Desorden que nace del orden, orden que nace del desorden

Según la segunda ley de la termodinámica “en un universo aislado la entropía (el desorden) siempre aumenta”. Esto es así porque el universo es lo que es. Quiero decir, que el universo es como todos ya sabemos que es: si una vaso cae y se rompe no volverá a formarse cuando lancemos sus piezas al cielo, y un motor que ha consumida gasolina en una subida no la volverá a recuperar en la bajada. El universo es como es, y las explicaciones que le damos (como las leyes de la termodinámica, por ejemplo) nacen del universo y desaparecen en el mismo cosmos como las mechas de las lamparillas de aceite en los templos.

La misticología india sigue las mismas normas que las leyes que la termodinámica para describir el universo. El mundo se crea perfecto y la sociedad humana, fresca y lozana, vive en un estado en el que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y lo hace. Se trata de la llamada era de la verdad, Satya Yuga, pero un inevitable proceso de degradación deriva a la humanidad a una era en la que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer pero no todo el mundo lo hace, para pasar después a una era en la que no todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y decaer finalmente en la era que nos toca vivir a mí y ati, que estás leyendo esto, según la misticología india: la era de Kali Yuga, cuando nadie sabe lo que tiene que hacer. Porque así lo dice la segunda ley de la termodinámica, y la sociedad humana es un sistema aislado también, una estructura que tenderá por tanto a aumentar su desorden interior.

El equivalente a la segunda ley de la termodinámica en la misticología india es la historia de la maldición que sufrió Dharma por parte de su madre, sobre la que ya he escrito en una entrada pasada. Pero aún conociendo esta historia muchas veces me he preguntado cómo puede una sociedad perfecta, como la de Satya Yuga, empezar a decaer.

La decadencia, explicada por el lenguaje misticológico indio, se da por el progresivo enredo de conflictos que derivan en una creciente confusión de roles y tareas. Esto me parece claro. Puedo entender que un gran lío venga de una pequeña confusión anterior venida a más, y que esta confusión sea la consecuencia de un malentendido anterior, pero algo que me seguía preguntando era cómo y dónde nace el primer malentendido del que deriva el desorden posterior. Más aún si se supone que este primer malentendido se dio en Satya Yuga, la era perfecta. ¿Cómo puede nacer el desorden de la perfección?

Bien, en el fragmento llamado Chaitraratha Parva del Mahabharata se da una explicación tan fantástica como profunda y convincente.

Para participar en esta explicación es necesario aceptar las reglas de juego de la misticología india; sus premisas.

Porque todo lenguaje simbólico es un juego; juego en el sentido de una colección de elementos enlazados como un engranaje. Un lenguaje es una estructura que limita la consciencia por una parte pero sirve para amplificarla si sabemos mantener la humildad, dejamos de guardar rencor y no nos empecinamos en nuestra opinión. Igual que las normas de cualquier juego.

Y la premisa de la misticología india es que el universo está creado en cuatro matices (varņa): Brahmana, ksatriya, vaishya y Sudra. Estos matices deciden las cualidades de todo  lo que existe, desde las frecuencias de sonido hasta la estructura social humana. Cuando estos matices están equilibrados hay armonía. En el caso de la sociedad humana eso significa que en una situación armónica aquellos que son sabios, cuyo poder radica en la paciencia, guían y aconsejan a la sociedad. Aquellos cuya fuerza está en su energía nacen de la frecuencia Ksatriya y en épocas de armonía representan y defienden las instituciones de la sociedad. Así era en Satya Yuga, la era de la verdad, pero pasó que un rey, con energía ksatriya, persiguiendo caza por el monte, se encontró de frente, cruzando un sendero estrecho cavado en la roca, al hijo de uno de los brahmanes más conocidos de la época.

El rey, con su ímpetu guerrero, exigió al brahmán que se apartara pero el brahmán, con un tono suave y tranquilo, le respondió que al caminar por aquel sendero estaba siguiendo su destino, su Dharma; estaba cumpliendo el mismísimo deber cósmico con ese frágil y energético cuerpo suyo.

Si fueran dos brahmanes los que se hubieran encontrado cara a cara en el sendero estrecho probablemente se hubieran parado a debatir las sutilezas del Dharma, el pulso del universo, pero la energía explosiva del rey ksatriya le hace perder los nervios y golpear al brahmán con el látigo que sujetaba doblado en la mano. El brahmán cayó y le explicó desde el suelo, como quien observa una obviedad, que las consecuencias de aquel acto serían que se convertiría en un monstruo devorador de personas, ya que sus actos eran así de excesivos e irreflexivos.

A partir de ahí la historia se enreda y el carácter del rey, efectivamente, va de mal en peor hasta acabar devorando al mismo brahmán que le explicó su maldición. Después vienen tristezas, consecuencias y consecuencias de las consecuencias de este acto de canibalismo brutal. Todas las consecuencias que nos han llevado a esta era de la confusión nuestra, Kali Yuga.

Por perfecto y equilibrado que esté todo el universo, siempre existirán posturas irreconciliables. Dado lo simbólica que parece la situación: dos personajes que se cruzan en un pasadizo tan estrecho que no permite otra opción que el retroceso o el enfrentamiento, entiendo que el Mahabharata está hablando de esos procesos internos de la realidad que solo se pueden describir dando rodeos. No en vano el brahmán devorado de la historia se llama shakti, energía. Ni a shakti, el brahmán devorado, ni al rey impetuoso se les puede culpar de hacer otra cosa que vivir su naturaleza. Así es como del equilibrio nace la degradación, porque el desequilibrio no deja de ser, en algún punto, perfecto.

Porque la primera ley de la termodinámica dice que la energía siempre se conserva, y dentro de Kali Yuga reside Satya Yuga. Las eras se suceden unas a otras y el rey maldito, el rey convertido en monstruo, es redimido más tarde por el mismo padre del brahmán que se comió. Los dos se encuentran en el bosque y el padre salpica unas gotas de agua fresca sobre la frente del monstruo diciéndole que todo lo que ha pasado se debe a una maldición que escapa al control de ambos. El rey vuelve en sí y su energía brilla roja como el sol del atardecer.

-¿Cómo puedo ayudarte? ¿Cómo puedo recompensarte?- exclama el rey.

-Cada cosa tiene su tiempo- responde el brahmán, y sigue su camino.

Así también la energía que consume un cuerpo parece perdida cuando lo abandona, pero sigue presente en el universo. Así es como una leyenda puede decir lo mismo que unos axiomas de la física moderna. Física, leyendas, música, religión, todas estas herramientas nos llevan al mismo infinito cuando permanecemos humildes, dejamos de guardar rencor y no nos empecinamos con nuestras opiniones.

 

(Para los más entendidos, los personajes mencionados son el Rishi Vashishtha, su hijo Shakti y el rey Kalmashapada)

Las lecturas recientes que han influenciado este post:

Mahabharata de Vedavyasa

Salas, Lluís Nansen – Meditació Zen. L’art de simplement ser, Viena, 2017

Stemberger, Günter – El judaísmo clásico. Cultura e historia del periodo rabínico, Trotta, 2011

Trinh Xuan Thuan, Deseo de infinito. Sobre cifras, universos y hombres, Biblioteca Buridán, 2013

 

 

El sonido del placer

Giorgio de Santillana y Hertha con Dechend son dos pensadores, historiadores del pensamiento científico, que en 1969 publicaron un vasto estudio en el que presentaban la hipótesis de que muchos fragmentos enigmáticos de las antiguas historias sagradas se pueden entender como una narración del movimiento de los cuerpos estelares visto desde la tierra. Es decir, que las historias sagradas son ciencia; concretamente astronomía[1]. Este acercamiento me gusta porque transciende la interpretación metafórica de las historias sagradas, y psicológica, porque a estas las intuyo limitantes. A veces, cuando una historia habla de ninfas y músicos celestiales, no está meramente personalizando las capacidades creativas de la psique humana sino que habla, simplemente, de ninfas y músicos celestiales. ¿Que no entendemos de qué ninfas hablan las historias, porque nunca las hemos visto? Esto es un problema nuestro, no de las historias. Que no seamos capaces de escuchar a los músicos celestiales no significa necesariamente que no existan, tal vez el problema es que no escuchamos bien…

De todas maneras, volviendo al estudio citado, El molino de Hamlet, he leído en él esta semana la cita de un texto pitagórico, un comentario al texto de Plutarco: Por qué los oráculos ya no dan respuestas, en el que Petrón, «un pitagórico de la primera escuela italiana, contemporáneo y amigo del gran doctor Alcmenón (c. 550 a. c.), teorizó que debe haber muchos mundos: 183 en total. Y esta es una información que ha recibido de un «hombre» misterioso que solía verse con los seres humanos solo una vez al año cerca del Golfo Pérsico, mientras que pasaba «los demás días de su vida relacionándose con ninfas y semidioses errantes» (421A)».

Más allá de la interesante temática del estudio, me ha llamado la atención el contacto con ninfas y semidioses, de los cuales proviene una información tan detallada de la realidad. Me llama la atención porque también en el Mahābhārata, son muy numerosas las historias en las que un humano accede a una comprensión mayor de la realidad y una acción mayor en la realidad, a partir del encuentro con una apsarā, lo que llamaríamos una ninfa celestial, o un gandharva, un músico celestial.

Cuando digo comprensión mayor de la realidad, hablo de cuando un padre entiende el significado profundo de la reproducción y una acción mayor en la realidad es cuando pasamos a actuar de acuerdo a nuestra comprensión actual. Parece que la realidad puede tener muchos niveles y podemos movernos con suficiente comodidad dentro de una interpretación de la realidad que nos ofrezca los parámetros necesarios para encontrar una felicidad. A veces, sin embargo, las historias sagradas como el Mahābhārata, nos hacen ver el destello de otra cosa, de una realidad más compleja, más profunda si se quiere, o más articulada, que no niega el plano al que estábamos acostumbrados, pero nos ofrece la intuición de nuevos retos. Y no solo las historias sagradas, pueden haber eventos vitales que nos lleven también a replantearnos nuestra interpretación de la realidad de la misma manera. En el Mahābhārata estos momentos de transcendencia vienen a menudo de la mano del encuentro de un ser humano con una ninfa (apsarā), o un músico celestial (Gandharva).

A mí, cuando en los encuentros en los que narramos el Mahābhārata o el Rāmāyaņa alguien me pregunta por las apsarā o los Gandharva, me gusta ofrecer una descripción corta pero que encuentro muy inspiradora, según la cual en la corte de Indra, quien es el rey de los dioses, bailan para él las apsarā y tocan los Gandharva. Dado que Indra es también el dios de la lluvia, se dice que las apsarā son las gotas de agua que forman las nubes y los Gandharva el sonido de los truenos. Esto lo he recogido de diferentes Purāņa y derivado de la etimología de la palabra apsarā, cuya raíz ap significa agua. Y no es descabellado permitir que la raíz de los nombres sánscritos de los elementos de una historia sagrada nos inspiren a la hora de escuchar la historia. En este caso también, no hay que olvidar que Indra es el rey de los dioses pero Indriya son también los sentidos que nos conectan con la realidad. Las ninfas bailan para los sentidos, o el rey de los sentidos, y llevan a bucear más hondo en la realidad a la que pertenecemos. Para ampliar esto ofrezco ahora el plato fuerte de esta entrada, que es de hecho el texto que he querido introducir con todo lo escrito hasta ahora. Se trata de un fragmento de una obra llamada The Yoga of Snakes and Arrows, de Harish Johari. No quiero entrar a comentar ahora este libro porque significaría salirse del tema de las apsarā y los Gandharva, que es lo que quiero desarrollar. Según Harish Johari: «Se dice en las escrituras que los gandharva son Sus notas musicales. La palabra gandharva en “inglés” puede traducirse como músicos celestiales. Vienen en ocho formas de creación distintas que no pueden ser percibidas por el ojo normal; pero tienen el poder de adoptar cualquier forma a voluntad. No están compuestos de pesadas partículas materiales, pues habitan el plano astral. Sus esposas son llamadas apsarā (ninfas), y juntos, y de todas las maneras posibles, entretienen a Dios y aquellos que por su evolución hayan alcanzado este plano. Se han entregado al entretenimiento de los dioses en el plano celestial. Como músicos celestiales viven en armonía con la música divina. En las historias de los Purāņa hay numerosas referencias a las acciones de los gandharva y las apsarā. Inicialmente están libres del ciclo de nacimiento y muerte – pero si no actúan en armonía con su manera de ser, caen a la tierra desde el cielo, y toman nacimiento como seres humanos. Aun así allí donde están proveen la diversión.

[Cuando jugamos al juego de la vida, la diversión] es una expresión de dicha interna, una sensación de ritmo, un sentido de la armonía. La diversión vuelve ligero al jugador y le provee de los incentivos para el recreo y el entretenimiento. El entretenimiento ilumina la existencia mundana y provee nuevas vías, nuevas vistas, nuevos horizontes. Todas las artes elevadas son un producto de este estado (…) que tiene que ver con la vibración del segundo chakra. (…)

La vida se basa en el principio del entretenimiento – la diversión. La vida puede percibirse como entretenimiento cuando el jugador ha transcendido el primer chakra (seguridad). La esencia del espíritu es entretenimiento. Toda la creación es un divertimiento de la energía- por Shakti, el principio materno, el Dios absoluto… o cualquier manera en que el Jugador Supremo, quien no juega, sea llamado. Si el Juego Divino (entretenimiento) no estuviera involucrado personalmente en el juego, el Uno no podría elegir volverse muchos. Es durante el proceso de diversión que el Uno se convierte en muchos. Divertirse es aceptar. Aceptar es rendirse. Rendirse es disolverse y volverse Uno.[2]»

Me parece una explicación excelente de la clave de las ninfas y los músicos celestiales en las historias sagradas. En mi caso, lo que me pregunto, es cómo divertir a las personas que vienen a escuchar las narraciones del Mahābhārata o el Rāmāyaņa. ¿Cómo apoyar a la diversión y que el encuentro mantenga esa dimensión de entretenimiento que lleve a comprensiones más ricas y múltiples de la realidad? La respuesta habitual que recibo es divirtiéndome yo mismo. Para divertirme profundamente, busco las apsarā y los gandharva en las historias, y me permito verlos cuando aparecen, para darles el respeto que merecen.

[1] El molino de Hamlet. Los Orígenes del conocimiento humano y su transmisión a través del mito. Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, Sexto Piso Ensayo, 2015.

[2] The Yoga of Snakes and Arrows, Harish Johari, Destiny Books, 2007.

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