Entre el templo y el bordel

Un instante antes del origen de los tiempos indiferenciados el ser original emanó un brillo que ardía. El señor de todos los nacimientos (Prajapati) emanó un resplandor que difundía belleza por el universo. Un resplandor que crecía, y cada una de sus llamas doradas creaba otro mundo.

Ese brillo es la diosa. La divinidad femenina. La llaman Lakshmi: bellas marcas, o Shri: fulgor.

Pero cuando Shri nació, cuando el brillo femenino de la belleza amaneció, los dioses, que habían nacido de esa misma energía, se vieron sobrellevados por la avaricia y saquearon sus cualidades. Uno le robó el habla. Otro le robó las formas de las cosas. Uno le robó los rayos de luz y otro le robó los rituales. Uno le robó la sacralidad y otro le robó el poder. El dios del fuego le robó la ferocidad y otro le robó la nobleza.

Solamente Vishnu, la esencia que reside en todo, reunió de nuevo estas cualidades rotas y separadas entre los dioses, y las recuperó para Shri. Por esto el brillo de la belleza cósmica está con Vishnu, y solo cuando se hace por el bien universal, sin deseo alguno de recompensa, premio, placer o retribución personal de ningún tipo, el ritual reúne a todos los dioses, quienes devuelven al cosmos las cualidades que robaron a la belleza. Así lo cuentan los textos sagrados (Satapatha Brahmana 5.4.5.2)

En la tierra, en este teatro de la confusión, el deseo y la furia, Shri nació en la forma de Draupadi Krishnā, la esposa de cinco reyes. Exiliados. Saqueados de sus posesiones y forzados a vagar por la tierra como mendigos.

Para esconderse de sus enemigos Draupadi, la reina expoliada, encarnación de la diosa en la tierra, se vio obligada a esconder su identidad durante un año. Así se encontró caminando sola por un reino extranjero, donde enseguida llamó la atención de la monarca local:

Una mañana la reina miró por el balcón y vio a Draupadi caminando y cubierta de una sola tela descolorida. La reina bajó con su séquito y la interpeló.

-Oh afortunada ¿quién eres y qué es lo buscas?

-Oh diosa entre las reinas. Soy una cortesana- contestó Draupadi -y he llegado a este reino en busca de trabajo. Haré lo que me dé de comer.

-Oh preciosa, pero las cortesanas no poseen la belleza que posees tú. Tus labios son finos, tus muslos firmes. Eres profunda en tres lugares: habla, inteligencia y ombligo. Y alta en seis: nariz, ojos, orejas, uñas, pechos y cuello. Tienes rojizas las cinco partes que deberían serlo: las palmas de los pies, palmas de las manos, lengua, labios y uñas. Tu voz es lenta como la del cisne. Tienes el cabello y los pechos preciosos. Eres morena. Tus nalgas y pechos están llenos. Posees todas las cualidades como una yegua del Kashmir. Tus pestañas se rizan con gracia. Tus labios son como frutas maduras. Tienes la cintura estrecha. Tu cuello tiene graciosos pliegues. Tu cara es bella como la luna llena. Oh afortunada. Dime quién eres realmente, no puedes ser una sirviente. ¿Eres un espíritu del bosque (yakshi), diosa, esposa de los caballeros invisibles de las nubes (gandharvi) o una bailarina acuática (apsara)? ¿Eres la esposa de alguno de los dioses?

-No soy ni una diosa ni una gandharvi, ni un titán (asura) o demonio (rakshasi). Te digo de verdad que soy una cortesana. Sé como arreglar el cabello y soy habilidosa en la preparación de ungüentos. Puedo tejer preciosas prendas coloridas. He servido a Satyabhama, la amada esposa de Krishna, y a Draupadi, la esposa de los Pandava, los cinco reyes exiliados. Voy allí donde pueda tener una buena vida. Me contento con llevar buenos vestidos. Draupadi, mi antigua reina, me solía llamar Malini: la que colecciona flores y prepara guirnaldas. ¡Oh Diosa!¡Oh reina! Así he llegado a tu hogar.

Y la reina dijo:

-No hay duda de que me gustaría tomarte como cortesana, pero me asusta que el rey no te desee con todo su corazón y te busque. Date cuenta de cómo te miran tanto las damas de linaje noble como todas las que viven en mis aposentos, date cuenta del interés que estás causando. ¿Qué hombre no vas a dejar prendido? Mira como incluso los árboles de mi jardín se doblan sobre ti. Cuando el rey vea tu belleza sobrehumana, tus bellas nalgas y caderas, se olvidará de mí y te buscará con todo su corazón.

Tus extremidades son perfectas. Tus ojos son suaves y largos. Con mirarte, todo hombre se ve sobrellevado por el deseo. Pienso que si te ofrezco residencia estaré trayendo mi propia destrucción.

A lo que Draupadi contestó:

-¡Oh bella! Ni tu rey Virata, ni nadie, puede obtenerme nunca. Tengo cinco jóvenes seres sobrenaturales como maridos. Cinco gandharva, cinco jóvenes de la raza de los caballeros de las nubes que luchan junto a los dioses. Son los hijos de un rey gandharva que es extremadamente poderoso. Siempre me protegen. Toda conducta que me traiga pena asegura la destrucción. Si un hombre me desea, como si fuera cualquier otra mujer, antes de que termine la noche abandonará su cuerpo. ¡Oh preciosa! Nadie es capaz de desviarme.

Así, Draupadi pasó a vivir en la corte, disfrazada. La que merecía ser servida hizo de sirvienta. Y quien quedó prendido de su belleza fue el general Kichaka, el héroe del reino. En el momento en el que vio a Draupadi merodear por la corte, como una diosa, sintió el impacto de las flechas del deseo. Abrasado por la pasión, el general se presentó ante la reina:

-No había visto antes esta preciosidad en la corte. Sus formas bellas me intoxican como el aroma del licor. ¿Quién es esta mujer que roba mi corazón como una diosa? ¿De dónde ha venido y a quién pertenece? Oprime mi mente y me controla. No creo que haya medicina que me pueda curar ahora. Tu sirvienta es muy bella, no es apropiado que haga este trabajo. Debería comandar todas mis posesiones. Permite que agracie mi enorme residencia, con sus elefantes, caballos, carruajes, riquezas y opulencia, con abundancia de comida, bebida y colores dorados.

Y con el permiso de la reina el general Kischaka se acercó a Draupdi Krishnā y le habló con voz suave como un chacal dirigiéndose a una leona en el bosque.

-Oh preciosa, tu forma suprema y tu juventud están desperdiciados si estás sola, como una bella guirnalda cuando no es llevada. ¡Oh bella! A pesar de que seas atractiva careces de fulgor. Oh mujer de bella sonrisa, renunciaré a las esposas que he tenido hasta ahora. Me convertiré en tu sirviente. Oh mujer de cara preciosa. Siempre estaré bajo tu control.

Pero Draupadi contestó:

-Oh general. Me deseas, pero no soy alguien que debería ser codiciada. Esta conducta es inferior a tu talla. Las esposas son amadas por todos los seres. Piensa en el dharma. De ninguna manera debería la mente de uno dirigirse a la esposa de otro. Los hombres que cumplen sus votos evitan siempre lo que es despreciable. Los hombres malvados se ven sobrellevados por la confusión y codician lo que no debería ser codiciado, alcanzando la mala fama. Estos hombres se enfrentan a un gran peligro. Oh general, no te regocijes en tus deseos o perderás hoy mismo la vida. Deseas aquello que es imposible de obtener. Estoy protegida por valientes. No puedo ser obtenida por ti. Mis esposos son gandharva. Se enfadarán y te matarán. Detente y no traigas tu propia destrucción. Deseas atravesar un sendero por el que los hombres no pueden caminar. Eres como un niño caprichoso que desea lanzarse a las aguas turbulentas del río. Podrás entrar en la tierra o elevarte a los cielos, podrás huir a la costa más alejada del océano, pero no podrás huir de mis maridos. Son poderosos hijos de dioses. Oh Kichaka, me deseas como si estuvieras enfermo y la noche de tu muerte haya llegado. Me deseas, como un niño que duerme sobre el regazo de su madre y desea obtener la luna.

¿Qué pasará con Draupadi y el general Kichaka? Veremos el resto de los espeluznantes detalles de esta historia en la próxima entrada, pero mientras tanto propongo reflexionar sobre las preguntas de ¿a quién pertenece la belleza? ¿Se puede asir la belleza? ¿Se puede poseer? Y ¿cuál es la relación del deseo con la belleza?

Los fragmentos del Mahabharata aquí traducidos provienen de Vairata Parva 8, Kichaka Vada Parva 1 y 2.

 

Si te interesa la narración oral de estas historias te recomiendo mirar en la parte lateral de la pantalla el enlace al taller que estoy ofreciendo online sobre la estructura interna de la cosmogonía que se trata en este blog y herramientas para leer y narrar estas maravillosas fuentes.

 

El ritmo del deseo y el ritmo de la sabiduría

Los deva son los fuegos que refulgen en el vientre de la oscuridad. Son familia. Son luz. Los debemos la vida.

Indra es el rey de los deva. El equilibrio entre las galaxias depende de él. Por él brilla la luz. Indra protege los fuegos en las casas. Indra cuida la vida sobre la tierra.

Cuando Indra tuvo que traicionarse a sí mismo, a favor de la luz, sintió tanto arrepentimiento que se encogió, y prácticamente desapareció, dentro del tallo de una flor de loto (ver entrada anterior).

Entonces los deva – los luminosos – buscaron un sustituto entre sus descendientes: El pueblo de Manu, los hijos del sol; la descendencia olvidadiza de los deva, que camina sobre la tierra y recuerda a sus ancestros cuando ve un fuego. Ese pueblo que llamamos la humanidad.

Nahusha fue el soberano elegido para ocupar la vacante de Indra y dirigir los mundos, desde el trono universal. Nahusha subió a los cielos y, a pesar de haber tenido un nacimiento humano, vivió en los palacios de los deva, que flotan más allá de la noche en el espacio sideral.

Nahusha vio con sus propios ojos las llanuras en las que vivían todos los ancestros de la humanidad, alrededor de los fuegos que nunca se apagan (pretas). Nahusha vio monstruos que cambiaban de formas y devoraban a los ancestros de la humanidad (rakṣasa); vio gigantes, grandes como sistemas solares, negros, porque no había ninguna cantidad de luz que los pudiera iluminar (asura). Nahusha vio personas diminutas que vivían escondidas entre el oro y entre los minerales preciosos en el vientre de la tierra, (kumbhaṇḍa); vio seres alargados que vivían diluidos en las aguas que llenan tanto los mares como los cuerpos de todos los animales (nāga); vio la multitud de espíritus que dan vida a los árboles, ríos, montículos, fuentes y herramientas del hogar (yakṣa), y en los cielos Nahusha vio las aves de fuego que transportaban el secreto de la vida (garuḍa); vio a las almas de aquellos que habían dedicado su vida terrenal a la belleza tocar melodías alegres a los deva (kinnara) y entre ellos, aquellos que habían dedicado su vida al amor, además de la belleza (gandharva) disfrutar de los juegos del placer con las āpsara.

Las āpsara eran bellas como el fluir del agua. Eran curvas. Sus movimientos eran dluidos y circumbalaban todas ellas a Sachi, la esposa de Indra. La reina de los deva, que había quedado sola junto a un trono vacío.

Nunca, en su vida, Nahusha pudo haber imaginado una dama con encantos mayores o con tanta abundancia de deleite amoroso. Parecía la mujer que más ardientemente se pudiera entregar a su amado. La cabellera larga de Sachi se extendía tras su mirada como una aureola y su cabeza y caderas vibraban.

Sachi era la visión de los sueños más bellos del universo. Sachi era la imagen del deseo, y ante su presencia nadie sabía qué hacer. El palacio de Indra está construido de manera que sus salas nunca se dejan de expandir, porque ante la presencia de Sachi el deseo nunca deja de crecer.

Nahusha sintió que los recuerdos de su vida pasaban ante él y todo había tenido sentido si el destino lo estaba llevando ante esta visión, de Sachi en los cielos (jambha). Nahusha sintió que su única razón de ser era el encuentro con Sachi, la reina cósmica (Moha) y en su ser no cabía otro pensamiento que las formas maravillosas de Sachi, la esposa del desaparecido Indra (stambha).

Nahusha quiso llegar a ella y efectuar lo que consideraba su derecho como nuevo rey de los deva: una noche de amor con la reina.

Pero Sachi exigió que Nahusha se acercara a ella en las condiciones propias de su linaje. Nahusha tenía que ascender hacia la emperatriz montado en la carroza real de los cielos: la constelación estelar de la osa mayor, también llamada El Carro. Cada una de las siete estrellas que sostienen El Carro es uno de los siete rishi, los siete primeros hijos de la expansión universal. Los siete sabios que ven todos los movimientos de la realidad. Los abuelos de los siete cauces de la sabiduría. Los guardianes de la consciencia. Los guías de la humanidad.

Y la sabiduría, como todos sabemos, tiene su propio ritmo, que no es el del deseo. Los siete rishi levantaron en la carroza estelar al nuevo emperador universal. Levantaron el palanquín de Nahusha, el humano ascendido a Indra en los cielos. El emperador que deseaba la esposa de su antecesor, cuyas formas no alcanzaba. Y las estrellas seguían brillando en los cielos, pero no se movían. Hasta que Nahusha se desesperó, y pateó – o pataleó, como quien dice, como un niño desesperado- y golpeó con su pie la cabeza de uno de los rishi que sostenían su palanquín.

Agastya, fue el rishi golpeado. Su cabeza sacudida por el pie del rey impaciente.

-Me golpeas con tus extremidades impacientes, así las pierdas y te conviertas en una serpiente. Te arrastrarás por la tierra hasta que vuelvas a comprender el sentido real de la existencia.

Así decretó Agastya, y así cayó Nahusha de los cielos. Esta es la historia, que quedó sin contar hace dos entradas.

Pero, ¿quién es este Agastya? ¿Qué sabemos de él y cuál es si rol en la historia del universo?

No te pierdas la próxima entrada para conocer los espeluznantes relatos de la vida de Agastya, el rishi que decidió nacer dos veces.

El verdadero origen del fuego

Rudra es un nombre que muchos traducirían como el aullador. Shiva (El bondadoso) es otro nombre que recibe lo mismo, que es algo que no es algo, porque no es un objeto, pero tampoco es nada.
Si uno tiene muchas ganas de conocer a Shiva, cuando sueña se puede encontrar con una figura delgada y alta, que tiene forma humana pero no lo es, quien le puede indicar que suba a un autobús, o coche, o le enseñe un mapa o le indique un puente colgante o unas vías de tren abandonadas, que llevan al sueño profundo – al silencio, del cual no recordamos nunca nada durante la vigilia. Y más allá de ese silencio está Shiva. Por esto Shiva está siempre aquí, pero lejos. En un lugar que lo permea todo, como el líquido de las aguas.
Aquí, pero lejos, Shiva se refleja en Vishnu. Dos nombres equivalentes, eternos, pero uno es siempre y el otro nunca, o uno es todo y el otro nada, y ya no se sabe quién es qué; o los que lo saben no lo recuerdan, o los que lo recuerdan no se lo cuentan a cualquiera.
En ese lugar, nace del ombligo de Vishnu una flor de loto, que esconde dentro de sus pétalos a Brahma, el poeta que creó a los poetas; el que otorga formas a la realidad, con las palabras que inventa.
Cada letra que pronuncia Brahma es como una llama que se enciende en el seno del calor. Por esto se dice que quien logra recordar algo de este lugar recuerda treinta y seis mil fuegos, que son las letras que crean los sueños.
Durante la vigilia la mente cabalga estas letras como a una yegua en llamas, difícil de domar.
Pero en fin, en ese lugar, Brahma habla con Shiva, y juntos deciden hacer una visita a Vishnu. Porque Vishnu vive en una isla blanca, hecha de finísima arena. Y cuando Brahma, acompañado de Shiva, se sienta ante Vishnu, ve salir de él, como si fueran cientos de miles de millones de velos que lo cubrem, y descubren, siluetas de una multitud de apsaras: mujeres desnudas y cubiertas de joyas que bailan y mueven brazos, codos y dedos, de las manos y los pies, al ritmo de los cantos armoniosos que ellas mismas entonan. Una levanta una rodilla, otra rota suavemente el muslo, una golpea la arena con la planta desnuda del pié, otra hace volar su cabellera, una parpadea, otra sonríe. Suben y bajan los pechos, se gira una cadera amplia y una mano con los dedos extendidos tapa otra cadera algo más estrecha.
La mera visión de las bailarinas fantásticas que rodean a Vishnu, los pechos redondos de las apsara, sus nalgas en tensión y la fluidez de sus movimientos, acaloran el cuerpo de Brahma, que siente en sus genitales un ardor que le acaba haciendo eyacular, solo, antes de poder tomar el control de sí.
Brahma siente vergüenza e intenta tapar las pruebas con una parte de su vestido. Envuelve con tela, en un movimiento rápido, su semilla mezclada con arena blanca, y lanza el atado al mar.
Al instante sale de las aguas primordiales un niño luminoso, que brilla como el sol de soles, y se abraza llorando a Brahma.
Tras él, antes de que nadie pueda reaccionar, se eleva desde el mar Varuna, el dios de las aguas profundas. El dios de todas las aguas negras del inconsciente.
-Vengo a reclamar mi hijo – exclama Varuna. Pero Brahma ya le ha cogido cariño al niño y de un manotazo hace volar a Varuna lejos de la orilla.
Pero Varuna vuelve, y reclama de nuevo su hijo.
-¿Cómo puedo abandonar alguien que se está abrazando a mí con todas sus fuerzas y me pide amparo y refugio? – Dice Brahma.
Ante lo cual, interviene Vishnu:
-He visto bien toda la secuencia, Brahma. Este niño es hijo tuyo, fruto de tu deseo. Pero ha nacido en las aguas de Varuna. Los sabios saben que el maestro de uno es como un segundo padre, así que si Varuna acepta al niño brillante como discípulo, los dos compartiréis la paternidad.
Al niño, lo llaman Agni, y es el fuego. También fue bautizado Hutāsana, que lo consume todo, porque nació del deseo desbocado de Brahma y eso le impregnó, de raíz, de un hambre infinito que solamente las enseñanzas de Varuna, el dios del agua, puede regular y calmar.
Agni es inquieto también, y no hay lugar del universo en el que no quiera estar. Por esto Brahma le encargó recoger las ofrendas de los corazones que todos los seres, con o sin forma, hacen a los dioses, a Vishnu y a Shiva.
Al poco tiempo, sin embargo, Brahma se dio cuenta de que ninguna ofrenda llegaba a los dioses y se concentró en la raíz de la realidad (mūlaprakṛti), donde vislumbró una energía femenina de color azul, que reconoció como aquello que faltaba a su hijo Agni.
Le había costado a Brahma reconocer a esta diosa sutil porque ella tenía su atención dirigida exclusivamente a Shiva, y no tenía ningún deseo ni intención de dispersarse entre los tres mundos.
Shiva intervino en ayuda de Brahma, y todo los dioses, y prometió a la energía azul, de nombre Svāhā, que dado que el fuego está en todas partes si se casaba con el fuego una parte de ella siempre estaría en el mundo de Shiva, junto a él, mientras en otros planos temporales podría acompañar al fuego.
Así es como Svāhā aceptó acompañar a Agni y se la puede reconocer siempre en los matices azulados de las llamas.
Tras 12 años cósmicos de estar juntos Agni y Svāhā tuvieron tres hijos: Dakshināgni, Gārhyapatyāgnī y Āhavaniyāgni; el fuego ceremonial, el que se cuida en el hogar y el de las invocaciones.
Todas estas llamas son los hijos de Agni y Svāhā. Las crestas de las llamas, ese lugar donde el calor dorado de cada lengua del fuego se difumina en el aire, es Rudra. Porque Rudra es el aullido del fuego. Y los tintes azulados en la base de las llamas son la esposa del fuego, Svāhā, que vive abrazada a él, pero tiene el corazón con Rudra. – Es por ella que todas las ofrendas transcienden allende los tres planos, van más allá de los sueños y más allá del silencio.
El deseo es la fuerza que ilumina la vida, el fuego es su forma y Svāhā es la guía para volver al origen, que está aquí y lejos, porque está en todas partes, es inmensurable e indescriptible.
También indestructible.
Ninguna de las palabras que escribo aquí son la realidad, pero a la vez lo son todas. Las palabras son pequeños destellos en las aguas oscuras de lo que hay. Cuando las palabras se invocan junto a Svāhā, se convierten en el corcel flamante sobre el que la mente puede cabalgar hacia el lugar del que venimos todos, más allá de las palabras y más allá del silencio.

Las fuentes de esta narración son el Brahma-Vaivarta Puranam y el Devi Bhagavata Purana, así como citas de Brahmanas y diversas Upanishads recogidas en el clásico La presencia de Shiva, de Stella Kramrisch y los comentarios a los Brahmā Sutras en la edición castellana de Consuelo Martín. También en El Ardor, de Roberto Calasso.
El secreto de los nombres de Dios, de Ibn Arabi, también ha influenciado esta narración.

Esta es la última narración del tercer año de la performance Respirar el Mahabharata; dedicado al fuego. El próximo, si dios quiere y lo permite, será el “manifiesto del tercer año”, en el que me esforzaré por expresar, como los años anteriores, en qué lugar se encuentra el proyecto ahora ante el estreno del tercer capítulo del espectáculo, el próximo 12 de Diciembre de 2018.

Entre la locura y la inmortalidad

Por muy viejos, experimentados o leídos que seamos seguimos viendo el mundo con una mirada infantil. Por ejemplo, sabemos que el cielo no existe, que lo que de día nos rodea es la luz dispersa el sol, difuminada sobre la aureola de gases que cubren nuestro planeta y, sin embargo, cuando levantamos la mirada lo que vemos es un bello “cielo azul”. Un cielo azul, estirado sobre la línea de un horizonte que, sabemos también, no es plano como lo vemos.
Hablamos también de la “enamoradora” luz de la luna, que no es más que una roca que refleja el sol. Por muchas herramientas que tengamos para analizar el entorno de manera objetiva, nuestra mirada sigue siendo subjetiva. Lo subjetivo -como sentir que soy el protagonista de mi vida-y lo objetivo -como pensar que probablemente todos se sientan tan protagonistas como yo- caminan sincrónicamente uno al lado del otro, a pasos acompasados, como los luminosos gemelos divinos, que algunos llaman Ashvin, que cambian simultáneamente por la tierra y el cielo, así como se corresponden la luz y el poder o el brillo y sus reflejos.
Los Ashvin son gemelos, como el crepúsculo y el amanecer. Son gemelos como la semilla y la flor.
¿Y qué buscan los Ashvin? Pues lo mismo que todos, el elixir de la inmortalidad; Soma, el que fue bien prensado para poder ser degustado por la consciencia que une el exterior con el interior.
En toda ceremonia, en toda acción ritual que una la energía vital con la mente y los sentidos, o el control con la inspiración, emana el elixir de la vida, el dulce soma; y los Ashvin acuden a beber su fluir abundante.
¿Y quién invitó a los Ashvin a ese festín? El sabio Chyavana.
La consciencia de Chyavana es el universo entero. Su dicha son las galaxias así como sus alegrías las estrellas y su cuerpo llegó a quedarse seco y esquelético, viejo como la historia de la tierra, y estuvo cubierto de un hormiguero, porque permaneció décadas meditando en la misma postura.
Cuando el rey Sharyati vino a divertirse junto al lago donde meditaba Chyavana cubierto por un hormiguero, con una corte de cuatro mil esposas que lo acompañaban, iba con él también su hija Sukanya, la de las preciosas cejas.
La joven era tan bella, que cuando comenzó a deambular por el lugar vestida por una sola tela y joyería preciosas, se encendieron dos puntos rojos en el alto y extraño hormiguero que se erguía junto al lago cubierto de enredaderas; eran los ojos de Chyavana.
-¡Qué fenómeno tan curioso!- se dijo Sukanya, y levantó una caña seca del suelo con la cual pinchó uno de los puntos incandescentes.
El dolor enfureció a Chyavan, quien posee los poderes propios de un místico de su talla, y Chyavana reaccionó bloqueando en el mismo instante los canales de evacuación de todos los soldados que acompañaban al rey.
El rey, asustado y preocupado por la salud de sus soldados, miró alrededor del lago con atención y se dio cuenta de que había alguien meditando dentro del hormiguero silencioso.
-¡¿Quién ha molestado a este asceta!?
-Yo no sabía si lo que veía eran dos luciérnagas y las he querido hacer volar- contesta Sukanya, de manera que el rey se dispone a disculparse de rodillas ante Chyavana.
-Tu hija es bella y generosa, pero se ha dejado llevar por la confusión de sus sentidos. Entrégame su mano.
Sin dudar, el rey casa a Sukanya con el rishi (asceta) para salvar la vida de sus soldados, que seguían sin poder evacuar.
Así es como la bella Sukanya pasó a vivir con el anciano y poderoso mago ermitaño que era Chyavana.
Los Ashvin, los gemelos protagonistas de esta historia, la vieron bañarse desnuda en el lago, cada uno desde su ángulo correspondiente, y se presentaron juntos a rendir tributo a la belleza de Sukanya:
-Oh portadora de unos muslos precisos, ¿a qué linaje perteneces?¿Qué estás haciendo en el bosque? Queremos saber sobre ti.
A esto Sukanya se tapó asustada.
-Soy hija del rey Shatyati, esposa y propiedad de Chyavana.
-Bella afortunada, ¿por qué te ha entregado tu padre a alguien que ya ha terminado sus viajes? Brillas en este bosque como el destello del relámpago, no hemos visto a nadie como tú ni entre los dioses. Adornada con atuendos y joyas preciosas relucirías mucho más la perfección de tus formas que así como estás, cubierta de tierra. Este hombre no está capacitado para proteger y mantenerte. Abandona a Chyavana y acepta a uno de nosotros como marido. Pareces de nacimiento divino, no desperdicies tu juventud.
-Soy devota de mi esposo Chyavana, no tengo ninguna duda de esto.
-Somos quienes curan a los dioses, podemos volver a tu marido joven y bello, después elige un marido entre los tres.
Chyavana, convocado, entró a petición de los Ashvin en el lago, con lentitud. Después lo siguió el brillo de los gemelos divinos. Las aguas se quedaron silenciosas. El viento fresco acarició los juncos, y a los pocos instantes amanecieron del lago tres jóvenes apuestos con pendientes brillantes; los tres idénticos en belleza, y traían todo tipo de pensamientos agradables a la mente.
-Elige al que te parezca mejor como marido- dijo uno de los jóvenes, y Sukanya eligió con su propia inteligencia a quien ya era su marido.
Agradecido a los Ashvin por haberle otorgado belleza y juventud el poderoso Chyavana les garantiza el derecho a beber Soma, incluso en presencia del rey de los dioses.
Chyavana y Sukanya pasaron a disfrutar de su amor como si fueran dioses en el paraíso y cuando en añadido, el rey Sharyati fue informado de que su hija y Chyavana eran ambos apuestos y jóvenes ahora, “como hijos de los seres celestiales”, se alegró como si hubiera conquistado la tierra. El rey construyó un gran espacio ceremonial e invitó al sabio Chyavana a oficiar un sacrificio junto a Sukanya, para el cual se preparó Soma, la bebida de la inmortalidad, y se ofreció una parte del precioso jugo a los Ashvin.
Con el Soma, sin embargo, apareció también Indra, rey de los dioses.
-Estos son meros médicos de las divinidades y viven entre las plantas del plano terrenal, son indignos de ser adorados y mucho menos de beber soma.
-Son enormes en su alma,- contestó Chyavana -a sus pasos se desborda la miel, se escurre y gotea desde las alas de los cisnes que levantan sus carros con el amanecer. Los Ashvin curan las plantas de la tierra y nos enseñan a seguir nuestros sueños.
-No son más que sirvientes. Pueden adoptar la forma que desean. Merodean por el mundo de los mortales, ¿cómo pueden merecer el soma?
Pero el rishi no hacía caso a Indra y seguía vertiendo Soma en la copa de los Ashvin.
-Si les ofreces este Soma os golpearé con el rayo.
Y en este momento Chyavana paralizó el brazo de Indra, y con sus poderes creó al demonio de la locura (Mada).
Enorme en su valor e inmenso en su forma. Su cuerpo no podía ser mesurado ni por los mismos dioses y tampoco por los demonios. Su boca era terrible; era gigante y con dientes afilados; la parte inferior de la mandíbula descansaba sobre la tierra y la superior cubría los cielos. Tenía cuatro colmillos que se alargaban kilómetros. El resto de sus dientes tenían también miles de kilómetros de altura, tenían forma de muros y parecían puntas de lanza. Sus brazos eran como montañas, sus ojos como el sol y la luna. Su boca parecía la muerte. Se lamía la boca con su rápida lengua, que se movía brusca como el relámpago.
Tenía la boca abierta y una apariencia aterradora, como si fuera a engullir la tierra a la fuerza. Se dirigía con furia hacia el paralizado rey de los dioses, como para devorarlo. El mundo retumbaba con el sonido de su poderoso y horrendo rugido.
-¡Oh Chayavana, desde hoy los Ashvin serán merecedores del Soma!
Solo entonces, Chyavana liberó a Indra de su conjuro y con sus poderes dividió a Mada y lo repartió entre las bebidas alcohólicas, la lujuria, las apuestas y la cacería, en los cuales renace una y otra vez.
Desde entonces Indra, Vāyu y Dharma beben soma junto a los Ashvin, por esta razón vemos a los gemelos cabalgar en el umbral de cada uno de los velos oscuros que cubren los laterales de nuestra visión. Los Ashvin extienden estos mundos inferiores hacia el cielo para iluminarlos como el océano estrellado.

Fuentes:
Mahabharata, Tirtha Yatra Parva 42-46
Rig Veda, IV.45
Un sueño

Pintura de J. Swaminathan

El propósito de este blog es documentar el tránsito por el voto de estudiar y narrar durante 12 años el Mahabharata. La parte más importante de este proyecto es su dimensión oral. En este momento me encuentro preparando con esmero el estreno del tercer espectáculo basado en el Mahabharata, que se estrenará el próximo 12 de Diciembre. Este curso voy a participar en varias formaciones de yoga y cosmogonía tradicional de la India, puedes ver información sobre los posibles encuentros de narración o formación que propongo en el apartado “próximas fechas” en la parte superior de la página. Algunas propuestas ya aparecen en él y otras serán añadidas próximamente.

Vicitravirya: erotismo, muerte y sentido cómico.

El rey Vicitravīrya abandonó el cuerpo sin dejar descendencia y así añadió un eslabón más a la concatenación de circunstancias que llevaron a la gran guerra del Mahabharata.

Hace unos días escribí una entrada sobre el hermano de Vicitravīrya, Chitrāngada, quién también murió sin dejar descendencia, pero por una razón distinta. Si Vicitravīrya y Chitrāngada hubieran tenido descendientes, es decir herederos al trono, quizá no hubiera habido guerra. Pero no los dejaron.

En esta entrada quiero poner la atención en Vicitravīrya, en su corta pero importante intervención en la historia del Mahabharata.

-Sexo en los pensamientos, que seducen las miradas y erizan el vello sobre la piel.

Pido disculpas, al terminar el primer párrafo he sentido que me faltaba algún detalle atractivo para seguir escribiendo y me ha venido de manera espontánea la frase en cursiva. Aun así, disculpas a parte, el lapso no es del todo desubicado:

Vicitravīrya es un nombre compuesto, con un significado muy adecuado para la historia de este rey. Vi– significa dos, o todo el abanico de significados que contenga un concepto de dualidad. Vi– como sufijo, se puede traducir por casi cualquier palabra que denote separación. Citra– puede significar excelente, distinguido o claro y brillante. La combinación vicitra-, por tanto, denota una separación de lo claro y brillante, por eso vicitra– se traduce como colorido, porque la separación de la luz clara resulta en rayos de diferentes colores. Pero vicitra– se usa también para designar algo multifacético, o variado, dependiendo del contexto, incluso diverso y a su vez extraño y maravilloso, que son sensaciones que puede causar lo múltiple, lo colorido, lo “desplegado”.

Ahora, vīrya, derivado de la raíz vīr, designa todo aquello que tenga que ver con el valor. Con esa energía que entendemos como valor. Por tanto también con lo heroico, y por extensión, también “energía viril”, lo cual es casi una tautología, porque la palabra viril deriva de la misma raíz vir. La energía heroica, se relaciona con la energía viril, y por extensión con el semen. El por qué se relaciona el semen con la energía viril lo dejo a la imaginación de cada uno, y pensar que una mujer no tenga energía viril por no producir semen lo veo más bien una confusión debida a la interpretación exclusivamente materialista de estos conceptos. Es interesante ver qué ancestrales nudos emocionales salen a la vista con la mera traducción del nombre de este rey disperso. Y por razones de espacio, en esta entrada no voy a entrar en debates de género y reproducción, que dejo para el estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre. De lo que quiero hablar es de la traducción más habitual del nombre de Vicitravīrya, como “energía dispersa”, o, “semen disperso”, la cual, si bien llamativa, no se aleja demasiado del contexto.

La historia de Vicitravīrya es muy corta, pero clara. Vicitravīrya era el rey heredero tras la muerte de su hermano. Bhīșma, su hermanastro célibe, casa a Vicitravīrya con dos mujeres: «Altas; sus cabezas cubiertas de cabelleras onduladas de color negro casi azulado. Sus uñas eran rojas y puntiagudas. Sus pechos y caderas eran pesados». Y el rey, a su vez, estaba «orgulloso de su propia belleza y juventud». Las nuevas reinas sintieron que habían obtenido un marido que las igualaba en belleza. Se podía decir de él que «estaba a la par de los Ashvins, los gemelos divinos, y causaba conmoción en el corazón de las mujeres».

Siete años estuvieron los tres haciendo el amor. Bajo las sabanas en otoño, ante el fuego durante los inviernos y entre flores en primavera, mezclando el aroma del incienso con el del sudor en verano… Siete años estuvieron haciendo el amor y ninguna de las reinas quedó embarazada. ¿Será por eso lo de “semen disperso”?

Perdón, de nuevo, pido disculpas por la grosería. En esta ocasión lo que busco es hacer un quiebre cómico en la historia. Cómico y vulgar, como el cuerpo físico que habitamos.

El acto de amor, el acto físico sexual, es una representación del misterio universal de la unión de polaridades. En un universo que no es más que pura energía, en el que la materia no deja de ser energía ordenada, dos cuerpos, cuando hacen el amor, representan un teatro de la unión mística de la diosa del amor con el universo; la tierra con el cielo, la polaridad positiva con la negativa. Pero esta representación, es cómica. Es cómica, y grosera, como los cuerpos que tropiezan y se enredan con las sábanas y se agotan y son, en definitiva, insuficientes para contener todo el éxtasis de la unión.

El cuerpo es el actor de la vida. Un actor cómico, porque nunca será ni tan heroico ni tan erótico como desearía. Napoleón se rascaba el culo mientras planeaba una batalla y Alejandro Magno tropezó más de una vez subiendo escaleras. Los humanos siempre tenemos algo cómico, y la dimensión cómica es necesaria durante el acto del amor, porque es lo que nos recuerda que lo que estamos practicando no es la última unión de los contrarios, la definitiva, sino una representación. Y todos los niveles de la realidad están bendecidos, y todos son necesarios.

Porque después de siete años de hacer el amor Vicitravīrya muere. «Se consumió como el sol poniente». De aquí la traducción más sutil de Vicitravīrya por “energía dispersa”. El ocaso del cuerpo físico de Vicitravīrya pudo venir debito a un desgaste excesivo. Otra limitación del cuerpo humano, ese cómico actor de aventuras cósmicas. Una energía determinada, ordenada en un cuerpo con una duración determinada. Bien cuidado, unos cien años. Cien años durante los cuales uno aspira a vivir la totalidad y comprender la esencia del universo. Después, la vida fluye y se reordena. Y eso, visto desde lo macroscópico, también es cómico.

Una persona muy sabia, me dijo después del funeral de una persona muy cercana, que «la muerte es la mayor broma del universo». Eso, hay que saber decirlo, y hay que saber cuándo decirlo. A mí en aquél momento me ayudó mucho, pero al escribir esto no tengo control sobre cuándo y dónde va a ser leído o de quién lo pueda leer, por eso vuelvo a pedir disculpas por las incomodidades que pueda causar esta frase. Pero creo que el mensaje se entiende.

Vicitravīrya, “energía colorida”, es el rey amante. El actor trágico-cómico que cumplió su papel en el caleidoscópico argumento del Mahabharata, para dejar a dos reinas viudas y un reino sin herederos. El rey que con su corta y dispersa actuación nos dejó un pequeño poema sobre la vida. Sobre la fragilidad de nuestros cuerpos dentro de las torrenciales corrientes de heroicidad sobrehumana que animan el universo. Y con esto termino el escrito, cosa inevitable en un blog, relacionando este post con la situación social que respiro en Barcelona estos últimos días: Lo erótico, y lo heroico, para que sean humanos, no deberían soltar la mano de lo cómico.

 

Lectura: C.S. Lewis Los cuatro amores, RIALP, 2008   

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