¿Quién es Drona?

Dicen que algunas de las estrellas que podemos ver de noche ya no existen. Cada estrella es el arder de la masa equivalente a miles de mundos, que está demasiado lejos. Tan lejos, que cuando llegamos a ver el fulgor de una estrella esta ya se puede haber apagado, y lo que vemos en el cielo es el recuerdo de lo que fue.

Puede que alguien desmienta esta creencia en el futuro, cuando cambie el paradigma científico, pero no se perderá su carga poética. Porque es como decir que todo lo que vemos es un eco. Un eco de la expansión cósmica (Brahmā) que dilata, doblega, arruga e infla la realidad, y hace estallar en el espacio millones de perlas brillantes que se agrupan siguiendo patrones. 

Los deva -los brillantes- son las potencias efectivas de esta expansión. Nuestros patrones humanos reflejan los de los deva. Ellos tienen líderes (Indra), trabajadores (tvaṣṭṛ), legisladores (aryaman), e incluso rebeldes (Chandra), marginales (Ashvin) e ignorados (Budha, Shani). También tienen un gurú espiritual, Brihaspati. Y nuestros lideres, trabajadores, legisladores, rebeldes, marginales e ignorados son un eco de los de los deva. También nuestros gurús.

Brihaspati, el maestro espiritual de los deva, hizo el amor con su cuñada. Pero, al acostarse con él, ella ya estaba embarazada, por lo que la semilla de Brihaspati fue expulsada, y cayó a la tierra. De la unión de la fuerza espiritual de aquella semilla luminosa con la ternura de la tierra nació el sabio Bharadvaja.

Bharadvaja nació solo, en el bosque. Y parémonos, antes de seguir, en la situación. Que los nombres de los involucrados en esta historia no se conviertan en información confusa. Cada uno de ellos es un sujeto, alguien que lidió heroicamente con las circunstancias en las que la vida lo puso. Bharadvaja fue un niño que creció solo en el bosque. Guiado por el fulgor de las estrellas, y los susurros entre las plantas, sí. Animado por la brisa en los días calurosos y por el fuego en invierno, sí, pero también asustado. Aún siendo hijo de Jupiter, el gurú de los deva brillantes, Bharadvaja fue también rechazado. Un paria. Alguien que podría no haber nacido, pero lo hizo.

Entre el dolor, y la certidumbre de estar cumpliendo su destino, Bharadvaja creció hasta que fue adoptado por el rey Bharata.

Bharadvaja, como hijo del cielo que fue, vivió muchísimos años, y sobrevivió a muchas generaciones. Siglos más tarde, cuando el rey Bharata ya se había convertido en un recuerdo, Bharadvaja estaba ejecutando un rito de transición en el bosque, cuando su mirada quedó cautivada por el paso de una ápsara, o bailarina celeste.

Pero hagamos una pausa primero. No corramos. Que no nos gane la prisa, y las ganes de saber qué pasó después.

Lo único que pudo distraer la atención de Bharadvaja fue el deseo. La irrupción de una intensa sensualidad. Tan intensa que Bharadvaja tuvo una eyaculación involuntaria. Una expulsión de semen, que Bharadvaja guardó en un recipiente de madera (droņa). Y una vez más, la fertilidad de la tierra acogió aquella semilla luminosa, para que naciera de ella un niño. Un niño que recibió el nombre de Droņa. Su nombre significa “recipiente”, en sánscrito, debido a la manera en que fue engendrado.

Y hay mucho más que decir sobre Drona, y cómo se desarrolló su vida. Porque Drona fue también un paria, y en muchos más sentidos que su padre. Pero paremos aquí, de nuevo, y que no nos ganen las prisas. En la próxima entrada continuará la historia de Drona y su papel en el nacimiento de esta era de la confusión. Dediquémosle ahora un momento de atención a todos los parias de la historia. A todos estos nacimientos sorprendentes e inavisados, inesperados, incluso indeseados, que han sido imprescindibles para el urdid de esta red maravillosa que somos los seres sensibles.

Desorden que nace del orden, orden que nace del desorden

Según la segunda ley de la termodinámica “en un universo aislado la entropía (el desorden) siempre aumenta”. Esto es así porque el universo es lo que es. Quiero decir, que el universo es como todos ya sabemos que es: si una vaso cae y se rompe no volverá a formarse cuando lancemos sus piezas al cielo, y un motor que ha consumida gasolina en una subida no la volverá a recuperar en la bajada. El universo es como es, y las explicaciones que le damos (como las leyes de la termodinámica, por ejemplo) nacen del universo y desaparecen en el mismo cosmos como las mechas de las lamparillas de aceite en los templos.

La misticología india sigue las mismas normas que las leyes que la termodinámica para describir el universo. El mundo se crea perfecto y la sociedad humana, fresca y lozana, vive en un estado en el que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y lo hace. Se trata de la llamada era de la verdad, Satya Yuga, pero un inevitable proceso de degradación deriva a la humanidad a una era en la que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer pero no todo el mundo lo hace, para pasar después a una era en la que no todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y decaer finalmente en la era que nos toca vivir a mí y ati, que estás leyendo esto, según la misticología india: la era de Kali Yuga, cuando nadie sabe lo que tiene que hacer. Porque así lo dice la segunda ley de la termodinámica, y la sociedad humana es un sistema aislado también, una estructura que tenderá por tanto a aumentar su desorden interior.

El equivalente a la segunda ley de la termodinámica en la misticología india es la historia de la maldición que sufrió Dharma por parte de su madre, sobre la que ya he escrito en una entrada pasada. Pero aún conociendo esta historia muchas veces me he preguntado cómo puede una sociedad perfecta, como la de Satya Yuga, empezar a decaer.

La decadencia, explicada por el lenguaje misticológico indio, se da por el progresivo enredo de conflictos que derivan en una creciente confusión de roles y tareas. Esto me parece claro. Puedo entender que un gran lío venga de una pequeña confusión anterior venida a más, y que esta confusión sea la consecuencia de un malentendido anterior, pero algo que me seguía preguntando era cómo y dónde nace el primer malentendido del que deriva el desorden posterior. Más aún si se supone que este primer malentendido se dio en Satya Yuga, la era perfecta. ¿Cómo puede nacer el desorden de la perfección?

Bien, en el fragmento llamado Chaitraratha Parva del Mahabharata se da una explicación tan fantástica como profunda y convincente.

Para participar en esta explicación es necesario aceptar las reglas de juego de la misticología india; sus premisas.

Porque todo lenguaje simbólico es un juego; juego en el sentido de una colección de elementos enlazados como un engranaje. Un lenguaje es una estructura que limita la consciencia por una parte pero sirve para amplificarla si sabemos mantener la humildad, dejamos de guardar rencor y no nos empecinamos en nuestra opinión. Igual que las normas de cualquier juego.

Y la premisa de la misticología india es que el universo está creado en cuatro matices (varņa): Brahmana, ksatriya, vaishya y Sudra. Estos matices deciden las cualidades de todo  lo que existe, desde las frecuencias de sonido hasta la estructura social humana. Cuando estos matices están equilibrados hay armonía. En el caso de la sociedad humana eso significa que en una situación armónica aquellos que son sabios, cuyo poder radica en la paciencia, guían y aconsejan a la sociedad. Aquellos cuya fuerza está en su energía nacen de la frecuencia Ksatriya y en épocas de armonía representan y defienden las instituciones de la sociedad. Así era en Satya Yuga, la era de la verdad, pero pasó que un rey, con energía ksatriya, persiguiendo caza por el monte, se encontró de frente, cruzando un sendero estrecho cavado en la roca, al hijo de uno de los brahmanes más conocidos de la época.

El rey, con su ímpetu guerrero, exigió al brahmán que se apartara pero el brahmán, con un tono suave y tranquilo, le respondió que al caminar por aquel sendero estaba siguiendo su destino, su Dharma; estaba cumpliendo el mismísimo deber cósmico con ese frágil y energético cuerpo suyo.

Si fueran dos brahmanes los que se hubieran encontrado cara a cara en el sendero estrecho probablemente se hubieran parado a debatir las sutilezas del Dharma, el pulso del universo, pero la energía explosiva del rey ksatriya le hace perder los nervios y golpear al brahmán con el látigo que sujetaba doblado en la mano. El brahmán cayó y le explicó desde el suelo, como quien observa una obviedad, que las consecuencias de aquel acto serían que se convertiría en un monstruo devorador de personas, ya que sus actos eran así de excesivos e irreflexivos.

A partir de ahí la historia se enreda y el carácter del rey, efectivamente, va de mal en peor hasta acabar devorando al mismo brahmán que le explicó su maldición. Después vienen tristezas, consecuencias y consecuencias de las consecuencias de este acto de canibalismo brutal. Todas las consecuencias que nos han llevado a esta era de la confusión nuestra, Kali Yuga.

Por perfecto y equilibrado que esté todo el universo, siempre existirán posturas irreconciliables. Dado lo simbólica que parece la situación: dos personajes que se cruzan en un pasadizo tan estrecho que no permite otra opción que el retroceso o el enfrentamiento, entiendo que el Mahabharata está hablando de esos procesos internos de la realidad que solo se pueden describir dando rodeos. No en vano el brahmán devorado de la historia se llama shakti, energía. Ni a shakti, el brahmán devorado, ni al rey impetuoso se les puede culpar de hacer otra cosa que vivir su naturaleza. Así es como del equilibrio nace la degradación, porque el desequilibrio no deja de ser, en algún punto, perfecto.

Porque la primera ley de la termodinámica dice que la energía siempre se conserva, y dentro de Kali Yuga reside Satya Yuga. Las eras se suceden unas a otras y el rey maldito, el rey convertido en monstruo, es redimido más tarde por el mismo padre del brahmán que se comió. Los dos se encuentran en el bosque y el padre salpica unas gotas de agua fresca sobre la frente del monstruo diciéndole que todo lo que ha pasado se debe a una maldición que escapa al control de ambos. El rey vuelve en sí y su energía brilla roja como el sol del atardecer.

-¿Cómo puedo ayudarte? ¿Cómo puedo recompensarte?- exclama el rey.

-Cada cosa tiene su tiempo- responde el brahmán, y sigue su camino.

Así también la energía que consume un cuerpo parece perdida cuando lo abandona, pero sigue presente en el universo. Así es como una leyenda puede decir lo mismo que unos axiomas de la física moderna. Física, leyendas, música, religión, todas estas herramientas nos llevan al mismo infinito cuando permanecemos humildes, dejamos de guardar rencor y no nos empecinamos con nuestras opiniones.

 

(Para los más entendidos, los personajes mencionados son el Rishi Vashishtha, su hijo Shakti y el rey Kalmashapada)

Las lecturas recientes que han influenciado este post:

Mahabharata de Vedavyasa

Salas, Lluís Nansen – Meditació Zen. L’art de simplement ser, Viena, 2017

Stemberger, Günter – El judaísmo clásico. Cultura e historia del periodo rabínico, Trotta, 2011

Trinh Xuan Thuan, Deseo de infinito. Sobre cifras, universos y hombres, Biblioteca Buridán, 2013

 

 

Sobre las castas y el Mahabharata

Cuando cuento historias sagradas de la India me parece percibir una mezcla de fascinación e incomodidad aparecer y diluirse en el espacio cada vez que suena el nombre de alguna de las cuatro castas indias. Y  cuando alguien me pregunta sobre las castas nunca sé qué responder. No lo sé, porque en primer lugar no soy indio, ni vivo en la india, y en segundo lugar tampoco siento que lo que pueda haber leído sobre el tema sea suficiente como para opinar sobre un sistema social que no me incumbe. Sin embargo el Mahabharata (Mahābhārata) está articulado dentro de una cosmovisión basada en la división por castas y por tanto empeñarme en contar y vivir el Mahabharata ignorando la piedra angular del dilema social de la obra sería absurdo.

El Mahabharata es un relato de la búsqueda de la justicia dentro de la injusticia, entre otras más cosas, y ambas polaridades están a menudo relacionadas con la estructura de castas. Pero ¿qué es injusto, el sistema de castas en sí o su aplicación? El tema es profundo, y atrae incluso a los altos videntes (Rishi (ŗșī)), a los que tienen la capacidad y la bendición de poder hablar directamente con los dioses. En el Bhavishya Purana (Bhavișya Purāņa) se explica que en algún punto fuera de nuestro cómputo del tiempo los altos videntes preguntaron a Brahma cómo se reconoce a un brahmana (brāhmaņa): «¿Es por su nacimiento en una familia determinada, por su conocimiento de los Veda, las características de su cuerpo, sus méritos en el campo de la autorealización, las cualidades de su comportamiento o las funciones prescritas que cumple en una sociedad?». Tener dudas sobre las castas sintoniza la frecuencia de nuestra mente con el debate extra-temporal de los altos videntes con Brahm­ā.

La pregunta de los sabios sirve para que Brahma (Brahmā),  después de haber sido instruido por Shiva (Śiva), pueda ofrecer a la humanidad una explicación esotérica sobre la sensible cuestión de las castas.

Como es habitual en los Purana, antes de entrar en materia el texto ofrece varias estrofas dedicadas a una alabanza a la sabiduría en general. En estas estrofas se pueden encontrar siempre las claves para entender la narración que viene después. En este caso, los Rishi cantan  que «las letras del alfabeto existen antes de ser pronunciadas, pero no pueden escucharse sin la ayuda de la lengua y la garganta». De la misma manera, los diferentes matices existen; pueden distinguirse «igual que una persona inteligente puede reconocer a un caballo entre las vacas» o «igual que se pueden distinguir un soldado, un elefante, un caballo, una vaca, cabra, camello o burro viendo sus colores y formas». Porque «Todos los seres vivos tienen diferentes características y deberes que los distinguen uno del otro».

¿Qué es lo que distingue los seres humanos? Esta es una pregunta mucho más sutil. Los seres humanos «no tienen características físicas tan distintas como los caballos y las vacas», pero hay algo en el comportamiento que nos distingue. Yo tengo un amigo que desde la adolescencia se han dedicado en cuerpo y alma a la acción social y otro quien siempre me decía que «iba a ser rico», y lo está consiguiendo. ¿Qué es lo que diferencia a estas dos personas?

¿Es que el nacimiento en una familia y condiciones sociales determinadas marca cómo vamos a enfrentar la vida? Según el Bhavishya Purana no funciona exactamente así: «una división de la sociedad basada solamente en el nacimiento es artificial y temporal. Puede parecer una realidad pero esto solamente es debido a la influencia de la práctica social de un período determinado. Tanto el que decide hacerse comerciante o el que decide hacerse doctor, son ambos el mismo ser humano, sin embargo sus profesiones son diferentes. Han elegido sus trabajos de acuerdo a su naturaleza y sus cualidades y no por la familia en la que han nacido». De hecho podrían haber sido hermanos y nacer en una misma familia. «Un padre puede tener cuatro hijos de cuatro castas distintas», dice el mismo Bhavishya Purana.

Las enseñanzas esotéricas de Brahma insisten, en que las condiciones sociales no marcan las cualidades de una persona sino algo más profundo.

Y me parece que en este punto del escrito es bueno que explique algo que a lo mejor sabes pero no está de más repetir:

Lo que llamamos en castellano castas se refiere a la división teórica de la sociedad india en la estructura de trabajadores, comerciantes, guerreros y sacerdotes – sūdra, vaishya, ksatriya y brāhmaņa-. Digo teórica porque esta división se basa en textos religiosos que explican que el mundo fue creado y sigue vibrando en estos cuatro matices. La palabra sánscrita que se usa para referirse a estos cuatro cuartos es varņa y se podría traducir también por matiz; he visto textos que hablan también de varņa en los colores y varņa de sonidos o varņa musicales. Sūdra, vaishya, ksatriya y brāhmaņa son varņa, matices de la humanidad. Esta división es teórica, porque a la hora de la verdad la división social en la india es y ha sido siempre mucho más articulada que estas cuatro divisiones. Parece ser que en la división social en la India juega un papel mucho más importante el llamado jati, nacimiento, que los varņa. Recomiendo el libro de Agustín Paniker: La sociedad de castas. Religión y política en la India, para leer un estudio a fondo sobre el funcionamiento político-social indio marcado por nacimientos, pero analizar la interpretación política de las “castas” no es el objetivo de este escrito.

Lo que quiero explicar es en qué afecta a este proyecto llamado respirar el Mahabharata la visión del mundo estructurada en estos cuatro matices, y de paso comparto la inspiradora explicación del Bhavishya Purana sobre el tema.

Según el Bhavishya Purana: «el nacimiento (jati) en una familia particular no determina las cualidades (varņa) de uno». Esta es la primera vez que me encuentro con un texto indio tradicional que diga de manera tan literal que lo que determina las cualidades de brahmán o ksatriya no es el árbol genealógico sino la actitud de uno en la vida. Y probablemente hayan suficientes personas en el mundo que puedan refutar esta interpretación con otros textos relevantes pero repito, no me interesa discutir la política de otros países. Lo que me interesa es que un texto sagrado indio diga que los varna (varņa) son algo sutil que afecta el comportamiento y más importante aún, que no son una condición fija sino un elemento en transformación. El Bhavishya Purana cuenta que siete cazadores que vivieron entre los bosques del monte Kālanjara (¿término de la vejez, en sánscrito?) renacieron como perdices en la isla de las flechas (śaradvīpa), después como cisnes en el profundo lago de la mente (Mānasa-sarovara) y finalmente como brahmanes con una vasta comprensión de la sabiduría (veda) en kurukșetra, el campo sobre el que se desarrolló la batalla central del Mahabharata.

Es una historia que me lleva a un ensoñación meditativa y me despierta el recuerdo vago de una misma explicación sobre esta cuestión, ofrecida por dos maestros distintos de budismo zen, por separado, durante la meditación que guió cada uno, según la cual la encarnación es un fenómeno continuo; de hecho renacemos en la realidad en cada segundo. La historia de los siete cazadores es algo más que una habladuría sobre unos hombres que existieron en alguna parte, en algún momento; es una historia que estamos compartiendo ahora y tiene un sentido ahora, cuando yo la escribo y cuando tú la lees.  La historia de los siete cazadores, en el contexto en el que viene, en el Bhavishya Purana, me habla de transformación, y de que allí donde ponen la atención los siete es allí donde renacen. En realidad ni siquiera podemos llamarlos los siete cazadores, por lo menos no con más razón que si los llamáramos las siete perdices, los siete cisnes o los siete brahmanes. Los dilemas sobre varna que atraviesan los diálogos de todo el Mahabharata se vuelven muy interesantes si los integramos todos como diferentes enfoques a la misma pregunta existencial de si “¿estoy haciendo lo que me toca?” O “¿Estoy haciendo lo mejor que podría hacer?

El matiz en el que se expresa el interior es algo que está en transformación y no se puede reconocer por los signos exteriores como el físico y las acciones rituales de uno: «Uno puede estar dedicado día y noche a los ritos propios de un brahmán con mente de sudra». Sin embargo, el matiz que nos mueve, el matiz que anima nuestro cuerpo, no puede expresarse de otra manera que con acciones. Esta parece ser la paradoja del juego. Igual que las letras necesitan de la lengua y el paladar para expresarse, el varna necesita al cuerpo humano para expresarse, pero las acciones exteriores no son suficientes para que nadie pueda juzar el varna de otra persona. El propio matiz solo lo reconoce uno mismo, en su interior. Actuar de acuerdo al propio matiz es un gran acto de sinceridad, y de autoconocimiento.

 

Buscar lo correcto es una búsqueda vital, intuyo. De momento, sé que los brahmanes tienen la capacidad de reconocer el camino de la liberación escuchando o cantando los Veda. Yo a esto no llego. Sin embargo en el Devi Bhagavata Purana (Devī Bhāgavatpurāņa – El purana de la diosa suprema) se dice que las historias sagradas, como los purana, o el mismo Mahabharata, están hechas para mujeres y sudra. Son historias que atraen sobre todo a mujeres y sudra que desean ávidamente la liberación. En esto sí me identifico. No sé si porque mi mentalidad es de Sudra, o muy femenina, pero sí, deseo ávidamente la libertad, y me apasionan estas historias sagradas.

En resumen, los dilemas relacionados con la casta no me afectan a nivel social porque no he nacido en la india, pero observar si mis tendencias son de brahmán, ksatriya, vaishya o sudra y asumir cómo son mis acciones y cuáles son mis hábitos con sinceridad es un ejercicio de autoconsciencia que sirve para reconocer la libertad que tengo a la hora de elegir cómo quiero actuar.

Hay un verso en el Sutra Lankavatara[1] que dice que «un sueño, la sombra o el reflejo ni pertenecen ni dejan de pertenecer al cuerpo». De la misma manera, los cuatro matices del ánima son una estructura que ni me pertenece ni me deja de pertenecer, igual que los purana y el Mahabharata. Lo que queda para mí es el ávido interés por estas historias y el anhelo de seguir compartiéndolas.

 

(Todas las citas de este texto proceden de los capítulos 38 y 39 del Bhavishya Purana).

[1] Sutra Lankavatara, capítulo 2, verso LII, traducción de Red Pine para Counterpoint Press, Berkley, 2012.

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