Condenadas a morir, las dos aves comenzaron a reñir. Cuando pelearon, las ilusas cayeron al suelo. Atrapadas por los lazos de la muerte, comenzaron a luchar entre ellas con ferocidad. Entonces, con sigilo, el cazador se acercó y las atrapó.

De la misma manera, los familiares que discuten por posesiones son superados por sus enemigos, como esas aves. Los familiares deberían comer juntos, conversar e interesarse unos por los otros y reunirse. Nunca deberían discutir. Mientras respeten sus mayores con las mejores intenciones serán invisibles como el bosque protegido por los leones. ¡Oh rey! Los que  hayan obtenido riquezas pero sigan siendo mezquinos entregan sus bienes a quienes los odian. ¡Oh rey! Los familiares son como la leña, que separada emana humo pero cuando se junta despiertan llamaradas.

Te contaré algo que vi en una ocasión en las montañas. Cuando lo oigas haz lo que creas que es mejor.

Junto al clan de los Kirata y sacerdotes que eran como dioses, expertos en todas las encantaciones y medicinas, viajamos una vez a las montañas del norte. Llegamos al monte Gandhamadana, que parece un jardín, y estaba iluminado por una gran cantidad de hierbas mágicas, y frecuentado por siddhas (magos iluminados) y gandharvas (caballeros celestiales). Todos vimos una miel amarilla que no provenía de abejas. Estaba colocada en una grieta de la montaña, en medio de un terreno desigual. Se trataba de la bebida favorita de Kubera, el dios de los espíritus naturales, y estaba protegida por serpientes virulentas. Al beber de esta miel, un hombre se puede convertir en inmortal; el ciego recupera la vista; el anciano recupera la juventud. Esto es lo que los sacerdotes que iban con nosotros, quienes tenían el poder de conversar con las plantas, nos explicaron.

¡Oh señor de la tierra! Cuando los Kirata vieron la miel quisieron llegar a ella y, uno a uno, acabaron resbalando todos por el precipicio. De la misma manera, el que desea la tierra para sí mismo ve la miel, pero no el precipicio.>>

Eso fue lo que contó Vidura a su hermano Dhritarashtra, y así lo documenta el Mahabharata.

Esa historia que le contó el consejero Vidura a su hermano, el rey Dhritarashtra, se entiende perfectamente hoy. Porque la humanidad también es una familia, sobre todo ante las dificultades que la superan, y no es necesario, añadir interpretaciones a la historia de las dos aves. Cada uno lo entiende a su manera. ¿Pero qué significa colaborar? ¿Cómo entendernos con quienes son distintos a nosotros? Este es el misterio que queda por resolver. Pero la intención es crucial. Hay mucha diferencia entre aspirar a llegar a un acuerdo, aspirar a entenderse, que querer tener la razón, destacar, demostrar, enseñar, educar… forzar al otro. Y ponerse de acuerdo tampoco significa negar los valores en los que uno cree o dejar de escuchar las propias necesidades.

Si se mira bien, muchos tenemos dentro algo de Dhritarashtra, ese rey que no confiaba en los demás y ponía en cuestión la posibilidad de llegar a la paz. Como dijo Vidura: Que cada uno escuche esta historia y piense por sí mismo qué quiere hacer.

Si te has preguntado quien es Vidura, este consejero tan especial, te lo explico en vídeo.

¿Por qué luchan los reyes del Mahabharata?

En la refulgente ciudad de Hastināpura vivían los emperadores del mundo; reyes entre reyes y guías de la humanidad. Tan justos, y efectivos, que bajo su amparo los monarcas del mundo dormían tranquilos y recordaban sueños dulces cada mañana con su real despertar (…).

Estamos hablando del gran (mahā) linaje de los Bhārata.

La humanidad sigue recordando su paso por la tierra;

cantando su nombre;

escribiendo blogs sobre sus hazañas…

Uno de los últimos herederos del clan de los Bhārata nació ciego, y su hermano nació pálido como la luna. Los nombres de estos reyes fueron Dhŗtarāșțra y Pāņḍu, respectivamente.

Los 100 hijos del rey ciego anhelaron la tierra, y quisieron expulsar de ella a los hijos del rey pálido. Así estalló la gran guerra civil que quebró la confianza en la humanidad.

Pāņḍu, el rey pálido, murió cuando sus hijos (los Pandava) aún no estaban en edad de retener memorias. Nunca pudo aconsejar a sus sucesores. Y el rey ciego, a pesar de justo, fue un rey muy maleable: se dejaba influenciar por su hijo mayor (Duryodhana) y aún volviendo a recurrentes ataques de remordimiento y preocupación no fue capaz de controlar a su desbocado vástago y fue permitiendo que la tierra se vaya arrastrando hacia la guerra.

En el mismo linde de la guerra, viendo a los ejércitos tomar posiciones, a los miles de soldados reunirse con sus armas, carros, elefantes, banderas y brillantes trompetas, el rey ciego tiene otro gran momento de arrepentimiento y por un instante “ve lo que está pasando”, y pregunta a su consejero (Sañjāya), quien ha recibido la bendición de la visión profunda – la capacidad de ver, escuchar, percibir, todo lo que pasa en el mundo, detrás de cada piedra y dentro de cada hogar:

«En pos de la tierra, todos estos señores de la tierra están dispuestos a dar su vida. Nada los apaciguará. No se tolerarán unos a otros, por su deseo de prosperidad terrenal. ¡Oh Sañjāya! Siento que la tierra debe poseer muchas cualidades, háblame de ellas.»

Y la respuesta del consejero es, para los profanos como yo, más bien enigmática:

«¡Oh, inmensamente sabio! Te hablaré de las cualidades de la tierra según mi conocimiento. Contémplalas con la visión de los textos sagrados. ¡Oh toro entre el linaje de los Bhārata! Me postro ante ti.

Hay dos clases de seres en el mundo, los móviles y los inmóviles. Dependiendo de su nacimiento, los seres móviles son de tres tipos – los nacidos de huevos, los nacidos del sudor (se refiere a los insectos) y los nacidos del útero. ¡Oh rey! Entre todos los seres móviles los nacidos del útero son los mejores. De los nacidos del útero los humanos y los animales son supremos. ¡Oh rey! Tienen diversas formas y están divididos en catorce grupos. Siete residen en el bosque y siete viven en las aldeas. ¡Oh rey! Leones, tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, osos y monos- estos siete son los que se llaman los habitantes de los bosques. Ganado, cabras, humanos, ovejas, caballos, mulas y burros – estos son considerados habitantes de las aldeas por los justos. ¡Oh rey! Estos son los catorce tipos de animales, domésticos y salvajes. ¡Oh señor de la tierra! Estos han sido mencionados en los textos sagrados (Veda) y los sacrificios adecuados de cada uno han sido establecidos. De los domésticos los humanos son los mejores y los leones lo son entre los salvajes. Todos los seres sostienen su vida viviendo unos de los otros. De los que son inmóviles se dice que son udbhijas y estos tienen cinco especies –  árboles, arbustos, trepaderas, plantas y los que no tienen tallo entre las especies de hierba. Hay por tanto diecinueve especies. Tienen cinco constituyentes universales. Son veinticuatro elementos en total. Estos se describen como Gāyatrī y esto es conocido por el mundo. El que comprende que todo esto es el sagrado Gāyatrī posee todas las cualidades. ¡O mejor entre el linaje de los Bhārata! Este no será destruido. Todo nace de la tierra. Cuando es destruido, todo vuelve a la tierra. Todos los seres están establecidos en la tierra. La tierra es eterna. El que posee la tierra, posee todos los objetos móviles e inmóviles del universo. Esa es la razón por la que los reyes están dispuestos a matarse unos a otros.»[1]

Gāyatrī es, en sánscrito, un tipo de métrica: 3 versos de ocho sílabas, que suman en total 24, como los elementos de la tierra según Sañjāya, el consejero omnividente. Los Veda, estos textos sagrados que menciona el consejero en su respuesta al rey ciego, tienen partes importantes escritas en el tipo de métrica llamada Gāyatrī. Una de ellas el mantra llamado, precisamente, Gāyatrī.

¿Significa la respuesta del consejero Sañjāya que todo lo que existe tiene la métrica Gāyatrī? ¿O que el mantra llamado Gāyatrī lo contiene todo?

¿O las dos cosas?

Gāyatrī es la energía vital; lo que existe antes de la aparición de la semilla[2].

La energía vital es el rey, lo que dirige todo[3]. Esta energía vital fue expresada en verso por lo más elevado.

¿Y qué es lo más elevado? El órgano del lenguaje, dicen los que entienden[4]. ¿Y cómo se llama a lo más elevado?

En sánscrito, Vasisțha: lo más elevado.

Vasisțha, lo más brillante, o elevado, o supremo, en sánscrito, es el órgano del lenguaje[5].

Vasisțha es también una estrella, Mizar, situada en la cola de la osa mayor, junto a su estrella gemela Alcor, o Arundhatī en sánscrito.

Vasisțha, es también el maestro espiritual del clan de los Bhārata, cuando toma la forma de un anciano con la cabellera blanca, muy larga, que se recoge en un moño tras la cabeza.

Según cuenta él mismo:

« (…)[6] la Omnisciente Omnipresencia brilla eternamente en todos los seres. Cuando despierta una agitación en este ser eterno nace Viṣņu, la omnipresencia, como una ola se levanta en la superficie del océano cuando es agitado. De Viṣņu nació el creador, Brahmā. Brahmā comenzó a crear las incontables variedades de seres animados e inanimados, conscientes e inconscientes, en el universo. Y el universo se volvió como ya había sido, antes de la disolución cósmica.

El creador vio que todos los seres vivos en el universo estaban sujetos a la enfermedad y la muerte, al dolor y al sufrimiento. En su corazón nació la compasión, y pensó en establecer un sendero que pueda llevar a todos los seres vivos a liberarse de todo aquello. Por tanto instituyo centros de peregrinaje y virtudes nobles como la austeridad, la caridad, la sinceridad y la conducta adecuada. Pero estos eran inadecuados; solo proporcionaban un alivio temporal del sufrimiento y no una liberación definitiva de la pena.

Reflexionando pues, el Creador me hizo emerger. Me acercó hacia sí y posó el velo de la ignorancia sobre mi corazón. Instantáneamente olvidé mi identidad y mi naturaleza. Fui miserable. Le supliqué a Brahmā, el creador, mi propio padre, que me enseñara el camino de salida de aquella tristeza. Hundido en mi melancolía era incapaz de hacer nada y yacía vago e inactivo.

Así que en respuesta a mis plegarias mi padre me reveló el auténtico conocimiento que instantáneamente disipó el velo de la ignorancia que él mismo había desplegado sobre mí. El Creador me dijo entonces: «Hijo, he velado el conocimiento y te lo he revelado para que experimentes su gloria, pues solo así comprenderás el esfuerzo que hacen los seres ignorantes y los podrás ayudar». Señor[7], equipado con este conocimiento estoy aquí y seguiré estando hasta el final de la creación.»[8]

Este es Vasisțha.

Es también lo más elevado,

una estrella

y el lenguaje.

Vasisțha manifestó el Gāyatrī.

El Gāyatrī lo es todo: la tierra, el espacio abierto por el que vuelan las nubes y el espacio exterior.

El cuerpo, las ideas y el sendero hacia la comprensión de la verdad, que nos muestra Vasisțha[9]. El sendero por el que el alma viaja a través del tiempo, evolucionando desde el gusano hasta dios. La chispa por la que la inconsciente Noche carente de sol recibe la llama que agita la vida para que la dura tierra inanimada se pueda mover y la naturaleza sonámbula pueda, en su sueño, parir una criatura pensante capaz de creer y amar[10].

Por esto, por este secreto, los reyes del mundo están dispuestos a dar la vida.

 

 

 

[1] Mahābhārata, Jambukhanda-Vinirmana Parva 5

[2] En los comentarios de Śankara al verso 6.1.1 de Brihadāranyaka Upanișad – Traducción de Consuelo Martín, Trotta.

[3] Brihadāranyaka Upanișad 6.3.5

[4] Brihadāranyaka Upanișada 6.1.2, y comentario de Śankara – Traducción de Consuelo Martín, Trotta.

[5] Ibíd

[6] La palabra que falta es ¡Oh Rāma!, para agilizar el texto la escribo aquí en lugar de donde toca.

[7] Rāma

[8] Yoga Vāsișțha, 2.8- traducción al inglés de Swami Venkatesananda

[9] Traducción e interpretación del verso de apertura del mantra Gāyatrī: Om Bhuh Bhuvaḥ svah.

[10] Traducción y adaptación del poema The Miracle of Birth, the Sri Aurobindo, citado en: On Love, Sri Aurobindo & The Mother, Sri Aurobindo Ashram Press, 2011.

Up ↑