1.La duda:
Hay momentos en los que me parece casi imposible hablar.
Hay momentos en los que me parece imposible decir nada que no avive más las llamas.
Hay momentos en los que me parece imposible decir nada que no despierte furia. Todo se interpreta-
Incluso el silencio se interpreta.
En El libro de la creación, un tratado, escrito en hebreo antiguo, sobre la creación del mundo por señas y palabras, se dice que Dios grabó su nombre por cuentos, números, libros y matemáticas.
Dios creó el mundo mediante cuentos, libros y cuentas.
Pero la gracia es que en hebreo todas estas cosas se nombran con una misma palabra: –sphr-. El hebraísta Manuel Forcano tradujo la frase al catalán como: “lo creó de tres manera: por la escritura, el número y el relato”. Pero es una interpretación; el original repite tres veces la palabra “sphr”.
Leer esto no nos libra de la duda. ¿Qué es lo correcto?¿Qué requiere el momento? La duda queda; tal vez porque es inherente a nuestra realidad.
Y siento la necesidad, en estos momentos, de defender la duda como parte de la condición humana. Querer dar respuestas a todo nos impediría vivir una parte de nosotros.
La duda es el abismo, al que alguna vez tendremos que saltar, si todavía no lo hemos hecho.
¿No lo recuerdas?
Todos estaban furiosos. Como las dulces aguas del Ganges se vuelven saladas al fundirse con el mar, así los guerreros más entrenados y seguros de sí mismos se frustraban al encontrarse con la ferocidad en la batalla.
Torsos de ambos bandos, sin cabeza, yacían en todas las direcciones. Era como un océano de sangre. Los carros eran como los remolinos, los elefantes islas y los cabellos parecían las olas. Los carros eran los botes, y aquellos tigres humanos los usaban para cruzar el océano de soldados. Los mejores hombres quedaban sin armas, sin armadura y sin cuerpo. Se veían a centenares y millares.
Pero debes saber, que en un rincón de un valle brumoso, un pino sagrado resiste las acometidas de los siglos.
El ser humano, concluyó Krishna, según el Mahabharata, es un campo compuesto por emociones y sensaciones. Este campo está enmarcado en el universo, que es otro campo, hecho de más fenómenos que nacen y mueren en todas partes. No dejarse confundir por estos fenómenos llena más allá del aspecto destructivo de la duda. Aunque la duda en sí nunca se descarta.
2.La diosa:
El joven Sahadeva, mi marido es un señor entre los guerreros. Palidezco al verlo trabajar entre las vacas. Pienso en la actitud que siempre me ha mostrado, priorizando la sinceridad como valor. No me constan ninguna falta que Sahadeva haya cometido, a consecuencia de la cual tenga que pasar por estas dificultades.
Así protestaba Draupadi, durante el último año de su exilio:
Viendo a mi cuarto marido siendo señalado por el rey como un animal más entre su ganado tiemblo de terror y desesperación. Lo veo sobresalir entre el resto de vaqueros por sus vestimentas rojas. Le veo mostrar respeto al rey.
La madre de mis maridos siempre alababa la conducta de Sahadeva, su virtud y su reputación.:
-Es modesto, dulce en su hablar, devoto del Dharma y cercano a mí. ¡Oh Draupadi, consuélalo en el bosque cada noche!
Y ahora veo a Sahadeva desde lejos, ocupado con las vacas, cubriéndose con cuero de ternera para dormir. ¿Cómo puedo soportar mi vida?
Porque no es especialmente la sabiduría, sino la fuerza y la potencia su poder particular. Hay en ella una intensidad avasallante, una pasión poderosa para los logros; una avalancha de fuerza divina que destroza todo límite y obstáculo. Toda su divinidad salta hacia fuera en el esplendor de la acción tempestuosa; existe para la agilidad, para los procesos de efectividad inmediata, el golpe rápido y directo, el asalto frontal que se lleva todo por delante. Su furia es inmediata y extrema contra el engaño y la falsedad. Su espíritu es indomable, su visión y voluntad elevadas y abiertas de miras como el vuelo del águila. Su amor es tan intenso como su furia y tiene una bondad profunda y apasionada.
En las eras antiguas cuando una de estas señales eran reconocidas se construían templos y altares. Ahora llamamos a la televisión, o subimos un vídeo a la red. Subimos grabaciones de pequeños momentos milagrosos de frágil y divina humanidad, para que puedan ser ridiculizados. Sorna, juicio, cinismo y sarcasmo -si no hastío- bañan al fenómeno y la relación que pueda establecer con la empatía. Nuestra compasión se mezcla con la sospecha. Quien sabe si porque el templo de nuestra era es el rumor. Si el Mahabharata fuera un objeto, estaría cubierto de jeroglíficos enigmáticos.
¡Devuélvenos la vista ilustre señora! Nos llevaremos nuestros actos malvados por donde hemos venido. ¡Tenednos compasión, tú y tu hijo!
-Pero hijos – contestaba ella: -yo no os he robado la vista ni estoy enfadada con vosotros. Es el descendiente del fuego, que ha nacido de mi muslo, quien lo está. Es su furia la que os ha cegado.
He llevado a mi hijo en el muslo durante años, mientras vosotros matabais niños en el útero. Lo he guardado, para que haga lo mejor para su linaje. Es él quien impone su presencia en todas partes. Es él, quien amenaza con volver todos los proyectos humanos irrelevantes; y nos presenta evidencias específicas de cuán poco comprendemos el mundo que habitamos.
Nos muestra hasta cuánto dependemos del mundo que habitamos.
Nos muestra, con colorido dolor, el choque frontal entre civilización y “naturaleza”.
Es él quien trae a nuestro hogar la impotencia final. Es su fulgor el que os ha cegado, si calmáis su furia os restaurará la vista.
Imágen: W. H. Matthews, Mazes and Labyrinths: A General Account of their History and Developments; London: Longmans, Green, and co., 1922.
