Viento y ego

Cuando escribí la entrada pasada intenté experimentar con dos ideas que me venían interesando. Para mi gusto fracasé en las dos, pero la reflexión posterior me ha ayudado para madurar un poco más este proyecto.

Intenté esconder mis opiniones sobre la historia que elegí compartir y este es el fracaso sobre el que quiero escribir en esta entrada; del segundo hablaré en la próxima.

La semana pasada hice el experimento de intentar camuflar mis interpretaciones de la historia que elegí dentro de la manera en que opté por reescribirla. En lugar de presentar el esqueleto de una historia y después comentar qué significado tienen para mí los elementos que lo componen, o compararlos con los de otras historias, tal como había hecho en otras entradas, la semana pasada probé escribir una historia y expresar el estado por el que me encontraba en la misma narración, mediante las descripciones y el tono general del relato.

Para poner un ejemplo, donde en el original pone: «Hubo una vez un rey llamado Anga, nacido en la dinastía de Dhruva, devoto de Vishnu (Viṣņu) / Era muy religioso y bueno con sus súbitos / Abandonando su papel de rey y su reino, se fue en su vejez hacia el bosque a hacer tapasya», puse yo: «Anga fue un rey que durante toda su vida sustentó el universo con su energía. Llegó un punto en su vida en el que entendió que había cumplido con los deberes hacia su rol social y Anga decidió que el calor que movía su cuerpo ya podía disolverse en la temperatura del universo.

Anga se levantó y entró caminando en el bosque; sin dirección, sin pensar qué camino tomaba, esquivando la vegetación hacia la dirección que le dictara la intuición. El rey se fue alejando de la civilización de manera irreversible y acercándose con cada paso más hacia el silencio de la noche».

Las razones que me llevaron a reescribir el texto de esta manera tienen que ver con mi interpretación de los elementos que contiene este párrafo tan comprimido. En el texto original que usé no se puede leer literalmente que Anga sustentara el universo con su energía, por ejemplo, pero sí que pertenece a la dinastía de Dhruva y es devoto de Vishnu. Dhruva es un sabio con sangre real que fue expulsado de su reino a los cinco años y decidió verter todo su dolor a la ascesis espiritual, convirtiéndose ya en su infancia en un maestro de maestros. Y Dhruva se puede ver en el cielo también, porque Dhruva terminó convirtiendose en la estrella polar. Dhruva marca la dirección a navegantes y nómadas porque el resto de estrellas giran a su alrededor. Cuando una historia habla de Dhruva, no puedo dejar de tomar en cuenta el valor simbólico de este nombre. Al mismo tiempo, la historia que compartí en la entrada pasada habla de la creación de la tierra, y Anga, el rey con el que comienza el relato, vivió de alguna manera antes de que la tierra tuviera la forma que tiene ahora, la que nosotros conocemos.

Si Anga fue un rey (con toda la carga simbólica que contiene este epíteto), y además vivió antes de que existiera la tierra, no puede ser una persona común sino algo más. Por estas razones, por sus cualidades simbólicas y su relación con la estrella polar, opté por escribir que Anga «sustentó el universo con su energía».

Encuentro mi elección al re-narrar la historia justificada, pero el experimento de la entrada pasada fracasó, a mi gusto, porque no llegó a cumplir con el objetivo general de este proyecto. En mi opinión el tesoro de las historias que el Mahabharata o los Purana  nos ofrecen es su fluidez, y el hecho de que aún si los oímos por primera vez siempre nos parecen recordar algo que ya vivimos, algún evento atemporal, que pasó hace miles de años, sigue pasando y seguirá pasando en el futuro. Para conseguir transcender las coordenadas a las que se aferra el ego (como por ejemplo: «los purana son recopilaciones de mitología oral procedente principalmente del norte de la actual India, puestos por escrito en los primeros siglos de la era común») las historias sagradas de la india están tejidas como un urdimbre de símbolos y cada frase, en cada historia, remite siempre a varias otras historias, que a su vez remiten a otras, de manera que todas las historias están conectadas con un gran y único evento, que es la existencia misma, en todos sus planos. Cuantos más relatos sagrados indios conoce uno, más se da cuenta del nivel de detalle y minuciosidad con el que todos están relacionados entre sí, y más se expone a la manera por la que unas narraciones pueden transcender el propio lenguaje que las expresa. Sin embargo si se leen sin la atención y la actitud adecuada, la mayoría de estos relatos pueden parecer demasiado crípticos y en lugar de abrir el corazón del oyente/lector a la curiosidad y la energía vital pueden provocar rechazo, o desinterés y aburrimiento. Los relatos del Mahabharata y los Purana son un tesoro que cuando se expande puede catalizar en las personas que los comparten curiosidad por lo desconocido y ganas de explorar la vida, así como la manera más correcta de vivirla, porque nos recuerdan que somos más de lo que creemos, que el mundo es más de lo que pensamos y que todo importada, cada acto y cada palabra. Esto, para mí, es el objetivo del arte en general y es por esto que sigo creyendo en este proyecto. Pero para que la semilla de estas historias crezca es necesario propiciarles las condiciones necesarias y encuentro que la manera en que quise re-escribir los elementos simbólicos de la historia de la entrada pasada fue menos efectiva que si los hubiera explicado. La razón por la que resultó menos efectiva no radica necesariamente en la decisión que tomé sino en cómo lo hice, y al explicar esto estoy también enlazando este escrito con el segundo fracaso de la entrada anterior, el cual desarrollaré mejor en la siguiente entrada dentro de quince días.

El objetivo de investigar maneras de compartir historias sagradas me ha atraído hacia la tradición de narración medicinal de las culturas llamadas nativas de los Estados Unidos y estoy especialmente influenciado este verano por el trabajo de un autor llamado Lewis Mehl-Madrona, quien está haciendo el trabajo fascinante de construir un puente entre sus estudios de medicina y psicología con la tradición Lakota y Cherokee de la que proviene por linaje. El trabajo de Lewis Mehl-Madrona está enfocado a la investigación del uso de la narración dentro del proceso de sanación de una enfermedad, física o mental, en la tradición nativa americana. Según su punto de vista para que una narración sea sanadora debe responder a las preguntas «¿Por qué está usted aquí?», «¿De dónde vino usted?» y «¿Quién es usted?».

La visión de Lewis Mehl-Madrona se refiere a una exposición oral de la historia, en la que el narrador puede preguntar directamente al oyente estas tres preguntas y enlazarlas con la historia sagrada. En el caso de una exposición por escrito de la historia, en la que quién escribe no tiene contacto directo con el lector, el escritor podría por lo menos, y como mínimo, tratar de responder estas tres preguntas sobre sí mismo al re-narrar la historia a su manera. En el caso de la entrada anterior yo no hice esto. Más bien, para interpretar la historia, registré el cajón de información que tengo sobre los símbolos que pude reconocer en el texto e hice una interpretación que si bien puede estar alimentada por el sentimiento de asombro y entusiasmo, tiene poco contacto con mi narración personal. Es una exposición que tiene poco contacto con la narración que usa mi ego para situarse frente a la historia sagrada y para interpretarla. Tiene poco contacto con una historia que cuente qué razón me llevó a elegir qué historia contar en la entrada de la semana pasada, o con la explicación de por qué me afectaba personalmente la historia de la creación de la tierra más que otras, y cómo llegué a conocerla. Darle demasiado protagonismo a mi opinión sobre sobre una historia sagrada puede resultar tedioso pero intentar eludir la historia de mi ego para contarla resulta en un distanciamiento de la transmisión y la historia narrada o escrita se vuelve distante; encontrar el equilibrio entre estos dos polos es todo un misterio.

La razón por la que me intereso ahora por un relato sobre prithvi (pŗthvī), la tierra, es porque estoy preparando la narración del primer libro del Mahabharata que tendrá lugar el próximo 12 de Diciembre en Barcelona. La narración de este primer año del proyecto del Mahabharata terminará con el nacimiento de Bhishma, pariente de los Pandava. Bhishma representa el nacimiento en forma humana de los ocho Vasu, y para mejorar la experiencia de este evento estoy buscando historias sobre cada uno de los Vasu, y uno de ellos es la tierra. Una de las fuentes que he usado es el Bŗhadāraņyaka Upanișad, un texto filosófico que contiene algunos capítulos dirigidos específicamente a explicar la relación de los Vasu con el cuerpo humano y el mundo. En la primera parte de este escrito se dice que «los tres mundos son: el órgano de la palabra (la tierra), el firmamento (la mente), y la energía vital (que es aquel mundo, el cielo)» (B.U. I,V,4), lo cual me hace pensar directamente en la relación que tengo con estas historias sagradas. Para mí el Mahabharata es una forma de meditación grupal, donde las palabras unen a los que compartimos estas historias en estructuras mentales que forman una arquitectura conceptual que permite que la fantasía y la creatividad encuentren lugares para desarrollarse y entretenerse pero canalizando toda este impulso humano hacia una mayor conexión con el mundo y con el impulso de vivir una vida útil, o de estar presente en el mundo. Son historias que alinean los tres mundos, «el de los dioses, el de los antepasados y el de los hombres. El órgano de la palabra es los dioses, la mente, los antepasados, y la energía vital, los hombres» (U.P. I,V,6). Porque las palabras forman estructuras que compartimos pero nunca entendemos del todo su alcance, la mente que las interpreta está influenciada por las costumbres heredadas del entorno cultural y familiar y lo que mueve la búsqueda de la mente entre el bosque de las palabras es la energía de los cuerpos humanos, que se alimentan del universo y le sirven a su vez de alimento.

Esta energía vital que impulsa la búsqueda constante de lo nuevo, o lo desconocido, es también uno de los nombres de Vāyu, uno de los Vasu que se encarnan en Bhishma. Vāyu se traduce por viento, pero esto no se refiere necesariamente al viento que conocemos como fenómeno meteorológico, a la ráfaga de aire, sino a otros movimientos más sutiles de energía. Se dice que «Vāyu es discípulo de Brahmā», la expansión del universo (Vāyu Purāņa 2.26-41). «Puede acceder a todo directamente. Posee los ocho poderes sobrenaturales como Aņimā, o el poder de convertirse en un elemento pequeño como un átomo».

«Vāyu sostiene todos los mundos y sus características, tanto las especies humanas como las no-humanas; fluye perpetuamente entre los siete planos». Porque Vāyu es la energía que fluye entre el cuerpo físico y los conceptos mentales, que son las coordenadas en las que se mueve la voluntad del cuerpo. Vāyu es la energía que empuja estos dos mundos, el físico y el mental, más allá: hacia lo desconocido. De la misma manera que el cuerpo físico se mueve desde la infancia hacia la vejez la curiosidad también busca penetrar estos espacios para los que no tiene todavía palabras. Vāyu «alimenta los cuerpos de los seres vivos impulsándolos a través de los órganos de sensación y actividad. Los sabios dicen que su origen es el éter, sus atributos el sonido y el éter y que fue el origen del fuego. Vāyu conoce todas las historias sagradas y con palabras dulces deleita a los estudiosos.» Vāyu es el impulso de vida que se mueve por el universo y lo transforma. Es el impulso que cuenta las historias sagradas. Es lo que mueve el acto artístico. Esto me importa, porque Vāyu es uno de los ocho Vasu sobre los que voy a querer hablar el próximo 12 de Diciembre, y quiero hablar de Vāyu y el Mahbaharata porque las historias sagradas son el tesoro del arte. Las historias sagradas representan una expresión artística que alinea la curiosidad y placer sensorial e intelectual humano con el mundo.

Si relaciono estas historias con mi historia, puedo ver como mi vida está movida por un fuerte apetito intelectual que topa constantemente con la constatación de que la comprensión racional de uno mismo, del propio entorno y del propio pasado, es imposible y por tanto una fuente de insatisfacción. Sin embargo la mente existe, y el apetito sigue allí, y las historias sagradas ofrecen una preciosa obra edificada con enormes ventanas por las que puede entrar y salir el viento de la vida.

De la misma manera que ciertas posturas corporales pueden cambiar el estado de ánimo, las historias sagradas son “posturas mentales” que sanean mi manejo de la curiosidad y estructuran la interpretación que hago del mundo. A la luz de estas historias, sin necesidad de creer que son la única explicación correcta del mundo (porque tampoco existe, una única manera de explicar la realidad) puedo observar el sufrimiento y la injusticia, por ejemplo, y asumir su existencia y mis pocas posibilidades de actuar al respeto, sin derivar necesariamente hacia el derrotismo y la depresión. Porque las historias sagradas tienen algo de hipnosis sanadora, que abre espacios en nuestro ego para que Vayu pueda circular con libertad, y esto es un tesoro. Y como dice Lewis Mehl-Madrona, las historias sagradas contienen una energía que se libera cuando se cuentan, y como dice también mi amigo y mentor Amir Peter, la única falta de respeto que le puedes hacer a una historia es conocerla y no contarla. Es por esto que decidí compartir la historia sobre la creación de la tierra, y sobre el segundo fracaso de la entrada anterior escribiré en la próxima entrada, sino esta entrada se alargaría demasiado.

 

Bhisma y lo poético en el Mahabharata

Estamos llegando más o menos a la mitad del proceso de preparación de la performance del primer año del proyecto Respirar el Mahābhārata. Digo, de entrada, estamos, porque a pesar de que yo sea el impulsor de este proyecto, me cuesta mucho decir “estoy llegando a la mitad”, esto es, me cuesta hablar en singular. Me cuesta porque me siento tan acompañado por todas las personas que me están ayudando e inspirando, que referirme en singular a este proyecto me parece erróneo. Y esta declaración no es una cuestión de humildad, ni falsa ni sincera, sino realismo. En esta entrada quería hablar precisamente de esto.

Llegando a la mitad del proceso de preparación de la performance del primer año me encuentro arreglando ya el material que quiero presentar, para pasar a partir de ahora a trabajar más los detalles de la presentación. El espíritu de este primer año del proyecto es, dicho poéticamente, el de plantar la semilla que tendré que cuidar los años a venir. Y la semilla de este proyecto del Mahābhārata son los Pandava, los cinco hermanos (más uno) que rotarán a su  alrededor la gran guerra del Mahābhārata (soy consciente de la tautología).

Desde un punto de vista linear, los Pandava nacen pasadas 300 páginas de la traducción inglesa del original, pero desde un punto de vista mitológico siempre están. Las primeras historias del Mahābhārata se encaminan todas al nacimiento de los protagonistas y ante todo, a la simbología tras el nacimiento del abuelo ¿paterno?: Bhisma.

Ahora, ¿quién es Bhisma y por qué pongo bajo signo de interrogación el que fuera el abuelo paterno de los Pandava? Sobre Bhisma se han publicado artículos e incluso estudios monográficos largos[1], así que para no convertir este escrito en una sopa indigerible voy a mencionar únicamente detalles de la simbología de su nacimiento y algunas pinceladas de la trascendencia de este personaje en el Mahābhārata. Que Bhisma sea el abuelo paterno o no de los Pandava no lo pongo en cuestión solo yo, sino que se considera uno de los puntos de quiebre en el orden del clan de los Pandava; en parte una de las razones de la guerra del Mahābhārata.

Bhisma hace el voto de celibato en su juventud, de forma vitalicia, y promete que servirá a quién esté en el trono como si fuera su propio padre. Bhisma no tiene descendencia y cuando muere su padre y sus hermanos no es Bhisma quién asegura la continuidad del linaje en la cámara nupcial con las dos reinas sino Vedavyāsa, el Rishi que recopiló la historia del Mahābhārata y las historias de los dioses. ¿Descienden entonces los Pandava de su abuelo?

Bhisma, por otra parte, es un personaje semi-divino, como muchos en el Mahābhārata, y uno de los héroes más importantes de esta épica: Bhisma puede morir cuando quiere, por ejemplo, y Bhisma, además, es fuente de sabiduría espiritual: Cuando Arjuna, uno de los Pandava, vence a Bhisma en la batalla, en el dolor de haber matado a su abuelo recuerda las razones por las que no quiso luchar en esa guerra (para los más entendidos: es en este momento donde el texto del Mahābhārata introduce la famosa Bhagavad Gitā, a modo de flashback de Arjuna). Tras ser vencido Bhisma, dado que puede elegir el momento de su muerte, queda clavado a la tierra por las 25 flechas de Arjuna, pero no muere hasta el próximo solsticio de invierno y cuando termina la guerra los cinco Pandava se acercan a él y Bhisma les cuenta desde el suelo el secreto del origen del mundo. Sus palabras están documentadas en el Mahābhārata y del estudio de este discurso esotérico se desarrolla una interesantísima escuela de pensamiento místico/filosófica india llamada Pāñcarātrā.

De esta manera, con la mención del detalle astrológico de la muerte de Bhisma y la escuela esotérica Pāñcarātrā, me acerco a la simbología tras el nacimiento de Bhisma, que es lo que más me ha estado interesando en estas pasadas semanas de Mayo 2016.

Los padres de Bhisma son un rey celestial y un río, primero. Ganga, es el río Ganges en el plano material y una diosa que emana belleza en el plano ideal. En el plano ideal una ráfaga de viento levantó las telas que le servían de ropa a Ganga, “blancas como los rayos de luna” y todos los dioses bajaron la mirada menos Mahabhisa, un rey celestial, que quedó encantado con las formas de Ganga. Por esa osadía, Brahmā le hace nacer en el mundo material. Así, el rey celestial escoge el cuerpo de quien va a ser también un rey excepcional en la tierra y nace como el rey Shantanu, padre de Bhisma. Ganga, sin embargo, ha quedado enamorada también de Mahabhisa, el rey celestial.

Oportunamente, los ocho Vasu han sido enviados a nacer en la tierra también, por una osadía, también, y buscan un nacimiento especial. Ganga escucha su necesidad y decide aparecerse en la tierra para que los 8 Vasu puedan nacer de ella. Cuando el rey Shantanu, la encarnación terrenal del rey celestial Mahabhisa, está mirando las aguas del Ganges, ve salir del agua el cuerpo desnudo de una mujer que le parece la más atractiva que ha visto en vida. El cuerpo terrenal de Shantanu no recuerda a Ganga pero se siente inmensamente atraído hacia ella y los dos tienen un hijo: Bhisma, que reúne las cualidades de los 8 Vasu.

Aquí algunos entendidos sabrán que estoy omitiendo detalles de la historia, pero lo hago para que el escrito sea legible. Toda historia del Mahābhārata está trenzada con muchas otras y en algún punto siempre hay que seleccionar. Existen diferentes variantes de esta historia, además, y yo prefiero en este caso elegir la versión del propio Mahabharata, según la cual Bhisma recoge en su nacimiento una octava parte de cada Vasu.

¿Y quiénes son los Vasu? Sigo con la simbología. Los Vasu son, desde un punto de vista mitológico, ayudantes de Indra. Indra es el rey de los dioses. Indra, más que un individuo, es un cargo, que ocupan entidades diferentes en cada era cósmica. Indra es la posición de rey de lo divino y sus ayudantes se llaman Vasu, una palabara que podría traducirse también como “recipientes” o incluso “sedimentos”. Cada uno de los Vasu representa un elemento, o cualidad del universo: La tierra (soporte), el fuego (energía vital), el viento (o aire que respiramos), espacio (o expansión), el sol (o la eternidad), el “padre” cielo (marido de la tierra) y las estrellas (en concreto Dhruva, la estrella polar y único astro que parece inmóvil visto desde la tierra).

Hay cierto paralelismo entre esta óctuple división de las cualidades de este antepasado tan central de los Pandava y los ocho dioses relacionados con el rey ideal, según el código de Manu, el mítico tratado sobre el orden terrenal: el Sol, la Luna, el Fuego, el Viento, Yama o la ley universal, Kubera o la riqueza, Varuņa o las relaciones entre los elementos e Indra. También la recurrencia de divisiones óctuples en las filosofías indias da que pensar, y la lectura meditativa de los tratados filosóficos Chāndogya Upanișad y Bŗhadāraņyaka Upanișad, en los que se describe la presencia de los ocho Vasu en todo cuerpo humano, o toda manifestación material, por extensión; pero lo que quiero hacer aquí no es ponerme a disertar sobre los Vasu sino preguntarme algo que tiene importancia más inmediata: ¿por qué me interesa a mí tanto esta descripción mágica/esotérica/mitológica del ser humano?

Sobre el significado de los Vasu seguiré indagando, y escribiré más sobre ello y hablaré de ello en la performance del primer año de este proyecto pero antes, quiero preguntarme, ¿Por qué me afecta esta alegoría, que a fin de cuentas no deja de ser una representación fantástica?

Si dijera que me creo, de manera literal, que hace miles de años nació en la tierra un tal Bhisma, descendiente del río Ganges y un rey celestial, con las cualidades de las estrellas y la luna, me estaría mintiendo a mí mismo. No me lo creo de la misma manera en que me creo que me he dejado las llaves en casa cuando no las encuentro en el bolsillo. Ahora bien, si me pregunto si me creo que existe una historia sobre el ser humano, en la que aparece un personaje que fue célibe toda su vida, que podía morir cuando quería y era la encarnación de los ocho Vasu, y que esta historia es cien por cien real, la respuesta es sí. Sí creo que el Mahābhārata habla de la realidad, y que todo lo que se cuenta en esta historia es real, desde el punto de vista del Mahābhārata.

Cuando leo sobre los ocho Vasu siento que esta historia va sobre mí. Siento que tengo los elementos de la tierra, el aire y el fuego en mí, es decir, que tengo que cuidar qué respiro, qué consumo y qué bebo porque mi cuerpo es un equilibrio delicado. Siento que mis estados de ánimo cambian como la luna o el sol en el zenit y que este equilibrio delicado entre sentidos y consciencia que es la idea que tengo de mi cuerpo está siempre en expansión y depende del entorno tanto como lo transforma. Todo esto no lo leo en el texto, el texto del Mahābhārata me inspira a vivir estas palabras, a investigar en otros escritos y a que su significado crezca en mí y me transforme. Intuyo que podríamos llamarlo el efecto poético del texto, a esta inspiración que vitaliza tanto, pero no estoy seguro, parte del objetivo de este proyecto de 12 años es investigar precisamente el significado de lo poético en el Mahābhārata.

El símbolo de los Vasu también me inspira en cuanto a presentación del Mahābhārata en forma del formato que se llama “performance”. En inglés “performance” significa acción. El término performance es un saco en el que se puede poner cualquier cosa que uno quiera hacer, en público, en vídeo o como quiera, porque significa esencialmente “hacer algo”, y hacer algo, lo hacemos todos, mientras vivimos. Aquí es donde se une el símbolo con el arte y la filosofía. Todos formamos parte de todo. Mi cuerpo no existe sin el resto del universo. Sin el aire, el calor de la tierra, el agua y los minerales que mi cuerpo contiene, no existo. Y hay algo más, hay algo en la mirada, hay algo en mí que despierta cuando miro la luna, el sol y las estrellas. Hay algo que se expande, cuando leo el Mahābhārata. Mis acciones son la performance de mi cuerpo a lo largo de mi vida. Dentro de la realidad del Mahābhārata, la performance de Bhisma fue su paso por la tierra, sus enseñanzas y sus decisiones.

No me conozco, pero me veo en mis acciones, me veo en mis opiniones, en los reflejos de mi paso por el mundo. Pero lo que yo soy no es nada fijo, soy un fragmento del universo, así que cuando me observo observo al universo en movimiento. Cuando estudio a Bhisma en el Mahābhārata y comparto mis conclusiones en vivo, contando su historia con la mente, la voz y el cuerpo, puedo verme en mis acciones. Entiendo, de esta manera, que compartir el Mahābhārata en vivo es una manera de vernos todos los reunidos. Es por esto que estas historias tienen sentido cuando son contadas en vivo, a la manera tradicional, porque en presencia de otros somos más conscientes de nuestras reacciones a ellas. Y la diferencia entre encontrarnos para contar estas historias o para tomar un té en cualquier otro lugar es el nivel de atención y profundidad que se despierta cuando compartimos estos relatos tan simbólicos, o poéticos. Porque dicho poéticamente: podríamos decir que cuando se comparte el Mahābhārata en grupo están presentes la tierra, el fuego, el viento, el espacio, el sol, el cielo, la luna y las estrellas.

[1] Thakur, I.M. Thus Spake Bhisma, Motilal Banarsidass, Delhi, 1992.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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