Kali

La misticología india describe la evolución histórica del universo como un proceso de sucesión cíclica de “eras cósmicas”, o yuga en sánscrito. El universo se crea perfecto con el inicio de la primera era y a continuación comienza a degradarse, a medida que se suceden las yuga, hasta la desintegración, para volver a renacer perfecto, y comenzar a degradarse… Así, infinitas veces. De manera que igualmente podemos decir que el universo vive un proceso interminable de degradación o que retorna eternamente hacia su renacer. Ambas afirmaciones serían ciertas.

Digo esto a modo de introducción porque hace unas semanas alguien me preguntó en un encuentro de narración, en la escuela de yoga Kaivalya de Barcelona, por qué esto es así, ¿por qué se degrada el universo eternamente? y me parece fascinante lo profunda que puede ser esta pregunta cuando entramos en ella a fondo. Es una pregunta que nos lleva a una de estas cuestiones de la vida que más que entender nos toca aceptar.

Cuando esta pregunta fue hecha contesté con una historia misticológica que me encanta sobre como Dharma, el dios que sostiene el orden del universo, le pegó una patada a su madrastra y esta le maldijo a cojear para siempre; y por eso el universo va perdiendo estabilidad eternamente. Esta puede ser una explicación simbólica, pero existen muchas otras maneras de contestar esta pregunta, sin llegar ni siquiera a entender realmente la cuestión de la eternidad. Está, por ejemplo, el concepto físico de entropía, que describe cómo un sistema en equilibrio tiende siempre a desordenarse para que sus partículas se reordenen en otros sistemas; o la descripción más poética que hace el filósofo romano Lucrecio en De Rerum Natura, cuando describe el universo como un océano infinito de átomos en movimiento libre: Algunos de estos átomos, en su libertad, se ordenan en sistemas estructurados. Pero estos sistemas atómicos ordenados siguen siendo atravesados por el resto de átomos libres que transitan por el universo. Los átomos extraños a una organización atómica, en su paso a través de la estructura van moviendo aquellos átomos con los que chocan y por tanto modificando progresivamente el orden establecido. Visto desde la misticología india, lo que sostiene la estructura atómica sería Vishnu (Vișnu) y la presencia que la desordena para que se puedan formar otras estructuras sería Shiva (Śiva). Dos maneras de referirse a dos polos de una misma existencia. Pero el tesoro de la misticología india está en enseñarnos a usar muchas maneras diferentes para hablar de un mismo misterio. Porque otra manera de explicar este mismo proceso de degradación y renacimiento es integrar a Vishnu y Shiva en la Gran Madre, que puede llamarse también Kali.

En la novela Kali’s Odiyya de Amarananda Bhairavan[1], se describe una secuencia de la infancia del autor en la que él mismo y su prima le preguntan a una mujer adulta por qué los espíritus del bosque los aterrorizan y la respuesta de ella sirve como síntesis clara de esta cuestión:

«Estos demonios nos horrorizan porque asociamos la oscuridad con el cese de toda actividad en el mundo de los vivos. Al final del día cósmico hay demasiado desorden en el universo. La Madre Kali asume su forma severa, arrasa el universo, que es suyo, y construye otro; igual que las amas de casa, cuando se acerca la noche, apartan los muebles y apagan los fuegos de la cocina. Ellas también limpian todo el hogar preparando el día nuevo.

Esta luz de la que hablamos es una forma diferente de luz. Es la luz del espíritu, es la luz del Dharma la que se ve ennegrecida durante el día universal. (…) Cuando el universo nace en su existencia primordial está lleno de amor, compasión, verdad y humildad. Estas son las cualidades del atman (ātman). Este atman está en todas partes y lo adoramos como Madre Kali. En vosotros dos [-El personaje adulto habla a los dos niños que la interrogan-] este atman vive como testigo, en lo más íntimo del centro de vuestro ser. El atman en vosotros es la misma Madre Kali. Siempre que estáis llenos de amor, compasión, y humildad, deberíais saber que vuestra mente se ha acercado al atman, o a la Luz de la Madre Kali. (…)

Teñida por la dualidad, la mente de la gente común ve el mal y el bien absoluto como dos extremos en competición. Establecen lo divino en el extremo bueno de las cosas, atribuyendo el bien absoluto a la Madre Divina y el mal absoluto a las Fuerzas de la Oscuridad. No consiguen comprender la inseparabilidad de los dos; que el bien y el mal son funcionamientos del mismo Absoluto Divino. Cuando crea y nutre el universo, Ella es la Madre Divina, la Kali de nuestro templo. Cuando destruye y asimila, Ella es la Kali de la Noche Oscura de la Disolución, la Kali del bosque.»

Este fragmento citado representa otra manera de nombrar la fuerza que mueve y es el universo en tanto a energía condensada en materia que se alimenta de sí misma. Y si continuamos por este camino, se dice que existen tres maneras de ser de La Madre, de las cuales podemos tener consciencia cuando sentimos en nuestro interior la Fuerza consciente que sostiene nuestra vida y el universo: Transcendente, como la fuerza original (Shakti) que se eleva sobre los mundos y conecta la creación al eterno misterio de lo inalcanzable. Universal, como gran fuerza cósmica, la Madre crea todos los seres que contiene y penetra, sostiene y conduce sus millones de fuerzas y procesos. Individual, cuando da cuerpo al poder de estos dos aspectos más vastos, vuelve la transcendencia y la universalidad seres vivos y cercanos y media entre la personalidad humana y la naturaleza.

El Mahabharata también es, entre otras cosas, una historia sobre la Gran Madre. El Mahabharata es el teatro de la Gran Madre. Determinando todo lo que va a ser en este universo, y en la evolución terrestre, según lo que ella ve y siente y derrama desde sí misma, ella se yergue sobre los Dioses y todos los Poderes y Personalidades de los Dioses se presentan ante ella para actuar y ella manda emanaciones de ellos hacia estos mundos inferiores para intervenir, gobernar, luchar y conquistar, guiar y hacer girar los ciclos: para dirigir las vías absolutas e individuales de sus fuerzas. Estas emanaciones son los personajes del Mahabharata y son las numerosas formas y personalidades Divinas por las que la humanidad la ha adorado a Ella bajo nombres diferentes, a través de las eras. Todas las escenas de la obra terrenal son como una obra de teatro arreglada, planeada y dirigida por ella con los Dioses cósmicos como asistentes y ella misma como actriz encubierta. Por el profundo y gran amor que tiene a sus criaturas ella ha consentido nacer para pasar a través de los portales del nacimiento que es la muerte y ha hecho suyos los dolores y penas de la creación, pues parece que solamente así puede elevarse a la Luz y la Dicha de la Verdad y la Vida continuada. Esto es lo que representa el holocausto de la materia; el sacrificio de la Gran Madre[2].

En la tradición india, sobretodo (pero no exclusivamente), se dividen los poderes de la madre en cuatro personalidades principales. Una es su calmada amplitud y sabiduría compasiva; compasión inextinguible y majestuosidad y grandeza que lo gobierna todo. Otra de sus personalidades da cuerpo a su poder de fuerza espléndida e irresistible pasión, su honor guerrero, su voluntad desbordante, su impetuosidad ágil y fuerza volcánica. Una tercera es vívida y dulce y que causa maravilla en el secreto profundo de su belleza, armonía y ritmo refinado, su intrincada y sutil opulencia, su persuasivo atractivo y gracia cautivadora.

El cuarto aspecto está equipado con su cercana y profunda capacidad de íntimo conocimiento y cuidadoso y preciso trabajo en su quieta y exacta perfección en todas las cosas.

Sabiduría, Fuerza, Armonía y Perfección son sus atributos, y estos poderes se manifiestan en forma humana y alinean con la divinidad aquellos que son capaces de abrir su naturaleza terrestre a la influencia viva y directa de la Madre.

Para el trabajo de creación del segundo espectáculo de esta performance de 12 años que es Respirar el Mahabharata estoy trabajando la voz de la mujer en el Mahabharata -cosa que ya he comentado en anteriores escritos- y en la estructura base del espectáculo que se está perfilando veo que me basaré en cuatro personajes femeninos que expresan su voz en el segundo libro del Mahabharata. Avanzo los nombres: Kunti, Amba, Draupadi (ḍraupaḍi) e Hidimba (Hidimbā), pero lo importante ahora no es recordar estos nombres sino compartir este proceso y centrarnos esta vez en Hidimba, que es quien representa mejor la energía de Kali. Y digo esto porque he relacionado cada uno de estos cuatro personajes con cada nombre de la gran diosa, a modo de guía creativa.

La Gran Madre puede tener cuatro nombres,  que corresponden a sus cuatro aspectos. Estos cuatro aspectos reciben también los nombres de las diosas Maheshwari (o Pārvatī), Mahakali (la gran Kālī), Mahalakshmi (la gran lakșmī) y Mahasaraswati (la gran Saraswatī). Los cuatro personajes femeninos que he escogido los he alineado con cada uno de estos aspectos:

La imperial Maheshwari es la poderosa y sabia cualidad que nos abre a la infinitud supramental y la vastedad cósmica; a la grandeza de la luz suprema, a la sala de los tesoros del conocimiento milagroso, al movimiento inmensurable de las fuerzas eternas de la Madre. El conocimiento es de su poder y su misión es construir nuestra alma y naturaleza hacia la Verdad. (Kunti)

Mahalakshmi representa el milagro de la belleza eterna, un secreto inalcanzable de las armonías divinas, la seductora magia del irresistible encanto universal y la atracción que junta cosas, fuerzas y seres y los obliga a encontrarse y unirse para que un infinito velado los convierta en sus ritmos y figuras. (Droupadi)

Mahasaraswati es el Poder de Ejecución de la Madre y su espíritu de perfección y orden. (Amba)

Mahakali, sin embargo, con cuyo nombre ha comenzado este escrito, tiene otra naturaleza.

No es la sabiduría sino la fuerza y la potencia su poder particular. Hay en ella una intensidad avasallante, una pasión poderosa para los logros, una avalancha de violencia divina que destroza todo límite y obstáculo. Toda su divinidad salta hacia fuera en el esplendor de la acción tempestuosa; existe para la agilidad, para los procesos de efectividad inmediata, el golpe rápido y directo, el asalto frontal que se lleva todo por delante. Su cara es terrible para los demonios (Asura), peligrosa y despiadada su actitud con los que odian a la Divinidad, pues es Guerrera de los Mundos y nunca se achica en la batalla. Intolerante con la imperfección, es ruda con todo lo que es obstinadamente ignorante y opaco; su furia es inmediata y extrema contra el engaño, la falsedad y la maldad; la mala voluntad es aplastada al instante por su azote. La indiferencia, la negligencia y la vagancia en el trabajo divino no las puede soportar y despierta de golpe, con un gran dolor si es necesario, al adormecido que pierde el tiempo. Los impulsos que son veloces, directos y sinceros, los movimientos que son incondicionales y absolutos, la aspiración que se eleva como la llama, son los movimientos de Mahakali. Su espíritu es indomable, su visión y voluntad son elevadas y abiertas de miras como el vuelo de un águila, sus pies transitan veloces el sendero ascendente y sus brazos están abiertos para golpear y salvar. Pues ella también es la Madre y su amor es tan intenso como su furia y tiene una bondad profunda y apasionada. Cuando se le permite intervenir con su fuerza, en un momento los obstáculos que inmovilizan, o los enemigos que acechan al buscador, se vuelven objetos rotos y sin consistencia. Su rabia es terrible y hostil y la vehemencia de su presión dolorosa para el débil y el tímido; pero es querida y adorada por el grande, el fuerte y el noble, pues él siente que sus golpes amoldan lo que es rebelde en su materia en fuerza y verdad perfecta, amartilla recto lo que es retorcido y perverso y expele lo que es impuro o defectuoso. Lo que ella hace en un día podría haber tomado siglos; sin ella el infinito (ānanda) sería extenso y serio o blando y dulce, y precioso, pero se perdería la dicha llameante de sus más absolutas intensidades. Al conocimiento le da una fuerza conquistadora, a la belleza y la armonía les da un creciente movimiento e imparte al trabajo lento y difícil tras la perfección un ímpetu que multiplica el poder y acorta el camino. Nada la puede satisfacer que se quede corto de los éxtasis sublimes, las supremas alturas, las más nobles aspiraciones, las vistas más amplias. Por tanto está con ella la fuerza victoriosa de la Divinidad y es por la gracia de su fuego y pasión, y velocidad, que el gran logro puede hacerse ahora antes que después.

Yo relaciono el personaje de Hidimba con este aspecto de la Gran Madre, Hidimba es una Rakshasa (Rākșasa), un ogro del bosque que huele a los protagonistas cuando caminan por su floresta y se dirige a ellos para matarlos. Hidimba vive en la espesura con su hermano y cuando este huele a los humanos que lo transitan se le hace la boca agua y manda a su hermana para que los mate y le traiga sus cuerpos. Pero cuando Hidimba ve a Bhima, el tercero entre los cinco hermanos protagonistas del Mahabharata, se enamora:

«Este hombre moreno, de brazos poderosos y mirada profunda es el marido adecuado para mí; no obedeceré los crueles órdenes de mi hermano. El amor de una esposa es más fuerte que el afecto por un hermano. Si mato a este hombre el placer de mi hermano y el mío será satisfecho por un instante, pero si no lo mato mi recompensa será eterna.»

Hidimba puede tomar la forma que quiere, así que se acerca al campamento en la forma humana de una mujer atractiva como una enredadera adornada con joyas hechas de luz. Hidimba confiesa la motivación original con la que se había acercado al campamento y confiesa su enamoramiento. «Por favor haz lo que sea apropiado para mí. Mi mente y cuerpo están derrotados por el deseo. Deseo hacerte mío. Hazme tuya. Te salvaré de los Rakshasa y viviremos en la seguridad de las montañas. Puedo viajar por el cielo e ir a donde me apetece. Conmigo encontrarás placer incomparable en estos lugares.»

El primer punto que remarca la historia es que el héroe no requiere la ayuda de Hidimba para vencer a su hermano rakshasa. Primero lo declara el héroe con palabras y después lo demuestra, matando el malvado ogro con las manos desnudas. Durante la pelea los hermanos y la madre del héroe se despiertan, y «se asombran ante la belleza divina de Hidimba».

«El gran bosque que ves, azul como las nubes del monzón, es el hábitat de mi hermano y yo. Soy la hermana del señor de los Rakshasa. (…) Bajo la influencia del deseo enloquecedor he caído bajo el hechizo de tu hijo, [explica Hidimba a la madre del héroe], por tanto lo elijo como esposo. He intentado controlar mi pasión, pero no he podido.»

Todos continúan su huida hasta la ciudad más cercana, seguidos por Hidimba.

Saludando respetuosamente a la madre de los héroes, Hidimba dice: «Honorable señora, tú estás familiarizada con las convulsiones que las mujeres sufrimos a causa del deseo invisible. Afortunada señora, yo estoy sufriendo estos dolores por tu hijo. He sufrido mucho esperando la noche [se entiende que Hidimba los ha estado siguiendo todo el día] pero ahora que la hora ha llegado espero mi felicidad. He abandonado mis amigos, mis parientes y el camino que se me había designado. He elegido a tu hijo, tigre entre los hombres, como marido. Ilustre señora, ¿será la elección de una mujer rechazada a causa de su manera de hablar? Tanto si me consideras estúpida comoo leal a ti, por favor, úneme con tu hijo, mi marido. Permíteme ir donde deseo, llevándome a este semi-dios tuyo. Te prometo que lo devolveré a este mismo lugar. Siempre que pienses en mí vendré a ti inmediatamente y me llevaré a estos toros entre los hombres sobre los hombros, sobre pastizales y terrenos difíciles, allí donde queráis ir. Por favor compadécete de mí y deja que tu hijo me haga el amor. Lo que preserva la vida es sagrado y por tanto lo que otorga la vida es sagrado. Los medios por los que esto se lleva a cabo nunca pueden ser condenados.» (Mahabharata, Hidimba-Vadha Parva)

 

Cierro aquí este escrito porque ya se está alargando mucho y considero mi objetivo con él cumplido. Lo que quería era presentar el estado del trabajo de creación del segundo encuentro de narración de Respirar el Mahabharata, planeado para el próximo 12 de Diciembre de 2017, y aprovechar para presentar el personaje de Hidimba y una descripción de Kali.

En adelante pienso presentar los otros tres personajes femeninos que he elegido y la continuación de traducción de la explicación que Aurobindo hace de las  cuatro cualidades de la Diosa.

[1] Kali’s Odiyya A Shaman’s True Story of Initiation, Amarananda Bhairavan, Pilgrims Publishing, India, 2000.

[2] Todas las descripciones de La Madre,  y la de sus poderes, son una traducción adaptada del texto de Aurobindo sobre La Madre publicado por la editorial del Ashram de Shri Aurobindo en Pondicherry: Sri Aurobindo, The Mother, Sri Aurobindo Ashram Pondicherry, 2013. – (El uso de mayúsculas también es de Aurobindo).

¿Qué sexo tiene la furia?

La semana pasada me hice una pregunta a raíz de un comentario del Mahabharata, en el cual un personaje hablaba de una ceremonia llamda svayamvara (de “auto-elección”) en la que, para casarse, una princesa elegía un marido entre varios candidatos. El comentario en cuestión llamaba esta ceremonia «una ceremonia la que los instruidos recuerdan y los reyes elogian».

¿Acaso existió una época anterior al Mahabharata en la que las mujeres elegían a sus pretendientes? Me preguntaba la semana pasada. ¿Acaso se trata de una era anterior, en la que el orden social era diferente, y que la anciana historia del Mahabharata recuerda?

Dos días después, el mismo Mahabharata me responde. Leo que una mujer[1]habla con su marido y este le dice que «en tiempos antiguos las mujeres iban descubiertas. Caminaban por donde querían y eran independientes. Permanecían solteras toda la vida y no le eran fieles a ningún hombre. Eso no se veía como contrario al Dharma, porque aquél era el Dharma de aquellos tiempos antiguos. Sin deseo ni rabia, este Dharma anciano lo siguen practicando los animales. La práctica de este Dharma ancestral está sancionado hoy por los sabios (Maharshis). Este Dharma se sigue practicando en la región del norte de Kuru. Ese Dharma eterno es conveniente a las mujeres, oh tú que tienes sonrisas tan bellas. La práctica que se sigue ahora fue impuesta más tarde. El Dharma actual es el de los humanos, y nos separa de los animales»[2].

Cuando leo estas palabras me parece que el Mahabharata habla de una despedida doble; de dos sociedades que se van. Por una parte, el lejano mundo del que habla el pasaje que acabo de citar y por otra, el mundo de normas sociales que sostuvieron por un tiempo una sociedad justa pero han dejado de funcionar. Por una parte, el Mahabharata habla del final de un tipo de civilización y por otra, siento que en nuestro días también, aferrarse a una división de roles tradicional ya no es viable, aunque no queda claro cuál es la alternativa.

Con esto en vista es muy interesante la historia de Amba, una princesa despechada, que también mencioné hace quince días, porque es la historia de un impulso, de un ímpetu, atrapado entre cuerpos y normas. Su historia puede servir como reflexión sobre la cuestión de hacia dónde va este ímpetu en la época actual y cómo dirigir este ímpetu hacia un lugar que no sea el campo de batalla, si es posible.

Amba es una princesa que fue secuestrada junto a sus hermanas por un noble guerrero célibe[3], que quería esposar a Amba con su hermanastro, el rey. Es decir, el noble célibe quería coronar a Amba como reina de su reino. Sin embargo Amba le hace saber a su secuestrador que ya estaba enamorada de otro rey, que su corazón ya había hecho una elección, y el guerrero célibe decide, en una decisión que parece noble por su parte, dejarla ir en busca de su amado.

Aquí es donde comienza el conmovedor periplo de Amba, porque al dirigirse hacia su amado este la rechaza, aludiendo que ya no puede estar con ella después de que haya pasado por la corte de otro rey. Dice que tiene miedo al guerrero que la secuestró, y a las habladurías de los demás. Amba le responde con toda la sinceridad de su corazón que no fue feliz cuando fue secuestrada por aquel «destructor de enemigos»: «Después de ahuyentar a los señores de la tierra, me secuestró por la fuerza y yo lloraba. Oh querido, yo te amo, ámame también. Soy inocente. El Dharma no aprueba el abandonar a aquellos que te quieren. He venido a ti después de obtener permiso de mi secuestrador, el que nunca se retira del campo de batalla. He obtenido su permiso y he venido aquí ante ti. Él ni si quiera me quería para si mismo sino para su hermano; le ha dado mis hermanas y yo he quedado libre. Nunca he deseado otro hombre que tú. Oh tigre entre los hombres, juro por mi cabeza que nunca he deseado otro hombre que tú. Juro por mí misma que estoy diciendo la verdad.  Quiéreme. Una mujer se ha presentado ante ti por su propia voluntad».

Pero nada de esto sirve ante el príncipe y cuando asume la situación, Amba, con lágrimas en los ojos y la voz ahogada por el llanto, le dice: «Habiendo sido repudiada por ti, iré donde quiera. Voy a ir con los virtuosos, porque donde está la virtud está la verdad». Y así comienza el primer paso de la búsqueda de Amba. La princesa peregrina, sola, por el bosque, y pasa la noche en la ermita de unos ascetas, a quienes cuenta su historia.

«Debería darle vergüenza al creador», dice Amba, y pide que se le den ejercicios ascéticos por hacer, porque siente que debe expiar acciones terribles que debe haber hecho en otras vidas para llegar a sufrir lo que está sufriendo en esta. No le interesa volver con su familia, dice, porque estos la han rechazado también. «Cuando vuelva me criticarán», les dice, «me perderán el respeto».

Pasando el tiempo con Amba, escuchando su historia, los ascetas sienten que lo que le ha sucedido es una gran injusticia. El tono de Amba comienza a teñirse con matices de despecho y los ascetas le recomiendan hablar con Parashurama, un asceta guerrero, encarnación furiosa y violenta de Vishnu, famoso por haber extinguido 21 generaciones de guerreros en su juventud, conocedor de todas las  técnicas guerreras además de los ataques mágicos. Parashurama pasa por el lugar esa noche, precisamente, con el pelo largo y pegado en rastas, vestido con cortezas de árbol y la mirada encendida. Viene seguido de sus discípulos, con un arco colgado al hombro y sujetando un hacha de guerra.

Amba llora y le cuenta a Parashurama que está inmersa en un océano de barro y tristeza. El asceta se compadece de su cuerpo delicado, de su situación, y le pregunta si prefiere que convenza al amado que la rechazó o que calcine al guerrero que la secuestró  con el calor de sus armas. Y aquí Amba toma la decisión que marcará su destino. Dice que su secuestrador es la razón de su infelicidad y es por su culpa que está merodeando sin rumbo, en este estado de suprema miseria. Él es avaricioso e insolente, dice, y que desde el día en que la secuestró ella tomó la resolución mental de verlo muerto.

La desolación de Amba lleva a su protector a luchar contra su secuestrador. El problema es que uno de los contrincantes es un avatar, Dios mismo, nacido en la tierra en forma de asceta furioso, y el otro tiene como madre al río Ganges y como padres a los ocho elementos. Ninguno de los dos puede morir. La batalla dura varios días, la sangre de ambos guerreros fluye como resinas de árboles arrancados por un ciclón, las flechas doradas vuelan como llamas y son tantas las que cubren el cielo que ni el viento tiene espacio para pasar entre ellas, mucho menos el sol. El campo de batalla se oscurece y el calor de la batalla incendia todas las flechas en el aire, de manera que los dos guerreros luchan entre las cenizas; arrojan lanzas como meteoros, la tierra tiembla, los chacales aúllan, se desencadenan tormentas y terremotos, los tambores suenan con tonos terribles a pesar de que nadie los golpea, el cielo se convierte en una gran masa de energía, los dioses y sus enemigos gritan de dolor y sus mensajeros se aparecen ante ambos contrincantes para convencerlos de que dejen de luchar.

Parashurama, el asceta guerrero, reconoce ante Amba que su poder no es suficiente para vencer a su secuestrador en la batalla y ella, con los ojos rojos otra vez, pero a causa de la rabia ahora, jura que irá allí donde pueda vencer en la batalla a su odiado enemigo.

Amba llega al río Yamuna y permanece de pié en sus aguas por un año entero, sin comer. Por un año más sobrevive comiendo una hoja al día. Llena de rabia, permanece sobre la punta de los dedos doce años durante los cuales su ascetismo calienta los cielos. Peregrina hacia las tierras donde viven las almas ascendidas, los que poseen poderes (siddhas),  camina hacia los bosques de los dioses, de ermita en ermita, hasta que el río Ganges, en forma de mujer, se levanta ante ella y le pregunta «Oh desafortunada, ¿por qué estás pasando por todo este dolor? Contéstame con sinceridad». Y Amba expone su motivación: «Mi enemigo no puede ser vencido en la batalla, pero yo pasaré por las más extremas austeridades hasta que lo pueda destruir. Vagaré por la tierra buscando la forma de matar este rey, aún si obtengo este fruto en otro cuerpo». Y el río le responde «Oh, preciosa. Estás siguiendo un camino torcido, doncella. Este deseo tuyo es imposible de satisfacer. Si sigues el voto de la destrucción de este rey, si abandonas tu cuerpo en este voto, te convertirás en un río desviado que solamente lleva agua durante la época de las lluvias. Tendrás lagunas terroríficas que nadie querrá conocer. Solo fluirás durante las lluvias y permanecerás seca durante ocho meses. Tendrás cocodrilos espantosos en tus aguas y serás aterradora para todos los seres». Pero la fuerza que mueve Amba no se calma con estas palabras y la princesa sigue esforzándose en su búsqueda hasta que se convierte, efectivamente, en un riachuelo siniestro como el que le describió Ganges. La mitad del cuerpo de Amba se convierte en agua, agua semi-estancada plagada de cocodrilos, y la otra mitad de su cuerpo sigue siendo el de una doncella. «Solamente por la muerte de mi enemigo alcanzaré la paz», decía Amba, «He sido privada de la opción de tener un marido. No soy ni mujer ni hombre. No desistiré hasta que venza a mi enemigo en la batalla». La fijación y la disciplina de Amaba en su búsqueda personal fueron tan grandes que acabó encontrándose a Shiva sosteniendo su tridente en el fondo del bosque. En su desesperación, Amba escucha como la voz de Shiva le promete que podrá matar al rey que tanto odia. Shiva le promete que volverá a nacer en otro cuerpo, pero recordando toda su historia. Nacerá primero como mujer y será una gran guerrera, experta en todo tipo de armas, pero se convertirá en hombre, y acabará venciendo al ser que tanto odia.

Habiendo escuchado estas palabras Amba se levanta, recoge leña para encender una pira y se estira dentro de la hoguera para abandonar su cuerpo.

En otro reino, un rey que no podía tener hijos y consiguió satisfacer a Shiva con muchas ceremonias. Shiva le prometió que tendría una hija, que se convertiría en hijo, y sería un gran guerrero. Así, cuando poco después nació Shikandi, con la memoria de Amba, el rey la educó en todas las técnicas de guerra, como si fuera un príncipe varón, y además mintió a todos sus consejeros anunciando ante el reino que Shikandi era el heredero masculino de su reino. Solo la reina y el rey sabían que el príncipe era en realidad una niña vestida de chico. Shikandi se convirtió en alumna excelente de esgrima, tiro al arco y artes marciales. Aprendió incluso a usar mantras destructivos y armas mágicas. Shikandi, apoyada por sus padres, retrasaba el momento de casarse pero el reino, y los reinos vecinos, empezaban a murmurar, a sospechar, a preguntarse cuál sería el problema. Confiando en las palabras de Shiva, y en que al final todo se iba a arreglar de algún modo, Shikandi fue casada con la princesa de un reino vecino. Cuando inevitablemente la princesa se dio cuenta de que Shikandi tenía cuerpo de mujer la princesa se sintió engañada y mandó mensajeros a su padre, que declaró inmediatamente la guerra al reino de Shikandi.

Shikandi se entristeció mucho por el destino que había traído sobre su reino y decidió escapar sola hacia el bosque, para morir. Dejó sus residencias para alejarse hacia un bosque profundo y apartado, un bosque que todo el mundo eludía porque lo dominaba por un Yaksha al que temían. La casa del Yaksha estaba hecha de ladrillos y enyesada. Estaba llena de humo y grano seco. Tenía muros altos alrededor y una verja.

Shikandi entró en el lugar y ayunó en el patio durante varios días, secando su cuerpo. Cuando el Yaksha salió de su casa tenía los ojos del color de la miel. «¿Qué es lo que quieres pedirme?» le preguntó el Yaksha «Soy el servidor del dios de las riquezas, puedo conseguir todo lo que me pidas, aunque parezca imposible». Shikandi le explicó toda su historia y le habló del peligro que corría su reino, del poder del monarca de armadura dorada que les había declarado la guerra, y le exigió «conviérteme en un hombre para salvar mi reino, has prometido que puedes hacer todo lo que te pida».

El Yaksha se lo pensó y le dijo a Shikandi que podían encontrar una solución pero haciendo un pacto. Él podía prestarle a Shikandi su órgano masculino por un tiempo, con la condición de que Shikandi se lo devolviera cuando terminara de convencer a su esposa y a su suegro de que era un hombre. «Puedo merodear el cielo y tomar la forma que quiero» le dice el Yaksha «llevaré tu órgano femenino por un tiempo, salva a tu familia, pero no intentes engañarme». Y Shikandi, aliviada, responde al ser que merodea la noche que le devolverá su órgano sin falta, cuando pasen los problemas.

Cuando volvió a su reino en un cuerpo masculino, los mensajeros hicieron su trabajo, se comprobó la sexualidad de Shikandi y su esposa y el reino quedaron satisfechos. Sin embargo en estos días el dios de las riquezas, Kubera, señor de todos los Yakshas, se encontraba volando en su carro encima del bosque siniestro en el que Shikandi había depositado su sexo femenino. Kubera se encontró a la residencia del Yaksha decorada con muchos colores, con muchos tipos de guirnaldas diferentes. Estaba el grano seco y también toldos hechos de hierbas aromáticas. El lugar estaba adornado con telas y banderines, olía a incienso delicioso, había suministros de grano, carne y licor. El dios de las riquezas exclamó con su  voz profunda que el lugar estaba muy bien decorado pero se preguntó por qué el yaksha no salía a saludarlo. El Yaksha se avergonzaba de salir porque ahora tenía las fromas de una mujer, le explican los espíritus que le acompañan. Ante esto Kubera se enfada, por alguna razón que el texto no especifica, y condena al Yaksha a permanecer en esta forma femenina hasta la muerte de Shikandi.

De esta manera Shikandi siguió viviendo en cuerpo de hombre, hasta enrolarse en la gran batalla del Mahabharata, en el lado contrario al de su enemigo, que no es otro que Bhishma, el enigmático rey renunciante que prometió antes de luchar que «no apuntaría con sus flechas a ninguna mujer, o a nadie que haya sido mujer anteriormente, que tenga el nombre de una mujer o la forma de una mujer». Bhishma siguió todo el periplo de Amba con la ayuda de espías, sabía perfectamente quién era Shikandi y lo estaba esperando, porque Bhisma podía morir solo cuando él lo decidiera, y tomó la decisión de que fuera Shikandi quien lo matara en la batalla.

Las decisiones de Bhishma, el enemigo de Amba y Shikandi, son un tema para otro día. Esta entrada está dedicada a Amba y Shikandi. Su historia es la de un impulso, un ímpetu atrapado entre cuerpos y entre normas. Un deseo que danza entre cuerpos diferentes, forcejeando con una estructura social. Mi pregunta es hacia dónde va este ímpetu en la época actual. ¿Qué es lo que buscaba Amba? Al amor me parece que renunció muy pronto, y la venganza, ¿por qué le importó tanto? ¿Qué fue lo que más le dolió, la separación de su amado, el despecho o la humillación? ¿Qué dolor alimentó esa transcendental fidelidad al voto de venganza? Y qué fue este ímpetu, ¿masculino o femenino?

A Bhishma, el secuestrador y víctima de Shikandi, se le conoce como “el del voto terrible”, porque hizo el voto de renunciar a la descendencia y no lo levantó ante nada. Con esto en mente, podemos decir que Amba fue su media naranja; Amba “la del voto terrible”. Y Bhishma no dejó de seguir a Amba con sus espías. Amba no dejó de pensar en Bhishma. Su historia es la historia de una relación, tal vez porque al final todo está relacionado. Todo está en relación con todo y no podemos apartar nada del mundo, lo que podemos hacer es elegir bien cómo relacionarnos con ello. Puede ser esto, y puede ser mucho más. Disculpas si la conclusión es algo ligera, solo quiero terminar este escrito de alguna manera. Si has visto otra cosa en la historia de Amba, Shikandi y Bhsihma, estás invitado/a/@ a dejar tu comentario.

[1] Se trata de Kunti hablando con Pandu

[2] Sambhava Parva 112-113

[3] Se trata de Bhishma

Sobre si vale la pena buscar consejos matrimoniales en el Mahabharata

Esta primera entrada de 2017 la dedico a una de las primeras decisiones importantes de Bhishma, un personaje que sirve de eje al argumento del Mahabharata. La decisión a la que me refiero se describe en el texto como una anécdota que no parece mucha transcendencia cuando ocurre y se describe en un par de frases, pero las consecuencias de esta decisión acabarán causando que Bhishma abandone su cuerpo.

El Mahabharata, entre otras cosas, es una historia de enredos en la que actuar de manera correcta no es necesariamente sinónimo de éxito o garantía alguna de evitar el conflicto. La dinastía cuya historia explica el Mahabharata comienza con lío, mucho lío. Demasiado lío para poderlo resumir en esta entrada. Digamos solamente, para situarnos, que nos encontramos en un momento en el que un rey ha hecho un voto de castidad y dado que él, a causa de su voto, no podrá continuar el linaje real, decide buscarle conyugue a su hermanastro menor. El rey en voto de castidad es Bhishma, pero ahora el voto y su relación con el hermanastro no importa, lo que importa es que Bhishma está buscando la descendencia para su familia.

Bhishma se entera de que en el reino de Varanasi el rey está organizando un concurso al que vendrán jóvenes nobles de todos los reinos para demostrar sus cualidades e impresionar a las tres hijas del rey. El premio del concurso es ser elegido como esposo por una de las princesas y se presentan miles de pretendientes.

Aquí el texto hace una cabriola de estas que me impresionan tanto y me hacen pensar que una vida entera no será suficiente para entender el Mahabharata. Lo que quiero hacer en esta entrada es comentar este punto del texto y observar cómo se usa el lenguaje fantástico para explorar los espacios a los que no llega la razón.

La pirueta que hace el texto es afirmar, en referencia a la ceremonia de elección de pretendientes que describe, que esta ceremonia corresponde a la octava forma de casamiento, llamada «autoelección» (Svayamvara, en sánscrito).

Me he encontrado con muchas historias sagradas en las que aparece esta ceremonia pero cuando el Mahabharata habla de «octava forma de casarse», parece referirse a algún códice existente que regule estas formas, y concrete ocho maneras posibles de emparejarse. Aquí es donde el texto hace su “cabriola”. La leyenda dice que el sabio Vyasa, compositor del Mahabharata, le pidió al dios Ganesha que transcribiera el Mahabharata mientras él se lo dictaba. Ganesha aceptó con la condición de que el sabio dictara la obra entera de principio a fin, sin parar ni para dormir. Vyasa aceptó y para poder descansar intercalaba acertijos y enigmas filosóficos en la historia, que hacían que Ganesha levantara la cabeza y se quedara pensativo unos segundos, los cuales el sabio aprovechaba para descansar. Este momento parece ser uno de ellos.

Porque es cierto que existen ocho formas de emparejamiento registradas en los códigos de rituales domésticos de referencia (Grihya Sutras, Artha Shastra o el Código de Manu), en ambos se habla de ocho maneras de casarse, pero no se incluye el ritual de autoelección entre ellas. ¿Por qué esta línea del Mahabharata sitúa esta ceremonia (svayamvara) entre una de las ocho formas posibles de matrimonio? es un misterio, más aún a la luz de la siguiente línea: «[la ceremonia] que los instruidos recuerdan y los reyes elogian». ¿Es que la ceremonia en la que la mujer elegía un hombre entre varios pretendientes constituía un recuerdo del pasado, ya en la época del Mahabharata, y es posterior la composición de los códices? Yo, en este momento, no sé la respuesta a esta pregunta. Si estás leyendo esto y sabes algo al respeto por favor escríbeme algo, en los comentarios o a la dirección: respirarelmahabharata@gmail.com

Más allá de este pequeño gran enigma, quiero continuar con el discurso y las acciones de Bhishma en este punto de la historia. Bhishma se presenta en la ceremonia de autelección y exclama la mencionada frase: proclama que la ceremonia que está tomando lugar es «recordada por los sabios y respetada por los reyes», pero «aquellos que conocen el Dharma saben que la esposa tomada por la fuerza es la mejor», y acto seguido Bhishma lucha contra todos los pretendientes y secuestra a las tres princesas.

Ahora, es natural que nos sintamos repelidos por lo que está pasando en el texto, pero una doble, triple y cuádruple lectura de estas páginas abre la mirada a unos significados más sutiles de lo que parece a primera vista. Y aviso de antemano que no pretendo forzar un sofismo enrevesado para justificar ningún secuestro sino que quiero romper una lanza a favor de la complejidad y sensibilidad del Mahabharata. El texto, si se lee con cuidado, es muy imparcial, también visto desde la mirada post-feminista del siglo XXI. Bhishma irrumpe la ceremonia y guerrea contra los príncipes más feroces de la tierra. El texto describe, alaba, las proezas marciales de Bhishma por unas buenas dos páginas, hasta que victorioso, Bhishma se aleja en un carro con las tres princesas a bordo. «A las cuales trata como sobrinas». Es decir, la batalla de Bhishma es contra los otros pretendientes y la derrota es de ellos, en ningún momento se habla de hacer daño a las princesas, o menospreciar su persona o feminidad, ellas se mantienen a salvo, mientras los hombres compiten.

¿Pero y la opinión de ellas? Nos diremos. Y a esto responde la historia, inmediatamente. En el viaje de vuelta a su palacio una de las princesas habla: «Yo ya he elegido al rey de Soubha como marido. Esto yo ya lo había hecho anteriormente, y él ha aceptado mi mano. En la ceremonia yo iba a elegirlo a él. Tú conoces bien el Dharma y ahora sabiendo esto, decide lo que el Dharma implica». Ante esto Bhishma hace los arreglos para que la princesa vuelva a su reino.

Que Bhishma venza a otros príncipes para secuestrar unas princesas es correcto desde el punto de vista del Dharma, a menos que una ya haya elegido, entonces lo correcto es que ella vaya con su elegido. A lo que la princesa alude es a la llamada boda Gandharva, esta vez sí, una de las ocho formas regladas,  en la que hombre y mujer se emparejan por mutuo acuerdo. Es la boda más valorada en la sociedad occidental del siglo XXI, pero ahora me gustaría entrar en el significado profundo de la palabra Gandharva.  ¿Por qué hacerlo? De entrada, porque el texto hace un llamado a la reflexión en este punto. Primero, porque presenta un cruce de intereses sin sancionar ninguno de los dos, al contrario, presentándolos como de igual valor frente al Dharma (la armonía universal). Segundo, porque este enredo será la causa de que Bhishma abandone su cuerpo, a partir de ramificaciones que probablemente aparezcan en próximas entradas o futuras narraciones del Mahabharata.

¿Cuál es la ambigüedad de la boda Gandharva? La denominación en sí nos presenta la pista. Los Gandharva son seres astrales. Tienen cuerpos demasiado sutiles para que los podamos percibir con sentidos humanos. Se les describe como músicos de los Dioses; entretienen a las potencias que son mayores que ellos, a los Deva, y confunden a los humanos. Llama la atención que en el Atharva Veda, himnario referencial para la cultura del Mahabharata, ofrece un himno de protección contra los Gandharva: «como un joven, de apariencia exuberante, el Gandharva acecha las mujer. A él lo expulsamos de aquí con un poderoso hechizo» y las Apsara son las ninfas acuáticas, compañeras de los Gandharva, «marchad hacia el río, a sus vados, como levantadas por el viento, ¡habéis sido reconocidas!» (Ambas citas: Ath.Veda 5,37).

Los Gandharva y las Apsara son bellos, divertidos, sobretodo atrayentes, su presencia imperceptible embelesa el alma, ¿por qué protegerse contra ellos con conjuros? Esto ya es una pregunta que cada uno debe hacerle a su interior. ¿Qué deseo en la vida? ¿Existe otro propósito que el embelesamiento? No pretendo responder estas preguntas aquí, ni tampoco ofrecer una guía para hacerlo, lo que quiero ilustrar es la ambigüedad y la apertura que ofrece definir un tipo de emparejamiento como el «mutuo acuerdo» con una definición “mitológica”, o “simbólica”, como lo es el término Gandharva. Podemos ver que no nos encontramos con un claro juicio moral sino con otra cosa, algo mucho más flexible. Gandharva es una definición, que no cierra ni fuerza sino que apela al discernimiento interior desde este plano sutil hacia el que se expande la percepción cuando accede al pensamiento mitológico. Llámesele fantasía, si se quiere, pero una fantasía real; una fantasía que tiene que ver con el amor y la elección de pareja.

Por otra parte, el secuestro como “forma de emparejamiento”, se menciona en los códigos como boda Rakshasa. Los Rakshasa son seres monstruosos, con un físico muy concreto, tan material como el cuerpo humano, pero con poderes mágicos como la capacidad de volar y cambiar de forma a voluntad. Los Rakshasa son feroces depredadores y consumen carne humana. ¿Se refiere a este tipo de boda como algo positivo la exclamación de Bhishma? En primer lugar, según el código de Manu (3,21), esta boda es la única aceptada para un noble (Ksatriya). En segundo lugar, tal vez, lo que pueda tener de positivo este tipo de “boda”, a nivel material, es que en caso de secuestro, Bhishma no tendría ningún derecho a la propiedad de las princesas que secuestra ni las de sus reinos. Si Bhishma reclamara algo de su dote se consideraría su reclamo como robo. En este caso, Bhishma deja intacto las posesiones del reino de las princesas. Pero de nuevo ¿qué es lo que desean ellas? Y por extensión ¿qué desea el hermanastro de Bhishma? Se toma por supuesto que él estará contento cuando se le presenten dos desconocidas con las que debe casarse, igual que suponemos que dos personas que deciden casarse por la influencia de la melodía encantadora de los Gandharva serán más felices, pero sabemos que no es siempre así.

No pretendo con este escrito defender una u otra acción de los personajes del Mahabharata. Tampoco pretendo, como alguien pueda pensar, defender una ordenación patriarcal, matriarcal, o de ningún tipo en este escrito. Estoy comentando una historia sagrada y un códice legal/ritual. Todo códice es una idealización y representa a la sociedad que lo aplica tanto como una constitución nacional pueda representar a los individuos que respiran dentro del territorio que incumbe; es un mero referente. Lo único que quiero compartir aquí es la fluidez que aporta a un códice el lenguaje mítico. El hecho de dar a cada emparejamiento un nombre mitológico hace que obtenga un significado mayor que el del juicio binario de bien o mal. Las ocho formas de emparejamiento que definen los códices indios son primero una descripción de las posibilidades reales de emparejamiento. Nos guste o no, la realidad es de una manera determinada y ofrece un margen de acción que va desde la elección de la pareja al secuestro. Dentro de estas posibilidades de la realidad, fluye el sentido.

En mi opinión, lo que aporta el uso de un lenguaje “mitológico” en un códice ritual, es la opción de establecer normas y acuerdos sociales sin olvidar que estos no dejan de ser coordenadas temporales dentro del infinito. Allende las murallas del mundo, las murallas de la realidad y de la ley, el espacio es infinito. Con esto en mente vuelvo a honrar el Mahabharata como un texto que es de todo menos didáctico o taxativo, porque lo que nos ofrece es un espejo de la realidad en todos sus matices y uno se sitúa frente el Mahabharata de acuerdo a su discernimiento interior. Así es como el espejo del Mahabharata actúa como un catalizador, un estímulo del despertar interior.

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