En una entrada pasada escribí sobre la historia que está sirviendo de piedra angular para la construcción del tercer espectáculo de este proyecto, que debería estrenarse el próximo 12 de Diciembre de 2018, si todo va bien. Se trata del incendio del bosque Khanada, a manos de Arjuna y Krishna.
Y ahora, si siguiéramos la manera de hacer del Mahabharata, algún personaje (que muy probablemente sería el rey Janamejaya) preguntaría:
-¿Pero quiénes son Arjuna y Krishna? ¿Cuál es la relación que une a estos dos personajes y por qué estaban juntos cuando Agni (el dios del fuego) les pidió que le ayudaran a consumir el bosque?
Y bien, habrían muchas maneras de responder esta pregunta, y muchos lugares por donde empezar a narrar esta gran relación, pero lo mejor es empezar bien al principio:
En el origen de los tiempos, antes de que pasaran muchas de las cosas que hoy ni recordamos, los dioses y los titanes luchaban por la posesión de la fuente de la inmortalidad. Los Rishi, los sabios de las estrellas, que mantienen la sabiduría y la consciencia por el bien del universo, tomaban bando y apoyaban a unos y otros dependiendo de las enigmáticas necesidades del cosmos que solamente ellos comprenden.
Los titanes (Asura) tenían de su lado a su gurú, quien poseía el poder de revivir a los muertos en la batalla; sin embargo en una ocasión los dioses consiguieron dejar a los asura sin la protección de su gurú por un período de varios años y los Asura, viéndose desbordados en la batalla contra los Dioses (Deva), pidieron ayuda a la madre de su gurú, que no era otra que la aurora, la madre de todos los poetas.
Viendo a los protegidos de su hijo amenazados Ushanas, la aurora, abrió sus párpados y manifestó el poder de su mirada, durmiendo a todos los Deva en menos de un instante. Los Deva quedaron paralizados, embutidos, y desprotegidos. Pero Vishnu, uno de los nombres de Dios que se puede entender como “el que lo penetra todo”, vio el peligro que estaban pasando los Deva y con un movimiento firme lanzó el buen disco que siempre lo acompaña, el arma arrojadiza que gira con 108 dientes afilados, y en un desliz cortó la cabeza de Ushanas, la aurora.
Así murió la madre del gurú de los Asura, quien era también esposa de Bhrigu, uno de los siete Rishi más importantes del espacio. Y cuando Bhrigu se enteró de lo que Vishnu había hecho con su esposa le dijo a Dios que a partir de ese acto se iba a ver obligado a nacer una y otra vez en todos los planos espacio-temporales. Así es como se vio Vishnu obligado a renacer a lo largo de la historia, con diferentes cuerpos y nombres.
Pero Vishnu es todo, y más allá. Y cuando la transcendencia nace en la historia no puede hacerlo con un solo cuerpo de manera que a menudo nace en grupo, o en parejas. Por eso nació como Nara y Narayana, dos hermanos, hijos del primer oficiante de sacrificios de todos los tiempos, el primero que sacrificó ante el fuego.
El nombre Nara significa “ser humano”, y Narayana se puede leer como “la vía de los humanos”. Y Nara y Narayana, el humano y la vía que siguen los humanos, son dos hermanos ascetas, que se pasan siglos y eones conversando sobre el sentido de la vida y la devoción.
Hay mucho que decir sobre Krishna y Arjuna, y habrá tiempo para ello, pero para esta entrada es suficiente mencionar que son una reencarnación de Nara y Narayana[1], el hombre y la vía de los hombres; y Nara y Narayana son a su vez un nacimiento de Vishnu en el tiempo.
Y ahora, si seguimos la manera de narrar del Mahabhararta, un interlocutor volvería a preguntar algo. A lo mejor, si el interlocutor fuera un representante del pensamiento moderno, diría algo como:
-Dices que Arjuna y Krishna son una reencarnación de Nara y Narayana, quienes son encarnaciones de Vishnu, que es Dios. Pero ¿qué sentido tiene esto si la reencarnación no existe, y mucho menos Dios?
A esto yo explicaría que todos los miércoles estoy sentado en una tetería en Barcelona llamada Mailuna, contando este tipo de historias a quién se quiera acercar. Y contaría que ayer precisamente vino un hombre joven a la mesa de las historias y me confesó que entre otras cosas venía porque quería reconectar con el «aspecto de niño interior» que sentía que estaba perdiendo, y escuchar historias contadas le parecía una buena manera de hacerlo.
Su comentario me hizo pensar en lo que en una ocasión me dijo la doctora Olivia Cattedra: «todos somos niños, nunca dejamos de serlo». Y me ha hecho pensar en cómo a pesar de no dejar nunca de ser niños nos infligimos el dolor de obligarnos a dejar de creer en las cosas que de niños sabemos que son verdad.
Decir que con el cuerpo muere el cerebro y con él la capacidad de registrar los impulsos eléctricos que interpretamos como vida tiene lógica en cierto plano limitado. Este es el argumento que nos obligamos a creer como única verdad. Pero para el fondo de nuestra consciencia, cuando nos permitimos vivir sin seriedad, que no es más que una faceta del miedo, sentimos y sabemos que nunca morimos ni nunca nacimos, y que hemos sido muchas caras y muchos nombres. Y que hace siglos, eones, que dialogamos con la vía eterna que queremos seguir; la vía esquiva y luminosa, el sendero que tantea la humanidad. Arjuna y Krishna, Nara y Narayana, nos muestran el diálogo que venimos teniendo con el destino desde las profundidades insondables de las que beben las raíces de nuestra memoria.
[1] Ver Devi Bhagavata Purana, libro cuarto, capítulo primero.